You are on page 1of 2

Dar la mano, meter el dedo

22 de abril de 2018 • Opinión > tecnologia


Distancia. Lo digital ha pasado a ser una métrica de la amistas. (La Voz)
La cultura digital nos ofrece una cercanía que puede atravesar miles de kilómetros e inclusive
el tiempo.

La velocidad del siglo 21 está dada por la tecnología. Hoy son habituales las utopías y, casi por
igual, las distopías que hace pocos años parecían de ciencia ficción: existen autos que
estacionan solos y en muchos países andan a pilas.

Podemos hacer videoconferencias gratuitas con personas cuya ubicación en el globo nos
resulta desconocida, y una suerte de inteligencia artificial llamada Siri responde preguntas.
Cualquier pregunta imaginable.

Entre tanto avance, hay perdedores, y la mano es el caso, ya que sufrió un gran desprestigio en
beneficio del dedo. Ciertamente, la omnipresente cultura digital nos recuerda que del término
indoeuropeo deik se desprende digitus (dedo) y dicere (decir).

Desde la perspectiva del dedo contamos, por ejemplo, nuestros amigos en Facebook. Estos
pasan a ser números al momento de recibir reportes automáticos –eso sí, llenos de globitos–
sobre cuánto afecto hemos intercambiado con un amigo al que “le gustaron 65 posteos tuyos”
o coincidió contigo en “40 eventos”.
Por muy lamentable que suene, es posible que con ese amigo estemos más conectados en
Facebook o WhatsApp que en la vida real.

Estas amistades contadas no están narradas, lo que supondría un relato más descriptivo y
poético. Sencillamente se han cuantificado e integran una fría estadística acumulada en alguna
parte del Big Data. Allí no se encuentran elementos calificativos, como aquel asado que nos
comimos, sino que todo es mensurable y valorable.

Podemos decir, inclusive, que algunas amistades nos esclavizan porque los mensajes llegan
cargados con la exigencia de una respuesta que puede abrumarnos.

Así las cosas, el celular y las amistades que administramos desde allí nos acompañan en
cualquier espacio y tiempo, lo que hace que las relaciones digitalizadas se conviertan en
obligaciones e invadan nuestros horarios más privados, nuestras visitas al baño o interrumpan
posibles encuentros entre humanos de carne, hueso y sonrisas imperfectas, pero hermosas. Lo
digital ha pasado a ser una métrica de la amistad.

En este tiempo contado y no relatado, esta columna puede ser una excepción e incluir una
historia: mi amigo Manolo y yo fuimos al mismo colegio secundario hace tantos años que
entramos y salimos sin habernos llamado nunca por teléfono celular.

Por el contrario, nuestra amistad se basaba en la vereda y comenzaba cada mañana cuando
nos tomábamos el mismo colectivo.

En aquel tiempo, al encontrarnos en la parada, nos saludábamos con un apretón de manos.


Como cowboys que demuestran no tener un arma en la diestra, como caballeros medievales
recorriendo un bucólico camino sinuoso, estrechábamos las manos para empezar el día
solidariamente. Extendiendo esa idea a la actualidad: me gustan las personas que dan la mano
grande y con decisión; me gusta entrelazar la mano de mi esposa y me encanta darles la mano
a mis hijos para cruzar la calle.

Tal vez todo esto importe porque darle la diestra a alguien, desde tiempos inmemoriales,
garantizaba que la espada quedaba inocua y suponía una ceremonia pacifista.

Pasaron unas décadas y el amigo al que le daba la mano cada mañana se fue a vivir a Australia.
Para estos casos, la cultura digital nos ofrece una cercanía que puede atravesar miles de
kilómetros e inclusive el tiempo: le llamarás gratis por WhatsApp hoy y te atenderá mañana,
debido a los husos horarios. Pero todo será con los dedos, ya que su mano, esa interfaz entre
el cerebro y el cosmos, permanecerá ajena y distante.

Byung-Chul Han, el filósofo que todos leemos este año porque Rubén Goldberg nos indicó, dice
que la mano conecta con el ser, que hace los gestos. Y agrega: el pensamiento es una mano de
obra.

Caminás por un mar de mensajes, como un llanero solitario muy acompañado –de nadie–, y
esperás que alguien te reciba con una mano amiga que despeine las tristezas, como la que te
saludaba cada mañana de muchos días de tu vida.

Mandás mensajes, recibís emoticones y te das cuenta de que este texto no es –como
prometiste– sobre la cultura digital, sino que habla de la amistad.

* Secretario de Cultura de la Municipalidad de Córdoba

You might also like