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The Plan

Applying the principles of beauty I learned as an art student, including centuries-old


rules of facial and body proportion, along with some basic anthropological laws of
human attraction, I drew up a plan based on the following Wish List. Never in a
million years did I ever expect to eventually be able to check off every single one as
a fait accompli!

My Wish List from 1988


I wanted:
A flawless, unlined complexion
Larger, less tired-looking eyes A defined waistline and flat stomach
A small feminine nose To lose my love handles, saddlebags
High cheekbones and cellulite
Fuller, better-shaped lips Thinner thighs and slimmer knees
Perfect white teeth To get rid of flab left over from being
A smaller, more delicate jaw and chin 50 lbs. overweight in the '70s.
To have just the one chin Not to have to wear a lifetime of
To eradicate premature facial wrinkles hardship etched on my face
and acne scarring
BEFORE

“Es necesario que el cuerpo como el alma esté en nuestro poder. El


cuerpo es el instrumento de la forma que se debe dar al mundo y de la
modificación a aportarle. Debemos por lo tanto desarrollar nuestro cuerpo
como un órgano apropiado para todo. Una modificación de nuestro
instrumento es una modificación del mundo”
Novails

EL CUERPO OBSOLETO

Acercarse a un rostro es siempre interpretar signos y escudriñar huellas, intentar


ver, en definitiva, más allá de la superficie. Vemos lo que sabemos de ese rostro,
catalogándolo de manera más o menos rígida según una herencia cultural en
función de la raza, el género, la clase social, etc., de quien lo porta. El rostro es ante
todo un símbolo, que se descifra según los códigos de la dominación.

Pareciera como si desde nuestro origen un impulso innato nos empujara a traspasar
la simple apariencia para adivinar las pasiones, emociones e inclinaciones morales
de nuestros congéneres a través de sus rostros. Ciertamente, las claves para
descifrar la escritura secreta del rostro varían en el tiempo. Quizás nuestros
maestros en esta atávica costumbre de penetración fueron los fisonomistas, que
desde Aristóteles a Lavater, pasando por los filósofos herméticos, presos del delirio
analógico, buscaron semejanzas y parentescos con todo lo que les rodeaba. Ellos
entendieron al hombre, “a su cuerpo y a la posición que ocupa en el espacio físico,
en el contexto de una visión cósmica del universo” donde “todo grano de arena y
cualquier hoja contiene el infinito, donde existen sutiles armonías entre el cuerpo y
el alma, y misteriosas afinidades morales presiden las relaciones entre formas
humanas y animales”

Hoy ya nadie cree que el tamaño de una oreja pueda determinar los valores
morales de un individuo. Al contrario, la superstición fisonómica ha tomado otros
derroteros. ¿Cuáles son hoy los nuevos signos a descifrar? Ciertamente se asocian a
la tecnología digital, la ciencia médica y la ingeniería genética. ¿Qué interrogantes
suscita esa nueva identidad que puede forjarse mediante la alteración a voluntad
de los rasgos de un rostro con un simple programa informático? Se dirá que, al fin y
al cabo, estas variaciones no tienen consecuencias reales. Pero, ¿qué decir de las
improntas, esta vez permanentes, de la cirugía estética sobre los rostros? Ahora son
las emanaciones del Uno capitalista las que se extienden en nuestros rostros y en
nuestras almas/subjetividades. No olvidamos que las remodelaciones en la
apariencia del rostro, a través de la cirugía plástica, se soportan como una forma de
inclusión en el modelo dominante, ni que la uniformidad de rasgos que implica está
asociada a la personalidad plana, siempre feliz, siempre joven, que el sistema
reclama, pues la promesa de crear la propia identidad es mera ilusión: rostros
intervenidos, rostros domeñados. No deja de sorprender que, al tiempo que la
especie humana va reduciendo su variedad, aumenta el número de especies
vegetales y animales en vías de extinción, todas aquellas con las que los
fisonomistas enlazaban sus analogías. Y es que al menos éstos perseguían la unidad
del hombre con el cosmos. Muy al contrario, la superstición de la economía funciona
como una magia negra que todo lo consume y desintegra

Finalmente, es la ingeniería genética quien nos oferta el rostro del futuro,


asegurando que llegará el momento en que los rostros humanos podrán ser
programados en el laboratorio.

Para demostrar sus teorías sobre el “ángulo facial” o la “línea de la animalidad”, los
modernos fisonomistas (Le Brun, Camper, Lavater) desplegaron en sus dibujos una
serie de perfiles de criaturas muy diversas donde afloraba la escala evolutiva
completa (por ejemplo, la metamorfosis de una cabeza de rana en Apolo, donde
Lavater quería demostrar su teoría de la evolución: cuanto más perfilado el rostro,
más irracional su portador), creando toda una serie de seres intermedios, híbridos
entre el animal y el hombre, criaturas de rostros inquietantes que mostraban hasta
qué punto es frágil el umbral que separa lo humano de lo animal. Un desasosiego
similar despiertan ciertas experiencias artísticas extremas que ponen en conexión
cuerpo y tecnología. Tal es el caso de las “acciones quirúrgicas” que la artista
francesa Orlan desarrolla y que tienen por objeto su propio cuerpo, y, más
concretamente, su rostro. Sus performances consisten en someterse en vivo a
cirugías plásticas del rostro con las que busca la definición de formas alternativas
de subjetividad femenina construidas a base de yuxtaponer en su propio rostro
distintos ideales de belleza: en sucesivas intervenciones ha ido adquiriendo la
frente de la Gioconda, la barbilla de la Venus de Boticelli, la nariz de una Diana de la
escuela de Fontainebleau…Su propósito es denunciar cómo la imagen de la mujer
ha estado sometida a una construcción estética en la que ella nunca fue la
protagonista. Una muestra de que no utiliza la cirugía plástica como forma de
embellecimiento o rejuvenecimiento fue su séptima operación, en la que le fueron
implantadas en las sienes, a modo de cuernos, unas prótesis que habitualmente se
utilizan para realzar los pómulos. El próximo “guiño irónico al patriarcado” será
construirse una enorme nariz maya en Japón….
La visión del resultado final no puede hacernos sino recordar las metamorfosis, ya
citadas, ideadas por los fisonomistas, y situar el rostro de Orlan entre una de esas
hibridaciones, pero no ya entre el animal y el hombre, sino entre éste y ese nuevo
prototipo que promete la ingeniería genética. Un rostro, es cierto, sobre el que
podremos ejercer, como hace Orlan, nuestro derecho a construir la imagen propia
-el derecho de propiedad sobre nuestra apariencia-, pero nada más quimérico que
crear una identidad a la carta cuando en el actual sistema no somos dueños ni de
nuestra propia subjetividad. En realidad, el rostro de Orlan nos enfrenta a la
contemplación, nada tranquilizadora, del camino hacia esa nueva raza o género,
que ya no es humano, sino posthumano -quizá mezcla de hombre y cyborg
precursor del rostro venidero: he aquí el rostro del futuro.

El cuerpo del sujeto contemporáneo se ha convertido en mercancía y, como tal,


ha quedado sometido a la lógica del mercado. El valor de la imagen corporal se
ha ido acentuando al amparo del modelo visual generado por las tecnologías de la
imagen. Este prototipo de belleza hegemónico es el signo del individuo en la
sociedad occidental, el cuerpo de la ingeniería genética y de la cirugía estética.
Afín a la vertiginosidad de los cambios, no es casual en la posmodernidad la
imposición del artificio en materia estética: la cirugía es el procedimiento más
veloz para alcanzar la metamorfosis corporal. Pero el canon de belleza física está
más cerca del mutante de laboratorio: exceso, desmesura, trazos gruesos, estos
rasgos agitan en el imaginario social el instinto irrefrenable del deseo
insatisfecho. El cuerpo se ha liberado de las cadenas del alma, pero ha perdido la
batalla a manos del mercado.

En la sociedad de consumo actual asistimos a una nueva lógica que plantea una
doble inversión: mientras los objetos se humanizan –y, en muchos casos, se
divinizan- el individuo contemporáneo deviene mercancía.

Su cuerpo, desacralizado y desidealizado, ha adquirido un nuevo valor en el


imperativo social: se ha convertido en una cosa más, en un utensilio, un objeto
sometido a las propias leyes del mercado. Y, como tal, está en condiciones de ser
vendido, explotado, manipulado, derrochado, remodelado o refaccionado, de
acuerdo a las pautas que regulan los deseos y los dictados de la cultura. El sujeto
contemporáneo ha exiliado su instinto para quedar en manos de un deseo que lo
conduce, lo orienta y lo organiza. Pero ese deseo carece de autonomía, está de
alguna manera impulsado y condicionado por la lógica del mercado, que impone
sus propios parámetros y criterios de valor.
Una de las paradojas de nuestra época es la idea de la liberación del cuerpo:
alejado del imperativo moral, ha sido despojado de las cadenas del alma, el orden y
la armonía que rigieron los cánones de la antigüedad. Pero esa liberación ha
resultado ser una entelequia impulsada por las fuerzas del mercado, cuya lógica
considera al cuerpo un valor signo en el que poder “invertir narcisísticamente”,
como afirma Baudrillard.

“Somos libres –sostiene Beatriz Sarlo- Cada vez seremos más libres para
diseñar nuestro cuerpo: hoy la cirugía, mañana la genética, vuelven o volverán
reales todos los sueños (…) Somos libremente soñados por las tapas de las
revistas, los afiches, la publicidad, la moda. La cultura nos sueña como un cosido
de retazos”. Si existe un cuerpo liberado que encuadra en aquella lógica es el
cuerpo ideal, el cuerpo joven y hermoso, sin ningún problema físico. Ese cuerpo
ideal, el que no sufre, no siente, no envejece ni muere es, en definitiva, el
artificialmente natural: aquel en el que se invierte. Para eso, se ha creado la
necesidad de purificar, aseptizar, estirar, decolorar, vale decir, culturizar el
organismo en estado bruto. La lógica del mercado, en definitiva, obliga a construir
un organismo adulterado, descafeinado y desnatado o, como decía Paul Virilio, un
telecuerpo que permita no ser, sino aparecer más guapos [.

En los últimos años, miles de mujeres japonesas se han operado los ojos
para parecerse a las occidentales, prueba de la pérdida de la identidad a manos
de la conversión del individuo en objeto, sometido a leyes mercantilistas. Deseo,
liberación, ilusión: no puede hablarse de libertad cuando se le permite a uno
hacer lo que desea, pero se le lleva a desear lo que interesa que desee [. En ese
sentido, sólo habrá liberación del cuerpo cuando haya desaparecido la
preocupación por él ]. Lo cual parece una utopía en una sociedad en la que sólo lo
que se observa lleva implícito algún grado de relevancia.

la imagen hoy ha multiplicado su valor, el cuerpo –sostiene Vicente Verdú


]- aparece como la única forma de transacción con los otros y la vía de
identificación con nosotros mismos. El alma –como símbolo de la belleza del
espíritu- ha cedido paso al valor vinculado a la imagen corporal, una nueva y
eficaz herramienta para hallar la perfección personal y existencial. Este valor se
ha ido gestando y acentuando al amparo del modelo visual generado por las
tecnologías de la imagen, desde la fotografía y el cine hasta la televisión e
Internet. Estos medios han forjado los cánones estéticos, los patrones de belleza
corporales contemporáneos: ellos cimientan y divulgan las fórmulas y los
métodos, sostienen y profetizan el credo de las apariencias.

Consumo cosmético compulsivo, obsesión por las dietas, adicción a las cirugías. La
lógica del mercado apunta al corazón de la sociedad narcisista y su mundo de
sueños e ilusiones. Cualquier recurso es válido para intentan siquiera alcanzar el
prototipo de belleza hegemónico que impone el mercado a través de los medios de
comunicación. La sociedad no ignora que ese canon que se propone como
paradigma de hermosura es “el resultado de múltiples manipulaciones cosmético-
quirúrgicas, pero aún así el mercado de las apariencias obliga a admirar la imagen
reconstruida de una belleza estandarizada, eternamente joven e imposible.
Si los parámetros de belleza han sido impersonalizados, adquiriendo un status de
objetividad, existe una renuncia deliberada al cuerpo propio, imperfecto y diferente,
para subordinarlo a la lógica de la no diferenciación, “aunque el costo sea morir un
poco para volver a renacer de la mano de las tecnologías que promueven la
clonación de las apariencias y la producción de estereotipos”

la cirugía cosmética constituye el procedimiento más veloz y eficaz para


lograr la metamorfosis del cuerpo de acuerdo a la pauta hegemónica de belleza.
Asistimos a la era proteica, artificial, a los tiempos del devenir de los nuevos
mutantes, fabricados en serie en la profilaxis de los quirófanos, a través de una
estética clínica que acerca a la máquina y aleja al cuerpo bastardo y perenne.
Después de la cirugía y la genética, el artificio se volverá, paradójica y
definitivamente, natural.

El canon de belleza inducido está muy cerca del mutante de laboratorio.


Por supuesto que los hombres y mujeres siempre quisieron parecerse a sus
estrellas de cine o de TV favoritas, pero “hay algo escalofriante en cómo los
pacientes ven hoy a Pamela Anderson, una consumidora obvia de cirugía estética,
como un paradigma de belleza” . Pómulos levantados, ceja altas, senos grandes y
labios carnosos; músculos y caras perfectas: puro cuerpo, centímetros perfectos
en el lugar exacto. El triunfo de la superficie constituye el lugar del artificio y la
apariencia, que no libera ni resuelve conflictos existenciales y sí los oculta y los
simula. Paradoja de la época: la imagen de perfección, que no es más que un
artefacto soñado de seducción, no hace más que postergar la realización
existencial de los seres en la sociedad occidental, la plenitud física artificial vacía
de contenido al individuo, lo aísla en su interioridad. Acaso pase de ser un cuerpo
perfecto frente a la soledad de su propia contemplación en el espejo, la imagen
narcisista contemporánea en estado puro.

Como bien apunta Lourdes Ventura, “resulta una triste paradoja que las formas
irreales/ideales de la muñeca Barbie sean las que llevan cuarenta años impresas en
el inconsciente de varias generaciones de mujeres (…) Si la Barbie fuera humana
ostentaría unas medidas imposibles: 100-45-80, no tendría la menstruación a causa
de su delgadez y padecería trastornos psicofísicos de todo tipo. La obsesión por
unos patrones estéticos artificiales no hace más que recordarnos que la muñeca
Barbie ha triunfado sobre la realidad”
Así, la belleza, modificado su ideal armónico y trascendente, se ha convertido en
espejismo, en simulación. Una modelo, trasfigurada por las cámaras, constituye la
efigie perfecta de la seductora de la que habla Baudrillard: “Sin cuerpo propio, se
vuelve apariencia pura, construcción artificial donde se adhiere el deseo del otro”

La conversión del cuerpo en mercancía ha tenido su correlato en ciertos temas y


soportes seleccionados por el arte de las últimas décadas: uno de los casos más
extremos es el llamado body art, un género nacido en los años ’60 y centrado en
realizaciones artísticas que privilegian acciones revulsivas como mutilaciones,
heridas, lesiones, marcas e incisiones corporales.

Cybergrrls, webgrrls, riot grrls, guerrilla girls, bad grrls.

Una de las más populares rebeliones feministas practicada por las mujeres en
Internet es el cybergrrl-ism, en todas sus variantes. Con un registro frecuentemente
irónico, paródico y agresivo, abarca un conjunto de manifestaciones de la mujer
articuladas en el ciberespacio: desde listas de correo y chat hasta prácticas
artísticas y publicaciones de ciencia ficción, cyber-punk y pornografía; desde
proyectos contra la discriminación y manifiestos sobre la libertad sexual hasta
espacios de autopromoción artística y servicios de empleo y de cita

A partir de estas prácticas surgió un nuevo conjunto de representaciones subjetivas


femeninas que se pretenden más positivas y complejas que las imágenes sexistas y
estereotipadas que circulan en Internet y en los medios masivos en general. Se
vislumbran nuevas representaciones del cuerpo y la subjetividad teñidas de crítica
social explícita: avatares feministas, cyborgs femeninos superdotados sexualmente,
fusión de géneros, hibridismo.

Desde las líneas más radicales del ciberfeminismo se considera a la actividad de


las cybergrrls como meras manifestaciones separatistas sin compromiso teórico-
crítico o político alguno. Las voces más críticas se alzan en contra del delirio
iconoclasta que tiñe estas manifestaciones que, a menudo, acaban en la
construcción de un estereotipo fetichizado –en el que convergen la pornografía, el
lesbianismo, la androginia y una carga sexual agresiva– tan dogmático y sexista
como aquellos que intentan destruir

Sin embargo, a través de la repetición y, especialmente, la fragmentación de las


imágenes tradicionales de la mujer, tales clichés pierden valor. Todas las variantes
de seres híbridos pueden desestabilizar el viejo binomio masculino-femenino.
Puesto que la dicotomía de género es uno de los principios organizadores primarios
de la sociedad, la diversidad, apertura y ambigüedad de las categorías que estas
representaciones suponen tienen un gran potencial subversivo.

Las representaciones del pop

Femme fatale, vampiro, monstruo, superbitch, alien, robot.

"Who’s that girl?", pregunta Madonna a un público confundido que la ha visto


construir, erosionar, agotar y renovar su/s imagen/es indefinidamente, desde la
estrella porno de los comienzos hasta su resurrección de Marilyn Monroe, el
insolente guiño de sadismo de Human Nature y la cow-girl de nuestros días.
Ninguna de estas representaciones se pretende fija: sólo se inscriben en una
contínua mimesis que supone la apropiación, la fusión y la recirculación de todas las
imágenes estereotipadas ligadas a la mujer a lo largo de la historia.

Fue a partir del pop que el hibridismo y la androginia se consolidaron como modo
de representación. Explotando al máximo las posibilidades del “look”, el maquillaje
y los efectos especiales del videoclip (y, en ocasiones, recurriendo a la intervención
directa sobre la naturaleza del propio cuerpo a través de la cirugía plástica y los
implantes), comenzaron a circular en ese entonces el joven David Bowie con sus
piernas depiladas y hot pants; la robotizada y musculosa Grace Jones; la imagen a
la vez erótica y asexuada, femenina y masculina, blanca y negra de Michael Jackson
o Prince, expresando la utopía de un tercer sexo y una tercera raza .

Las representaciones del pop pretendían ser una provocativa demostración de la


artificialidad imperante, haciendo del cuerpo un espectáculo grotesco que, al mismo
tiempo que desafiaba lo “natural”, ponía de relieve el carácter vacío y repetitivo de
las imágenes del consumismo. Utilizando sus cuerpos y su apariencia externa, estas
figuras dieron nuevos significados al concepto y la representación de la diferencia
sexual, y significaron el arribo del estilo como forma de resistencia subcultural
-utilizado, entre otros, por el movimiento punk, uno de los principales antecedentes,
y componentes, de las nuevas representaciones ciberfeministas.

La manipulación de imágenes –representaciones-, sin necesidad de alteraciones del


cuerpo físico, parece lo más coherente si se propone subvertir las estructuras de
género vigentes, dado que éstas son culturales y no están determinadas por la
configuración biológica. Hoy los cuerpos –las imágenes del cuerpo- inundan la red,
exponiendo una nueva forma de concebir -y actuar en- el mundo y sus “realidades”
a veces irreconciliables.

(La imagen de) El cuerpo en la red

Obsoletos, cyborgs, tecno, porno, eróticos, metamorfoseados,


recombinados, fantasmas, virales.

Muchos de los cuerpos que circulan en Internet no son más que imágenes
mercantilizadas de la sexualidad (particularmente de la sexualidad femenina y
“alternativa”), presentadas sin recontextualización crítica alguna. No obstante,
existe una gran cantidad de representaciones que intentan dar cuenta de las
nuevas y complejas condiciones sociales, culturales y económicas creadas por las
tecnologías de la globalización.

A través de estas imágenes se hace visible cómo hombres y mujeres de todo el


mundo son afectados por las nuevas tecnologías de la comunicación, la
tecnociencia, y la globalización capitalista. Son frecuentes las representaciones de
mujeres como databodies , como la encarnación del deseo fetichista por la
información, y del cuerpo tecnologizado a través de dispositivos “protésicos”,
inserto en la paranoia creada por las nuevas tecnologías.
Quizá una de las imágenes más esclarecedoras en este línea sea el cyborg de
Donna Haraway , un cuerpo tecnológico altamente desarrollado, un híbrido entre
máquina y organismo en el que convergen lo biológico y lo tecnológico, lo espiritual
y lo genético, lo femenino y lo masculino. A los ojos de algunos, la imagen del
cyborg puede parecer una más de las fantasías apocalípticas del cine de ciencia
ficción; sin embargo, en tanto criatura de ficción, el cyborg es, ineludiblemente, una
criatura de la realidad social. ¿O acaso la realidad social no es nuestra más
importante construcción política, una ficción transformadora del mundo?

La paradoja de la “realidad” social revela que no hay nada inocente ni inocuo en


esta y otras imágenes de nuestros cuerpos que hoy circulan en la red. Emergen
como conciencias, desafiando las posiciones dogmáticas, parodiando y
transgrediendo no sólo la dicotomía de género sino todas las concepciones binarias
que imperan en la cultura occidental: mente/cuerpo, sujeto/objeto,
naturaleza/cultura.

My Procedures List
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