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El Ministerio del Hogar

La restauración y el levantamiento de la humanidad empiezan en el hogar. La obra de


los padres es cimiento de toda otra obra. La sociedad se compone de familias, y será lo
que la hagan las cabezas de familia. Del corazón “mana la vida” (Proverbios 4:23), y el
hogar es el corazón de la sociedad, de la iglesia y de la nación. El bienestar de la
sociedad, el buen éxito de la iglesia y la prosperidad de la nación dependen de la
influencia del hogar. {MC 269.1}
La importancia y las oportunidades de la vida del hogar resaltan en la vida de Jesús. El
que vino del cielo para ser nuestro ejemplo y maestro pasó treinta años formando
parte de una familia en Nazaret. Poco dice la Biblia acerca de esos treinta años.
Durante ellos no hubo milagros notables que llamaran la atención del pueblo. No hubo
muchedumbres que siguieran con ansia los pasos del Señor o que prestaran oídos a
sus palabras. Y no obstante, durante todos esos años el Señor desempeñaba su misión
divina. Vivía como uno de nosotros, compartiendo la vida del hogar a cuya disciplina se
sometía, cumpliendo los deberes domésticos y cargando con su parte de
responsabilidad. Al amparo del humilde hogar, participando de las experiencias de
nuestra suerte común, “Jesús crecía en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios
y los hombres.” S. Lucas 2:52. {MC 269.2}
Durante todos esos años de retiro, la vida del Señor fluyó en raudales de simpatía y
servicio. Su desprendimiento y su paciencia, su valor y su fidelidad, su resistencia a la
tentación, su paz inagotable y su dulce gozo eran una inspiración
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continua. Traía consigo al hogar un ambiente puro y dulce, y su vida fué como levadura
activa entre los elementos de la sociedad. Nadie decía que había hecho un milagro; y
sin embargo emanaba de él virtud: el poder restaurador y vivificante del amor que
fluía hacia los tentados, los enfermos y los desalentados. Desde tierna edad, servía
directamente a los demás, de modo que cuando inició su ministerio público, muchos le
oyeron gozosos. {MC 269.3}
Los primeros años de la vida del Salvador son más que un ejemplo para la juventud.
Son una lección, y deberían alentar a todos los padres. Los deberes para con la familia
y para con los vecinos constituyen el primer campo de acción de los que quieran
empeñarse en la elevación moral de sus semejantes. No hay campo de acción más
importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar. Ninguna obra
encomendada a seres humanos entraña consecuencias tan trascendentales como la de
los padres y madres. {MC 270.1}
Los jóvenes y niños de la actualidad determinan el porvenir de la sociedad, y lo que
estos jóvenes y estos niños serán depende del hogar. A la falta de buena educación
doméstica se puede achacar la mayor parte de las enfermedades, así como de la
miseria y criminalidad que son la maldición de la humanidad. Si la vida doméstica fuera
pura y verdadera, si los hijos que salen del hogar estuvieran debidamente preparados
para hacer frente a las responsabilidades de la vida y a sus peligros, ¡qué cambio
experimentaría el mundo! {MC 270.2}
Se realizan muchos esfuerzos y se dedica tiempo, dinero y trabajo casi sin límites a
empresas e instituciones destinadas a rehabilitar las víctimas de los malos hábitos. Y
aun así todos estos esfuerzos resultan insuficientes para hacer frente a la gran
necesidad. ¡Cuán mínimos son los resultados! ¡Cuán pocos se regeneran
permanentemente! {MC 270.3}
Son muchísimos los que aspiran a una vida mejor, pero carecen de valor y resolución
para librarse del poder de los
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malos hábitos. Retroceden ante el caudal de esfuerzos, luchas y sacrificios exigido, y su
vida zozobra y se malogra. Así aun los más brillantes, los de más altas aspiraciones y
más nobles facultades, los que están capacitados por la naturaleza y la educación para
desempeñar puestos de confianza y de responsabilidad, se degradan y se pierden para
esta vida y para la venidera. {MC 270.4}
Para los que se enmiendan, ¡cuán ruda es la lucha para recuperar la dignidad perdida!
Y durante toda su vida, con la constitución quebrantada, la voluntad vacilante, la
inteligencia embotada y el alma debilitada, muchos recogen el fruto del mal que
sembraron. ¡Cuánto más se podría llevar a cabo si se arrostrara el mal desde un
principio! {MC 271.1}
Esta obra depende en mucho de los padres. En los esfuerzos que se hacen para
detener los avances de la intemperancia y de otros males que carcomen como cáncer
el cuerpo social, si se diera más atención a la tarea de enseñar a los padres cómo
formar los hábitos y el carácter de sus hijos, resultaría cien veces mayor el bien
obtenido. El hábito, que es una fuerza tan terrible para el mal, puede ser convertido
por los padres en una fuerza para el bien. Tienen que vigilar el río desde sus fuentes, y
a ellos les incumbe darle buen curso. {MC 271.2}
A los padres les es posible echar para sus hijos los cimientos de una vida sana y feliz.
Pueden darles en el hogar la fuerza moral necesaria para resistir a la tentación, así
como valor y fuerza para resolver con éxito los problemas de la vida. Pueden
inspirarles el propósito, y desarrollar en ellos la facultad de hacer de sus vidas una
honra para Dios y una bendición para el mundo. Pueden enderezar los senderos para
que caminen en días de sol como en días de sombra hacia las gloriosas alturas
celestiales. {MC 271.3}
La misión del hogar se extiende más allá del círculo de sus miembros. El hogar cristiano
ha de ser una lección objetiva, que ponga de relieve la excelencia de los verdaderos
principios
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de la vida. Semejante ejemplo será una fuerza para el bien en el mundo. Mucho más
poderosa que cualquier sermón que se pueda predicar es la influencia de un hogar
verdadero en el corazón y la vida de los hombres. Al salir de semejante hogar paterno
los jóvenes enseñarán las lecciones que en él hayan aprendido. De este modo
penetrarán en otros hogares principios más nobles de vida, y una influencia
regeneradora obrará en la sociedad. {MC 271.4}
Hay otros muchos para quienes podemos hacer de nuestro hogar una bendición.
Nuestras relaciones sociales no deberían ser dirigidas por los dictados de las
costumbres del mundo, sino por el Espíritu de Cristo y por la enseñanza de su Palabra.
En todas sus fiestas los israelitas admitían al pobre, al extranjero y al levita, el cual era
a la vez asistente del sacerdote en el santuario y maestro de religión y misionero. A
todos se les consideraba como huéspedes del pueblo, para compartir la hospitalidad
en todas las festividades sociales y religiosas y ser atendidos con cariño en casos de
enfermedad o penuria. A personas como ésas debemos dar buena acogida en nuestras
casas. ¡Cuánto podría hacer semejante acogida para alegrar y alentar al enfermero
misionero o al maestro, a la madre cargada de cuidados y de duro trabajo, o a las
personas débiles y ancianas que viven tan a menudo sin familia, luchando con la
pobreza y el desaliento! {MC 272.1}
“Cuando haces comida o cena—dice Cristo,—no llames a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; porque también ellos no te vuelvan a
convidar, y te sea hecha compensación. Mas cuando haces banquete, llama a los
pobres, los mancos, los cojos, los ciegos; y serás bienaventurado; porque no te pueden
retribuir; mas te será recompensado en la resurrección de los justos.” S. Lucas 14:12-
14. {MC 272.2}
Estos son huéspedes que no os costará mucho recibir. No necesitaréis ofrecerles trato
costoso y de mucha preparación. Necesitaréis más bien evitar la ostentación. El calor
de la
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bienvenida, un asiento al amor de la lumbre, y uno también a vuestra mesa, el
privilegio de compartir la bendición del culto de familia, serían para muchos como
vislumbres del cielo. {MC 272.3}
Nuestras simpatías deben rebosar más allá de nosotros mismos y del círculo de
nuestra familia. Hay preciosas oportunidades para los que quieran hacer de su hogar
una bendición para otros. La influencia social es una fuerza maravillosa. Si queremos,
podemos valernos de ella para ayudar a los que nos rodean. {MC 273.1}
Nuestros hogares deberían ser refugios para los jóvenes que sufren tentación. Muchos
hay que se encuentran en la encrucijada de los caminos. Toda influencia e impresión
determinan la elección del rumbo de su destino en esta vida y en la venidera. El mal,
con sus lugares de reunión, brillantes y seductores, los invita. A todos los que acuden
se les da la bienvenida. En torno nuestro hay jóvenes sin familia, y otros cuyos hogares
no tienen poder para protegerlos ni elevarlos, y se ven arrastrados al mal. Se
encaminan hacia la ruina en la sombra misma de nuestras puertas. {MC 273.2}
Oportunidades de la vida
Estos jóvenes necesitan que se les tienda la mano con simpatía. Las palabras
bondadosas dichas con sencillez, las pequeñas atenciones para con ellos, barrerán las
nubes de la tentación que se amontonan sobre sus almas. La verdadera expresión de la
simpatía proveniente del cielo puede abrir la puerta del corazón que necesita la
fragancia de palabras cristianas, y del delicado toque del espíritu del amor de Cristo. Si
nos interesáramos por los jóvenes, invitándolos a nuestras casas y rodeándolos de
influencias alentadoras y provechosas, serían muchos los que de buena gana dirigirían
sus pasos por el camino ascendente. {MC 273.3}
El tiempo de que disponemos es corto. Sólo una vez
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podemos pasar por este mundo; saquemos, pues, al hacerlo, el mejor provecho de
nuestra vida. La tarea a la cual se nos llama no requiere riquezas, posición social ni
gran capacidad. Lo que sí requiere es un espíritu bondadoso y abnegado y firmeza de
propósito. Una luz, por pequeña que sea, si arde siempre, puede servir para encender
otras muchas. Nuestra esfera de influencia, nuestras capacidades, oportunidades y
adquisiciones podrán parecer limitadas; y sin embargo tenemos posibilidades
maravillosas si aprovechamos fielmente las oportunidades que nos brindan nuestros
hogares. Si tan sólo queremos abrir nuestros corazones y nuestras casas a los divinos
principios de la vida, llegaremos a ser canales por los que fluyan corrientes de fuerza
vivificante. De nuestros hogares saldrán ríos de sanidad, que llevarán vida, belleza y
feracidad donde hoy por hoy todo es aridez y desolación. {MC 273.4}

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