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También, según Aristóteles, no siempre deben de ser los mismos los que
gobiernen, pues todos los ciudadanos son iguales y deben de tener igualmente
acceso al poder. Así, en el libro segundo de su “Política”, Aristóteles describe
algunas constituciones, en las que obviamente el ciudadano juega un papel
importante, como en la Constitución de Hipódamo de Mileto, que divide la
sociedad en agricultores, artesanos y defensores a la que critica por considerar
que es difícil que los agricultores y artesanos lleguen a ocupar puestos públicos.
Para ello, la prudencia es la única virtud del que manda, pero en el gobernado la
virtud es la opinión verdadera. En Aristóteles la política no es una cuestión de
conocimiento puramente teórico dado que, en la práctica, los ciudadanos son
quienes establecen los mecanismos de funcionamiento del Estado y es malo que
sea un hombre y no la ley, porque se haya sujeto a las pasiones.
A su vez la justicia es solamente una virtud, aunque también existe una justicia
natural. Como virtud sería el punto medio entre dos extremos de injusticias. El
hombre justo es el que cumple la ley pero también lo es quien actúa hacia los
demás comportándose de un modo igualitario.
Sócrates dice que el alma es algo que existe dentro de nosotros, pero que no se
capta por los sentidos. Él dice que poseemos alma por lo que somos capaces de
hacer. El alma es sinónimo de alma racional, de inteligencia. Además, el alma
tiene una vertiente práctica, relacionada con lo que nos permite decidir nuestra
conducta. Ésta es la más importante para Sócrates, es decir, la función ética o
práctica. Sócrates está muy preocupado por el problema de la felicidad humana, la
felicidad no está determinada por ningún agente externo (por la voluntad de los
dioses, o por la biología, herencia...), sino que depende de nuestras propias
decisiones. Nuestras decisiones son el resultado de nuestros conceptos, del
conocimiento que tengamos del bien y del mal, de lo justo y lo injusto... El bien y el
mal son objetivos, no depende de lo que nosotros digamos. La voluntad está
sometida a la inteligencia. A ésta manera de pensar se le llama intelectualismo
socrático, es decir, identificar el conocimiento del bien con la buena conducta, y el
vicio con la mala.
Una persona es ignorante porque no encuentra los límites del bien y del mal.
Según Platón el ser humano está formado por una realidad dual: alma y cuerpo.
El cuerpo es una materia mortal y por lo tanto es aquello que nos une al mundo
sensible y por lo tanto es el medio en que lo percibimos.
Así mismo el cuerpo no solo tiene necesidades físicas que lo limitan a llegar a un
mundo perfecto sino que es el que genera las pasiones, que afectan o arrastran al
alma negativamente. Por lo tanto el cuerpo se ve como la "prisión del alma".
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El alma del ser humano según Platón:
Platón vs Sócrates
Sócrates:
El hombre debe alcanzar la verdad mediante el autoconocimiento ("conócete a ti
mismo" será uno de sus planteamientos favoritos) y desarrollar su intelecto ("sólo
sé que no sé nada"). La ignorancia nos llevará a la maldad, por lo que a través del
conocimiento y la inteligencia alcanzaremos la virtud. Pero esa inteligencia hay
que desarrollarla, estimulando la búsqueda del conocimiento y de la razón
"característica principal del hombre" según Sócrates. El daimónion (voz interior)
constituye la única guía moral del individuo. Su oposición a las clases dirigentes
provocó una acusación de impiedad y de corrupción de menores, por lo que fue
condenado a beber la cicuta.
Platón:
Basados en la existencia del mundo de las Ideas y el mundo del Ser,
contrapuestos al mundo de las Apariencias. La formación del mundo se debe a
una inteligencia, a un demiurgo, que desarrolla las apariencias (no ser) tomando
las ideas como punto de partida. El individuo está formado por cuerpo y alma,
siendo ésta inmortal. Existe un número limitado de almas, por lo que es necesaria
la reencarnación. Esta unión de alma y cuerpo es accidental y violenta.