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La Teoría de la Literatura
en el siglo XX
El formalismo ruso reacciona inicialmente contra las dos tendencias más repre-
sentativas de la crítica literaria de su tiempo: el positivismo histórico y la crítica impre-
sionista. En consecuencia, los formalistas tratan de constituir la literatura en el objeto
de conocimiento específico de una determinada disciplina científica, una poética for-
mal, que, desde principios metodológicos propios, dé cuenta de las cualidades estéticas
esenciales de la obra literaria. Desde este punto de vista, consideran que la literariedad
(literaturnost’) constituye el objeto principal de estudio de la ciencia literaria, al ser lo
que confiere de forma específica a una obra su calidad literaria, lo que constituye el
conjunto de los rasgos distintivos del objeto literario.
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I. Ambrogio (1968, trad. 1973), P. Aullón de Haro (1984, 1994b), T. Bennett (1979), L. Dolezel
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Jameson (1972, trad. 1980), A. Jefferson y D. Robey (1982, reed. 1986), M. Bajtín [y P.M. Medvedev]
(1928, trad. 1978 y 1994), K. Pomorska (1968), J.M. Pozuelo (1988, 1988a, 1992a, 1994), E. Prado
Coelho (1987), M. Rodríguez Pequeño (1991, 1995), R. Selden (1985, trad. 1987), V. Sklovski (1923,
trad. 1971; 1929, trad. 1971 y 1973; 1973, 1975), P. Steiner (1980-1981, 1984), J.Y. Tadié (1987, reed.
1993), E.M. Thompson (1971) I. Tinianov (1924, trad. 1972; 1929, trad. 1968; 1973, trad. 1991), T.
Todorov (1965, trad. 1970; 1971, trad. 1988; 1981, 1984, 1987), B. Tomachevski (1928, trad. 1982), E.
Volek (1985, 1992).
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© Jesús G. Maestro · Introducción a la teoría de la literatura – ISBN 84-605-6717-6
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En sus estudios Sobre el verso checo, de 1923, R. Jakobson plantea nuevos pro-
blemas sobre la teoría general del ritmo y del lenguaje poéticos. Jakobson define enton-
ces el verso como una figura fónica recurrente, y establece una contraposición entre las
formas lingüísticas que apenas oponen resistencia al material (correspondencia absoluta
entre el verso y el espíritu de la lengua), y la teoría de la influencia que sobre la lengua
ofrecen las formas del lenguaje poético (verso, métrica, figuras retóricas...)
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Cfr. T.J. Bagwell (1986), A. Berman (1988), C. Bloom (1986), C. Brooks (1947, reed. 1968, trad.
1973), P. Brooks (1951), C. Brooks y R.P. Warren (1938), K. Burke (1941, reed. 1973), F. Chico Rico
(1993), K. Cohen (1972, trad. 1992), R.S. Crane (1952), J. Domínguez Caparrós (1978, reed. 1982), T.
Eagleton (1983, trad. 1988), T.S. Eliot (1933, trad. 1988; 1957; 1965, trad. 1967; 1972), W. Empson
(1930; 1935, reed. 1959; 1951), F. Günthnert (1970), G.H. Hartmann (1970), F. Jameson (1972, trad.
1980), B. Lee (en R. Fowler [1966: 29-52]), V.B. Leitch (1988), F. Lentricchia (1980, trad. 1990), P. de
Man (1986, trad. 1990), Ch.C. Norris (1978), J.M. Pozuelo (1994), A. Preminger, F.L. Warnke y O.B.
Hardison (1965, reed. 1979), C.E. Pulos (1958), J.C. Ransom (1941), I.A. Richards (1929, trad. 1967,
reed. 1991; 1936, reed. 1965), G. Webster (1979), R. Wellek (1965-1986, trad. 1969-1988: V y VI;
1978), W.K. Winsatt (1974), Y. Winters (1957).
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sería posible hablar de una “escuela del sur” (Southern school), en la que podrían in-
cluirse los nombres de J.C. Ramson, A. Tate, C. Brooks y R.P. Warren, como autores
que desarrollan su actividad en determinadas universidades del sur de los Estados Uni-
dos, y a los que unen, amén de determinadas concepciones metodológicas, la edición de
varias revistas y publicaciones, como Southern Review (1935-1942), Kenyon Review
(1938) y Sewanne Review (1944).
C. Brooks, W.K. Wimsatt y M.C. Beardsley son algunos de los nombres cuya
obra ensayística se vincula directamente con el pensamiento metodológico del New
Criticism. C. Brook, en sus estudios sobre la estructura de la obra poética, considera el
texto literario como un sistema cuyos principios de integración y relación son la para-
doja y la ironía, figuras de pensamiento a cuyo análisis dedicó importantes páginas en
las que confiere al lector un importante papel en el proceso comunicativo de la obra
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Entre sus diferentes objetivos metodológicos, los autores del New Criticism se
refirieron con frecuencia a los problemas derivados de la diferenciación del lenguaje
poético frente a los lenguajes científico y estándar, y al recurrente planteamiento de las
relaciones entre el fondo y la forma de la obra literaria.
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Cfr. A. Alonso (1940, reed. 1954, 1960 y 1979; 1954, reed. 1979), D. Alonso (1950, reed. 1987), M.
Alvar (1970), P. Aullón de Haro (1984, 1994c), A.S. Avalle (1970, trad. 1974), Ch. Bally (1909, trad.
1983; 1914), J.R. Benette (1986), C. Bousoño (1962, reed. 1970), R.H. Castagnino (1974), M. Cressot
(1947, 1963), B. Croce (1902, trad. 1926 y 1939), J. Culler et al. (1987, trad. 1989), J. Domínguez Capa-
rrós (1978, reed. 1982), N.E. Enkvist, J. Spencer y M.J. Gregory (1974), R. Fowler (1966; 1971; 1981,
trad. 1988), J. Foyard (1991), A. García Berrio y T. Hernández (1988a), J. Gardes-Tamine (1990), M.A.
Garrido Gallardo (1974, 1982), G. Genette (1991), C. Guillén (1989), P. Guiraud (1955, trad. 1967, reed.
1982; 1969), P. Guiraud y P. Kuentz (1970), H. Hatzfeld (1953, trad. 1955; 1973, 1975), L.G. Kaida
(1986), J.L. Martín (1973), J. Mazaleyrat y G. Molinié (1989), G. Molinié (1991), G. Molinié y P. Cahné
(eds., 1994), H. Morier (1959, reed. 1989), M. Muñoz Cortés (1973, 1986), G. Orsini (1976), J.M. Paz
Gago (1993), J. Portolés (1986), J.M. Pozuelo (1988a, 1994), E. Prado Coelho (1987), L. Spitzer (1923;
1948, trad. 1955; 1966; 1970; 1980), B. Terracini (1966), M.A. Vázquez Medel (1987), S. Wahnón
(1988, 1991), R. Wellek (1970: 187-224; 1981), A. Yllera (1974), E. de Zuleta (1974). Vid. los siguien-
tes volúmenes monográficos de revistas: Stilistik, en Lili, 22 (1976); Literary Stylistics, en Nils Erik Enq-
vist (ed.), Poetics, 7 (1978); Dámaso Alonso y la crítica moderna, en Insula, 530 (1991); Amado Alonso,
español de dos mundos, en Insula, 599 (1996).
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c) Otro de los aspectos afines entre las diferentes estilísticas se relaciona con la
consideración de los procesos pragmáticos de la comunicación literaria, pues la mayor
parte de estas orientaciones metodológicas siempre han tenido en cuenta los elementos
de la interacción literaria (autor, obra, lector), si bien se han orientado con preferencia
hacia uno de ellos, desde presupuestos psicológicos, formales o de recepción.
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Tal es la idea desarrollada por M.A. Garrido Gallardo en su artículo “Presente y futuro de la Estilísti-
ca”, Revista Española de Lingüística, 4, 2 (207-218), de 1974, en que sostiene que no hay distinción,
desde el punto de vista descriptivo, entre desvío y elección. Sobre el mismo aspecto, vid. J.M. Paz (1993:
19): “La utilización de expresiones lingüísticas originales supone una formalización peculiar elegida que,
por tanto, constituirá un uso desviado de la expresión ordinaria”.
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Las diferentes corrientes teóricas que pueden inscribirse bajo esta denominación
tienen como objetivo fundamental la consideración del fenómeno literario desde el pun-
to de vista de su dimensión metaformal, o acaso más exactamente, preformal, tratando
de identificar el sentido y la trascendencia de la obra literaria desde orientaciones anti-
positivistas y antihistoricistas, afines a una práctica interpretativa que U. Eco ha defini-
do como “modo simbólico”.
Abordamos una tendencia teórica de gran amplitud, por lo que toda generaliza-
ción ha de ser muy cuidadosa: baste tener en cuenta la renovación que estas corrientes
han experimentado a lo largo del presente siglo, con el myth criticism del formalismo
norteamericano, la escuela de Ginebra en la nouvelle critique de tradición francesa, o el
desarrollo experimentado por las poéticas de lo imaginario en el seno de los postestruc-
turalismos, lo que para autores como J. Burgos (1982: 398) demuestra “la faillité des
structuralismes et des analyses formalistes”.
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Cfr. G. Bachelard (1939; 1957, trad. 1965, reed. 1992; 1960, trad. 1982), A. Béguin (1937, reed. 1939,
trad. 1954), D. Bergez (1990), M. Bodkin (1934, trad. 1978), V. Brombert (1975), J. Burgos (1982), C.
Calame (1990), J. Campbell (1949, trad. 1959), E. Cassirer (1923-1929, trad. 1995), G. Durand (1960,
reed. 1963, trad. 1981; 1964, trad. 1971; 1979, reed. 1992, trad. 1993; 1979; 1989), N. Frye (1957, trad.
1964 y 1977; 1963; 1968; 1971, trad. 1986; 1976, trad. 1980; 1976a), A. García Berrio (1985, 1989,
1994), C.G. Jung (1930, trad. 1984; 1936, trad. 1990 y 1991; 1984, trad. 1987, reed. 1996), G.S. Kirk
(1970, trad. 1985), V.B. Leicht (1988), J.H. Miller (1963, 1966), C. Pérez Gallego (en J.M. Díez Borque
[1985: 391-415]), J.M. Pozuelo (1994), M. Praz (1930, trad. 1969), J.D. Pujante (1990), E. Raimondi y
L. Bottoni (1975), J.P. Richard (1954; 1961, 1964), M. Rubio Martín (1987, 1988), J.K. Simon (1972,
trad. 1984), J.Y. Tadié (1987), A. Verjat (1989), J.B. Vickery (1966), H. Weinrich (1970), Ph. Wheelw-
right (1954; 1962, trad. 1979). Vid. los siguientes números monográficos de revistas: Méthodologie de
l’imaginaire, en Circé, 1 (1969); Thématique et thématologie, en Revue des langues vivantes (1977);
Imaginaire et idéologie. Questions de lecture, en Littérature, 26 (1977); Morphogenèse et imaginaire,
Ciercé, 8-9 (1978).
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humano. El acontecimiento representado puede no ser real, pero las pasiones que pro-
voca en el espectador sí lo son. Se consigue de este modo un efecto catártico mediante
la imaginación.
J. Starobinski ha escrito a este respecto, en el contexto del siglo XX, que el ob-
jetivo primordial del psicoanálisis consiste en distinguir, “entre las representacioines
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mentales, un cierto número de imágenes que no son reminiscencias neutras, sino figuras
fuertemente cargadas de afectividad. A este nivel, la imaginación no es una simple ope-
ración intelectual, sino una aventura del deseo. La actividad fantasmática, la Phantasie
freudiana, no es ni un ‘reflejo’ intelectual del mundo percibido, ni un acto de participa-
ción metafísica en los secretos del universo: es una dramaturgia interior animada por la
‘libido’” (J. Starobinski, 1970/1974: 149-150).
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estudio sobre El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de Jensen, que representa, en los
comienzos del desarrollo teórico del psicoanálisis, las primeras manifestaciones de inte-
rés sobre las obras literarias. Desde esos momentos, S. Freud trata de probar la eficacia
del método psicoanalítico “ejercitándolo provechosamente en todos los ámbitos que
pudieran requerir una interpretación psicológica: las obras de arte, el mito, las religio-
nes, la vida social de los primitivos y la vida cotidiana de los civilizados” (J. Starobins-
ki,1970/1974: 203).
Es cierto que el psicoanálisis utiliza una teoría procedente del estudio de las
neurosis, pero su uso en la práctica no distingue a priori entre hombres corrientes y
extra-ordinarios, si bien desde sus comienzos los estudios psicoanalíticos mostraron una
gran atracción por el análisis de obras y personalidades artísticas geniales. El propio
Freud reconoce, en el prólogo que escribió para el estudio de Marie Bonaparte sobre
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E.A. Poe, que posee “un encanto especial estudiar en individuos destacados las leyes de
la vida psíquica humana”.
Aunque entre los psicoanalistas existen opiniones para todos los gustos, la más
autorizada y extendida —la más afín a Freud, por otra parte—, es la que advierte que no
existe relación clara entre neurosis y creatividad, si bien ambos conceptos poseen im-
plicaciones comunes.
I. Paraíso (1993: 98) ha señalado a este respecto que “la teoría psicoanalítica
insiste en la innata capacidad del artista para la sublimación y neutralización del con-
flicto, en su habilidad para manejar con éxito materiales psíquicos peligrosos”, pero en
ninguna parte —y así lo han señalado también Frederick Crews y Jean Starobinski—
Freud ha afirmado la afinidad entre creatividad artística y neurosis. Ambas, creación
artística y neurosis, se originan en un conflicto, pero, mientras la solución a este último
es regresiva y primitiva, ya que las pulsiones reprimidas acceden a una expresión simu-
lada que no satisface ni al propio neurótico, el artista, como ha señalado Frederick
Crews en su artículo “Can Literature be Psychoanalyzed?” (1975), “has the power to
sublimate and neutralize conflict, to give it logical and social coherence through con-
scious elaboration, and to reach and communicate a sense of catharsis”.
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Cfr. AA. VV. (1970), Th.W. Adorno (1970, trad. 1975 y 1983), I. Ambrogio (1975), M. Angenot
(1982, 1982a, 1988), A. Benjamin (1989), W. Benjamin (1973; 1973a, trad. 1988; 1980), C. Bonhôte
(1973), P. Bourdieu (1979, trad. 1990; 1992, trad. 1995), V. Bozal (1972), A. Callinicos (1989, trad.
1995), A. Chicharro Chamorro (1994), E. Cros (1983, trad. 1986), C. Duchet (1979), T. Eagleton (1978,
1981), T. Eagleton y D. Milne (1996), R. Escarpit (1958, reed. 1962, trad. 1968; 1973), R. Escarpit et al.
(1970, trad. 1974), J.I. Ferreras (1980), R. Fowler (1981, trad. 1988), J. Frow (1986), M.A. Garrido Ga-
llardo (1973, 1992, 1996), L. Goldmann (1955, trad. 1968; 1964, trad. 1967; 1970, 1970a), Ph. Goldstein
(1990), A. Gramsci (1977), A. Hauser (1951, trad. 1969), F. Jameson (1981, trad. 1989), A. Jefferson y
D. Robey (1982, reed. 1986), G. Lukács (1920, trad. 1971; 1961, trad. 1966, reed. 1989; 1963, trad.
1974; 1964), E. Lunn (1982), P. Macheray (1966, trad. 1974), M.P. Malcuzynski (1991), M. Bajtín [y V.
Voloshinov] (1929, trad. 1976 y 1977), J.M. Pozuelo (1994), C. Reis (1987), M. Ryan (1982), A. Sán-
chez Trigueros (1996), M. Sprinker (1987), G. della Volpe (1960, trad. 1966, reed. 1971), I.M. Zavala
(1991), M. Zéraffa (1951, 1973), P. Zima (1985). Vid. los siguientes volúmenes monográficos de revis-
tas: Imprévue. Etudes sociocritiques, núm. especial, 1977, Montpellier, Université Paul Valéry; Texte et
idéologie, en Degrés, 24-25 (190-1981); Marxism and the Crisis of the World, en Contemporary Litera-
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Es bien sabido que Marx consideraba que todos los sistemas mentales (ideológi-
cos y axiológicos) son producto y resultado de la existencia económica y social, de for-
ma que los intereses de las clases dominantes determinan el modo en que los seres
humanos conciben su existencia individual y colectiva. En este sentido, la cultura no es
una realidad independiente, sino algo inseparable de las condiciones históricas en las
que, determinadas por una ideología dominante, los seres humanos desarrollan su vida
material. De todo ello se desprendía que los modelos genéricos y canónicos de la litera-
tura se generan socialmente, conforme a los intereses de las clases dominantes.
Bertold Brecht, en Pequeño órgano para el teatro [Kleines Organon für das
Theater] considera que el teatro debe reflejar “las relaciones humanas que se den en la
era del dominio de la naturaleza y, más exactamente, la discordia existente entre los
hombres a resultas de la ingente empresa común “ (P. Szondi, 1978/1994: 125). La ex-
presión de estos contenidos supone para Brecht el abandono de la forma dramática, y la
sustitución de la dramaturgia aristotélica por otra dramaturgia de carácter épico, “no-
aristotélica”. En las Observaciones a la ópera ‘Ascensión y caída de la ciudad de Ma-
hagonny’, publicadas en 1931, sistematiza los desplazamientos entre el teatro dramático
y el teatro épico
ture, 22, 4 (1981); Problemas para la crítica soicio-histórica de la literatura. Un estado de las artes, en
Ideolgies and Literature, 4, 16 (1983); Sociologies de la littérature, en Etudes Françaises, 19, 3 (1983-
1984); Empirical Sociology of Cultural Productions, en C.J. van Rees (ed.), Poetics, 14, 1-2 (1985);
Social Discourse: A New Paradigme for Cultural Studies, en M. Angenot y R. Robin (eds.), Sociocriti-
cism, 3, 2 y 4, 1 (1987 y 1988); Semiótica del diálogo, en en H. Haverkate (ed.), Diálogos Hispánicos de
Amsterdam, 6 (1988); The Sociology of Literature, en Critical Inquiry, 14, 3 (1988); Sociocritique de la
poésie, en Etudes Françaises, 27, 1 (1991); Empirical Sociologye of Literature and the Arts, en Poetics,
13, 4-5 (1992).
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En los Estados Unidos las teorías marxistas han estado influidas fundamental-
mente por la herencia hegeliana de la Escuela de Frankfurt, exiliada en Nueva York
desde 1933 hasta 1950. En un clima francamente adverso para su desarrollo, las ideas
de la crítica marxista se difunden a través de la revista Telos y, en cierta afinidad con
las ideas europeas, a través de la New Left Review británica.
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Cfr. AA.VV. (1981), Abad Nebot, F. (1990), Adams, J.K. (1985), Aguiar e Silva, V.M. (1977, trad.
1980), Albaladejo Mayordomo, T. (1982, 1984, 1986, 1989, 1992), Apel, K.O. (1967-1970, 1973),
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1986; 1978; 1979, trad. 1982; 1983, trad. 1985), Senabre, R. (1994a), Tordera, A. (1978), Verschueren,
J. y Bertucelli-Papi, M. (1987), Villanueva, D. (1984, 1991a). Vid. los siguientes volúmenes monográfi-
cos: Pragmatik und Didaktik der Literatur, en Lili, 9-10 (1973); La pragmatique, en A.M. Diller y F.
Recanati (eds.), Langue Française, 42 (1979); Empirical Studies in Literature, en Poetics, 10 (1981);
Plusieurs pragmatiques, en B.N. Grunig (ed.), Revue de Linguistique,25 (1981); Directions in Empirical
Aesthetics, en Poetics, 15, 4-6 (1986); Reading Practices and Preferences. SOcial and Economic As-
pects, en Poetics, 16, 3-4 (1987).
16
© Jesús G. Maestro · Introducción a la teoría de la literatura – ISBN 84-605-6717-6
niveles de la semiótica o semiología, tal como ha sido asumida en nuestros días (M.C.
Bobes, 1975, 1989, 1991), junto con la sintaxis y la semántica, como disciplina destina-
da al estudio de los signos desde el punto de vista de la relación que establecen con sus
usuarios: “Por pragmática entendemos la ciencia de la relación de los signos con sus
intérpretes” (Ch. Morris, 1938: 52). P. Hartmann (1970: 35) ha recordado a este respec-
to que “el diálogo, entendido como interacción verbal, debería ser la categoría base de
la investigación orientada a los signos y el lenguaje”.
Como teoría de los actos de habla, la pragmática trata de ofrecer una investiga-
ción del habla dialogada desde los presupuestos teóricos derivados de la acción y la
comprensión verbales, de modo que pretende constituir una investigación científica
sobre el lenguaje como actividad que crea nuevos planos de sentido, capaz de transfor-
mar antiguas unidades lingüísticas y antiguos modelos de acción (Austin, Searle).
Las teorías formalistas y morfológicas de fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX son reemplazadas en un momento dado por el predominio de corrientes ocu-
padas en el estudio empírico del uso del lenguaje. El positivismo lógico del círculo de
Viena, que tiene como principales representantes a R. Carnap y L. Wittgenstein, fuer-
temente influido por la obra lógica de A. Tarski, se proponía reducir la filosofía a una
teoría científica de frases lógicas, cuya forma debía ser la misma para todas las ramas
de la ciencia. Surgían así los diferentes programas para el desarrollo de una ciencia uni-
taria. R. Carnap somete la sintaxis discursiva a un estudio de la lógica, al hacer abstrac-
ción de los denotata o designata, y analizar únicamente las relaciones entre las expre-
siones. La lingüística (descriptiva y empírica) se configura de este modo como una in-
vestigación experimental sobre lenguaje, situando a la pragmática en la base de todas
sus operaciones.
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Será preciso considerar en primer lugar algunos de los antecedentes de las poé-
ticas de la recepción. Desde presupuestos fenomenológicos y hermenéuticos, W. Dilt-
hey desarrolla una teoría de la comprensión de los fenómenos culturales, insistiendo en
la dimensión histórica en que se sitúa el sujeto humano en el proceso de conocimiento
del objeto estético.
10
Cfr. AA.VV. (1971, 1983), A. Acosta Gómez (1989), M. Asensi (1987), Auerbach, E. (1958), Cabada,
M. (1994), Castañares Burcio, W. (1994), Chartier, R. (1993, 1995), P. Cornea (1993), D. Coste (1980),
Eco, U. (1979, trad. 1981; 1990, trad. 1992), Gadamer, H. G. (1960, trad. 1989), Gnutzmann, R. (1994),
Groeben, N. (1977), Hartman, G. (1992), Helbo, A. (1985), Hirsch, E. D. Jr. (1976), Hohendahl, P.U.
(1988), Holub, R.C. (1984, trad. 1989), Ingarden, R. (1931, trad. 1983; 1937, trad. 1989), Iser, W. (1972,
trad. 1974; 1972a, trad. 1989; 1975, trad. 1989; 1976, trad. 1987; 1987; 1990), Jauss, H.R. (1967, trad.
1971; 1970, trad. 1986; 1972; 1975, trad. 1987; 1977, trad. 1986; 1981; 1989, trad. 1995), Kibedi-Varga,
K. (1981), Lambert, J. (1986), Mayoral, J.A. (1987), Meregalli, F. (1989), Mignolo, W. (1983a), J.M.
Pozuelo (1994), N. Roelens (1998), Senabre, R. (1994a), Stempel, W.D. (1979, trad. 1988), Stierle, K.
(1975, trad. 1987), Suleiman, S. R. y Crosman, J. (1980), Warning, R. (1975; 1979a, trad. 1989; 1980),
Weimann, R. (1973), Wellek, R. (1985). Vid. los siguientes volúmenes monográficos: Rezeptionfors-
chung, en Lili, 15 (1974); Théorie de la réception en Allemagne, en Poétique, 39 (1979); L’effet de lectu-
re, en Revue de Sciences Humaines, 177 (1980-1981); Théorie et pratique de la réception, en Degrés, 28
(1981); Reception, Reader, Psychoanalysis, en Poetics Today, 3, 2 (1982); Le texte et ses réceptions, en
Revue des Sciences Humaines, 189 (1983); Il lettore: modelli, processi ed effetti dell’interpretazione, en
M. Ferraresi y P. Pugliatti (eds.), Versus, 52-53 (1989).
18
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vamente de su autor, sino de las competencias del intérprete o lector y, de forma muy
especial, del contexto y circunstancias históricas en que se sitúe su interpretación.
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Las obras en que U. Eco expone inicialmente su teoría de la recepción son Ope-
ra aperta (1962 y 1967) y Lector in fabula (1979). Sus estudios sobre la recepción
constituyen un planteamiento de la interpretación de la obra literaria, desde el punto de
vista del lector, que sigue un modelo fundamentalmente semiótico, en el que están pre-
sentes los elementos formales y semánticos de la retórica y la poética literarias, frente a
la visión histórica de H.R. Jauss o a los presupuestos hermenéuticos y fenomenológicos
de W. Iser.
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del conjunto y su consideración panorámica. El presente tema tiene como objeto dar
cuenta de las orientaciones más representativas11.
Peirce concebía la semiótica como una lógica de los signos, en la que distinguía
tres secciones principales: a) Gramática pura: se ocupa de la naturaleza de los signos y
sus relaciones entre sí [equivaldría a la sintaxis de Morris]; b) Lógica: establece las
condiciones de verdad, al ocuparse de las relaciones entre los signos y su objeto [equi-
valdría a la semántica de Morris]; c) Retórica pura: análisis de las condiciones de co-
municación [equivaldría a la pragmática de Morris].
11
Cfr. AA.VV. (1993), T. Albaladejo (1983; 1984; en P. Aullón de Haro [1984: 141-207]; 1990), A.
Alvarez (1981), D.S. Avalle (1970, trad. 1974), R. Barthes (1964a, trad. 1967; 1970, trad. 1980; 1973,
trad. 1982; 1978, trad. 1982; 1984; 1985, trad. 1990; 1993), M.C. Bobes Naves (1973, reed. 1979; 1977;
1977a; 1985, 1989, 1991, 1993a, 1993b), F. Casetti (1977, trad. 1980), J.E. Copeland (1984), J.C. Co-
quet (1982, 1987), M. Corti (1976), G. Deledalle (1987), T.A. van Dijk (1972; 1977, trad. 1980; 1989),
U. Eco (1967; 1968, trad. 1972; 1973, trad. 1976; 1976, trad. 1977, reed. 1988; 1983, trad. 1996; 1984,
trad. 1990; 1985, trad. 1988; 1993a), M.A. Garrido Gallardo (1982, 1984), E. Garroni (1973, trad. 1975),
J. Geninasca (en M. Delcroix y F. Hallyn [1987: 48-64]), A.J. Greimas (1966, trad. 1976; 1970, trad.
1973; 1972, trad. 1976; 1973;1976, trad. 1983; 1990a; 1990b), A.J. Greimas y J. Courtés (1979, trad.
1982; 1990, trad. 1991), T. Hawkew (1977), W.O. Hendricks (1973, trad. 1976), J. Kristeva (1969, trad.
1978, reed. 1981; 1970, trad. 1974; 1972; 1984), I. Lotman (1970, trad. 1978), I. Lotman y B. Uspenski
(1973, 1973a, 1976), I. Lotman et al. (1979), J. Lozano et al. (1989), C. Martínez Romero (1987), L.
Matejka e I.M. Titunik (1976, reed. 1984), W. Mignolo (1978a, 1983), Ch. Morris (1938, trad. 1985;
1946, trad. 1962; 1971; 1985), G. Mounin (1970, trad. 1972), J. Mukarovski (1977, 1977a, 1978, 1982),
H. Parret y H.G. Ruprecht (1985), Ch.S. Peirce (1857-1914, a y b), C. Pérez Gallego (1981), J.M. Pozue-
lo (1994), F. Rastier (1974), J. Romera Castillo (1980, 1981, 1988), J. Romera Castillo et al. (1992 a
1997), F. Rossi-Landi (1972), F. de Saussure (1922, trad. 1980), C. Segre (1977, trad. 1981; 1979, trad.
1990; 1985, trad. 1985), J. Talens et al. (1978), Tz. Todorov (1984, 1987), A. Tordera (1978), J. Trabant
(1970, trad. 1975), F. Wienold (1972), A. Yllera (1974). Vid. los siguientes volúmenes monográficos de
revistas: Semiotik, en Lili, 28-29 (1977); Tópicos actuales en semiótica literaria, en Dispositio, 3, 7-8
(1978); Soviet Semiotics and Criticism. An Anthology, en New Literary History, 9, 2 (1978); Theory and
Methodology in Semiotics, en N. Bhattacharya y N. Baron (eds.), Semiotica, 26, 3-4 (1979); Semiotics of
Culture, en I. Portis Winner y J. Umiker-Sebeok (eds.), Semiotica, 27, 1-3 (1979); La sémiotique de Ch.
S. Peirce, en Langages, 58 (1980); Semiotics and Phenomenology, en R.L. Lanigan (ed.), Semiotica, 41,
1-4 (1982); Semiótica y discurso, en R. Jara (ed.), Eutopías, 1, 3 (1985); Semiotic. Philological Perspec-
tives, en Lía Schwartz (ed.), Dispositio, 12, 30-32 (1987); Greimassian Semiotics, en New Literary His-
tory, 20, 3 (1989); Le discours en perspective, en J. Geninasca (ed.), Nouveaux Actes Sémiotiques, 10-11
(1990); Semiotics in Spain, en J.M. Pérez Tornero y L. Vilches (eds.), Semiotica, 81, 3-4 (1990); Idiolo-
gues et polilogues: Pour une sémiotique de l’énonciation, en J.D. Urbain (ed.), Nouveaux Actes Sémioti-
ques, 14 (1991); History and Semiotics, en W. Brooke y W. Pencak (eds.), Semiotica, 83, 3-4 (1991).
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función que adquiere el signo en cada uno de los procesos de creación y transformación
de sentido, en virtud de la manipulación a que lo someten sus usuarios.
1. Atomismo lógico: Círculo de Viena. El único lenguaje que puede asegurar las
condiciones de verdad y verificabilidad es el que no sobrepasa los enunciados atómicos.
El atomismo lógico se inicia con B. Russell, y alcanza su expresión más representativa
en el Tractatus logico-philosophicus (1921) de L. Wittgenstein. Entre los precedentes
pueden señalarse las críticas de Husserl a los usos sin-sentido de la lengua, y los estu-
dios lógico-semánticos de G. Frege.
2. Sintaxis lógica. Más adelante se admite que las transformaciones de los enun-
ciados atómicos mantienen las garantías de verdad y verificabilidad si siguen unas nor-
mas determinadas (de sintaxis, formación y transformación). Se busca como objetivo
principal superar las limitaciones del atomismo lógico, mediante la liberación del len-
guaje de la vinculación inmediata de su uso. Se pretende, en suma, pasar de la verifica-
ción en la realidad (observación) a la verificación en el discurso (lógica).
4. Semiología. Estudio de los usos del lenguaje y de las normas que los regulan.
A partir del pensamiento de Peirce, Morris reconoce en la semiótica tres niveles funda-
mentales, sintáctico, semántico y pragmático, que en todo sistema de signos correspon-
derían al análisis de unidades formales (que pueden considerarse desde el punto de vista
de su relación distributiva en el sistema y su manifestación discrecional en el proceso),
de valores de significado (que permitiría considerar las relaciones de las formas con la
idea que el ser humano experimenta de sus efectos sensibles), y de relaciones externas
(entre los sujetos que utilizan los signos y los sistemas contextuales envolventes). For-
ma, valor y uso son los aspectos que una concepción tripartita de la ciencia del signo
consideraría en su objeto de estudio.
22
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b) La semántica semiótica estudia las relaciones de los signos con sus denotata
(semántica referencial) y con sus designata (semántica de la significación). La semánti-
ca semiótica admite que el texto artístico es: 1) significante en sus formas y contenidos
(semiótico); 2) no referencial; y 3) sí polivalente.
c) La pragmática estudia las relaciones de los signos con sus usuarios y de este
conjunto con las circunstancias culturales envolventes. La semiología admite que su
objeto de estudio es el signo constituido en sus límites formales, en sus capacidades de
denotación y connotación, y en sus posibilidades de manipulación contextual, al actua-
lizarse en una situación que matiza no sólo su realización formal, sino también la impli-
cación de sus valores referenciales.
12
Cfr. M.H. Abrams (1977, 1989), J. Arac (1989), J. Arac, W. Godzich y M. Wallace (1983), M. Asensi
(1990a), R. Barthes (1970, trad. 1980; 1972, trad. 1973; 1982; 1984), W.J. Bate (1982), J. Baudrillard
(1977, trad. 1978), A. Berman (1988), S. Best y D. Kellnner (1991), M. Blanchot (1955, trad. 1992;
1959; 1969), H. Bloom (1973, trad. 1977; 1975; 1976; 1982; 1988a; 1994, trad. 1995), H. Bloom et al.
(1978), J. Culler (1982, trad. 1984), G. Deleuze (1969), G. Deleuze y F. Guattari (1972, trad. 1973), J.
Derrida (1967, trad. 1989; 1967a, trad. 1985; 1967b, trad. 1971; 1968, trad. 1971; 1971, trad. 1972;
1972, trad. 1989; 1972a, trad. 1977; 1972b, trad. 1975, reed. 1997; 1974; 1980; 1987, trad. 1989; 1988,
1988a; 1989), J.M. Ellis (1989), H. Felperin (1985), M. Ferraris (1986, 1990), M. Foucault (1966, trad.
1985; 196a, trad. 1970; 1969, trad. 1970; 1996), G. Graff (1979), J. Harari (1979), R. Harland (1987),
G.H. Hartman (1970, 1980, 1981, 1984), M. Heidegger (1957, trad. 1988), F. Jameson (1984, trad.
1991), B. Johnson (1980), M. Krieger (1976, trad. 1992), V. Leitch (1982, 1988), F. Lentricchia (1980,
trad. 1990), Ph. Lewis (1982), J.F. Lyotard (1971, trad. 1979; 1972; 1979, trad. 1989), R. Macksey y E.
Donato (1970, trad. 1972), P. de Man (1957, trad. 1971; 1979, trad. 1990; 1986, trad. 1990), J.G. Mer-
quior (1986), J.H. Miller (1982, 1987, 1991), J. Natoli (1987, 1989), Ch.C. Norris (1982, 1988, 1990), P.
Peñalver (1990), C. Peretti della Roca (1989), J.M. Pozuelo (1988, 1992, 1994), M. Ryan (1982), R.
Rorty (1967, trad. 1990; 1979, trad. 1983; 1982; 1989; 1989a), E.W. Said (1983), J. Sallis (1985), M.
Sarup (1988), R. Scholes (1988, 1989), J.K. Simon (1972, trad. 1984), G. Spivak (1987), G. Vattimo y
23
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P.A. Rovatti (1983, trad. 1988), E. Volek (1985), R. Young (1981). Vid. los siguientes volúmenes mo-
nográficos de revistas: Jean-François Lyotard, en Diacritics, 14, 3 (1984); The Lesson of Paul de Man,
en Yale French Studies, 69 (1985); Jacques Derrida. Una teoría de la escritura, la estrategia de la des-
construcción, en Anthropos, 93 (1989); Jaques Derrida. “¿Cómo no hablar?” y otros textos, en Anthro-
pos. Antologías temáticas, 13 (1989).
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que pretende analizar (Sh. Felman, 1977). De este modo, las lecturas previas a las que
se enfrenta cualquier lector no constituyen errores que se deban descartar, ni verdades
parciales que haya que completar con verdades contrarias, sino repeticiones reveladoras
de estructuras textuales, cuya comprensión es resultado de la proyección de determina-
das categorías metodológicas y epistemológicas. La noción de transferencia (J. Lacan,
1973: 133-137) resulta así afín a la de transducción, desde el momento en que aquélla
se entiende como la estructura de repetición que vincula, mediante ciertas transforma-
ciones inevitables, el discurso analizado al sujeto que lo analiza. En este sentido, B.
Johnson ha hablado de la “estructura transferencial de toda lectura”, como una de las
facetas esenciales de la crítica deconstructiva.
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Hay que evitar, una vez más, la imagen de un movimiento homogéneo o esta-
blemente concordante, pues, pese a la afinidad teórica y metodológica, y a su implica-
ción en un mismo marco o modelo histórico (postmodernidad), las diferencias de orien-
tación son aún más notables. El New Historicism ocupa un lugar especial, como movi-
miento que supone una reacción desde la historia de la literatura frente al modo tradi-
cional de ser entendida esta disciplina, y como método que discute, al menos teórica-
mente, el rigor inmanentista de buena parte de la teoría y crítica literarias de las últimas
décadas.
Desde este punto de vista, autores como L. Monroe postulan una doble exigen-
cia, que se traduce en “the historicity of texts and the textuality of history”, desde la que
la relación entre texto e historia, considerada por determinados autores como relación
intertextual, pasaría a ocupar un primer plano muy destacado. Del mismo modo, la in-
13
Cfr. P. Brantlinger (1990), A. Callinicos (1989, trad. 1995), R. Cohen (1989), G. Colaizzi (1990,
1993), M. Coyle et al. (1990), J. Dollimore y A. Sinfield (1985), J. Donovan (1975), T. Eagleton (1995),
C. Geertz (1973, trad. 1989), Ph. Goldstein (1990), S. Greenblatt (1980), G. Gunn (1987), H. Heuermann
(1990), H. Heuermann y P. Lange (1991), L. Irigaray (1990), F. Jameson (1981, trad. 1989; 1984, trad.
1991), B. Johnson (1980), B.P. Lange (1990), V. Leitch (1988, 1992), F. Lentricchia (1983), J.H. Miller
(1982, 1987, 1987a, 1991, 1992), E. Pechter (1987), R. Poster (1989, 1990), K.K. Ruthven (1984, trad.
1990), E.W. Said (1978, 1978a, 1983), R.A. Salper (1991), E. Showalter (1983), G. Spivak (1987), C.R.
Stimpson (1988), G. Turner (1990), H.A. Veeser (1989), M.J. Vega (1993), H. White (1973; 1975; 1978;
1987, trad. 1992), R. Williams (1958; 1977, trad. 1980), K.J. Winkler (1993), I.M. Zavala (1991). Vid.
los siguientes volúmenes monográficos de revistas: Feminist Readings: French Text / American Context,
en Yale French Studies, 62 (1981); The Forms of Power and the Power of Forms in the Renaissance, en
Stephen Greenblatt (ed.), Genre, 15 (1982); Cherchez la Femme. Feminist Critique / Feminist Text, en
Diacritics, 12, 2 (1982); L’écriture féminine, en Contemporary Literature, 24, 2 (1983); Marx after Der-
rida, en M.P. Mohanty (ed.), Diacritics, 15, 4 (1985); New Historicismus, New Histories and Others, en
New Literary History, 21, 3 (1990); M. Bakhtin and the Epistemology of Discourse, en Clive Thompson
(ed.), Critical Studies, 2, 1-2 (1990); A Feminist Miscellany, en Diacritics, 21, 2-3 (1991); Cultural Stud-
ies. Crossing Boundaries, en Critical Studies, 3, 1 (1991); Female Discourse, en Mester, 20, 2 (1991);
Writing Cultural Criticism, en South Atlantic Quarterly, 91, 1 (1992); Loci of enunciation, en W.D. Mi-
gnolo (de.), Poetics Today, 16, 1 (1995); Feminist Theory and Practice, en Signs, 21, 4 (1996).
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