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“¿Crees tú que desde el Estado se puede lograr una política efectiva sobre la salud
mental de la población?”, me espetó hace pocos días un colega joven y comprometido
con el tema. Supongo que la pregunta surgió ante cierta posición crítica de mi parte.
¡Por supuesto que lo creo! Pienso que solamente desde el Estado se puede lograr un
compromiso de la población en todo lo relacionado con la llamada salud mental, y el
emprendimiento de las acciones necesarias para ocuparse de los problemas clínicos,
familiares, sociales y económicos, derivados de los llamados trastornos mentales. Creo
que las pequeñas acciones privadas jamás lograrían un resultado semejante, por las
particularidades propias que limitan su alcance, incluyendo conflictos de intereses en
algunos casos.
Como sea, la salud mental es el argumento que ha conducido a diferentes países, desde
el siglo XIX, a establecer políticas nacionales efectivas, para ocuparse de todas las
formas del malestar psíquico, desde las psicosis hasta todas las expresiones diarias de la
violencia social. Porque la salud mental no se limita a las relaciones entre los psiquiatras
y sus locos: jamás se nos ha ocurrido preguntarnos en qué medida los trastornos de
personalidad de algunos conductores intervienen en los accidentes de tránsito, por
ejemplo. El Ecuador jamás ha tenido un plan semejante, a diferencia de la mayor parte
de países del mundo occidental. No solamente ha faltado por parte de los sucesivos
gobiernos ecuatorianos, sino también del lado de los psiquiatras, de los psicólogos, y de
la sociedad entera.