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Vida, muerte y resistencia

en Ciudad Juárez
Una aproximación desde
la violencia, el género y la cultura
Salvador Cruz Sierra
(coordinador)

Vida, muerte y resistencia


en Ciudad Juárez
Una aproximación desde
la violencia, el género
y la cultura

El Colegio de la Frontera Norte


Juan Pablos Editor
México, 2013
Vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez : Una aproximación desde la violen-
cia, el género y la cultura / Salvador Cruz Sierra, coordinador. — Tijuana : El
Colegio de la Frontera Norte ; México, D. F. : Juan Pablos Editor, 2013.
454 p. ; ilustraciones , 14 x 21 cm

ISBN: 978-607-479-113-6 (El Colegio de la Frontera Norte)


ISBN: 978-607-711-192-4 ( Juan Pablos Editor)

1. Mujeres – Crímenes contra – México – Ciudad Juárez 2. Violencia – Mé­


­xico – Ciudad Juárez 3. Ciudad Juárez, Chihuahua – Condiciones sociales – Siglo
XXI. I. Cruz Sierra, Salvador. II. Colegio de la Frontera Norte (Tijuana, Mé­
xico). III. Juan Pablos Editor (México, D. F.)

HV 6250.4 .W65 V53 2013

Primera edición, 2013

D. R. © 2013, El Colegio de la Frontera Norte, A. C.


Carretera escénica Tijuana-Ensenada km 18.5
San Antonio del Mar, 22560, Tijuana, B. C., México
<www.colef.mx>
ISBN 978-607-479-113-6
D. R. © 2013, Juan Pablos Editor, S. A.
2a. Cerrada de Belisario Domínguez 19,
Col. del Carmen, Coyoacán, 04100, México, D. F.
<juanpabloseditor@gmail.com>
ISBN 978-607-711-192-4

Coordinación editorial: Óscar Manuel Tienda Reyes


Diseño editorial, formación y corrección: Juan Pablos Editor
Imágenes de portada: Luis Iván de Anda López, Sin título
y Gerry, Podek y Mou, México. Mural ubicado
en Panadería Rezizte. Espacio Cultural Alternativo.
Calle Michoacán 200, Col. Salvárcar, Cd. Juárez
Diseño de portada: Mariela Paniagua

Impreso en México/Printed in Mexico


Reservados los derechos
Juan Pablos Editor es miembro de la Alianza
de Editoriales Mexicanas Independientes (aemi)
Distribución: Tinta Roja <www.tintaroja.com.mx>
Índice

Introducción
Salvador Cruz Sierra 11

Primera parte
Factores estructurales y estructurantes
de la violencia

Perversión y violencia en la estructura social


(ética y justicia contra dinero y mercado)
América Espinosa 25
Misoginia y Ciudad Juárez. Sobre los efectos miméticos
y contagiosos de las formas violentas
Susana Bercovich 39
Identidades infanto-juveniles: pandillas transnacionales
Alfredo Nateras 57

Segunda parte
Espacios y cuerpos de las violencias en Juárez

Juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera


José Manuel Valenzuela 91
Ciudad Juárez: militarización, discursos y paisajes
Héctor Padilla 105

[7]
8 índice

Ciudad Juárez. Sobrevivir: vidas superfluas


y banalidad de la muerte
Julia Monárrez 143

Tercera parte
Género y violencia falocéntrica

El terrorismo de Estado y la violencia falocéntrica letal


Guadalupe Huacuz 175
La gestión emocional de la violencia
María Jesús Izquierdo 189
¡Ni una más! ¿Traiciona al feminismo la lucha
contra el feminicidio?
José Manuel Valenzuela 221
El sistema de significación “víctima-victimario”
como base de la violencia de género
Víctor Ortiz 251
Hombres, masculinidades y violencia de género
Raewyn Connell 261
Mediatización/contramediatización
de la violencia de género
Cynthia Pech 281

Cuarta parte
La violencia en la producción literaria
El narcothriller nacional en Balas de plata
de Élmer Mendoza
Aileen El-Kadi 303
La novela antidetectivesca como protesta social
Alicia Gaspar de Alba 331
Crimen y castigo en Ciudad Juárez.
Apuntes para una aproximación
a la poética narrativa de Arminé Arjona
Rocío Mejía 357
índice 9

La violencia en la literatura: desde Homero hasta Bolaño


Elisabeth Ladenson 377
Apuntes para desmenuzar los significados
profundos del patriarcado.
Presentación de Making a Killing. Femicide, Free Trade,
and la Frontera (editado por Alicia Gaspar de Alba
y Georgina Guzmán)
Mariana Berlanga 393

Quinta parte
Colectivos y el quehacer cultural
contra la violencia

La cultura como mediadora en situaciones de violencia


Alí Mustafá 409
Hacia la democratización del ejercicio y disfrute cultural.
Notas breves para documentar lo no documentado:
una política cultural del, para y con el municipio
de Juárez
Martha Miker y Alejandro Arrecillas 425
Conectarte: diez años de colectivos y comunidad
en Ciudad Juárez
Kerry Doyle 441
Arte-activismo, violencia y redes sociales
Cynthia Pech 449
Introducción
Salvador Cruz Sierra

Los entramados del poder, el efecto mimético de la


violencia, los fenómenos de contagio, la condición
vulnerable de su objeto, la pregunta siempre vigente
por esa singular misoginia, son algunas de las
cuestiones que animan estas jornadas.
Si “los extremos muestran el centro”,1 hoy, Ciudad
Juárez es una pregunta abierta, lanzada al mundo.
El acto de recibir la pregunta por la violencia, allí
donde ésta se presenta, es también un modo de “¡stop!”,
una invitación a incidir sobre esa violencia.
Susana Bercovich, 2011

Este libro es producto de la jornada académica, artística y cul­


tural Vida y Resistencia en la Frontera Norte. Ciudad Juárez en
el Entramado Mundial. Esta actividad fue llevada a cabo en El
Colegio de la Frontera Norte en Ciudad Juárez en octubre de 2011.
El espíritu de esta jornada fue de vincular la actividad académi­
ca con la producción artística y cultural local, con énfasis en la
situación de violencia social, criminal y homicida que se agudi­
zó en esta ciudad a partir de 2008. Juárez como foco de atención
y ente emblemático de la violencia social, generalizada en el terri­
torio nacional, se constituyó como un crisol donde se funden y
entretejen diversas violencias, estructurales y dinámicas, indivi­
1
Leo Bersani.

[11]
12 salvador cruz sierra

duales, interpersonales y colectivas por ello se tornó un caso pa­


radigmático. Pero Ciudad Juárez también se muestra como una
sociedad que lucha y resiste los embates de la misma violencia.
Hombres, mujeres, niños(as), jóvenes, ancianos que conforman
esta sociedad encarnan en sus propios cuerpos los factores estruc­
turales de la violencia, a partir de su condición de género; también
son quienes transforman y resignifican su dolor y realidad a tra­vés
de diversas prácticas que devienen en una acción política, como la
actividad cultural que desarrollan tanto individuos como colecti­
vos en el ámbito del nivel comunitario. Por ello, nuestra mirada
hacia la violencia más cruel y lacerante, pero también hacia la más
im­perceptible, es a partir del género, la sexualidad y la cultura, in­
clui­da dentro de ésta la producción artística, tomando como punto
de referencia a Juárez para llevar el análisis a un pensamiento que
trasciende las fronteras y nos interroga por la violencia en el mundo.

Juárez en el entramado mundial

Ciudad Juárez, como un caso que responde a políticas locales,


na­cionales e internacionales, se erige como una ciudad emblemá­
ti­­ca de la impunidad que sucumbe a los efectos devastadores de
los ca­pitales financieros, al crimen organizado transnacional, a la
co­rrupción de los gobiernos y de la clase política, por ello se en­
mar­­ca en el entramado mundial. Territorio fronterizo, ilegalidad,
precarización social, marginalidad, segregación y abyección, se
en­tre­cruzan con afectividad, sexualidad, configuración de género,
pero también con formas de vida y resistencia que emergen como
elementos inherentes de la condición humana. Elementos que
dan sentido y configuración a formas particulares de interacción,
de so­ciabilidad, de distinción entre lo uno y lo otro, y que a su vez
son producto y condición de la violencia encarnada en individuos,
grupos e instituciones que se padece en esta frontera. Dos ciuda­
des contiguas: Juárez y El Paso. Sobre Juárez recae el estigma de
ciudad permisiva para la droga, la prostitución y la criminalidad;
ideas que son reforzadas por la aguda violencia perpetrada por el
introducción 13

crimen organizado en las dos últimas décadas, lo que le ha he­


cho ganarse el título de la más peligrosa no sólo de México, sino
del mundo, mientras que El Paso llegó a ser considerada una de las
ciudades más seguras de Estados Unidos.
Las fronteras geográficas que marcan territorios en su sentido
más material, delinean y establecen límites espaciales más o me­nos
claros; sobre ellas se construyen muros que se presumen in­móvi­
les e impenetrables, sin embargo, dichas fronteras parecen ser más
flexibles y porosas de lo que aparentan, pues por sus orificios tran­
sitan indocumentados, drogas o armas. Por otra parte, la fron­te­
ra permite la construcción de sujetos sociales que reencarnan
identidades sociales y sexuales diversas, transitoriedad y desplaza­
miento de deseos, identidades y prácticas que se mueven y cru­zan
desde la norma heterosexual más convencional hasta la disidencia
sexual más notoria.
En la extrapolación del sentido de “frontera” de la geografía a
lo psíquico nos habla de la recreación de la subjetividad en los bor­
des que delinean los límites entre lo mismo y lo distinto, entre
el self y lo “otro”. La estrecha relación entre el par identidad/al­
teridad no necesariamente significa homogeneidad de uno y otro
lado, ni tampoco una disociada u opuesta visión identidad per­
sonal/identidad social, sino una pluralidad en la singularidad y
una reciprocidad de miradas. En este sentido, la frontera marca una
línea divisoria que a su vez da forma a múltiples rostros, heteroge­
neidad de espacios, diversidad de estilos de vida y, por ende, va­
riedad de sujetos sociales que significan de forma particular su sí
mismo.
La multiculturalidad y pluralidad de identidades, experiencias
y realidades se han velado ante el rostro de la violencia ruin, y aun­
que es difícil establecer delimitaciones cerradas donde se circuns­
criban espacios, sujetos y prácticas unívocas o generalizables, pues
muchas veces éstos se sobreponen, la tendencia común ha con­
figurado a Ciudad Juárez como la cara de la ilegalidad, decadencia
y perversidad, lo que ha reforzado el estigma que desde hace más
de un siglo recae sobre la ciudad. Si bien la violencia social pue­de
ser vista como el producto de una “relación social particular de con­
14 salvador cruz sierra

flicto” (Carrión, 2003:53), que se entreteje en las relaciones en que


se encuentran inmersos grupos y personas en un contexto eco­
nó­mico, político, histórico y cultural específico, también es cier­to
que los intereses y políticas externas llegan a generar condi­
cio­nes que posibilitan el problema de la violencia.
La condición histórica y la singularidad coyuntural que ca­
racteriza a la actual situación de Ciudad Juárez han hecho que se
le perciba como un problema local, sin embargo, por la enverga­
dura y el exhibicionismo de la violencia e impunidad prevalecien­
te se evidencia su interdependencia con otros niveles y regiones. Si
bien la ubicación geográfica es estratégica y marca particularida­
des del fenómeno, las redes que se forjan trascienden los terri­
torios. Desde el agotado discurso que justifica la llamada guerra
contra el crimen organizado, emprendida por el gobierno federal,
que plantea los múltiples asesinatos como una consecuencia de
la lucha de los cárteles por los territorios, sin dejar de reconocer
que es relevante el control geográfico y funcional de un territo­
rio por parte del crimen organizado y que dicho ejercicio tiene una
base política, económica y social local (Serrano, 2005:37), la sim­
pleza y el reduccionismo con que se le plantea obvia el entrama­
do entre los intereses del mercado global y el crimen empresarial
ilegal transnacional.
Bauman (2006:114) señala que “los lugares ya no protegen,
no importa cuán fuertemente armados y fortificados estén. La
fuerza y la debilidad, la amenaza y la seguridad se han converti­
do, esen­cial­mente, en problemas extraterritoriales (y difusos) que
elu­den to­da solución territorial (y nítida)”, por ello retoma de Cas­
­tells el concepto de “espacio de flujos” (Bauman, 2006:115), que
da un sentido extraterritorial y libre de toda bandera o control
político, donde el espacio global ha asumido el carácter de espacio
de frontera, por lo tanto de frontera global.
La violencia que se vive en Ciudad Juárez confluye de múltiples
expresiones, como la social, comunitaria, familiar, interpersonal o
meramente individual. Se ha señalado una distinción entre la vio­
lencia social y la violencia del crimen organizado, como una violen­
cia particular (Sassen, 2012). De ser así, una particularidad que
introducción 15

esta violencia ha producido es el total caos y un ilegible panorama,


pues se ha hecho indistinguible entre los actores que la generan y
los que la combaten. No se distingue entre enemigos, criminales,
agresores, policías o agentes del orden y la ley parece desvanecer­
se. Bauman señala que como espacio de frontera, la confianza es lo
último que se ofrecería y la lealtad lo último que se puede espe­
rar (Sassen, 2012), pues se prioriza obtener beneficios o una ma­yor
conveniencia con base en alianzas y rivalidades confluentes, por
ello, todo individuo pasa a ser sospechoso, tal como lo describe un
joven promotor cultural: “Sube y baja gente que te analiza, te mira
a los ojos, intenta descifrar tu vida. ¿Eres sicario, dealer, extorsio­
nador, andas movido?”. La guerra contra el crimen no sólo de­sen­
­mascara una ausencia de política sino también un Estado débil
que en la ficción de combate ha tomado como presa fácil a los
sec­tores más desfavorecidos de la sociedad, además de agitar el
cri­men común y otras expresiones de violencia propias de una so­
ciedad familiarizada con la ilegalidad.
Ciudad Juárez, con una población aproximada de 1 330 000
(inegi, 2010) habitantes, cuenta con un índice delictivo que la
clasifica como una de las ciudades más violentas del país. Datos
del icesi (2010) indican que durante 2009 ocupó el primer lu­
gar a nivel nacional en homicidios dolosos, homicidios del fuero
co­mún y secuestro. La violencia social se ha visto severamente
in­cre­mentada por el crimen organizado en sus diversas expresio­
nes, desde los crímenes de alto impacto como la extorsión y el
secuestro, hasta el homicidio doloso. Es precisamente la muerte
propinada mediante el exceso de violencia lo que ha generado un
mayor dolor directo en las víctimas y sus familias, así como a la
sociedad en su conjunto. El peso simbólico del exterminio co­ti­
diano y sistemático de personas ha instituido la muerte y la vio­
lencia como una presencia cotidiana, pues solamente en diez por
ciento de los días comprendidos en cuatro años de matanzas no
se ha presentado, oficialmente, un evento homicida.
De 2008 a 2011 se han registrado en la ciudad más de ocho mil
asesinatos violentos, dentro de los cuales 400 corresponden a mu­
jeres. El estado crítico de esta situación está puesto no sólo, la­
16 salvador cruz sierra

mentablemente, en la pérdida de vidas humanas, sino también


en la degradación de lo humano en tanto que parece inoperante
nuestra identificación con nuestros semejantes. La crueldad que
se presenta en el exterminio homicida denota el sadismo como
estrategia de atemorizamiento, y junto con ello la inoperatividad
de la ley, la corrupción y la impunidad absoluta, pues los casos pro­
cesados por estos delitos no alcanzan ni diez por ciento de los
eventos homicidas. Ciudad Juárez se ha constituido como un es­
pacio vacío de ley legítima, como un agujero en la justicia. Ello
hace hablar de un Estado débil, un Estado fallido y, por lo tanto,
del dominio por parte de poderes alternos al mismo Estado.
Sin embargo, en la imposible y nebulosa delimitación entre
dicotomías como buenos-malos, autoridades-criminales, lucha
entre cárteles, guerra al crimen organizado, se erigen de forma con­
tundente, cercana y clara las víctimas más afectadas: mujeres y
hombres pobres, y jóvenes. Se les criminaliza y señala como res­
ponsables de la violencia, involucrados en el sicariato, pero tam­
bién se les asesina, se les encarcela, se les adjudican delitos o se
les mira con sospecha.
Agamben (1998) señala que el Estado, como parte de sus sofis­
ticadas estrategias políticas, crea a través de una serie de tecnolo­
gías cuer­pos dóciles, cuerpos biopolíticos asimilados a la exclusión
y la marginación, lo que da lugar a la nuda vida. Son estos cuer­
pos jóvenes, pobres, marginados y excluidos, material de desecho
del crimen organizado, a los que se les acusa de vender su vida
por unos pocos días de poder y placer, y a los que se les da muerte
sin tener derecho a la justicia. “Narcomenudistas de poca monta”,
“cholos”, “drogadictos” o “mujeres provocativas”, aparecen como
responsables de su propia muerte, como basura o escoria social,
es decir, como nuda vida. Es el Estado, junto con sus institucio­
nes, ideologías, creencias culturales y formas estereotipadas sobre
grupos estigmatizados, el que configura vidas a las que se les pue­
de dar muerte sin que ocasione castigo, como señala Bauman (2006:
138), es decir, seres humanos que han sido arrojados más allá de
las leyes humanas y divinas, lejos de toda significación ética o re­li­
giosa, un homo sacer.
introducción 17

En este marco de violencia agudizada impera la urgencia de em­


prender acciones que contribuyan a detener los asesinatos de
hombres y mujeres; para ello se llevó a cabo la jornada académi­
ca, artística y cultural Vida y Resistencia en la Frontera Norte.
Ciudad Juárez en el Entramado Mundial. Dicho evento, con­
vocado por El Colegio de la Frontera Norte y el cual constituye
el antecedente inmediato del presente libro, fue una respuesta
por parte de colegas cuyo tema de estudio o de interés político se
ocu­­­pa de la violencia. La jornada congregó de manera generosa
y solida­ria a especialistas nacionales e internacionales a discutir
in situ la temática que aqueja a la nación y al mundo entero, la
vio­len­­cia. La jornada y los productos académicos que ahora pu­
blicamos han sido la respuesta ante un llamado para detener dicha
violencia.
Una de las prioridades de la jornada fue la de establecer un
diálogo entre quienes trabajan en las universidades y centros de
investigación sobre problemáticas vinculadas a la violencia junto
con artistas, intelectuales, organizaciones y promotores cultu­rales,
para en conjunto pensar el armazón, las aristas, las expresiones y
el enmarañamiento inherente a las experiencias de las diversas
vio­­lencias. Junto con ello, visibilizar las formas de resistencia y es­
trategias de supervivencia que los sujetos emplean para dar con­
tinuidad a la existencia humana, para recobrar el sentido de la vida
y sobreponerse a las vicisitudes de vivir día a día con miedo, con
zozobra y con el riesgo de ser la próxima víctima, pero particular­
mente resulta relevante conocer cómo se simbolizan y resignifican
las prácticas de la violencia y se buscan diversas expresiones
cul­­turales para transformarlas, procesarlas y superarlas.
El espíritu de la jornada tendría un tono positivo alejado de la
visión derrotista y dolorosa de la devastadora violencia existente.
Para ello, también se conjugó el trabajo con el arte y la cultu­ra, pa­
ra dar voz a quienes trabajan con acciones propositivas, estimu­
lantes y creativas; por ello se hizo hincapié en hacer alusión a la
vida y las formas de resistencia en sus múltiples manifestacio­nes
culturales. La cultura, como ha sido sobradamente discutido, no
se reduce a una clasificación general de las artes o el cultivo de las
18 salvador cruz sierra

virtudes humanas, a la religión o a los significados y representacio­


nes que tiene una sociedad, sino también a su lenguaje, creen­
cias, costumbres, hábitos y valores compartidos. La cultura en este
sen­tido expresa, a través de determinadas simbolizaciones y re­
pre­sentaciones, ciertas visiones, sentimientos, vivencias e ilusiones
que hablan de determinadas “realidades”.
El esquema que tuvo el evento es el que se propone para la pre­
sente publicación. Los elementos centrales de análisis para la
violencia se concretan en tres ejes: factores estructurales de la vio­
lencia, género y cultura. Asimismo, debido a su importancia, se
presenta un apartado exclusivo que muestra trabajos realizados
y pensados en Juárez. El primer eje, factores estructurales de la
vio­len­cia, permite mostrar los elementos estructurales que posi­
bilitan la expresión de la violencia desde las condiciones socio­
culturales que configuran determinadas subjetividades, como un
marco general de análisis para pensar la violencia desde diversas
aproximaciones disciplinarias, teóricas y epistemológicas. El se­
gundo eje prioriza las expresiones de las violencias en las subjeti­
vidades masculinas y femeninas, y materializadas en cuerpos de
hombres y mujeres, pues las experiencias concretas adquieren sen­
tido y significación a través de cuerpos sexuados y conformados
bajo una inscripción de género. El tercer eje asume que la expe­
riencia de la violencia se devela en diversos rostros a través de la
poesía y el arte emergente, pero también en las formas espontá­
neas de afrontamiento del dolor, del miedo y la sinrazón bajo toda
acción llevada a cabo en la práctica cotidiana. Salir a la calle re­
presenta en sí un acto político, tomar el espacio público es una
acción reivindicativa, participar en una manifestación es una de­
manda por la justicia, crear una obra, componer una canción o
expresar y canalizar a través del canto la ira, el enojo, la impoten­
cia o la felicidad misma, son actos que permiten procesar y trans­
formar simbólicamente vivencias dolorosas.
Los trabajos que aquí se presentan han sido organizados en el
mismo esquema conceptual propuesto, corresponden a diversas
disciplinas de las ciencias sociales y desde diferentes marcos teó­
ricos, metodológicos, así como perspectivas epistemológicas. La
introducción 19

riqueza de este diálogo conjunto se ha visto incrementada por el


debate plasmado en cada uno de los documentos.
En la primera parte, “Factores estructurales y estructurantes
de la violencia”, se analizan elementos estructurales que dan
cuenta de la conformación psíquica y social de la violencia, así co­
mo subjetividades proclives a ejercerla. Una aproximación psi­
coanalítica recurre a lo conceptual y sus relaciones, mediante el
empleo de categorías conceptuales como la de goce, castración
o perversión. Pero también se suscitan interrogantes: ¿hay una ex­
plicación de nuestra tendencia hacia la violencia? ¿Cómo se ins­
cribe en los sujetos la muerte, la destrucción y la violencia como
fuentes erógenas? ¿Cómo opera el contagio de la violencia? In­
terrogantes complejas que pretenden encontrar resonancia y res­
puesta en los trabajos expuestos en esta compilación. Como caso
específico de la violencia estructural y de las condiciones políti­
cas y económicas globales, se aborda un caso en específico de las
pandillas transnacionales, que pretende mirar los procesos, te­-
jer las articulaciones con la parte subjetiva de la vida social, en es­
pe­cial con los sujetos transnacionales agrupados en las clicas de la
ms-13 y del b-18. En este sentido, para el caso de Ciudad Juá­­rez
resulta sustancial ahondar en las condiciones de pobreza y mar­
ginalización social en que están inmersos los jóvenes, es decir, las
vinculaciones entre la juventud, las pandillas y las redes transna­
cionales del crimen organizado.
En la segunda parte, “Espacios y cuerpos de las violencias en
Juárez”, se presentan trabajos cuyo propósito es mostrar algunas
de las problemáticas más apremiantes en esta ciudad para impul­
sar un diálogo y debates más amplios. Ciudad Juárez, por ser en
estos momentos coyunturales un escenario donde se conjugan di­
versas problemáticas sociales, representa un caso paradigmático
que da cuenta de muchos de los interrogantes y preocupaciones
teóricas y políticas y que, por lo tanto, no son ajenas a otras difi­cul­
tades que se presentan en otros lugares del mundo. En este sen­ti­
do, problemáticas muy sentidas en la localidad, como el feminicidio
y la militarización, son expuestas y analizadas con atinada preci­
sión y pertinencia. Este apartado se inicia con un trabajo excep­
20 salvador cruz sierra

cional sobre la historia y el contexto sociocultural de Juárez que


permite comprender las condiciones que posibilitaron la violencia
que ahora se observa de manera contundente.
La tercera parte, “Género y violencia falocéntrica”, reúne tra­
bajos de la cultura de género, justifica su pertinencia no solamen­
te por las cifras de incidencia de violencia hacia las mujeres, sino
también por la relevancia que requiere actualizar la discusión en
este campo de estudio, su abordaje teórico y las implicaciones po­
líticas. Uno de los propósitos fundamentales de este eje es anali­
zar la construcción de las subjetividades masculinas y femeninas
y su imbricación en la problemática de la violencia de género.
Particularmente, resulta de vital relevancia el debate de la visión
dominante con que se han abordado los estudios de violencia de
género y las implicaciones políticas que ello tiene. El abordaje
de otros marcos conceptuales, como la teoría de la complejidad y
otras miradas que vayan más allá de las dicotomías víctima-vic­
timario resultan necesarias. Si bien el debate está aquí expuesto
de manera clara, y esto conlleva a posturas diversas tanto teórica
como políticamente, la discusión no ha sido agotada, por lo que
las aportaciones de dicho debate representan el inicio de un ma­yor
análisis y reflexión profunda.
La cuarta parte, “La violencia en la producción literaria”, con­tie­
­­ne propuestas que dan cuenta de diversas expresiones de la vio­len­
cia en la producción literaria. Como ya he señalado anteriormente,
el arte no sólo refleja la realidad, sino también permite comprender
y procesar el sufrimiento humano. A su vez, la creación literaria
puede reproducir y contribuir al reforzamiento de convenciones
sociales, ideologías, estereotipos y prejuicios sobre determina­
dos grupos sociales, o encontrar explicaciones jamás pensadas en
el campo científico. La literatura posibilita en su escritura indagar
y llegar a lugares inimaginados por la investigación más academi­
cista. No es mera ficción, pues quien escribe está imbricado en su
entramado cultural, pues es un sujeto con su extimidad, esto es, en
palabras de América Espinoza, sus vínculos y nexos con su rea­
lidad contextual. Se abordan la novela, el narcothriller y hasta la
poesía, ésta inspirada en la obra de una poetisa juarense. El aná­
introducción 21

lisis crítico de la multiplicidad de escrituras permite no solamen­


te conocer la experiencia social sobre determinadas realidades
vinculadas a la violencia, como el feminicidio, el crimen o el mun­do
del narcotráfico, sino también dar cuenta de la práctica so­cial y
cultural del medio donde se producen.
Finalmente, la quinta parte, “Colectivos y el quehacer cultural
contra la violencia”, muestra las experiencias que en materia de
política cultural se han implementado en la ciudad. Resulta rele­
vante dar a conocer algunos de los trabajos de intervención comu­
nitaria que se han llevado a cabo con el propósito de menguar los
efectos devastadores de la violencia, esfuerzos locales y naciona­
les que han surgido como respuesta a la violencia. La acción en el
campo cultural representa una potente herramienta para la trans­
formación social y para abatir los problemas. Los trabajos que com­
ponen este apartado dan cuenta de los esfuerzos de diversos
colectivos que realizan trabajo en zonas de gran marginación so­-­
cial. En este sentido, se requiere promover la participación ciuda­
dana en la vida cultural y demandar políticas culturales inclusivas
e integrales, pues históricamente se le ha dado mayor relevancia y
apoyo a la creación artística, y poca participación a la difusión
del arte, lo cual ha dejado excluidos a los sectores más marginados
y vulnerables. Compartir y visualizar nuevas y creativas estrate­
gias de trabajo posibilita la implementación de proyectos cultu­
rales enfocados en la atención de la violencia social y de género.

Bibliografía

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1998 Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, traducción
de Antonio Gimeno Cuspinera, Valencia, Pre-Textos.
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2004 Tiempos de horror. Amok, violencia, guerra, Madrid, Siglo
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Primera parte

Factores estructurales
y estructurantes
de la violencia
Perversión y violencia
en la estructura social
(ética y justicia contra dinero y mercado)

América Espinosa

Introducción

La presente investigación toma como principal referente el psico­


análisis de Freud y Lacan; también se incluye otros planteamien­
tos analíticos y conceptuales que intentan explicar la condición
de la violencia en un sentido estrictamente social, esto es, fuera del
contexto de la clínica. Evidentemente no es posible analizar una
denominada “realidad social”, sin considerar a los sujetos que la
producen o constituyen, reproducen y transforman, como no es po­
sible pensar al sujeto sin su extimidad, esto es, sus vínculos y ne­xos
con su realidad contextual. Aunado a lo anterior, se parte de que
la condición de los sujetos y de la sociedad están contenidos y sos­
tenidos en una espiral de discursos que se transforman, pero que
pueden identificarse a partir de elementos estructurales que los
conforman, de tal manera que estos elementos pueden proponer­
se a partir de lo que en psicoanálisis se denomina como lo concep­
tual y sus relaciones, como por ejemplo la categoría del goce, de la
castración, de la perversión, etc., conceptos siempre en profunda
y constante revisión. Por otro lado, desde una perspectiva analí­
tica socioeconómica, considerando la propuesta de Dany-Robert
Dufour (2007), se puede plantear que la condición del libre mer­
­cado ha determinado un nuevo discurso que atisba, construye, exal­
­ta y legitima el lugar de los excesos, del consumismo avasallante
que desborda al sujeto y produce una transformación en la estruc­

[25]
26 américa espinosa

tura social (a la que podemos llamar perversa), una manifestación


par­ticular de diversas formas de goce, que ha ido produciendo un
giro a la ilusión y a la ética civilizadora de las premisas filosófico-
científicas postuladas en el siglo xx. La búsqueda de libertad, como
ideal, los preceptos individualistas del liberalismo económico, la fra­
gilidad de la condición humana frente a los excesos, el falicismo
del poder, aunado al desarrollo científico-tecnológico, son ele­
mentos analíticos que permiten pensar el nuevo orden del discur­
so y la manifestación de las formas de violencia actual. El tra­bajo
propone un deslizamiento del discurso psicoanalítico para pen­
sarlo desde el nuevo discurso del libre mercado, que sustenta el li­
beralismo económico, y subrayar ese giro planteado a partir de la
legitimación del poder del dinero y sus excesos, ligado al consu­
mo de la mercancía y al imperativo del goce que da como resul­
tado un Estado vulnerado en su estructura, en su legalidad, a
partir de estos nuevos discursos. Un Estado que debería resguar­
dar, limitar y regular el goce para garantizar la propia condición
social de la cual es su sustrato, es vulnerado en su ética —desde
donde sólo se puede contener— y se desgarra en la injusticia.

Violencia, violencias, actos violentos

Considero que el tema de la violencia y su discernimiento es ne­


cesario, prioritario y relevante, por lo que debe tratarse con rigu­
rosidad y una profunda reflexión a efecto de apoyar los procesos de
elaboración que se requieren con carácter de urgencia, dadas las
diferentes manifestaciones de violencia que vive la sociedad me­
xicana; lo anterior, a fin de contar con elementos que sirvan de
frente, de contención y de resistencia a esta violencia, y que nos
orienten en cuanto a las acciones que deberíamos tomar para par­
ticipar.
La problemática de la violencia nos enfrenta a la tarea de una
urgente revisión y análisis de los elementos que están incidiendo
en su manifestación, sean éstos de orden político, económico, social
o subjetivo.
perversión y violencia en la estructura social 27

Muchos de los que trabajamos el orden clínico-subjetivo —co­


mo psicoanalistas—, o el ámbito de la investigación académica,
consideramos que un sujeto no es independiente de lo social, un
sujeto es lo social; en los procesos sociales se produce una espiral
dialéctica donde lo subjetivo es social y la sociedad es también sub­
jetiva.
Lo que ocurre a nivel social transita desde la particularidad
de la subjetividad convertida en acto y todo lo que ocurre en ella.
Los hechos violentos son realizados o comandados por sujetos
particulares. Esta particularidad hace juego como extimidad 1 en
el juego de lo social.
Por lo anterior propongo adentrarnos un poco en los laberintos
de la constitución del sujeto, de la subjetividad, para indagar so­
bre la violencia, los actos violentos y sus distintas manifestacio­nes.
Este adentramiento es posible a través de algo a lo que podría­
­mos llamar lo conceptual.
Son necesarias las líneas, los puntos de anudamiento o tópicos
reflexivos como elementos conceptuales, que posibiliten explicacio­
nes, a fin de dar orden al caos existente y resistente a la com­pren­
sión de las manifestaciones de los actos de violencia ge­neralizada
y cruenta de los que hemos tenido noticia; todo lo anterior, a tra­vés
de la única forma en que producimos todos los discursos: desde
lo simbólico y lo imaginario.
En este espacio, hablar de estructura y/o elemento estructural
hace referencia a ese ámbito de lo simbólico que sirve de base y
contención a lo caótico de lo pulsional, de tal suerte que pregun­
tarnos por los elementos estructurales que gestan las condiciones
de violencia es preguntarnos asimismo por la condición de un
su­jeto que emerge de lo pulsional, siendo éste también su derro­
tero. Pero es necesario no quedarse ahí, sino problematizar lo que
interpretamos como lo social y, desde ese lugar, proponer hipóte­
sis que sirvan como preámbulos de respuestas a los planteamien­
tos iniciales.
1
Término creado por Lacan que ha ido constituyéndose en un concepto
ligado a un movimiento posibilitado por la continuidad entre el afuera (ex-te­
rior) el adentro (lo ín-timo) (Evans, 1997:86).
28 américa espinosa

Es necesario pensar las violencias a partir de sus contextos, de


sus matices, de sus ámbitos. El acto violento como modalidad
de síntoma y significante de un contexto mucho más amplio de lo
que aparenta.

Goce, perversión y castración


En la referencia conceptual psicoanalítica, y en la consideración
del inédito freudiano de la pulsión, podemos concebir al suje­to
y sus violencias como una condición determinada desde lo pul­
sional.
Lo pulsional en psicoanálisis queda fuera de cualquier deter­
mi­­na­ción biológica, esto es fundamental para comprender la
con­di­ción constituyente de lo psíquico. Lo pulsional y su mani­
festación depende de la particularidad de la vida de los sujetos,
de sus for­mas de relación y sus vínculos.
Lacan coloca a la pulsión en un circuito que en el retorno (en
la mirada del Otro) hace aparecer al sujeto; esto implica que el
sujeto emerge como tal en la imposibilidad de la satisfacción de
la pulsión. Cuando la pulsión va de retorno en su no aparecer,
en lo que queda, allí vinculado a la sexualidad aparece el sujeto.
La pulsión nunca se satisface, y si se satisface sólo es en forma de
circuito, en forma de regreso, en el elemento hueco, vacío.
En ese elemento de retorno se instaura el lugar del Otro, que
constituye lo inconsciente.
Lacan define la pulsión como un montaje:

Es el montaje a través del cual la sexualidad participa en la vida


psíquica, y de una manera que tiene que conformarse con la es­truc­
tura de hiancia característica del inconsciente [...] Lo reprimi­do
primordial es un significante, y aquello que se erige encima para
constituir el síntoma podemos considerarlo siempre como an­
damiaje significante. Lo reprimido y el síntoma son homogéneos
y siempre reductibles a funciones significantes (Lacan, 1987:183).

El ámbito constituyente al que hace referencia el psicoanálisis,


lacaniano principalmente, es el ámbito de la estructura. Estruc­
perversión y violencia en la estructura social 29

tura en primera instancia como representación de esas relaciones;


espacio simbólico constituyente del sujeto, aquello que funda aún
sin estar ahí, lo simbólico con su correlato, lo imaginario y lo real.
Estructura como posición del sujeto frente al otro o lo otro. La
pulsión es el circuito, la estructura, la posición (Lacan, 1981:327).
La pulsión no es la perversión, esta última se define, dice La­
can, por la manera de colocarse en ella el sujeto. Esto es, es un
mo­­do particular que tiene el sujeto de situarse en relación con
la pul­sión (Lacan, 1987:189).
La perversión no es aberración respecto a los criterios sociales,
anomalía contraria a las buenas costumbres; es una experiencia
eminentemente humana, siempre frágil, siempre a merced de un
vuelco donde el sujeto se disuelve como tal, donde el sujeto que­
da reducido a instrumento. Dice Roudinesco parafraseando a
Freud:

Según Freud, la perversión constituye una estructura psíquica: no


se nace perverso, se deviene al heredar una historia singular y
colectiva donde se mezclan educación, identificaciones inconscien­
tes, traumas diversos. Después de todo depende de lo que cada
sujeto haga con la perversión que lleva en su interior: rebelión, su­
peración, sublimación […] o, por el contrario, crimen, aniquila­
mien­to de uno mismo y de los demás.
En la perversión hay un sujeto que se sitúa como objeto de la
pul­sión, como objeto-instrumento de una voluntad de goce que
no es propia (Roudinesco, 2009:114).

Goce entendido como un ir más allá del principio del placer,


esto es, debe quedar claro que para el psicoanálisis la entrada del
sujeto en lo simbólico está condicionada por una cierta renuncia
al goce a partir de la castración, ésta significa un rechazo al goce
para poder instaurar la falta y producir el deseo. Prohibición y
transgresión se producen como las antinomias necesarias para ha­
cer que el circuito se mueva.
Cabría distinguir, por otro lado, entre actos perversos y estruc­
turas perversas; los actos perversos pueden ser realizados fuera
de la estructura perversa. Una estructura perversa sigue siendo
30 américa espinosa

per­versa aun cuando los actos asociados con ella aparentemente


sean socialmente aprobados.
Al respecto es muy interesante lo que Elisabeth Roudinesco
revisa en su texto Nuestro lado oscuro, donde nos plantea acerca
del genocidio de Auschwitz lo siguiente:

El nazismo inventó un modo de criminalidad que pervirtió no


sólo la razón de Estado sino, en mayor medida todavía, la pulsión
criminal en sí, puesto que en semejante configuración el crimen
se comete en nombre de una norma racionalizada, y no en cuanto
expresión de una transgresión o de una pulsión no domesticada
(Roudinesco, 2009:145).

Propone que el criminal nazi no podría ser heredero del cri­


minal sadiano, ya que el segundo obedece más bien a una natu­
raleza salvaje que lo determina, pero jamás aceptaría someterse,
como el criminal nazi, a un poder estatal que lo supeditara a una
ley del crimen.
Roudinesco señala que la sociedad industrial y tecnológica tien­
de a conformarse como una sociedad perversa; al respecto dice:

Si la sociedad industrial y tecnológica de hoy tiende a devenir


perversa unas veces por la fetichización pornográfica de los cuer­
pos, otras a través del discurso médico puritano que anula la no­ción
de perversión, y otras, en fin por la elaboración de las tesis insensa­
tas sobre la relación del hombre con el animal, queda por identi­fi­car
quiénes son ahora los perversos, dónde comienza la perversión
y cuáles son los grandes componentes del discurso perverso actual
(Roudinesco, 2009:212).

Roudinesco afirma finalmente que cuanto más fuerte es la


anu­lación que se haga del término perversión, cuanto menos ca­
pa­ces seamos de nombrarla, mayor será la medida en que no re­co­
nozca­mos su evidencia, su presencia, mayor es la posibilidad de
enfren­tarnos con nuestro lado oscuro.
Ahora bien, es importante en ese reconocimiento de la perver­
sión ahondar sobre las violencias que se desprenden de ella, casi
perversión y violencia en la estructura social 31

sin darnos cuenta. En el ámbito de la cotidianidad se muestra la


perversión, y es necesario señalarla a fin de proponer un discur­
so por el lado del lazo, por el lado del límite que conforme una
ética frente a la dificultad del goce y sus excesos. Para ello, toma­
ré el planteamiento de un filósofo que hace una propuesta analí­
tica y crítica de la posmodernidad y sus violencias.

Violencia, goce y discurso de la posmodernidad

El filósofo Dany-Robert Dufour,2 discípulo de Lyotard, ofrece


una muy peculiar interpretación en torno al discurso de la pos­
modernidad (Dufour, 2007). Dufour propone que la posmoder­
nidad representa la caída de los grandes relatos de emancipación
de la humanidad; estos relatos son el relato monoteísta y el re­
lato de la ciencia en cuanto logos. El relato o discurso3 del logos
consiste en perseguir lo que podría denominarse la elevación del
alma desde lo que los griegos llamarían epithumia hasta alcanzar
el nous.
La epithumia griega, que estaría conformada por lo pulsional,
tendría que elevarse hacia el nous, que representaría una elevación
hacia la inteligibilidad, a partir de lo que llama Dufour un dome­
ñamiento de las pulsiones.
Dufour considera que la pulsión se padece como pasión y que
el mejor destino que podría tener es conducirla, a la manera de
Freud, hacia la sublimación o hacia la simbolización.
También refiere que, asociado al derrumbe de los grandes re­la­
tos, está el fin del relato del pensamiento crítico de Kant y el rela­to
de la emancipación social de Marx, que eran los relatos del pro­
yecto de la modernidad que configuraron una línea de pensamien­

2
Parte del contenido de este apartado se extrajo de los apuntes tomados
del seminario El liberalismo como liberación de las pasiones y de las pulsiones: un
estado de violencia generalizado, realizado en la Universidad Autónoma Me­
tropolitana, Xochimilco, en mayo de 2011.
3
Cabe señalar que Dufour no hace una diferencia entre los términos de
relato o discurso.
32 américa espinosa

to denominada también del trascendentalismo alemán, opuesto al


relato o discurso del liberalismo inglés, este último el gran relato
vencedor por el cual se inicia una nueva época denominada “pos­
modernidad”.
El relato del liberalismo inglés posee en su estructura una
di­mensión predominantemente psicológica, que fue exaltada du­
rante el periodo de la modernidad: la dimensión del hedonismo.
Propone que la esencia del liberalismo inglés consiste funda­
mentalmente en la liberación de las pulsiones. A diferencia del
propio Freud de la modernidad, quien proponía, según Dufour,
un relato en torno a la neurosis, las pérdidas, la falta, el deseo y la
sublimación o contención de las pulsiones muy parecido al de
los griegos.
El liberalismo inglés como el relato predominante invertirá
este principio de “elevación del espíritu”, que ha sido eje fun­
damental de las civilizaciones, y provocará en esta inversión un
re­torno al caos y a la generación de mayor violencia.
Dufour plantea que la construcción del pensamiento del libe­
ralismo se inicia a partir de un texto denominado La fábula de las
abejas4 cuyo autor, Bernard de Mandeville (1704), si bien lo escri­
be como sátira, se toma como la plataforma de un nuevo pensa­
miento. El texto sostiene una máxima que el liberalismo adopta
como el gran relato que funda y estructura una nueva forma de
discurso social; esta máxima es: “Los vicios privados constituyen
las riquezas públicas”.
Dufour propone un término central para comprender el mo­
vimiento discursivo del liberalismo, frente a lo que “a su decir”
sería una tradición griega, especialmente a partir de Sócrates; en
la escritura de Platón (Calvo, 2010),5 este término corresponde al
de pleonexia [πλεονεξια], que se define como el deseo de tener
más, que le resulta muy similar al concepto de goce trabajado des­
de Lacan.
4
Conocido también como el Panal rumoroso, o la Redención de los bri­
bones.
5
Este perfil de la pleonexia es el que Platón saca a la luz en La República
(Carrasco, 2008).
perversión y violencia en la estructura social 33

La pleonexia estará del otro lado de la justicia, del otro lado


del límite y de la castración. Según Dufour, Sócrates consideraba
que la pleonexia sería un elemento de destrucción para la ciu­dad,
por lo que se procuraría mantener siempre a distancia al pleo­nexo.
El texto de Mandeville, en la interpretación del liberalismo
inglés, planteará que la pleonexia lleva a la virtud y a la fortuna pú­bli­
ca, por lo que los vicios privados no constituyen algo reprobable.
Dufour considera que este pensamiento genera un giro dramá­
tico que socava la filosofía occidental. Se produce una inversión
al control y la sublimación de las pulsiones por su liberación. La
búsqueda de la acumulación sin límites de la riqueza remplazó
todos los valores heredados de los griegos en esta cultura occi­
dental. El nuevo discurso que legitima el liberalismo es que con la
riqueza se puede conseguir todo, la riqueza no incluye ningún
límite, no hay nada que pueda limitarla, siempre se puede tener
algo más. La desmesura es la esencia de la riqueza.
El texto de Mandeville evidencia quizá lo que en ese momento
se muestra y no se quiere aceptar, que dar juego a las debilidades
humanas, a los vicios, genera riquezas, las cuales serán aprove­
chadas por quien se coloque ahí como amo y controlador de lo
que podría denominarse “la empresa de los goces”, ya que la vir­
tud condena a la ciudad a la pobreza y la indigencia. Si hay ma­
les, hay trabajo y en consecuencia hay ganancias.
Este texto, dice Dufour, provoca el más grande escándalo de la
historia de la filosofía occidental y va a considerar a Adam Smith
como el que realizará una tarea política para introducir los plan­
teamientos de Mandeville de la mejor manera, e instaurar con
ello el pensamiento liberal que finalmente triunfaría como un nue­
vo relato que propondría el acento para el mayor desorden del
mundo, con todas sus consecuencias, principalmente la violencia
y su respaldo en la locura a partir de la liberación de las pulsiones.
Para la posmodernidad la pretensión del logos —esto es: ¿qué
es lo verdadero y qué es lo falso?— ya no interesa más, interesa lo
que funciona; ahora hay un nuevo relato que se antepone a los
otros y que define o caracteriza a la posmodernidad. El libera­
lismo inglés abre un escenario nuevo a la condición del culto por
34 américa espinosa

la mercancía y el consumo, de tal manera que se produce un nue­


vo relato que es el del “mercado omnipotente”, del “divino mer­
cado”.
Este gran relato no opera como los otros,6 pues se presenta en
una multiplicación de pequeños relatos llamados “egóticos”, se­
gún Dufour. La posmodernidad puede describirse como la do­
minancia de los relatos del ego, en donde lo que impera es el
espejismo de la individualidad ególatra, los intereses particulares.
Este nuevo relato surge desde el imperialismo individualista
con el culto a la mercancía, donde prevalecen los valores hedo­
nis­tas, el aparente respeto, mas no interés, por las diferencias, un
culto por la libertad personal y la autonomía. En el liberalismo
se co­existe con una cierta moralidad, que está circunscrita en una
lógi­ca individualista como máxima defensa por el derecho a la li­
bertad.
Dufour considera que el psicoanálisis pertenece al pensamiento
y/o relato trascendental donde se vivía una concepción literaria
de la lengua gobernada por la ausencia y la carencia. En la pala­
bra el objeto no está presente; esa ausencia, esa carencia que im­
plica lo que Lacan denomina la falta, posibilita el deseo y hace
circular los significantes. En el liberalismo la lengua se convierte
en una mera nomenclatura,7 hay que ponerle a las cosas un nom­
bre que después puede ser cambiado sin que cambie nada. En este
pragmatismo tecnicista de nomenclatura la lengua se vuelve va­
cía. Otro elemento importante del liberalismo donde se juegan
los intereses personales es el borramiento de las relaciones de au­
toridad, donde el saber puede ser transmisible desde un objeto
y no desde la figura de un sujeto que implicaría una relación sub­
jetiva desde la perspectiva de la relación ternaria. La relación apa­
rente que se produce ocurre con una elevada cuota de violencia
en cuanto a que implica una supervivencia a través del ganar-ga­
nar, que se sostiene a partir de una relación utilitaria. Se pierde
la relación del sentido por la relación de fuerza.

6
No busca la emancipación (¡pequeña diferencia!).
7
Massimo Recalcati también lo señala.
perversión y violencia en la estructura social 35

El liberalismo, dice Dufour, está cimentado en una liberación


de las pulsiones, donde la economía libidinal se transforma en una
economía del goce. Las conductas adictivas8 son frecuentes en
las economías del goce, que proponen una serie interminable
de objetos manufacturados que supuestamente satisfacen todas las
apetencias. La economía del goce se manifiesta como economía
mercantil donde los criterios de transparencia están erradicados.
El relato liberal se convierte en un ultraliberalismo que da pie a
negocios criminales, contrabando, tráfico de drogas, trata de per­
sonas, de órganos, piratería, tráfico de especies prohibidas, de de­
sechos tóxicos, lavado de dinero, etcétera.
Si bien dentro del capitalismo había un capital industrial que
producía bienes y servicios, que proponía ciertos lazos en la re­
lación de dar, recibir o devolver, con el ultraliberalismo ese capi­
tal industrial se ha convertido en un capital financiero al que sólo
le interesa producir dinero.
La corrupción, la codicia generalizada, la pornografía9 son con­
secuencias de este ultraliberalismo que como relato legitimado
es el responsable de la condición que prevalece en la posmoderni­
dad, una condición que como imperativo incita al goce. Esta con­
dición de lo pornográfico implica una nueva relación con la ley,
que ya no se constituye como una instancia tercera que ase­gu­raría
de alguna manera el hecho de que nadie abuse de nadie. Ahora es
una ley que cada cual puede doblegar. La ley del perverso.
El liberalismo de las pulsiones implica, para Dufour, el ascen­
so a la barbarie, cuyos signos están muy presentes en esta época:
violación de niños, goce con la muerte del prójimo, grabación de
las ejecuciones, de los descuartizamientos, etcétera.

8
Incluyendo las nuevas patologías. Según Massimo Recalcati respecto a las
anorexias y toxicomanías, el consumismo ha desgastado las posibilidades de
lo imaginario y lo simbólico dejando como única posibilidad de subjetivación
en las nuevas generaciones que… se corten, tatúen, perforen o renuncien al ali­
mento en lógicas definidas por el goce y su falta de límite, donde sólo la muerte
“castra” (Recalcati, 2004).
9
Porné es un término que se relaciona no sólo con lo que exhibe cuerpos,
sino con todo lo que se puede vender.
36 américa espinosa

La depresión y el silencio forman parte de una alternativa que


se manifiesta como resistencia frente al avasallamiento del ultra­
liberalismo apabullante en el que estamos subsumidos.

Ética del dar, recibir, devolver

Evidentemente los planteamientos que nos hace Dufour se ges­


tan desde un tipo particular de ética, coincidiendo con la filosofía
griega y la necesidad de recuperar en el sujeto ese proceso de ele­
vación de las pulsiones, esa epithumia griega hacia el nous que
representaría una sublimación hacia la inteligibilidad, una eleva­
ción de la posibilidad de hacer lazo, de asumir la diferencia, de
reconocer al otro como sujeto y no como objeto de goce. Muchos
psicoanalistas habían denominado a estos tiempos posmoder­
nos como los tiempos de la declinación del padre a partir de la
prevalencia de esa condición dual del goce. Si bien el Padre como
instancia ternaria propone un ejercicio del poder necesario para
hacer circular la dimensión de lo simbólico, necesaria en la pro­
ducción del sujeto del deseo, lo que se observa —coincidiendo
con Dufour en el discurso social del capitalismo— es un ámbi­
to de dominación casi total que lleva a la instauración fantasmá­
tica de la negación o denegación de la carencia, de la alteridad.
El discurso del mercado instaurado desde el lugar del amo, que
todo lo domina y todo lo destruye. La mercancía y su traducción al
dinero como elementos que arrasan en una dominación donde
el sujeto se vuelve objeto de goce del otro y de sí mismo.
La apuesta por la ética tiene un carácter urgente, ética enten­
di­da como la posibilidad de crear lazos con el otro, del reconoci­
miento del otro como sujeto en un juego de relación y de límite; de
plantear un discurso contenedor del goce y favorecedor del deseo,
de la palabra y de las diferencias. Si el psicoanálisis propone a la
ética por el lado de la pregunta por el deseo, la ética de lo social
tendría que plantearse por la pregunta por el límite, por la condi­
ción de la falta que haga circular la producción no en aras de ganar
más por sí mismo, sino en aras de compartir más. Partir de reco­
perversión y violencia en la estructura social 37

nocer al otro como prójimo, reconocerse en la subjetividad de


dar, recibir y devolver. Este predicado propone una ética que tiene
por soporte la justicia.

Bibliografía

Calvo Aguilar, Carlos


2010 “Pleonexía. El apetito insaciable de cosas materiales”, en
<www.mercadeo.com/81_pleonexia_CCA.htm>.
Carrasco, Nemrod
2008 “Pleonexía, el centro ausente de ‘La República’ de Platón”,
en Daimon. Revista de Filosofía, núm. 45, pp. 71-83.
Dufour, Dany-Robert
2007 El arte de reducir cabezas, Buenos Aires, Paidós.
Evans, Dylan
1997 Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos
Aires, Paidós.
Lacan, Jacques
1981 Los escritos técnicos de Freud, Seminario 1, Buenos Aires,
Paidós.
1987 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Semi­
nario 11, Buenos Aires, Paidós.
Recalcati, Massimo
2004 Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis, Madrid,
Síntesis.
Roudinesco, Elisabeth
2009 Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, México,
Anagrama.
Misoginia y Ciudad Juárez. Sobre los efectos
miméticos y contagiosos de las formas
violentas

Susana Bercovich

A partir de la lectura de Foucault, Lacan y de los teóricos queer,1


inspirada sin duda en autores como Leo Bersani y David Halpe­
rin, una inquietud me había tomado y no me soltaría: las super­po­
siciones y continuidades entre las formas erógenas y estéticas, las
formas políticas y las formas violentas. Sin saberlo, esa inquie­
­tud se habría tornado por años en instrumento de mesura, ins­
trumento de lectura, indicador de nuestra sociabilidad y nuestro
mo­do de estar en el mundo. La pregunta por una opaca misoginia,
así como por nuestros “gustos” se alojaría en ese marco.
En tal contexto, invitada a la “Semana de la diversidad sexual”
organizada por la Escuela Nacional de Antropología e Historia en
mayo de 2007, me tocó compartir el cuarto del hotel con Marise­
la Escobedo, activista de Ciudad Juárez. Era la ocasión de plati­car
con alguien que sabía del tema. No desperdicié los fugaces momen­
tos en el cuarto o en los pasillos para preguntarle sobre las ra­zones
que, desde su punto de vista, pudieran explicar algo de lo que su­cedía
(y sucede) en la frontera norte. Me comentó que habían agotado
todas las hipótesis (tráfico de órganos, luego cine snuff ), “y ahora
vemos que no hay una lógica, no hay una explicación, y al mismo
tiempo todas las explicaciones son válidas”. Años después mata­
1
A finales de los años noventa del siglo pasado, la École Lacanienne de
Psychanalyse, particularmente Jean Allouch, recibe las críticas que Foucault
habría formulado al psicoanálisis. Tal recepción cuestiona, a su vez, al psicoaná­
lisis. A partir de entonces publica, traduce y edita a un gran número de auto­
res queer, feministas, foucaultianos y pertenecientes a los gay and lesbian studies.

[39]
40 susana bercovich

ron a su hija, luego leí en el periódico que la mataron a ella mien­


tras pedía justicia ante las mismísimas puertas de la instancia
gubernamental de Chihuahua, lo cual es ya un indicador mayor del
estado de cosas. Sobrevino entonces la certeza de que habríamos
de parar de pensar, leer y escribir sobre la violencia, y que sólo ca­
bía presentarse ahí donde esa violencia se produce e interrogar­
se a qué pregunta responde.
Tal como sugería Marisela, las cosas no tienen una explicación
única, y la pregunta “¿por qué?” es en sí misma una trampa de la
razón. No hay una causa explicativa. Ciudad Juárez hace un agu­
je­ro en el saber y la razón. No se trata de explicar lo que ocurre,
sino más bien al revés, los acontecimientos son los que nos expli­
can, nos localizan. Los acontecimientos localizan cierto estado
de cosas, nos cuentan en dónde estamos. Pretendemos que el sa­­
cro­santo saber teórico ofrecería eruditas interpretaciones, pero
de hecho es la realidad la que nos interpreta.2 Ciudad Juárez no es
in­terpretable, lo que ocurre en el norte es en sí mismo una inter­
pre­tación, una especie de respuesta feroz a una pregunta que no
alcanza a formularse. Lo que acontece ya es un saber librado, ci­­
fra­do. ¿Cabe conjeturar algunas vías de desciframiento? Es la
apuesta.
El psicoanálisis me ha enseñado a desconfiar del pensamiento
que hace sistema, del saber prêt-à-porter. El pensamiento que no
se agujera a sí mismo en el acto de pensarse, el pensamiento que
no presenta su propio impasse... no está a la altura del mundo en
que vivimos. Sin embargo, el acto de pensar es también un ejer­
cicio de toma de distancia de uno respecto de uno mismo, una
especie de función de testigo que permite una exterioridad: pensar
2
Dicho sea de paso, la historia de las jornadas Vida y Resistencia en la Fron­
tera Norte incluye las reacciones de los intelectuales, filósofos y feministas a
las invitaciones para participar. Anulaciones, cancelaciones de último mo­
men­to, titubeos, “agenda completa” fueron algunas de las respuestas recibi­
das. Lo anterior nos obliga a preguntarnos: ¿cuál es el valor del saber teórico?
¿Dónde están los filósofos revolucionarios? ¿Las militantes feministas del
mun­do? ¿Dón­de los famosos intelectuales? ¿En la televisión?, ¿o “interpretan­
do” la rea­lidad desde algún cubículo académico financiado por el sistema que
critican? En cualquier caso, pocas celebridades participan para Ciudad Juárez.
misoginia y ciudad juárez 41

lo que ocurre es un modo de no estar absolutamente inmersos


en lo que ocurre. Esa toma de distancia es lo que permite recibir,
del presente, el saber librado sobre nuestra época, sobre nuestra
relación con el prójimo y sobre nuestra aprehensión “sádica” (Ber­
sani y Dutoit, 2002a:88) del mundo.
El caso del norte mexicano, lejos de ser la excepción, es el botón
de la muestra. Las jornadas de octubre Vida y Resistencia en la
Frontera Norte fueron la ocasión de palpar de cerca el estado de
un extremo del mundo (Bersani, 1987 y 1999:54)3 desde las pers­
pectivas más diversas. Por ejemplo, el despliegue histórico que
nos ofreció José Manuel Valenzuela (2011) da cuenta de la com­
plejidad del entramado. El solo estatuto de frontera convierte a
Ciu­dad Juárez en un punto de convergencia de todos los bordes
desde principios del siglo pasado. La frontera llama a los extre­
mos so­ciales y jala hacia los bordes violentos. Luego, una gran
explotación histórica de las mujeres en las maquiladoras, una di­
visión de cla­ses férrea, corrupción e impunidad a ultranza, miso­
ginia, racismo, lucha de poderes, efectos de mercado, el culto a las
jerarquías, fan­tas­mas sociales y subjetivos; son algunas hebras que
componen el nudo apretado.
No se puede hablar sino desde el quehacer cotidiano, que en
mi caso es el psicoanálisis. Pero el psicoanálisis es antes que nada
una práctica y no una teoría. ¿Podemos desprender elementos del
psicoanálisis para leer fenómenos sociales u otros? Sinceramente
no lo creo, sin embargo sólo allí encuentro ideas y cabos sueltos
que permiten pensar lo impensable.
Lejos del opio judeocristiano (ni mesías ni pecados), un Freud
visionario ya planteaba la imposibilidad de amar al prójimo (como
a nosotros mismos). Ocurre que a nosotros mismos no nos ama­

 Leo Bersani: “[...] los márgenes no pueden ser más que los únicos lugares
3

donde el centro se hace visible, en Aids: Cultural Analysis/Cultural Activism,


núm. 43, octubre, Massachussets Institute of Technology, 1987, pp. 197-222,
y en ¿Es el recto una tumba?, Córdoba, Argentina, Edelp, Cuadernos del Li­
toral, 1999, p. 54. Si bien el autor está hablando de sexualidad, hago extensiva
su fórmula como instrumento de lectura. Un método que se resumiría así:
“Los extremos muestran el centro”.
42 susana bercovich

mos, o al menos, no siempre. Freud tuvo el valor de formular lo que


llamó “pulsión de muerte” como esa fuerza agresiva y destructiva,
violenta hacia el mundo y hacia uno mismo. Suele ocurrir que
lo más visible es lo más inadmisible: la muerte, la destrucción y la
violencia son fuentes erógenas. Nos las tenemos que ver con es­
ta piedra todo el tiempo. ¿Tiene explicación nuestra inclinación
a la violencia? En todo caso, el hecho de que la muerte sea atrac­
tiva es un fenómeno que aparece por todos lados, y que sin em­
bargo permanece impensable.
Como resultado de haber sido formados en el pensamiento
binario, existe la fe casi religiosa del Bien separado del Mal. Como
si necesitáramos de esa trascendencia. No somos del todo buenos,
no somos del todo malos. Embutido con la crema de un sentido
trascendental, el binarismo nos impide admitir dos evidencias que
sin embargo encontramos por doquier: 1) que el “dos” es ilusorio.
Las divisiones son móviles; puede haber racismo en el negro, mi­
soginia en la mujer, homofobia en el gay. Los límites son ines­
tables y pasan de un “fuera” a un “dentro”. El macho golpeador
puede ser una reacción a la propia homosexualidad inadmisible,
al gusto propio por los muchachos. Lo no admitido tiene con­
secuencias: aquello que es propio e inaceptable, a la vez, es aquello
mismo que es odiado en los otros, y se traduce entonces a menu­
do en violencia. 2) El binomio “bien-mal” constituye una trampa
del lenguaje, desde el momento en que la idea del Bien produce
el Mal como lo excluido de ese Bien. A pesar de la dialéctica, la
lógica, la lingüística, el psicoanálisis y un gran etcétera, el positi­
vismo nos entró por vía intravenosa: es como si necesitáramos la
“parejita” trascendente: el “bueno”, el “malo”.
La historia y el presente muestran que no hay “bien” trascen­
dente y que muchas veces las mejores intenciones conducen a lo
peor. “¡Protegeremos a los niños!”, pregonan por doquier (los dis­
cursos políticos, éticos, de derechos humanos), mientras que no
se cesa de violentar a esos niños. Hay que proteger a los niños
del enunciado “protegeremos a los niños”, en tanto que ya los co­
loca como víctimas, es decir, en el punto de la mira. La ética hoy
se presenta hipócrita, una ética de la victimización.
misoginia y ciudad juárez 43

En otro orden, la relación yo-otro se expresa en una gama que va


desde la más alta estima y la solidaridad hasta la paranoia (el otro
como enemigo). Pasamos en un instante del amor a la agresividad.
Los efectos de amorodio, ambivalencia, rivalidad, idealización y
un gran etcétera, que se despliegan entre el yo y el otro, encuen­
tran su resorte en la frase de Rimbaud, retomada por Lacan: “Yo
es otro”, y puesto que no siempre me amo, en ocasiones me detes­
to... La literatura ha dado amplio testimonio del otro como el do­ble
enemigo, empezando por el emblemático “William Wilson” de
Allan Poe.
Por su carácter especular, la relación con el otro nos moldea: si
me miran con amor, me vuelvo amorosa; si me miran con mie­
do, me vuelvo temible. Por su parte —algo que aprendí de mis
analistas—, el miedo produce lo que teme.
A comienzos de los años sesenta del siglo xx, Truman Capote
publica A sangre fría, un caso escandaloso en la época: dos mu­
chachos habían asesinado brutalmente a una familia de un tran­
quilo poblado de Kansas en Estados Unidos. La editorial New
Yorker apoya la iniciativa de Capote de escribir sobre el caso. El
escritor se desplaza a la prisión donde están los criminales, sigue
de cerca el juicio, entrevista a los culpables y escribe la historia
con gran éxito literario. En una entrevista con Dick (uno de los
asesinos), ante la pregunta de Capote acerca de por qué mató a
su víctima brutalmente si antes la había amarrado de tal modo
que no sintiera molestias, y le había acomodado un cojín en la
cabeza para que estuviera más confortable (había una contra­
dicción en esos actos) el asesino respondió: “No pensaba matar­
lo, pero cuando vi cómo me miró, con una mirada de miedo como
si su vida dependiera de mí, no sé qué me pasó, tomé el cuchillo
y le corté la yugular”.
Por un efecto mimético y de identificación, la mirada de mie­
do produce al asesino. Lo mismo llama a lo mismo, y por el
efecto de encantamiento del lenguaje, todo es contagioso: la pa­
labra “encanto”, encanta, la palabra “tentación” tienta. “Todo es
contagioso, menos la belleza”, dice Almodóvar en una entrevis­
ta. Respecto a la violencia, sabemos que es altamente propagable
44 susana bercovich

y contagiosa. Es notable cómo en los festejos de masas se puede


pasar en un instante de la alegría (que afortunadamente también
contagia) a la violencia.
Que la muerte y la destructividad sean atractivas, que el im­
perativo de amar al prójimo se revele como imposible (desde el
momento en que ese otro soy yo, y que yo no sólo me amo sino
también me odio), hacen a algunos de los impasses de nuestra
sociabilidad.
Para pensar la ética Lacan introduce a Sade. La obra del mar­
qués opera como un espejo: si lo que ella presenta es contagio­
so y produce efectos en el cuerpo del lector, es porque muestra
al­go verdadero, en lo que nos reconocemos. Pero puesto que de
ello no queremos saber, Sade ha sido y, luego de un breve perio­
do de valoración, sigue siendo censurado. Precursor de Freud,
Sade muestra en su obra que las figuras de “el bien”, “el mal”, “la
víctima” y “el victimario” producen vibraciones y todo tipo de se­
creciones.
La ética kantiana no habría tomado en cuenta “el bienestar
en el mal”. En 1959 Lacan le responde a Kant, con Sade como
ins­trumento de respuesta (Lacan, 1986).4 Kant habría olvidado el
goce: ¿cómo sabe San Martín que el mendigo quería que lo arro­
paran, y no que lo mataran o que lo cogieran? (Lacan, 1986).5
A partir de la obra de Sade, el par opresor-oprimido se revela
como un par erógeno. Incluso un tipo de experiencia amorosa
suele estar teñida de algo insalvable: una voluntad de pertenen­
cia, dominio e incorporación del otro, así como un gusto en la vic­
timización y en la obediencia.
Hay ciertas temáticas delicadas. La misma que escribe estas
líneas no lo hace sin pudor, pues todo es factible de ser recuperado.
Por ejemplo, la construcción de una suerte de teoría explicativa
sobre el valor erógeno del par opresor-oprimido puede conver­
tirse en un poderoso argumento para enunciados del tipo: “¡Qué
los maten! ¡Qué los exploten! Al cabo les gusta ser esclavos”.

4
Véase también “Kant con Sade, 1963”, en Lacan (1993).
5
Idem.
misoginia y ciudad juárez 45

En cuanto a la violencia, no tenemos acceso directo a ella sino


a través de sus formas, a través de las formas de la violencia. De­
cía anteriormente que con frecuencia los fenómenos más eviden­tes
son los más misteriosos, impensados. Uno de ellos es el hecho de
que la violencia hace espectáculo, lo cual indica a la vez que el espec­
táculo violento es un fenómeno erógeno. Basta que dos ti­pos peleen
en la calle para reunir a un público. Hay un gusto por el espec­
táculo violento, pero esto permanece como algo impensable, un tabú
que sin embargo salta por todos lados: las for­mas violentas son ex­
citantes.6 Nuestra sociabilidad se caracteriza por ser manipulada
hacia una exacerbación de la erotización de las formas violentas.
Las películas pornográficas suelen enmarcar escenas violen­
tas. En muchas de ellas aparece el uniforme militar o policial. La
au­toridad está en el corazón de la pornografía. Leo Bersani, quien
introduce estos tabúes, formula la cuestión en términos de “la
se­xualización secreta de la autoridad”. Es también quien hace no­
tar que la figura del macho es a la vez atractiva para todos los
sexos; cueros y músculos gustan (Bersani, 1987).
Que la erección de la autoridad sea un fenómeno excitante se
presenta como otra verdad inadmisible. Da la razón a Sade, pre­
cursor de Freud.7 En Psicología de las masas y análisis del yo (Freud,
1921:121), Freud dirá que la relación de la masa con el líder es
una relación erótica, la masa ama al líder, lo venera. Freud le pone
el eros a El discurso de la servidumbre voluntaria (La Boètie, 2001),8

6
Durante las jornadas el investigador Eduardo Barrera me comentaba en
diálogo informal acerca de su investigación en curso sobre los juegos virtuales
de violencia de raza y de género donde el usuario puede elegir su identidad como
atormentador y también a su víctima (siempre una mujer) según su preferen­
cia: asiática, negra o indígena. El juego consiste en que el atormentador goza
de los suplicios infligidos a su víctima. ¿No es acaso frágil el límite entre lo vir­
tual y lo real? ¿No es acaso pensable que ese atormentador virtual (“yo es otro”)
gire su mirada de la pantalla hacia la realidad como si fueran un continuo? ¿Y
que, encendido, salga a buscar a su víctima?
7
“Los grandes inventan sus precursores”, dice Lacan a propósito de Sade-
Freud. Freud habría inventado a Sade como su precedente.
8
Para La Boètie, la obediencia colectiva de la sociedad se origina en “un
vicio para el cual ningún término puede ser hallado lo suficientemente ruin,
46 susana bercovich

que el joven filósofo La Boètie había escrito en el siglo xvi y cu­ya


vigencia es increíble. El ideal, como todo lo que erigimos (“todo
lo que se erige es fálico”), llama a la obediencia. Inventamos nues­
tros ídolos (el padre, el amo, el tirano) sólo para arrodillarnos ante
ellos. Hay un secreto placer en la obediencia. También el tem­
prano Freud de Tres ensayos para una teoría infantil, de 1905, muy
a su pesar, reconoce que desde la tierna infancia hay un gusto
sádico en el dominio y también, lo más opaco, un placer masoquis­
ta en el sometimiento, al que luego llamará “masoquismo erógeno”.
Debido a la valoración del poder en Occidente, podemos
aceptar fácilmente que nos gusta mandar y dominar, pero no acep­
tamos que nos gusta obedecer (porque la pérdida del poder es
degradante); sin embargo, como dice el poeta Jean Paulhan, hay
una “dicha en la esclavitud”. Un simple y visible indicador: acaso
no deba sorprendernos la doble vertiente del látigo como instru­
mento de castigo y también de multipresencia en el sex shop. La
figura de la mujer oprimida hace también a nuestros apetitos sá­di­
cos y masoquistas. Verdades visibles por todas partes, indicado­res
de nuestros gustos, mismos que impregnan un ritmo en el mundo
y en el “amor” al prójimo.
Por otro lado, existe una economía de mercado que explota
nuestros gustos, los exacerba, los construye y moldea. Así lo ex­
presa Leo Bersani:

El gran poder de los medios es, como Watney escribe, “su capa­
cidad de manufacturar la subjetividad misma” e imponer así una
forma a la identidad. El gran público es a la vez una construcción
ideológica y una prescripción moral (Bersani, 1987:27).

En enero de 2003, en el suplemento internacional del periódi­


co Milenio, la investigación periodística de Eduardo Febro titu­
lada “Espías en pantalla” confirma algo sabido: hay asesores de la
Casa Blanca en Hollywood. Chase Brandon, agente de relacio­
de cuya naturaleza en sí misma se reniega y al que nuestras lenguas se rehúsan
a mencionar”. La Boétie denominaba a este vicio monstruoso la “servidumbre
voluntaria”.
misoginia y ciudad juárez 47

nes públicas de la cia, trabajó con los guionistas de Hollywood


como el “consultor técnico” sobre los modelos que serían propues­
tos desde “la magia del cine”. ¿El resultado?: en la época de la
invasión a Iraq salió una saga de películas de guerra, el valiente
soldado, la bandera flameante; no faltaron el soldado gay y el ne­
gro. El público sale del cine inflamado de un sentimiento patrió­
tico. Esa inflamación es manipulable y articulable. El efecto mi­
mético de la imagen y también del discurso como representación
(la narración, la carga de sentido, la seducción discursiva) confie­
ren un poder hipnótico. Y puesto que los medios están a dispo­
sición de los poderes de turno...
Uno de los éxitos del cine comercial, de ciertas narrativas e
incluso de cierto arte representativo, es la presentación de la
escena violenta fijada y enmarcada, bien delimitada la víctima
del victimario, el bueno del malo. La escena así presentada produ­
ce un doble efecto de identificación y de alejamiento a la vez, es el
poder hipnótico de la pantalla. Ese doble efecto se desprende
del hecho de que ese “otro” soy yo mismo, pero al presentarlo fijo
y enmarcado nos hace tomar distancia, como si dijéramos mien­
tras comemos palomitas: “¡Qué horror, lo que ocurre, afortuna­
damente estoy lejos de ello!”.
Tomar conciencia de nuestros gustos puede tener por resultado
distanciarnos de ellos para interrogarlos. ¿Hemos sido cultural­
mente formados en un placer por las formas de la violencia? Tal
estética nos distingue de los animales, que aun salvajes, desco­
nocen ese plus estético. Hay una política de las formas,9 hay una
política en nuestros gustos. Foucault hablaba de una estética de la
existencia.
Hace años tuve la ocasión de platicar con Emil Weiss, cineas­
ta de origen húngaro, documentalista. Le pregunté: “¿Cómo abor­
dar el nazismo?”. Él se atiene sólo a testimonios y documentales.
Rechaza un abordaje del tema por el lado de la representación o
de la puesta en escena. ¿Por qué? Porque la escena, el cuadro o la

Durante su última visita a México en agosto de 2011, David Halperin


9

hablaba de una “política de las formas”.


48 susana bercovich

representación erigen algo en ese lugar, ponen sentido al abismo.


Comentaba que el arte, en tanto que es representativo, tiene siem­
pre algo de perverso. Amigo de Polanski, criticó sin embargo su
película El pianista, que acababa de salir. “Si bien es delicado, su pe­
lícula no deja de ser una representación, el contar una historia
conmovedora”.
Pienso en los signos que en ocasiones inscriben los asesinos
en los cuerpos, una especie de estética de la muerte. De hecho exis­
ten espectáculos que consisten en que un joven se desangra en
público hasta el límite. ¿Cuál es el estatuto del arte? ¿El del espec­
táculo? Está visto que el sacrosanto arte no nos hace más buenos
ni mejores. El arte no es salvador como se pretende, por lo me­
nos no todo, no siempre, también puede erigir más de lo peor: el
arte llamado de denuncia en ocasiones redobla en la representa­
ción lo que denuncia, es el lugar controversial, por ejemplo, de los
llamados “museos del Holocausto”, o de los videos de Marilyn
Manson, que en ocasiones no se sabe si es una denuncia o un mo­
numento a aquello que se pretende denunciar.
En una ocasión vi un programa televisivo en el que un joven
tatuado de pies a cabeza y lleno de piercings decía algo así: “¿Se
sorprenden de mí? ¡Vayan a una boda de clase media y alta, ve­rán
todas las cicatrices de las cirugías, eso sí es horroroso!”. Hay allí
una reflexión pendiente, por el estatuto del arte, las estéticas, la
belleza y el horror.
En 2005 me invitaron a asistir al seminario testimonial de Anne
Lise Stern, psicoanalista, sobreviviente de Auschwitz, analista
de Lacan, de quien dice la salvó del campo nazi. Respecto al nú­
mero tatuado: “Hay quienes están orgullosos de tener el núme­
ro, hay quienes murieron. Yo no estoy ni muerta ni orgullosa”. Y
luego: “Hay quienes quieren escuchar historias de los nazis cada vez
más violentas, eso no sirve, despierta más y más sadismo y odio”.
Resumiendo, habría un fenómeno excitante, mimético y de
contagio en las formas violentas, existe una veneración por las
jerarquías y el dominio de unos sobre otros y un placer en el so­
metimiento, una inflamación por la dupla víctima-victimario, una
especie de necesidad del mal delimitado y separable del buen bien,
misoginia y ciudad juárez 49

una resistencia a admitir que el mal puede estar dentro y que hay
divisiones móviles, que no hay peor cosa que el “nosotros” que fun­
da el “ellos” enemigo (en 1970 Lacan declara: “No conozco más
que un único origen de la fraternidad [...] es la segregación” [La­
can, 2004:121]). Queda pendiente la tarea de esbozar las corre­
laciones entre estos cabos sueltos.
Por el lado de esa oscura misoginia, debo decir que llegué a
Ciudad Juárez muy ingenua respecto de los feminicidios. Mi
espíritu iba un poco en el sentido siguiente: ¿podemos seguir ha­
ciendo el énfasis en el término “feminicidio” cuando matan a mu­
chos más hombres que mujeres? La conferencia de Alicia Gaspar
de Alba (2011), entre otras, abrieron mis ojos: llevada por las siem­
pre tramposas estadísticas, había descuidado “lo femenino” como
el elemento repudiado también en los asesi­natos de hombres. El
“trato” a los cuerpos y la feminización de los cadáveres masculi­
nos hablan de un repudio a la mujer.
Durante la discusión se constató una vez más lo difícil que
resulta despojar a las categorías “hombre” y “mujer” de su fenome­
nología anatómica.
La mujer como continente negro no es un invento del psi­
coanálisis. Los historiadores de Grecia y Roma cuentan que la
pasi­vidad era un punto de horror en el sexo (Allouch, 2001),10
in­cluso motivo de castigo (restricción de los derechos políticos).
Occidente parece haber identificado la pasividad con la mujer,
convertida entonces, en punto de horror.11 Notemos de paso que
el hecho de que la pasividad (la “dicha en la esclavitud”) sea con­
denable es señal de su atractivo, el atractivo de la pasividad.
Ahora bien, repudiada, la mujer es también objeto de adora­
ción, un fetiche, una causa inasible, ideal para los hombres y para
10
Provisto de historiadores como Winkler, Calame, Dover, Quignard, Hal­
perin y otros, el texto pone en valor la pasividad en el hombre (kinaidós) como
punto de horror en el sexo.
11
David Halperin señala que se habrían operado una serie de falsos desliza­
mientos: el rol sexual activo se atribuye a lo masculino, el rol pasivo se atribu­
ye a lo femenino, la castración del lado de la mujer, la mujer como continente
negro. El haber participado de tales deslizamientos es una de las críticas que
Halperin formula al psicoanálisis (1990:31-38 y 76-80).
50 susana bercovich

las mujeres. La mujer como objeto puede ser un efecto de haber


sido deslizada hacia la pasividad, entonces como objeto sexual,
de repudio, de adoración y de horror, fetiche, icono de belleza,
figura ideal, causa inasible, modelo de imitación, también de bur­
­la y de abyección para todos los sexos, también para las mujeres.
Sos­­­pecho que incluso en la homofobia rige una misoginia en la
base.
Ideal y abyecta a la vez,12 la mujer, más allá del género y la ana­
­tomía, es el lugar de un vacío, un agujero en lo sexual. Está vis­to
el horror que le tenemos al lugar de un vacío. La mujer, con­­jun­
­to vacío, punto cero, abismal.
Leo Bersani, foucaultiano, crítico de arte, pensador moderno,
retoma al último Foucault, aquel que sostenía que era necesario
inventar los nuevos modos de estar juntos, nuevos modos socia­
les fuera de las coordenadas del poder y de las jerarquías, del do­
minio y del sometimiento. En la búsqueda de nuevos modelos
relacionales, Bersani encuentra en las artes, en ciertos pintores,
cineastas y escritores, propuestas relacionales alternativas.13
En su visión del arte y de las letras, opone a la escena fija y
enmarcada una valorización de la movilidad, del descentramien­
to, del desplazamiento, una desfalización del orden jerárquico.
Así, Caravaggio, Almodóvar, Henry James, Gide, Proust, Patrice
Leconte, Pasolini y un gran etcétera, brindarían modelos so­cia­les
novedosos. Respecto a la película Saló de Pasolini, inspirada en el
relato de Sade “Los 120 días de Sodoma”, Bersani dirá que, ajus­
tándose a Sade, Pasolini no nos permite el lujo de enmarcar para
distanciarnos y fascinarnos mejor. Por el contrario, somos pes­
12
Susana Bercovich, “¿Quién no es Hamlet?”. Una Ofelia duplicada: “Nos
suben al balcón, nos bajan al infierno, nos queman en la hoguera, nos traen el
sol, el cielo y las estrellas, nos tiran todo encima, nos diagnostican” (Bercovich,
2010).
13
Susana Bercovich, en el texto “Intimidades transformadoras” da una idea
del pensamiento de Leo Bersani y su relación con el psicoanálisis, en <www.
encuentropsicoanalitico.com>. También en el texto “Acercamientos ineludibles.
Leo Bersani y el psicoanálisis, Bercovich elabora una introducción que precede
a la conferencia de Leo Bersani, “Psicoanálisis, teoría queer y Almodóvar”, pu­
­blica­da en revista Opacidades, núm. 4, Buenos Aires, 2006.
misoginia y ciudad juárez 51

cados de entrada pues el director nos hace tomar conciencia de una


movilidad, de la que ya no podemos desentendernos.
Al disgregar de manera agradable nuestra atención estética, Saló
evita que nos enfoquemos directamente en los centros narrativos
de violencia. La tendencia a aislar la violencia se ve frustrada conti­
nuamente y como resultado Pasolini nos priva del lujo narrativo
de aislar el acto obsceno o violento y rechazarlo y fascinarnos con
la escena (Bersani y Dutoit, 2002b:94).

La disolución de la división objeto-sujeto se hace patente en la


última escena, cuando la cámara se aproxima al libertino, quien
se encuentra observando a través de unos binoculares cómo los
verdugos matan salvajemente a sus víctimas. La cámara se acerca
tanto que la pantalla termina por cobrar la forma de los bino­cu­
lares, poniendo a cada espectador en el lugar del libertino que mira
(Bersani y Dutoit, 2002b).
En su reciente visita a México, David Halperin hablaba de la
estética camp como una estética de lo horizontal: “Ironizar sobre
sí es abrazar a todos” (Halperin, 2011). La ironía sobre sí mismo
desestabiliza las jerarquías, nos pone a la altura de cualquiera, o
incluso de cualquier cosa. La sensibilidad de Jean Genet pesca
algo de esto en el escultor Alberto Giacometti: “Puesto que me
sorprendo de que haya allí un animal esculpido —es el único
animal entre sus figuras: perro flaco, perdido, cabeza agachada.
Él me responde: Soy yo. Un día me vi así en la calle. Yo era el
perro”.14
El interés que el psicoanálisis despierta en Leo Bersani parece
descansar en el hallazgo de la sesión de análisis como un disposi­
tivo novedoso, una relación íntima e impersonal en la que des­tacan
dos elementos que hacen a su especificidad: 1) el psicoanalista
no es un experto, más bien es alguien capaz de tomarse por un x,
por un cualquiera, más aún, por cualquier cosa (como Giacomet­
ti vuelto perro), y 2) si bien la sesión de análisis es regulada por
eros (transferencia), se trata de un tipo de intimidad donde lo
sexual se diluye en un eros que “se consume sin consumarse”.
14
La traducción es mía.
52 susana bercovich

Hay estéticas no violentas como la estética camp que apunta


más a la ironía que a la belleza, que valoriza las horizontalidades.
Por su parte, Bersani hablará de un masoquismo estético, una esté­
tica del descentramiento y de la disolución de un ego inflamado.
Se pueden establecer lazos entre algunos pensadores contem­
poráneos cuyos quehaceres son muy diversos. Donna Haraway,
Joan Copjec, Leo Bersani, David Halperin, entre otros. Ellos han
estado en nuestro país, invitados en distintos momentos, en su
ma­yoría por el Programa Universitario de Estudios de Género
(pueg-unam). Cada uno, desde su perspectiva, tal vez sin perca­
tar­se, brindan nuevos modos de pensar las fronteras, las mismi­
dades y las diferencias.
En el pensamiento de Bersani el sujeto se prolonga en el prójimo
y en la naturaleza; como parte del movimiento surge entonces la
diferencia en un segundo tiempo de manera sorprendente, ines­
perada, y esa diferencia no es traumática. En diálogo informal me
comentaba que se ha entronizado la diferencia. “¿Qué pasaría si en
lugar de educar hacia la diferencia educáramos hacia la mismidad?
No ‘respeta a tu compañero porque es diferente’, sino ‘quié­relo
porque él es tu prolongación’. Sin duda el mundo sería otro”.
En 2006, durante sus conferencias en Costa Rica, se pregun­
taba: “¿Cómo hacer jugar la pulsión violenta a nuestro favor, vol­
verla móvil, impersonal?”. Hablaba entonces de una disolución
de la violencia en la sociabilidad (el ligue no como algo necesa­
riamente sexual, sino como una simpatía social impersonal). “La
relacionabilidad puede ser revolucionaria”.15
Por su parte, Donna Haraway (s.f.) produce la figura cyborg
como un continuo: no hay distinción entre lo animal, lo humano,

15
Leo Bersani, “La división sujeto-mundo tiene lugar con Descartes. Es un
dualismo errado ontológicamente y políticamente desastroso”. También pro­
pone una suerte de singularidad universal: “La posibilidad de considerar que
pertenezco a la clase de ser que es el otro. Es un tipo de individualidad no vio­
lenta. Pertenecer al mismo tipo de ser que es el otro es menos peligroso. Pue­
do tener la comodidad de amarme en el otro y el otro sigue siendo el otro
¿cómo reducir el estatus de la diferencia? ¿De la amenaza?”. En esa ocasión el
modelo será el amor griego Eros-Anteros. Apuntes de su seminario en San Jo­
sé, Costa Rica, 2006.
misoginia y ciudad juárez 53

lo cibernético, el discurso y la tecnología, lo espiritual y lo ma­te­


rial; los límites también para ella son imprecisos. Así comenzó
su conferencia en México en noviembre de 2007: “Nunca hemos
sido humanos. Somos habitados por otras especies: bacterias,
virus, etcétera” (2007). Su becaming with es inspirador.16
El espacio así planteado no es de fusión ni de diferencias, sino
topológico, de prolongación y de divisiones móviles, “un no espa­
cio”, como dice Joan Copjec a propósito de un espacio de no-di­vi­
sión entre el mundo humano y el mundo espiritual en la cultura
islámica (Copjec, 2006).17
Es así como encuentro una relación entre la intimidad imperso­
nal, la figura cyborg, la ironía de la estética camp, la prolongación
del yo en el otro, la condescendencia y las divisiones móviles.
Lo contingente, lo potencial y lo inestable, parecen reunir a
estos autores. El psicoanálisis también se inscribe en la serie.
Hay una política en nuestra estética. Conviene, como intenta
Sade, no engañarnos respecto a nuestros gustos, ¿para transfor­
marlos?
La estética del amo y el esclavo, la de la escena recortada y fija
que distancia y fascina a la vez, la estética del “nosotros” que hace
al “ellos” enemigo, en fin, la estética de enmarcar, fijar y diagnos­
ticar son estéticas que empujan a una violencia. En cambio, las
estéticas de la disolución, la movilidad y la prolongación, parecen
llamar a otra cosa, cuanto menos más ligera.

Bibliografía

Allouch, Jean
2001 Le Sexe du maître. L’érotisme d’après Lacan, París, Exils
Éditeurs [El sexo del amo. El erotismo desde Lacan, Méxi­
co, Epeele].

16
En la conferencia alguien le preguntó: “¿Es usted posthumanista?”. Res­
puesta: “No soy post nada, ser post es como tomar una ametralladora y destruir
todo lo anterior”.
17
Capítulo 4, “El descenso a la venganza”.
54 susana bercovich

Bercovich, Susana
2010 “¿Quién no es Hamlet?”, en revista Desatinos, núm. 3,
Medellín.
Bersani, Leo
1987 “Is the Rectum a Grave?”, en Aids: Cultural Analysis/Cul­
tural Activism, núm. 43, octubre, Massachussets Institute
of Technology, pp. 197-222.
1999 ¿Es el recto una tumba, Córdoba, Argentina, Edelp, Cua­
dernos del Litoral.
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Identidades infanto-juveniles:
pandillas transnacionales1

Alfredo Nateras

De los contextos sociales a los textos


culturales: América Latina y los sujetos
transnacionales

Uno de los aspectos que aparecen insistentemente en la discusión


teórica en las ciencias sociales y humanas se refiere a la impor­
tan­cia de los contextos,2 a fin de dar cuenta de mejor manera de
cier­tas acciones sociales y expresiones culturales de los actores.
Esto no quiere decir que se avale el retorno del estructuralismo, sea
de cual­quier signo (sociológico, psicológico o antropológico), por
el contrario, interesa privilegiar los procesos, tejer las articulacio­
nes con la parte subjetiva de la vida social, en especial con los que
podríamos denominar los sujetos transnacionales agrupados en las

1
Estas modalidades de agrupamientos se configuraron en Centroamérica
(El Salvador, Guatemala y Honduras), en climas de guerra civil, de protesta
campesina o estudiantil y en los flujos migratorios (forzados), como mecanis-
mos de estrategia familiar para proteger la integridad física de los niños, los
adolescentes y los jóvenes de esa época, por lo que el surgimiento de las pan­
dillas transnacionales como la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18 (B-18),
se da en el país de llegada, que por excelencia es Estados Unidos de América
(finales de la década de los setenta y principios de los ochenta).
2
Los contextos, en términos amplios, los vamos a conceptualizar como un
lugar geográfico, social y temporal, es decir, histórico, a partir de los cuales se
dan las relaciones intersubjetivas.

[57]
58 alfredo nateras

clicas3 de la MS-13 y del B-18.4 Se trata de conectar los mundos


simbólicos, es decir, ligar las etnografías densas con los contex­
tos (económicos y políticos) de tal forma que se asemeje al mo­
vimiento de un péndulo entre lo macro y lo micro; mostrar los
datos estadísticos duros (lo cuantitativo) y la expansión de la mi­
ra­da etnográfica (lo cualitativo) hacia estudios meso (Hopenhayn,
2005).
En este sentido, los contextos que más sobresalen, teniendo
como escenario a América Latina, son la globalización neoliberal,
las sociedades del conocimiento, la exclusión y las desigualdades
sociales, las violencias y sus diversos matices, los procesos migra-
torios e inmigratorios, las identidades sociales, las inequidades de
género, lo multi e intercultural, la construcción de ciudadanías,
el descontento y el malestar social (“los indignados del mundo”), el
poder del crimen organizado (el narcotráfico), el miedo colecti-
vo, la seguridad ciudadana e inseguridad pública, la condición ju­
venil y las “pandillas5 transnacionales”.

3
Sectores o células en las que se divide o se desagrega la pandilla.
4
Las palabras “mara” y “marabunta”, en El Salvador, aluden a grupo, en
otras palabras, hay distintos tipos de maras: de amigos, deportivas, escolares
y “pandilleriles”. A su vez, la marabunta (hormigas gigantes de África que van
des­truyendo todo a su paso) se usa como metáfora para signar los procesos mi­
gratorios de estos agrupamientos. Si descomponemos el término de Salvatru-
cha, tenemos que “salva” se refiere a El Salvador, y “trucha” a ponerse listo, es
decir, un salvadoreño listo (identidad nacional / “los verdaderos salvadoreños”,
“100 por ciento salvadoreños”). Por lo que hace al B-18 se compone princi-
palmente de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, donde los jóvenes
“cholos” mexicanos son los que les otorgan su rostro identitario.
5
El concepto de “pandilla” es uno de los más incómodos de utilizar, ya que
está saturado de sentido negativo. Pandilla/pandillero, viene de la palabra en
inglés gang y conlleva la idea de violencia, delincuencia/delincuente. Dicha ter­
minología se desprende de los estudios de la Escuela de Chicago de finales de
los años veinte y treinta del siglo pasado. Lo interesante es que una parte im­por­
tante del discurso de la academia y de los propios integrantes de estos agru­
pamientos lo tienen tan asimilado que han reproducido dicho término en los
estudios contemporáneos de las identidades juveniles y en las autodefinicio­
nes de sí, con todo lo desvalorativo que eso significa. Trataremos, en la medi-
da de lo posible, de sustituirlo por homies (amigos), palomilla (grupo de cuates),
banda (cultural [agrupamiento de “carnales”]).
identidades infanto-juveniles 59

Quizás estos rostros se puedan releer como una clara expresión


de las tensiones sociales y de los conflictos culturales que esta­
mos viviendo, con resultados nada favorables para el grueso de
la po­blación, especialmente en lo que atañe a los sectores más vul­
nera­bles: niños, jóvenes, ancianos e indígenas. Dentro de estos
rostros, uno de los más complejos es la desigualdad que conlleva
varias extensiones, como podría ser lo relacionado con la exclu-
sión so­cial.
La desigualdad, en términos amplios, marca la historia de Amé­
rica Latina y de nuestras sociedades contemporáneas; los casos
singulares de México, El Salvador u Honduras, por citar tan sólo
a estos países, son de los más reveladores.
Desde los territorios de la antropología social y, como bien
lo dice Luis Reygadas (2007), si en la década de los setenta el pa­
ra­digma al que se recurrió para analizar la desigualdad social fue
el marxismo, en los ochenta no interesaban los aspectos cultu­
ra­les de esa desigualdad, e incluso en los noventa los temas de la
explotación desaparecieron de las preocupaciones públicas, aca­
démicas, y —agregaríamos— también fueron perdiendo fuerza
las estrategias de intervención para incidir en esas desigualdades
sociales.
Es en la década de los noventa del siglo xx (y en lo que va del
siglo xxi), que se da dentro del pensar y del hacer de la antropo­
logía social, lo que se conoce como el giro cultural y la eferves-
cencia de lo multicultural enfocado en marcar las diferencias de
ciertos sujetos sociales, como por ejemplo el de las culturas in­dí­
genas y el de las culturas juveniles.6 Tal situación llevó a una parte
de la etnografía a encerrarse en sí misma, es decir, ciertas descrip­
ciones densas (lo simbólico/lo subjetivo), muy bien elaboradas
y construidas, carecían de articulación con los aspectos económi­cos,

6
El antropólogo catalán Carles Feixa define a las culturas juveniles desde
dos vertientes: una, de forma amplia, como la manera en que las experiencias
sociales de los jóvenes se manifiestan grupal o colectivamente, y la otra, en
un sentido más restringido que alude a la emergencia de las “microsociedades
juveniles”. Al respecto, véase su texto El reloj de arena. Culturas juveniles en Mé­
xico, México, sep/Causa Joven/ciej.
60 alfredo nateras

políticos y sociales de la época, e incluso de lo regional o, dicho


de otra forma, no aparecían los contextos que le daban sustento
a la acción de los actores sociales.
Reygadas (2007) establece una crítica al giro culturalista en an­
tropología y sitúa la temática de la desigualdad social como uno
de los problemas más significativos y persistentes en nuestras
so­ciedades latinoamericanas, que inevitablemente remite a situa­
cio­nes asimétricas de poder. En palabras del autor (2007:347):

Hoy estamos en mejores condiciones para entender que la des-


igualdad no sólo es resultado de la distribución dispareja de los
medios de producción, sino que también es producto de una cons­
trucción política y cultural cotidiana, mediante la cual las diferen­
cias se transforman en jerarquías y en acceso asimétrico a todo
tipo de recursos.

Queda claro que Reygadas apunta a una relación entre la di­fe­


rencia cultural y el derecho a la equidad social, es decir, una igual­
dad que garantice similares oportunidades (de salud, laborales,
educativas, recreativas, económicas), aunado a las condiciones de
bienestar real y simbólico para todos y todas.
En estas lógicas discursivas hay una discusión entre lo multi-
cultural y lo intercultural, en el entendido de que existe una dife­
rencia importante entre ambos conceptos. El primero alude a la
coexistencia múltiple, sin tocarse, de las culturas, es decir, están
yuxtapuestas, y el segundo se ubica en situaciones de trueque cul­
tural, en donde se da la regulación de intercambios (materiales y
simbólicos), incorporando las tensiones y los conflictos entre los
distintos agrupamientos, colectivos y comunidades. De ahí que
vale preguntarse, de nueva cuenta, por la importancia de una mi­
rada intercultural en función de las diversas prácticas sociales y
para la elaboración de políticas públicas encaminadas a incenti-
var la igualdad intercultural que propicien comunicación y lazos
entre grupos diferenciados, sin borrar o negar los problemas que
pudiesen suscitarse (por ejemplo, entre los grupos juveniles cir-
identidades infanto-juveniles 61

cunscritos a los procesos migratorios transnacionales, “cholos”,7


“ma­ras”,8 y de éstos con las adscripciones identitarias locales).
García Canclini (2004), al discutir el concepto de la intercul-
turalidad señala que se estructura a partir de tres procesos: las
diferencias (en el ámbito cultural), las desigualdades (en lo social)
y la desconexión (en los sistemas de comunicación). Tal propuesta
es interesante, ya que a través de las diferencias se pueden pen­sar
las acciones sociales de determinadas comunidades, como po­
drían ser las indígenas e incluso las culturas juveniles (Feixa, 1998)
en los espacios públicos, que remite a la disputa de no ser violen­
tados por ser diferentes, es decir, se trata de la lucha por el recono­
cimiento de los derechos ciudadanos, en este caso, de los jóvenes
globalizados y transnacionales.
En este sentido, estaríamos hablando de construcción de ciu­da­
danías más universales y equitativas, a fin de no quedarse solamen­
te en la proclama y en la defensa de las diferencias culturales. Por
ejemplo, el capital se globaliza, lo que no lo hace es la fuerza de
trabajo/mano de obra, por lo cual no se reconocen los derechos
del trabajador migrante, principalmente de los jóvenes, por lo que
prácticamente no existen como ciudadanos en el país de llegada
y su lugar social en gran parte de los casos es como “ilegales” e
“invisibles”. Lo importante es que la reivindicación de las diferen­
cias culturales del agrupamiento que se trate (sea étnica, de los
sectores juveniles o de las pandillas transnacionales) no esté des­

7
Los “cholos” o “cholillos” son jóvenes mexicanos de cultura transfronte-
riza que llegan a Los Ángeles, California, a finales de la década de los años
treinta y se conforman en bandas juveniles como una manera de resistirse po­
líticamente a la exclusión y la discriminación racial.
8
Es importante aclarar que actualmente, en estas adscripciones identita­
rias, no todos sus afiliados son jóvenes y esto se explica en virtud del tiempo
social transcurrido, es decir, algunos ya se hicieron adultos, por lo que se requiere
(y proponemos) hacer un cohorte generacional dentro de estos agru­pamien­
tos, ya que creemos que coexisten hasta tres generaciones; la primera, que van
entrados en los 30 años y se acercan a cumplir 40 o más; la segunda, se sitúan
más o menos entre los 24/26 y 28 años de edad, y la tercera, que corre de los 10/
12/14/16 y hasta 22 años.
62 alfredo nateras

ligada de la aspiración por reducir las desigualdades sociales del


grupo correspondiente.
Tanto la perspectiva multicultural como la intercultural hay
que situarlas dentro de varias coordenadas de análisis que contem­
plen los mecanismos de la globalización y de lo transnacional. La
globalización refiere a los procesos sociales, económicos, po­líti­
cos, culturales y demográficos que se llevan a cabo entre las na­cio­
nes del mundo, en otras palabras, estamos ante la intensificación
de las relaciones sociales que conllevan a la interdependencia, por
lo que los acontecimientos nacionales, entendidos como locales,
son influidos por sucesos que se dan en otros espacios, tiempos y
tierras muy lejanas. En lo que atañe a lo transnacional, se trasla­pa
con la globalización, ya que es un término más limitado y solamen­
te trasciende a una o más naciones, alude a la idea de Estado-na­
ción, y los aspectos relacionados con lo territorial, lo social y las
culturas están referidos a ciertas naciones y no a todas en el sen­
­tido universal (por ejemplo, las violencias y las pandillas están
in­terconectadas entre las clicas de Centroamérica, sean del B-18
o de la MS-13, con respecto a las del este de Los Ángeles, Cali­
fornia, en Estados Unidos).
El concepto de globalización es más abstracto, no hay una
referencia particular a una nación sino en todo caso implica a las
naciones en su totalidad, por lo que una de sus cualidades tiene
que ver con lo mundial. Por el contrario, el término de lo transna­
cional, al estar anclado a la idea del Estado-nación, sus dimensio­
nes más importantes están ubicadas y son trazadas en el pro­yecto
de lo cultural y lo político (Kearney, 1995).
Siguiendo con esta discusión, Robert Courtney (2006:17) hace
una clara diferencia entre los procesos transnacionales y la globa­li­
zación marcando un nuevo elemento, la migración, en el enten-
dido de que la transnacionalización: “[…] implica a po­blaciones
migrantes y Estados nación específicos y los procesos globales […]
implican cambios económicos, institucionales, culturales y de otros
tipos que reconfiguran el poder en una escala mundial”. Aquí lo
que destaca, al parecer, es que entre la globalización y lo transna­
cional hay una diferencia basada en el nivel de la escala para el
identidades infanto-juveniles 63

análisis de lo social y lo cultural. Si esto es así, podríamos seña-


lar que una de las cualidades de los procesos de la globalización
y lo transnacional es la emergencia en los espacios públicos y en
los tiempos sociales de las ciudades, de los mecanismos de lo mul­
ticultural y lo intercultural.
Es claro entonces que la globalización neoliberal en el ámbito
económico y cultural ha generado la fragmentación de la vida
social, lo cual conlleva la multiplicidad en la emergencia de un
sin­número de agrupamientos con toda la gama identitaria que
im­plica y cada vez más tienden a diversificarse. De ahí que una de
las vertientes de la globalización económica que más presencia
ha adquirido, real y simbólicamente hablando, es la migración, en
especial la de los adolescentes (edad biológica) y la de los jóvenes
(edad social), suscitando fenómenos como los de la transnacio-
nalización de las “pandillas juveniles” (adscripciones identitarias).
Al expandirse los procesos de globalización económica, lo cual
quiere decir que el capital domina y triunfa, las culturas nacio-
nales tienden a internacionalizarse, a transnacionalizarse, lo que
sugiere que las grandes ciudades del mundo se interconectan,
tanto en Occidente como en América Latina, junto con sus prác­
ticas de vida cotidiana, acciones y expresiones sociales, posturas
ecológicas, vicisitudes políticas y las características del consumo
cultural de sus ciudadanos. Lo relevante de lo transnacional es
lo que atañe a los grandes flujos migratorios, en los cuales mu­
chos jóvenes, hombres y mujeres, están implicados y en desven-
taja so­cial respecto a sus derechos humanos y a lo que podríamos
deno­minar como la disputa de su ciudadanía cultural como lati-
nos, en el país de llegada.
Es claro que la migración es uno de los fenómenos sociales y
culturales que están recorriendo el mundo, los otros son el ra­cis­mo,
el narcotráfico, las violencias, la pobreza y el uso social de drogas. A
partir de los flujos migratorios se pueden entender a profundidad
los procesos de transculturalización en los que están inscri­tas va­
rias adscripciones identitarias juveniles, como el caso de los “cho­
los” (Valenzuela, 1988, 2002), en tanto que son ya considera­dos
64 alfredo nateras

una cultura juvenil transfronteriza junto con los homies9 del B-18
y de la MS-13 quienes mantienen vínculos/comunicación con los
agrupamientos o las clicas correspondientes de sus paí­ses de
origen (El Salvador, Honduras y Guatemala). Estos jó­ve­nes
transnacionales no pierden su conexión y su relación afectiva con
su tierra natal, es decir, la MS-13 y el B-18, asentados en el país de
llegada, Estados Unidos, ya que siguen enraizados a sus países
de origen, insertos en flujos de comunicación por lo regular vía
ciberespacio, internet, cámara web y telefonía celular.
Estas adscripciones identitarias (juveniles) de las pandillas trans­
nacionales son las que mejor hacen visible el desdibujamiento del
Estado y expresan crudamente y sin concesiones los rostros del des­
contento y de la molestia social, a través de sus diversas prácticas
y de sus múltiples expresiones culturales, en tanto que desnudan
las tensiones y las contradicciones, no sólo en las que ellos vi­
ven, sino también en las que vive la mayoría de la población. Al
mismo tiempo, dan cuenta de los procesos desiguales de globa­
li­zación en los que son excluidos de las supuestas bondades del
de­­sarrollo económico y social de la modernidad, y como uno de sus
recursos imaginarios/imaginados10 utilizan el ejercicio de las vio­
­lencias sociales a fin de alcanzar la equidad o de llevar a cabo cier­ta
nivelación social.
Lo importante respecto a la emergencia de las bandas cultura­
les (Sánchez y Reynolds, 2003) y de las pandillas (juveniles) trans­
nacionales es que también hablan de la interculturalidad en la
que se encuentran nuestras sociedades latinoamericanas, donde
el reto es construir los mecanismos necesarios a partir de los cua­
les haya un indeclinable respeto a la diferencia cultural al otro
9
Amigo, “cuate”, hermano, no consanguíneo, sino de fraternidad.
10
Entendemos el imaginario, tal como lo plantea la psicosocióloga Martha
de Alba (2007:293): “[…] es un fluir de imágenes, de símbolos, que existe por
sí mismo, no tiene necesariamente un fin de comprensión, ni de acción sobre
un objeto […] es una construcción simbólica de carácter más espontáneo que no
necesariamente tiene tiempo y lugar, y cuyos puntos de referencia o an­cla­je en el
mundo exterior son opacos y débiles […] El imaginario puede no tener objeto,
puede construirse a partir de la libre asociación de imágenes sin sentido, de las
ensoñaciones y de las fantasías”.
identidades infanto-juveniles 65

(distintos y diferentes a uno) así como a aspirar y a acceder a con­di­


ciones materiales de vida menos desiguales.
Lo sustancial de estos grupos en su diversidad cultural y en
las prácticas sociales; en el diseño de sus estéticas corporales (ta­
tuajes/perforaciones); en sus formas de participación —o no— en
lo político; en los riesgos que se corren (consciente o inconsciente­
mente) frente a la violencia y a la muerte, y en la apropiación de
los espacios públicos/semipúblicos11 es que realmente puedan re­­co­
­nocerse más allá de su identidad de pertenencia, lo cual quie­re
decir que antes de autorrepresentarse como del B-18 o de la MS-13,
tendrían que mirarse como ciudadanos con derechos hu­manos
y responsabilidades colectivas, es decir, a estos jóvenes se les tie­ne
que situar como sujetos plenos de derechos, lo cual im­plica que
se los apropien, haciéndolos valer y además hacerse beneficiarios
de las políticas públicas que supuestamente van di­rigidas hacia
este sector. De esta forma, una de las interrogantes que podríamos
formular sería la siguiente: ¿cómo abordar el asun­to de las clases o
de las desigualdades sociales en los estudios de las diferencias cul­
turales sin caer en un determinismo econó­mico?

Situación actual de la MS-13 y del B-1812

Una de las claves para comprender lo que podríamos denominar


como las “nuevas configuraciones” o las distintas “máscaras iden-
titarias”, a partir de las cuales se expresan los rostros de las adscrip­

11
El espacio —incluido el cuerpo— es uno de los elementos articuladores
de estos agrupamientos juveniles. Sin el espacio apropiado y usado no se pue­den
entender las adscripciones identitarias juveniles. El espacio (la calle, el barrio,
el antro, la casa de cultura, los sitios alternos, la propia casa, la vecindad, la
cancha de juego, la ciudad, la cárcel) facilita la construcción de las identidades.
El valor es simbólico, en tanto el encuentro y el reencuentro con el otro pare-
cido y diferente a mí, conlleva a un “nosotros”: somos “cholos” diferentes a los
hip-hoperos; somos del B-18, distintos a los de la MS-13.
12
Los datos construidos con respecto a estas afiliaciones identitarias se
desprenden de un trabajo de campo realizado en el Triángulo del Norte Cen­
troamericano (tnc), que incluye a los países de El Salvador, Honduras y
66 alfredo nateras

ciones de la MS-13 y del B-18, es ubicar y analizar los impactos que


tuvieron en las dinámicas internas de estos agrupamientos las
políticas represivas de cero tolerancia que se implementaron, así
como el rechazo y el hostigamiento de una parte significativa de
la sociedad, y en la construcción mediática de una narrativa que
señala a un responsable único de los problemas de inseguridad ciu­
dadana, la seguridad pública, el clima de violencia y las muertes
que influyeron en el estado de ánimo colectivo de miedo y temor
social extralimitados, ya que no correspondían con la realidad, los
acontecimientos y los principales actores. Asimismo, la persecu-
ción feroz, el encarcelamiento masivo, la represión brutal y el ase­
sinato de un número considerable de sus integrantes (incluyendo
los espacios del encierro), llevado a cabo por escuadrones de la
muerte y de limpieza social, orilló a ambas adscripciones a rede-
finirse con respecto al Estado y a los cuerpos de seguridad (los
policías, “los juras”) como sus principales enemigos (políticos), de
los cuales habría que cuidarse y defenderse.
Las nuevas modalidades de la MS-13 y del B-18 están atrave­
sadas por una serie de ajustes, reacomodos y cambios que los
ubi­can en climas de zozobra, de incertidumbre, de confusión y de
cierto descontrol con respecto a los derroteros y las redefinicio-
nes identitarias como mara o pandilla. Por tales motivos, es muy
difícil/complicado, saber/conocer a ciencia cierta lo que realmen-
te está sucediendo en sus avatares intragrupales, por lo que sólo
nos queda hacer algunas descripciones y arriesgar ciertas hipóte­
sis (teóricas) con base en la poca información que se tiene, vía las
últimas investigaciones o intervenciones con estas clicas, ya sea
en los espacios comunitarios o en los del encierro.
Aunque estamos presenciando una serie de modificaciones
vertiginosas y simultáneas en estas adscripciones de grupo, y a
partir de un análisis de contrastes, vamos a señalar aquellos aspec­

Guatemala, en los meses de octubre a diciembre de 2008. Se llevó a cabo a


través de un dispositivo de etnografía multisituada/multilocal. Se lograron
realizar cinco entrevistas a profundidad a integrantes de la MS-13 y siete a la
“pandilla” del B-18.
identidades infanto-juveniles 67

tos algo borrosos que aún perduran o se mantienen en su núcleo


y en su matriz de significación como grupalidad. A mi entender,
aunque se está mutando, y probablemente expresándose de otra
manera, la centralidad la sigue ocupando el requerimiento iden­
ti­tario de pertenecer a la MS-13 o ser parte de la pandilla del
B-18, ante la imposibilidad real del Estado y de sus institucio­
nes (la fa­milia/la escuela), de ofrecer modelos alternos y hori-
zontes que contribuyan a mejorar las condiciones materiales y
simbólicas de la existencia diaria de estos adolescentes jóvenes e
incluso ni­ños, los “bichos” (en este sentido, están cobrando una
presencia impor­tante y emergente todas aquellas identidades ju­
veniles articu­ladas en “bandas culturales” [Sánchez y Reynolds,
2003] y “palomi­llas” cuyas apuestas se sitúan en el orden de lo
cultural o de lo po­lítico; me refiero, por ejemplo, a los emos, los hip-
hoperos o los rockeros, por citar tan sólo a estos colectivos).
Las instituciones que se encuentran en un resquebrajamiento
y en un mayor cuestionamiento son las del ámbito familiar y edu­
cativo. Por una parte, la familia sigue envuelta en permanentes cri­sis
y restructuraciones de sus vínculos, de tal manera que es in­capaz
de llevar a cabo el acompañamiento social y afectivo de los pro­
ce­sos de formación de sus integrantes y de garantizar los míni­
­mos cuidados emocionales para que permanezcan en ella, ya que
los cli­mas de violencia intrafamiliar, además de ir en aumento, son
muy preocupantes no sólo porque cada vez son más brutales, sino
también porque aceleran el descentramiento y el posterior abando­
no de la familia (Cuerno, 2000; Morán, Huezo y Gibbons, 2001;
Serrano, 2005). Por lo que respecta a la educación, se sigue vacian­
do de sentido y, dadas las condiciones de supervivencia en que
se halla una parte significativa de estos jóvenes, tanto hombres como
mujeres, tarde o temprano se da una deserción, además de que
la calificación escolar difícilmente contribuirá como un me­ca­
nismo para mejorar el escalamiento social. De tal suerte que de
las pocas posibilidades que se tienen o que se van perfilando son:
irse de migrantes —por lo regular a Estados Unidos, con todos los
riesgos sociales y culturales que esto implica—; ingresar al crimen
organizado como forma de vida, lo que remite a una alta probabi­
68 alfredo nateras

lidad de morir, o afiliarse a la mara o a la pandilla, que a su vez


conlleva situaciones de vulnerabilidad de ser reprimido o incluso
asesinado, ya sea por una pandilla rival, los cuerpos policiacos y
en algunas circunstancias por la propia clica a la que se pertenezca
(Salazar, 1998).
Quizás entre las variaciones más significativas que se están dan­
do están todas aquellas que podríamos situar en el registro de las
afectividades, emociones y sentimientos. Al parecer los lazos de
amistad y de hermandad, los vínculos de solidaridad y de lealtad,
no tienen la misma fuerza y potencia de sentido y significado que
antes; si bien no se han perdido, se han debilitado y desdibuja­
do debido a las circunstancias sociales que enfrentan las clicas, ya
sean de la MS-13 o de los homies del B-18, aunque tiende a re­cru­
decerse en la adscripción identitaria de la MS-13. Esto se explica
en parte porque los núcleos base de la mara o de la pandilla tien­
den a ser cada vez más heterogéneos, diversos y complejos entre
sí, independientemente de que se trate de la misma adscripción
identitaria como MS-13 o B-18, es decir, se están manifestando
distintas formas de ser clicas, por lo que ahora claramente hay va­
rias maneras de ser mara o pandillero que coexisten al mismo
tiempo, no sin problemas y serias dificultades.
Otro de los aspectos centrales de redefinición identitaria es el
territorio donde habitan estas adscripciones grupales. Es cierto
que los anclajes territoriales que abonan en la construcción de las
identidades locales y barriales (de esquina) se están desanclando
debido a que la defensa del territorio como marcaje de lugar, de
hábitat y de pertenencia ya no es tan importante, o al menos está
adquiriendo otras cualidades como la de ser más móvil y plástica,
es decir, tiende a convertirse en una suerte de identidad nómada
que se está desplazando constantemente por la ciudad, la región
o las comunidades, a fin de no ser ubicado o detectado en espacios
públicos, sitios o territorios definidos.
Estas agrupaciones, como se empieza a vislumbrar, se han en­
­durecido por los contextos y las situaciones en las que están sien­do
producidos/construidos, lo cual conduce al surgimiento de meca­
nismos internos/externos (emergentes) que marcan tanto las nue­
identidades infanto-juveniles 69

vas formas de sobrevivencia social (material)/cultural (simbólica)


y las especificidades/redefiniciones de los diferentes lugares so­
ciales que están jugando y que ocupan como actores en el hete-
rogéneo mercado de las violencias y de las muertes, no sólo como
sujetos (victimarios), sino también —y cada vez más— desde el si­­­-
tio de objetos (víctimas).
En lo que atañe a las cualidades generales de los integrantes de
estas clicas, el núcleo básico o la matriz se ha mantenido, aun­que
con algunas sutiles variaciones; por ejemplo, hay un acentuado
predominio del género masculino; están más definidas las trayec­
torias de ser adolescentes, a la condición de jóvenes y de adultos
jóvenes (cohortes generacionales); se han reducido los niveles de
escolaridad; se ha disminuido el desempleo con respec­to a las ci­
fras de 2006; prevalece el valor simbólico para el ingre­so a la clica,
es decir, 36.2 por ciento —antes era 46 por ciento—; lo sigue
ha­ciendo por “el vacile” y por los problemas (de violencia) que se
tienen en casa (Aguilar y Carranza, 2008).
Con respecto a la disputa, tanto en la construcción de un lu­
gar social como por la edificación de un sitio en el interior de la
con­figuración de la identidad del grupo del que se trate, hay varias
rutas/trayectorias que coexisten entre sí. De inicio, están los
denominados “colaboradores o simpatizantes”; son los que no pa­
saron por los ritos o las reglas de iniciación, por lo que no están
comprometidos en las acciones ilegales del grupo, simplemente
se ubican como una especie de ayudantes o de adherentes. Si-
guiendo esa ruta, se tiene el pasaje o tránsito de estar en el “va­ci­le”/
“vacilando con” y el inicio del proceso de conversión identitaria
que consiste en dejar de ser civiles para convertirse en homies y, por
lo tanto, ser “activos”, es decir, pasar por los rituales de ini­ciación,
ser “brincados” y en esa condición como regla aceptada, no po­
drán salir de la pandilla o la mara, pues si lo hacen serán con­siderados
como desertores, lo cual en el imaginario de la clica se traduce co­
mo traición, que se paga con la vida, es decir, le dan “luz verde”:
sentencia de muerte.
Los “calmados” o “pasivos” son por lo regular pandilleros o de
la mara que ya son batos grandes y que han obtenido la “dispensa”
70 alfredo nateras

o “el pase”, es decir, siguen reconociéndose como tales, no se


salen de la clica, sin embargo ya no están obligados, ni tampoco
implicados, en participar en los actos ilegales o de involucrarse en
situaciones de violencia, e incluso renuncian a consumir dro­gas,
en cambio, los ex pandilleros, no tienen el “pase” y por lo común
son desertores, lo que implica su persecución.
En cuanto a lo que se conoce de su particular manera de estruc­
tura y de construirse respecto a sus lugares intraidentitarios que
marcan las dinámicas del grupo, básicamente tampoco han varia­
do, se han mantenido en el tiempo histórico y en el espacio social,
es decir, están los palabreros, una especie de liderazgo,13 son los
que tienen más influencia o protagonismo y quienes llevan la pa­
labra de todos, los portavoces de las decisiones grupales, las
cuales se siguen haciendo en colectivo (democráticamente), a lo
que ellos denominan “hacer la rueda”, “la ronda” o “el mitin”. Por
ejemplo, en relación con el uso de drogas legales e ilegales se ha
llegado a un consenso que prohíbe usar crack (pasta base), ya que
los pone “muy locos”, es decir, en una situación vulnerable, en
riesgo y en desventaja delicada ante la pandilla o la mara rival, y
también con respecto a los cuerpos de seguridad del Estado y de
las fuerzas especiales de la dea y del fbi que están operando en
El Salvador (en Centroamérica). Incluso dependiendo de los días
que sean se permite el uso de ciertas drogas, por lo regular el al­
cohol y la marihuana.
Los “palabreros” llevan a cabo, entre otras tareas, una función
social clave y significativa: son los que tejen el vínculo con la co­
munidad, el barrio, las familias de los integrantes —máxime
cuando algunos de ellos están “privados de la libertad” o han sido
asesinados— velan por el bienestar y los intereses de la clica; los
“soldados”, al parecer, son los de menor grado y están a la espera
de llevar a cabo cualquier orden; los “posteros” son los que vigi-
lan el territorio y el barrio ante la posible presencia o amenaza de la
policía o de algún rival de la pandilla o de la mara contraria.
13
Ellos mismos no reconocen la idea de tener un líder o un liderazgo, ya
que contraviene el espíritu de participación colectiva de todos los miembros
de la clica en la toma de decisiones.
identidades infanto-juveniles 71

En una parte sustancial, estas adscripciones han alcanzado una


mayor organización en su composición interna, y al mismo
tiempo están más cohesionados hacia adentro, lo cual significa
que han tenido que acercarse más como grupo. Al mismo tiem-
po, las reglas de conducta, las normas éticas, los códigos de honor,
las sanciones y los castigos están cambiando de una manera ver­
tiginosa y plástica.
Aunque se desconocen la mayoría de las nuevas reglas —ya que
la primera es no decirlas—, por ejemplo, algunas clicas del Ba-
rrio-18 al parecer tienen y se guían por 18 reglas —aunque no
todos los microgrupos de esa adscripción lo tienen establecido—;
se sabe, por lo menos, que tienden a ser más duras, inflexibles, ab­
surdas e inclementes. Por ejemplo, hay evidencias de que se están
llevando a cabo purgas internas por distintos motivos, lo que lleva
al ejercicio de las violencias dirigidas contra la propia clica, es de­
cir, enfocada a algunos de sus integrantes, lo que se puede tradu­cir
en la realización de actos tipo ejecuciones internas, e incluso —si­
tuación que no se había visto o que no era una práctica que ca-
racterizara a la MS-13 o a los homies del B-18— llevar a cabo
desmembramientos de los cuerpos de algunos de sus afiliados.
Aunque el B-18 y la MS-13 comparten matrices de significa­
ción, hay algunas diferencias que son importantes de referir; la
pandilla del B-18 todavía trata de mantener las reglas de honor,
es decir, al parecer no se están matando tanto entre ellos, no se
relacionan abiertamente con el crimen organizado, no fuerzan a
los bichos (niños) para reclutarlos, se siguen tatuando —aunque
discretamente— como marca identitaria, prevalece el espíritu
solidario por encima del monetario, funcionan como una familia
y todavía protegen a los más chicos y a la comunidad, y su discur­
so es antisistema; por su parte, la MS-13 anda muy “golpeada”,
han asesinado a muchos de sus miembros, otros están privados
de la libertad (encarcelados), se han vuelto más duros y rígidos ha­
cia adentro, han cambiado las reglas drásticamente; es muy difí­cil
llegar a conversar con ellos, se han vuelto más crueles, reclutan
a la fuerza a sus soldados (en las escuelas) y se están matando en­
tre sí.
72 alfredo nateras

En lo que atañe al espacio público, al ser menos visibles por no


dejarse ver tan fácilmente, remite a que están adquiriendo la cua­
lidad, más que de lo clandestino, de lo imperceptible, es de­cir,
son una suerte de actores y de sujetos socialmente “invisibles” co­
mo estrategia y mecanismo de supervivencia cultural/identita­ria,
a fin de no ser detectados, ubicados y, por consiguiente, evitar la
represión o el aniquilamiento. En este sentido, tales ads­crip­ciones
grupales siguen siendo un emergente social, por lo que no com­
parto las posturas que los ubican como un problema de seguridad
internacional o nacional, en todo caso serían de seguridad públi­ca,
aunque los discursos y las narrativas hegemónicas del Estado y
de los mass media insisten en ello, ya que así los han cons­truido.

Los mecanismos de supervivencia cultural


y de violencias de muerte

Se ha comentado y afirmado de manera insistente que estos


agrupamientos están cada vez más involucrados en las lógicas y
las actividades de lo ilegal o de la paralegalidad. Al mismo tiempo,
parece que se han vuelto más violentos y por lo tanto han au-
mentado su capacidad de muerte de una forma considerable, por
lo que una de las sencillas preguntas que podríamos formular se­-
ría: ¿cuáles son las razones, los motivos y las circunstancias más
significativas para que esto se haya gestado así?
Una de las vertientes que nos ayuda a construir algunas explica­
ciones es la profesionalización de estos agrupamientos, es decir,
la especialización que están adquiriendo respecto a las violencias
y las muertes, lo cual remite al asunto de las armas con que cuen­
tan; en otras palabras, hay una trayectoria que va de la tenencia de
armas artesanales elaboradas por ellos mismos (“hechizas”) a ad­
quirir armamento más sofisticado y, por lo consiguiente, más le­­-
tal: armas cortas, de asalto, de alto poder, de uso exclusivo de las
fuer­zas especiales y del ejército, como las famosas ak-47 o las lan­­
zagranadas.
Las estrategias para adquirir tal tipo de armamento son varia­
das; una de ellas es la compra en el mercado negro, por lo regular
identidades infanto-juveniles 73

a ex militares, a ex policías o a simples traficantes; la otra vía son


las que se obtienen del enfrentamiento con la pandilla o la mara
rival, incluso cuando chocan contra los cuerpos de seguridad del
Estado; el robo a depósitos o armerías y quizás una de las más
frecuentes sean las que les venden los propios policías o militares
y las fuerzas de élite que están en activo.
Es importante señalar que han sido toda una tradición los víncu­
los (difíciles y conflictivos) que han tenido las clicas de es­tos agru­pa­
mientos identitarios con los “juras” (los policías) y los militares.
Además de que también son los que les venden y les dis­tribuyen
las drogas o les permiten, a cambio de compartir las ganancias,
toda una serie de actos ilegales, como puede ser el robo de autos
o el tráfico de personas. Actualmente la relación está adquirien-
do otras modalidades y matices, ya que, por lo regular, ahora la
policía es la que los roba, los extorsiona (incluso a sus familiares,
amigos y conocidos) y les está pidiendo una cuota fija para per-
mitirles llevar a cabo sus actividades en los márgenes de la para­
legalidad, en otras palabras, “los juras los rentean”, mejor dicho, los
están extorsionando.

De la “renta/rentear” a las extorsiones

Una de las actividades tradicionales que la mara y la pandilla han


utilizado a fin de hacerse de ciertos ingresos para sobrevivir y po­der
sufragar algunos de sus gastos como clica, ha sido lo que común­
mente se conoce como “rentear y talonear”, que consiste en pe­
dir voluntariamente dinero a la gente, a los peatones o a cualquier
perso­na que se encuentre en el camino, o bien a los residentes
del barrio o lugar donde se habita. Actualmente esta modalidad de
“rentear” está sufriendo ciertos cambios, ya que se ha transfor-
mado en extorsión, lo cual es un delito tipificado que implica
poner una cuota fija y forzosa en la modalidad de coerción, lo
que conlleva un acto o ejercicio de violencia social dirigido con­
tra “los otros”.
Este pasaje de “pedir la renta” a las extorsiones tiene que ver,
por una parte, con un mecanismo de subsistencia, debido a las
74 alfredo nateras

se­rias dificultades de conseguir empleo, o al menos subemplearse,


más que nada por la exclusión y la discriminación social en la que
se encuentran los integrantes de estos agrupamientos identita­
rios, ya que difícilmente son contratados, y por la otra, en virtud
de los requerimientos que la condición de ser mara o del b-18
les exige. Además de sostenerse y por extensión mantener a sus
familias cuando ya las tienen, hay que apoyar a los integrantes de
su clica, que por lo regular están presos, así como a sus respectivas
familias y también mantenerse como agrupamiento en relación
con todos los gastos que se requieren, máxime si están siendo aco­
sados, pues se necesitaría comprar armamento.
Por lo común están extorsionando a las líneas de autobuses, “los
buseros”, a las bases de taxistas, a los comerciantes, a los pe­que­
ños empresarios e incluso a algunos habitantes de la comunidad y
del barrio: a cambio de garantizarles seguridad o que no vayan
a ser molestados por nadie en sus bienes materiales, en el desem­
peño de su trabajo e incluso el de sus familiares. Hay que seña-
lar que la MS-13 y los del B-18 no son los únicos que se dedican
a esta modalidad en los territorios de lo ilegal, ni los más im­por­
tan­tes, sino que hay otros actores más protagónicos que pasan in­
visi­bles o quizá no se les quiere ver o reconocer del todo en su
implicación, como por ejemplo el crimen organizado, la gente
común y corriente, hasta empleados de las mismas líneas de trans­
porte, por lo que a las clicas de estas adscripciones identitarias
se les vuelve a situar como los únicos responsables de estos actos
ilegales y son los chivos expiatorios por excelencia.

El B-18 y la MS-13: ¿crimen organizado?

Uno de los discursos y de las narrativas hegemónicas que más se


han transmitido y propagado con respecto al imaginario que el
Estado, sus instituciones y los cuerpos de seguridad nacional co­
mo internacional han construido en relación con el ejercicio de las
violencias y de las muertes, en las que una parte de estos agru-
pamientos están implicados, ha sido catalogarlos como crimen
identidades infanto-juveniles 75

organizado o una versión de una nueva mafia.14 Tales afirmacio-


nes habría que tomarlas con prudencia, ya que parecieran un
relato muy fácil de contar, de alto impacto para la opinión públi­
ca y de una rentabilidad política y presupuestal nada desprecia-
ble, por lo que quizá le faltaría sustento y sobre todo evidencia
empírica contundente para ser considerada con seriedad.
Es claro que tanto la MS-13 como el B-18 son agrupamientos
que están estructurados de determinada manera, es decir, su
núcleo central es la clica, especie de célula, por lo que en ese sen­­­
ti­do sus acciones y las actividades que realizan tienen cierto gra­do
de organización y planeación mínima, aunque el microagru­pa­
miento como tal, en su constitución de pandilla o de mara no se
articula, ni su dinámica, ni su historia (cultural), en las lógicas del
crimen organizado.
Actualmente las clicas tienen más autonomía con respecto a
las clicas nacionales de la adscripción a la que pertenezcan, lo que
implica que se tiene una mayor —no vista antes— decisión
microgrupal, o dicho en otros términos, una especie de descen-
tramiento como miembros e integrantes de la afiliación y de la
pertenencia ampliada, ya sea de la MS-13 o del B-18. En conse­
cuencia, la relación que se pudiese establecer entre la mara y el
B-18 con el crimen organizado no se daría a nivel orgánico/na­
cional, ni de estructura a estructura, sino a título individual: no
es a nombre de la adscripción identitaria, por lo que no está en
juego ni en entredicho la nomenclatura de la MS-13 o del B-18.
Planteado de esta manera, quedaría claro que cada integrante de la
clica decide cuál será el vínculo, en la mayoría de los casos bajo
la ló­gica del negocio, para tener otra forma de ingreso monetario;
por consiguiente, la relación es coyuntural, es decir, se trata de lle­
var a cabo acciones o actividades de colaboración y de ayuda, muy
específicas y puntuales, que tienen una temporalidad muy defi-
nida y acotada, como por ejemplo, ser contratados como sicarios

14
   Hay un video de la National Geographic Television (2008) denominado:
Mara Salvatrucha: la nueva mafia, hipótesis que sostiene el fbi. Se trata de un
documental de 52 minutos de duración, basado en entrevistas a miembros de la
MS-13 y de la pandilla del B-18, así como a agentes encubiertos.
76 alfredo nateras

(Salazar, 1998; Martín-Barbero, 1998; Vallejo, 2002), para el robo


de autos, el trasiego de armas o el tráfico de personas.
Dentro de los profesionales de las violencias (Tilly, 2003) en
los mercados de la muerte, para el crimen organizado, contratar
a un integrante de la mara o del B-18 a fin de llevar a cabo un
“trabajito”, le costará más barato y le será más redituable que si,
por ejemplo, emplea a un sicario, a un kaibil (coronel), a un po-
licía, a miembros de fuerzas especiales de élite o a militares. Esto
es interesante porque da cuenta de la situación general de super-
vivencia en la que se encuentran estos jóvenes y de su ubicación
social al límite (Valenzuela, Nateras y Reguillo, 2007), ya que se
emplean por cualquier dinero y, al mismo tiempo —en la ima-
ginación— son considerados como una especie de “lumpen”, de
mano de obra por explotar, precisamente por ser integrantes
de estas clicas, es decir, los pertenecientes a tales adscripciones iden­
titarias son los que ocupan la escala social más baja en el circui-
to de los profesionales de las violencias, en los tianguis y en los
mercados de la muerte.
Si bien es cierto que una parte de la MS-13 y del B-18 están
implicados en el tráfico de personas, drogas, armas y en el robo
de autos de lujo, no son los que controlan a gran escala las redes de
lo ilegal o la paralegalidad de estas actividades, ni mucho menos los
que lideran estas rentables ocupaciones que tejen sus vínculos no
sólo a nivel nacional, sino también internacional. Vamos, no son
los jefes ni los patrones del negocio, ya que no alcanzan a situarse
en ese lugar, son simples empleados y además mal remunerados.
Quienes sí tienen ese alcance, capacidad logística, armamento
sofisticado, tecnología de comunicación satelital, recursos econó­
micos, poder de corrupción y una temible letalidad, son precisa-
mente los del crimen organizado.
Dada la cultura y las características a partir de las cuales se
estructuran la MS-13 y el B-18, teniendo en cuenta las lógicas
de sentido en su configuración y las dinámicas internas consoli­
dadas que definen los tonos y los matices de sus vínculos y de sus
relaciones sociales con “los otros”, estos agrupamientos no tolera­
rían, ni aceptarían, estar a las órdenes de otras configuraciones
identidades infanto-juveniles 77

grupales como el crimen organizado, ni tampoco colocarse en una


situación subalterna o de desventaja en lo que hace a la toma de
decisiones, máxime que suelen ser adscripciones identitarias con
una alta participación de sus integrantes en las definiciones
colectivas, que además se hacen de una forma democrática, bajo
el mecanismo —ya lo decíamos— de “la rueda” o “el mitin”.
Otro aspecto muy interesante y significativo es el hecho de
que la mara o la pandilla, al ser los que cargan con toda la estela
del estigma social (Goffman, 1993), y además han sido señala­dos
como los únicos responsables de la inseguridad ciudadana y de
los altos niveles de violencias y muertes que vive el país, se encuen­
tran en un lugar social de visibilidad extrema, de sobresaturación
mediática, es decir, son los que más atraen la atención de la so-
ciedad, de la comunidad, sobre todo de los cuerpos de seguridad
nacional e internacional que están detrás de ellos, por consiguien-
te, al crimen organizado no le conviene de ninguna manera esta­
blecer una relación de estructura a estructura, ni muchos menos
penetrar y controlar el núcleo central, nacional y orgánico de la
MS-13 o del B-18, porque sencillamente quedarían en eviden-
cia y contravendrían uno de sus estilos de trabajo: mantenerse lo
más ocultos posible.

Problematizaciones (a manera de conclusiones)

Hay una serie de tensiones y conflictos teórico-metodológicos


en el hacer etnográfico (unilocal/multilocal) que considero relevan­
tes plantear, desde el lugar reflexivo de mi vivencia de la expe-
riencia del trabajo de campo y de la investigación antropológica
que llevé a cabo, durante tres meses (octubre-diciembre de 2008),
en el Triángulo del Norte Centroamericano (Honduras, Gua­
temala y El Salvador) con la Mara Salvatrucha (MS-13), los del
B-18 y otros actores involucrados (académicos, organizaciones
de la sociedad civil, gestores comunitarios).
Lo primero sería plantearse: ¿para qué hacer este tipo de inves­
tigaciones antropológicas cuya dificultad es más que evidente?,
78 alfredo nateras

o dicho de otro modo, ¿cuál sería la utilidad social de este que-


hacer etnográfico en los territorios de las violencias y de la muer­
te? Quizás algunas de las respuestas provisorias sean por la
importancia en la edificación de determinados conocimientos y
de ciertos saberes que vayan encaminados a visibilizar las con-
tradicciones sociales y culturales, en las cuales se han producido
ciertos sujetos transnacionales y actores como los integrantes de la
MS-13 y del B-18. Por lo consiguiente, es imprescindible “po­
litizar” el aspecto político de estas configuraciones, en tanto que
se sitúan en las relaciones sociales asimétricas de poder, cuyo
núcleo imaginado es acortar las desigualdades sociales, ser respe­
tados a partir del marcaje de sus diferencias culturales y ser in-
cluidos en una sociedad que constantemente los rechaza.
Tal importancia adquiriría visibilidad y sentido si logramos
desmontar los discursos hegemónicos cuando dicen (narrativas ora­
les) y representan (narrativas orales/visuales) acerca de estas ads­
cripciones identitarias (juveniles) que los sitúan como los únicos
responsables (chivos expiatorios) de las violencias sociales, de las ac­
ciones de muerte y de la inseguridad ciudadana y que operan como
coartadas perfectas en el imaginario colectivo para la implemen-
tación de las políticas de cero tolerancia, de mano dura y de las le­-
yes antimaras, que han desatado las ejecuciones extrajudicia­les
y la actuación de los temibles “escuadrones de limpieza social” y
“de la muerte”.
Estamos también ante la tensión en la disputa de nuestra pro­
pia creación de la presencia como antropólogos sociales, que impli­
ca entrar en una lucha real y simbólica por el reconocimiento como
etnógrafos, frente a la construcción de las presencias de “los otros”
actores y de “los diversos” sujetos en el campo,15 es decir, me re­
fiero a los ministros de culto (sacerdotes); los interventores co-
munitarios (y las organizaciones de la sociedad civil que los
acompañan); los comunicadores de los mass media (reporteros y

15
Bourdieu (1990:28) habla del campo social de la siguiente manera: “[…]
se puede describir como un espacio pluridimensional de posiciones tal que
toda posición actual puede ser definida en función de un sistema de coor­de­
nadas”.
identidades infanto-juveniles 79

camarógrafos que por cierto son los más desprestigiados), y los


agentes de seguridad de los Estados-nacionales e internaciona-
les (el fbi, por ejemplo, que son los más odiados). En esta lógica
de pensamiento, ¿cuál sería la cualidad del hacer y de los saberes
antropológicos construidos que nos diferencien frente a los que­
haceres y los conocimientos edificados por los otros actores del
campo?
La discusión ética es central y necesaria ya que trabajamos
con integrantes del Barrio 18 y miembros de la Mara Salva­trucha,
actores circunscritos en las relaciones sociales asimétricas de po­
der y en los territorios al límite o al borde, es decir, en climas de
violencia y de muerte que los sitúan en escenarios de lo “ilegal”
o de la “paralegalidad”, lo cual conlleva un delicado manejo de
los relatos orales —la etnografía— y de las imágenes —las foto­
gra­­fías— que hemos construido respectivamente, aun con su
con­­sen­timiento. Estos aspectos nos llevan a replantear los sen­
ti­dos sociales y académicos del vínculo que establecemos a partir
de nuestro lugar como sujetos que investigamos, en relación con
nues­tros sujetos de la investigación antropológica. ¿Qué tipo de
con­venios y de acuerdos tendríamos que establecer a fin de no co­
locar en una situación de vulnerabilidad a nuestros informantes
frente a las estrategias de represión y de exterminio que se están
implementando contra ellos? ¿Cómo discernir la cualidad de las
narrativas de tal manera que no sea una información que, por
una parte, sature el estigma social (Goffman, 1993) de estas ads­
cripciones identitarias al límite (Valenzuela, Nateras y Reguillo,
2007), y por la otra, que a la luz de la lectura de los propios homies
y de la mara, no se considere una forma de “filtrar” información
que favorezca a los cuerpos de seguridad del Estado y, por consi­
guiente, los ponga en riesgo en su integridad física y afectiva?
Es urgente repensar la pertinencia de la observación participan­
te directa e intensa en el campo como estrategia clásica de la
etnografía unilocal, cuando se trabaja a partir de las actuales ca­
racterísticas de los actores sociales transnacionales de la MS-13 y
del B-18, en el entendido de que hay un clima cultural de sospecha
permanente ante la interrogante ¿quién es ese otro? —o sea, no­
80 alfredo nateras

sotros como antropólogos—, ya que aparecemos y nos instalamos


en sus territorios y en sus comunidades, lo cual activa los meca-
nismos de desconfianza y duda. Esto remite al hecho fáctico y
simbólico; por una parte, como “forasteros” o “extranjeros” somos
sujetos visibles, y por la otra, los homies y la mara también nos cons­
truyen desde sus miradas específicas y nos colocan en un lugar
social definido que al menos al principio desconocemos total-
mente (en mi caso, un “palabrero” —un líder— de la Mara
Salvatrucha en El Salvador me confundió con un agente infiltra­
do del fbi cuando lo estaba entrevistando, situación por demás
complicada).
Asimismo, es claro que el B-18 y la MS-13, dentro de sus
características como sujetos y objetos de la investigación antro-
pológica, están mutando a partir de sus desanclajes territoriales y
se están convirtiendo en una especie de sujetos móviles, en “iden­
tidades nómadas” y por lo tanto adquieren adscripcio­nes identita­
rias “invisibles” —“camuflados socioculturalmente”—, para no
ser detectados ni por los cuerpos de seguridad del Estado, ni por
las clicas rivales en los espacios públicos (la calle, el barrio y la
comunidad). En este sentido, es muy difícil acercarse a ellos y en
todo caso son muy reacios a dejarse entrevistar o aceptar tomarse
fotografías. En consecuencia, nuestro dispositivo metodológico
de aproximación necesita de varias vías indi­rectas y alternadas: la
comunidad, los familiares, los gestores, los académicos e investi­
gadores, e incluso los pandilleros “pasivos”, alejados de la violen-
cia y el consumo de drogas. En cuanto al es­pacio del encierro —las
cárceles—, y en virtud de que los accesos están casi negados para
los académicos, los investigadores y las or­ganizaciones de la so­
ciedad civil, la estrategia tendría que ser pa­recida, es decir, a tra­
vés de los gestores comunitarios y en lo par­ticular con sus visitas:
los familiares, conocidos y amigos.
En esta lógica de discusión, reitero que el método etnográfico
multilocal (Marcus, 2001),16 además de ser idóneo es necesario, ya

16
Tal etnografía se inserta dentro del sistema mundo (los contextos) y le
interesa rastrear la circulación de los significados y de los objetos de los nuevos
identidades infanto-juveniles 81

que permite la flexibilidad, la plasticidad y la movilidad para se­


guir las huellas de la complejidad cultural en la que se producen
estas adscripciones identitarias (juveniles) transnacionales. Asi-
mismo, resulta (y resultó) de gran utilidad el uso y la articulación
de diferentes instrumentos y herramientas en la construcción de
los datos etnográficos (orales/visuales) como fuentes de informa­
ción (me refiero a la entrevista a profundidad, la fotografía, el
análisis de noticias y el diario de campo). Aunque cabría decir
que las más difíciles de aplicar y de llevar a cabo fueron la entrevis­
ta y la fotografía. Con respecto a las entrevistas, la clave fue tener
un “mediador”, es decir, un colega, conocido o amigo que se en­
cargaba de situar el dispositivo e introducirme en el espacio dia­
lógico, y lo más significativo, en la construcción de la confianza
en torno a mi lugar como etnógrafo y/o entrevistador. En lo que
atañe a la fotografía, es imprescindible negociar su uso con los
sujetos de la investigación, máxime si se está entrevistando a un
“palabrero” —un líder—, o a un “desertor” —sin pase—, e inclu-
so a un homie “pasivo” o “retirado”. Y en el espacio público (la
calle, el barrio o la comunidad), simplemente saber que al tomar
las imágenes uno se visibiliza e inevitablemente genera “sospecha”
y “desconfianza”.
Infiero la necesidad de problematizar la idea del Estado-na­­ción,
dado su quiebre de sentido en épocas de crisis de la mo­der­nidad
y del modelo civilizatorio, ya que es evidente su debili­tamiento,
el desdibujamiento que padece y su ineficacia para mediar los
conflictos y las tensiones sociales. Ligado con lo anterior, hay que
resituar ciertas categorías para el análisis sociocultural, como las
identidades o las identificaciones, en función del tono de sus cam-
bios y de los matices de sus mutaciones tan rápidas, apuntando
a sus cualidades performativas. En lo que atañe al concepto de las
violencias y de la muerte, lo más significativo —y necesario a
profundizar— no es el hecho o el suceso fáctico, sino la vertiente

procesos culturales emergentes en un tiempo y en un espacio difuso, dentro


de los diversos sitios de actividad. Se trata de llevar a cabo un mapeo del te-
rreno de la investigación y del objeto de estudio que va tejiéndose a través de
las relaciones, asociaciones y conexiones.
82 alfredo nateras

simbólica, es decir, lo implícito, lo latente, lo que representa la ac­


ción para estos agrupamientos: edificación de un lugar social
negado, intentos de inclusión y, por el lado de las estrategias de
las masculinidades, funcionan como mecanismos de autoafirma-
ción, valentía, arrojo, respeto y prestigio.
Considero que uno de los conceptos clave para comprender
en amplitud lo relacionado con las violencias institucionaliza­
das —las que lleva a cabo el Estado con sus cuerpos de seguridad
y sus instituciones— es el término de “paralegalidad”, ya que
es un analizador sociocultural que nos permite entender una de
las cualidades más significativas de las sociedades contempo­rá­
neas: la diversidad de actores que por sus acciones sociales se
si­túan en los umbrales y en las fronteras de lo “ilegal”, es decir,
construyen sus propias lógicas de “cierta legalidad” el crimen or­
ganizado, el trabajo informal, las clicas del B-18 de la MS-13 y las
comunidades que se hacen justicia por su propia mano (los “lin­
chamientos” o las “ejecuciones extrajudiciales” son un buen
ejemplo de ello).
En este sentido, una de las interrogantes sería: ¿qué significa
para un antropólogo la inmersión en tales contextos, con estos
actores y sujetos al límite, al borde y en las lógicas de la paralega­
lidad? Desde mi vivencia de la experiencia, lo primero que podría
decir es el sentimiento de vulnerabilidad que se me despertó y que
experimenté a lo largo del quehacer etnográfico frente a esos otros,
los cuales fueron adquiriendo distintos rostros y tesituras. Me
explico, la permanente exposición a los relatos y a las historias
de violencia y de muerte más burdas y crudas me llevaron a sen­
tirme muy frágil, con ciertas dosis de miedo, lo cual se me inscri­
bió en el cuerpo; en otras palabras, pareciera ser que los sujetos
y el objeto de estudio —en algunos momentos— no sólo me
atraparon, sino que me traspasaron, esto me encaminó, casi al
final del trabajo de campo, al saturamiento, el cansancio y el fas­
tidio por tanta violencia y muerte.
El asunto del miedo no era estrictamente con respecto a los
homies del Barrio-18 o los integrantes de la MS-13 —es más,
con ellos siempre me sentí seguro—, sino que lo fui construyen-
identidades infanto-juveniles 83

do a partir de la situación de riesgo en la que se está en su am-


plitud, de conocer la acción de represión y acoso de los cuerpos
de seguridad del Estado, de los grupos paramilitares de extermi-
nio y de limpieza social que están actuando contra la condición
juvenil en general, y en particular hacia estas adscripciones iden­
titarias.
A diferencia de los dispositivos de acompañamiento que exis­
ten en otras disciplinas como la psicología clínica, la psiquiatría
y el psicoanálisis, en antropología no se cuenta claramente con
algún mecanismo similar que, por una parte, sirva de espacio de
contención en relación con los etnógrafos que están investigando
temáticas en situaciones complejas y de riesgo (enfermos ter­mi­na­
les, traficantes de drogas, crimen organizado, guerras y conflictos
armados), y, por la otra, un lugar de reflexión en el momento en el
que se está realizando el quehacer antropológico, máxime cuan­do
se trata de dichas circunstancias. Esto cobra mayor relevancia
porque al trabajar con las subjetividades individuales construidas
colectivamente hay que apuntar a nuestra propia subjetividad co­
mo etnógrafos. Por tanto considero importante narrar lo que a
uno le va pasando desde la biografía social y, en tanto que me he
situado como sujeto que investiga, a los sujetos de la investigación
antropológica. Remarco que he partido de mi implicación y de
mi vivencia durante el proceso de investigar, lo cual significó que
intenté, aun con mis temores y mi hartazgo, construir una narra­
tiva inserta en la trama social de los otros, en la reconstrucción de
las lógicas argumentales, a fin de visibilizar a los personajes cen­
trales de estas historias, anclados a un tiempo histórico y a un
espacio sociocultural definido e inequitativo.
¿Qué fue, en todo caso, lo que cambió en mi perspectiva?
Quizá darme cuenta y comprender la real complejidad en lo que
corresponde a la configuración de los contextos, los escenarios y
de los actores involucrados, en lo específico, la dureza y la inten­
sidad de las historias sociales de vida de los homies del B-18 y de
la MS-13, marcados por las inequidades sociales, los umbrales
de la violencia y de la muerte, más cuando la padecen que cuando
la ejercen. Esto me remite a una reflexión más: una de las lec-
84 alfredo nateras

ciones, de cara a la vastedad y a la omnipresencia de lo que hemos


denominado libremente como el mercado de las violencias y de la
muerte, es conducirse con absoluto respeto académico en lo que
atañe al tipo de vínculo que establecemos en relación con los
sujetos y el objeto de estudio como tal.
Lejos de suscribir los discursos y las narrativas del “pesimismo
académico y de la investigación”, que en una vertiente considera
homogéneamente a los afiliados a las adscripciones identitarias
del B-18 y de la MS-13 como “casos perdidos”, “poseídos por
el demonio” —demonización—, “máquinas de guerra” o “crimen
organizado”, en cada historia y en cada relato hay un sujeto (jo­
ven) construido que también puede tener la capacidad de ena­
moramiento; ejercer determinadas funciones desde su lugar de
padre “responsable” o de madre “amorosa”; establecer vínculos
de amistad y de solidaridad no sólo con sus familiares, sino tam­
bién con “los otros desconocidos”; ser exitoso en las actividades
que emprende, por ejemplo, terminar la secundaria, la preparato­
ria e incluso una carrera técnica o universitaria; desarrollar su
talento en la música, la poesía o la literatura; tener habilidades
para montar su propio negocio y conseguir un empleo aceptable.
Quizás una de las cuestiones más significativas que constaté
en el esfuerzo que llevan a cabo en su rediseño social, a fin de
edificar un lugar cultural distinto y diferente, descentrados de las
violencias y de las lógicas de la muerte, es el hecho —aunque se
tenga un sitio de homie o de mara, “pasivo/inactivo”; “veterano/
retirado” o “desertor”, e incluso haberse quitado los emblemas
del tatuaje— de que nunca se deja de ser B-18 o de la MS-13, en
tanto que es una adscripción identitaria dura/potente, que se ins­
cribe en el cuerpo, se encarna en la piel y se lleva hasta la muerte.

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Segunda parte

Espacios y cuerpos
de las violencias en Juárez
Juaritos: prohibicionismo,
violencia y frontera

José Manuel Valenzuela

Pensar la violencia de la frontera nos lleva a (re)construir aspec­


tos centrales de su historicidad y algunos eventos significativos
cuyos efectos se despliegan hasta los tiempos actuales. Quiero
recuperar algunos ejes nodales para interpretar la violencia fron­
teriza y sus heridas abiertas: la migración, el feminicidio, el nar­
cotráfico, la precarización y criminalización de los jóvenes como
elementos que marcan procesos que han acompañado la historia
de la frontera en las últimas décadas.
En la segunda mitad del siglo xix y gran parte del siglo xx
la construcción de las violencias y resistencias de los mundos fron­
terizos del lado estadounidense se articularon con base en un ra­cis­
mo muy fuerte que permeó las relaciones interétnicas y generó
diversos procesos de resistencia entre la población de origen me­
xicano. El primero de ellos tiene que ver con la irrupción de los
famosos héroes populares (los bandidos sociales de Hobsbawm),
prefiero llamarles héroes populares para priorizar sus vínculos e
intereses comunes con la población mexicana. Entre ellos desta­
caron Joaquín Murrieta, Gregorio Cortez, Elfego Baca y Tiburcio
Vázquez, quienes representaron la construcción de movimien­
tos, prácticas colectivas e imaginarios sociales conformados en
escenarios bucólicos donde sectores importantes del pueblo me­
xica­no en Estados Unidos construyeron en ellos mitos redentores
y fi­guras emblemáticas de sus esperanzas y reivindicaciones.
A principios del siglo xx, dentro de un contexto donde pre­
valecían las teorías de la asimilación y la aculturación, se natu­

[91]
92 josé manuel valenzuela

ralizó la cultura dominante como el referente al cual tenían que


integrarse las otras culturas. Las perspectivas desde las cuales se
fueron construyendo estas imágenes a lo largo de la primera mi­tad
del siglo xx están plagadas de historias ignominiosas de racismo
y de prejuicios donde habría que colocar algunas de las prime­
ras expresiones sociales inscritas en las ciudades fronterizas pero
vinculadas a estos contextos en los que la colindancia tiene un pa­
pel fundamental.
Uno de estos escenarios ocurre en 1914, cuando la población
estadounidense, preocupada por el crecimiento de la inmigración y
de grupos sociales ajenos a la doxa protestante, estableció la pro­
hibición de cocaína y derivados del opio. Hay que recordar que
grandes empresas farmacéuticas como Bayer eran las principales
comercializadoras de los derivados del opio. La prohibición ge­
neró un desfasamiento transfronterizo debido a que estos produc­
tos no se encontraban prohibidos del lado mexicano y transcurrió
más de una década para que fueran ilegalizados debido a las pre­
siones ejercidas por el gobierno de Estados Unidos. Desde enton­
ces tenemos un proceso en el cual diversos sectores del comercio,
la economía y la política mexicana y estadounidense se involucran
en el trasiego y la comercialización de estos productos.
Sin embargo, las disposiciones prohibicionistas definidas
desde el norte de la frontera mexicana no significaron el fin de
la producción y el trasiego de drogas, pues existían intereses más
poderosos que las posiciones moralistas estadounidenses. En 1919,
con la enmienda XVIII a la Constitución de Estados Unidos, se
prohibió la producción y comercialización de licor. En 1919, An­
drew Volstead decía que con la enmienda XVIII se iniciaría una
nueva época para la gran nación esta­do­­unidense e imaginaba la
felicidad inscrita en los rostros de hom­bres, mujeres y niños cu-
ya sonrisa sería la prueba fehaciente del éxito de la ley seca y abri­
ría las puertas del cielo; sin embargo, el senador por Minnesota
no imaginaba que la famosa ley que prohibía el consumo y trasie­
go de licor tendría efectos opues­tos y devastadores, pues no se
abrieron las puertas del cielo, sino las esclusas del infierno y, con
ello, inició un periodo aciago debido a que amplios sectores de
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 93

ciudades estadounidenses no estaban dispuestos a aceptar con es­


toicismo la abstinencia etílica, motivo por el cual se expandieron
a lo largo de toda la frontera norte mexicana los sitios tributarios
del hedonismo, la afición lúdica y el consumo etílico, tales como
bares, cantinas, casinos, destile­rías, prostíbulos y toda una cadena
de servicios de placer y diver­sión pa­ra estadounidenses y paisanos
que llegaban a las ciudades fron­te­rizas.
Existen anécdotas realmente increíbles sobre trucos y estra­
tegias implementados para evadir los controles impuestos por
la veda al licor establecida con la Ley Volstead, algunas de ellas
re­gistradas en Ciudad Juárez, donde se estableció una cantina
exac­tamente en la línea fronteriza en la que los angloestadouni­
denses simplemente metían la cabeza y podían beber burlando
las disposiciones prohibicionistas. En el contexto de restricción de
drogas y licor de las primeras décadas del siglo xx crecieron las
leyendas negras en los escenarios fronterizos, surgieron estereo­
tipos desde los cuales se han propalado visiones reducidas y ca­
ricaturizadas de una frontera homogénea, donde anidan el vicio, la
prostitución, el licor, las drogas y la condición sodomita magni­
ficada. Junto a los ámbitos sórdidos y pecaminosos, crecieron
representaciones de la frontera vinculadas al glamour o la dimen­
sión frívola imbricada en la presencia farandulera hollywoodense,
con sus anécdotas sobre la visita asidua de sus figuras estelares, co-
mo Charles Chaplin, Humphrey Bogart, los hermanos Marx y
Johnny Weissmüller, o la de Margarita Cansino, la niña que bai­
laba en el Foreign Club de Tijuana y posteriormente emigró a
Estados Unidos donde cambió su nombre artístico, convirtiéndo­
se en la súper diva Rita Hayworth, o el recuerdo de Rodolfo Va­
lentino, quien se casó en la ciudad fronteriza de Mexicali, en Baja
California, mientras filmaba The Sheik.
Con las disposiciones prohibicionistas se trastocaron los es­
cenarios de frontera, incorporando de manera muy clara diversos
elementos de precarización e indefensión, como ocurrió con el
cre­cimiento de la prostitución y el incremento de la vulnerabi­
lidad de las mujeres. Estos elementos han sido parte central de la
94 josé manuel valenzuela

historia social de la frontera. En 1933, el gobierno y las fuerzas


políticas de Estados Unidos reconocieron su incapacidad para en­
frentar a las mafias de contrabandistas que crecieron con el veto
al licor. Aunque las estimaciones son imprecisas, se consideran
en varias decenas de miles las personas que murieron durante ese
periodo debido al consumo de bebidas adulteradas y a la violen­
cia de los grupos criminales enormemente fortalecidos, al igual
que su capacidad corruptora ante la cual sucumbían las fuerzas
policiales y figuras del campo político y empresarial. Finalmen­
te, con la enmienda XXI a la Constitución de Estados Unidos
aprobada en 1933, el gobierno federal estadounidense decidió dar
marcha atrás en su estrategia prohibicionista, logrando una súbi­
ta y amplia disminución de los eventos de violencia y muerte. Sin
embargo, sus efectos sobre los escenarios fronterizos del norte
mexicano se mantuvieron en dinámicas estructurales de la vida
en esta región.
Resulta interesante recuperar algunas imágenes que adquirie­
ron especial visibilidad durante este periodo, como la presencia
de algunas figuras que lideraban el contrabando de licor y adqui­
rieron centralidad en la configuración de escenarios de violencia
que prevalecían durante ese periodo, entre ellos Al Capone, quien
también poseía negocios transfronterizos vinculados con el tra­
siego de licor y se convirtió en la obsesión de Elliot Ness, agente
policial cuya función principal era capturarlo. Sin embargo, Ness
fracasó en su encomienda. También fracasó en la misión de atra­
par al Asesino de Torso de Cleveland, un famoso asesino serial
estadounidense. Elliot Ness compitió por la alcaldía de Cleveland
en 1947 y perdió. Después lo corrieron de la empresa donde tra­
bajaba como jefe de seguridad. Tras un accidente automovilístico
donde se dice que no hubiera logrado pasar la prueba del alcoho­
límetro, Elliot Ness murió envuelto en la sospecha y el rumor de
haber sucumbido a los encantos de Baco, atrapado en el consu­
mo de las bebidas espirituosas a las que tanto combatió. Por eso
resulta incierto e inquietante el sentido de las declaraciones de
Barack Obama cuando en marzo de 2009 dijo enfático y son­
riente que Felipe Calderón era el Elliot Ness mexicano.
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 95

En los años veinte y treinta emergieron nuevos elementos de


los mundos de frontera. Uno de ellos fue el crecimiento de la mi­
gración que se aceleró por la atracción de la Primera y la Segunda
Guerras Mundiales; con ellas crecieron espacios de precarización
y aparecieron narrativas sobre los migrantes, en 1924 se publicó
por entregas en la ciudad de Los Ángeles el libro Las aventuras
de Don Chipotle o cuando los pericos mamen, novela picaresca es­
crita por Daniel Venegas, que narra las aventuras de un migrante.
También emergió el primer gran fenómeno juvenil transfron­
terizo que enmarcó los mundos de frontera: el pachuco, que
surgió en 1939 en el barrio de la Chaveña de Ciudad Juárez y
en el Segundo Barrio de El Paso, Texas, con ritmo de swing, boo­
gie wooguie y mambo, marcando las gramáticas de la vida coti­­
dia­na de los barrios mexicanos y chicanos, así como el senti­do y
la es­tética de las calles y los bailes. Del lado estadounidense el
pa­­chuco enfrentó la hostilidad del racismo endurecido durante
ese periodo, mientras que en el lado mexicano de la frontera el
pachuco resintió el clasismo, la discriminación y la precarización
de los barrios. En este contexto resulta pertinente colocar algu­
nos temas importantes para el crecimiento de la violencia en la
frontera. Mi hipótesis es que con la Ley Volstead las mafias, que
controlaban no sólo una parte importante de la vida pública, in­
­cluida la extorsión a negocios, sino también rutinas de calles y
barrios, extendieron sus dominios en algunas cárceles donde es­­ta­
blecieron sus códigos, algunos de los cuales fueron incorporados
por afroestadounidenses, mexicanos y chicanos. Así empezó a
darse una apropiación de códigos de mafia con lealtades atrinche­
radas que funcionaban como estrategias de sobrevivencia. La in­
corporación de códigos de mafia dentro de la cárcel por par­te
de algunos grupos también permeó en diversos agrupamientos
pa­chucos que, desafortunadamente, los trasladaron a los ba­­rrios y
así surgió una identidad cotidiana en los barrios mexicanos de
Estados Unidos y de México que incorporaron códigos ce­rra­
­­dos y muchas veces cruentos, donde la rivalidad interbarrios ha
te­ni­­­do un papel fundamental y se ha expresado en el control te­­­­­­
rri­­­to­­rial. Los códigos culturales del pachuco marcaron varios as­­­­
96 josé manuel valenzuela

pec­­tos de la vida fronteriza entre los jóvenes de los barrios po­­­


pulares.
El pachuco recurrió a una transformación lingüística que se
originó en la invasión estadounidense a México, con la cual sur­
gió lo que he llamado la reinvención del génesis por parte de la
población mexicana que fue cruzada por la frontera, pues tuvo
que renombrar el mundo y el track se convirtió en traque, y market
en marqueta. Ellos no hablaban inglés, eran gente pobre vincu­
lada al campo y tuvieron que apropiarse del lenguaje del domina­
dor para transformar sus sentidos y significados.
En el pachuquismo existió una territorialización, una estética
identificable y una confrontación explícita o implícita frente a dis­
cursos, narrativas y expresiones cotidianas del racismo que debe­
mos de valorar, pues hasta hoy prevalecen estereotipos en torno
a la figura del pachuco.
Permítanme destacar dos experiencias importantes que ilus­
tran la relevancia del pachuquismo como fenómeno social simbió­
ticamente vinculado a la expresión identitaria de lo mexicano. La
primera de ellas ocurrió en junio de 1943 cuando una mucha­chita
mexicana caminaba en Los Ángeles y los marineros la piropea­
ban. Los carnales de la muchacha enfrentaron a los marineros, se
enfrentaron a golpes y los marineros llevaron la peor parte. In­
mediatamente después, camiones repletos de “marines” y policías
entraron a sitios mexicanos tales como barrios, cines, restau­ran­
tes, parques públicos y detenían a jóvenes hombres y mujeres, los
golpeaban, los desnudaban y los apresaban. La prensa mostraba
esas agresiones racistas como enfrentamientos entre pachucos y
las fuerzas del orden, pero aquello fue una verdadera exacerba­
ción de racismo que tuvo como expresión límite la posición del
te­nien­te Duran Ayres del Condado, el sheriff de Los Ángeles,
quien presentó un documento ante jurado señalando una suerte
de pre­disposición biológica de los mexicanos a la delincuencia y el
cri­men, y lo justificaba retomando como muestra inobjetable los
sacrificios humanos de los aztecas.
La segunda experiencia se presenta del lado mexicano, donde
desafortunadamente prevaleció una explicación que se ha di­
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 97

fundido desde los años cincuenta, una explicación excelsa en tér­


minos literarios pero desinformada e ignorante del contexto de
frontera. Me refiero al “Pachuco y otros extremos”, en El labe­
rinto de la soledad, de Octavio Paz, quien redujo al pachuco a un
clown siniestro que no quería integrarse a la cultura americana.
Paz no vio la diversidad cultural estadounidense, ni el racismo, ni
pensaba en los indios nativos americanos, ni en los afroestado­
unidenses, ni en la multiplicidad cultural angloestadounidense;
él redujo al pachuco a un payaso, un rebelde instintivo. Tampoco
vio las condiciones sociales que, vinculadas al racismo, reprodu­
cían la desigualdad social, por ello no destacó los letreros que de­cían:
“Prohibida la entrada a perros, negros y mexicanos”, ni vio que
afros y latinos sólo podían entrar un día de la semana a las alber­
cas cuando el agua estaba más sucia, ni que afroestadouniden­ses
y latinos se tenían que parar de sus asientos en el transporte pú­
blico para cederlo a los blancos hasta que Rosa Parks se negó a
hacerlo y, con ella, amplios sectores de las comunidades afroesta­
dounidense y chicana, como uno de los detonadores del Movi­
miento de los Derechos Civiles que, junto con el Movimiento
Chicano, enmarcaron la lucha contra el racismo y la discrimina­
ción en Estados Unidos durante la década de los años cincuen­
ta, sesenta y setenta. Paz tampoco vio los llamados motines de los
pachucos, que en realidad era el racismo antimexicano al cual ya
me he referido. Desafortunadamente, la de Paz es una de las imá­
genes que han quedado grabadas como posición interpretativa
de la figura del pachuco y sus sentidos como expresión de la po­
blación chicana y fronteriza.
Abrevando en la impronta del pachuco, en las décadas siguien­
tes cobraron fuerza los fenómenos del cholismo y la mara, a los
cuales no me voy a referir en este momento, pero debo añadir que
la articulación entre la migración y el arraigamiento de algu­nas ex­
periencias culturales de la frontera vinculadas con procesos que
están ocurriendo del otro lado nos ayudan a entender gran par­
te de lo que ocurrió en contextos fronterizos, particularmente en
Ciu­dad Juárez y Tijuana, donde no desaparecieron los mundos
sór­didos vinculados a la prostitución, la explotación y la trata de
98 josé manuel valenzuela

las mujeres, pues la frontera sigue siendo un espacio de servicios


com­partidos.
La migración también ha tenido un lugar central en el creci­
miento de las ciudades de la frontera, las cuales se conformaron
con pedacitos de patria que llegan de todos los rincones del país.
Durante el periodo de 1942 a 1964 creció la migración a través
de la Operación Bracero, con lo cual se incrementó de manera muy
acelerada la población de las ciudades fronterizas. Durante el pe­
riodo de los años veinte a los años cuarenta, algunas ciudades de
frontera tuvieron tasas de crecimiento social (migración) de 10 a
13 por ciento. Las ciudades fronterizas crecieron con infraestruc­
tura deficiente y precario equipamiento urbano, así como con
fuertes problemas de irregularidad en la tenencia de la tierra. Es­
tos asuntos han incidido de manera importante en la forma que
asumen los problemas en la construcción de los espacios urbanos
con sus escenarios de violencia e inseguridad, así como en la pre­ca­
rización y el crecimiento de la vulnerabilidad social.
Al término del Programa Bracero en 1964, se dijo que resul­
taba inminente una llegada masiva de mexicanos que regresarían
deportados de Estados Unidos, argumento falso pero reiterada­
mente esgrimido desde la posición oficial mexicana. A partir de la
urgente necesidad de prever los supuestos problemas sociales que
generaría este alud poblacional en la frontera, se estableció, en
1965, el Programa de Industrialización Fronteriza, con el cual
em­pe­zaron a operar empresas maquiladoras. Ya existían en la fron­
tera empresas de ensamble o maquilas, pero su presencia se for­
malizó en esta coyuntura. En realidad lo que se estaba viviendo
era una nueva fase del proceso de internacionalización de pro­
cesos productivos, internacionalización del trabajo, uso intensi­
vo de la fuerza del trabajo, precarización y flexibilización laboral
que tuvo a la región fronteriza como ámbito inicial debido a las
ventajas obtenidas por factores de localización y al paquete de fa­
cilidades que se ofreció a la industria maquiladora.
La presencia de la industria maquiladora de exportación tam­­bién
marcó los contextos fronterizos, particularmente en lo re­la­ti­vo
a la precarización de las mujeres trabajadoras. El asun­to de la ma­
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 99

quila se articuló con otro tipo de problemas, como el deficien­te


equipamiento urbano y la criminalización de algunas ex­pe­riencias
de las y los jóvenes, especialmente de las mujeres tra­bajadoras de la
maquila, quienes irrumpieron en el espacio públi­co enfrentando
atavismos patriarcales, así como a las pachucas y las cholas, quie­
nes fueron figuras importantes que cuestionaban la perspectiva
tradicional de sumisión de la mujer. La pachuca y la chola asumie­
ron roles protagónicos y participaron en la disputa por el control
del barrio y de las calles.
Finalmente llegamos a un escenario más reciente, donde estos
procesos se fueron acentuando. En los años ochenta se articularon
varios aspectos que definieron los principales ejes de la historia
social de la frontera, entre los cuales destaca el incremento de la mi­
gración, la precarización de América Latina en la llamada déca­
da perdida y por lo tanto el desplazamiento de un gran número de
migrantes que viajaban por estas ciudades fronterizas. Los efec­
tos de estos procesos migratorios han sido significativos y desigua­
les, si consideramos que por Tijuana cruzaba cerca de la mitad
de toda la migración indocumentada. Con esta migración emer­
gieron nuevos fenómenos sociales fronterizos, algunos de ellos,
como la Mara Salvatrucha, originados en los conflictos de guerra
civil en Centroamérica. Muchos de los desplazados por los con­
flictos civiles centroamericanos llegaron a Los Ángeles, a la escue­
la Belmont, donde se encuentra el Barrio 18, antes Clanton 18,
y se incorporaron en los procesos de socialización informal y de
adquisición de códigos de barrio. De ahí emergió la Mara Salva­
trucha y abrevó de formas de convivencia y prácticas sociales ins­
critas en la cultura de la frontera, por eso cuando se habla de sus
códigos cifrados como trucha y órale, sabemos que son elemen­
tos que pertenecen al slang fronterizo y a la túrica de los barrios
pachucos y cholos desde hace más de seis décadas. La Mara emer­
gió en ese contexto y se separó del Barrio 18 a partir de intereses
y conflictos que llevaron a la ruptura. La Mara Salvatrucha recu­
peró del pachuco y el cholo gran parte de los códigos que los
identifican como son el caló, el lenguaje gestual, el tatuaje como
elemento que denota adscripción identitaria, los ritos de iniciación
100 josé manuel valenzuela

(que incluyen brincarle 13 o 18 segundos al de nuevo ingreso), la


identidad atrincherada que en ocasiones lleva a la destrucción de
los propios amigos. Entrevistando a cholos de Los Ángeles, le pre­
guntaba a uno de ellos si estaba de acuerdo en matar a su mejor
amigo (quien pretendía retirarse del barrio), a pesar de que en la
conversación me había comentado que él varias veces había arries­
­gado su vida para ayudar a su amigo y éste había hecho lo mis­mo
por él. La respuesta fue clara y sin titubeos:
—No, no estoy de acuerdo, pero lo tengo que matar.

Estamos frente a una realidad conformada por altas dosis de vio­


lencia, donde destaca la violencia contra los jóvenes, quienes más
que protagonistas y actores de esa violencia son quienes la re­
sienten.
Quiero cerrar esta reflexión con los ejes que planteaba de ma­
nera muy breve. La frontera resintió fuertes mecanismos de pre­
carización e indefensión social enmarcados y definidos por los
elementos que he venido señalando. Este contexto propició las con­
diciones para la emergencia y persistencia del asesinato de muje­
res, que derivaron en el feminicidio, como bien lo han señalado
varias autoras, algunas de ellas presentes en el congreso Vida y
resistencia en la frontera norte. Ciudad Juárez en el entramado
mundial, como Julia Monárrez (2009), Clara Rojas (2007) y Pa­
tricia Ravelo (2006). Es importante destacar que el asesinato siste­
mático de mujeres deriva de la condición de género, pero sólo
puede entenderse ubi­cándolo en la precarización social que ya
tenía niveles muy altos en Ciudad Juárez. La violencia simbólica
a la que alude Bourdieu (1995) implica la naturalización de cier­
to orden de ideas y de re­laciones que se reproducen por el orden
natural de las cosas, por ello debemos insistir en que el feminicidio
se monta sobre una ra­zón patriarcal y una expresión de misoginia
que tiene como con­dición límite el asesinato de las mujeres, pe-
ro que no puede ex­pli­carse sólo desde estos elementos, pues la
perspectiva de género, siendo imprescindible para comprender
el feminicidio, no resulta suficiente para explicar el asesinato de
mujeres en la frontera. Para interpretar el feminicidio juarense y
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 101

el que se presenta en otras ciudades del país, resulta necesario in­


corporar otros componentes como la precarización e indefensión
a los que ya me he referido, así como la existencia de un Estado
adulterado. No es otro Estado en el sentido que señalan de mane­
ra muy sugerente algu­nos trabajos, pues son los mismos persona­
jes actuando en complicidad. En el feminicidio juarense existe
una incorporación interna desde los ámbitos institucionales que
actúan en contra de la ciudadanía. Lo que estamos viendo como
expresión del Estado adulterado es que en la frontera crecen de
manera impune y des­mesurada la violencia, el miedo y la muerte
artera, sobre todo a partir de esta última presencia del narcotrá­
fico que se solapa con viejas redes de precarización y vulnerabi­
lidad social para establecer su dominio basado en la violencia y el
miedo, así como en la corrupción y la complicidad, que les ga­
ran­tiza impunidad. El narco también ha copado lo que eran ins­
tancias de control y po­der barrial de los jóvenes. Ya no prevalece
la estra­tegia del joven que impone sus códigos en el territorio
barrial, ahora es el nar­co el que define y controla el barrio e im­
pone su lógica, ampliando los espacios de vulnerabilidad e inde­
fensión.
Los nuevos escenarios definidos por los marcos prohibicio­
nis­tas donde ha crecido el poder del narcotráfico presentan
ho­rren­­dos escenarios de crueldad donde crecen los decapitados,
deso­­lla­dos, descuartizados, cobro de piso, empozolados, levan­
tados, co­bro de cuotas, secuestrados, en fin, crece la muerte arte­ra
que ya rebasa las 60 mil personas, en una guerra donde la pregun­
ta no es quién va a ganar, sino si la propia guerra es pertinente, y
conside­ro que esta guerra es impertinente y no existen argumen­
tos sóli­dos para justificarla. Cuando el jefe de la policía de El
Paso, Texas, nos dice que los criminales que delinquen en Ciu­
dad Juá­rez, Chihuahua, duermen en El Paso, Texas, dos ciudades
equiva­lentes en población, pero con dinámicas que varían enor­
memente en lo referente a la inseguridad, debemos reflexionar
sobre las razones por las cuales en 2010 hubo en Ciudad Juárez
3 100 ejecuciones (La Jornada, 2011:5), mientras que en El Paso
sólo hubo cinco. Este solo hecho nos obliga a preguntarnos qué
102 josé manuel valenzuela

es lo que está pasando y a revisar las estrategias de combate al cri­


men organizado seguidas hasta ahora. De acuerdo con la Encues­
ta Nacional de las Adicciones, en 2008, 5.7 por ciento de mexicanos
alguna vez han probado una droga (no son usuarios, ni adictos)
y tenemos cerca de 20 millones de personas con adicción en Es­ta­
dos Unidos, entonces la pregunta es por qué nosotros nos esta­mos
matando, o mejor dicho, por qué nos están matando. Mi respuesta
es muy clara: estamos frente a un asunto de orden geopolítico que
nada tiene que ver con evitar el consumo de drogas por parte de
los jóvenes, pues si ése fuera el objetivo, atenderíamos las razones
de fondo, entre las cuales destaco algunas que retratan la situación
que estamos viviendo: 1) un país donde hace más de 20 años que
no se genera el millón o millón doscientos mil empleos anuales
que requieren los jóvenes que ingresan al mercado laboral, 2) la
expulsión de medio millón de mexicanos que se tienen que ir por­
que no encuentran aquí las condiciones para generar proyectos
viables de vida, 3) precarización laboral, donde incluso la gente
que trabaja no tiene condiciones para salir de la pobreza, 4) cre­ci­
miento del desempleo, 5) Seis de cada diez empleos que se ge­
neran se encuentran en el sector informal, 6) la tasa de desempleo
es mayor entre los que estudiaron una carrera que entre los que
no lo hicieron, 7) gran parte de las personas que estudiaron una
carrera universitaria no trabajarán en aquello que estudiaron, 8)
muchos jóvenes no confían en la educación como recurso de mo­
vilidad social, 9) existe una ruptura del marco axiológico que está
impactando de manera muy fuerte a la población, pues de acuer­
do con la Encuesta Nacional de la Juventud 2000 y 2005 (Ins­
tituto Mexicano de la Juventud, 2002 y 2007), para un amplio
sector de las y los jóvenes mexicanos no hay diferencia cualita­
tiva entre un policía judicial y un narcotraficante; no creen en la
clase política; no creen en las instancias de procuración de jus­
ticia y no pueden creer en un país donde 98 por ciento de los
delitos que se cometen quedan impunes, como tampoco pue­den
creer en un país don­de la justicia criminaliza a las mujeres victi­
madas, 10) por si fuera poco, en el actual gobierno se ha incremen­
tado en 13 millones el número de pobres que existen en el país.
juaritos: prohibicionismo, violencia y frontera 103

Estamos viviendo una situación sumamente grave. Tanta muer­


te no puede justificarse bajo el argumento de una supuesta gue­rra
contra el crimen organizado Feminicidio, juvenicidio, militari­
zación, asesinato de luchadores y activistas sociales, crecimiento
de los imaginarios de miedo, cuerpos de hombres y mujeres su­
pliciados en espacios públicos, son elementos que se solapan en
la frontera como parte de una historia social de precarización y
violencia contra las mujeres, inscrita en procesos transfronterizos
en los cuales las estrategias prohibicionistas y autoritarias han
sido parte importante y constitutiva del problema.

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Ciudad Juárez: militarización,
discursos y paisajes

Héctor Padilla

Introducción1

Ciudad Juárez, de haber sido considerada una ciudad paradójica


donde conviven una pujante industria maquiladora y la pobre­
­­za de vastos sectores de su población, se transformó en tan sólo
tres años (2008-2010) en una ciudad sitiada, abandonada y pul­
ve­­ri­zada. Una mirada rápida por cualquiera de sus rumbos da
cuen­­­ta de un nuevo paisaje urbano esculpido por el efecto com­
bi­na­do de varias formas de violencia: criminal, institucional y
es­truc­tu­ral. La presencia de contingentes militares, cámaras de vi­­
gilancia, re­te­­nes, acordonamiento de calles que han sido escenarios
de ase­­si­na­­­tos, fa­­chadas de instalaciones comerciales incendia­
das, vivien­das des­ha­bitadas objeto de pillaje, y mantas, espectacu­

1
Este artículo se realizó como parte del proyecto “Militarización, barreras
y vida cotidiana”, realizado con el apoyo de la National Science Foundation y
el Canadian Social Science and Humanities Research Council, que bajo la coor­
dinación de Melissa Wright y Juanita Sundberg, estudia los efectos del pro­
ceso de militarización en la vida cotidiana (movilidad, familia, trabajo, es­cuela),
el paisaje urbano y las interacciones y vida transfronteriza en las regiones de
Ciudad Juárez-El Paso y los Nogales, Sonora y Arizona. En el análisis de la
información, la discusión de las ideas que se presentan y la revisión de versiones
preliminares, participó Leobardo Alvarado, asistente de investigación del pro­
yecto. El contenido y las opiniones expresadas en este documento son respon­
sabilidad exclusiva de los autores. Por lo tanto son ajenas a las institucio­nes (nsf
y cgshrc) que financian la investigación.

[105]
106 héctor padilla

lares, bardas, par­­ques públicos y cementerios pintados con men­


sajes de diversa índole, se confunden en un nuevo y caó­tico pai­saje
donde se desen­vuelve una nueva normalidad y vida cotidiana.
Tales son las imá­genes de un espacio público desmantelado por
el que se de­senvuelve una ciudadanía acaso nunca de­sarrollada a
plenitud, que ha sido re­ducida a su mínima expresión bajo la vi­
gencia de un Estado de excepción.
Este conjunto de fenómenos ocupa la conversación de los jua­
renses en calles, hogares, restaurantes, escuelas y demás espacios
colectivos, con opiniones que producen y reproducen discursos so­
ciales que a fuerza de repetirse se tornan hegemónicos u opues­
tos y alternativos (en el sentido de Gramsci y Bourdieu)2 según los
pronuncien autoridades, empresarios, líderes religiosos, acti­
vis­tas sociales, académicos y periodistas, entre otros, y los medios
elegidos para transmitirlos, sean espectaculares, medios de co­mu­
­nicación masivos, electrónicos e impresos, o bardas, mítines y mar­
chas en la calle. Por tanto, al constatar la pluralidad de vo­ces y
medios en que se presentan, surgen algunas preguntas: ¿cómo
se plasman esos discursos sobre la violencia y la militarización
en el paisaje urbano? ¿Qué tipo de procesos sociales estructura­
les es­­tán ocurriendo y se expresan a través de dicha discursividad?
¿Qué modelo de ciudad y nociones de espacio público se están
ges­tan­do en torno a la violencia y el proceso de militarización im­
plan­tado para enfrentarla?

2
De Gramsci (2003) se considera la idea de que siendo la hegemonía dis­
tinta de la dominación (la cual se expresa en formas directamente políticas y
coercitivas), se precisa observar el entrecruzamiento de las fuerzas políticas,
sociales y culturales en el establecimiento de un orden político, en particular la
producción simbólica y las diferentes formas del discurso social que legitiman
el ejercicio del poder. Y de Bourdieu (1990) se adopta, de su teoría de los cam­
pos, la idea de que en campo los actores dominantes e impugnadores (su­bor­
dinados) se reconocen según las estrategias (prácticas y discursos) que des­pliegan
para mantener el orden (reglas y valores). En este sentido, la proliferación de
opiniones, explicaciones, justificaciones, impugnaciones, denuncias, reclamos
y acusaciones en torno a la violencia, militarización y políticas sociales, refle­
jan la posición dominante o subordinada de los actores sociales en Ciudad
Juárez.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
107

En este ensayo se plantean algunas respuestas sucintas, a modo


de hipótesis preliminares, sobre los modos en que violencia, mi­
litarización y discursos sociales se combinan y moldean el paisa­je
urbano en Ciudad Juárez. Para tal efecto, describimos la mane­
ra en que violencia criminal y políticas de seguridad producen
mensajes que confunden, atemorizan e inmovilizan a la sociedad.
Luego referimos algunas explicaciones, declaraciones y pronun­
ciamientos de las autoridades de los niveles de gobierno local y
estatal, y sectores del empresariado juarense, sobre las causas de la
violencia, la manera de enfrentarla y los propósitos del ejército
mexicano y la Policía Federal Preventiva (pfp) en esta coyun­tura.
Posteriormente hacemos lo mismo con respecto a las opiniones,
consignas, denuncias y demandas3 de los líderes de opinión y miem­
bros de organismos de la sociedad civil (osc) sobre las causas de
la violencia, las fuerzas armadas y el programa multisectorial
To­dos Somos Juárez promovido por el gobierno federal para
respon­der a la crisis de inseguridad. De la diversidad de pronun­
ciamientos y modos de percibir la realidad, se destaca un proceso
de fragmentación y replanteamiento de las relaciones gobier­
no-sociedad, así como las “huellas físicas” que dejan en el espacio
público y contribuyen a la gestación de nuevo paisaje urbano que,
visto de manera panorámica, arroja la imagen de una ciudad
sitiada, en proceso de abandono y una dinámica acelerada de gue­
tización y pulverización.

Los discursos del miedo,


la guerra y el autoritarismo

La dinámica de la violencia en Ciudad Juárez a partir de 2008


exhibe la configuración de una maquinaria del terror. Con es­
quemas de organización (ilegal, legal) y formas de actuación que

3
Éste no es un análisis del discurso en sentido estricto. Se trata de un ejer­
cicio de interpretación a partir de fuentes hemerográficas, conversaciones y en­
trevistas, entre otras fuentes, y recorridos que nos permitieron visualizar una
108 héctor padilla

sugieren pandillas urbanas y/o comandos paramilitares, hombres


armados se han dedicado a la eliminación sistemática de secto­
res de población específicos (principalmente hombres entre 18
y 35 años, de extracción social humilde), hasta alcanzar cerca de
9 500 víctimas entre enero de 2008 y septiembre de 2011. Estos
grupos armados revelan su presencia y objetivos de múltiples ma­
neras, ya sea mediante mensajes escritos en cartulinas, grafitis,
mantas colocadas en lugares públicos e internet. La multiplicación
de estos mensajes pudiera revelar el diseño y montaje de cam­­
pa­ñas mediáticas destinadas a varios propósitos,4 por ejemplo:
ame­nazar a organizaciones criminales rivales y a miembros es­
pecíficos de las policías o autoridades civiles y militares; divulgar
listas de policías y personas que serán ejecutadas en Ciudad Juá­
rez y El Paso, Texas; anunciar represalias contra jefes policiacos
y autoridades por la detención o muerte de algún cabecilla; ame­
nazar y alertar a la población en general (o a sectores de ésta, co­-
mo comerciantes, profesores o médicos) sobre posibles rachas de
eje­cuciones, incendios de instalaciones comerciales (restaurantes,
bares y lotes de autos), y desmentir la participación de un grupo
(La Línea o Gente Nueva) en un hecho de sangre o respon­sabilizar
a una banda rival.
La transmisión de mensajes también incluye medios no es­
critos o verbales, como los incendios provocados y atentados con
granadas o coches bomba, la selección del momento y el lugar
de los ataques (de noche o a plena luz del día, en la calle, lote bal­dío,

relación entre los discursos sociales (entendidos aquí como un conjunto de


opiniones, interpretaciones, concepciones y explicaciones sobre la problemá­
tica social de la ciudad y la agenda pública, que revelan concepciones, valores
e intereses) y la reconfiguración del paisaje urbano (asumido como el conjunto
de rasgos visuales y espaciales, que resultan de la interacción de factores natu­
rales y sociales).
4
Estas campañas son consideradas verdaderos actos de terrorismo por Jor­
ge Chabat, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económi­cas
(cide), quien sostuvo: “esos mensajes buscan, por un lado, intimidar al propio
gobierno y, por otro, también tienen el propósito de que la población presione
a éste para que reduzca los ataques contra el narcotráfico por la violencia que esto
genera” (Carrasco, 2008:1A).
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
109

centro comercial, parque, escuela, hospitales o centros de re­ha­


bilitación, entre otros), el saldo de víctimas que arrojan estos aten­
tados (masivos, en parejas o individuales) y la manera en que se
violenta el cuerpo de las víctimas (por tortura previa al fallecimien­
to, o mutilación y despedazamiento antes y después de la muerte).
La forma extrema de estos mensajes es el desmembramiento de los
cuerpos, cuyos restos se dispersan en diferentes sectores de la ciu­
dad, acompañados de cartulinas con textos amenazadores. Así
lo demuestra el recuento de unos casos emblemáticos: el cuerpo
mutilado acompañado de una manta con amenazas que dejaron
en el puente a desnivel de uno de los cruceros más transitados de
la ciudad, las avenidas De la Raza y Tecnológico; otro cuerpo al
que le colocaron una máscara de cerdo, dejado fuera de una vi­
vien­da en posición de cruz; el coche bomba que estalló en la ave­
nida 16 de Septiembre y Bolivia; el cuerpo abandonado en la vía
pública al que le cercenaron las manos, que colocaron a un lado
junto con una cartulina donde se indica que era “extorsionador”;
el video publicado en YouTube donde hombres armados vestidos
con ropa militar interrogan a una mujer a la que acusan de traba­
jar para La Línea como extorsionadora, a la que asesinan y cuyo
cuerpo aparece días después; el fusilamiento de varios hombres
hincados frente a una pared, a los que también dejaron mensajes
sobre sus cuerpos.
En suma, parecería que el objetivo de este tipo de mensajes
pudiera sintetizarse en uno solo: dejar constancia de su existencia
como grupo o grupos armados, que desean imponer su dominio
y control sobre la población. Y su finalidad es provocar temor, in­
movilizar a la población, aislarla, generar desconfianza. En otras
palabras, reducir el espacio público y la capacidad de respuesta
ciu­dadana. Esto se desprende de que ante este tipo de eventos
la ma­yoría de la población reaccionó con temor: modificó sus ru­
tinas (dejaron de salir en la noche, evitan acudir a lugares, varían
las ru­tas de su casa al trabajo y/o escuela, restringen sus círculos de
amis­tades) y en casos extremos huyó de la ciudad tras ser ame­
nazada, haber sido víctima de extorsiones, secuestros y atentados,
o temer la inminencia de un ataque. El éxodo de juarenses a la
110 héctor padilla

vecina ciudad de El Paso acaso es la prueba más contundente de


este temor.
A ese objetivo también parecería apuntar el despliegue de las
policías y el ejército mexicano, que desde la inicial declaración
de guerra5 a los cárteles de la droga en México por el presidente
Calderón en diciembre de 2006, justifican el uso de la violencia
legal e ilegal del Estado. Para ello impusieron virtuales toques de
queda, con la instalación de retenes en diferentes partes de la ciu­
dad, el establecimiento de zonas y corredores de “seguridad”, ca­-
teos sin órdenes judiciales en viviendas, detenciones ilegales y
comunicados oficiales con arengas, proclamas y peticiones trans­
mitidas por todos los medios posibles (ruedas de prensa, boleti­
nes, desplegados en medios impresos y electrónicos, documentos
oficiales, volantes y carteles, entre otros) que solicitan a la pobla­
ción juarense su apoyo a las labores de las policías y las fuerzas ar­
madas, justifican la guerra contra las drogas, sugieren evitar salir
a determinadas horas del día, piden a los ciudadanos obedecer
las señales e indicaciones de los oficiales en los retenes y recibirlos
cuando éstos solicitan ingresar a sus viviendas para revisar si hay
armas o drogas.
Refuerza el discurso de la guerra el despliegue de varias medi­das
tendientes a la militarización de la ciudad y las políticas de segu­
ridad pública. Se militarizan las policías porque, se dice, no es­tán
preparadas ni son confiables. Consecuentemente, se despide a los

5
El presidente Calderón después se desdijo y negó haber utilizado esa pa­
labra, sustituyéndola por otras como “lucha contra el crimen organizado” o
“estrategia de seguridad”. Esta evolución discursiva ha sido ampliamente co­
mentada (Ajenjo, 2011). Guerra o estrategia de seguridad, a este respecto, en
el informe de la Human Rights Watch de 2011, dedicado a estudiar el papel
de las fuerzas armadas del gobierno mexicano, se dice que ese organismo “pudo
observar que existe una política de seguridad pública que fracasa seriamente
en dos aspectos. No sólo no ha logrado reducir la violencia, sino que además ha
generado un incremento drástico de las violaciones graves de derechos huma­
nos, que casi nunca se investigarían adecuadamente. Es decir, en vez de for­
ta­lecer la seguridad pública en México, la ‘guerra’ desplegada por Calderón ha
conseguido exacerbar un clima de violencia, descontrol y temor en muchas par­-
tes del país” (Human Rights Watch, 2011:6).
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
111

“malos” elementos y a los “buenos” se les lleva a recibir instrucción


militar. Se contrata a nuevos oficiales entre ex militares, y mandos
castrenses son puestos al frente de las policías civiles. Llegan
tropas a la ciudad y se les instala en el centro de la vida pública.
La imagen del ejército la manejan publirrelacionistas y los sol­
dados aparecen lo mismo en botellas de agua vendidas en cade­
nas de abarrotes que en anuncios espectaculares colocados en las
principales vías. Se reparten volantes para informar que el ejérci­
to mexicano llega en apoyo de la población. Surgen cuarteles e
instalaciones castrenses improvisadas donde antes había parques,
hoteles y naves industriales. Los retenes y patrullas militares por
avenidas y calles de todos los rumbos de la ciudad forman par­te
de la nueva cotidianidad. Se mira a los soldados al lado de las po­
­­li­cías civiles, municipales y del estado, acordonando calles en
escena­rios de asesinatos, revisando hogares en colonias y frac­
cio­namientos. Los gobiernos local y estatal destinan recursos a su
ma­nutención. Se instalan mecanismos de mando conjunto en­
tre los cuerpos armados. Se realizan consultas y reuniones con los
em­­presarios, concibe la seguridad pública como una cuestión de
se­guridad nacional, densifica el entramado institucional de los
apa­ratos militares y policiacos y rige la vida pública con el código
propio de una suspensión de garantías constitucionales.
Además, en el discurso en torno a la “guerra” emerge una con­
cepción necropolítica y autoritaria sobre las muertes provocadas
por la guerra y la relación con la sociedad. La perspectiva necropo­
lítica o “retórica peligrosa”, como la llama Human Rights Watch
(2011:12), se observa en la clasificación y categorización oficial
de las víctimas de homicidios, de acuerdo con parámetros de una
conflagración armada (entre bajas militares y civiles), y juicios de
valor que colocan, por un lado, a las víctimas inocentes como da­ños
colaterales, y por otro a las víctimas culpables como bajas provoca­
das al enemigo o “criminales menos”, aduciendo que en la mayo­
ría de los casos se trata de personas con antecedentes criminales
y que presuntamente eran delincuentes que murieron debido a
los enfrentamientos entre cárteles, pandillas o grupos del crimen
112 héctor padilla

organizado rivales.6 Las víctimas mueren porque “en algo anda­


ban”, todo ello sin mediar investigaciones judiciales confiables. La
visión autoritaria se pone de manifiesto en los pronunciamientos
oficiales que, emulando la lógica “amigo-enemigo”, coloca entre
los enemigos a quienes no comparten el discurso de la guerra y
cuestionan el rompimiento del orden constitucional y la violación
de los derechos humanos por las fuerzas armadas y demás cuer­
pos policiales. Se reprende así a defensores de derechos humanos
y se reprime y criminaliza la protesta social, porque estorban a un
Estado que legitima y genuinamente combate la violencia y la cri­
minalidad. En consecuencia, en esta concepción autoritaria se
tolera, justifica o niega la incursión inconstitucional de los milita­
res en las viviendas en busca de drogas, armas y dinero mal ha­bido.
Y en contrapartida se acusa a los críticos de la presencia militar
de colaborar con el crimen organizado.
Pieza central de esta discursividad necropolítica, guerrerista
y autoritaria ha sido directamente el presidente Calderón, quien
desde el inicio de su gestión al declarar la guerra al crimen or­
ganizado advirtió que “restablecer la seguridad no será fácil ni
rápido, tomará tiempo, costará mucho dinero e incluso y por des­
gracia, vidas humanas” (Calderón, 2006). Y más adelante ha re­fren­
dado esa advertencia al lamentar en varias ocasiones la muerte de
“personas inocentes” y los “daños colaterales”, conside­rándolas
desafortunadas pero inevitables, y ha insistido en justificar la ma­
yoría de los homicidios (más de 80 por ciento) como consecuencia
de su participación en el crimen organizado y de con­flictos entre
bandas o cárteles rivales.
Además del presidente Calderón, las declaraciones de otros
funcionarios de los tres niveles de gobierno refrendan estas con­
cepciones, que no hacen sino contribuir a la consolidación de una
maquinaria del miedo destinada a inmovilizar a la sociedad. De

6
El término necropolítica, que se deriva de la noción de biopolítica de Fou­
cault, alude al establecimiento de instituciones, disposiciones y políticas dedi­ca­
das a gestionar los modos en que la población de un país muere, determinando
quiénes o qué grupos de población mueren y por qué […] (Human Rights
Watch, 2011:230).
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
113

manera incoherente, contradictoria y desalentadora, éstos han in­


sistido en expresiones tales como “lo peor está por venir”, “la po­
blación debería usar armas para protegerse”, “el retorno a la
normalidad será dentro de diez años”, “se trata de una situación
atípica”, o que el incremento de la violencia se debe al avance o
el éxito de la lucha del Estado contra los grupos criminales, como
lo sostuvo el procurador de la República cuando avaló los esfuer­
zos hechos en Chihuahua en la reunión de procuradores llevada
a cabo en este estado: “La violencia inaudita entre los grupos cri­
minales y con la que han actuado incluso contra inocentes, es otro
indicador, funesto, pero también un indicador del daño que están
resintiendo, pues luchan por mercados cuyos espacios de opera­
ción se reducen dramática y paulatinamente” (Minjares, 2011).
En suma, frases y expresiones contradictorias que generan aún
más miedo, porque no pueden garantizar la protección de la po­
blación ni hablan con claridad.
Al miedo e inmovilidad de la sociedad contribuyen también
otros fenómenos, como la falta de información veraz, oportuna
y contextualizada, atribuible a la manera en que los medios de co­
municación abordan el tema de la violencia sin contextualizar la
información u ofrecer una perspectiva documentada y amplia de
la problemática. Al recibir única y reiteradamente “notas amari­
llistas” y un recuento del “saldo rojo” diario, la población no pue­
de sino sentir más temor, debido a la proliferación de rumores. Un
asalto, un caso de extorsión, un secuestro, se multiplican indefi­
nidamente en la conciencia de la gente. Es así que el conjunto
y la sistematicidad de todos estos eventos convierten en víctima
prác­ticamente a la totalidad de la población. Hacen de cada ha­
bitante de Ciudad Juárez un potencial objeto del ataque directo
a su persona, dignidad o patrimonio. Alrededor de un supuesto o
real conflicto entre grupos o redes criminales rivales, o entre éstos
y las fuerzas del Estado, la meta de esa maquinaria parece­ría ser
subordinar a la sociedad, imponerle nuevas reglas y mante­ner­la des­
confiada y escéptica de la acción pública o colectiva para res­tituir
la tranquilidad y las garantías individuales. Quienes par­ti­ci­pan de
esa maquinaria (¿narcos, consumidores de drogas po­bres y deses­pe­
114 héctor padilla

rados, jóvenes pandilleros, ladrones de oportuni­dad, ex­tor­sio­na­


dores profesionales, paramilitares, policías, soldados, de­­lin­cuen­tes
de cuello blanco insertos en el gobierno y gran­des em­presas?) re­
producen y ahondan el desorden social del que emergieron. Se
genera así un nuevo tipo de desorden, donde la ineficacia del Es­
tado para garantizar seguridad y justicia incrementa la desi­
gualdad social, promueve la fragmentación social y espacial de
la ciudad, provoca dinámicas demográficas centrífugas y propicia
conductas autoritarias y represivas entre la población.
Este nuevo desorden social no es sino el que corresponde a
una pérdida acelerada de la cohesión social. Así, por ejemplo,
cuando se constituyen comités de vecinos para emprender labores
de autoprotección, que precisan de identificaciones (credencia­
les, licencias de conducir) para funcionar, con ello —para decirlo
en términos de Durkheim— la solidaridad orgánica sustentada en
la confianza en las instituciones públicas se sustituye, en el mejor
de los casos, por la solidaridad mecánica, basada en el estable­ci­
miento de formas de confianza restringida (la familia, las amis­
tades más cercanas, los círculos de confianza).
Para Durkheim (1994) la solidaridad mecánica se sustenta en
la similitud, las identidades restringidas, donde los miembros de
un grupo social tienden a compartir los mismos valores, se reco­
nocen mutuamente y tienden a prevalecer los sentimientos colec­
tivos, por lo que en una sociedad donde predomina la solidaridad
mecánica prevalecen la segmentación, las autonomías locales y
las tradiciones, donde la vida de sus miembros tiende a regirse
por imperativos y prohibiciones sociales. En cambio, en la soli­
daridad orgánica prevalecen instituciones genéricas que reflejan
consensos sociales amplios, que garantizan la unidad y coheren­
cia de una sociedad diversificada. No obstante, cabe aclarar que
para Durkheim las sociedades donde prevalece la solidaridad me­
cánica aparecen como menos tolerantes a los crímenes y viola­
ciones, mientras que donde predomina la diversidad social y la
solidaridad orgánica, pareciera haber mayor tolerancia a las vio­
laciones y márgenes de interpretación sobre los valores sociales.
De esto se puede colegir que el objetivo de los habitantes que bus­
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
115

can protegerse detrás de los fraccionamientos cerrados es la re­


ducción de la posibilidad del crimen, pero al hacerlo debilitan
aún más la posibilidad de la solidaridad orgánica. Pero, por otra
parte, no se puede atribuir el incremento de la violencia al rela­
tivismo moral, como proponen el discurso oficial y sectores
con­servadores de la sociedad civil,7 sino a la ausencia de los con­
sensos sociales inherentes a la solidaridad orgánica, implícita en
la creciente desigualdad social y la debilidad de las instituciones
públicas.
Así pues a esta pérdida del cemento que une a la sociedad, por
la ausencia de consensos sociales e instituciones públicas y la
tendencia a la fragmentación y el aislamiento social, le corres­
ponden formas espaciales ad hoc: barreras, cercas, casetas y cáma­
ras de vigilancia que componen parte del paisaje característico
de los cientos de fraccionamientos dispersos por diferentes rum­
bos. Las casas elevan sus muros y erigen alambradas. Las calles
se cierran y las distancias físicas y sociales se amplían. La ciudad
deviene en suma de guetos, aunque la seguridad sólo sea una ilu­
sión. Es el retorno a la ciudad feudal, intrincada, con señores y
7
Desde estos ámbitos se alude frecuentemente al “rompimiento del tejido
social”, que radica en la pérdida de valores, el debilitamiento de institucio­
nes sociales como la familia y el abandono del sentido de comunidad. Sin
embargo, desde el punto de vista académico, la noción de “tejido social” es más
amplia: tiene raíces en las reflexiones aportadas por autores como Michel
Foucault y Clifford Geertz sobre la “red social”, y se concibe como “un con­
junto de interdependencias entre partes, elementos, procesos, donde se dan una
serie de relaciones internas e interdependientes, que sirven de soporte emo­
cional, cultural, físico, social y aun económico a sus interactuantes” (Chávez y
Falla, 2004:177). En tanto “malla” o “red” más o menos tupida en algunos pun­
tos o rota en otros, en virtud de las relaciones de cotidianidad entre los indi­
viduos y los grupos, se dice que los elementos constitutivos del tejido social
son “el desarrollo local y regional, la participación ciudadana y comunitaria,
el sentido de democracia, las prácticas culturales e inclusive el capital social
[...] en un espacio de cotidianidad donde tienen lugar las representaciones de
mundo, las relaciones diarias, la autonomía y la autodeterminación” (Chávez
y Falla, 2004:178). De ellos se concluye que es “el entramado de relaciones coti­
dianas, dinámicas y de influencia recíproca entre los habitantes de un espacio
local y social determinado, como pueden ser el vecindario, la colonia o una
ciudad” (Chávez y Falla, 2004:178-179).
116 héctor padilla

siervos que habitan dentro o fuera de las murallas: entre unos


guetos y otros está la calle, que equivale al peligro; está rodeada,
atravesada de peligros reales e imaginados, con habitantes, que
no necesariamente ciudadanos, aislados unos de otros.

Gobierno local y empresariado:


el discurso de la imagen

Las autoridades de los gobiernos municipal y estatal se subordi­


nan al discurso de la violencia y de la guerra, replicando opinio­
nes, declaraciones y justificaciones semejantes a las del gobierno
federal. Pero esto lo hacen de una manera contradictoria y oscilan­
te, añadiendo e introduciendo planteamientos y matices locales.
Dos años antes de iniciar la gestión del presidente Calderón, ha­
cia 2004, a nivel local se anunciaba ya un endurecimiento de la
acción pública en relación con los temas de la policía municipal
e incidencia delictiva. Durante su campaña electoral, el ahora dos
veces alcalde, ingeniero Héctor Murguía (pri, 2004-2007 y
20010-2013) ofreció a los juarenses mejorar la policía municipal
dotándola de una disciplina y un adiestramiento de tipo militar.
Criticando a las administraciones panistas anteriores de que bajo su
gestión había crecido la inseguridad pública, el entonces candi­
dato propuso también disminuir la incidencia delictiva recurriendo
a la mano dura. Y como prueba de ello, durante la primera gestión
implantó un toque de queda a los jóvenes menores de edad bajo
el programa “A las diez en casa es mejor”.8 También crecieron los
atropellos y vejaciones a la población por parte de la policía mu­

8
El programa surgió de una propuesta del sacerdote católico Mario Man­
ríquez, que en coordinación con la Secretaría de Seguridad Pública Municipal
lo impulsó en el fraccionamiento Oasis Revolución, correspondiente a la pa­
rroquia de Santa Teresa de Jesús. Posteriormente la autoridad lo amplió a 50
zonas consideradas conflictivas, la mayoría en zonas de pobreza extrema (Flo­res
et al., 2009). La medida fue apoyada por sectores conservadores de la Igle­sia y
empresarios y rechazada por osc de derechos humanos, que decían que el
programa violaba los derechos de los jóvenes y tenía un fin recaudatorio.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
117

nicipal. Además de varios motines en el Cereso con saldos funes­


tos, de esos años se recuerda lo que bien puede ser visto aho­ra
como un adelanto de lo que ocurriría más adelante, el asesinato
artero y hasta el momento impune de cuatro hermanos por la po­
licía municipal en el sur poniente, en la colonia Plazuela de Acu­ña.9
Hacia mediados de 2007, asimismo, empezó a percibirse el
crecimiento de la violencia, de manera que en julio de ese año por
vez primera el gobernador José Reyes Baeza sugirió públicamen­
te la presencia del ejército en la entidad para contener el incre­
mento que ese mes registró en el número de homicidios. Dentro
de los homicidios estaba el caso de dos agentes ministeriales, la
policía investigadora del Gobierno del Estado. En respuesta a
esa sugerencia, el presidente municipal de Juárez, Héctor Mur­
guía, dijo que la situación en Ciudad Juárez no ameritaba la
pre­sen­cia del ejército. Sin embargo, a menos de dos meses de con­
cluida esa primera gestión del ingeniero Murguía, en noviembre
de 2007 fue detenido en uno de los puentes internacionales el
que fuera director de Seguridad Pública Municipal, Saulo Reyes,
acusado de intento de soborno para introducir ilegalmente dro­
gas a Estados Unidos. Y un mes después, la opinión pública em­
pezó a constatar con preocupación el incremento del número de
homicidios y recibió con temor, pero no con sorpresa, las ame­
nazas de grupos criminales contra elementos de la policía a tra­
vés de listas de oficiales supuestamente involucrados con grupos
rivales.
En enero, la violencia llegó a niveles antes insospechados y
hu­bo más víctimas de asesinato entre las filas de las policías mu­
nicipal y estatal, de manera que el gobernador vuelve a sugerir la

9
El 23 de marzo de 2005 la policía municipal los asesinó porque presun­
tamente habían dado muerte a un oficial. Para encontrarlos se montó un ope­
rativo que requirió prácticamente a todo el cuerpo de policía municipal.
Luego de un enfrentamiento donde además de los hermanos resultó muerto
otro policía, el alcalde desplegó una campaña en los medios para justificar el
proceder de la policía, para lo cual recibió el apoyo de organismos empresa­
riales que por medio de desplegados aplaudieron la “mano dura” (Cruz, Simen­
tal y Carrasco, 2005:5A).
118 héctor padilla

presencia de las fuerzas armadas, llamado al que se sumaron con


vehemencia el nuevo presidente municipal de Juárez, José Reyes
Ferriz (pri, 2007-2010) y diferentes sectores empresariales, que
insistieron en ese llamado a medida que creció el número de ho­
micidios durante los meses de febrero y marzo. En este periodo
la presencia militar aumenta paulatinamente, hasta que final­
mente se concreta de manera formal el 27 de marzo el Operativo
Conjunto Chihuahua, con el que arriban grandes contingentes de
efectivos del ejército, principalmente, y de la pfp para ocuparse
de la vigilancia pública, instalando retenes en las calles, realizando
patrullas en las calles y llevando a cabo “operaciones de inteli­
gencia”. Dicho operativo será reformulado y cambiado de nombre
en los meses y años siguientes,10 aumentando o disminuyendo la
presencia de efectivos de las dos corporaciones o cambiando de
mandos, según los avances y retrocesos que surgen de las evalua­
ciones periódicas a que es sometido y en respuesta aparente a los
apoyos, críticas y cuestionamientos que de manera oscilante ma­
nifiestan las propias autoridades locales, los organismos empre­
sariales y algunas voces de la sociedad civil.
En agosto de 2008, por ejemplo, el operativo se reformula como
Operativo Juárez en aparente respuesta a la solicitud del alcalde,
apoyado por el gobernador, por lo que se incrementan visible­
mente el número de efectivos militares, de patrullajes y retenes, y
se intensifica la reestructuración de la policía municipal anun­
ciando la contratación de cerca de 500 militares, para cubrir la
baja de al menos 400 policías por pérdida de confianza e integrar
“un grupo élite de la Policía Preventiva que entre sus objetivos es­
10
En agosto el Operativo Conjunto Chihuahua se reformula para el caso
de Ciudad Juárez, dando lugar al Operativo Juárez y más adelante, en abril de
2010, cambia de “operativo conjunto” a “operativo coordinado”. Posiblemen­te
la principal reestructuración fue la última, cuando se concretó un cambio de man­
dos en la Operación Coordinada Chihuahua para Ciudad Juárez, que impli­
có el retiro de los militares y su sustitución por cinco mil policías federales, al
mando del operativo. Junto con la policía municipal se compuso una fuerza
de 7 500 policías para la vigilancia de la mancha urbana, mientras que los efec­
tivos militares se replegaron a las vías de entrada y salida de Ciudad Juárez y
quedaron a cargo del Valle de Juárez.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
119

tará el combate a delitos como el secuestro y robo” (Luján, 2008:


1A). Este anuncio, lo mismo que la reestructuración del opera­
tivo de seguridad, resulta significativo porque tan sólo dos me­
ses atrás (en junio de 2008), el alcalde había declarado sobre la
muerte de al menos seis personas inocentes en balaceras que ha­bían
sucedido en esas últimas semanas y la psicosis que había invadi­
do a la población:

Obviamente no es una situación para nosotros considerarlo zona


de desastre, sería ir demasiado. Es una situación entre la delin­
cuencia organizada; son ellos, son personas que se mueven en el
mundo bajo, fuera de los ojos de los habitantes, de las autorida­
des, y por tanto no podemos nosotros considerar que se trate de
una situación de emergencia ni que amerite tener una situación
de emergencia (Rodríguez, 2008:2A).

Para entonces, la ciudad experimentaba un incremento acu­


sado de los homicidios, incluso mayor al nivel que había antes
de la llegada masiva del ejército y la pfp, y también un salto en el
resto de indicadores de la incidencia delictiva. De manera que,
ante la constatación de que la presencia del ejército no parecía
contribuir a atenuar la violencia, hubo señalamientos empresaria­
les de que el enorme gasto de movilizar a los efectivos milita­res no
se compensaba con los resultados visibles de su actuación, mien­
tras que el propio gobernador del estado, al proponer el re­plan­tea­
miento de la presencia militar en la entidad argumentaba que si
había un incremento en el número de homicidios y “la expresión
violenta en las calles continúa”, independientemente de “los ase­
guramientos, detenciones, e impactos al crimen organizado”, era
porque “algo no está bien, algo está fallando” (Rodríguez, 2008a:
1A). Con esta orientación se manifestaron algunos empresarios,
como el líder de los transportistas, Manuel Sotelo, al afirmar que
las cifras de la incidencia delictiva y los resultados del operati­
vo hasta ese momento “nos comprueban que las autoridades han
sido rebasadas por una delincuencia desatada que hace y desha­
ce en todo momento; vemos con tristeza y preocupación cómo
120 héctor padilla

esta gente se desplaza con armas de alto calibre porque para ellos
no hay autoridades” (Simental, 2008:6B).
El escepticismo empresarial sobre la actuación del ejército con­
trasta con la vehemencia con que apoyaron el establecimiento
del operativo, cuando al inicio de la llegada de los militares un
empresario incluso animaba a la población a apoyar al ejército
pidiéndole “cooperar con él” porque los militares llegaron para
proteger a los ciudadanos y evitar que la droga llegue a manos de
los hijos. Hubo momentos en que el escepticismo motivó a estos
empresarios a pensar en la necesidad y posibilidad de soli­citar
incluso la presencia de las fuerzas de pacificación de la onu, los
cascos azules o la armada de Estados Unidos. También, al igual
que las autoridades municipales y estatales, los empresarios pare­
cen oscilar entre entregar el cuidado de la ciudad a la pfp o man­
tenerla en manos del ejército.
Pero las autoridades y los principales organismos empresariales
locales no se limitan a repetir (aunque con vacilaciones) el discur­so
necropolítico y autoritario del gobierno federal, al dar por sentado
que existe una guerra con víctimas inocentes y culpables11 y adu­
cir que las protestas derecho-humanistas de la sociedad civil es­
torban en esta guerra. También desarrollan campañas mediáticas
que configuran una política de negación cuya finalidad —como se
pudo observar antes— es minimizar o negar el colapso de la ins­
titucionalidad gubernamental ante la violencia (aduciendo que
la situación de Ciudad Juárez no constituye un desastre); evadir la
responsabilidad sobre las deficiencias de los cuerpos policiacos
y estrategias de seguridad para contener la ola de violencia (ar­
gu­mentando que el aumento de la violencia se debe al éxito de las
medidas de seguridad, que arrecian la contienda armada entre

11
En relación con los asesinatos de mujeres, por ejemplo, en cnn se citan
“estadísticas oficiales” que “establecen que 90 por ciento de los casos de crí­
menes de mujeres está relacionado con la delincuencia organizada y el resto,
con la violencia de género o familiar [...]” (cnn, 19/08/2010). Y sobre ello, el ex
alcalde Reyes Ferriz (pri, 2007-2010) explica que hay casos de mujeres cuyos
crímenes “no son un error (de los sicarios), ahí (está) claramente (que) es a esa
persona a la que están atacando” (xhepl, 23/08/2010).
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
121

las bandas delictivas y los obliga a buscar fuentes de recursos al­


ternativos, y que las causas de la violencia se deben a las fallas
presentes de la sociedad, que ha sido permisiva con el narcotrá­
fico, adolece de una escasa cultura de la legalidad y ha perdido
valores).
La política de negación busca, sobre todo, atenuar la gravedad
o profundidad de la problemática social subyacente en la violen­
cia, tratando de convencer a los juarenses y la opinión pública
nacional e internacional de que se trata de una situación temporal
o transitoria, una cuestión de “imagen” o sesgo en la percepción.
Para tal efecto ha explicado de manera reiterada y sucesiva que
la situación en Juárez es “atípica” (en 2008), luego que la inciden­
cia delictiva creció porque el crimen organizado ha resentido los
avances en la estrategia de seguridad (2009), más adelante que
la violencia no ha bajado por problemas de coordinación entre las
policías pero ello se subsanará (2010) y más recientemente (2011)
que la incidencia delictiva está a la baja y el problema de la violen­
cia va de salida: “Sino vayan a la cárcel para que vean a todos los
delincuentes que ya pagan”, sostuvo el gobernador César Duarte
(pri, 2010-2016) en una entrevista radiofónica luego de su pri­
mer informe de gobierno.
Estas campañas están dirigidas en gran medida a la opinión
pública nacional e internacional, para dejar asentado que, de al­
gún modo, “lo que se ve no es cierto”. Se trata de un problema
de percepción, pues la ciudad —su dinámica económica y social,
sus habitantes— es algo más que violencia y degradación, como
la quieren hacer ver algunos grupos minoritarios resentidos y ra­
dicales.12 En este sentido, el discurso de la negación se comple­
menta con otro discurso, el de la afirmación, que por contrastación

12
Con referencia a las noticias internacionales adversas a la “imagen de la
ciudad”, Héctor Domínguez (2006) escribe que: “Este despliegue de pro­
ducción simbólica parece haber herido susceptibilidades celosas del bienestar
de un objeto abstracto y difícilmente definible: Ciudad Juárez. ‘La ciudad ha
sido victimizada’, ‘hablo en nombre de la ciudad’, ‘eso es sólo mala propaganda
que mancha la imagen de la ciudad’, son algunas de las variantes que hemos
esc­uchado de diversos emisores, a manera de reclamos orientados a silenciar
122 héctor padilla

demuestra lo que antes se niega. Así, mientras por un lado se


aduce que el problema no es real, sino de imagen o transitorio,
por otro se alude una ciudad vencedora del desierto y la adver­
si­dad, donde los “auténticos juarenses” saben salir de los proble­
mas más graves, que en palabras del presidente municipal Héctor
Murguía, declaradas en los medios luego de su primer informe
de gobierno en octubre de 2001, Ciudad Juárez y los juarenses más
que nunca “están echados pa’delante”. En esta ciudad real y au­
téntica existe mucho más que violencia: hay industria, cultura, crea­
tividad. Y como los auténticos juarenses no denigran su ciu­dad
y ponderan sus aspectos positivos, trabajan para salir adelante y
no se duda que lograrán superar la crisis. Son el tipo de mensajes
que difunden los programas “Amor por Juárez” y “Juárez com­
petitiva”, impulsados por el gobierno municipal y las principales
organizaciones empresariales (Canaco, amac, Coparmex, etc.),
con el apoyo de los gobiernos estatal y federal.
En el caso de “Juárez competitiva”, en el portal del programa
se informa que pretende “crear un movimiento que dé a conocer al
exterior y al público en general lo que somos y lo que hacemos
en Ciudad Juárez; buscando construir una imagen con proyección
regional, nacional e internacional que atraiga inversiones que den
impulso al emprendimiento e innovación, la cultura, el deporte
y la convivencia familiar”. También se afirma que

[…] es la oportunidad para entender que la verdadera resistencia


es la que combate por los valores que se consideran perdidos, este
magno esfuerzo de reencuentro, intercambio y motivación será
un espacio para la esperanza que aportará luz sobre la oscuridad
de nuestros problemas actuales y, en la concurrencia de nuestros
talentos y los de nuestros invitados del exterior, seguramente se
encontrarán mecanismos para re-inventarnos como ciudad y como
comunidad ( Juárez Competitiva, 2012).

Parecería entonces que para las autoridades y los empresarios


la violencia es un acontecimiento o incidencia semejante al rom­
las voces que hacen referencia a la violencia perpetrada en esta ciudad en los
últimos años”.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
123

pimiento de una vitrina donde se exponen mercancías, y su re­


paración para reponer el escaparate y animar el retorno de tu­ristas
e inversiones es la organización de conferencias y espectáculos
que presentan a personajes (Mijail Gorbachov y Rudolph Giu­
liani, entre otros) y grupos musicales de fama internacional.
Esos mensajes se suman a otros más, los surgidos de las “nuevas”
políticas sociales y culturales que en el nuevo contexto de vio­
lencia ampliada, de la “situación atípica”, pugnan por llamar a la
sociedad a respetar las instituciones, a confiar en las autoridades
civiles, policiacas y judiciales, a recuperar los espacios públicos y
re­construir el tejido social. Pero también se añaden, yuxtaponen
y combinan con los mensajes producidos por los grupos delicti­
vos, y los generados por el despliegue de la estrategia de militari­za­
ción emprendida por el gobierno federal, que en conjunto for­man
un coro caótico compuesto de ideas, concepciones y lógicas con­
tradictorias, y delinean un paisaje urbano abigarrado, confuso y
complicado de comprender, con calles, muros, espectaculares con
marcas de una violencia múltiple dotada de un lenguaje brutal.
Un coro y un paisaje a los que, como veremos en el siguiente apar­
tado, se incorpora la polifonía discursiva de una sociedad civil
heterogénea y fragmentada, que trata de oponer resistencia y/o
adaptarse al nuevo desorden social juarense.

Polifonía de una sociedad civil fragmentada

Además de los discursos de las autoridades, los organismos y los


líderes empresariales, que podrían caracterizarse como dominan­
tes o hegemónicos, entre la sociedad civil han surgido otras expre­
siones que tienden a reproducirlos o contraponérseles. Surgidas
de líderes de opinión, activistas y miembros de asociaciones de
asistencia social, organismos derecho-humanistas, iglesias, gre­
mios, grupos estudiantiles y colectivos culturales, entre otros, las
opiniones y percepciones sobre las causas de la violencia, el papel
de las autoridades, el desempeño del ejército y del resto de cuer­
pos policiacos, la eficacia de la procuración de justicia, los obje­
124 héctor padilla

tivos de las políticas de desarrollo social, exhiben una sociedad


civil heterogénea y fragmentada. Hay una ciudadanía que en sus
esfuerzos por organizarse y encontrar soluciones a la inseguridad
y la violencia apoya y colabora con las autoridades o se opo­ne,
resiste e impugna la lógica de la guerra y la militarización en cur­
­so; que en su tentativa de adaptarse y responder al nuevo con­texto,
retoma y/o replantea sus anteriores esquemas interpretativos sobre
la ciudad, la agenda pública y las relaciones gobierno-sociedad, al
igual que sus prácticas políticas, demandas, denuncias y consignas;
con dificultad para construir consensos, consolidar frentes am­
plios e impulsar estrategias efectivas de acción colecti­va frente a
la violencia y la militarización.
Hay pues una polifonía de voces atravesada por coincidencias
y divergencias en torno a un intenso debate que refleja un espec­
tro amplio de concepciones y valores, intereses concretos y mo­
dos de actuar. Sucintamente, a continuación se enlistan algunos de
los asuntos que estructuran la discusión pública entre esta diver­
sidad de organismos cívicos, en el interior de ellos, y entre éstos
y las autoridades.
Un tema central ha sido la explicación sobre las causas estruc­
turales y coyunturales del estallido de violencia en la ciudad y el
país, asunto sobre el cual los planteamientos en discusión van des­
de la coincidencia con las aseveraciones de las autoridades (el esta­
llido de una guerra entre cárteles, provocado por el avance del
Estado contra esos grupos; el enraizamiento de esos grupos en
la localidad, que debido a su condición geográfica fronteriza es
disputada por ser un lugar estratégico para el trasiego internacio­
nal de drogas, y el rompimiento del tejido social, asociado a la pér­
dida de valores, la permisividad y tolerancia a la ilegalidad), hasta
cuestionar cada una de ellas, por ejemplo, que exista tal guerra
entre cárteles o que el propósito de la presencia militar sea com­
batir el tráfico de drogas,13 y en lugar de enfatizar fallas de la so­
13
Se piensa que el objetivo de la presencia del ejército no es claro. Incluso
algunos especulan que es responsable del homicidio de drogadictos o pucha­
dores, en una suerte de limpieza social que parece “tener más fines mediáticos,
moralizantes y de meros ajustes en la relación del Estado con los jefes superio­
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
125

ciedad, subrayan las debilidades del Estado como la corrupción


de los aparatos de seguridad y justicia que provocan indirecta­
mente (por incapacidad) o directamente (por complicidad y par­
ticipación deliberada) el aumento de los homicidios e incidencia
delictiva. Así, mientras unas organizaciones destacan las caren­
cias sociales como la desintegración familiar y la pérdida de valo­
res y reiteran su demanda de políticas y programas que subsanen
esas deficiencias, sin cuestionar o enfatizar las carencias institu­
cio­nales, otras coinciden en esas exigencias, pero concentran sus
esfuerzos y reclamos en denunciar el autoritarismo, la incapaci­
dad y la corrupción de la administración pública y el sistema de
pro­curación de justicia que propician la impunidad y favorecen
la delincuencia.
El resto de los temas en discusión está influido por las expli­
ca­ciones sobre las causas de la violencia. Así, por ejemplo, los
or­ga­nismos que tienden a coincidir con el diagnóstico guberna­
mental suelen apoyar y justificar medidas como el reforzamien­
to de los cuerpos policiacos, la presencia del ejército y la pfp, a
la vez que proponen la reestructuración de los cuerpos policiacos
y sugieren reforzar los programas dedicados a la promoción de
los valores (tradicionales o cívicos). También se inclinan por una
mayor participación en los mecanismos e instancias de colabo­
ración con el gobierno. Sus denominaciones y logotipos con fre­
cuencia aparecen junto con los de dependencias gubernamentales
en documentos, carteles y espectaculares, como coparticipantes de
programas, proyectos de intervención social, conferencias y ta­
lleres, entre otras actividades. En contraste, quienes se inclinan
por recalcar la responsabilidad gubernamental por el surgimien­
to y la prolongación de la crisis, denuncian la corrupción e impu­

res del crimen organizado, que propiamente la destrucción de estas estructuras


y la reducción real del tráfico y consumo de drogas” (De la Rosa, 2008). Y
sobre ello el documento ya citado de la Human Rights Watch asevera que, en
la indagación hecha por ese organismo, encuentran muchos indicios de viola­
ciones a los derechos humanos que incluyen las desapariciones, las torturas y las
ejecuciones extrajudiciales, prácticas que son sistemáticas y no hechos ais­la­
dos (hrw, 2011:8).
126 héctor padilla

nidad oficial, demandan el esclarecimiento de los crímenes y


justicia para las víctimas, exigen la salida del ejército y pfp, no
creen en los proyectos oficiales de reestructuración de las policías
y las fuerzas armadas, rechazan participar en los mecanismos de
colaboración con el gobierno y privilegian la protesta social a
través de marchas, mítines y plantones.
En síntesis, las respuestas de la sociedad civil revelan la con­
formación de dos polos contrapuestos básicamente por su pro­
pensión a apoyar la actuación gubernamental u oponerse a ella.
Aunque en medio de estos dos polos hay una gama de posiciones
intermedias, ocurren desplazamientos entre las posiciones y exis­
ten diferencias de grado en los apoyos o resistencias a la institucio­
nalidad gubernamental. Entre las organizaciones progobierno se
ubican principalmente organizaciones que llevan a cabo activi­
dades asistencialistas, de intervención social, la mayoría de las ve­ces
con apoyo de los fondos públicos y privados de organismos como
Indesol y Fechac, y en el segundo, grupos feministas, de defensa
de los derechos humanos, académicos y estudiantiles.
Las opiniones sobre la presencia, actuación y eficiencia del
ejér­cito mexicano y la pfp en el marco del Operativo Conjunto
Chihuahua evidencian estos polos y las posturas intermedias. En
tanto que las organizaciones afines al discurso oficial consideran
necesaria la presencia de esas corporaciones y declaran estar dis­
puestas a tolerar o correr el riesgo de que haya violaciones a las
ga­rantías, las organizaciones impugnadoras consideran que el ejér­
cito y la pfp actúan fuera de la ley, violan los derechos humanos
sin lograr los fines que dicen perseguir. Por ejemplo, la Barra y
Colegio de Abogados de Ciudad Juárez, a través de su presiden­
te, proponía a mediados de 2008 cerrar filas con las autoridades
y que en

[…] virtud de la grave situación que azota a la ciudad [...] lo


importante es ponderar qué es lo más valioso para la ciudad [...]
por lo que aunque reconocen que la Constitución no le da facul­
tades de prevención a los militares, ante lo que consideran un es­tado
de emergencia [...] es válido correr el riesgo de que se violenten las
garantías (Carmona, 2008:3A).
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
127

Y el visitador estatal de derechos humanos del estado expli­


caba que la presencia militar en Ciudad Juárez

[…] responde a todos los parámetros para declarar un golpe de


Estado, pues existe de manera fehaciente la ruptura del Pacto
Fe­deral, ya que las facultades de la federación son expresas y limi­
tadas y aquellas que se reservan a los estados han sido vulneradas
por la imposición de acciones como la realizada por el actual al­
calde con el respaldo del gobernador (De la Rosa, 2008).

En un informe, este visitador sostiene que “en un principio la


presencia del ejército apareció como una primera reacción al in­
cremento de homicidios dolosos en la ciudad”, pero al iniciar el
“operativo […] de inmediato se estableció un estado de excepción
con la suspensión de facto de las garantías individuales”. El in­
forme menciona casos de denuncias de muertes de civiles y de­sa­
parición, torturas y privación ilegal de la libertad a personas (De
la Rosa, 2009). Las garantías suspendidas mencionadas en el in­
forme son las de “libre tránsito” y “legalidad y respeto a la vida”,
sobre las que la Constitución dice que “todo hombre tiene dere­
cho a […] viajar por su territorio […] sin la necesidad de carta de
seguridad, pasaporte, salvoconducto u otros requisitos semejan­
tes” (Art. 11); “Nadie podrá ser molestado en su persona […] sino
en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente
que funde y motive la causa legal del procedimiento […]” (Art.
16); “Nadie podrá ser privado de la libertad o de sus propieda­
­des, posesiones o derechos, sino mediante juicio seguido ante los
tri­bunales previamente establecidos, en el que se cumplan las for­
­malidades esenciales del procedimiento y conforme a las Leyes
expedidas con anterioridad al hecho […]” (Art. 14). Estas garan­
tías han sido referidas en leyendas, volantes y coreadas por ma­
nifestantes en marchas, plantones y foros ciudadanos sobre la
vio­lencia y militarización organizados por agrupaciones como
el Comité Universitario de Izquierda, el Frente Nacional contra la
Represión, Pastoral Obrera y el Frente Plural Ciudadano (que
128 héctor padilla

las agrupa entre otras más), que por ello exigen el regreso de las
fuerzas armadas a los cuarteles.14
En medio de este tipo de posturas, hay otras expresiones que
rechazan y denuncian las violaciones de los derechos humanos
por parte de las policías y las fuerzas armadas, pero sin exigir la
salida de los militares o la pfp, porque piensan que la violencia
se agravaría al dejar la ciudad en manos del crimen organizado. En
otras palabras, como ocurre en las controversias sociales públicas,
las posiciones tienen matices, se modifican, en unos aspectos se
aproximan y en otros se alejan. Hay pues un terreno movedizo
donde los organismos sociales se deslizan y zigzaguean, reaccio­
nando a acontecimientos que los colocan ante disyuntivas y en­
crucijadas. Es el caso, por citar otro ejemplo, pero no el único, del
Comité de Resistencia de los Médicos, creado para garantizar la
protección de sus agremiados, víctimas frecuentes de secuestros
y extorsiones que además laboran bajo riesgo debido a los ata­
ques de comandos armados a hospitales y clínicas cuando reciben
he­ridos de bala. Los miembros de este comité fluctúan entre par­
ticipar en instancias de colaboración con el gobierno y por tan­to
en el diseño y seguimiento de algunas medidas de seguridad, o
pre­sionar a las autoridades a través de paros de labores, marchas
y plantones por la falta de resultados de las políticas impulsadas y
dudar de sus objetivos reales. De esta manera, por una parte par­
ticipa en la Mesa de Seguridad establecida en febrero de 2010 en
el marco del programa Todos Somos Juárez, pero algunos de sus
miembros desconfían de las fuerzas armadas al grado de coin­cidir
con quienes piden su salida, a pesar de que otros miembros con­

14
Algunos miembros de estos grupos han sido reprimidos y hostigados
por los cuerpos policiacos (municipal y federal) y las fuerzas armadas. En octu­
bre de 2010, una “caminata contra la muerte” fue agredida por oficiales de la
pfp y resultó herido de bala un estudiante. Un año después, en el 1 de no­
viembre, varios activistas fueron reprimidos por la policía municipal cuando
realizaban una jornada de luto y protesta contra la impunidad y la violencia
pegando carteles y haciendo pintas. Se detuvo con violencia a 27 personas que
realizaban la protesta y a dos periodistas, que luego fueron golpeados dentro
de las instalaciones de la policía.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
129

sideran fundamental su presencia en esa mesa e involucrarse aún


más en el diseño y seguimiento de esas políticas.15
La disyuntiva y oscilación entre participar o no de las políticas
públicas sobre seguridad o política social puede verse claramen­
te en relación con el programa Todos Somos Juárez impulsado
por el gobierno federal a partir de febrero de 2010 para ofrecer
una respuesta integral al problema de la violencia, atendiendo
sus causas estructurales, originada por la acumulación de críticas
hacia el papel de los militares y específicamente hacia las declara­
ciones del presidente Calderón sobre los jóvenes masacrados en
Villas de Salvárcar el 31 de enero de 2010, a los que aludió como
“miembros de bandas criminales rivales”.
En el marco de ese programa, el gobierno federal, junto con los
otros niveles de gobierno, convocó un diálogo con la ciudadanía
para establecer la agenda, prioridades y metas de una política de
Estado para combatir la violencia y “reconstruir la ciudad”. En
el documento que formaliza los objetivos del programa se plan­
tea que

Si bien la falta de seguridad es el problema que más aqueja a la


vida diaria de los juarenses, también existen otros problemas eco­
nómicos y sociales que alimentan la inseguridad y amenazan la
calidad de vida de la ciudad. Por ello […] no sólo contempla accio­
nes en el tema de seguridad pública, sino que también incluye
com­promisos concretos en los temas de economía, empleo, salud,
educación y desarrollo social (Presidencia de la República, 2010).

Para tal efecto, se ofreció un paquete de medidas y recursos


especialmente destinados a esa finalidad, pero advirtiendo —en
voz del propio presidente Calderón— que se mantenía la políti­
ca vigente centrada en la presencia masiva del ejército y la pfp,

15
Luego de un paro de labores de los paramédicos de la Cruz Roja, debi­
do a las amenazas de muerte escuchadas por radiofrecuencia oficial si acudían
al rescate de personas heridas en un atentado, en mayo de 2008 el personal del
Hospital General amenazó con realizar un paro indefinido de labores o bien
dejar de recibir a heridos de bala si las autoridades policiacas de las tres esferas
130 héctor padilla

y negando o restándole importancia a las denuncias sobre vio­


laciones a los derechos humanos.
Frente a tales propuestas, un sector mayoritario de las organiza­
ciones y sectores de la sociedad civil respondió favorablemente,
creyendo en su pertinencia y viabilidad, pues el programa ofrecía
mayores recursos a la promoción de programas de desarrollo eco­
nómico y social, y establecía por vez primera un canal de diálogo
entre las autoridades y la población de Ciudad Juárez para esta­
blecer las prioridades, metas y mecanismos de evaluación de los
avances sobre varios temas, incluyendo asuntos sensibles como
la justicia y los derechos humanos. Pero, en contrapartida, otro
sector minoritario se opuso a ese programa aduciendo que era una
medida tardía e insuficiente establecida para distraer, con­tener y
dividir a la sociedad civil y atenuar el enojo de una población que
se sentía agraviada, pues prometía recursos públicos que en gran
medida serían distribuidos entre las organizaciones de la socie­
dad civil para que no impugnaran el eje vertebral de la política
del gobierno federal.
Durante las dos visitas del presidente Calderón hechas en fe­
brero y marzo de 2010 para anunciar e inaugurar el programa,
hubo enfrentamientos de la pfp con manifestantes, que respon­
sabilizaban al presidente de la violencia, lo acusaban de asesino
y exigían justicia. En el marco de la primera visita, una madre de
familia de los jóvenes victimados en la masacre de Villas de Sal­
várcar recibió al presidente echándole en cara su insensibilidad
diciéndole: “Usted no es bienvenido”. Posteriormente, durante la
segunda visita del mandatario, el grupo Movimiento Pacto por
la Cultura publicó un desplegado en el que, en contraste con las
autoridades y los empresarios locales, reiteró la frase de esa madre
e hizo un llamado a oponerse y denunciar el intento del presi­
dente de desviar la atención del problema de la justicia para las

de gobierno no les apoyaban para mantener el cuidado dentro de ese no­socomio


(Norte de Ciudad Juárez, 30/05/2008:6B). Después, los médicos agremiados,
que laboran en ese y otros hospitales o consultorios privados, se or­ganizaron y
promovieron varias marchas entre 2009 y 2010 para exigir protección a las
autoridades.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
131

víctimas y los atropellos del ejército, también llamó a reflexionar


sobre las implicaciones morales de colaborar con el gobierno.16
La controversia en torno a Todos Somos Juárez aún divide a
la sociedad civil juarense, aunque algunas organizaciones han mo­
dificado levemente su apreciación sobre el programa, debido a la
evaluación negativa de sus resultados, después de observar que
la violencia se recrudeció en los meses siguientes a su estableci­
miento (convirtiendo a 2010 en el año más violento, con más de
3 500 homicidios) y de constatar que los recursos ofrecidos no lle­
garon o fueron insuficientes y que los canales de diálogo gobier­
no-sociedad no prosperaron. Esta polémica se extiende también
al papel del gobierno de Estados Unidos respecto a la violencia
en la ciudad. Por un lado se le mira como un aliado del gobierno de
Calderón en la cruzada contra el crimen organizado y el tráfico
de drogas, corresponsable de la violencia en el país e incongruente
por su indolencia para combatir y disminuir la demanda de dro­gas
en su territorio. Pero, por otro lado, la mayoría de las organiza­
ciones sociales juarenses aceptan el apoyo que ese país les ofrece
a través de la usaid, una dependencia del Departamento de Es­
tado, mientras que una minoría recela de esos apoyos porque con­
sidera que su finalidad es la misma del programa Todos Somos
Juárez (contener a la sociedad civil y supeditar su actividad asis­
tencialista a la lógica de la militarización y la guerra) y disponer
de recursos aportados por la Iniciativa Mérida.
Tales son pues algunas de las cuestiones que confrontan y
dividen a la sociedad civil juarense; que les dificulta reconstruir,
16
El desplegado dice, entre otras cosas: “Para nosotros el señor Calderón
no es bienvenido a esta ciudad. No aceptamos sus disculpas, ni el tono ni el
contenido de su análisis sobre las fuentes de la violencia en la ciudad, tendien­
te a criminalizar nuestra vida social. Hacemos, en este sentido, un exhorto a las
personas conscientes, a los académicos, a los artistas, a los activistas, a las orga­
nizaciones sociales, a los ciudadanos, a que realicen una profunda reflexión
acerca de las implicaciones éticas de colaborar con el gobierno federal en sus
supuestos planes de reconstrucción, toda vez que la experiencia nos indica que
las prácticas clientelares y el andamiaje fallido del Estado no puede augurar
otra cosa que una simulación que legitime la guerra” (Movimiento Pacto por la
Cultura, 2010).
132 héctor padilla

ampliar o fortalecer los espacios de diálogo horizontal —no


mediados por autoridades o élites políticas y económicas— y ar­
ticular una acción colectiva eficaz, que le permita modificar el
curso de las políticas gubernamentales de seguridad, económicas
y sociales en el contexto del nuevo desorden social y la crisis de
violencia. Acaso el ejemplo más evidente de esta dificultad fue la
manera caótica y conflictiva con que las organizaciones de la so­
ciedad civil agrupadas en dos grandes frentes (el Frente Plural
Ciudadano y el Grupo de Articulación con el Movimiento por
la Paz y la Justicia) organizaron el recibimiento a la “Caravana
por la Paz” del Movimiento Nacional por la Paz y la Justicia en­
cabezado por el poeta Javier Sicilia. Esa división entre los grupos
locales, lo mismo que las divergencias con las organizaciones vi­si­
tantes agrupadas en el movimiento de Sicilia, hicieron imposi­ble
alcanzar un consenso sobre los términos en que habría de quedar
formulado un “Pacto Nacional Ciudadano” y el inicio de un mo­
vimiento de desobediencia civil, dos de los objetivos principales
de esa jornada de marchas, mítines y asambleas.
Un fenómeno interesante en la pluralidad de voces de la socie­
dad civil, sin embargo, es la reiteración e innovación de algunos
planteamientos hechos desde los años noventa principalmente en
torno a los homicidios de mujeres. Al establecimiento, uso po­
lítico del término y denuncia de los feminicidios, por ejemplo, se
añadieron los términos masculinicidio y/o juvenicidio, al cons­­
ta­tar­se la elevada proporción de homicidios cometidos contra
hom­bres, principalmente jóvenes y de origen social humilde. De
manera que sin abandonar o subordinar las exigencias de castigo
a los culpables de los crímenes de mujeres, en la nueva coyuntu­
ra algunas voces piden el cese de lo que consideran un genocidio o
limpieza social en contra de esos grupos de población. A las con­
signas “No más violencia contra las mujeres” y “Si tocan a una,
nos tocan a todas”, se añaden “Ni una más, ni uno menos”; a la
demanda de justicia para un profesor de la uacj asesinado, Ma­
nuel Arroyo (“Todos somos Manuel”), se suma la demanda de
justicia para Marisela Escobedo (“¿Y Marisela qué?”), una ma­
dre de familia asesinada cuando se manifestaba afuera del palacio
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
133

de gobierno en la capital del estado, Chihuahua, para demandar


justicia para su hija Rubí, asesinada tiempo atrás. Destaca tam­
bién que sean mujeres o agrupaciones feministas las más presentes
en los actos de protestas contra la impunidad, encarando al pre­
sidente de la república, organizando jornadas por la paz y ca­
minatas y plantones afuera de los juzgados para exigir justicia o
la presentación de familiares desaparecidos. Son mujeres las que
han formulado fragmentos discursivos o frases convertidas en
consigna, como “No es usted bienvenido, señor presidente”, pro­
nunciada por la madre de uno de los jóvenes de Villas de Salvár­
car, retomadas por organizaciones opuestas a la militarización o
que exigen justicia para las víctimas.
La continuidad y el cambio en los discursos, observada en las
denuncias y consignas, reflejan el cambio en la manera de perci­
bir la ciudad, cuya situación se transforma de escenario de la “vul­
nerabilidad pública”, a escenario y territorio en disputa de una
“guerra de facto” y ciudad sitiada dominada por un ejército de ocu­
pación. En consecuencia, de las demandas de seguridad pública
y la denuncia de las incapacidades o complicidades de las auto­
ridades policiacas y judiciales con los grupos delictivos, se avan­
za a imploraciones públicas y multitudinarias en favor de la “paz”
impulsadas por organizaciones religiosas de diferentes credos, a
las “kaminatas contra la muerte” y campañas (de escala nacional)
pidiendo “no más sangre” promovidas por organismos cívicos y
políticos, hasta las exigencias antimilitaristas que acusan al ejér­
cito mexicano y la pfp de múltiples violaciones a los derechos
humanos y demandan su salida bajo la consigna “Ciudad Juárez
no es cuartel, fuera ejército de él”, posiblemente la más repetida en
las marchas y los plantones públicos.
Tales consignas también se difunden por diferentes medios,
plasmándose y yuxtaponiendo con los mensajes emitidos por
los grupos delictivos, la militarización y la acción gubernamen­
tal, dando lugar al nuevo paisaje urbano por donde transcurre la
vida cotidiana. En los muros y calles se puede observar así la in­
terlocu­ción entre diferentes y contrastantes visiones sobre la des­
truc­ción y/o transformación que experimenta Ciudad Juárez y
134 héctor padilla

el ideal de ciudad que se anhela. Posiblemente las expresiones más


elo­cuentes son los grafitis que jóvenes, mujeres, activistas, poe­
­tas y per­sonas anónimas estampan en los muros, con leyendas
breves y contundentes e imágenes burdas o elaboradas. Son fra­
ses que piden “más abrazos y menos balazos”, quieren espantar la
tristeza (“vuela tristeza, alegría regresa”), gritan “soldados asesi­
nos”, advierten que la vida es muy corta y las armas largas, recuer­
dan a las víctimas de atentados escribiendo sus nombres en casas
abandonadas y muros de cementerios, para que no se olviden (“In
Memory of el Chino, el Chuky, el Tavo…”).
Ésas son sólo algunas de las leyendas, imágenes y símbolos
ine­ludibles para quien transita por las calles, como las cruces co­
locadas en postes de electricidad, esquinas y lotes baldíos, acom­
pa­ñadas de flores; grafitis con paisajes lacustres de tierras exóticas,
imaginarias, fantásticas, deseadas. Imágenes y frases que dejan
ver el empeño de una fracción de la sociedad que se resiste a la
seg­mentación, rompimiento de la cohesión social, pérdida de
la so­lidaridad, aumento de las distancias sociales, violencia, au­
to­ritarismo y cancelación del futuro; que contrastan y salen al
en­cuentro del discurso del miedo y la guerra, que se reproducen
co­mo fractales, lugar tras lugar, en las calles cerradas con barri­
ca­das improvisadas de piedra y contenedores de metal rellenos
de concreto, con casetas de vigilancia, muros de piedra, cámaras de
cir­cuito cerrado y vigilantes.

Reflexión final: de qué discursos,


paisaje y ciudad estamos hablando

Al inicio de este texto nos preguntábamos sobre la manera en


que se plasman los discursos sociales sobre la violencia y milita­
rización en el paisaje urbano, los procesos sociales estructurales
que están ocurriendo y se expresan través de esos discursos, y el
modelo de ciudad y nociones de espacio público en gestación de­
bido a la violencia y la militarización. Esas cuestiones intentamos
responderlas en los apartados anteriores, describiendo los mensa­
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
135

jes transmitidos por grupos delictivos, el gobierno, empresarios y


osc, y refiriendo ejemplos de su huella en el paisaje urbano, es de­-
cir, en la imagen panorámica y de conjunto que sus habitantes o
visitantes pueden obtener de las cualidades visuales y espaciales
de Ciudad Juárez. Es ésta una imagen (el paisaje), que, a diferen­
cia de las alusiones a ese término en el discurso hegemónico (en el
sentido de apariencia, falsedad o distorsión), constituye la foto­
grafía de un objeto físico (el espacio urbano) moldeado por la
actividad humana y las relaciones de poder entre los grupos so­cia­
les. Intentamos, por tanto, mostrar también los procesos socia­les
que reconfiguran dicho paisaje: la presencia de fuerzas arma­
das, regulares o irregulares, gubernamentales o delictivas, que man­
tienen sitiada a la población; el replanteamiento de las relaciones
de la sociedad civil y el gobierno, debido a los modos au­torita­
rios con que éste responde a la crisis, y las coincidencias o diver­
gencias sustentadas en valores, percepciones, intereses concretos
y prác­ticas políticas de los diferentes segmentos de la sociedad
civil; una sociedad civil fragmentada y dividida, enfrentada a
disyuntivas y coyunturas que le dificultan construir espacios de
articulación y diálogo para alcanzar consensos e impulsar la ac­
ción colectiva; una sociedad civil atomizada, que ante la de­bilidad
del Estado alberga la ilusión de la protección aislándose en reduc­
tos urbanos, guetos, con casas, barrios y fraccionamientos donde
se alzan barricadas, cercas y puestos de control.
Ahora falta esbozar la respuesta a otras dos cuestiones: qué
modelo de ciudad está en gestación y cómo designar el nuevo pai­
saje urbano. A este respecto antes planteamos que Ciudad Juárez,
de haber sido “paradójica”, se convirtió en sitiada y pulverizada.
Ahora cabe recordar otros adjetivos que le han adjudicado.
Hubo un tiempo en que fue vista como “hoyo del mundo” o
“ciudad del pecado y del crimen” y en que, al lado de esa faceta
negra (la leyenda negra) se le opusieron otros títulos como la “me­
­jor frontera de México” (Martínez, 1982). Después, con la llega­
da de las maquiladoras se habló de la ciudad en términos de
enclave industrial maquilador, y también se la empezó a dividir
y fraccio­nar en su configuración espacial interna partiéndola en
136 héctor padilla

dos par­tes, una ubicada al poniente de las vías del ferrocarril (el
eje histó­rico que la estructura desde finales del siglo xix), y otra
al orien­te; una pobre, convertida en dormitorio con carencias y
rezagos, y la otra rica, con viviendas para las clases medias y al­
tas, parques industriales y símbolos de la modernidad urbana (los
malls, universidades, espacios culturales) (Guillén, 1990). Poste­
riormente se habló no de dos, sino de tres realidades de ciudad,
ubicadas en las porciones norte, sur y poniente, cada una con di­
ferencias sociales asimétricas y contrastantes, pero unidas por el
mismo vector: la implantación, consolidación y desarrollo duran­
te 40 años del modelo maquilador ( Jusidman y Almada, 2008).
También se dijo que no eran tres ciudades, sino que, según la
am­plitud de los déficits socioeconómicos, era un mosaico de mi­
crorrealidades, algunas en situación de emergencia social, otras
con urgencias de atención inmediata y otras más donde se debía
evitar su deterioro o mantener en buenas condiciones (Padilla,
Alvarado y Delgadillo, 2006). Y bajo el nuevo desorden juarense
(2008-2011), hubo quien pronosticara su partición en dos, el po­
niente y el oriente, con un espacio central vacío debido al aban­
dono de viviendas y espacios destinados a funciones comerciales
y de servicios (Minjares, 2011).
En este punto, siguiendo esa tendencia, proponemos el sur­
gimiento de una “ciudad pulverizada”, que consiste en una urbe
o concentración poblacional hiperfragmentada por la prolife­
ración de sectores residenciales, fraccionamientos, colonias y ba­
rrios, cuyo proceso de aislamiento y/o separación unos de otros,
se acentúa por el abandono de viviendas (porque la gente huyó, no
pudo pagar o decayó la actividad económica) y el deterioro urba­
no (calles, parques, escuelas, etc.). Es una ciudad cuyo paisaje, en
apariencia caótico y confuso, revela tanto las múltiples formas de
violencia que lo configuran (el orden dentro del desorden), como
la existencia de ciudadanía reducida a su mínima expresión y una
sociedad civil fragmentada, sin espacios de arti­culación horizontal
ni mecanismos efectivos para impulsar políticas públicas, enten­
didas como el resultado de la interacción y la corresponsabilidad
gobierno-sociedad bajo un contexto democrático.
ciudad juárez: militarización, discursos y paisajes
137

En este modelo de ciudad en proceso de gestación, esculpido


y regido por la violencia, el autoritarismo y la militarización, sin
embargo, no dejan de estar presentes las poderosas fuerzas y los
procesos macrosociales de escala mundial y regional que desde
el pasado la han fraguado. Ciudad Juárez sigue siendo, en este sen­
tido, un enclave posfordista-taylorista sustentado en la abundante
disponibilidad de fuerza de trabajo que demanda la industria ma­
quiladora. También, no obstante su condición fronteriza e im­
portancia estratégica para el desarrollo del país, como lo afirma
el discurso oficial, continúa olvidada por el doble centralismo po­
lítico y administrativo (federal y estatal), que al igual que antaño
sigue negándole los recursos que su población necesita. Continúa
gobernada por una clase política y una élite económica que la
usufructúan desde décadas atrás y se aferran a la idea de que lo más
importante es sostener el modelo maquilador del cual depende
la ciudad; que para tal fin subordinan los diferentes ámbitos de la
política pública, aducen que los males de la ciudad son cuestión
de imagen y recurren a la represión cuando lo consideran necesa­
rio. También sigue siendo una ciudad donde segmentos de la so­
ciedad civil, pese a sus debilidades y su fragmentación, resisten
a las fuerzas dominantes y los discursos hegemoneizantes y tra­-
tan de crear pactos ciudadanos para refundarla sobre bases no vio­
len­tas ni excluyentes.

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2008a “Metas del operativo conjunto no se alcanzaron: gober­
nador”, en El Diario, 24 de agosto, Ciudad Juárez, p. 1A.
Simental, Gabriel
2008 “Van 714 asesinados”, en El Diario, 4 de agosto, Ciudad
Juárez, p. 6B.
Wright, Melissa
2011 “Necropolitics, Narcopolitics, and Femicide: Gendered
Violence on the Mexico-U.S. Border”, en Signs, vol. 36,
núm. 3, The University of Chicago Press, pp. 707-731,
disponible en <http://www.jstor.org/stable/10.1086/
657496>, consultado el 20 octubre de 2011.
xhepl Noticias
2010 “Mujeres participan con sicarios, confirma alcalde de
Ciudad”, en xhepl, 23 de agosto de diponible en <http://
www.xepl.com.mx/completa1.php?i=51160>, consultado
el 28 de abril de 2011.
Ciudad Juárez. Sobrevivir: vidas superfluas
y banalidad de la muerte

Julia Monárrez

Vivir en Ciudad Juárez, la frontera norte de México, desde el


año de 1993, por lo menos hasta 2011 ha sido sobrevivir a una
historia paradigmática de muerte y menosprecio a la vida de mu­
jeres y hombres. Desde 1993, familiares de víctimas y feministas
activistas en Ciudad Juárez han dado a conocer el feminicidio de
más de un centenar de niñas y mujeres pobres, por asesinos impu­
nes. Sus ca­dáveres torturados, mutilados y abusados fueron arroja­
dos en zo­nas desérticas y lotes baldíos. Ante las demandas de
justicia, el Estado negó toda responsabilidad y argumentó la in­tras­
cendencia de sus vidas y banalizó sus muertes en aras de un pro­
greso eco­nómico y la imagen de la ciudad.
En el año 2008, la violencia extrema visibiliza e incrementa los
rostros de otras víctimas: las y los asesinados por los grupos del
crimen organizado. Ese año fueron asesinadas en México 14 007
personas, y 18.6 por ciento de estas muertes violentas tuvieron lu­
gar en el estado de Chihuahua. Ciudad Juárez fue el escenario de
61 por ciento de los mismos a nivel estatal y de 11.35 por ciento
a nivel nacional (inegi, 2010).1 Paradójicamente, el 28 de mar­
zo de ese año Ciudad Juárez recibió la noticia de la conformación
del Operativo Conjunto Chihuahua. Esta estrategia es parte de la
1
Si bien menciono las cifras oficiales, debo aclarar que a partir de esta vio­
lencia letal, son los medios de comunicación, locales y nacionales, los que llevan
el recuento de estos asesinatos y las cifras que proporcionan siempre son ma­
yores a las oficiales, así que citaré ambas fuentes.

[143]
144 julia monárrez

lucha frontal declarada por el ejecutivo federal a finales del año


2006 contra la delincuencia y el crimen organizado de recuperar
la seguridad pública de la ciudadanía en todo el país. De la mis­
ma forma, las víctimas, en su mayoría hombres pobres, fueron
culpabilizados de sus muertes. Los gobiernos menosprecian su ex­
terminio en aras de un futuro mejor, libre de drogas y de la buena
imagen del país y de la ciudad.
Cuando reflexionamos en el drama de violencia que vivimos
en Ciudad Juárez, “la muerte es uno de los personajes principales
del reparto y reaparece en cada acto” (Bauman, 2007:65). En este
pasado inmediato, los cientos de mujeres asesinadas convocaron
la atención mundial, y el feminicidio fue catalogado como el sím­
bolo y el paradigma de la violación de los derechos de las muje­
res en el ámbito nacional (Naciones Unidas, 2003). Al finalizar
la primera década del siglo xxi, la inconmensurable pérdida de
miles de vidas humanas le ha valido a Juárez ser conocida como “el
tiradero nacional de muertos” (Turati, 2009:8). Estos dos ejem­
plos paradigmáticos de violencia extrema representan “el punto
culminante de un proceso de deshumanización y de industrializa­
ción de la muerte” (Mbembe, 2011:25) en nuestra ciudad.
La muerte violenta es uno de los indicadores más confiables
para medir el grado de violencia que las sociedades experimentan.
Igualmente, es uno de los indicadores que nos permite analizar
quiénes mueren, quiénes viven y quiénes consienten que mueran.
En Ciudad Juárez las víctimas del feminicidio y del crimen orga­
nizado en su gran mayoría son pobres; son las mujeres y hombres
que viven en zonas con mayores indicadores de pobreza y margi­
nación urbana (Cervera y Monárrez, 2011). Y son presentadas a la
comunidad, por parte de los criminales y de quienes deben de ha­cer
que los procesos de investigación y justicia operen, como trans­
gresoras de su género y del orden social. Dos ejemplos ilustran
estas aseveraciones. En 2009 una mujer fue asesinada y en su piel
fue dejado el siguiente mensaje: “El demonio anda en Juárez cuíden­
se, no anden solas ni sexys, seguiremos informando” (pm, 2008: 5).
Por otro lado, ese mismo año, el general Jorge Juárez Loera, quien
asumió un importante mando en el Operativo Conjunto Chihua­
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 145

hua, conminó a la prensa para que reportara los homicidios en Ciu­


dad Juárez de la manera siguiente: “En vez de decir un muerto
más, digan un delincuente menos” (Siscar, 2011). La interpreta­
ción, genéricamente dominante del asesino y de la au­toridad, de-
fine a los enemigos interiores de la sociedad en “buenos” y “malos”.
Este discurso discriminatorio contra las mujeres y los hombres se
ofrece a la comunidad: ella fue asesinada por transitar espacios sin
ninguna compañía y por la forma provoca­tiva con que viste. Los
hombres son ultimados por no haber ele­gido correctamente las ac­
tividades lícitas frente a las ilícitas, entre las que están dentro de
la ley y las que están fuera de la misma. Al respecto Ju­dith Butler
menciona que: “quienes no viven sus géneros de una manera inte­
ligible entran en un alto riesgo de aco­so y violencia” porque “la
reproducción del género es siempre una negociación de poder”
(Butler, 2009:322-323).

Argumentos y perspectivas teóricas

En este largo periodo de violencia, es importante investigar que


hemos sido testigos y hemos sobrevivido a lo que Jean Baudrillard
(1993) llama las muertes públicas, esas muertes que son dife­ren­
tes de las muertes naturales porque no son producto del dete­
rio­ro biológico, sino de la voluntad de un grupo. Esta voluntad
ha sido terriblemente cruel con las víctimas. Sus cuerpos inertes
ya­cen en narcofosas, rafagueados, torturados, mutilados, decapi­
tados, es­tran­gulados, colgados, incinerados, desintegrados en áci­do,
en­teipeados, encajuelados, abusados sexualmente y en posiciones
humillantes.2 Ellos y ellas han sido abandonados simplemente
como “residuos naturales” (Baudrillard, 1993:165). Son cadáve­
res arrojados al “descuido” como símbolos de su “poco valor” hu­
2
Encajuelar es depositar el cuerpo de la víctima en la cajuela del automóvil.
Teipear es un neologismo que se utiliza en la frontera norte de México, viene
de la palabra inglesa tape, así se le conoce a la cinta adhesiva industrial para
ductos o empaque. Teipear a una persona es envolver su cabeza, su cuerpo o
parte de su cuerpo con estas cintas adhesivas.
146 julia monárrez

mano dentro de la más intolerable impunidad. Y donde la vida


de quienes no hemos muerto se refleja en “una supervivencia de­
terminada por la muerte” (Baudrillard, 1993:127)3 de las y los otros.
Michel Foucault se interesó en “la consideración de la vida por
parte del poder”. Este nuevo tipo de poder ejercido por el sobe­
rano tenía la facultad de “hacer vivir” y “dejar morir” (Foucault,
2002:218), y terminó designándolo “biopoder”. Sin embargo, ha­
cer vi­vir está basado en un desequilibrio que se basa en designar
a una parte de la población como amenaza para la supervivencia
de los demás. Por lo tanto, el soberano utilizó las técnicas discipli­
narias y regulatorias de la muerte; la primera de ellas se ejerció en
“el cuer­po”, sus efectos fueron en el individuo; la segunda a la espe­
cie, a “la población” (Foucault, 2002:225) y con esta regularización
aparece el ha­cer vivir y dejar morir, sustentados ambos en la aplica­
ción de la “norma” (Foucault, 2002:228). La norma para Foucault
fue el racismo, por medio de esta relación biológica se estableció
una correspon­dencia positiva de corte bélico: “si quieres vivir es
preciso que el otro muera” (Foucault, 2002:231). Para que éstos
mueran es necesario que den­tro de las poblaciones se hagan cor­
tes de lo que debe morir y lo que debe vivir. Esto se logra distin­
guien­do, jerarquizando, catalo­gando lo que es una población inferior
y otra superior, desde una norma biológica.
Hannah Arendt analizó también la muerte de los seres huma­
nos en los regímenes totalitarios bajo el concepto de seres su­
perfluos. Ella aborda este dejar morir desde dos subproductos de
la producción capitalista; uno de ellos es la riqueza superflua, el
se­gundo que antecede al primero son:
Los desechos humanos que cada crisis, seguidora invariable de
ca­da periodo de desarrollo industrial, eliminaba permanente­
mente de la sociedad productora. Los hombres que se habían con­
vertido ya en parados permanentes resultaban tan superfluos a
la comunidad como los propietarios de la riqueza superflua. El
hecho de que constituían una amenaza para la sociedad había
sido reconocido a lo largo del siglo xix (Arendt, 2004:211).
3
Las traducciones de las citas de este autor y otras de textos en inglés son
mi responsabilidad.
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 147

La sobreacumulación de capital (capital superfluo) sólo pu­do


darse bajo un sistema social que permitió la mala distribución
de la riqueza acumulada y tras haber hecho de una gran parte de
la comunidad seres superfluos excluidos del proceso de produc­
ción y de consumo por la cantidad de personas “empobrecidas y
amar­gadas” (Arendt, 2004:210).

En Ciudad Juárez, estos asesinatos están marcados y tienen su


base material en dos fenómenos del capital mundial: el primero
de ellos es la apertura de la ciudad y la entrega de su mano de obra
barata al capital transnacional con el llamado proyecto maquila­
dor, que se instaló en esta ciudad a finales de la década de 1960. El
segundo es el surgimiento de un macizo corredor de las drogas ha­
cia Estados Unidos, que se convirtió en un corredor de la muerte
a mediados de 1980. Junto a estos dos momentos apa­rece también
la corrupción y la inmoralidad en las esferas guber­namentales na­
cionales, estatales y locales, acrecentada con el proceso de alter­
nancia política que se ha dado en nuestro país a partir de la década
de los ochenta. Estos procesos económicos y políticos han pro­­
du­cido gran cantidad de seres superfluos, seres humanos residua­
les. Por eso las agendas de opresión para mujeres y hombres se
en­cuentran tanto en la línea del ensamblaje global, en la eco­
no­mía internacional del crimen organizado —en donde la ma­
yo­ría de las personas involucradas en las actividades de tráfico
de dro­­gas son pobres y fácilmente remplazables (Comisión
Global de Po­líticas de Drogas, 2011)— como en el ámbito po­
lítico que no han hecho de la vida digna y del derecho a la vida
su objetivo de Es­tado.
Lo dramático del remplazo de estas vidas es que se hace a tra­
­vés de la muerte, y es, de acuerdo con Foucault, el poder —en
nuestro caso, el poder económico y el poder político— quien ha­ce
esos “cortes” en las vidas de las mujeres y de los hombres, ¿pero
cómo se elige quién debe morir y quién vivirá? Se elige desde el
valor económico que representan, así como de la justificación y
la apología de la norma de lo superfluo desde la diferencia sexual
y a través de los discursos que de ella se hacen de los cuerpos vic­
148 julia monárrez

timados de hombres y mujeres, por parte del poder. El poder, en


este caso, el Estado, otorga una “permisibilidad” de la muerte
para hombres y mujeres. Luego establece una “relación positiva”
de la misma cuando manda señales de que: “para vivir, es preciso
que el otro muera” (Foucault, 2002:231). ¿Quién es ese otro? Es
el que vale menos que yo, es el sobrante de la ciudad, el residuo
del exceso, lo superfluo, lo innecesario, lo primitivo. Son aquellos
que “cuanto más tiendan a desaparecer las especies inferiores, ma­
yor cantidad de individuos anormales serán eliminados, menos
degenerados habrá con respecto a la especie y yo —no como in­
dividuo sino co­mo especie— más viviré, más fuerte y vigoroso
seré y más podré proliferar”. La muerte del otro no es simplemen­
te mi vida, con­si­derada como mi seguridad personal; la muerte
del otro, la muer­te de la mala raza, de la raza inferior (o del dege­
nerado o el anor­mal) es lo que va a hacer que la vida en general
sea más sana y más pura (Foucault, 2002:231).
Sin embargo, la guerra que se lanza contra los adversarios ex­
pone a los “propios ciudadanos” (Foucault, 2002:232), que hoy
nos ha dado por llamarles las muertes colaterales. El asesinato
de las y los otros participa de dos elementos: un acto físico que in­
flige daño a un cuerpo y un acto verbal que lo interpreta. ¿Quié­
nes mueren y quiénes hablan por ellos? Mueren las mujeres y los
hombres, y hablan por ellas y ellos, los asesinos, las instancias gu­
bernamentales encargadas de la procuración de justicia y las élites
empresariales. Y en sus discursos permiten la matanza, el ani­
qui­lamiento y la descalificación de las víctimas con la banaliza­
ción de su exterminio.
Una vez expuesto el concepto de la vida superflua como norma
de la violencia, en la cual descansan el feminicidio y los ho­mici­
dios por ejecución y ajustes de cuenta4 del crimen organizado,
me enfoco en los discursos construidos y gestionados por los po­de­
res del Estado, sobre la matanza ininterrumpida de mujeres y
hombres. Y aunque tales discursos no explican en su totalidad las

4
Estas palabras forman ya parte del vocabulario tanto por parte de las or­
ganizaciones delictivas como de las autoridades y de la sociedad en general.
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 149

causas de esta violencia, sí influyen para que a través de ellos se


pierda el derecho inalienable y universal a la vida y la obligación
de reparar el daño. Mi razonamiento representa una combina­
ción de la teoría feminista y la teoría crítica humanista que refle­
xionan acerca del uso de la violencia por parte del Estado, desde
el desequilibrio de la diferencia sexual y la selección de poblacio­
nes a las cuales se aniquila. Mi objetivo es examinar los pretextos
que se dan para que estas muertes no sean consideradas como
pérdidas irreparables, y que la indignación que debe causar, en
un proceso civilizatorio, el que a una persona le sea arrebatada la
vida, se trastoque en aras de un desarrollo económico y un futu­
ro mejor para ciertos segmentos de la población, con la elimina­
ción de los sobrantes de esa misma población. Mi discusión la he
organizado alrededor de dos temas: el primero de ellos es la po­
lítica del hacer vivir y dejar morir, por parte del Estado, a través
del incremento de la muerte violenta de los demás. En el segundo
exploro cómo se construye la artificialidad de la finitud de la vi­-
da para grupos de mujeres y hombres, y me centro en el análisis de
las declaraciones que el Estado autoriza, las cuales se convierten
en técnicas de disciplinamiento para los individuos y de la regu­
larización de la población.

Deshumanización e industrialización
de la muerte

La muerte se encuentra presente en Ciudad Juárez de una ma­


nera intermitente desde mediados de los años ochenta. En estos
años la comunidad juarense ha padecido una experiencia de­
vastadora de violencia mortal contra mujeres y contra hombres
(véase el cuadro 1). En este sentido, esta práctica sistemática de
violencia de género, largamente sostenida, tiene un propósito:
“dictar lo que los ‘hombres’ y las ‘mujeres’ se supone que deben
ser y disciplinar a las comunidades marginadas y [también] a
otras amenazas percibidas contra las estructuras y prácticas polí­
ticas dominantes” (Nayak y Suchland, 2006:469).
Cuadro 1
150

Asesinatos en Ciudad Juárez 1985-2010

Tasa de Homicidios Feminicidios


Total de muertes Tasa de
Población Tasa de
casos violentas Población homicidios Población Sexo no
Año total miles Casos de Casos de feminicidios
de muertes por total por total identificado
de personas homicidios feminicidios por 100 mil
violentas 100 mil masculina 100 mil femenina
habitantes habitantes
habitantes
1980 567 365 273 187 294 178
1981 587 070 283 460 303 610
1982 607 463 294 119 313 344
1983 628 570 305 179 323 390
1984 650 414 316 655 333 759
julia monárrez

1985 673 022 58 8.6 328 563 51 15.5 344 460 5 1.5 2
1986 696 422 77 11.1 340 918 66 19.4 355 504 10 2.8 1
1987 720 640 60 8.3 353 738 56 15.8 366 902 4 1.1 0
1988 745 705 27 3.6 367 040 26 7.1 378 665 1 0.3 0
1989 771 648 85 11.0 380 842 71 18.6 390 806 13 3.3 1
1990 798 499 45 5.6 395 163 42 10.6 403 336 3 0.7 0
1991 837 209 69 8.2 415 157 66 15.9 422 052 2 0.5 1

Cuadro 1 (continuación)

Tasa de Homicidios Feminicidios


Total de muertes Tasa de
Población Tasa de
casos violentas Población homicidios Población Sexo no
Año total miles Casos de Casos de feminicidios
de muertes por total por total identificado
de personas homicidios feminicidios por 100 mil
violentas 100 mil masculina 100 mil femenina
habitantes habitantes
habitantes
1992 877 799 55 6.3 436 163 49 11.2 441 636 6 1.4 0
1993 920 360 113 12.3 458 231 101 22.0 462 129 12 2.6 0
1994 964 989 210 21.8 481 416 197 40.9 483 573 13 2.7 0
1995 1 011 786 325 32.1 505 774 282 55.8 506 012 43 8.5 0
1996 1 050 165 295 28.1 525 568 250 47.6 524 597 45 8.6 0
1997 1 090 001 260 23.9 546 136 218 39.9 543 864 42 7.7 0
1998 1 131 350 254 22.5 567 510 213 37.5 563 840 40 7.1 1
1999 1 174 268 153 13.0 589 720 138 23.4 584 549 15 2.6 0
2000 1 218 817 260 21.3 612 799 229 37.4 606 018 31 5.1 0
2001 1 237 160 249 20.1 621 649 218 35.1 615 511 31 5.0 0
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas

2002 1 255 779 268 21.3 630 627 236 37.4 625 152 32 5.1 0
2003 1 274 679 204 16.0 639 734 175 27.4 634 945 29 4.6 0
151

2004 1 293 864 198 15.3 648 974 181 27.9 644 890 17 2.6 0
Cuadro 1 (continuación)
152

Tasa de Homicidios Feminicidios


Total de muertes Tasa de
Población Tasa de
casos violentas Población homicidios Población Sexo no
Año total miles Casos de Casos de feminicidios
de muertes por total por total identificado
de personas homicidios feminicidios por 100 mil
violentas 100 mil masculina 100 mil femenina
habitantes habitantes
habitantes
2005 1 313 338 227 17 658 346 196 29.8 654 992 31 4.7 0
2006 1 317 074 227 17 659 808 208 31.5 657 266 19 2.9 0
2007 1 320 822 192 15 661 274 173 26.2 659 547 19 2.9 0
2008 1 324 580 1 589 120 662 743 1 479 223.2 661 837 111 16.8 0
2009 1 328 350 2 386 180 664 215 2 260 340.3 664 135 125 18.8
julia monárrez

2010* 1 332 131 3 085 232 665 691 2 782 417.9 666 440 303 45.5

Fuentes: “Mortalidad, estadísticas sociodemográficas”, vol. III, México, inegi (1985-1993).


“Mortalidad, estadísticas sociodemográficas”, México, inegi (1994-2008).
IX Censo General de Población y Vivienda, 1980, Resumen general, vol. I, México, inegi, 1986, p. 922.
Frontera Norte, Resultados definitivos, Tabulados básicos, Tomo I, X Censo General de Población y Vivienda, 1990, México,
inegi, p. 734.
Anuario estadístico del estado de Chihuahua, inegi/Gobierno del estado de Chihuahua, 1999, p. 476.
XII Censo General de Población y Vivienda 2000, Resultados Preliminares, Estados Unidos Mexicanos, inegi, 2000, p. 375.
II Conteo de Población y Vivienda, 2005, Consulta interactiva de datos.
* Fuentes periodísticas.
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 153

Estas mismas autoras afirman que al centrarnos solamente en


el término violencia contra las mujeres, olvidamos e ignoramos la
violencia contra los hombres y dejamos a un lado la falta de la
debida atención a lo que significa “hacer género a través de la vio­
lencia o a la forma en que los códigos de masculinidad afectan
negativamente a los hombres” (Nayak y Suchland, 2006:472).
En este sentido podemos decir que el homicidio y el feminicidio
son actos que han disciplinado a los dos sexos, y al mismo tiem­
po han regularizado a la población juarense.
La muerte violenta de mujeres y hombres, nuestro foco de
análisis, comenzó a incrementarse rápidamente en esta ciudad a
finales del siglo pasado. Por ejemplo, el número de hombres que
murió violentamente de 1985 a 1992 fue 476; este número re­
presenta una tasa de 11.3 hombres victimados por cada 100 mil
habitantes. En esos mismos años fueron asesinadas 44 mujeres,
cuyos casos representaron una tasa de 2.6 víctimas por 100 mil
ha­bitantes. Estos crímenes representaron en estos ocho años un
promedio de 66 víctimas por año. En 1993 fueron asesinados
en esta ciudad 101 hombres, con una tasa de 12.3 casos por 100
mil habitantes y 12 mujeres con una tasa de 2.6 víctimas por
100 mil habitantes. Este año marcó el inicio de una cuenta as­
cendente de muerte para hombres y mujeres. Los asesinatos para
hombres jamás serían menores al centenar y para las mujeres
representaron un promedio de 33 casos por año hasta 2007.
Du­rante estos años la comunidad juarense ya había padecido
una experiencia devastadora de violencia mortal. Esta comunidad
es­taba ya preparada para recibir a la muerte.
Para Ciudad Juárez, 2008 es un año fatídico, pues marcó el ini­
cio de una violencia extrema sin precedentes, por su magnitud y la
complejidad de atrocidades cometidas contra su población. Ese
año la comunidad juarense recibió la noticia, por parte del gobier­
no federal —a petición y con el beneplácito del gobierno estatal
y municipal—, de la conformación del Operativo Conjunto Chi­
huahua. Esta táctica abrió de una forma inusitada las acciones
de la delincuencia organizada, desorganizada, de las fuerzas mi­­
li­tares y policiacas y de funcionarios públicos para victimizar a
154 julia monárrez

la población. En esta ciudad el alto costo en vidas humanas, con la


renovación del feminicidio y los homicidios por parte del crimen
organizado, volvió a mostrar la insignificancia de los seres hu­
manos, el fracaso del Estado al hacer uso de la coerción legítima
y la precarización de la vida comunitaria.
De acuerdo con los recuentos periodísticos, 1 608 personas fue­
ron ultimadas en esta frontera: 1 510 hombres y 98 mujeres. Las
técnicas disciplinarias se incrementaron de una forma nunca an­tes
vista, y junto con ellas, las técnicas regulatorias aparecieron y
se extendieron a toda la ciudadanía. La población comenzó a pa­
­decer nuevas violencias como los secuestros, extorsiones, pago por
piso, derecho de “protección”, autobuses rafagueados —junto con
los usuarios que hacen uso del transporte público—, incendio y
cierre de negocios. Y la intensificación de otras, como el robo de
autos con violencia, asaltos a transeúntes, robo a casa habitación,
robo a bancos, violencia sexual contra niñas y mujeres, incremento
de la desaparición de mujeres adolescentes5 y para 2011 se men­
ciona que esta contienda bélica ha dejado un número no precisa­
do de padres y madres sin hijos e hijas, incontables viudas y entre
ocho mil y diez mil huérfanos.6 El año 2009 terminó con 2 607
personas asesinadas, 202 fueron mujeres. En 2010 la cuenta as­
cendió a 3 010, 302 fueron mujeres. La deshumanización e in­
dustrialización de la muerte se estableció.
La violencia afecta por igual a hombres y mujeres en Ciudad
Juárez. Sin embargo, de ninguna manera se puede afirmar que
las experiencias de la violencia para las mujeres sean totalmente
diferentes a las de los hombres: “sería tan falso y erróneo como
argumentar que las experiencias de ambos sean idénticas”, por ello,
se debe estar atenta a las formas diferenciadas en que hombres y
mujeres son dañados, pero también a los daños diferenciados que

5
Sólo en los primeros seis meses del año 2011 han sido desaparecidas 188
jóvenes mujeres.
6
No hay cifras oficiales al respecto. Sin embargo se ha creado el Fondo de
Atención a Niños y Niñas Hijos de las Víctimas de la Lucha contra el Crimen,
para la atención todavía de un número muy pequeño de estas víctimas colate­
rales de la guerra contra el narcotráfico.
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 155

se dan entre hombres y estas mismas diferencias establecerlas entre


las mujeres y entre las poblaciones que componen la ciudadanía
nacional, rural, urbana, fronteriza y multicultural, juvenil, adulta,
nativa, extranjera, etc. (Leonore J. Weitzman y Dalia Ofer, 1998;
citadas por Fionnuala Ni Aoláin, 2000:45).
Al estudiar la violencia criminal que se ejerce en el cuerpo de
las mujeres y de los hombres, es necesario reconocer lo que Ca­
therine A. MacKinnon se pregunta: “¿Cuándo es un acto se­
xuado? ¿Cuándo matas o mueres como un miembro de tu propio
género, y cuándo como cualquier otra persona que seas? ¿Eres
al­guna vez alguien más?” (citada por Caputi, 1989:437).7
En 1993, familiares de víctimas, feministas y activistas dieron
a conocer nacional e internacionalmente el feminicidio: una ma­
tanza sistemática de niñas y mujeres pobres, torturadas, vejadas,
mutiladas y arrojadas como residuos en lugares inhóspitos de la
ciudad. Con el feminicidio, Ciudad Juárez fue objeto de reco­
men­da­ciones por parte de organismos nacionales e internaciona­les
de derechos humanos. El primero de ellos lo realizó la Comisión
Nacional de Derechos Humanos (1998); en éste se le hacía saber
al gobierno de Chihuahua que los homicidios perpetrados en Ciu­
dad Juárez, desde el punto de vista de violencia contra la mujer,
constituían una ofensa intolerable a la dignidad de los seres hu­
manos. En 1999 Asma Jahangir, relatora de la Organización de
las Naciones Unidas para Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias
y Arbitrarias, afirmó que era el poco valor que se les dio a la vida
de estas mujeres lo que las hizo que no fueran consideradas como
una “gran pérdida”, por lo que sus casos no fueron investigados
(Naciones Unidas, 1999:1). En 2003, la Oficina del Alto Comi­
sionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en
México dedicó una sección especial para los asesi­natos de mujeres
en Ciudad Juá­rez y aseveró que “Ciudad Juárez es el símbolo y el
paradigma de la violación de los derechos de las mujeres en el ám­
bito nacional y del Estado ausente”. Igualmente, la Oficina de las
Naciones Uni­das contra la Droga y el Delito sentenció que esta

7
Agradezco en todo lo que vale la traducción de María Socorro Tabuenca.
156 julia monárrez

impunidad, aunada a la falta de credibilidad en la procuración


de justicia, ha producido un miedo en la pobla­ción juarense que
derivó en una distancia entre la sociedad civil y el orden público,
para beneficio de los autores de estos crímenes (Naciones Unidas,
2003:10-11). En 2009, la Corte Interameri­cana de Derechos Hu­
manos reconoció el feminicidio como un “homicidio por ra­zones
de género” y sentenció al Estado mexica­no por esta matan­za con
los tres casos paradigmáticos de Claudia Ivette López, Esmeral­
da Herrera Monreal y Berenice Ramos Monárrez. No obs­tante,
ni ellas ni el más de centenar de víctimas acumuladas en estos 18
años han recibido justicia (véase la foto­grafía 1).
El homicidio de hombres no tuvo familiares de víctimas ni ac­
tivistas que hablaran por ellos. Si bien en 1993 las organizaciones
de mujeres empezaron a registrar y llevar una lista de hombres y
mujeres asesinados, los primeros fueron dejados a un lado para cen­
trarse en el exterminio que se estaba realizando contra ellas. Por
otro lado, las autoridades aducían que las mujeres eran culpables
de sus asesinatos por llevar vidas fuera de la normatividad feme­
nina. Esta misma autoridad adujo que la mayoría de los asesina­
tos de hombres estaban relacionados con el crimen organizado, y

Fotografía 1

Protesta por las niñas y jóvenes desaparecidas.


Fotografía de Julia Monárrez (2010).
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 157

ambos se quedaron impunes. Se permitió que un poder distinto


al del Estado decidiera la muerte de estos hombres sin ninguna
consecuencia para los asesinos.
En un excelente trabajo pionero acerca del homicidio mascu­
li­no en Ciudad Juárez, Salvador Cruz destaca entre otras cosas
las siguientes: los hombres asesinados por el crimen organizado
son en su gran mayoría jóvenes y marginados. Quienes los ase­
si­nan pre­sumiblemente se amparan bajo “una ley alterna y susti­
tuta del Es­tado” (Cruz, 2011:240) en un contexto que cultural
e históricamente tolera el uso de armas de fuego, el consumo de
al­co­hol, el silencio y la impunidad, y donde algunos grupos de la
población de jóvenes sin trabajo ni educación engrosan las filas
del narcomenudeo, el sicariato y las bandas de secuestradores y
extorsionadores (Cruz, 2011).
Estos grupos delictivos son principalmente las víctimas y los
victimarios de esta contienda bélica. Ellos, continúa Cruz, son ase­
sinados mayoritariamente en espacios públicos desolados, pero
también en lugares donde su aniquilación pueda ser notada por
una mayor audiencia, por el número de personas que se encuentran
en esos lugares y las actividades que realizan en bares, comercios,
restaurantes y centros nocturnos. Sus muertes ocurren sobre todo
en la tarde, cuando las actividades de la población adquieren ma­
yor movimiento y se trasladan de un lugar a otro, donde se supo­
ne que debe haber un mayor número de efectivos policiacos que
vigilen la seguridad ciudadana. Ante estas acciones desafiantes
y retadoras por parte de quienes asesinan, Cruz sostiene que “esta
región fronteriza ha conformado, a través de la historia local, las
condiciones estructurales y coyunturales que posibilitan la ex­
trema violencia social que se padece… en un vacío de poder del
Estado” (Cruz, 2011:259).

La banalización de la muerte

“El Estado es una categoría política central en la organización


de nuestras vidas” (Nayak y Suchland, 2006:470), y también en la
158 julia monárrez

organización de nuestras muertes. Ante la grave problemática


del feminicidio y el homicidio, el Estado en sus diferentes ámbi­
tos de gobierno, y a través de los años, no se ha contenido para auto­
rizar el nulo valor que le han conferido los asesinos a las vidas
de las niñas y los niños, de las mujeres y los hombres asesi­nados.
Las declaraciones de los gobernantes impiden que las perso­
nas puedan establecer conexión con las víctimas y con la realidad
que se vive (Arendt, 1994). Sus palabras, transformadas en dis­
cursos por analizar, representan ciertos aspectos de la vida de una
comunidad; de igual forma, incorporan en la población que las
recibe un estímulo para disciplinar y regularizar su “innata repug­
nancia hacia el crimen” (Arendt, 1994:93). Hannah Arendt ana­
lizó esta forma de conducir a las poblaciones a través de discursos
que contienen una “regla del lenguaje”. Estas reglas del lengua­
je son códigos y en el lenguaje común y corriente son mentiras
y eufemismos (Arendt, 1994:85).8 “El efecto neto de este siste­
ma del lenguaje era no mantener a estas gentes ignorantes de lo
que estaban haciendo, pero prevenirlas de que lo equipararan con
su viejo ‘normal’ conocimiento de asesinato y mentiras” (Arendt,
1994:86).
De esta misma forma han actuado los gobernantes en Chi­
huahua. En los inicios del movimiento por la justicia, funciona­
rios encargados de la procuración de justicia, gobernadores y un
segmento importante de la comunidad fueron ágiles en definir a
las víctimas como mujeres que llevaban una “doble vida” (Na­than,
1999). Esta afirmación tiene una relación directa con lo que el go­
bernador Francisco Barrio (1992-1998), del Partido Acción Na­
cional, declaró en 1998 en una televisora local: “existe un pa­trón
parecido, [las mujeres asesinadas] se movían en ciertos lu­ga­res y
frecuentaban a los malvivientes que luego las agredieron” (Najar,
1998). También el entonces subprocurador de Justicia, Jorge Ló­
pez Molinar, ofreció una solución a la comunidad en relación con
8
Fue utilizada en la Alemania nazi, donde se obligaba a palabras tales como
“solución final”, “cambio de residencia” y “tratamiento especial”, en vez de ma­
tar o enviar a los campos de concentración a la población judía para su exter­
minio.
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 159

la inseguridad ciudadana por las matanzas entre los diferentes


grupos del crimen organizado, los asaltos y la violencia en contra
de las mujeres, y se basaba en que la ciudadanía “se autoaplique un
toque de queda, para que todos los buenos estén en su domicilio
con sus familias, y los malos se queden en la calle” (Najar, 1998).
En la primera declaración observamos cómo el mecanismo
disciplinario se ejerció sobre los cuerpos de las niñas y las mu­jeres
asesinadas, cuya conducta alejada de la normatividad feme­­ni­­na
necesitaba ser disciplinada y sancionada de una manera per­
manen­te, luego se dio paso al mecanismo regularizador sobre la
sexuali­dad de todas las mujeres, que las amonestaba para que su
conducta sexual no se apartara de la heteronormatividad for­­­
za­da y de la conducta recatada y prudente, si no, podían ser víc­
­ti­­mas no de hombres, sino de seres que malviven. La segunda
propuesta de seguridad puede observarse con plena nitidez en
el presente, en los callejones sin salida en que se han convertido
las calles de esta ciudad. Ciudad sitiada, ciudad enrejada, ciu­
dad con toques de queda autoaplicados en sus colonias, con sufri­
mientos vertidos en los distintos talleres que se abren para brin­dar
consuelo, para ofrecer alivio, para sobrevivir a los que se han
mar­chado y reponerse de lo que se ha perdido.
Muerte, inseguridad humana e inseguridad patrimonial son
ejemplos paradigmáticos de las diversas violencias que se han de­
­sa­rrollado durante un largo periodo. Son la tecnología disci­
pli­na­ria del cuerpo (de las y los asesinados) y la tecnología
regularizadora de la vida, de la población (los secuestros, la extor­
sión, los carjackins). Y para quienes tratan de protegerse y hacer
vida, de sobrevivir, y lo hacen a través de una sociedad sitiada y
de calles enclaustradas (véanse las fotografías 2 y 3).
En este recuento del pasado, Patricio Martínez (1998-2004), el
gobernador del Partido Revolucionario Institucional (pri), que
sucedió a Francisco Barrio, afirmó: “Las Muertas de Juárez no
son de mi gobierno, son las muertas de Barrio […] Ahí están esas
muertas, revolcándose en la bolsa en que las dejó, exigiendo que
se haga el peritaje que en su momento no se hizo y que se des­cu­
bra al asesino” (Crónica/Notimex, 2004). Sus discursos patriar­
160 julia monárrez

Fotografía 2

El cierre masivo de calles en Ciudad Juárez comienza a partir de 2008.


Fotografía de Julia Monárrez (2010).

Fotografía 3

En la búsqueda del consuelo. Fotografía de Julia Monárrez (2010).


ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 161

cales significan de una manera unívoca la tolerancia de la im­pu­


nidad en la vulnerabilidad de los cuerpos de las víctimas que
fue­ron asesinadas en la administración anterior y que igualmen­
te, durante su administración, fueron desaparecidas y aniquiladas.
Al mismo tiempo, torcidamente desconoce los términos: “muer­
tas” por asesinadas y “revolcándose” en vez de esperando. Con el
primer cambio invisibiliza el acto violento, con el segundo, una
palabra con doble sentido, en el albur mexicano, las denigra.9
Después de la presencia de los organismos internacionales de
derechos humanos con sus respectivos informes, los gobernado­
res han sido cautos al referirse a las mujeres asesinadas. Si bien,
la comisión del feminicidio y la impunidad son permanentes, pre­
fieren no hacer referencia a las víctimas y centrar su discurso en
la “imagen de la ciudad”. El gobernador José Reyes Baeza Terra­
zas (2004-2010, pri), quien sucedió a Patricio Martínez, respon­
sabilizó a medios nacionales y extranjeros, así como a organismos
internacionales, de mantener “una campaña estructurada, siste­
mática y permanente que pretende enlodar la imagen de Ciudad
Juárez”, con el pretexto de los feminicidios (Breach y Villalpan­
do, 2005). En este esfuerzo los gobernantes y otras voces se han
empeñado en su desacreditar a una sociedad globalmente con­
cebida en la defensa de los derechos humanos de las mujeres. Y
se empeñan, como señaló Karl Marx en el Manifiesto comunista, en
mostrar al Estado como un comité que defiende los intereses
comunes de la burguesía.
Una de estas voces es la del gobernador, César Duarte Jáquez
(2010-2016, pri). En 2009, siendo presidente de la Mesa Di­
rectiva de la Cámara de Diputados, pidió al embajador Juan José
Gómez Camacho, representante permanente de México ante
Organismos Internacionales con sede en Ginebra, Suiza: “hacer
un esfuerzo” para cambiar la imagen tan “golpeada” que se tenía de
Ciudad Juárez en el ámbito internacional, el “estigma” por el caso
de las muertas de Juárez. Expresó:
Agradezco a Lucha Castro, de Justicia para Nuestras Hijas, por hacerme
9

notar el doble sentido de la palabra.


162 julia monárrez

No queremos de ninguna manera ni matizar, ni cambiar una rea­


lidad que pudiese existir, pero tampoco asumir una que no exis­
te, porque estigmatizar a esta región —que recibe a miles de
me­xicanos que buscan una fuente de ingresos y una oportunidad
de desarrollo—, hoy le cuesta muchísimo en cuanto a inversiones
y empleo, pues hoy a raíz de la crisis económica están desocupa­
dos más de 100 mil juarenses (Parralalinstante.com, 2009).

Norbert Elias afirma que “el hecho de morir” cambia al igual


que cambia el “desarrollo de la sociedad” (2009:24). Es comple­
tamente cierto en Ciudad Juárez, donde la forma de ser asesi­nado
o asesinada persiste y al mismo tiempo se transforma. Lo que no
ha cambiado por parte del Estado es la construcción de sig­ni­
ficados de lo que es la vida o lo que es la muerte, del hacer vi­vir
y dejar morir, y junto con estos actos la disciplina y la regulación
de la población.
En agosto de 2011, el gobernador de Chihuahua, César Duar­
te Jáquez (2010-2016) del pri, dio a conocer que el estado de
Chihuahua dejaba de ser el número uno en violencia. Tres días
antes le había comunicado el secretario de Seguridad Pública
Federal que Chihuahua ocupaba el sexto lugar y había una ten­
dencia a la baja (Espinoza, 2011). El gobernador no explicó a
qué se debía esta disminución, ni cuáles fueron los indicadores
de violencia que se tomaron en cuenta para medir el grado de vio­
lencia en los 32 estados de la República mexicana.
En el tema que nos ocupa, paradójicamente, un día antes el
semanario Zeta había dado a conocer la cifra total de asesinatos
registrados desde el 1 de diciembre de 2006 hasta el 31 de julio
de 2011. Y de los 50 mil 490 asesinatos relacionados con el cri­­
men organizado, mencionaba que 11 264 ejecuciones correspon­
dían al estado de Chihuahua.10 Y que éste ocupaba el primer lu­gar

10
Este semanario fundamenta sus estadísticas en las tarjetas informativas de
las fiscalías estatales y la federal, de secretarías de Seguridad Pública estatales
y federales. Según cifras oficiales, desde el inicio de esta violencia asociada
al narcotráfico hasta 2010, han sido asesinadas en México 34 612 personas.
De estas muertes violentas 29.2 por ciento tuvieron lugar en el estado de Chi­
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 163

en ejecuciones (Mendoza y Navarro, 2011), con 22.3 por ciento


de muertes a nivel nacional. Por su parte, Ciudad Juárez, con una
cuota de sangre de 8 820 personas asesinadas, representa a nivel
estatal 78.3 por ciento de todas las muertes y 17.4 por ciento a
nivel nacional.
Vale decir que en este atroz sacrificio de vidas humanas, efec­
tivamente hemos visto un descenso de 50 por ciento en Ciudad
Juárez, sin embargo, es necesario revisar en el interior del mismo
la impunidad que prevalece en esta violencia terminal. Por ejem­
plo, en el feminicidio, la titular de la Fiscalía de Investigación de
Homicidios de Mujeres declaró que en 2010 fueron asesinadas
304 mujeres y que sólo 20 de estos casos fueron atraídos por esta
oficina por estar relacionados con la violencia de género (Gonzá­
lez, 2011).
Ante esta ignorancia que prima en las autoridades para aten­
der la violencia contra la mujer, Rachel Bowen nos ofrece este
análisis:

Los crímenes que no son de género son aquellos que no necesaria­


mente se basan o están motivados en el género de la víctima. No
obstante, las diferentes respuestas del Estado a estos crímenes
pueden reflejar la atención del Estado en la igualdad de las mu­
jeres y los hombres. Si el Estado le da menos atención al procesa­
miento de los perpetradores de crímenes contra mujeres que la
atención que le prodiga a los crímenes contra hombres, especial­
mente cuando estos crímenes atacan a las mujeres sobre la base
de su género, entonces el Estado sistemáticamente está fallando en
proteger a las mujeres. Esta falla puede representar una negación
más amplia, por parte del Estado, para garantizar a las mujeres
la igualdad de protección de las leyes (Bowen, 2009:6).

Y si esto resulta insuficiente, quedan en el vacío las recomen­


daciones hechas por la relatora especial de Asuntos de la Mujer,
Martha Altolaguirre, de la Comisión Interamericana de Dere­
chos Humanos, quien en 2002, en su informe Situación de los

huahua. Ciudad Juárez fue el escenario de 63.5 por ciento de las mismas a
nivel estatal y de 18.5 por ciento a nivel nacional (Ramos Pérez, 2011).
164 julia monárrez

derechos de la mujer en Ciudad Juárez, México: el derecho a no ser


objeto de violencia y discriminación, puso énfasis en estas dos re­
comendaciones.

Al buscar soluciones al asesinato de mujeres y niñas en Ciudad


Juárez, [es primordial] dedicar mayor atención a la elaboración
de una comprensión integrada sobre la manera en que las dis­
tintas formas de violencia contra la mujer se relacionan y refuer­
zan recíprocamente; y a la aplicación de estrategias integradas
para combatir esa violencia.
[L]a directora de Unifem ha señalado que la situación de Ciu­
­dad Juárez, que padece los problemas del narcotráfico, la por­
nografía organizada y la prostitución, entre otros, es un factor
sig­nificativo del incremento de la violencia contra las mujeres.
Señaló que hasta que se ataquen seriamente esos problemas co­
nexos no se podrá poner fin a los asesinatos en Ciudad Juárez (Comi­
sión Interamericana de Derechos Humanos, 2002).

En relación con el homicidio, sólo mencionó que, desde el


1 de enero hasta el 1 de septiembre de 2010, se habían cometido
un total de 2 030 asesinatos, de los cuales sólo se habían podido
encontrar sospechosos para 67 casos, esto quiere decir que en 97
por ciento de los expedientes no hay ni siquiera el señalamien­to
de un responsable (Rodríguez, 2010). Por lo tanto queda pendien­
te la respuesta a la pregunta: ¿quiénes son sus victimarios? No
obstante, responde a las tesis planteadas por Bowen, Nayak y
Suchland. Hay una igualdad en la aplicación de la injusticia y el
disciplinamiento de hombres y mujeres en una comunidad mar­
ginada, segregada, arrinconada, diferenciada y regularizada por
la violencia extrema.
Al mismo tiempo, la guerra contra el narcotráfico impulsó una
narrativa oficial de las fuerzas del orden contra las fuerzas del
crimen organizado. En estas posiciones antagónicas, de un lado
se encuentran los buenos, del otro lado los malos, los humanos
frente a los infrahumanos.
En abril de 2011, ante el asesinato de unos agentes de trán­
sito por parte del crimen organizado, Julián Leyzaola Pérez, ex
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 165

militar al mando de la Secretaría de Seguridad Pública Munici­


pal, habló así:

[Los que mataron a los agentes de tránsito] son unas cucarachas


que les gusta vivir en la suciedad, se alimentan de desorden, de la
anarquía, necesitan de lo sucio para poder sobrevivir. Ellos segu­
ramente no son humanos, porque de serlo hubieran nacido de una
mujer, y ellos no lo son, esa gente que se cree valiente al disparar
a una persona indefensa, no se merece estar entre la comunidad,
seguramente ni convivir con sus propios hijos, ni ir a sus piñatas,
ni con su familia, tenemos que echarlos afuera, ustedes los que
saben en dónde están metidos, denuncien, digan dónde están, no
los cubran, no los solapen.
Existe una gran diferencia que hay entre recoger el cuerpo de
un delincuente en las camas frías del Semefo y honrar el cuerpo
presente a un servidor público. A los asesinos cobardes, nadie los
reclama, a su familia si es que la tienen, les da vergüenza ir por
ellos y no con la muerte van a pagar el error de vivir fuera de la Ley
(Bustamante, 2011).

Si bien las acciones criminales merecen todo nuestro rechazo


y la acción de la justicia, esta retórica es una genealogía de la dis­
criminación, sobre la base de lo “inhumano” comparado con lo
“normal humano” (Baudrillard, 1993:125-126). El asesinato de
estos agentes de tránsito representa la “voluntad del grupo (Bau­
drillard, 1993:165). Ellos son los sicarios, los que ejecutan, los
que están conectados a los grupos criminales y que más tarde
o más temprano también van a morir. Ellos lo saben: en 2010 un
joven fue privado de la vida y su cuerpo descuartizado fue espar­
cido; en este escenario se le colocó una manta que explicaba la
razón por la que lo habían ultimado: “por matar mujeres
incts (sic)11 y recibir órdenes del ‘diego’ y para él somos
sicarios desechables. att (sic) el ‘7’ sigue tu ‘8” (El Dia-
rio de Juárez, 2010).
La muerte ha perdido la ritualización del proceso civilizatorio,
dice Norbert Elias, y junto con ésta, la última voluntad de quie­
11
Quiere decir inocentes.
166 julia monárrez

nes han sido asesinados no se entrega, ni se transmite a sus fa­


miliares; por el contrario, lo que priva es la voluntad de los ase­-
sinos, que en incontables sucesos nos hacen saber, a través de las
narcocartulinas y las narcomantas, que el poder del moribundo
ha quedado sin efecto al enfrentarse al de ellos. Su cuerpo, lace­
rado y en ocasiones completamente mutilado, exhibe la voluntad
de los poderes fácticos y su poder de hacerlo morir, para que ellos
vivan.

A manera de conclusión

En Ciudad Juárez hay un elemento disciplinario y regularizador:


la muerte de mujeres y hombres superfluos durante un largo pe­
riodo de impunidad. Comenzaré parafraseando a Foucault: en
este largo periodo de muerte en Ciudad Juárez hemos sido tes­
tigos de que el gobierno “tiene derecho de vida y de muerte”, esto
significa que “puede hacer morir y dejar vivir”, por lo tanto “la
vida y la muerte no son esos fenómenos naturales”, sino que
deben pensarse dentro “del campo del poder político”. El derecho
a la vida no es más un derecho inalienable, histórico y universal,
se ha convertido desequilibrada y diferencialmente en derecho
de algunos, concedido por medio de la muerte de otros a través de
la “voluntad soberana” (Foucault, 2002:218). El biopoder no sólo
ha permitido el asesinato de los otros, de los infrahumanos, sino
también ha tolerado la muerte de los que supuestamente tienen
algún valor, de los humanos: son los muertos colaterales.
Frente a esta realidad, empresa y gobierno ofrecieron el even­
to Juárez Competitiva 2011. Éste fue el primer encuentro em­
presarial, cul­tural y deportivo que se llevó a cabo del 16 al 28 de
octubre de ese año. Con la presencia de invitados e invitadas in­
ternacionales y naciona­les que pertenecen a la política, el arte,
la ciencia, etc., todas ellas llamadas “inteligencias visionarias”, se
pretendió aportar a la ciudadanía juarense ideas, esperanzas y
recursos para salir adelante. Entre sus cuatro objetivos destacó el
primero de ellos: poner a Ciudad Juárez de una “manera positi­
ciudad juárez: sobrevivir: vidas superfluas 167

va” en los ámbitos “lo­cal, nacional e internacional”. Para los organi­


zadores, con esta estrategia se “destaca la importancia económica
mundial de una de las ciudades más grandes del continente” y se
rescataba “el dinamismo que una vez se vivió en esta ciudad” ( Juá­
rez Competitiva. La ciudad que queremos, 2011:3-4).
Componer la imagen de la ciudad, cualquier cosa que esto
signifique, dice Servando Pineda, es un “acto hegemónico de los
grupos de poder” que dejan a un lado las demandas de justicia
por parte de las víctimas y las organizaciones civiles que claman
en contra del feminicidio y las acciones del crimen organizado, la
corrupción policiaca y la falta de justicia. Como grupos en el po­
der, olvidan mencionar a los “poderosos cárteles de la droga que
se han adueñado de la ciudad o hacer un juicio implacable del
pobre papel de los gobiernos federales, estatales y municipales pa­
ra desafiar las crisis económicas a las que está sujeta nuestra
comunidad” (Pineda, 2009:14). El único inconveniente es que la
muerte, la muerte como proceso violento carente de sentido exis­
te en Ciudad Juárez.
Termino con una cita de Jean Baudrillard:
El poder se establece en la frontera de la muerte. Posteriormente
se mantendrá por más separaciones (el alma y el cuerpo, lo mascu­
lino y lo femenino, lo bueno y lo malo, etc.) que tienen rami­fi­
caciones infinitas, pero la principal separación está entre la vida
y la muerte (1993:130).

Ya que en esta ciudad sobrevivir a las vidas superfluas y a la


banalización de la muerte se basa en el principio de que los úni­
cos reales “seres humanos” tienen el derecho a la inmortalidad; los
otros tienen solamente el derecho a morir (1993:127).

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Tercera parte

Género y violencia
falocéntrica
El terrorismo de Estado y la violencia
falocéntrica letal1

Guadalupe Huacuz

La pretensión de este artículo es plantear algunos puntos para la


reflexión de la violencia contra las mujeres y de género, inscritos
en corrientes de pensamiento más amplias y la adscripción a di­
chas corrientes, así como debatir sobre las consecuencias con­
ceptuales y políticas derivadas de éstas; también propongo ciertos
elementos del paradigma de la complejidad como una posibilidad
más de reflexión sobre la violencia y discuto en torno a lo que he
llamado “violencia falocéntrica”. Como contrapunto discursivo,
planteo unas reflexiones que me surgieron de la lectura de traba­
jos sobre feminicidios en Ciudad Juárez.
Si consideramos las explicaciones de la violencia como produc­to
de corrientes epistemológicas surgidas en los últimos tiempos,
identifico al menos tres que han marcado las acciones en torno
al tema: la violencia repudiada, la violencia liberadora y la violen­
cia ineluctable (Crettiez, 2009).
La primera concepción tuvo su origen en la filosofía de los
pensadores contractualistas, liberales o conservadores, se caracte­
riza por el temor al desorden y surge como respuesta a “suplan­
tar la naturaleza hostil en la que se mueve el hombre […] está en
el origen del pacto social entre los hombres, que buscan estabi­

1
Una primera versión de este artículo se publicó como introducción del
libro recién publicado La bifurcación del caos: reflexiones interdisciplinarias
sobre violencia falocéntrica, México, uam/Ítaca.

[175]
176 guadalupe huacuz

lizar y pacificar sus relaciones, volviendo imposible toda expresión


belicosa” (Crettiez, 2009:25).
Así, se sostiene que el fundamento de la sociedad debe ser el
rechazo intelectual y práctico a la violencia naturalmente destruc­
tora (cuyas causas serían rivalidad, desconfianza, búsqueda de lu­cro
y gloria) que es un obstáculo para el progreso y la armonía. Aquí,
el Estado emerge como garante de la armonía entre los ciudada­
nos mediante el ejercicio de la violencia consensuada a través del
pacto social. Sus seguidores refutan un mundo basado en la vio­
lencia y el caos para dar paso a la construcción del orden de la
sociedad futura. De acuerdo con Xavier Crettiez, “el Estado,
el mercado y la tradición son medios para encauzar la violencia
y ha­cer posible el vivir-juntos” (Crettiez, 2009:28).
En términos de acción política, podemos identificar ciertos ras­
gos “conservadores” ligados al Estado liberal e incluso a los po­de­res
fácticos, así como a algunos discursos derivados de las or­ga­ni­
zaciones y conferencias internacionales plasmados en tratados que
éstas han propiciado. También advertimos la gran mayoría de
posturas en contra de la violencia hacia las mujeres o de género;
el eslogan “una vida libre de violencia para las mujeres” ejempli­
fica bien este discurso ambiguo en el que el Estado es garante in­
maculado de los derechos que hace valer (generalmente contra
sujetos igualmente “inmaculados”) a través de la violencia que
ejer­ce una ciudadanía inmersa en relaciones de poder y conflic­
tos que obstaculizan la posibilidad real de cumplimiento de la
abstracción de los mandatos o la ley paterna del Estado. No obs­
tante, como hemos señalado en otro documento:

Al hablar de violencia contra las mujeres en el siglo xxi y, ante


el contexto de violencia aparentemente incontrolable que expe­
rimentan países como México, tendríamos que preguntarnos sobre
los significados que tiene en el imaginario social la idea de un “Es­
tado protector” para garantizar el orden; una sociedad que para­
dójicamente delega en el Estado el poder de regular sus actitudes
violentas, mientras el Estado recrea la violencia al perpetuar y pro­
fundizar las diferencias sociales y al incapacitarse para garantizar
justicia a la población (Saucedo y Huacuz, 2010:2).
el terrorismo de estado y la violencia 177

Reconozco que de esta línea se derivan algunas propuestas


aca­démicas que analizan las causas del feminicidio a partir de aná­
­li­sis centrados en la crisis de la seguridad pública, el desamparo
institucional de la justicia, desviaciones personales y conduc­tas
patológicas por el inevitable costo del crecimiento económico y
de­mográfico de la ciudad, la guerra entre los diferentes cárte­les, de­
ficiencia de las instituciones del Estado, especialmente de pro­­
cu­ración de justicia (Monárrez, Flores, García, 2010). Una
postu­ra peligrosa cuando no va más allá de exigir al Estado “mano
dura contra los criminales”.
Siguiendo a Crettiez una segunda concepción la encontramos
a finales de los años sesenta del siglo pasado. En esta época al­
gunos grupos de izquierda ponderaron la violencia por sus vir­
tudes catárticas y políticas, pues afirmaban: “permite una cohesión
de clase, al tiempo que pone en evidencia los verdaderos conflic­
tos entre las clases que existen en el seno de la sociedad” (Cret­
tiez, 2009:29); es un tipo de violencia liberadora que construye
una forma de liberación del sujeto, del pueblo y de los pueblos.
A diferencia de la primera concepción expuesta, para estos pen­
sadores la violencia y el terror son condiciones de la naturaleza
humana, expresión de su humanismo y, de alguna manera, un
pri­vilegio de las clases subalternas, desde esta lógica, la violencia
es condición de la libertad.
Gran parte de las explicaciones sobre la violencia contra las
mujeres y de género han estado alejadas de dicha postura, tal vez
porque la mayoría de los discursos victimizantes de las mujeres
no han trascendido hacia su reconocimiento como sujetos con
capa­cidad de agencia y, por tanto, con posibilidad de ejercicio de
la violencia (me refiero aquí también al encubrimiento); por
en­de, si reflexionamos desde las premisas de la violencia libera­
dora, ¿por qué seguir negando nuestra capacidad para ejercer el
mal? ¿No formamos parte de la misma naturaleza humana que
los hombres? Entonces, ¿por qué los distintos feminismos han in­
sistido en la victimización de las mujeres? Actualmente algunas
feministas críticas plantean que “la victimización del género fe­
178 guadalupe huacuz

menino permite unificar la condición de las mujeres con el dis­


curso feminista bajo una bandera común” (Badinter, 2003:14).
De esta manera se desdibujan las diferencias de clase, culturales,
económi­cas, generacionales y sexuales entre mujeres, y entretejen
un me­tarrelato mediatizado de igualdad insostenible en la prác­
ti­ca cotidiana, que sustentado en la criminalización y la victi­
mi­za­ción de las mujeres se confronta con la perversidad de las
institu­cio­nes del Estado como aparato re-productor de las tec­
nologías de gé­nero (Teresa de Lauretis, 1996). Al respecto, Ca­
­rol Smart (1994) utiliza el concepto de “tecnología de género”
aplicado al campo del derecho como institución, que alude a la
actitud de producir la diferenciación del género. En este sentido,
las instituciones del Estado —en las que se arropan incluso algu­
nos dis­cursos y prácticas feministas— juegan un importante
papel como productoras de ideologías de género mediante los
discursos jurídicos y en la “interpelación a la ley del padre”.
Los trabajos centrados sólo en la crítica a la estructura social
como propiciadora del feminicidio estarían inscritos en esta línea:
el incremento de la pobreza urbana, las corrientes migratorias, la
falta de infraestructura, las relacionadas con el fenotipo de las víc­
timas (morenas y de cabello oscuro), todas ellas, entremez­cladas
con la desigualdad de género, han contribuido a la propagación
de la violencia contra las mujeres en la ciudad (Monárrez, Flores,
García, 2010).
Finalmente, dice Crettiez, el concepto de la violencia ineluc­
table tiene un componente más psicológico y es una perspectiva
políticamente más neutra, la violencia es considerada parte de la
especie o una necesidad práctica en la sociedad. Entre los pen­
sadores de esta corriente estarían Konrad Lorenz, René Girard
y Sigmund Freud; para este último, “la violencia es lo propio del
hombre, porque constituye la respuesta a la confrontación entre
el principio de deseo y el principio de realidad” (Freud, citado por
Crettiez, 2009:31). Por su parte, Konrad Lorenz afirma que el
instinto de agresión animal es propio de los humanos no sólo
como agresividad predatoria o defensiva, sino principalmente com­
petitiva.
el terrorismo de estado y la violencia 179

A partir del análisis de lo simbólico, para René Girard (1980)


la violencia es fundadora del orden social y se impone como una
necesidad para las sociedades, sin embargo, “hay que sustituir la
violencia de todos contra todos, inevitable mientras el hombre
sea hombre, por la violencia de todos contra uno solo, haciendo
que un chivo emisario sea polo de estabilidad de la sociedad” (ci­
tado por Crettiez, 2009:33).
Sin duda, la conceptualización de la violencia contra las mu­
jeres y de género a partir de las anteriores visiones ha favorecido
el logro de explicaciones multicausales, multidimensionales e in­
terdisciplinarias, que tanto en el nivel teórico como en la prácti­ca
política han complejizado la problemática.
Desde esta línea para explicar las causas de los feminicidios,
las y los teóricos han apuntado algunas explicaciones relaciona­
das con la vida posmoderna y la reorganización mundial del
trabajo, el tráfico de cuerpos que las fronteras favorecen, los seres
humanos y especialmente las mujeres son concebidas como se­
res desechables, la pornografía snuff, entre otros.
A partir de aquí trato de bifurcar los caminos para la compren­
sión del fenómeno. Por tanto, me alimento de este paradigma
para reflexionar sobre la violencia y analizar lo que he llamado
vio­lencia falocéntrica.
Es de esperarse que una propuesta epistemológica en cons­
trucción tenga elementos de confrontación y aceptación; el de la
complejidad, al igual que otros métodos retomados por las deno­
minadas “ciencias sociales”, ha sido producto de rupturas epis­
temológicas y concepciones ligadas al surgimiento de nuevos
paradigmas (Morin, 1990).
Los estudios de la complejidad se sustentan en la premisa del
cuestionamiento a la ciencia occidental, que está fundada bajo
los parámetros de la “objetividad” del observador, la finitud de los
paradigmas científicos, el saber científico exhaustivo y ahistó­ri­co;
es crítica de la búsqueda de leyes y de verdades absolutas, del
co­nocimiento total, la crítica radical a las ideas de la omniscien­
cia, los metalenguajes “neutros” y las prácticas reduccionistas, entre
180 guadalupe huacuz

otras, y detona en algunos ambientes académicos la denominada


era del “final de los grandes proyectos” (Fischer, Retzer y Schwei­
zer, 1997).
Aunque no está exento de polémica, el paradigma de la com­
ple­jidad ha comenzado a perfilarse como una de las propuestas
analíticas actuales para deconstruir el pensamiento occidental
fun­dado en escisiones dicotómicas diferenciadas jerárqui­camente:
mente/cuerpo, racionalidad/pensamiento mítico, enfermo/sano,
hombre/mujer. Esta última resultado de discursos androcéntri­
cos, incluso afianzados por algunas feministas de la diferencia,
que se asientan en estructuras sociales que mantienen a la mayo­
ría de las mujeres en un estatus carente de poder y pres­tigio que
las vulnera frente al abuso de ciertos hombres, por lo que la pro­
blemática se torna compleja. En este sentido, concuerdo con Eli­
zabeth Badinter cuando señala que “las categorías bi­narias son
peligrosas porque desdibujan la complejidad de lo real en benefi­
cio de esquemas simplistas y condicionantes” (Badinter, 2003: 49).
En situaciones de violencia falocéntrica una predicción no
pue­de estar basada en nuestro conocimiento de una sola rama
de la ciencia (esto ha quedado claro en la mayoría de los análisis
sobre la violencia feminicida).
El estudio de esta violencia exige la integración de diferentes
enfoques con una base conceptual compartida sobre una proble­
mática en particular (marco conceptual y metodológico común),
no estoy segura de que hayamos logrado esto cuando de violencia
feminicida se trata.
Para analizar la violencia falocéntrica es importante tener con­
ciencia de la acción permanente, convirtiéndonos todos en lo que
Butler llama

[…] sujeto dañado y enfurecido que, sin embargo, intenta limitar


el daño que causa y sólo puede hacerlo mediante una lucha ac­
tiva con o contra la agresión [esto] exige una lucha moral con la
idea de la no violencia en medio de un encuentro con la violen­
cia social y con la agresión de uno mismo […] aceptar la impureza
del sujeto […] (Butler, 2010:236).
el terrorismo de estado y la violencia 181

En las investigaciones sobre el tema podemos identificar que


no hay “observables puros”, los registros corresponden a las ne­
cesidades y esquemas interpretativos del observador u observa­
dora, no hay observadores “neutros”.
En el estudio de la violencia falocéntrica no sólo es necesario
explicar los procesos que tienen lugar dentro del sistema, sino
también la resultante de sus interrelaciones.
Desde el marco conceptual propuesto por los estudios de la
complejidad, me propongo alejarme de las visiones “simples” de
la realidad que han afirmado que la violencia contra las mujeres
y de género puede ser “erradicada”. ¿No serán perversas las con­
secuencias de seguir afirmando la posibilidad de “erradicar la vio­
lencia contra las mujeres” cuando la materialidad de la estructura
social lo impide? ¿Algunas intervenciones en torno a la violencia
contra las mujeres no serán un paliativo más para fortalecer las
instituciones que conforman Estados represores y eminentemen­
te patriarcales? El cuestionamiento al “terrorismo de Estado” está
presente en la crítica a los feminicidios en México.
Las actuaciones del Estado mexicano fallido han provocado
lo que llamo la bifurcación del caos; al respecto, Ervin Laszlo ha
descrito cómo las bifurcaciones se desencadenan cuando los sis­
temas complejos están sobretensionados, empujados más allá de
su umbral de estabilidad. Pero más allá del punto crítico el or­
den se rompe y el sistema cae en “caos”. Su comportamiento ya
no es predecible, aunque tampoco es enteramente azaroso. La evo­
lución de los sistemas complejos es sobre todo no lineal, está llena
de saltos y sorpresas (Laszlo, 1993:43-44).
Este mismo autor apunta que por las estructuras y los pro­
ductos sociales que hemos diseñado para mantener la comuni­
cación, los humanos somos complejos, con comportamientos que
derivan de la lógica del caos —por ello afirmo que es impensa­
ble una vida “libre de violencia” para cualquier persona—; esta
propuesta aplicada a las ciencias humanas sugiere que la violen­
cia estructural, y en consecuencia la violencia falocéntrica, cons­
ti­­­tu­ye una constante oscilatoria con posibilidades mínimas de
pro­nos­ticar sus efectos maximales en el sistema, lo que significa
182 guadalupe huacuz

reconocerla como una forma histórica de relaciones sociales de


caos entre las personas, que probablemente permanecerá a lo
largo de la historia humana con pocas probabilidades de predic­
ción fiel.
En esta reflexión retomo las concepciones mencionadas en el
apartado anterior para situarme en los intersticios de la teoría
y las diferentes realidades impredecibles del sujeto. Los seres hu­
ma­nos, las instituciones sociales y las agrupaciones político-espa­
ciales ligadas al territorio constituyen sistemas hipercomplejos
que, por su evolución en el tiempo, tienden a producir (tarde o
temprano) situaciones de caos y bifurcación; prever y dirigir las
bifurcaciones significa pensar los sistemas sociales en su comple­
jidad, en movimiento y sometidos a múltiples cambios de fase.
Me gustaría terminar este artículo tratando de aclarar el con­
cepto de violencia falocéntrica.
El feminismo contemporáneo puso en la discusión pública la
problemática de la violencia contra las mujeres y más tarde la re­
flexión sobre ésta desde la perspectiva de género, sin embargo, en
la actualidad las feministas estamos comprobando lamentable­
mente que la lucha contra la violencia hacia las mujeres, inau­
gurada por el feminismo, se ha convertido en botín de discursos
de los partidos políticos, de grupos de poder estatales y de orga­
nizaciones no gubernamentales, algunas feministas, que perver­
tidas por el capital y el poder juegan el papel de “salvadoras de
víctimas perennes”. Peor aún, que el discurso sobre derechos y
ciudadanía de las mujeres se puede convertir en un eslogan con­
ser­vador que demanda al Estado más leyes, más penas y, por su­
puesto, “mano dura” contra los agresores (Saucedo y Huacuz, 2010).
En el ámbito académico surgen debates sobre si el término
“violencia contra las mujeres” sería sustituido por el de “violencia
de género” o si existe violencia de género también contra los hom­
bres; al respecto, Izquierdo (2005:1) apunta que no se trata de
un mero cambio terminológico o de usar palabras distintas para
referirse a un mismo problema, sino de analizar la problemática
con un marco conceptual distinto. “El concepto de violencia de
género pone en evidencia el carácter estructural de la violencia
el terrorismo de estado y la violencia 183

de denunciar la existencia de un marco patriarcal de relaciones que


hace de mujeres y hombres, de las unas y los otros, lo que somos,
y que nos impulsa a hacer lo que hacemos”. Concebir el concep­
to de violencia de género en su justa complejidad necesa­riamente
devela confusiones enumeradas por Izquierdo:
En primer lugar, el término género, se equipara a mujer. En se­
gun­do lugar se establece que la violencia de género sólo tiene lu­gar
de los hombres a las mujeres. En tercer lugar, se desconsideran
aquellos malos tratos que lejos de buscar el control de la mujer,
son expresión del sufrimiento del hombre que los comete (Izquier­
do, 2005:1).

Cuando hablamos de feminicidio dentro de este marco con­


ceptual me pregunto: ¿cuáles serían las consecuencias?
En un trabajo anterior señalo que el uso de “[…] violencia
falocéntrica me facilita la comprensión de las diversas formas de
violencia que reproducen los paradigmas simbólicos que garanti­
zan la supremacía de los hombres en tanto productores de cul­
tura y orden social” (Huacuz, 2009:15-16). Para conceptualizar
dicha violencia me valía del término “falogocentrismo”, que “re­
tomado por las feministas, primero por las francesas, ha venido
a significar todo lo que de represivo y opresivo tiene la cultura
(entendida en su sentido más amplio) tradicional (entendida en
su sentido más tradicional) o patriarcal” (Olivares, 1997:49); sin
embargo, el concepto de violencia falocéntrica todavía quedaba
oscuro. Esta vez vuelvo a retomarlo tratando de esclarecerlo.
El antecedente del concepto lo encontramos en el escrito de
Jacques Lacan “La significación del falo”2 (primera publicación
francesa en 1966), en el que señala:
El falo aquí se esclarece por su función. El falo en la doctrina freu­
diana no es una fantasía, si hay que entender por ello un efecto
imaginario. No es tampoco como tal un objeto (parcial, interno,
bueno, malo, etc.) en la medida en que ese término tiende a apre­
2
Conferencia pronunciada por Lacan en alemán (Die Bedeutung des Phal­
lus) el 9 de mayo de 1958 en el Instituto Max Planck de Múnich.
184 guadalupe huacuz

ciar la realidad interesada en una relación. Menos aún es un ór­


ga­no, pene o clítoris que simboliza […] el falo es un significante
(Lacan, 2009: 657).

En la deconstrucción derridiana del logocentrismo occidental,


que inscribe su apertura hacia lo Otro a partir de la tematización
de la diferencia para significar aquello que no es idéntico, que es
otro, no existe pues un significado único, originario o fundante,
sino un texto plural, una diseminación generadora de diferencias
y significados. “Deconstruir el logocentrismo es acabar con el pri­
vilegio de la conciencia para proponer una nueva ciencia real
originadora de los significados, que marca la clausura del tiempo
en la metafísica” (Rodríguez, 2003:46).
Con el feminismo francés (Irigaray, Cixous, Fouque y Kriste­
va, entre otras) se retomó la “discusión de la problemática sobre la
diferencia desde el marco de lo simbólico, en la afirmación de
que la mujer carece de verdad, de copia, de imagen, de genealogía
y se ve abocada a una teoría resuelta estrictamente por categorías
fálicas” (Rodríguez, 2003:59), en relación con el escaso reconoci­
miento de las mujeres en el pensamiento occidental cuyas conse­
cuencias son la existencia de una sociedad basada en la violación
sistemática de sus derechos y en la violencia real y simbólica so­bre
sus cuerpos y sus deseos.
En relación con la construcción de la sexualidad de las mujeres
y de la heterosexualidad originaria, las feministas francesas se­
ñalaban que los discursos eróticos falocéntricos tenían por ob­jeto
confiscar el cuerpo de las mujeres, por lo que es necesario decons­
truir los arquetipos tradicionales de la sexualidad. Para algunas
autoras, “falocentrismo quiere decir que el falo es el centro de la
sexualidad; que toda la sexualidad se orienta y gira en torno al falo
el cual es el objeto de todas las pulsiones, de todo el deseo, capaz
de atraer y absorber el conjunto de la energía erótica de la mujer”
(Rodríguez, 2003:5), agregaría que también del hombre.
En síntesis, el falocentrismo estructura nuestra psique y en
tor­no a él es construido el orden sexual, una imposición que no
puede sino alimentar la relación de poder y sumisión entre “dos
el terrorismo de estado y la violencia 185

sexos”, parte del poder y la prepotencia adscrita al sexo masculi­


no, un sexo que se afirma negando el otro y un deseo que niega
otros deseos.
De lo anterior se desprende que la violencia falocéntrica es aque­
lla interiorizada en la autorrepresión de nuestros cuerpos, del
deseo de la mujer y en la sumisión falocéntrica de sobrevalora­
ción del cuerpo masculino, que constituye los mecanismos me­
diante los cuales se mantiene el orden simbólico patriarcal.
Más tarde, algunas feministas críticas (Witting, De Laure­tis
y Butler) plantean que el hecho de la diferencia sexual confirma
el dualismo; para estas autoras lo conveniente es trabajar en la lí-
­nea de la deconstrucción de los géneros como proyecto liberador
de la diferencia.
Entonces ¿cuál será la salida a la violencia falocéntrica?, ¿ha­
bría un punto de escape? De inicio sería fructífero pensar, desde
una arista de la bifurcación, que las personas que ejercen la vio­
lencia falocéntrica no son aquellas que poseen el falo, sino —a
de­cir de Izquierdo— las que creen poseerlo pero se dan cuenta de
que no lo tienen; la violencia sería una respuesta a su vulnerabi­
lidad, y en la otra, concebir el género como una realidad perfor­
mativa que implica pensar que él es una realidad modificable y
reversible. Sería un acierto librarnos del esencialismo ontológico,
del dualismo, para dar paso a una identidad indiferenciada, di­
ferenciación múltiple, relacional y dinámica, actuada en libertad;
es posible que el antecedente para no seguir alimentando la vio­
lencia falocéntrica vaya más allá de la eliminación misma de los
géneros, la de multiplicarlos y resignificarlos. A decir de Butler,

[…] si el requerimiento de la no violencia es evitar convertirnos en


insignificantes, debe correr parejo con una intervención crítica
respecto a las normas que diferencian entre las vidas que se con­si­
deran viables y dignas de ser lloradas y las vidas que no se consi­de­
ran así (Butler, 2010:247).
186 guadalupe huacuz

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La gestión emocional de la violencia

María Jesús Izquierdo

[Sobre la relación mujer-hombre] En esta relación se


manifiesta, por tanto, de un modo sensible,
reducido a un hecho palpable, hasta qué punto
la esencia humana se ha convertido en la naturaleza
del hombre, o la naturaleza en su esencia humana.
Partiendo de esta relación se puede juzgar, pues,
todo el grado de cultura a que el hombre ha llegado.
Del carácter de esta relación se desprende hasta qué
punto el hombre ha llegado a ser y a concebirse un ser
genérico, un hombre; la relación entre el hombre
y la mujer es la relación más natural entre dos seres
humanos. Y en ella se manifiesta, asimismo,
en qué medida la actitud natural del hombre se ha
hecho humana, o en qué medida la esencia humana
se ha convertido para él en esencia natural,
en qué medida su naturaleza humana ha pasado
a ser su propia naturaleza.
[…] En esta relación se revela también hasta qué
punto las necesidades del hombre han pasado a ser
necesidades humanas, hasta qué punto, por tanto,
el otro hombre en cuanto hombre se ha convertido
en necesidad, hasta qué punto su existencia más
individual, es al mismo tiempo un ser colectivo.
Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía

La calidad de la relación entre las mujeres y los hombres, más allá


del interés sustantivo que pueda tener, es un indicio del grado

[189]
190 maría jesús izquierdo

en que los seres humanos lo son. Del grado en que el encuen­


tro con el otro, al que no estamos impulsados de manera natural,
se ha convertido en una necesidad, del grado en que somos so­
cia­les: no sólo nos vemos obligados a encontrarnos, sino que
de­seamos el encuentro con el otro. La necesidad humana por
ex­celencia es la necesidad de los seres humanos; ahora bien, no
se trata de una necesidad natural, ningún impulso primario nos
com­pele a relacionarnos con los demás seres humanos. Esa con­
tradic­ción se halla en el núcleo de la posibilidad de la propia exis­
tencia humana, no sólo como humanos sino también como seres
vivos. Porque si por una parte ningún impulso primario nos lleva
a establecer relaciones con los demás, nuestra vida no es viable
sin los otros.
El miedo al encuentro con el otro, la inseguridad que invade
las calles en esta ciudad tan dolorosamente golpeada por el fe­
nómeno de la violencia física extrema, justifica sobradamente las
jornadas a las que hemos sido convocados estos días. Es también
una buena oportunidad para reflexionar sobre qué es lo que hace
posible vivir juntos, cuáles son los obstáculos que se oponen a es­-
te objetivo inexcusable y de qué modo el sexismo añade un plus
de dificultades y sufrimiento.

Ni la vida es importante
ni los otros nos importan

Si consideramos las características originales de los seres huma­


nos acabamos llegando a la conclusión de que no es poco raro
vivir y dejar vivir. Ni la propia vida ni la de los demás nos resultan
importantes primariamente. Ningún impulso innato nos orienta
a proteger nuestra vida y mucho menos la de los demás, nada nos
impele a la autoconservación ni a la conservación de la especie.
Sin embargo, somos testigos y protagonistas de actos de auto­
conservación o de protección de los más débiles. Sólo que no es
un impulso primario el que hace posibles estos actos, en el origen
de ese impulso hay otro que lo activa: la importancia que le con­
la gestión emocional de la violencia 191

ferimos a nuestras vidas, lo que estamos dispuestos a hacer para


protegerlas y conservarlas corre parejo con el amor que nos tene­
mos. La vida se hace necesaria sólo en la medida en que se le tenga
amor, no la amamos porque sea necesaria, sino que se hace nece­
saria porque la amamos. Ahí nace el instinto de conservación,
que según Freud es el efecto de una causa anterior: el narcisismo.
De modo parecido ocurre con la vida de los demás. Nada nos
impulsa a protegerlos y cuidarlos, esa disposición a la conserva­
ción de los demás depende de un impulso primario, el del amor,
y sólo en presencia de ese impulso se desarrolla. Si amarnos nos
empuja a proteger nuestra propia vida, incluso a costa de vidas
ajenas; amar a los demás nos impulsa a proteger las vidas ajenas in­
cluso a expensas de la propia.

Sobre la dimensión libidinal


de la violencia de género

La elección que hagamos del objeto de amor permite anticipar


hacia dónde dirigiremos nuestros impulsos agresivos buscando
proteger lo amado, nosotros mismos, otras personas, objetos ma­
teriales o inmateriales. Es importante preguntarse si la elección de
objeto es igual en las mujeres que en los hombres. Con esta pre­
gunta no estoy afirmando implícitamente la existencia de diferen­
cias naturales entre mujeres y hombres, lo que afirmo es que un
orden sexista no se basa en las diferencias entre los sexos, sino que
las produce, y por lo tanto produce también la orientación libidi­
nal de mujeres y hombres, que es lo que desde el punto de vista
psíquico los convierte en lo que son: hombre o mujer.1 No es que
los hombres y las mujeres tengan distintas orientaciones libidi­
nales, sino que los convierte en hombres y mujeres el hecho de
tenerlas. Freud nos señala esas diferencias en los siguientes tér­
minos:

1
Con las cursivas estoy indicando que se trata de un tipo analítico y no de
las personas empíricamente consideradas.
192 maría jesús izquierdo

El estudio de la elección de objeto en el hombre y en la mujer


nos descubre diferencias fundamentales, aunque, naturalmente, no
regulares. El amor completo al objeto, conforme al tipo de apo­
yo, es característico del hombre [...] Esta hiperestimación sexual per­
mite la génesis del estado de enamoramiento, tan peculiar y que
tanto recuerda la compulsión neurótica; estado que podremos re­
ferir, en consecuencia, a un empobrecimiento de la libido del yo en
favor del objeto. La evolución muestra muy distinto curso en el
tipo de mujer más corriente y probablemente más puro y auténti­
co [...] Sobre todo en las mujeres bellas nace una complacencia de
la sujeto por sí misma que la compensa de las restricciones im­puestas
por la sociedad a su elección de objeto. Tales mujeres sólo se aman,
en realidad, a sí mismas y con la misma intensidad con que el hombre
las ama. No necesitan amar, sino ser amadas, y aceptan al hombre
que llena esta condición (Freud, 1914, énfasis mío).

Si damos por característico del hombre, aunque no necesaria­


mente compartido por todos, una orientación al objeto, a la mu­
jer, mientras que lo característico de la mujer, aunque no sea un
rasgo universalmente presente en todas las mujeres sea la orienta­
ción narcisista, podríamos deducir que en el plano psíquico las
relaciones mujer/hombre se caracterizan por la explotación libi­
dinal a que están sometidos los últimos por parte de las pri­me­ras.
Esta relación se traduce en que los hombres estén peor dotados
para proteger y defender sus vidas, mientras que las mu­jeres cuen­
­­tan, además de sus propios recursos, con la disposición de los hom­
bres a defender su objeto de deseo.
En modo alguno estoy sugiriendo que los hombres no maten
a las mujeres como consecuencia de las respectivas disposiciones
libidinales. No las matan mientras sean su objeto de deseo y sien­
tan asegurada, real o imaginariamente, la continuidad de la po­
sesión. La frase “La maté porque era mía” está mutilada, continúa
con “…y ya no lo es”.
Las matan porque temen que ya no sean suyas, o precisamente
porque las que fueron suyas ahora son de otros. Si damos por bue­
no el principio de que los hombres orientan su libido, y por tanto
ponen sus energías al servicio de su objeto de deseo, una forma
la gestión emocional de la violencia 193

eficaz de agredirles, una amenaza más coactiva que la propia


muerte, puede ser la que se cierna sobre su objeto de deseo. El
sexismo, que comporta un empobrecimiento libidinal de los hom­
bres a favor de su objeto de deseo, las mujeres, los hace vulne­rables
frente a los otros hombres. Si eso es cierto, al menos en una par­
te de los casos —o en parte— las mujeres muertas, por poner el
caso de Ciudad Juárez, en una parte de los casos pueden ser
el instrumento para amedrentar a los hombres en lo más profun­
do, al amenazar la integridad de su objeto de deseo, al servicio del
cual ponen sus fuerzas. Para que la amenaza sea eficaz no es ne­
cesario que se dirija a mujeres concretas que son queridas por
hombres concretos, no necesariamente a la mujer que desean, sino
a las mujeres que pertenecen al segmento de población en que
se encuentra o se podría encontrar su objeto de deseo. Si la ad­
ministración de la muerte es un modo de disciplinar la vida, sa­ber
que la vida que es objeto de disciplina es sexista, que el hombre
es sexista, impone formas de disciplina particulares. La muerte de
las (sus) mujeres es un modo de disciplinar a los hombres, posi­
blemente más poderoso que la muerte de los compañeros, de los
semejantes.
Finalmente, los hombres no sólo matan a las mujeres, más que
otra cosa se matan entre ellos o a sí mismos por las mujeres, para
eliminar los obstáculos que se interponen en su camino, o cuan­
do no pueden soportar las pérdidas. Si el hombre se pone al ser­
vicio de la mujer dada su orientación libidinal hacia ella, pue­de
llegar a matar a quien intente arrebatársela o arrebatarle los bie­
nes que le permiten poseerla. Cabe añadir que hay un número
indeterminado de casos en los que la muerte es un objetivo, dada
la orientación sádica de la sexualidad, donde la relación con el ob­
jeto de deseo, las mujeres, consiste en torturar, causar sufrimiento
y hasta la aniquilación del objeto.
Hay un dato que presenta Julia Monárrez en su artículo “Sobre­
vivir: vidas superfluas y banalidad de la muerte”, que debe con­du­
cirnos a reflexión no porque deseemos eludir el reconocimiento
de la violencia sexista, sino precisamente porque no lo queremos
eludir cuando adopta su forma fundamental, que es la que adquie­
194 maría jesús izquierdo

re por razón de su objeto de deseo. En 2009 el número de muer­


tos por mil en Ciudad Juárez, para los hombres, fue de 340.3,
para las mujeres 18.8. En cuanto a las tendencias, se confirma
que los hombres son victimarios y víctimas. La tasa de crecimien­to
del número de muertes entre 1985 y 2009 es enorme, pero lo es
más para los hombres que para las mujeres; para los primeros
es de 3.797 por ciento y para las mujeres de 2.400 por ciento
(véase la tabla 1).
Según los datos disponibles sobre las causas de muerte para
el conjunto de la república mexicana, tanto los accidentes como
las lesiones intencionales son una causa de muerte más frecuente
Tabla 1
República mexicana: distribución de las principales
causas de muerte por grupos de edad, 1980-2007

Mujeres Hombres
Grupos de edad
1980 2007 1980 2007
5 a 14 años
Accidentes 23.4 24.3 35.8 35.8
Lesiones intencionales 6.6* 5.0
15 a 24 años
Accidentes 19.6 24.0 46.1 44.0
Lesiones intencionales 17.0 19.3
25 a 44 años
Accidentes 12.3 10.5 30.9 26.0
Lesiones intencionales 15.0 14.0
45 a 64 años
Accidentes 13.0 9.4
Lesiones intencionales
* Año 2000. A partir de los 64 años los accidentes y las lesiones intencionales
dejan de figurar entre las cinco principales causas de mortalidad.
Fuente: elaboración propia con base en la Secretaría General del Consejo
Na­cional de Población, “Principales causas de mortalidad en México, 1980-
2007”.
la gestión emocional de la violencia 195

entre los hombres que entre las mujeres. Para empezar, estas cau­
sas figuran entre las cinco principales entre los hombres de cin­co
a 44 años, y la mayor prevalencia de muertes por lesiones inten­
cionales se da entre los hombres comprendidos entre 15 y 44
años, periodo de la vida en que acceden a la posición social de
hom­bre y se establecen en ella.
Los datos respaldan la tesis que acabamos de desarrollar. Si nos
centramos en la forma más significativa de muerte violenta, el
homicidio, constatamos que los hombres que han muerto por cau­

Tabla 2
Porcentaje de muertes por homicidio con respecto al total
de muertes violentas por sexo y grupos quinquenales
de edad, 1990-2009

Porcentaje cambio
Sexo Mujeres Hombres
1990-2009
Grupos de edad 1990 2009 1990 2009 Mujeres Hombres
Total 13.4 15.5 27.4 32.5 2.8 20.7
0 a 4 años 7.8 9.5 7.6 8.5 5.8 -6.8
5 a 9 años 9.0 9.1 9.3 8.6 0.3 0.8
10 a 14 años 13.4 12.5 12.0 12.3 -1.8 -1.4
15 a 19 años 17.9 18.0 27.0 30.4 0.2 16.7
20 a 24 años 20.4 26.4 33.9 37.2 6.4 9.0
25 a 29 años 23.3 23.9 34.5 43.0 0.5 14.1
30 a 34 años 18.3 26.9 34.0 42.4 8.7 7.7
35 a 39 años 20.8 27.5 33.3 43.6 4.4 5.5
40 a 44 años 18.2 21.9 31.7 38.1 2.0 10.4
45 a 49 años 18.2 18.8 31.7 32.1 0.2 10.0
50 a 54 años 11.9 18.6 29.2 28.4 0.0 0.0
55 a 59 años 13.9 13.6 25.9 24.5 0.0 0.0
60 a 64 años 14.2 9.6 23.3 20.5 0.0 0.0
65 y más años 7.0 4.6 14.6 10.8 0.0 0.0
Fuente: elaboración propia con base en el inegi. Estadísticas de mortalidad.
196 maría jesús izquierdo

sa violenta a consecuencia de un homicidio casi doblan la propor­


ción de mujeres en una situación equivalente. Adicionalmente,
el incremento de este tipo de contingencia ha sido muy superior
entre los hombres que entre las mujeres, lo que señala la tenden­
cia a que la distancia aumente entre las unas y los otros. Los hom­
bres se matan sobre todo entre ellos mismos, y eso ocurre cada
vez más.
Vemos que las tendencias se repiten por lo que se refiere a los
delitos con violencia. Los hombres están sobrerrepresentados entre
todas las víctimas, y muy especialmente entre aquellas que han
padecido agresiones físicas. Finalmente, si consideramos los da­
ños producidos por los delitos, hallamos que los hombres se en­
cuentran sobrerrepresentados en todo tipo de daño; destaca el
hecho de que en los daños de carácter físico o laboral las mujeres
únicamente representan 27.5 por ciento de las víctimas, y sólo se
hallan sobrerrepresentadas en el caso de daños emocionales o psi­
cológicos, apartado en el que son 59.8 por ciento de las vícti­mas
(inegi, 2011). Recordemos que en la constitución psíquica de la
mujer es fundamental ser querida, al punto que la medida en que
se quiere a sí misma es el amor que el hombre le tiene.
Finalmente, puesto que de lo que hablamos es de la violen­
cia de género, no podemos omitir el maltrato a menores por par­
te de los miembros de su familia. Particularmente si se producen
mal­tratos en la relación criatura/madre, dado que entendemos
la ma­ternidad como un rasgo central en el género femenino, no
podemos calificar esa situación de otro modo que como violencia
de género. En cuanto al maltrato a menores, podemos suponer
que las estadísticas de denuncias muestran únicamente la pun­
ta del iceberg, ya que quienes en principio podrían y deberían
denun­ciar los hechos, las madres y los padres son, como veremos
a con­tinuación, quienes cometen el delito. Un segundo aspecto
que deseo destacar es el descenso en el número de denuncias, de
26 302 en 1999 a 12 639 en 2004, dato que me resisto a interpre­
tar como un indicador de que se ha reducido el maltrato a meno­res,
posiblemente lo que indica es que se le concede menor atención.
Interesa constatar quiénes son los principales agresores: la madre

Tabla 3
Distribución de los delitos cometidos con violencia, por condición de portación
de arma y condición de agresión física u otro tipo de violencia
según el sexo de la víctima, 2010

Sexo de la víctima
Condición de portación de arma
Hombre Mujer Porcentaje
y condición de violencia
Absolutos Relativos Absolutos Relativos mujeres
Delitos con víctima presente 6 457 169 51.0 6 210 328 49.0 49.0
Con portación de armas 3 184 864 49.3 1 954 040 31.5 38.0
Con agresión física 1 933 374 60.7 1 069 083 54.7 35.6
Sin agresión física 1 249 244 39.2 875 661 44.8 41.2
No especificado (violencia) 2 246 0.1 9 296 0.5 80.5
Sin portación de armas 2 358 703 36.5 3 081 031 49.6 56.6
la gestión emocional de la violencia

Con agresión física 998 152 42.3 968 658 31.4 49.3
Sin agresión física 1 360 551 57.7 2 112 373 68.6 60.8
No especificado (violencia) 0 0.0 0 0.0
197

Fuente: elaboración propia con base en el inegi.


198 maría jesús izquierdo

es la responsable de la agresión en casi la mitad de los casos, lo


que nos conduce a destacar un aspecto de la violencia de géne­
ro que ha estado sistemáticamente desconsiderado, la que se
produce de las mujeres, en el ejercicio de sus funciones de géne­
ro a los dependientes (véase la tabla 4).

Tabla 4
Relación jurídica del agresor con el niño
o la niña maltratada

2004 Absolutos Porcentajes


Madre 05 160 047.9
Padre 02 947 027.4
Ambos 00 515 004.8
Otros 02 140 019.9
Total 10 762 100.0
Fuente: elaboración propia con base en la Cámara de Diputados, Centro de
Estudios Sociales y de Opinión Pública, 2005.

Esa participación de las mujeres en la violencia en el ejercicio


de sus funciones de género, cuidadoras, se silencia sistemática­
mente en la literatura sobre el maltrato de personas dependien­
tes. A título de ejemplo, veamos cómo se aborda la cuestión en
un artículo sobre el maltrato a personas adultas mayores, desde una
perspectiva de género:

Los maltratos hacia personas adultas mayores no es el producto


de una familia patológica, sino de una familia patriarcal en donde
los esposos-hijos-nietos tienen acceso y poder sobre las menos
poderosas y más vulnerables (esposas-madres-abuelas adultas
mayores), quienes son miradas como si fueran de su propiedad
(Whitaker, 1995; Penhale, 1993) (Giraldo, 2010:155-156).

Las reflexiones y los datos precedentes abren un interrogante


que apunta a la raíz de los enfoques predominantes sobre la vio­
lencia de género y la violencia contra las mujeres. El modo más
la gestión emocional de la violencia 199

extendido en que se abordan es poniendo el foco en las agresio­


nes de los hombres a las mujeres, opción legítima y políticamen­
te necesaria, pero que desconsidera el carácter de género de la
violencia. Entiendo que adoptar la perspectiva de género no con­
siste en tomar a las mujeres como objeto y a los hombres como
sujeto de la violencia, sino examinar la violencia que contienen las
relaciones de género, es decir, las relaciones que se establecen en­
tre las personas ahí donde hay un orden de género.
Lo que los datos nos indican es que las agresiones tipo, las ca­
racterísticas de un sistema sexo-género, son las que se producen
entre hombres y entre las cuidadoras y quienes son objeto de sus
cuidados. ¿Cómo cabe considerar la desatención a los datos so­bre
los hombres víctimas de violencia de género, y la sobreatención
a los hombres en su calidad de victimarios? El esquema de apro­
ximación al problema reproduce precisamente lo que se denuncia:
que en un sistema patriarcal las mujeres son el objeto y los hom­
bres el sujeto, y que salir de la lógica patriarcal implica cuestionar
la división sujeto/objeto. Entiendo que los discursos críticos del
patriarcado son efecto del poder patriarcal, y que la crítica del pa­
triarcado tiene un efecto refuerzo de lo que combate, ya que
confirman a la mujer en la cualidad de objeto y al hombre en la de
sujeto.
El hecho de que la mayoría de las feministas tiendan a descon­
siderar lo obvio, que en el corazón de la violencia de género se
encuentra la violencia de los hombres contra los hombres, o que
no consideren que ese tipo de violencia es de género, conlleva re­
forzar el desamparo de las mujeres, ya que se pretende que un
supuesto sujeto, el hombre, es el mal y el remedio. Si nuestro ob­
jetivo es acabar con la concepción hombre/sujeto y mujer/obje­
to, para que florezcan los hombres y las mujeres en su infinita
diversidad, no podemos ignorar que en el corazón de esa fractu­
ra del género humano se halla la violencia de los hombres contra
los hombres.2

Agradezco a Rocío Mejía y Guadalupe Huacuz nuestras conversaciones,


2

que han sido de gran ayuda en la formulación del problema.


200 maría jesús izquierdo

Sobre la agresividad como fundamento


de la vida en común: el sesgo de género

Decía antes que la vida propia no tiene valor por sí misma, como
tampoco lo tiene la de los demás. Freud va todavía más allá afir­
mando que:

[…] el ser humano no es una criatura tierna y necesitada de amor,


que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario,
un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluir­
se una buena proporción de agresividad. Por consiguiente, el
pró­jimo no le representa únicamente un posible colaborador y
ob­jeto sexual, sino también motivo de tentación para satisfacer
en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin re­
tribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento,
para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionar­
le sufrimientos, martirizarlo, matarlo (Freud, [1930], 1974:3046).

Tenemos la capacidad de dar la vida por los demás como de


quitársela. El mandato cristiano orientado a hacer posible la vi­
da en común es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ¿pero
qué pasa si el prójimo es nuestro enemigo? ¡Precisamente porque
lo es le debemos amar! La que se autocalifica religión del amor se
sustenta por consiguiente en el reconocimiento de que el odio
invade nuestras vidas. De lo contrario, ¿qué sentido tendría hacer
del amor un mandato? No hace falta que nos manden hacer lo
que queremos, sino lo que no queremos. Freud, sin embargo,
se­ñala la imposibilidad de cumplir este mandato. Si amo a mis
ene­migos y ellos no cumplen su parte, me quedo inerme ante ellos;
si amo a todos por igual soy injusta o injusto con aquellos que me­
recen mi amor.
De modo que sin negar el poder vinculante del amor, que es
el fundamento de lo social, la tendencia a odiar y agredir requie­
re ser gestionada. El odio, la capacidad de producir sufrimiento,
no desaparece porque no nos guste que exista, se puede orientar,
la gestión emocional de la violencia 201

sin embargo, de manera que en lugar de hacer imposible la vida


en común contribuya a hacer de lo común un territorio protegido.

La vida humana en común sólo se torna posible cuando llega a


reunirse una mayoría más poderosa que cada uno de los individuos
y se mantenga unida frente a éstos. El poderío de tal comunidad
se enfrenta entonces, como “Derecho”, con el poderío del indivi­
duo, que se tacha de “fuerza bruta”. Esta sustitución del poderío
del individuo por el de la comunidad representa el paso decisivo
hacia la cultura. Su carácter esencial reside en que los miembros
de la comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción,
mientras que el individuo aislado no reconocía semejantes restric­
ciones. Así, pues, el primer requisito cultural es el de la justicia, o
sea, la seguridad de que el orden jurídico, una vez establecido,
ya no será violado a favor de un individuo, sin que esto implique un
pro­nunciamiento sobre el valor ético de semejante derecho. El
curso ulterior de la evolución cultural parece tender a que este
derecho deje de expresar la voluntad de un pequeño grupo —cas­
ta, tribu, clase social—, que a su vez se enfrenta, como individuali­
dad violentamente agresiva, con otras masas quizá más numerosas
(Freud, [1930], 1974:3036).

Este modo de gestionar la violencia y no de eliminarla, como


propone el cristianismo, consiste en ponerla al servicio de la vi­
da en común. Ahora bien, tal como Carole Pateman ha puesto de
relieve, no reciben la consideración de individuos todos los
miembros de la especie, sino únicamente la mitad, los hombres.
Y el pacto pacificador consiste en su origen en el establecimien­
to de las reglas de reparto de las mujeres entre los hombres. Ese
pacto se ha roto, tal como lo ponen de manifiesto una parte de
los feminicidios de Ciudad Juárez.
Es más, sólo reciben la consideración de individuos no ya los
hombres, sino también los que forman parte de una cierta co­
lectividad, más o menos fragmentada, excluyendo a las restantes.
La gestión de la violencia consiste en mantener el grupo unido
y destruir los grupos rivales. Interpreto que los actos cotidianos
de violencia que se viven en Ciudad Juárez y en otras zonas del
202 maría jesús izquierdo

territorio mexicano pueden evidenciar el hecho de que el pacto


de convivencia enfrenta fracciones con fracciones, es excluyen­
te. Sólo se le otorga valor universal al precio del sometimiento de
unos grupos a otros. El modo en que se gestiona la violencia es
dirigiéndola a los miembros de la comunidad cuando no son lea­
les al pacto y a los miembros de las comunidades excluidas de la
misma para que pierdan su cohesión interna. Es como si cada
fracción se propusiera constituirse en Estado en un contexto en
que el Estado no tiene respuesta a la gestión de la violencia, porque
no representa los intereses del conjunto, sino de una parte que an­
sía el dominio sobre las demás.
Hacer posible la vida en común implica una gran dosis de re­
nuncia, porque supone subordinar los propios deseos a la unidad
del grupo. Por ello, tiene importancia crítica que sea igualmente
vinculante para todos. Pero no es así, el Estado, como señala
Freud, y ya lo había anticipado Marx en su crítica a la Filosofía
del Estado de Hegel, no se eleva sobre los intereses particulares
para hacer posible la convivencia, sino que se apodera de las fuer­
zas de la colectividad para beneficio particular de algunos:

Los pueblos son representados hasta cierto punto por los Estados
que constituyen, y estos Estados, por los gobiernos que los rigen.
El ciudadano individual comprueba con espanto en esta guerra
algo que ya vislumbró en la paz; comprueba que el Estado ha pro­
hibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, si­no
porque pretendía monopolizarla, como el tabaco o la sal. El Es­
tado combatiente se permite todas las injusticias y todas las vio­
lencias, que deshonrarían al individuo [...] El Estado exige a sus
ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero
los incapacita con un exceso de ocultación de la verdad y censu­
ra de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opinio­
nes, que dejan indefenso el ánimo de los individuos así sometidos
intelectualmente, frente a toda situación desfavorable y todo ru­-
mor desastroso [...] Dos cosas han provocado nuestra decepción
ante la guerra: la escasa moralidad exterior de los Estados, que
interiormente adoptan el continente de guardianes de las normas
morales, y la brutalidad en la conducta de los individuos, de los
la gestión emocional de la violencia 203

que no se había esperado tal cosa como copartícipes de la más


elevada civilización humana (Freud, [1915], 1974:2104).

En resumidas cuentas, o hay democracia —los Estados repre­


sentan a los pueblos, y no intereses particulares, las renuncias son
a favor de la vida colectiva y no de un grupo dominante— o la
violencia es inmanejable. La gente aguanta hasta que se harta de
aguantar, situación extrema que hace imposible cualquier pacto
de convivencia.

Sobre el amor como fundamento


de la vida en común
Tal como lo señala Maturana, el dominio de lo social se refiere
a aquellas interacciones que tienen lugar bajo la emoción de la
aceptación mutua, si nos limitamos a apuntalar la vida en común
en la gestión de la agresividad, nos encontramos en una situación
presocial, en una convivencia, tal como lo plantea Marx en el
fragmento de los Manuscritos con que abría estas páginas, entre
humanos, pero no humana.

Digo que el amor es la emoción que constituye los fenómenos


sociales; que cuando el amor termina, terminan los fenómenos so­
ciales, y que las interacciones y relaciones que tienen lugar entre
los sistemas vivientes bajo otras emociones diferentes del amor
no son interacciones sociales ni relaciones sociales. Cuando hablo
del amor, hablo de un fenómeno biológico, hablo de la emoción
que especifica el dominio de acciones en el cual los sistemas vivien­
tes coordinan sus acciones en una forma que implica aceptación
mutua, y sostengo que tal operación constituye los fenómenos
sociales (Maturana, 1996:111).

La vinculación social no es el resultado de un proceso reflexi­


vo, ni obedece al cálculo. Se está con el otro, se interactúa con el
otro porque se le quiere y se es querido, hay un estado emocional
que impulsa al acogimiento respectivo. Por tanto, el dominio de
lo social es el dominio en que las personas se ven impulsadas ha­
204 maría jesús izquierdo

cia las personas a consecuencia de las emociones de aceptación


que las unas despiertan en las otras. El fin de la relación es el
otro.3 La posibilidad de lo social se enraíza en la posibilidad
del amor entre las mujeres y los hombres, que es el encuentro en
que lo natural y lo social se fusionan. La opresión de las muje­
res por parte de los hombres niega esa posibilidad y por tanto la
de superar la gestión de la violencia para adentrarnos en el do­
minio de lo propiamente social.
Adicionalmente, podemos aceptar que no todo lo que se nos
presenta como social va acompañado del estado emocional co­
rrespondiente. Forma parte de las capacidades humanas aparen­
tar sentimientos que en realidad no se experimentan, pero si se
aparentan los sentimientos correspondientes a un cierto modo
de interacción social lo que se expresa es la disposición a esta­
blecer un cierto modo de acción, o cuando menos a que los otros
la establezcan con nosotros:

[…] evaluamos la presencia de hipocresía y falta de sinceridad cuan­


do sostenemos que algunos de los miembros de un sistema social
que observamos aparentan la aceptación de los otros llevando a
cabo el comportamiento adecuado al sistema social bajo una emo­
ción distinta del amor (Maturana, 1996:113-114).

Pero si la coordinación de nuestras acciones, es decir, la inte­


racción, se produce en un clima de aceptación mutua, por más que
sea fingida, nos puede valer, como le vale a Johnny Guitar.4 Y
nos puede valer porque nunca acabamos de saber lo que senti­
3
No debe inferirse de lo que acabo de decir que la socialidad es un impul­
so “natural” en los seres humanos. La fuerza primaria que nos gobierna es la
búsqueda del placer, y la tendencia a eliminar cualquier obstáculo que se nos
interponga. La capacidad de amar al otro y de recibir el amor del otro no es
una tendencia primaria sino que resulta del proceso de maduración en que
la criatura va adquiriendo un sentido yoico, diferenciado de su entorno, por
ello está en posición de reconocer y amar al otro y de reconocer y aceptar el
amor del otro (Freud, [1930], 1974).
4
El amor pretendido, ¿no es amor? Cómo podemos estar tan seguros de
nuestros sentimientos. En una de las escenas más electrizantes del cine, perte­
neciente a la película de Nicholas Ray Johnny Guitar¸ Johnny le pide a Vien­
la gestión emocional de la violencia 205

mos, lo que queremos, lo que los demás son para nosotros, lo que
pretendemos de ellos. No podemos saber si cuando somos hipó­
critas no estamos siendo, en realidad, sinceros. Y esa dificultad
para situar los propios sentimientos respecto a los demás nace
del hecho de que somos ambivalentes, contradictorios, cruzados
por conflictos, inestables, cambiantes.
El amor, sea fingido o sentido, además de la gestión de la vio­
lencia, es la otra vía de gestión emocional de la vida en común.
Las fuerzas del amor, del reconocimiento y la aceptación recí­
proca son las que nutren la otra dimensión del Estado, la relativa
al cuidado de las personas. Si entendemos que el Estado es el
pacto pacificador que se establece entre intereses opuestos, por
el que renunciamos al uso de la violencia para ponerla al servicio
de la colectividad, estamos presentando una visión sesgada del
Estado (del pacto), porque el amor también requiere pacificación.
Por amor a los míos, siendo los míos mis amigos, los miembros
de mi familia, puedo estar dispuesto o dispuesta a destruir a los
que no pertenecen a ese círculo. Pacificar desde el amor es socia­
lizar el cuidado por los demás, por los miembros de la colectivi­
dad en los que nos podemos reconocer, porque participan de las
mismas vulnerabilidades, necesidades y carencias que nosotros
o nosotras mismas. Pacificar, en este caso, es transferir nuestra
preocupación por nuestro entorno inmediato a aquellos que re­
conocemos como humanos, es transferir el cuidado de las mujeres
a la colectividad. La división sexual del trabajo, las funciones de
género de las mujeres impiden esa pacificación, como las funcio­
nes de género de los hombres impiden la pacificación que toma
como base emocional la agresividad.
na, su antigua amante, que le mienta, tal vez porque sólo si le pide que le
mienta será capaz de decirle la verdad:
Johnny: Miénteme, dime que has estado esperando todos estos años...
Vienna: He estado esperando todos estos años.
Johnny: Dime que te hubieras muerto si no hubiera regresado.
Vienna: Me hubiera muerto si no hubieras regresado.
Johnny: Dime que todavía me quieres como yo te quiero.
Vienna: Todavía te quiero como tú me quieres a mí.
Johnny: Gracias, muchas gracias.
206 maría jesús izquierdo

Los distintos regímenes de relación

Podemos establecer que las emociones son el soporte de los dis­


tintos tipos de interrelaciones. Hemos reservado el amor, al que
si lo preferimos podemos llamar aceptación del otro, para lo
so­cial. El ámbito político, en el que puramente se juegan las rela­
cio­nes de poder y el otro no es sino el rival o el obstáculo para los
propios fines o el aliado, tiene el sentimiento correspondiente,
el deseo de posesión. El odio es el sentimiento que alimenta la
ca­pa­cidad de lucha, que mueve a la aniquilación del contrario.
La en­­vidia impele a la nivelación, a la igualdad, es una interfase
de lo político a lo social: si no lo puedo tener yo, no lo puedes
tener tú… pero… si no lo puedes tener tú, tampoco lo puedo te­
ner yo; donde el otro es un equivalente a mí, y oponerme a él o
destruirlo es como un modo de causarme la propia muerte. Ése
es el sentimiento al que se corresponde la justicia.5 Ahora bien,
los sentimientos son ambivalentes. En cualquier ámbito de la vida
coexisten sentimientos de sentido contrario, el amor y el odio se
entrecruzan, de hecho, son el mismo sentimiento en dos expre­
siones. Lo mismo que impulsa a amar a una persona, es lo que im­
pulsa a odiarla, porque lo que hallamos en ella de amable es, por
su propia existencia, el indicio de nuestras fallas. El amado es
aquel a quien miramos y admiramos, y al propio tiempo el espe­jo
que nos devuelve nuestra imagen invertida en forma de aquello

5
De entre las distintas teorías sobre la base emocional de la justicia, me
acojo al planteamiento de Freud, para quien la justicia es la renuncia a muchas
cosas con el fin de que los demás tampoco las tengan. La envidia es un motor
que, bajo el impacto de su rechazo social, se ve sometido a transformaciones
profundas. Los impulsos prohibidos pueden aflorar a la conciencia converti­
dos en su contrario. La justicia sería la formación reactiva del sentimiento de
envidia que se experimenta hacia los equivalentes, respecto de los cuales no se
soporta que tengan el menor privilegio, y respecto de los superiores cuan­do
su posición no es reconocida como legítima. Las limitaciones que impone la
justicia, de una forma coactiva, compensan por el hecho de saber que también
las sufrirán los demás, el rechazo a las reglas de justicia, inversamente, per­mite
sospechar que el otro, la otra, no constituye una amenaza suficiente como para
que compense la penalidad que supone someterse a la regulación del reparto.
la gestión emocional de la violencia 207

de lo que carecemos. La forma de rehuir el reconocimiento de


nuestra falla, de proteger nuestra imagen para confirmar el valor
que nos atribuimos, es acudir al encuentro de un otro concebido
como nosotros, semejante, que nos devuelva nuestra propia ima­
gen conforme a la imagen que hemos hecho de nosotros, un es­
pe­jo dominado como el de la madrastra de Blancanieves. El amor
al otro ocultaría una negación de la otredad y confirmaría que
so­mos merecedores de ser amados.
Uno de nuestros principales anhelos es alcanzar interrelacio­
nes que se produzcan en régimen de paz. Ahora bien, por más
que la paz se presenta como un bien social, no sólo es un objeti­
vo inalcanzable, tampoco es deseable. La oposición y los conflic­
tos son tan intrínsecos a la vida como la búsqueda de so­luciones
pacíficas. Sin embargo, los conflictos y las luchas, que tan ame­
nazadores parecen, son las fuerzas que mantienen viva la sociedad.
Ni la paz ni la violencia son modos de vida permanentes, la vida
social se adormece hasta resultar inviable cuando no hay dispu­
tas, pero cuando éstas se prolongan, por justificadas que parezcan,
llevan al agotamiento, que es una forma de muerte.
Es utópico un mundo social, presidido por el mutuo respeto
y aceptación, como un mundo que funcione bajo el imperio de la
justicia, o bajo el de la violencia/ley. La vida social se desarrolla en
un clima que es el resultado combinado de la aceptación, la obe­
diencia a la ley y las luchas. Adaptando las aportaciones de Luc
Boltanski a los propósitos de esta ponencia podemos decir que
nuestras relaciones tienen lugar conforme a dos modos: en paz
y en disputa. El modo de paz nos remite a las relaciones solida­
rias, de mutua aceptación; cuando la paz funciona en régimen de
justeza, no hay consideraciones explícitas sobre el reparto de bie­
nes, la equivalencia es tácita y se manifiesta por el uso que las per­
sonas hacen de las cosas; por tanto, no se funciona conforme a
criterios de equivalencia con validez universal, se trata de un ré­
gimen que funciona a escala local. Cuando la paz es en ágape,6

Del griego, amor. Comida que los fieles hacían en común en la Iglesia
6

primitiva.
208 maría jesús izquierdo

los vínculos son los del amor, donde el otro no tiene equiva­lente,
es un fin para nosotros. Las personas quedan situadas en pri­mer
plano, y las cosas se les subordinan. En cuanto a la disputa, pue­
de funcionar de dos modos: en justicia o en violencia. En el pri­
mer caso lo que se persigue es que los objetos cambien de ma­nos,
se discute sobre las reglas del reparto. En el caso de la dispu­ta en
violencia, las personas no son tenidas en cuenta, una fuerza va al
encuentro de otra fuerza, y al otro sólo se le reconoce como fuer­
za opuesta.

Tabla 5

Equivalencia Paz Disputa


Fuera de Amor, ágape. Sólo En violencia. Sólo
equivalencia. se reconocen se reconocen
las personas. las cosas.
En equivalencia: Justeza. Se En justicia.
se asocian manifiesta por Establecimiento
las personas el uso que hacen las de principios de
y las cosas. personas de las cosas. equivalencia.
Fuente: elaboración propia.

El problema en juego es la cuestión de la equivalencia, ya sea


entre personas o entre personas y cosas. Cuando nos movemos
fuera de relaciones de equivalencia en paz, las personas resultan
irremplazables; en disputa, lo que son irremplazables son las co-
sas. La persona en un caso o la cosa en el otro caso son un fin
para nosotros. Interpreto que el régimen de paz fuera de equi­
valencia sería la formulación radical de lo social, amar y ser ama­
do, formar parte de una comunidad cohesionada mediante
vínculos de reconocimiento recíproco. Pero cuando decimos que
se produce un reconocimiento recíproco de las personas, ¿qué es
en realidad lo que estamos reconociendo? ¿El resto indomable,
impredecible que hay en toda subjetividad, a cuyo encuentro
acudimos, resto irreductible que nos enamora? ¿O aquello que
la gestión emocional de la violencia 209

confirma nuestra subjetividad como efecto de los procesos de


sujeción social, lo predecible? Cuando hablamos de lo social, ¿el
encuentro es entre contingencias?, la persona en proceso de cons­
trucción en cada encuentro, ¿o de esencias?, una identidad fija,
previsible.
Entiendo que la paz fuera de equivalencia, el espacio radical
de la socialidad, es acudir al encuentro del otro. Lo que significa
que nos aproximamos sin poder anticiparlo, sin saber al encuen­
tro de quién vamos, y sabiendo que el resultado del encuentro
comportará un acto de reconocimiento incompleto, y ser recono­
cidos incompletamente por el otro. Acudir al encuentro del otro
requiere saber que los sujetos, siendo productos de relaciones an­
teriores, generan relaciones nuevas y por tanto impredecibles,
porque su subjetividad se va construyendo en el proceso de rela­
cionarse. Si al otro lo tomamos en lo que tiene de producto de
las circunstancias, lo que vemos, lo que anticipamos es el en­
cuentro con una mujer, un hombre, un empresario, un inmigrado.
Pero si lo reconocemos como sujeto, en lo que tiene de dueño de
su propia vida, no sabemos lo que se producirá en el encuentro
con el otro, es estar abierto a la incertidumbre, a la sorpresa en con­
fianza. Bajo la presión del miedo, las agresiones a mujeres y entre
hombres, el encuentro con el otro es imposible. Saberse incapaz
de reconocer completamente es el único modo de aproximación
posible para el ser humano, ya que al mismo se le concibe como el
proceso de hacerse en el encuentro con el otro. Si el ser humano
nunca acaba de ser, el encuentro nunca se acaba de producir y
siempre es incierto.
Lo social está llamado a crear la ficción de ese encuentro, o si se
prefiere, la confianza en ese encuentro. A lo que se acude es a su­
­turar la brecha de la incertidumbre, de la carencia, de la falta de
totalidad, para la que construimos un imaginario. A ese ima­
ginario le podemos llamar nación, comunidad de las mujeres, li­
bertad, igualdad, justicia, aniquilación de los privilegios. Pero si
ese imaginario no es cuestionado, los otros, los que no participan
del imaginario que nos hace amar, reconocer y sentirnos reco­
nocidos por los demás, convierte a “los otros” en el otro, la nega­
210 maría jesús izquierdo

ción de la confianza en el ser definitivo, la crisis de confianza en


el ingenuo sentimiento de identidad, de ser iguales a nosotros
mismos. El otro no reconocido, el negado, el excluido, el objeto
de nuestra violencia, es una construcción mediante la cual expre­
samos la resistencia a aceptar que el sujeto jamás es igual a sí
mismo, el otro que perturba, amenaza y cuya desaparición se de­
sea, es la proyección del resto indecible en cada subjetividad.
El régimen de paz no es la alternativa al régimen de disputa,
al ejercicio de la violencia cuyo extremo es la destrucción del otro,
a menos que deseemos hacer de la vida humana un estado vege­
tativo, a menos que pretendamos que hemos alcanzado el fin de
la historia, llamando eternidad a lo que no es sino muerte. Lo
social, el régimen de paz, no existe ni puede existir sin la disputa,
porque el reconocimiento de las cosas —sean ideas, objetos, tie­
rras, religiones, es decir, productos de la acción humana, o se­res
humanos vistos en su calidad de objetos de satisfacción, ignoran­
do que son sujetos deseantes, dotados de sentimientos e intencio­
nes, subjetividades que se oponen a nuestra subjetividad— nos
impulsa hacia ellas para acogerlas, pero acogerlas implica su
anu­lación como objetos independientes. El único modo en que
se puede reconocer al otro es haciéndolo predecible, impidiendo
que siempre sea distinto de sí mismo, y como sujeto que reco­
no­ce, debo a mi vez resistirme a ser distinto de mí, a riesgo de
que no pudiera reconocer al otro, no porque ha cambiado, sino
porque yo ya no soy yo y mi modo de ver las cosas no es el que
era ni el que será.
La política del reconocimiento se sostiene mediante la existen­
cia/producción de un enemigo exterior fijo y requiere la predic­
tibilidad, que las cosas sean lo que se espera y no otra cosa. “La
mujer” y “el hombre” no son sino obras de la ingeniería de la pre­
dicción que sostienen la ficción de una identidad igual a sí mis­ma
susceptible de ser reconocida: la mujer-ama-de-casa-que-an­
tepone-las-necesidades-de-su-familia-a-las-suyas-propias, el
hom­bre-honrado-y-trabajador-dispuesto-a-dar-la-vida-por-los-
suyos. Son construcciones que fortalecen la ficción del recono­
cimiento, para cuyo sostenimiento hay que construir imaginarios
la gestión emocional de la violencia 211

amenazadores, que liberan la agresividad sustraída a lo social, lan­


zándola fuera de sus márgenes.
También las relaciones de equivalencia, el régimen de paz, que
en este caso se trata de una paz en justeza que establece la rela­
ción de las personas con las cosas, se manifiesta por el uso que
las personas hacen de las cosas, tiene por tanto un carácter con­
textual y práctico, e implica una aceptación tácita de las reglas del
reparto. Las relaciones mujer/hombre no tienen lugar bajo re­la­
ciones de equivalencia, por lo que se hace imposible el encuen­tro
de las unas con los otros. La paz en justeza es la que se deriva de
la confianza en que serás cuidado, en que serás tratado como una
persona, no como un obstáculo a la consecución de los propios
deseos o un objeto de posesión, que es la consideración pre­do­
minante que reciben las mujeres en la actualidad. Pero a la con­
fianza le ocurre algo similar que al reconocimiento. Del mismo
modo que el reconocimiento es tan necesario como imposible,
la confianza ha de ser ciega o no lo es, y al mismo tiempo no se
pue­de aunque se quiera, tener confianza ciega, de ahí la enor­
me ten­sión subyacente a lo social. De ahí que la paz en justeza
se vea continuamente contestada por la disputa en justicia, la
exigen­cia de que se definan los criterios del reparto que no remi­
tan a las personas o a la relación de las personas con las cosas,
sino a las co­sas mismas, respecto de las cuales el otro aparece
como un obs­tá­cu­lo y por eso mismo ambos se enfrenten a la rup­
tura, al recíproco deseo de aniquilación.
Paradójicamente, si seguimos los debates actuales sobre los fun­
damentos de la justicia, la brecha entre paz y disputa en cuan­to
a la relación de las personas con las cosas, o el reparto, alinea de
un lado a los comunitaristas, para quienes no es aceptable el esta­
blecimiento de normas universales, y algunas feministas que po­
­nen en el centro de las cuestiones relativas a la justicia a la persona
y su contexto;7 con los liberales, quienes prescinden del contex­
to y confían en la capacidad de la razón para resolver los proble­
mas del reparto. De un lado la confianza se apoya en la cultura

7
Carol Gilligan (1982) es el ejemplo más destacado de esta posición.
212 maría jesús izquierdo

compartida8 o el papel de las emociones,9 del otro lado en la


razón.10 Adicionalmente, hay corrientes que defienden la idea de
que los criterios de justicia tienen sesgo de género, afirmando
que la atención a la persona y el contexto es una forma de abor­
dar los problemas del reparto propia de las mujeres, mientras que
el acento en normas universales sobre el reparto prescindiendo
del contexto en que se aplican y las personas que se verán afec­
tadas por las mismas es un modo de abordar la justicia que pre­
valece en los hombres.11

La vida en común: de la estética de la diferencia


a la ética de la similitud en el sufrir

El reconocimiento de la diversidad de posiciones en torno a las


concepciones del bien hace muy difícil organizar la coexistencia.
Erradicar la diversidad de concepciones, por más que no todas
nos parezcan igualmente válidas, implicaría un uso de la coerción
por parte del Estado.
Tal como lo plantea Chantal Mouffe (1999), el liberalismo
niega lo político y traslada la discusión sobre la validez de las dis­
tintas concepciones del bien a la esfera privada, para asegurar un
consenso en lo público bajo régimen de mínimos. El supuesto
mínimo es que somos agentes sociales racionales. Por tanto, es­
tamos dispuestos a someter nuestras demandas a procedimientos

8
Un ejemplo muy destacado es Sandel.
9
Moller Okin otorga una importancia primordial a la empatía, como
también ocurre con Aurelio Arteta por citar un ejemplo más próximo a no­
sotros.
10
El ejemplo más destacado es Rawls.
11
El debate ha generado ríos de tinta, una parte considerable de los cuales
procede del trabajo de Carol Gilligan, el cual ha sido contestado y confirma­
do mediante evidencias empíricas. Hay estudios que confirman una disposición
distinta en las mujeres que en los hombres respecto de la justicia, mientras que
otros estudios señalan una coincidencia entre la posición de las mujeres y la
de los grupos oprimidos, como los trabajadores o los negros, de donde se se­
guiría que la concepción de la justicia que pone el acento en las personas y en
la gestión emocional de la violencia 213

imparciales de evaluación, diseñados conforme a lo que dicta la


razón. Como si a “la razón” no le latiera un corazón en el pecho.
Pero ese abordaje implica ignorar la voluntad de poder y el
antagonismo, así como también niega que las pasiones tengan
un papel en las interacciones. Adicionalmente, en la política hay
gru­pos y entidades colectivas, no individuos aislados. Por eso
Mou­ffe considera que el liberalismo político trata de establecer la
unidad negando que se impone en un campo atravesado por múl­
tiples antagonismo. Ése es también el planteamiento de Young
(1996), la cual cuestiona la oportunidad de concebir la democra­
cia como un régimen político en el que los sujetos sean individuos,
y señala la necesidad de concebir la participación política como
participación de grupos, por ejemplo, las mujeres, los inmigran­
tes, los homosexuales y los trabajadores asalariados.
Mouffe contrapone a los liberales, que privilegian los valores
de la libertad y de los derechos individuales, de los demócratas, que
insisten en la igualdad y en la participación. Hay que promover
la lealtad a las instituciones democráticas, pero no debe hacerse
apoyándose en que son racionales, sino mediante identificación
con ellas, por tanto, la adhesión no es racional, sino afectiva.
En lugar de protegernos del componente de violencia y hos­
tilidad inherente a las relaciones sociales, la tarea es explorar la
manera de crear las condiciones bajo las cuales esas fuerzas agre­
sivas pueden ser desactivadas y desviadas para hacer posible un
orden democrático pluralista (Mouffe, 1999:207).
Entiendo que la posibilidad de la democracia es la posibilidad
de poner en juego sentimientos que sostengan y alimenten una
cierta forma de entender la vida en común, defendiéndola contra
otras formas que se nos oponen no sólo en términos de enemigos
o amenazas exteriores, sino también en forma de demonios inter­
nos que nos impulsan, contradictorios e incoherentes como so­mos,

los contextos no es específicamente femenina, sino más bien propia de las per­
­sonas que se hallan colocadas en posiciones de subordinación, mientras que
las concepciones universalistas de la justicia prevalecen entre las personas de
niveles socioeconómicos altos, los adultos, los hombres o quienes gozan de un
elevado nivel educativo.
214 maría jesús izquierdo

a traicionar nuestros propios ideales.12 Por ejemplo, la lucha con­


tra el sexismo puede concebirse estrictamente como una lucha
contra el otro sexo, o cuando menos contra la posición social de
que disfruta, los privilegios de que goza, los recursos a los que
ac­cede, y la capacidad que tiene de que sus intereses prevalez­
can cuando se discuten las reglas de juego que contiene la vida en
común.
Pero si consideramos, como propongo, que tanto el hombre
como la mujer son efectos del sexismo y no sus causas, combatir
a los hombres no es combatir el sexismo, como combatir la fiebre
no es combatir la infección. Una lucha radical, a vida o muerte
contra el sexismo, una lucha sin tregua comporta atentar contra
nuestra propia identidad. Producida en condiciones sexistas, se
halla sujeta a los modos de hacer, a las formas de interrelacionar­
se que definen al sexismo y que dan como resultado la supremacía
de un grupo de seres humanos, los sujetados a patrones mascu­
linos, respecto del otro grupo, los sujetados a patrones femeninos.
El sexismo habita en el núcleo mismo de cada subjetividad, de
donde las expresiones subjetivas, las que son vividas como pro­
pias de cada persona, son en la misma medida impropias. Al ser
producto del sexismo, cada afirmación de subjetividad es la renun­
cia a ser sujeto, agente constructor de la propia vida. Los de­seos
de una “mujer”, las emociones que en ella se desencadenan en
sus interacciones, son motores que la impulsan hacia su confirma­
ción, haciendo de cada acontecimiento de su vida la actualización
de su entrega, de su renuncia a desarrollar un pensamiento pro­
pio, un plan de vida propio.
Combatir el sexismo, adoptar una postura radical en esta lucha,
significa ir a la raíz del problema, y en la raíz no están los hom­
bres, sino las condiciones externas e internas que impiden a una
mujer salir de la lógica de la división sexual del trabajo material
y emocional. Las fuerzas internas la llevan sistemáticamente a
ponerse en segundo plano en las competencias laborales o polí­

12
Hay que recordar la inestabilidad, contradicciones y conflictos que ca­
racterizan a la subjetividad.
la gestión emocional de la violencia 215

ticas, a tomar como expresión más alta del amor la maternidad,


sin interrogarse sobre su indiferencia hacia el sufrimiento de ni­-
ños que no son los suyos, o su preferencia por hombres mayores
y en mejor posición social que la suya, o su tendencia a asociar
el fin de su vida con lo propuesto en los cuentos infantiles: “se
casaron, fueron felices y comieron perdices”. Su fantasear unos
brazos rodeándola y no ella misma rodeando con sus brazos a
un otro que no sea el hijo. Su reticencia a dar la cara y arriesgarse
a que se la rompan cuando tiene algo por lo que luchar más allá
de las cuatro paredes de su refugio/prisión.
Combatir el sexismo en su raíz, cuando situamos nuestro com­
promiso en las interacciones sociales, es no tolerar que en las
negociaciones sobre condiciones de trabajo se le dé sistemática
prioridad a los ingresos o se defiendan preferentemente los pues­
tos de trabajo de los hombres cabeza de familia, sino atreverse a
cometer la traición de no renunciar a la equiparación salarial, aun­
que sea una demanda que no beneficie al conjunto y por tanto
sea tachada de irresponsable y egoísta. A defender los aspectos
relativos a la jornada laboral, reduciéndola sistemáticamente de
modo que no se oponga a tener una vida propia y poder atender
a los demás cuando nos necesitan. Significa defender los derechos
de los hijos —no de las madres— en el lugar de trabajo; por
tan­to, defender el derecho de las criaturas, de los enfermos, de
los viejos a ser atendidos. Exigir que los hijos no sólo sean aten­
didos por las madres, sino también por los padres, y por tanto
crear unas condiciones de organización de la producción que in­
cluyan la producción de la propia vida humana, en las actividades
que tienen que ver con su cuidado inmediato.
La entrada de lo social en la política implica que la aceptación
del otro como semejante impida la recíproca destrucción. Im­plica
tratar al otro y a nosotros mismos como fines, y no seres some­
tidos a intereses instrumentales. Cuando aprendemos a convivir
con el otro, a tomarlo como fin, se suspende el prejuicio, la anti­
cipación, el re-conocimiento, se está abierto a conocer y a cam­
biar, a aceptar que lo coherente en el ser humano es ser capaz
de desviarse de sus propios fines por el impacto de la presencia del
216 maría jesús izquierdo

otro. En el régimen de las relaciones políticas el otro es partida­


rio, aliado, obstáculo o enemigo. En el régimen de las relaciones
laborales, el otro es medio para nuestros propios fines. En el ré­
gimen social, el otro es un fin para nosotros, aquel de quien apren­
demos cualidades, quien nos ayuda a ser, lo humano deviene
imposible cuando se suspende la interacción con los semejantes.
Socializar el cuidado, o lo que es lo mismo, organizar la vida en
común bajo el régimen de paz social, implica la desaparición de la
división sexual del trabajo.
Nos resta diseñar una cobertura para lo social en la que que­
pan estas propuestas. Propongo como vía de aproximación a lo
social el reconocimiento del sufrimiento en cualquiera de sus for­
mas, y muy especialmente el reconocimiento del sufrimiento que
genera la humillación. Frente a la estética de la diferencia entre
los sexos, defiendo una ética de la similitud en el sufrimiento, cu-
yo imperativo moral, expresado en la forma más extrema, es la
apertura a conectar y reconocer el propio sufrimiento en el otro
cuando nos hace sufrir, incluso cuando nos mata. ¿Qué invasión
produce la lógica del orden patriarcal en la subjetividad de un
hombre para que mate a quien ama y luego se quite la vida? ¿Qué
invasión de la subjetividad produce el orden patriarcal en un
hombre que viola o maltrata? ¿Qué invasión de la subjetividad
se produce en una mujer que se acuesta con aquel de cuyo dinero
depende, o con quien la desprecia y la somete a maltratos físicos
y psíquicos? Estar dispuestas a acabar con el sexismo en su pro­
pia raíz implica dialogar. Y para dialogar es preciso escuchar los
relatos del sexismo en los términos en que son vividos por cada
uno. Es destapando el pozo de sufrimiento13 de la desigualdad,
explotación y sumisión de las mujeres, un pozo del que ya estamos
empezando a extraer los relatos de las mujeres y del que todavía
nos resistimos a escuchar los relatos de los hombres, como la po­
lítica se impregna de lo social. Detrás de cada posición en el poder,
de cada posición de clase, de género, de edad... hay un relato de

13
Tomo de Rorty la idea de atender al sufrimiento como base para la
fundación de solidaridad.
la gestión emocional de la violencia 217

sufrimiento que espera ser oído, condición de posibilidad de de­


finir la política como participación. El primer paso de la política
como participación es participar del sufrimiento, escucharlo,
saberlo reconocer en cualquiera de las formas en que se presen­
te, y el segundo es asumir nuestra precariedad, el hecho de que
nuestra existencia, no sólo psíquica sino física, es imposible sin
el otro.

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¡Ni una más!
¿Traiciona al feminismo
la lucha contra el feminicidio?

José Manuel Valenzuela

Les hice ver que ellas no viven en el mundo que


es el nuestro. Les hice ver que en Bolivia no se respetan
los derechos humanos… Pero a las mujeres
como nosotras, amas de casa, que nos organizamos
para alzar a nuestros pueblos, nos apalean,
nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían.
No veían el sufrimiento de mi pueblo…
Domitila Barrios (1975)1

Barriendo para casa: feminismo y feminicidio

En octubre de 2011 se realizó el congreso Vida y Resistencia en


la Frontera Norte. Ciudad Juárez en el Entramado Mundial.
Entre los ejes reflexivos de este evento se ubicaba el análisis de dos
décadas de feminicidio sistemático en esta ciudad fronteriza.2
En esta reunión, la doctora María de Jesús Izquierdo, académica
y feminista europea, aseveró que la lucha contra el feminicidio en
Ciudad Juárez traicionaba al feminismo y construyó el argumento
con base en datos estadísticos sobre muertes violentas en Méxi­

1
Fragmento del discurso de Domitila Barrios, feminista y militante de las
luchas mineras bolivianas, en el Tribunal del Año Internacional de la Mujer
(1975), celebrado en México y auspiciado por la onu.
2
Congreso organizado el 25 de octubre de 2011 en Ciudad Juárez por El
Colegio de la Frontera Norte (El Colef ).

[221]
222 josé manuel valenzuela

co, donde se muestra que durante los últimos años se han asesi­
nado más hombres que mujeres y que es mayor la probabilidad
de que ellos mueran por violencia. A partir de esta información,
cuestionó que quienes trabajan o luchan contra el feminicidio se
concentren en las mujeres, pues se estaría traicionando al femi­
nismo. A manera de refrendo, añadió contundente: y creo que lo
estamos traicionando. La lógica del razonamiento que sustenta la
traición deriva del supuesto objetivo sectorial de quienes comba­
ten al feminicidio y de una imputada falta de interés en asuntos
más amplios de la vida social.3
Reconociendo que estudiar la situación de las mujeres ofrece
claves para entender la situación de la sociedad, la doctora Iz­
quierdo afirmó que cuando se enfatiza la lucha contra el femi­
nicidio se barre para casa, lo que implicaría preocuparse sólo por
la situación de las mujeres e implicaría una grave falta de interés
por la situación de la sociedad. A partir de este juicio, sentencia
que en la brega contra el feminicidio existe una enorme traición
al feminismo y un empobrecimiento a sus ambiciones, que son pre­
tensiones universales, posiciones con ansia de universalidad y afán
de dar cuenta de la sociedad y no de las mujeres (aunque las in­
cluye).
Considero necesario destacar que, de acuerdo con los datos
proporcionados por la doctora Izquierdo, en México, en Amé­
rica Latina y en gran parte del mundo, la violencia cobra más

3
Considerando las tasas de homicidios de hombres y de mujeres en Mé­
xico, la doctora Izquierdo afirmó que las grandes diferencias en las tasas de
homicidios y muerte violenta entre hombres y mujeres no deben silenciarse y
que ofende a su inteligencia que ante datos tan abrumadores e indiscutibles se
resalten los feminicidios, lo cual implica ocultar evidencias. Dicho lo ante­
rior, planteó su proclividad hacia un feminismo de voluntad universalista que
debe explicar “por qué los hombres, sobre todo, se matan a sí mismos”. Fi­
nalmen­te, destacó que la expresión por excelencia del patriarcado es la muer­
te de hom­bres por hombres y no de mujeres por hombres. Parte central de este
argumento es que la muerte de la mujer es instrumental al asesino o a quien
ordena el asesinato, por lo tanto, el hombre no mata a la mujer por ser mujer,
sino porque la ama, argumento que pretende cuestionar la interpretación de
que el feminicidio corresponde al asesinato sistemático de mujeres por parte
de hombres por el hecho de ser mujeres.
¡ni una más! 223

vidas de hombres que de mujeres y esto ha sido así por mucho


tiempo, lo cual no invalida la preocupación por el asesinato de
mujeres, pues entonces justificaríamos su condición residual,
periférica, invisible. Las mujeres conforman la mitad de la pobla­
ción del planeta y su situación expresa la calidad del actual pro­
yecto social y civilizatorio, por lo tanto, el feminicidio no sólo
ofrece claves para entender la situación de la sociedad, sino que es
su expresión desmaquillada.
Si bien estoy de acuerdo en la necesidad de conjuntar esfuer­
zos para que los movimientos no queden reducidos a dimen­siones
localistas o insulares, difiero de la interpretación de la lucha anti­
feminicida como traición al feminismo, entendiendo la traición
como la falta o acción alevosa que se comete mediante la ruptura
o quebranto a la fidelidad, confianza o lealtad que debería mos­
trarse. En este texto me concentraré en el argumento que define
al antifeminicidio en México como traición al feminismo, pues
considero que este planteamiento implica un cuestionamiento a
la batalla de muchas mujeres (y hombres) que por varios años han
luchado para detener el asesinato sistemático de mujeres en Ciu­
dad Juárez, en el país y en otras partes del mundo. Muchas de ellas
han sido asesinadas en el intento de buscar cauces de justicia
frente a la impunidad que cobija a los feminicidas. Mujeres como
Josefina Reyes y su familia, Susana Chávez, Marisela Escobedo
y varias personas más, asesinadas, heridas (como Norma Andra­
de) o desterradas del país, exiliadas tras sufrir la amenaza directa
que establece un límite perentorio a sus vidas. Pensando en ellas,
me pareció necesario reflexionar sobre los alcances del postulado
que establece que la lucha contra el asesinato de mujeres en Mé­
xico conforma una traición al feminismo.
El feminicidio implica a miles de mujeres asesinadas en nues­
tro país tan sólo por vivir en cuerpo de mujer, por ello, al escuchar
el planteamiento de la traición, me surgió inevitable la pregunta:
¿a qué feminismo se traiciona cuando se lucha contra el femi­
nicidio? ¿Quién tiene autoridad y poder para definir la agenda
feminista? ¿Existe un feminismo universal por fuera de las luchas
específicas (sectoriales) de las mujeres (y de los hombres) en el
224 josé manuel valenzuela

mundo? ¿Quién define el lugar de enunciación, el poder de inter­


pretación y la acción feminista y quién otorga el poder para ha­
cerlo?
Coincido en la necesidad de ubicar el tema del feminicidio en
marcos interpretativos amplios que implican la construcción
sociocultural de hombres y mujeres, así como sus diversas identi­
dades sexuales, pero asumo que también debemos considerar
elementos estructurados y estructurantes de la desigualdad social,
los marcos hegemónicos de significación de las diferencias y las
praxis transformadoras de los modelos de dominación.
El feminicidio se inscribe en un orden patriarcal y refiere a la
condición límite de poder y misoginia. Efectivamente, el femi­
nicidio ha estado presente a lo largo de la historia organizada
des­de el orden patriarcal y su expresión más descarnada se ob­
serva en guerras o en condiciones donde los hombres tienen po­der
para disponer de la vida de otros hombres y mujeres de los gru­
pos sub­alternos, historia reconocible en regímenes esclavistas y
en mu­chos conflictos bélicos actuales donde las mujeres se con­vier­
ten en botín de guerra, pero también en sociedades que producen
am­plios sectores excluidos, desechables, sacrificables.
El feminicidio en México fue adquiriendo nombre y visibi­­
lidad en Ciudad Juárez a partir del registro de cientos de muje­
res que, tras su desaparición, se les encontraba asesinadas en algún
paraje solitario. Los cuerpos de las víctimas presentaban huellas de
abu­so sexual y de tortura, indicios brutales de dolor, sufrimien­
to y cruen­ta agonía. La zozobra generada por la desaparición del
ser querido se solapaba con el encuentro brutal del cuerpo ate­
rido, descompuesto, violado, supliciado y, después, la soledad, la
indolencia gubernamental, el engaño, la certeza de que existe
encubrimiento para los asesinos, las amenazas y en varias ocasio­
nes la muerte de quienes sólo pedían aclarar lo ocurrido a sus hi­jas,
justicia, justicia de verdad, no simulacros, no gesticulaciones, no
retórica manida.4

4
Durante el gobierno de Felipe Calderón se ha asesinado a 63 defensores de
derechos humanos y cuatro están desaparecidos (Martínez, 2011).
¡ni una más! 225

En un primer momento, las jóvenes asesinadas fueron iden­


tificadas como las muertas de Juárez (nombre aséptico que oscu­
recía y cubría el acto homicida). Pero las muertas de Juárez viven
en la memoria de su gente, en sus redes afectivas, en el largo
historial de agravios local y nacional, y fue debido a esa memo­
ria y a esa lucha inquebrantable que la muerte artera de mujeres
devino emblema internacional de pronunciamientos y actos de
solidaridad de diversos grupos sociales, especialmente de colec­
tivos, redes y agrupaciones feministas. Las muertas de Juárez
no están muertas, no hasta que se castigue a los responsables, no
mientras vivan en la memoria de quienes las quieren y extrañan.
Por ello apareció el malestar de los familiares de las víctimas con
esa denominación, pues no son muertas así nada más, son mujeres
asesinadas y existen responsables que deben ser castigados. Al
renombrar estas muertes, cambiaron los acentos. Detrás de tan­
ta mujer asesinada existen responsables que gozan de impunidad
y cobertura oficial. La articulación de experiencias de familiares
de las víctimas con activistas sociales, defensores de derechos hu­
manos, estudiantes y feministas que se involucraron en la lucha
para exigir justicia, abrevó en la propia tradición feminista y lo-
­gró reubicar enfoques y sentidos, transformando la imagen sin
sujeto responsable de las muertas por denominaciones más pre­
cisas como feminicidio, concepto que enfatiza el acto homicida
y la ra­zón patriarcal que le subyace. Este giro más que discursivo
im­plicó identificar la violencia de género que subyace al femini­
cidio y colocarlo como crimen de lesa humanidad. Entonces,
podemos interrogar si el combate para erradicar crímenes que vio­
lan los derechos humanos puede traicionar al feminismo.
Una novela del siglo xix fue la obra germinal que inspiró a
Diana Russell (2006) para recuperar el concepto de femicide, apro­
piado para nombrar al asesinato de una mujer (femicidio), así
co­mo para definir al asesinato sistemático de mujeres debido a
su condición de mujer. Para comprender el feminicidio resulta im­
prescindible ubicarlo dentro de un orden patriarcal que por de­
finición es misógino y sexista. Celia Amorós lo define como un
pacto interclasista metaestable que conforma un patrimonio del
226 josé manuel valenzuela

genérico de los varones en cuanto se autoinstituyen como suje­


tos del contrato social ante las mujeres que son en principio las
pac­tadas (Amorós, 1985). Yo añadiría que el patriarcado es una
re­lación desigual de poder entre hombres y mujeres que se (re)pro­
duce en las estructuras sociales, en los ámbitos institucionales, en
los ámbitos cotidianos y en los entramados culturales. Sin embar­
go, la interpretación del feminicidio, sólo desde el orden patriarcal,
siendo insoslayable, resulta insuficiente, pues no puede en­tenderse
la existencia de dos décadas de feminicidio impune en Ciudad
Juárez y en otros lugares del país obviando la corrupción e im­
punidad como elementos naturalizados en el funcionamiento de
las instituciones del Estado, por ello la comprensión del femini­
cidio requiere incorporar el estudio del Estado adulterado y sus
redes de relaciones con el llamado crimen organizado.
El análisis del feminicidio se fortaleció en la frontera en el mar­
co devastador del capitalismo neoliberal, generador de precariza­
ción y pobreza para las grandes mayorías y riqueza desmesurada
para el uno por ciento del planeta. Un modelo que también ge­nera
grandes niveles de desempleo, expulsión, exclusión y destrucción
de los programas de asistencia y cobertura social, disminución de
las organizaciones y contratos colectivos de las y los trabajadores,
precarización urbana, afectación al medio ambiente, guerras ge­
­nocidas. Los efectos del modelo capitalista dominante en la región
fronteriza del norte de México han afectado de manera especial
a las mujeres pobres, por ello resulta necesario ubicar el asesinato
sistemático de mujeres dentro de este contexto socio­económi­co
(Valenzuela, 1989 y 2012).
En Ciudad Juárez existen procesos de desplazamiento y des­
arraigo que conllevan fragilidad y deterioro del tejido social que
devienen condición de posibilidad para la existencia de las desapa­
recidas (Amorós, 2007). Esta expropiación de referentes próxi­
mos y la disminución de sus derechos las acerca a la servidumbre
y las convierte en mujeres invisibles, sustituibles, indiscernibles,
genéricas, condición que permite que desaparezcan o sean ase­
sinadas frente a la indiferencia institucional. Son mujeres coloca­
das en categorías residuales, excedentes, indeseables o superfluas
¡ni una más! 227

(Bauman, 2005), vidas precarias (Butler, 2010), proscritas, pres­


cindibles (Castells, 2000), sacrificables, suprimibles, a quienes se
puede asesinar sin cometer homicidio (Agamben, 2006).
Han pasado dos décadas de feminicidio impune en Ciudad
Juárez, asesinatos que se solapan con el juvenicidio y la muerte
artera que avanza en el país y que deja un saldo mayor a 60 mil
asesinados durante el actual gobierno, la mayoría de ellos hombres
y jóvenes. A pesar de que estas muertes emergen de un mismo
entramado de adulteración estatal, deficiencia de las instancias
que deberían garantizar seguridad y justicia para la población,
corrupción e impunidad, el feminicidio tiene una condición dis­
tintiva a las otras muertes y es que se realiza contra personas por el
solo hecho de ser mujeres, condición ampliamente documentada
en los trabajos de Julia Monárrez (2009, 2010a y 2010b), Diana
Russell (2006), Marcela Lagarde (2008), Rita Segato (2004 y
2010), Rosa-Linda Fregoso y Cynthia Bejarano (2010), Clara
Eu­genia Ro­jas (2007), Diana Washington (2005) y Socorro Ta­
buenca (2003). El video documental también ha tenido un papel
importante como registro crítico del feminicidio. Entre estos tex­
tos visuales destacan: Señorita extraviada, de la videasta chicana
Lourdes Por­tillo (2001); La batalla de las cruces, de Rafael Boni­
lla y Patricia Ravelo (2006); Bajo Juárez. La ciudad devorando a
sus hijas, de José Antonio Cordero y Alejandra Sánchez (2006) y
La carta (Sa­grario, nunca has muerto), de Bonilla y Ravelo (2010).
Sabemos que la mayoría de las agresiones en contra de las mu­
jeres se realizan en los ámbitos cotidianos y por parte de una
persona cercana a la mujer, según la Organización Mundial de la
Salud, 70 por ciento de las mujeres asesinadas son víctimas de sus
parejas o ex parejas (García, 2011).5 En el caso del feminicidio,
una parte importante de los homicidas no tenía relación afec­tiva
con las mujeres asesinadas (en muchos casos ellos no las conocían,
o tal vez las habían visto en fotografía), por lo tanto, no puede

La oit informa que la trata afecta a 2 500 000 personas, especialmente


5

mujeres y niñas. Más de la mitad (56 por ciento) es con fines sexuales y casi
en su totalidad (98 por ciento) explota a mujeres y niñas (García, 2011).
228 josé manuel valenzuela

generalizarse el argumento de que las matan por amor.6 Tam­poco


puede plantearse como eje argumentativo que se posee al objeto
de deseo de otro, pues muchas de ellas tampoco mantenían re­
laciones amorosas con ese otro colocado en la misma red comu­
ni­cativa del asesino. La información disponible permite identificar
causas diversas que posibilitan el feminicidio, pero se sobrepo­
ne un elemento de poder que permite comprar autoridades para
des­viar las investigaciones, borrar evidencias, comprar silencios,
ga­rantizar impunidad. Hace muchos años que el feminismo
cues­tiona la reducción de los asesinatos de mujeres a la condición
pa­sional, emocional, el amor o el deseo. Sabemos que en ellos exis­
ten múltiples causas, actores y niveles de cercanía o lejanía entre
víctima y victimario, por lo cual resulta equivocado interpretar
al feminicidio desde la centralidad del amor, el deseo o los celos. El
feminicidio expresa relaciones de poder, y su manifestación en
el nivel que posee en México y en otros países ocurre cuando fallan
las instituciones que deberían garantizar el derecho a la vida, más
aún cuando muchas de ellas se vuelven cómplices de los asesinos.7

¿Amores que matan?


El tema del feminicidio incluye un fuerte componente misógino,
pero también de clase y poder, pues no es un grupo de malandros
que andan por la calle asesinando a cientos de mujeres (aun cuan­do
existan este tipo de casos), la condición continuada y sistemá­tica
del feminicidio implica complicidades y mucho poder: compo­
nentes que permiten la impunidad de los feminicidas.

6
El acucioso trabajo de investigación de Julia Monárrez muestra que de
un registro de 1 271 mujeres asesinadas, sólo en 233 (18.33 por ciento), los
homicidas conocían a las víctimas, en 69 (5.43 por ciento) eran desconoci­
dos y en 969 (76.24) se carece de información (Monárrez, 1998).
7
Por lo tanto, el eje de la lucha contra el feminicidio rebasa la tríada ase­
sino-objeto de deseo-sujeto deseante, condición que implica reducir las
identidades sexuales a la condición binaria y por fuera del marco de relaciones
sociales. Las mujeres también desean, pero sus objetos de deseo no aparecen
violados y asesinados por ellas (no debemos obviar que existe un alto subregis­
tro de violencia y muerte homofóbica).
¡ni una más! 229

Si en muchos de los casos los asesinos (o el hombre a quien


supuestamente se le mata su objeto amoroso) no conocen a las víc­
timas, entonces no puede argumentarse que las matan por amor,
a menos que este razonamiento sea llevado al campo genérico y
se establezca que el hombre ama a todas las mujeres y por ello las
asesina. Sin embargo, la evidencia indica que los asesinos poseen
formas sectoriales de acción, pues no se mata indiscriminadamente
a todas las mujeres, sino que se asesina principalmente a mujeres
pobres y precarizadas.
El amor y el deseo existen en todas las sociedades,8 pero no
deriva en asesinato sistemático de mujeres. Sin embargo, la bru­
talidad y asesinato de mujeres por motivos de género se presenta
en conflictos étnicos (Bosnia-Herzegovina y Ruanda), la violen­
cia como arma de terror utilizada por alemanes nazis contra ju­días
y soviéticas o las violaciones de mujeres vietnamitas por solda­
dos estadounidenses, la violación y tortura contra mujeres por las
fuerzas de seguridad en El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Hon­
duras, Perú, Haití y otros países latinoamericanos o los asesina­
tos y tortura durante las dictaduras de Chile, Argentina, Uruguay
y Paraguay. A los crímenes de lesa humanidad cometidos por las
dictaduras y gobiernos de la derecha latinoamericana se añaden
los casos de feminicidio en México (más de seis mil entre 1999 y
2005), Guatemala (más de 35 mil desde 2010), República Do­
minicana y otros lugares donde permanece subregistrado (Fre­
goso y Bejarano, 2010), lo cual obliga a profundizar la mirada y
escudriñar el orden social que permite que esto ocurra de forma
impune. Si en todas las sociedades existe orden patriarcal, amor
y deseo, ¿por qué no se presenta el feminicidio con la misma
in­tensidad en todas las sociedades? Por supuesto que en todas
existe el asesinato de mujeres justificado con argumentos vincu­
lados al amor, el odio, los celos, el asesinato del objeto de deseo
propio o ajeno, sin embargo no ocurren de manera masiva y sis­
temática, por ello la explicación desborda los límites de la inter­
pretación de las emociones individuales y requiere colocarse en

8
Por lo menos desde la consolidación del amor romántico en el siglo xviii.
230 josé manuel valenzuela

los ámbitos de mediación entre lo individual y lo colectivo, don­


de el orden social y sus relaciones de poder adquieren insoslaya­
ble relevancia.
Resulta disuasivo colocar a la pasión en el centro explicativo
del asesinato de mujeres, pues enfatizar el deseo, los celos y el amor
como ejes heurísticos oculta la dimensión de poderes de género
asimétricos institucionalizados; poderes patriarcales social y cul­
turalmente reproducidos y justificados mediante formas vulgares
o sofisticadas de machismo o a través de eufemismos vergon­
zan­tes entre los cuales se encuentran posiciones que naturalizan
la opresión de género o la de quienes ubican esas agresiones en el
campo sentimental, posición que, en su dimensión extrema,
parecen justificar la violencia y el feminicidio en la medida en que
las mujeres son sólo medios instrumentales de una cruenta ba­
talla entre hombres o que les pegan y las matan por amor.
Muchas mujeres juarenses son levantadas a plena luz del día o
en el trayecto casa-trabajo-casa, por lo tanto, resulta difícil sos­te­
ner el argumento de la posesión del objeto de deseo de otro que
también la desea, lo cual implicaría que los asesinos se ubican en
el ámbito íntimo o por lo menos cercano a las víctimas. Se puede
argumentar que a las mujeres ricas no las matan porque cuentan
con mayores recursos de protección (no utilizan camiones, no ca­
minan solas por las calles, tienen auto propio, poseen guardaespal­
das…). Este argumento sólo fortalece la necesidad de incorporar
la dimensión analítica de clase y poder como elementos impres­
cindibles en el análisis del feminicidio.
Es importante considerar los atributos precarizados de las
mujeres asesinadas. No son sólo mujeres, también son trabajado­
ras, niñas o jóvenes en su mayoría. Julia Monárrez documenta
esta situación cuando registra que de los más de 415 asesinatos
que se cometieron en Ciudad Juárez entre 1993 y 2004, cerca de
la mitad de las víctimas tenían entre 16 y 20 años, una quinta
parte se encontraba entre 11 y 15 años, y el resto son menores de
cinco y mayores de 60 años (Monárrez, 2010b:365). También
destaca que en los primeros tres años del Operativo Chihuahua,
en el cual participaron las fuerzas armadas y las policías estatal y
¡ni una más! 231

federal, se asesinaron 692 niñas, adolescentes y mujeres adultas,


en tanto que el feminicidio ha segado 1 192 vidas (no relaciona­
das con el crimen organizado) (La Jornada, 2011). Un estudio re­
ciente realizado por la Organización de las Naciones Unidas, el
Instituto Nacional de las Mujeres, la Cámara de Diputados y
El Colegio de México informa de 34 176 asesinatos de mu­jeres
en México entre 1985 y 2009, siendo 2009 el año que regis­tra
mayor cantidad de asesinatos (onu et al., 2011). En este mismo
sentido se ubica el informe entregado a la cndh por la Comisión
Internacional pro Acceso a la Justicia de las Mu­jeres en Meso­
américa, donde se señala que entre enero de 2009 y julio de 2010
se registran 1 728 asesinatos de mujeres en 18 es­tados mexicanos
(rnodh, 2011:24), casi todos impunes.
Diversos funcionarios del gobierno mexicano han tratado de
minimizar la lucha contra el feminicidio argumentando que no
son tantas las mujeres asesinadas o que esos asesinatos no son tan
significativos pues son más los hombres asesinados, argumento
evasivo que lleva a la conclusión de que nunca ha sido relevante
asesinar mujeres en México pues siempre ha sido más alto el nú­
mero de hombres que sufren muertes violentas. Vicente Fox, ex
presidente de México (2000-2006), decía enfadado y cínico que
no se vale seguir refriteando los mismos trescientos o cuatrocien­
tos casos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Argumentos
similares pronunciaron diversos funcionarios y funcionarias, quie­
nes minimizaban los actos feminicidas relativizándolos en la tasa
total de asesinatos o planteando la existencia de asuntos más gra­
ves, urgentes o importantes. En Crimen pasional, visión encubier­
ta del femicidio se afirma: “Contribuye al feminicidio el silencio
social, la desatención, la idea de que hay problemas más urgentes,
y la vergüenza y el enojo que no conminan a transformar las co­
sas sino a disminuir el hecho y demostrar que no son tantas ‘las
muertas’” (Fundación Mujeres en Igualdad, 2010). Junto al des­
dén por la vida de estas mujeres prevalece un sesgo clasista y ra­
cis­ta. ¿Existiría la misma reacción si estas mujeres fueran de clase
alta, intelectuales, académicas, artistas, empresarias, funcionarias
o feministas europeas o estadounidenses?
232 josé manuel valenzuela

Congruente con sus compromisos, la actriz Jane Fonda acudió


a Ciudad Juárez para apoyar la lucha contra el feminicidio y colo­
có de manera clara el sesgo clasista que minimiza la lucha anti­
feminista, destacando su propia condición de mujer blanca, rica y
famosa para asegurar que si su hija o su nieta fueran secues­tradas
o desaparecidas, las autoridades se empeñarían en en­contrar a
los responsables y luego preguntaba indignada: ¿por qué se igno­
ra a las mujeres que luchan por encontrar a sus familiares o por­
que se castigue a los responsables de su muerte? ¿Por qué se les
trata como si eso no fuera importante?
La lucha contra el feminicidio en Ciudad Juárez y en otras
partes del país no sólo es un asunto de orden académico, sino un
imperativo moral, ético y político. Las mujeres no sólo quieren
entender lo que ocurre, también tratan de impedir que se les mate
y en ese proceso han topado con la corrupción, la impunidad y
la injusticia. Ésta ha sido una experiencia que ha llevado a muchos
y muchas de los involucrados a apoyar diversos movimientos de
derechos humanos, contra la violencia y la represión y por la cons­
trucción de un proyecto social más justo e incluyente.
La gente que participa en el narcomundo conoce los códigos
y sabe las condiciones de riesgo y vulnerabilidad que contiene;
aun­que no se justifica su muerte, muchos de ellos asumen esos
pe­ligros y manifiestan que de cualquier manera están dispuestos a
jugársela, pues son pocas las que se les ofrece para el desarrollo de
sus proyectos de vida (Valenzuela, 2012). Junto a las personas que
participaban en el narcomundo y ahí encontraron la muerte, mu­
chas personas han sido asesinadas por disparos de narcos, policías
o militares. Son personas ino­cen­tes impunemente asesinadas que
quedan como mero registro de daños colaterales, de una guerra ab­
surda e injustificable. Entre estas muertes colaterales se encuentran
las de hombres, mujeres, niños y ancianos. Ellas y ellos son par­
te del tributo a la estulticia, la limpieza social, la criminalización
de la pobreza, el encontrarse en el lugar y el tiempo equivocados.
Sin embargo existe una es­pecificidad en el acto feminicida donde
las mujeres son asesinadas por el hecho de serlo, sin que medie otro
tipo de elementos.
¡ni una más! 233

En la lucha juarense por detener el feminicidio se hizo visible


un fenómeno de fuerte presencia social cuyo entendimiento
requiere inscribirlo dentro del orden patriarcal desde una perspec­
tiva de género que posibilite la conformación de nuevas platafor­
mas heurísticas. La orden patriarcal y la perspectiva de género
son componentes imprescindibles para interpretar el feminici­dio
en México y en otras partes del mundo, a pesar de que reducir­
lo a ellos resulta insuficiente, como ya he señalado.
El feminicidio juarense se despliega a partir de procesos de
pre­carización, vulnerabilidad e indefensión de amplios sectores
subalternizados, así como de una institucionalidad vulnerada por
la corrupción y la impunidad. Como consecuencia de estos ele­
mentos y de una clase política venal e indolente, el feminicidio
se ha prolongado por casi dos décadas. Durante este periodo, la
lucha para detenerlo recorrió un largo camino tocando inútilmen­
te puertas en los tres niveles de gobierno y obteniendo la misma
respuesta evasiva y demagógica. Por ello, la lucha contra el femi­
nicidio salió a las calles, denunció ante instancias internacio­na­
les, documentó la muerte, otorgó sentido global a la consigna
humana, demasiado humana de: ni una más. Mujeres, jóvenes,
familiares de las víctimas y organizaciones sociales juntaron sus
voces para crear una fuerza colectiva que hizo más evidente la
sevicia gubernamental, rompieron la condición sectorial del mo­
vimiento y accedieron a instancias y organismos internacionales.
Pero la muerte no se ha detenido. Decenas de estas luchado­
ras han sido amenazadas, muchas tuvieron que salir del país, otras
han sufrido agresiones o atentados y algunas han pagado con su
propia existencia el haber apostado por la vida frente a la muerte
y el silencio. Los asesinos prefirieron callarlas, no quieren denun­
cias ni que identifiquen abusos y crímenes cometidos por miembros
de las fuerzas armadas y policiales, ni que protesten por el asesi­
nato de sus hijas. Josefina Reyes, Susana Chávez, Marisela Es­co­
bedo son algunas víctimas emblemáticas cuya muerte alimenta
el sueño de quienes no aceptan el impune asesinato de mujeres
y por ello siguen bregando y corriendo riesgos. Después de una
larga y sinuosa lucha, el movimiento de madres, hijas, hermanas
234 josé manuel valenzuela

y hermanos, familiares, amigas y amigos, organizaciones de mu­


jeres, defensores de los derechos humanos, lograron que el femi­
nicidio en Ciudad Juárez adquiriera centralidad en la agenda de
la sociedad civil y se convirtiera en un importante asunto políti­co
que incomoda a los gobernantes. La lucha contra el feminicidio
adquirió innegable relevancia en la lucha feminista y en la con­
ciencia social democrática del país, logrando que la Corte Inte­
ramericana de Derechos Humanos (cidh) condenara al Estado
mexicano por su responsabilidad en la violación de las garantías
básicas de víctimas de feminicidio encontradas en el Campo Al­go­
donero de Ciudad Juárez y lo declaró responsable de violar las
garantías a la vida, la integridad y la libertad personales, acceso
a la justicia y protección judicial, por el registro de 750 asesina­
tos de mujeres en Ciudad Juárez entre 1996 y 2007.

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero


es su aldea ( José Martí)

La lucha en contra del asesinato de mujeres, por el hecho de serlo,


se ha fortalecido dentro de una cruel paradoja, pues también se ha
incrementado el asesinato de mujeres en el país y, entonces, des­
de Europa nos llega la noticia de que la lucha emprendida para
evitar el asesinato de mujeres significa traicionar al feminismo.
Frente a este señalamiento, vuelve a surgir la pregunta: ¿qué femi­
nismo se traiciona?
La historia de los feminismos es diversa. En ella prevalecen
construcciones definidas por quienes han tenido mayor poder de
enunciación. Las perspectivas lineales y desarrollistas de la mo­
dernidad generaban visiones eurocéntricas y autorreferidas que
poco consideraban lo que ocurría en los llamados pueblos sin his­
toria. La historia social ha tenido un fuerte sesgo androcéntrico
y esta perspectiva no fue ajena a las vanguardias de muchos mo­vi­
mientos libertarios. Frente al orden patriarcal decimonónico,
emergieron los movimientos sufragistas de la segunda parte del
siglo xix y la primera mitad del siglo xx.
¡ni una más! 235

Las mujeres emprendieron memorables luchas por sus dere­


chos ciudadanos, incluyendo de manera central el derecho al vo­to.
Sin embargo, así como la democracia de los Estados nacionales
de ese periodo destacaba el bienestar general sin considerar la par­
ticipación de las mujeres, ni de los indios, ni de los pobres, ni de
los esclavos, las perspectivas dominantes en los movimientos
feministas sufragistas europeos y estadounidenses no eran recep­
tivas a las demandas de las mujeres carentes de propiedades, de
las pobres, de las que vivían en países coloniales, de las obreras,
de las campesinas, de las llamadas mujeres de color. Estos elemen­
tos participaron en la definición de los movimientos feministas
germinales. De ninguna manera pretendo disminuir el enorme
valor emancipador y civilizatorio de las luchas sufragistas y de
los primeros feminismos entre los cuales se encontraban mujeres
con diversas posiciones político-ideológicas: socialistas, comu­
nistas, liberales, burguesas, sólo busco ubicar las múltiples condicio­
nes desde las cuales, en muchas partes del mundo, se enarbolaron
las causas de las mujeres para hacer que se comprendiera que su
libertad implica de manera concomitante la libertad de la huma­
nidad en su conjunto, ni más ni menos.
Como ha destacado la feminista marxista Mary Alice Waters
(1989), muchas de las mujeres que participaron en la lucha sufra­
gista manifestaban los prejuicios de las clases dominantes y sus
posiciones antiobreras. A manera de ejemplo, cita el caso inglés
previo a la Primera Guerra Mundial donde la mayor parte del
movimiento sufragista pedía el voto para la mujer en igualdad
de condiciones que las que existían para los hombres, donde se
man­tenían fuertes restricciones vinculadas con la posesión de pro­
piedades, lo cual, en los hechos, excluía a la mayoría de las muje­
res trabajadoras. De manera similar, Waters argumenta que muchas
sufragistas estadounidenses utilizaron prejuicios racistas y anti­
inmigrantes, y justificaban su necesidad de acceder al voto: “para
salvar al Sur de ser controlado por los negros, y el Norte y el Oes­
te de los extranjeros” (Waters, 1989:56).
Junto a los debates sufragistas, cobraron forma expresiones de
feminismo integracionista cuyas demandas se conforman des­
236 josé manuel valenzuela

de posicionamientos construidos con horizontes de equidad so­-


cial sin cuestionar las relaciones de poder patriarcal, tampoco les
preocupaba la desigualdad social y los procesos estructurales que
la (re)producen. También se construyeron posiciones cuyo énfa­
sis se coloca en la lucha de sexos, posición desatenta de las re­la­cio­nes
de explotación y dominación de clase, colonial o étnico-nacional.
Simone de Beauvoir (1990) avanzó en la construcción de una
perspectiva que consideraba la dimensión relacional y singular­
mente situada de la femineidad, negando la condición esencial
de la mujer para ubicarla como un devenir, destacando que su ha­
bitar corporal, en tanto realidad vivida, se encuentra mediado por
la conciencia social, por ello, la mujer no es un cuerpo objeto, sino
conciencia y significación social de un cuerpo vivido, y enfatizó
la constitución histórica de las relaciones de alteridad y la condi­
ción histórica del ser humano.
Como parte de los debates feministas de los años sesenta y se­
tenta, destacan las discusiones entre los feminismos de la igual­dad
y de la diferencia que reconocían que la estructuración socio­cul­
tural de hombres y mujeres se encuentra mediada por relaciones
de poder y por su lógica estructurante. Este debate polarizado,
fre­cuentemente asumió posiciones esencialistas y homogéneas
considerando una supuesta condición femenina definida por su
innata indiferencia al poder.
Los feminismos ampliaron sus campos de acción, convir­
tiéndose en actores centrales de las luchas contra la opresión que
se de­sarrollaron en los años sesenta junto a los movimientos ju­
veni­les y los movimientos revolucionarios. Pero lejos estaba de ser
un movimiento homogéneo, pues las luchas de las mujeres, para
ampliar sus espacios de participación y romper las trabas sexistas
y racistas que reproducen su condición subordinada, crecían en
muchas partes del mundo y no siempre vinculadas a una doxa
le­gitimada desde los países centrales.
Junto a las agendas feministas de los países desarrollados que
involucraban principalmente a mujeres de clases medias y altas,
muchas mujeres de color y de los sectores populares se reconocían
o desconocían de manera diferenciada en esos movimientos. Es­
¡ni una más! 237

taban de acuerdo con sus planteamientos, pero no siempre se sen­


tían incorporadas desde su especificidad, su circunstancia, su
contexto, su devenir, su habitar corporal, su realidad vivida, su cons­
titución histórica, sus ámbitos cotidianos, sus demandas primor­
diales y sus relaciones de alteridad. Las tradiciones feministas
for­madas en las luchas obreras, campesinas y urbano-populares de
las mujeres latinoamericanas abrevaban de referentes distintos
a los del feminismo angloeuropeo, aun cuando existían múlti­
ples vasos comunicantes conformados desde diversas expresiones
de la opresión patriarcal. Muchas mujeres y feministas lucharon
con­tra el orden patriarcal, pero también contra la explotación y
opresión de clase, por ello, mujeres de color levantaron sus voces
señalando las formas diferenciadas de conformación de identi­
dades de género en función de repertorios identitarios definidos
desde adscripciones étnicas y de clase.
Angela Davis, Gloria Anzaldúa y Cherrie Moraga, entre mu­
chas otras, enfatizaron la necesidad de reconocer las muchas
formas de ser hombres, mujeres, homosexuales, identidades que
no se agotan en una identidad femenina o masculina homogénea.
Davis mostraba la historia de las mujeres africanas y afrodescen­
dientes esclavizadas en Estados Unidos y vinculaba la lucha contra
el racismo con la lucha anticapitalista, mientras que Anzal­dúa in­
corporó una visión definida por la presencia de fronteras múl­ti­ples
entre las cuales se destacan las geográficas, naciona­les, étnicas y
de clase, pero también las sexuales y psicológicas.
Las perspectivas posmodernas también cuestionaron las posi­
ciones esencialistas y binarias, enfatizando la existencia de dife­
rentes identidades de género y situando la heterogeneidad frente
a la homogeneidad y la pluralidad de escenarios donde cobra
sen­tido lo femenino, rechazando los universales hegemónicos y
homogéneos, generalmente definidos desde la centralidad de la
visión euro y anglocéntrica de mujeres de los países desarrollados,
blancas, ilustradas y heterosexuales de clase media y alta. Se des­
tacaron identidades de género diversas construidas de manera
articulada con otros repertorios identitarios y otras fronteras cul­
turales, étnicas, de clase y regionales. También se cuestionó la re­
238 josé manuel valenzuela

lación isomórfica entre sexo y género masculino y sexo y género


femenino (Butler, 2001). No buscaban una razón última de la
opresión femenina, sino ubicar perspectivas femeninas diferentes
y considerar la heterogeneidad de las construcciones de los fe­
me­ninos, donde influyen diversos elementos tales como edad,
cla­se, raza, etnicidad y preferencia sexual, pues asumían que las
mujeres no necesariamente comparten un mismo pasado, ni las mis­
mas necesidades en el presente, ni, necesariamente, un proyecto
homogéneo de futuro (Nicholson, 1990; Owens, 1985).
Las mujeres latinoamericanas han participado de manera des­
tacada en las luchas independentistas y revolucionarias que sig­na­
ron su historia. En 1916 se realizó en México el primer congreso
feminista, donde las mujeres exigieron su derecho a votar y a de­ci­
­dir sobre los hijos que debían tener. Las voces largamente silen­
ciadas definieron los senderos de ese otro feminismo que se nutrió
de las experiencias de mujeres campesinas, indígenas y de los sec­
tores populares; mujeres que se levantaron para ya no morir de
hambre o de enfermedades curables o por la violencia de caciques
y paramilitares, como las mujeres zapatistas, que se alzaron por
el derecho a vivir y a ser personas, mostrando una cara nueva del
feminismo contemporáneo (Lovera y Palomo, 1997). Indígenas
que denunciaron el desprecio y el olvido social que viven por ser
indígenas, a pesar de hacer lo mismo que los hombres y luchar de
manera conjunta con ellos por un mundo donde quepan todos los
mundos, como destaca el emblema zapatista, que dibuja en un
solo trazo un nuevo proyecto civilizatorio. Si el feminismo es la
lucha de la mujer por su libertad, las mujeres zapatistas, como
Ramona o Ana María, pertenecen a una larga tradición de muje­
res que han luchado por mundos más justos, menos excluyentes
y sin opresión de género.
En la obra colectiva Las desobedientes. Mujeres de nuestra Amé­
rica ( Jaramillo y Osorio, 1997), las autoras realizan un ilustrati­
vo panorama de la presencia de mujeres latinoamericanas en la
lucha por crear mundos menos desiguales, por ello presentan ex­
perien­cias de mujeres desobedientes que desafiaron el orden domi­
nante y los modelos clasistas y patriarcales. Mujeres que lucharon
¡ni una más! 239

por la independencia y la libertad enfrentando esquemas patriar­


cales y marcaron los escenarios latinoamericanos, como la im­
prescindible Sor Juana Inés de la Cruz y la quiteña Manuela
Sáenz (la libertadora del libertador), cuya vida e ideales se unie­
ron a los de Simón Bolívar; las independentistas colombianas
Antonia Santos y Policarpa Salavarrieta (La Pola), cuyo valor no
declinó ni ante los pelotones de fusilamiento que segaron sus vi­das;
la increíble francesa coyunturalmente peruanizada Flora Tristán,
feminista y organizadora de obreros en los años treinta del siglo
xix; la feminista y educadora chilena Amanda Labarca Huber­
ston; la sindicalista y socialista colombiana María de los Ángeles
Cano Márquez; la feminista y militante aprista Magda Portal;
Violeta Parra, cuyas décimas y compromisos iluminaron muchos
senderos; Domitila Barrios, conocedora de la pobreza y de los so­
cavones de las minas bolivianas, cuya vida se entrelaza con su pue­
blo y su voz estremeció al Tribunal del año Internacional de la
Mujer (1975) de la Organización de las Naciones Unidas, cuan­
do puso el acento en las diferencias existentes entre los intereses
y objetivos de las mujeres feministas de los países desarrollados y
los de mujeres como ella, mujeres del pueblo; la luchadora cam­
pesina hondureña Elvia Alvarado; Rigoberta Menchú, a quien
le nació la conciencia al presenciar la muerte de familiares, ami­
gos, gente de su comunidad, muerte que ella convirtió en grito de
vida, de lucha, de afanes revolucionarios; Hebe de Bonafini y las
Madres de la Plaza de Mayo, las incansables mujeres que jue­
ves tras jueves refrendaron su decisión inquebrantable de encontrar
a sus seres queridos y arrebatarlos de las manos de los cruentos
militares, cubriendo de dignidad la Plaza de Mayo en Buenos Ai­
res y a toda América Latina.
En Las conspiradoras. Representación de la mujer en México
(1994) Jean Franco analiza la lucha de las mujeres mexicanas por
el poder de interpretar, su disputa con las posiciones hegemóni­
cas (religión, nacionalismo, modernización) por los sentidos y sig­
nificados, la lucha por tener un lugar de enunciación propio e
incidir en la conformación de los entramados heurísticos e his­
tóricos.
240 josé manuel valenzuela

Podemos incorporar en este recuento a las luchadoras inde­


pendentistas mexicanas Josefa Ortiz de Domínguez, Leona
Vi­cario y la Güera Rodríguez; a las Adelitas y Valentinas mexi­
canas, quienes no sólo fueron calor y compañía, sino coraje, valor
e ideales revolucionarios, mujeres frecuentemente minimizadas
por las recreaciones machistas de la Revolución; la campesina
Benita Galeana, militante del Partido Comunista Mexicano y crí­
tica del machismo de los militantes; las combatientes sufragistas,
quienes desde distintas posiciones ideológicas coincidían en la
lucha para obtener el sufragio de las mujeres durante la primera
mitad del siglo xx, como fueron: la liberal Hermila Galindo, en
la ciudad de México, la socialista Elvia Carrillo Puerto en San
Luis Potosí, la comunista Refugio García en Uruapan, Michoa­
cán; Frida Kahlo y María Antonieta Rivas Mercado, intelectuales
destacadas que se unieron a diversos movimientos sociales de los de
abajo. Rosario Castellanos fue feminista, diplomática y escritora
que sabía latín y denunciaba la opresión de los indios.
Figura imprescindible en la defensa de los derechos humanos
en México es Rosario Ibarra de Piedra, infatigable militante con­
tra la desaparición, el secuestro, la tortura, la represión y el asesi­
nato. Dolores Huerta, la líder campesina chicana que luchó
incansable al lado de César Chávez contra la explotación de cam­
pesinas y campesinos en los files estadounidenses y sigue abriendo
caminos al movimiento chicano y a las luchas antirracistas.
La lista de activistas comprometidas con las causas de las mu­
jeres y por la construcción de mundos mejores, más justos y más
incluyentes, es enorme. Cada una aporta desde su propia trin­
chera, cada una lucha desde su realidad inmediata, cada una ha
hecho una apuesta por la vida y, al hacerlo, amplía y enriquece
los sentidos polisémicos del feminismo, de los feminismos. Quién
puede decir cuál es mejor que otro, quién puede tratar de impo­ner
una agenda cuando son luchas conectivas, rizomas que se ex­
panden por el mundo para transformarlo, pero también son pa­
limpsestos porque las luchas sociales aprenden de experiencias
previas, aunque muchas veces son apropiaciones fragmenta­
das, discontinuas, inmersas en embates cotidianos aun cuando
¡ni una más! 241

los opresores son los mismos personajes capitalistas y especula­


dores.
En muchas ocasiones, los movimientos locales, y los procesos
de solidaridad que generan, producen niveles de conciencia que
los colocan en el centro de la escena global, como ocurrió con el
movimiento zapatista en el sureste mexicano; en otros, realidades
diversas se confrontan con el mismo enemigo globalizado, como
ha ocurrido con los indignados, que enfrentan al uno por ciento
de la población que concentra la riqueza y genera pobreza, des­
igualdad y exclusión social. En otros, las luchas locales se quedan
ahí, desgastadas o reprimidas, muchos de sus dirigentes y parti­
cipantes son asesinados sin que eso tenga mayores repercusiones
en el ámbito universal. Las muchas voces periféricas siguen bus­
cando reconocimiento, diálogo, respeto. Por ello, en el Encuentro
Latinoamericano y del Caribe de Acción y Prácticas Feministas,9
realizado en Colombia con el fin de discutir los nuevos feminis­
mos y sus prácticas innovadoras, Sonia Torres afirmó: “Nosotras
planteamos entonces un feminismo más centrado en nuestras ne­
cesidades y un poco más separado de la construcción eurocéntri­
ca. Reconocemos que hay muchos aportes, sin embargo queremos
tener un feminismo que entienda y acoja la realidad de América
Latina”. Esto implica reafirmar los compromisos con la realidad
inmediata, buscando nuevos campos de interlocución internacio­
nal y mundial. Tal vez por ello León Trotsky afirmaba: “la mu­jer
proletaria comunista, y siguiendo sus pasos toda mujer cons­cien­
te, debe dedicar la mayor parte de su atención y esfuerzo a la la­­bor
de transformar la vida cotidiana” (Trotsky, 1974:24), y de la mis­
­ma manera, destacaba: “Sólo se puede modificar la situación
de la mujer desde sus raíces si se alteran todas las condiciones
sociales, familiares y domésticas” (Trotsky, 1974:45).
Coincidiendo en que se debe buscar la incorporación de pers­
pectivas más amplias en estos movimientos y posiciones que in­­
volucren miradas transnacionales y globales, además de buscar

Encuentro realizado en Bogotá, Colombia, del 18 al 21 de noviembre de


9

2011 por elcap Feminista.


242 josé manuel valenzuela

interpretaciones que incorporen los aspectos estructurales, ésa


es una responsabilidad de actoras y actores diversos que incluye
a movimientos y organizaciones políticas y sociales. Lo que no
se justifica es acusar de traición a las personas y movimientos que
combaten para cambiar sus condiciones de opresión o que luchan
para que no las maten.
Los movimientos sociales no son locales porque desdeñen los
vínculos internacionales, lo son porque el mundo no los mira, por­
que hay agendas más importantes, porque son sectoriales, porque
no tienen ansia universal, porque apenas logran sobrevivir los
embates del poder, porque son excluidos, desplazados, desecha­
bles, sacrificables. Más allá de los eufemismos utilizados, se les ig­-
nora porque son pobres, porque carecen de capital social, porque
se encuentran en las periferias. Una de las grandes aportaciones
de los feminismos de los años sesenta y setenta fue situar el tema del
poder en la agenda social y colocarlo como elemento de media­
ción entre lo personal y lo político, vinculando mundos cotidianos,
espacios públicos y relaciones de poder. Con ello dieron mayor
visibilidad a lo personal integrado en procesos de socialización
más amplios y justificaron la necesidad de una agenda que inclu­
yera ambas dimensiones, pues liberación social e individual se
encuentran simbióticamente vinculadas. Este planteamiento de­
vino consigna emblemática: lo personal es político, y qué más per­
sonal y qué más político que luchar para evitar que se asesine a
las personas; qué consigna más universal que: ni una más, le­
gado de Susana Chávez, quien también murió asesinada.
Los feminismos avanzaron desde una demanda de reconoci­
miento de sus derechos ciudadanos cuestionando la perspectiva
que consideraba que la emancipación femenina era parte inheren­
te del desarrollo económico-social. Por el contrario, enfa­ti­za­ron
que los cambios socioeconómicos no transforman de manera lineal
las relaciones de género. Reconocen las múltiples identida­des de
género y valoran batallas y especificidades de las otras mu­jeres, las
que luchan por suelo, vivienda, servicios: las obreras, las cam­pe­
sinas, las empleadas, las desempleadas, las indignadas, las jóve­­nes,
las de piel oscura, las que luchan para que no las maten por el solo
¡ni una más! 243

hecho de ser mujeres, las que luchan por mundos donde quepan
todos los mundos.
Por muchas décadas, diversas organizaciones políticas desau­
torizaban las luchas feministas con el argumento de que eran
disuasivas de la verdadera lucha proletaria, considerada la única
emancipadora, y se acusaba a las feministas de esquirolear o trai­
cionar los movimientos cuando se atrevían a cuestionar el ma­
chismo de sus compañeros o a incorporar sus propias demandas.
Algo similar ocurre cuando se dice que luchar para que ya no se
asesinen mujeres traiciona a la agenda feminista y al feminis­
mo, así, sin matices, homogéneo, omnicomprensivo, autorreferido.

Todas esas cosas ellas no veían

La lucha contra el feminicidio no traiciona al feminismo, por el


contrario, se inscribe en la agenda insoslayable de los movimien­
tos sociales y de aquellas y aquellos que sueñen un mundo mejor,
un nuevo proyecto nacional, un mejor horizonte civilizatorio. La
causa antifeminicida debe ser uno de los ejes centrales de las agen­
das feministas y de derechos humanos. Los feminismos buscan
transformar las relaciones sociales desde un orden no patriarcal
con sus expresiones sexistas, machistas y misóginas. Dado que
el feminicidio es la expresión límite de la acción misógina, la lu­
cha antifeminicida debe también orientarse a la deconstrucción
de ese orden patriarcal.
En la medida en que el feminicidio se inscribe en cuerpos de
mujer en condiciones sociales precarizadas, junto con la decons­
trucción y la lucha contra el poder patriarcal se debe combatir
el capitalismo neoliberal, que genera pobreza, desigualdad, pre­
carización, vulnerabilidad, exclusión y muerte. Dado que tanta
muerte sólo existe por la complicidad de instancias estatales adul­
teradas, se debe transformar el sistema político y la relación ac­tual
Estado-sistema de partidos para evitar que continúen la corrup­
ción, la sevicia y la impunidad. Sólo así, tal vez, la justicia se sien­
te entre nosotros.
244 josé manuel valenzuela

Mientras tanto, persiste la responsabilidad social y feminis­


ta de evitar que las mujeres sean asesinadas por el solo hecho de
serlo, por vivir un cuerpo de mujer, especialmente en lugares
don­de el feminicidio convive con la impunidad y las institucio­
nes devienen cómplices y protectoras de los asesinos. Por ello, la
lucha contra el feminicidio no traiciona a los feminismos. En lu­gar
de colocar el tema de la traición asumiendo como propio y exclu­
sivo el poder de enunciación, valdría la pena colocar la pers­pectiva
integradora de los zapatistas de construir un mundo don­de que­
pan todos los mundos, o tal vez recuperar el sentido humanista
e iluminador del Che Guevara cuando afirmaba: “Y sobre todo,
sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injus­
ticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.
Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Por ello, vale la
pena parafrasear a Bob Dylan para preguntar, preguntarse, pre­
guntarnos: ¿cuántas mujeres más deben morir para reconocer que
ya se asesinaron demasiadas?

Bibliografía

Agamben, Giorgio
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Películas

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[video documental], 2010, “La carta (Sagrario, nunca
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Cordero, José Antonio y Alejandra Sánchez
[video documental], directores 2006, “Bajo Juárez. La
ciudad devorando a sus hijas”, México, Fondo para la Pro­
¡ni una más! 249

ducción Cinematográfica de Calidad (Foprocine)/Imci­


ne/Pepa Films/unam.
Portillo, Lourdes
[video documental], director 2001, “Señorita extraviada”,
México, Xochitl Films.
El sistema de significación
“víctima-victimario” como base
de la violencia de género

Víctor Ortiz

En este texto expondré los avances de una investigación que se


ha realizado en México, Centroamérica y el Caribe hispanopar-
lante con apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Mu­
jer (Unifen), del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Refugiados (acnur) y de El Colegio de Michoacán.
Es una investigación que tiene que ver tanto con las mujeres
que viven con vih y que además son sobrevivientes de violencia,
como con sus parejas, quienes ejercen violencia contra ellas. Este
trabajo se mueve en medio de los conceptos de frontera, bor­
de, límite y umbral, porque estuvimos trabajando en la frontera de
la selva panameña con Colombia, las fronteras entre los distintos
países de Centroamérica y con la situación que pasa en la fronte­
ra sur de México. Pero también porque la situación subjetiva de
estas mujeres y estos varones se mueve en lo limítrofe; su rela­
ción con la violencia alcanza umbrales, se desborda, transgrede
lo fron­te­rizo.
El presente texto está dividido en dos partes: la primera gira
en torno a algunas abstracciones que hemos trabajado con base en
juegos etimológicos; la segunda son los hallazgos específicos en la
población de mujeres que viven con vih, que aceptó participar
en las entrevistas realizadas. En esta segunda parte se incluyen
también las entrevistas realizadas con varones.
Para empezar con los términos que hemos puesto en juego eti­
mológico en torno al fenómeno del poder y la violencia, hay tres

[251]
252 víctor ortiz

conceptos clave para acercarnos a un entendimiento: agresión, vio­


lencia y crueldad.
La palabra “agresión” proviene del latín aggrědi, que signifi­ca
“ir hacia, acercarse a” (Segura, 2003). Es decir, hay un movimiento
de aproximación, de cercanía, de reducción de una distancia. Co­
­rominas y Pascual (1991, I:76) agregan “dirigirse a alguien”, “ata­
­carle”. La agresión es el aviso de que se avecina la violencia, como
una apro­ximación, como la pérdida de una distancia donde to­
da­­vía se po­día mirar la integridad de la persona por agredir. La
palabra es muy sugestiva porque en la medida en que uno se
apro­xima al otro, pierde una perspectiva de totalidad y empie­
za una re­lación ya nada más con fragmentos del otro; es decir, en
una agre­­sión una relación que puede tener 20 años se transforma
en nada y lo úni­co que importa es, por ejemplo, que si en ese mo­
mento la señora no tiene lista la comida, los 20 años de pareja
terminan nulificados. Esto nos lleva a plantear que la agresión re­
quiere un vínculo basado en la sinécdoque, esa figura de la retó-
rica donde la parte es tomada por el todo. Una parte sustituye al
todo y produce como efecto que la relación con el otro termine
siendo una relación me­ramente sinecdótica: “ya no me importa
tu totalidad, sino sim­plemente el fragmento en este momento”.
En esa medida, la historia que tenemos compartida se va volvien­
do una simple anécdota, nada más. La agresión nulifica.
El segundo término tiene que ver con una palabra de origen
sánscrito: vàyah (vitalidad), que pasó al latín como vīs: fuerza,
violencia, vigor (Segura, 2003). El significado original del vocablo
llama la atención porque de inmediato surge la pregunta: ¿cómo
una palabra que originalmente significaba vitalidad y fuerza se va
transformando en un vector opuesto y se convierte en destrucción,
humillación, desprecio por el otro? Hay una serie de palabras
vinculadas con agresión, que están en el discurso de las compa­
ñe­­ras entrevistadas, y que tienen que ver con ingreso, egreso,
re­greso, progreso, transgresión. En cada caso hablan de un itine­
rario ac­cidentado, donde la voluntad va perdiendo fuerza y se les
va imponiendo una victoria, obligándolas a colocarse en el lugar
de la víctima.
el sistema de significación “víctima-victimario” 253

Una tercera palabra vinculada con esta ruta del poder es la


cruel­dad, la cual viene del latín cruěntus: “que se complace en
la sangre, que vierte sangre, sanguinario” (Segura, 2003); se de-
riva de cruor (sangre) y es cercano al vocablo “crudo”. De hecho
trabajamos los discursos de estas entrevistas siguiendo la ruta
de cómo la agresión se vuelve violencia, y ésta a su vez se torna
crueldad y la crueldad se vuelve barbarie, sin límites. Entonces,
lo que originalmente era un movimiento vital, al equivocar su
objetivo, se torna en una fuerza de vida usada contra la vida mis­
ma, y esto es lo que estamos entendiendo por violencia, la cual
encuentra su máxima expresión en un límite: la crueldad que lle­
va a la muerte.
El vínculo en estas situaciones de violencia, y sobre todo de
crueldad, ya no es uno establecido con un ser humano, sino que
el agresor establece nada más un vínculo con sus propias posi-
bilidades de ir expandiendo sus límites: si ayer pegó cinco veces,
la esperanza inconsciente es mañana pegar diez y pasado mañana
quince, pero ya no es un vínculo con la pareja sino solamente con
el propio “goce”1 de ver cómo se expanden los límites cada vez
que se intenta tocarlos; y al expandirse ya no hay límite que no
ceda, hasta que por fin se alcance el límite final: la muerte.
El siguiente significante nos lleva a la relación vícti-ma y vic­
ti-mario (con un guión entre fonemas para resaltar el sufijo). En
el caso de víctima el sufijo “-ma” significa los efectos de una ac-­
ción, es algo que ya pasó. Al unirlo con la raíz de “victoria”, la víc­ti-
ma es alguien en quien ya se están ejerciendo los efectos de una
victoria. Esto es interesante porque etimológicamente se es vícti­
ma sólo hasta que se ejerza una victoria sobre esa persona, y de
ahí su transformación de individuo en víctima. Pero en tér­mi­
­­nos de la construcción de la víctima, en el ámbito de la violencia,
es justo lo contrario: ya estamos construidos como víctimas, sola­
­men­te esperamos el momento del holocausto, pues los efec­tos
del manejo mediático del miedo han producido subjetividades en
las que los individuos quedan atrapados en laberintos donde

1
Goce, en el sentido lacaniano.
254 víctor ortiz

se victimizan, aunque nunca hayan sufrido el aplastamiento de


la victoria ajena, la del victimario. Y retomando la etimología,
resulta también interesante el que la palabra sugiera que bas­ta
con que se ejerza una sola vez un acto contra esa persona, para
que quede convertida en una víctima para siempre, aunque ha­ya
apo­yos psicoterapéuticos que puedan subsanar los efectos; la cons­
trucción de ese significante y sus efectos evocan un proceso de
su­jeción total, si bien en la vida cotidiana pueden presentarse
mu­chas otras situaciones y la persona podría transformar su vic­
timización en otros procesos menos lacerantes.
Por el otro lado está la contraparte de este sistema de significa­
ción, el victi-mario. El sufijo “-mario” implica “una colección de”;
esto nos permite pensar cómo al victimario no le basta ejercer su
victoria sobre alguien una sola vez para poder ser victimario, sino
que necesita hacerlo una y otra y otra vez a fin de lograr una co­
lección. Y las manías de los coleccionistas son abundantes, ya que
necesitan estructurarse de manera obsesiva para lograr y cui­­dar
una colección; por añadidura, generalmente se tiende a aumen-
tar de manera sistemática la colección, si el objeto coleccionado
lo permite. ¿A dónde vamos con este sistema de significación?
Una víctima, en nuestra sociedad, no se da cuando alguien vive
un asalto, vive una situación de violencia, la víctima ya está cons-
truida desde antes, disponible para formar parte de la colección
de cualquier victimario.
Dentro de la subjetividad de la víctima nos presuponemos
buenas personas, gente que está buscando una sociedad más igua­
litaria, con una serie de identificaciones positivas, incapaces de
hacer daños fuertes al otro. Pero justo esos presupuestos nos co­
locan ya en el lugar de la víctima “inocente” —y secreta e incons-
cientemente sacrificial—, esperando el momento en que nos toca,
a ver cuándo nos sale el asaltante, el secuestrador, etc. Eso es
justo lo que obstaculiza los trabajos de la prevención: no pen­
samos con la mentalidad del victimario, no prevemos porque
pensamos que nunca nos va a pasar, porque somos “buenos” y a
quien bien obra bien le va; pero en el fondo ya estamos construi-
dos como víctimas.
el sistema de significación “víctima-victimario” 255

Desde la mirada de la biopolítica, la violencia es una estrate-


gia para transformar el cuerpo de un espacio de experiencia, e
incluso de libertad, en un espacio de sujeción. A través de todos
los discursos, el problema de la violencia de género es exactamen­
te ése, una violencia ejercida contra las mujeres justo por el hecho
de ser mujeres y el no sometimiento se paga con la vida, como
vemos en todo el problema de feminicidios. Lo mismo en el ca­
­so de los crímenes por homofobia o transfobia.
A partir de Foucault, particularmente en sus textos Sociedad,
territorio, población, en Defender la sociedad y en Nacimiento de la
biopolítica, pensamos cómo se pasa de sociedades de poder so-
berano —donde ese poder era utilizado para hacer morir y dejar
vivir—, hacia sociedades disciplinarias, de control y de seguridad.
Dicho autor expone cómo se transforma ese “hacer morir y de­
jar vivir” hasta invertir el papel del Estado en un “hacer vivir y
dejar morir”. Es decir, el Estado ejerce su control bajo discursos
en los que pretendidamente se nos obliga a vivir una vida de sa­lud,
buena alimentación, con un trabajo, etc.; y si no queremos entrar
en eso tenemos todo el derecho a morir de abandono. Re­toman­
do el juego que hace Foucault, si miramos desde la biopo­lítica
el fenómeno de la violencia ejercida contra las mujeres, podría­
mos afirmar que se trata de “hacerlas vivir en tanto que úteros y
dejarlas morir en tanto que mujeres”. Baste un ejem­plo: en el caso
de vih o cuando hay algún problema a la hora del par­to, los
médicos dicen de entrada “hay que salvar al producto”. En segun­
do plano queda la mujer y todos sus tratamientos.
¿A dónde nos lleva todo esto? Gilles Deleuze le llama tanato­
política; Achille Mbembe, en los estudios poscoloniales, le lla­
­ma necropolítica. Aunque hay similitudes y diferencias entre los
con­ceptos, que no discutiremos aquí en el fondo se trata de un
des­pla­zamiento de la biopolítica hacia una forma nueva de ad-
ministración de la muerte; una circulación ideal de la muerte en
nuestra sociedad para construir sujetos determinados, sujetos cu­
ya fundación tiene como base la violencia y el miedo.
Estamos tratando de abatir la violencia, pero mientras sigamos
trabajando en el sistema varón-mujer estaremos construidos por
256 víctor ortiz

la violencia. Es decir, no hay forma de habitar ese sistema de sig­


nificación, que forma estructuras de pensamiento sin vivir la
violencia. Dado que no nos podemos concebir si no es a través
del género, nos parece monstruoso alguien que no tenga uno; le
llamamos andrógino, hermafrodita, bisexual, pero tiene que tener
una ubicación con respecto al sistema de significación varón-
mujer, de lo contrario no nos podemos entender. El problema es
que ese sistema está construido con base en la violencia. A na­
die se le preguntó si quería comprometerse a cumplir los miles
de requisito a fin de ser reconocido como varón, mujer o cual-
quiera que sea la diversidad sexual, y sin embargo estamos compro­
metidos a hacerlo. El género es una imposición violenta en la que
no cuenta la voluntad de la persona.
El problema de esto es que tenemos la obligación de demos-
trar a cada instante nuestra identidad, la que sea, incluso en toda
la diversidad. Entonces estamos, no sólo ante un sujeto que de
entrada está fundado por la violencia, ya sea varón o mujer, a tra­
vés de hechos impuestos, sino además ante un sujeto que es res­
tructurado de manera permanente a través de la violencia, como
lo vemos en el mundo contemporáneo. Los cuerpos mutilados no
son una novedad en la humanidad, tenemos muchas historias
donde, de múltiples formas, se han mutilado cuerpos. Lo que sí
parece novedad es el rearmado monstruoso que se hace en la ac­
tualidad: ahí donde estaban las piernas terminan colocados los
brazos, y viceversa, los genitales en el ano, las manos en los pies.
¿Qué mensajes están tratando de ser emitidos a través de este re­
armado de cuerpos?
Si un ser querido muere y estamos ante su cadáver, tenemos
dónde poner al muerto; o sea, toda la parte simbólica del ser que­
rido tiene donde reposar en la medida en que ahí hay un cuerpo
donde poner al muerto. El problema se hace irresoluble cuando
no tengo ese cuerpo, sino una pedacería y además una pedacería
rearmada frente a la que es imposible enfrentar su muerte. Ahí
no hay un cadáver, sino algo innombrable.
Entonces el primer efecto de estos cuerpos transformers biza-
rros, transformers producto de la crueldad, es que el muerto va a
el sistema de significación “víctima-victimario” 257

quedar sin cadáver. Segundo efecto: toda la muerte simbólica,


to­da la cultura que hemos generado en torno a la muerte va a
quedar anulada, ya no vamos a tener la posibilidad de acceder
a los ritos de exorcismo del muerto y de la muerte —todos los
ritos funerarios tienen ese sentido: que el muerto no regrese, pero
también que la muerte deje de andar suelta. Entonces, el men-
saje es, y esto es lo más terrible del llamado “crimen organizado”,
que nos están obligando a que el muerto perviva y que la muerte
siga suelta por ahí. Siempre vivimos amenazados por la muerte, la
muerte está ahí presente pero de formas culturalmente asimila-
bles, no una muerte mortífera que no produce sentido. Hay aquí
una múltiple anulación: un muerto sin cadáver, una muerte
simbólica anulada, y la muerte y el muerto quedando sueltos, con­
junto que finalmente nos remite a una muerte sin sentido, mor-
tífera, que no enseña, que no permite aprender, que no elabora.
Pero antes nos está remitiendo a una vida ya sin sentido. Tenemos
entonces tres posibles derroteros:

• Una vida en silencio que nos deshumaniza.


• Una vida en el grito que nos animaliza (vida de terror re-
sumido en el grito de la Llorona: “¡Ay, mis hijos!”, que nos
obliga a vivir el resto de la vida en el desgarro interior).
• Una vida en la palabra que nos hace crecer en términos hu­
manos. Y es aquí donde estamos llamados a responder para
lograr un sujeto cuya vida esté resubjetivándose de manera
permanente, ese que Foucault llama sujeto de la resistencia.

Pasemos entonces a la segunda parte, donde expondremos los


hallazgos de la investigación. Uno de los puntos donde se exa-
cerba la violencia contra las mujeres, en el caso de su traslape con
el vih, es el hecho de que al consumir los medicamentos antirre­
trovirales los resultados del antidoping salen positivos. Enton­
ces, por ejemplo, al solicitar un trabajo en donde es requisito hacer
la prueba de vih, o se hacen pasar por consumidoras de sus­tan­
cias ilegales o develan su estatus de seropositividad a vih; en ambos
casos pierden la oportunidad de trabajo. Otro efecto secundario
258 víctor ortiz

del medicamento y que el personal médico no está advirtien­


do son las manchas en la piel y los cambios en la grasa corporal,
con sus consecuencias en la autoestima, en la imagen y en la iden­
tidad. El otro efecto tiene que ver con la disminución del ape­ti­
­to sexual, por tanto, expone a una mayor violencia sexual a las
mujeres, además de un aumento significativo de violaciones.
Otro de los hallazgos es que se está elevando el número de mu­
jeres ligadas de múltiples maneras con el vih, sobre todo en Cen­
troamérica: han recibido el vih de sus parejas, lo han transmitido
a sus hijos y lo han recibido a través de transfusión. La sensación
de pérdida se multiplica como en un laberinto de espejos y no se
están desarrollando protocolos específicos para atender estos casos.
Sabemos que hay un ciclo en quien ejerce la violencia, que va
entre el acto de violencia, después viene el pedir perdón y otra vez
un acto de violencia para volver al perdón. Pero también los va­
rones que ejercen la violencia y consumen sustancias se mueven
de manera circular. Muchos trabajos han demostrado que mientras
el macho no se coloque en el lugar pasivo durante un encuentro
sexual con otro varón, siente que su masculinidad está inalterada:
“Yo soy macho porque penetro, no me penetran”; no es así cuan-
do llega a ser penetrado. Sin embargo, en el caso de la violencia
y su cruce con las sustancias, los varones aceptan cualquier prác­
ti­ca sexual con tal de conseguir dinero, incluso ser penetrados.
Des­pués, bajo el efecto de sustancias, requieren con urgencia re­la­
ciones sexuales, apremio donde incluso la violación es válida. Una
vez pasados los efectos de la sustancia vuelven al tema de la cul­pa,
y así se repite el ciclo.
La violencia institucional constituye otro de los hallazgos en
que el personal médico se autoriza a tomar decisiones que per­
tenecen a las mujeres; hay abortos o esterilizaciones donde no
sólo no se las consulta, sino que ni siquiera se les informa. Se les
prohíbe tener relaciones sexuales a partir de su diagnóstico de se­
ropositividad, no tienen acceso a medicamentos y muchas veces
es por la lejanía entre su domicilio y los centros de salud, por
costo o por falta de infraestructura. Mientras que por una parte
se les prohíbe embarazarse o tener relaciones sexuales, por otra
el sistema de significación “víctima-victimario” 259

no hay acceso a métodos de prevención del embarazo, ni con­


diciones para realizar la interrupción del embarazo si así ella lo
desea.
Todo esto se ve exacerbado cuando aparecen fenómenos co­
mo la movilidad y las migraciones al interior de un país o hacia
otro. Por ejemplo, las consecuencias que se han dado en la región
investigada debido a los conflictos que genera la violencia social
y las guerras. El comercio sexual es una estrategia de superviven­
cia cuando se migra. Esto abre la posibilidad de ser víctima del
trá­fico de personas, muchas veces para servir dentro del comercio
sexual. Es obvio que en esas condiciones es muy difícil que lo­
gren el uso efectivo y constante del condón. Así, muchas de ellas
han adquirido el vih y otras infecciones de transmisión sexual.
Y co­mo con frecuencia son víctimas de violaciones la difusión de
infecciones se ve agravada.
El traslape entre la violencia contra las mujeres y el vih es un
espacio donde se pueden mirar muchos de los componentes de
la construcción del género a partir de la violencia. Pero sobre to­
do, de cómo el biopoder es una estrategia de control y someti-
miento.

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Raewyn Connell

Introducción1

El desastre social provocado por la violencia reciente ocurrida en


Ciudad Juárez genera un duro cuestionamiento sobre el porqué
ha ocurrido y qué hacer ahora. Responder a estas dos pregun­tas
involucra un hecho tan familiar que a menudo es ignorado: ma­
yoritariamente los asesinatos son cometidos por hombres.
Cuando hablamos de “violencia por razones de género” usual­
mente queremos decir violencia en contra de las mujeres y niñas
por parte de hombres. Existe un amplio espectro: los golpes en el
ámbito doméstico, la violación, el abuso sexual infantil, el aco­
so disfrazado de seducción, y el asalto a trabajadoras sexuales. El
fe­minicidio es el extremo de este espectro.
Los hombres y los niños también son objeto de la “violencia de
género”, pero de diferentes maneras. La violencia pública en­tre
hombres a menudo surge de desafíos de la masculinidad o de temo­
res. Asimismo, la violencia homofóbica y los ataques a los tra­
vestis. Los cárteles de la droga, al igual que las fuerzas armadas,
utilizan la solidaridad masculina con propósitos comerciales.
¿Por qué la violencia es mayoritariamente masculina? La
psicología popular dice que los hombres son agresivos por natu­
1
Traducido por Verónica Oxman, traductora acreditada por naati Aus­
tralia (inglés/español), socióloga, consultora/asistente de investigación, Uni­
versidad Nacional de Australia (anu).

[261]
262 raewyn connell

raleza, porque la llevan programada en sus genes. Si esto fuese


cierto, la guerra sería eterna —y la vida cotidiana sería insopor­
table. Pero los hechos son diferentes: ¡la mayoría de las perso­
nas con cromosomas xy nunca llegan a matar a alguien! No son los
genes lo que nos debería preocupar.
Investigaciones internacionales demuestran la existencia de
pa­trones sociales vinculados con altos niveles de violencia de gé­
nero. El panorama es complejo, pero entre los aspectos correla­
cionados se encuentran:

1. El desprecio social de las mujeres. Las culturas patriarcales


definen a los hombres como más importantes que las mu­
jeres, y enseñan visiones estereotipadas acerca de para qué
sirven y cómo deberían comportarse las mujeres. Existen
profundas raíces históricas de misoginia en el colonialismo
y la religión, pero algunas son bastante actuales, de lo cual es
un ejemplo la pornografía.
2. La hegemonía de una forma de masculinidad que enfatiza
el poder y la dominación, y un sentido entre hombres de un
derecho a ejercer su poder sin restricción, dentro de la fami­
lia o fuera de ella.
3. Un ambiente que respalda la violencia de género. Esto in­
cluye los medios de comunicación saturados con violencia, el
apoyo entre pares a la violencia entre hombres y a la impu­
nidad frente a las acciones violentas.

Para entender y responder a la violencia social, necesitamos


entender los patrones sociales que moldean la masculinidad. Por
fortuna actualmente existe un cuerpo de investigaciones que nos
ayudan en este proceso.

Comprendiendo las masculinidades


No se trata de un cuestionamiento completamente nuevo. La for­
mación de la masculinidad en el contexto de modernización e
identidad cultural dividida en México fue tratada en el libro de
hombres, masculinidades y violencia de género 263

Octavio Paz, El laberinto de la soledad, allá por 1950. Introspec­


ciones poderosas acerca de la masculinidad y el colonialismo en
India pueden encontrarse en El enemigo íntimo, de Ashis Nan­dy
(1983), que a su vez rescata la investigación psicoanalítica eu­ro­
pea de hace cien años. Por mucho tiempo ha existido una rama
de la psicología social, principalmente en Estados Unidos, que
trata de medir la masculinidad/feminidad y el “rol masculino” por
medio de métricas realizadas con papel y lápiz.
Sin embargo, comenzando en la década de 1980, una nueva
ola de investigación social ha transformado nuestra compren­
sión del problema (Connell, 2003; Cornwall, Edström y Greig,
2011). Es­ta investigación combinaba el poder conceptual del
análisis de género feminista con técnicas mejoradas de investiga­
ción empíri­ca. Los métodos incluían entrevistas de historias de
vida, encuestas muestrales, etnografía, investigación institucio­
nal, análisis de discurso y estudios de documentos escritos y
visuales. Estas apro­ximaciones se combinaron de manera bastan­
te rápi­da para cons­truir un nuevo panorama sobre los hombres,
los niños y las construcciones sociales de la masculinidad. Para
estudios clá­sicos en América Latina véanse Fuller (1997), Vive­
ros (2002) y Olavarría (2003).
Entre los descubrimientos más importantes de estas investi­
gaciones están:

1. No existe un patrón único de masculinidad que pueda ser


encontrado en todo lugar. Las diferentes comunidades y los
diferentes periodos históricos construyen la masculinidad
de una manera diferente. En las sociedades multiculturales
hay entendimientos múltiples de la masculinidad. Lo que
significa “ser un hombre” en la vida de la clase trabajadora
es diferente al significado que se le da en la vida de la clase
media, sin mencionar entre los muy ricos y los muy pobres.
Igualmente importante es que más de un patrón de mascu­
linidad se puede encontrar en un contexto cultural dado, tal
como es un lugar de trabajo, un vecindario o un grupo de
pares.
264 raewyn connell

2. Las diferentes masculinidades no se sitúan lado a lado como


estilos de vida alternativos, más bien existen relaciones de­
finitivas entre ellas. Típicamente, algunas masculinidades
son más honoradas, más centrales, poseen mayor autoridad,
y son llamadas “masculinidad hegemónica” por investiga­
dores. Algunas masculinidades son socialmente marginali­
zadas, por ejemplo las masculinidades de grupos indígenas
en países donde los colonos o la población criolla tienen el
poder.
Algunas masculinidades son ejemplares y son usadas para
simbolizar características admirables, por ejemplo las mascu­
linidades de los héroes deportivos. La forma hegemónica
no es necesariamente la forma más común de masculinidad.
(Esto es familiar entre los grupos de pares en una escuela,
donde los jóvenes más influyentes son admirados por mu­
chos otros niños que no logran alcanzar su rendimiento.)
3. Las masculinidades existen en el nivel colectivo así como
en el individuo. ¡Las instituciones importan! Las masculini­
dades se definen colectivamente en el lugar de trabajo, co-
­mo lo ha demostrado la investigación industrial. También
son definidas en los grupos informales tales como las pan­
dillas de barrio, como se ha demostrado en la investigación
etnográfica. La investigación sociológica sobre deporte ha
mostrado cómo una masculinidad agresiva es creada orga­
nizacionalmente —por medio del patrón de competencia
en el deporte comercial, el sistema de entrenamiento, y la
pronunciada jerarquía de niveles y recompensas. Imágenes
de esta masculinidad son circuladas a gran escala por los me­
dios deportivos, aunque la realidad es que la mayoría de los
hombres no calzan con esa fantasía de masculinidad crea­
da por los medios de comunicación.
4. Las masculinidades llegan a existir debido al actuar de las
per­sonas. No están en el trasfondo de nuestra vida social, sino
que son parte de su textura creativa cotidiana. Esta re­flexión
ha arrojado nueva luz sobre el vínculo entre mas­culinidad y
crimen (Messerschmidt, 1997). Este vínculo no es el pro­duc­
hombres, masculinidades y violencia de género 265

to de un carácter masculino fijo siendo expresado a tra­vés


del crimen. Más bien una variedad de hombres, desde los
jóvenes empobrecidos de la calle hasta los hom­bres de cue­
llo y corbata en la computadora, usan el crimen como recur­so
para construir las masculinidades que desean.
5. Las masculinidades no son fijas. Desde los fisicoculturis­
tas en el gimnasio, pasando por los gerentes en una sala de
di­­rec­tores, hasta los niños en el patio de juegos de la escue­
la, requieren un gran esfuerzo en el desarrollo de sus mas­
cu­li­nidades. Las masculinidades no son patrones simples y
homogéneos, existe un alto nivel de tensión y cambio en los
patrones de género. Desde el hecho de que existen dife­
rentes masculinidades en las diferentes culturas y épocas
histó­ricas, sabemos que las masculinidades son capaces de
cam­biar. Los historiadores han dado cuenta de estos cam­
bios en el pasado, y podemos observar los cambios actuales
en las encuestas de opinión o datos muestrales, demostrando
diferencias generacionales en las actitudes de género. Di­
chos cambios hacen posible nuevas agendas para los hom­
bres, tal como se ve en la Declaración de Barcelona adop­tada
en el Congreso Iberoamericano de Masculinidades y Equi­
dad de 2011 (véase el apéndice 2).
6. Todos los patrones de masculinidad poseen un origen histó­
rico, y pueden ser refutados, transformados y remplazados.
En la vida cotidiana existe una política de género activa, que
a veces encuentra una expresión pública espectacular en
eventos de gran escala y movimientos sociales. A menudo es
localizada y limitada. Sin embargo, siempre hay un proceso
de lucha y cambio que en algunos casos se vuelve consciente
y deliberado.

Los resultados de esta investigación son relevantes para mu­


chos ámbitos sociales, como es por ejemplo la lucha para con­
trolar el vih/Sida (Mane y Aggleton, 2001). Tenemos que ser
conscientes al “aplicar” estos hallazgos. El vínculo entre la inves­
tigación social y la acción social no es como el vínculo entre la
266 raewyn connell

física y la ingeniería. La investigación social destaca situaciones,


no produce de manera mecánica una “mejor práctica” aplicable de
forma universal. En el apéndice 1 se encuentran listados algunos
sitios de internet de movimientos sociales que están trabajando
los temas de los hombres y las masculinidades.

Masculinidades y globalización

Actualmente uno de los problemas clave es cómo se constru­


yen las masculinidades en el contexto de la globalización neoli­
be­ral contemporánea. No podemos entender esto simplemente
escalando una imagen de masculinidad producida por medio
de es­tu­dios locales focalizados. El estilo antiguo de investigación
et­no­gráfica dependía de la existencia de una cultura de pequeña
escala vinculada por la tradición. Pero una sociedad colonizada,
co­mo enfatizaba hace medio siglo el sociólogo francés Georges
Balandier (1955), es una sociedad en crisis. Asimismo, en una so­
­ciedad neocolonial, o en una sociedad devastada por la guerra civil
o por la intervención militar, o por los programas neolibera­les de
ajuste estructural, o en una ciudad marcada por la pobreza ma­
siva y la migración, puede que no se encuentren normas estable­
cidas. Esto es lo que Néstor García Canclini (2001) dice acer­ca
de la ciudad de México, lo cual hay que tener en mente respecto
a Ciudad Juárez.
Donde no existe un orden de género coherente, hombres y
mujeres improvisan sus arreglos y prácticas de género, y necesi­
tamos nuevas ideas sobre cómo esto ocurre, a través de qué tipo
de brechas y bajo qué tipos de tensiones. El argumento de Mar­
grethe Silberschmidt (2004) sobre la sexualidad masculina, la
violencia y el vih/Sida en África del este es un ejemplo excelen­
te. Este estudio presenta un orden de género interrumpido por el
colonialismo y el neocolonialismo, en el cual los hombres común­
mente creen que deberían ser los jefes de hogar pero usualmente
no tienen los recursos económicos para lograrlo. La masculinidad
está en cuestionamiento al nivel más existencial, y las respuestas
hombres, masculinidades y violencia de género 267

de los hombres a esta interrupción a menudo son acciones que


aumentan marcadamente el riesgo de las mujeres a ser infectadas
con el vih.
Esta situación posee otra cara. El mundo de programas de ajus­
te estructural e intervenciones militares es también un mundo de
poderes organizados. Las corporaciones transnacionales, los mer­
cados de capital global, las agencias multinacionales, las fuerzas
de seguridad de las potencias mundiales y los medios interna­
cionales de comunicación, son aspectos clave del mundo en que
vivimos.
Este sistema recientemente expandido de instituciones trans­
nacionales posee una diferencia con base en el género —de he­
cho, es fuertemente diferenciada en este sentido. Entre la evidencia
de esto encontramos: las fuerzas de trabajo de corpora­ciones se­­
gregadas por género, por ejemplo en las zonas de procesamiento
para la exportación; la dominación casi total de los hombres en
los altos niveles gerenciales de corporaciones transna­cionales, el
control militar, el comercio de armas y las organizacio­nes inter­
nacionales tales como el Banco Mundial; la masculinización del
patio de operaciones bursátiles del capital y los medios de comuni­
­cación de negocios; la sexualización de las mujeres en los me­dios
masivos globales; la internacionalización del comercio sexual; la
segregación de género en la industria deportiva internacional. (Evi­
dencia de todo esto se encuentra como resumen en Connell, 2009.)
Estas instituciones no son la reproducción exacta de los patro­
nes de género que existían anteriormente en cualquier lugar. En
un estudio de las subjetividades masculinas en las “guerras del
agua” de Cochabamba, Bolivia, Nina Laurie (2005) enfatiza que
los proyectos de globalización neoliberal se encuentran incom­
pletos y pueden ser refutados. Existe la capacidad de que aparez­
can nuevas identidades masculinas (y femeninas), y las antiguas
identidades pueden ser reelaboradas.
En el centro de la globalización neoliberal se encuentra un gru­
po particular de hombres: los gerentes y financistas corporativos
del primer mundo. Junto a los gerentes de compañías industria­
les están los gerentes bancarios, de las corporaciones financieras
268 raewyn connell

de otros tipos y de las instituciones semigubernamentales que


representan a la “comunidad bancaria” en la arena internacional,
tales como el fmi y el Banco Mundial. Los altos niveles en la to­
ma de decisiones de las corporaciones angloamericanas son fuer­
temente masculinizados. Un número pequeño de mujeres llegan
a la gerencia, pero sólo “gerenciando como un hombre” (Wajc-
man, 1999). En los niveles más altos existe en la práctica un mo­
­nopolio de género. En 2007, por ejemplo, entre las corporaciones
consideradas por el ranking de la revista Fortune, “500 Global”,
98 por ciento de los directores ejecutivos eran hombres. Quienes
poseen las más grandes fortunas individuales en el mundo y son
activos comerciantes en el mercado internacional de capitales,
son asimismo casi todos hombres.
El principal patrón institucionalizado de masculinidad entre
los gerentes en el mundo de capitales internacionales involucra un
enfoque en el logro competitivo y un cierto carácter despiadado
para conseguir sus metas personales y corporativas. Trabajar lar­
gas jornadas bajo alta presión es valorado, y de hecho en algunos
momentos es esencial. Las relaciones personales, la cultura, la
comunidad y los hijos e hijas, en general son aislados a un reino
privado y feminizado de esposas, novias y empleadas cuidado­ras.
Una cultura gerencial focalizada en el logro define el éxito en los
negocios como el bien mayor, tanto para la sociedad como para
el individuo. Algunos gerentes apoyan medidas de bienestar como
“red de seguridad” para quienes no pueden competir. Otros geren­
tes muestran desprecio por los “perdedores” de la sociedad, y por
el Estado benefactor y las instituciones públicas en general.
Las presiones institucionales para sostener la búsqueda de
utilidades, el crecimiento de los imperios corporativos y el cons­
tante control de los empleados son muy fuertes. En el mundo de
los gerentes existe poco que sugiera algún conflicto de ideas
acerca del valor de estos empleos y de esta forma de vida. La “co­
munidad de negocios” y su ideología son un sistema cerrado, sin
problemas de discrepancia significativa. Quizás en el presente la
mayor fuerza hacia el cambio ideológico sea la conciencia me­
dioambiental, pero ésta es tergiversada para ser consistente con el
hombres, masculinidades y violencia de género 269

gerencialismo, para que la expansión económica pueda continuar.


Ciertamente hay variaciones en la masculinidad gerencial. Sin
embargo, aquellos que escalan hasta la cima del mundo corpo­
rativo deben conformarse mayormente con el patrón hegemó­
ni­co de una masculinidad presionada y competitiva.
Dada tal dinámica de género, es fácil ver por qué el capitalismo
corporativo global le atribuye poca importancia a los efectos se­
cundarios locales de sus operaciones. Desde la década de 1980
hasta ahora, estos buenos ciudadanos han ejercido presión ma­
siva tras la construcción internacional de un régimen neoliberal
orientado hacia el mercado. Han impuesto la “restructuración”
sobre las economías deudoras, y han impulsado la integración de
los mercados y el libre movimiento del capital (pero no de las
per­­sonas) a nivel mundial.
Los investigadores de la masculinidad en Latinoamérica han
comentado sobre las consecuencias de género de esta restruc­
turación económica neoliberal (Viveros, 2001). Ha habido una
combinación de un desempleo intensificado, el fin de los movi­
mientos sociales integracionistas de la generación anterior, y
la concentración de la toma de decisiones en un ámbito oculto
de po­líticas y gerencia de élite.
En tales circunstancias ha sido cada vez más difícil para los
hombres de la clase trabajadora realizar sus modelos familia­
­res de masculinidad y paternidad, o de encontrar reconocimiento
en un ámbito público masculinizado, más o menos participa­­
ti­­vo. Con el recorte simultáneo de los servicios sociales, un núme­
ro creciente de mujeres tuvieron que ingresar al mercado laboral
y encontrar la manera de combinar su maternidad con el empleo
pagado. Como resultado, los balances de poder en la familia a me­
nudo se han visto cambiados.
Donde este tipo de globalización interactúa con una tradición de
género de autoridad o derecho masculino, los resultados pueden
ser peligrosos. Recurrir a la fuerza en la forma de violencia sexual
o de descuido por la seguridad de las mujeres, probablemente no
sea la primera opción para muchos hombres. Sin embargo, puede
parecer justificada como un recurso para un gran número de hom­
270 raewyn connell

bres que se sientan con derecho a los servicios u obediencia de


las mujeres, pero cuyos caminos hacia la seguridad económica, el
respeto de la comunidad y la integración social han sido cortados.
Estas situaciones, y los poderes que las producen pueden ser
cuestionados. En el caso de las drogas contra el retrovirus, la es­
trategia corporativa fue desafiada y modificada por el gobierno
de Brasil. La masculinidad gerencial puede cambiar, así como ha
cambiado en el pasado. La versión contemporánea es cierta­
mente diferente de aquella que tenía la corriente dominante de
ad­mi­nistración gerencial 50 años atrás. Pero en el mundo neo­
liberal desregulado de los negocios globales actuales, las presiones
com­petitivas no están aflojando. No existen mayores señales de un
retorno a una ética de los acuerdos de clase y ayuda para el de­sa­
­rrollo que existía en las clases dominantes de los países ricos an­tes
de la década de 1980.

Sobre violencia y cambio

La existencia de una conexión entre la masculinidad y la vio­lencia


ha sido evidente por largo tiempo. Ha habido esfuerzos cre­cientes
por entender esta conexión y hacer algo al respecto (Olavarría,
2001; Ferguson et al., 2004).
La idea de que los niños y los hombres están naturalmente pro­
pensos a la violencia, la toma de riesgos y el sexo coercitivo, se
encuentra ampliamente generalizada en los medios masivos y en
la ideología popular. En realidad no existe evidencia científica
que sustente esta creencia, y la literatura que la apoya es entera­
mente especulativa. Nadie ha descubierto un gen de la violación
sexual. Nadie lo hará: tal cosa no existe. La relación entre los cuer­
pos humanos y las realidades sociales de sexualidad y género no
responden a causas tan simples.
A pesar de que la mayoría de las personas que actúan con vio­
lencia son hombres, la mayoría de los hombres no son violentos.
La mayoría de los hombres no viola, mata o golpea a las perso­
nas. La diferenciación de las masculinidades es aquí un asunto
hombres, masculinidades y violencia de género 271

básico. No obstante, cuando actos violentos son llevados a cabo


por una minoría de hombres, a menudo estos actos derivan de
ideologías y prácticas de género que están extensamente difun­
didas. La coerción en el matrimonio, por ejemplo, está amplia­
mente legitimada por doctrinas masculinas de jefatura, o de los
deberes de una esposa para con su marido. Una encuesta realiza­da
en tres estados de India sugiere que el derecho de un esposo
para corregir o controlar a una esposa está ampliamente acep­
tado en ese país (Duvvury et al., 2002). Investigaciones llevadas
a cabo en Colombia, donde la violencia social ha sido extrema
para una generación completa, demuestran una suerte de naturali­
zación de la violencia en las imaginaciones de los hombres jó­venes
(Serrano, 2004). Este punto es muy relevante para la experiencia
de Ciudad Juárez.
Los hombres y los niños son objeto de violencia, tanto como
perpetradores. Las estadísticas oficiales de Australia muestran a
los hombres como los principales perpetradores de asaltos graves,
pero también como 90 por ciento de las víctimas. Los hombres
representan aproximadamente 94 por ciento de los reclusos en
las prisiones australianas (estando los hombres indígenas escan­
dalosamente sobrerrepresentados). Un meticuloso estudio en Ale­
mania muestra que una gran mayoría de hombres, aun en ese
próspero y pacífico país, tienen recuerdos de episodios violentos
en su infancia y juventud, con un número sorprendente que tam­
bién los tiene de la adultez ( Jungnitz et al., 2004). En los países
en desarrollo, la violencia está comúnmente presente en las vi­-
das de los hombres jóvenes y presenta un peligro significativo para
la vida y la salud (Barker, 2005).
Por lo tanto, los hombres son más susceptibles a estar habi­
tuados a la violencia que las mujeres. El reclutamiento para la
violencia puede iniciarse temprano, con la masiva popularidad
social de algunas formas de deporte en las cuales, como evoca­
tivamente afirma el sociólogo estadounidense Michael Messner
(2007), “los cuerpos son armas”. En las transmisiones televisi­
vas de deportes comerciales, que tienen una gran audiencia en­
tre los hombres y jóvenes pobres, este excitante espectáculo de
272 raewyn connell

cuer­pos triunfando sobre otros cuerpos por medio de la fuerza,


habilidad y determinación es vista con admiración a escala glo­
bal. Las películas de “acción” —las que muestran la violencia en
forma glamorosa— son una industria global, que abiertamente
tienen por objetivo demográfico a los niños y los hombres jóvenes.
Detrás de este espectáculo encontramos un sistema altamente
masculinizado de coerción. Esto incluye a los militares, los sis­­
te­mas policial y carcelario, los servicios de control fronterizo, los
aparatos de inteligencia, las fuerzas de seguridad privadas, y
los armamentos e industrias relacionadas, con sus fuerzas de tra­­ba­
jo asociadas a la investigación, manufactura y mercadotecnia. Las
fuerzas militares oficiales suman un total de 20 millones de per­
sonas a nivel mundial. La investigación sobre prácticas e identi­
dades de género asociadas con el entrenamiento militar muestra
un patrón generalizado de ideología de género conservadora, cosa
que no sorprenderá a nadie. En algunas partes del mundo, la po­
licía y la fuerza militar se han visto afectadas por las reglas de la
igualdad de oportunidades en el empleo y el reclutamiento de
mujeres. Los efectos de esta igualdad de oportunidades en el em­
pleo son aún marginales en el sector público, y casi indetectables
en el sector privado.
Nuevamente, tras esto se encuentra una violencia estructural
de los sistemas estatales y económicos que imponen resultados
sobre la gente pobre que nunca serían tolerados por los ricos. És­te
es un vasto campo de análisis, y sólo puedo hacer conjeturas res­
pecto del mismo citando un admirable estudio reciente so­bre los
hombres y los servicios de salud en Oaxaca (Gutmann, 2007).
La falta de financiamiento de los servicios de salud pública bajo
el régimen neoliberal actual, que favorece los servicios de salud
privados para los acomodados, ha limitado la entrega de trata­
mientos antirretrovirales a sólo una fracción de personas —mayo­
ritariamente hombres— que los requieren. Esto ha producido un
proceso de selección feroz en el cual los trabajadores de la salud
tienen que elegir entre ganadores y perdedores. Las clínicas pú­
blicas de salud sexual son prácticamente escondidas para limitar
la demanda.
hombres, masculinidades y violencia de género 273

Esto nos devuelve al patrón de poder que encontramos en la


gerencia corporativa y el Estado neoliberal. Actualmente, los es­
calafones más altos del Estado, incluyendo los militares y la po­
licía, se asemejan cada vez más a los niveles gerenciales de los
negocios. El hecho de que los patriarcados sean tan frecuentemen­
te restaurados, o re-creados después de una revolución o inde­
pendencia, es un problema crucial para las estrategias de cambio
social. En la era neoliberal nos enfrentamos a una nueva variación
de esta historia. Los patriarcados orientados al mercado son a me­
nudo reconstruidos en los periodos siguientes a la “liberalización”
o de “transición a la democracia”. No es sorprendente que luego
del término del monopolio político del pri en México hayan
emergido nuevos patrones de inequidad.
A inicios del siglo xx, el mito de la violencia revolucionaria al
menos tenía la idea de una utopía de equidad a la cual alcanzar.
A comienzos del siglo xxi esta utopía parece prácticamente muer­
ta. Es difícil ver la guerra en Congo, el conflicto civil en Colom­
bia, la lucha en Palestina, e incluso la resistencia a la presencia de
Estados Unidos en Afganistán, o al control ruso de Chechenia,
como procesos que avanzan hacia una sociedad justa, pacífica e
igualitaria. El sociólogo chileno Martín Hopenhayn (2001), en
una profunda meditación sobre el pensamiento social en la era
neoliberal, sugiere que el reduccionismo de las ambiciones por
la re­forma social, y el aflojamiento de la ambiciones utópicas para
el cambio, pueden ser ahora inevitables.
Sin embargo, como el mismo Hopenhayn plantea, no debemos
perder de vista los asuntos relativos a la pobreza. Como sugiere
el argumento anterior, no deberíamos perder de vista las fuentes
estructurales de la violencia o el rol global de los ricos y podero­
sos. Puede ser que sí necesitemos enfocarnos en la pequeña es­
cala por el momento, en cambios alcanzables, como lo hace la
mayoría del trabajo práctico en torno a la masculinidad y la vio­
lencia (Sideris, 2005; Ravindra et al., 2007). Pero deberíamos bus­
car reformas que puedan poner en movimiento tendencias hacia
el cambio sistémico.
274 raewyn connell

Por Ciudad Juárez

En un contexto donde los mensajes culturales sobre la mascu­


linidad enfatizan el autoritarismo y el poder, pero donde ha
habi­do un revuelco en el orden de género debido a la migración,
cambios económicos o por las luchas de las mujeres, la violencia
puede emerger como un medio activo de construcción de la mas­
culinidad. Se convierte en una forma de forjar una vida como
hombre, para alcanzar poder, para imponer la dureza de la mente
y el cuerpo —y, a veces, para ganarse la vida. Ésta, ciertamen­
te, es una forma estrecha y tóxica de masculinidad. Pero puede
dominar otras maneras de ser hombre.
¿Qué pone en movimiento esta estrategia de masculinidad? La
aflicción social, el trastorno cultural y la necesidad económica
están entre los factores correlativos con la violencia de género.
Éstos afectan igualmente la oferta de asesinos que la vulnerabi­
lidad de sus objetivos.
Para Ciudad Juárez, la globalización neoliberal, en la forma
específica del tlcan (NAFTA), ha significado el auge de la eco­no­
­mía de la maquila, la afluencia a gran escala de migrantes pobres de
otras partes de México buscando empleo y una gran deman­­da
de mujeres trabajadoras en algunas de las nuevas industrias. Ha
habido desempleo entre los hombres jóvenes, un rápido creci­
miento urbano con mala infraestructura, incluyendo la falta de
transporte decente, muy pocos servicios sociales, y una policía
limitada y a menudo corrupta.
Existe también la frontera, el muro, la violencia de la policía mi­
litar de Estados Unidos, un régimen policial y carcelario que se
ha volcado hacia México, actualmente intensificado como “segu­
ridad nacional” (Homeland Security). ¡El tlcan no removió la
frontera! Al norte del muro existe enorme riqueza y deman­
da comodidad y placer, que ha llevado a una enorme expansión
del comercio sexual y de drogas. También existe un Estado pro­
hibicio­nista sosteniendo una “guerra contra las drogas”, que
combinada con la demanda masiva, hacen el comercio de drogas
insanamen­te rentable. El negocio armado del narcotráfico, tal co­
hombres, masculinidades y violencia de género 275

mo las fuerzas paramilitares en otros lugares, provee una base


orga­nizacional para la perpetuación de las masculinidades vio­
lentas.
¿Qué se puede hacer para detener el feminicidio y la violencia
vinculada al comercio de drogas? Mucho ya se está realizando,
un ejemplo son los grupos de mujeres que han quebrado el si­
lencio y denunciado la impunidad —cambiando las ecuaciones
políticas y culturales en torno a la violencia.
Si mi argumento es correcto, una parte importante de la es­
trategia debe ser trabajar acerca de cuestionamientos sobre la
masculinidad. Es importante desafiar los patrones tóxicos de mas­
culinidad que no tienen salida; ayudar a los hombres jóvenes a
encontrar mejores maneras de convertirse en hombres.
He enfatizado anteriormente que la investigación internacio­
nal provee evidencia contundente sobre que las masculinidades
y las prácticas de género de los hombres pueden cambiar. Ac­
tualmente, nuevos modelos de masculinidad están emergiendo
en la sociedad mexicana, así como en muchos otros países (véase
los sitios web listados más adelante). Éstos involucran relaciones
más igualitarias con las mujeres, mayor compromiso y cariño por
sus hijos e hijas, y un distanciamiento de la violencia. Estos pa­
trones deberían ser celebrados y apoyados. Para que estos mode­
los se extiendan, requerimos reformas sociales que permitan a los
hombres y mujeres jóvenes ganarse la vida en forma decente, fue­
ra de la cultura de explotación y violencia.
Debido a que el poder global y el cambio económico contri­
buyeron a producir la situación existente en Ciudad Juárez, la
acción global es relevante para lograr cambiarla. Los y las acti­
vistas mexicanos clamaron por apoyo internacional para detener
el feminicidio, y en eso tenían razón. El grupo de Sydney Ac­
tion for Juárez es una respuesta. Sin importar cuán lejos estemos
de sus fronteras, nos identificamos y nos importa. Pode­mos ofre­
cer solidaridad, podemos ayudar a crear presión polí­tica para el
cambio. Podemos compartir y compartimos en la cons­truc­ción
de una cultura de paz, en la cual la violencia y el miedo no tendrán
lugar.
276 raewyn connell

Apéndice 1

Algunos sitios web útiles de hombres para la igualdad de géne­


ro y el activismo:

• www.eme.cl (Masculinidades y Equidad de Género, Chile)


• www.gendes.org.mx (Género y desarrollo, México)
• www.nomas.org (National Organization of Men Against
Sexism, Estados Unidos)
• www.genderjustice.org.za (Sonke Gender Justice Network,
Sudáfrica)
• www.whiteribbon.ca/international (White Ribbon Cam­
paign)
•www.engagingmen.net (MenEngage Global Network)

Nueva revista en español de investigación en línea:

Masculinidades y Cambio Social, en http://revistashipatia.com/


index.php/mcs.

Apéndice 2

Declaración de Barcelona —#hombresporlaigualdad—


#CIME2011
Las personas que estuvieron en el cime acordaron los siguien­
tes puntos que sientan una buena base para que las diferentes
agrupaciones, colectivos, asociaciones […] de #hombresporlai­
gualdad tengan una serie de puntos de referencia y un acuerdo
[…] podríamos decir de mínimos […] para ir tirando en el mis­
mo sentido:

1. Rechazamos el ejercicio del poder patriarcal y renuncia­


mos a los privilegios que de él se derivan.
2. Denunciamos todas las formas de violencia machista hacia
las mujeres, fomentando la revisión crítica del sexismo
hombres, masculinidades y violencia de género 277

in­teriorizado y desarrollando un trabajo de sensibilización


y prevención de esta violencia entre los hombres; apos­
tan­do por la defensa de los derechos humanos y la resolu­
ción pacífica de los conflictos.
3. Asimismo rechazamos otras violencias machistas (bullying,
homofobia, transfobia).
4. Promovemos la corresponsabilidad de los hombres y los
cui­dados compartidos, con especial referencia a la responsa­
bilidad de los hombres en nuestro propio cuidado y el de
las personas dependientes y mayores, apoyando medidas
de conciliación de la vida laboral y personal.
5. Impulsamos la paternidad activa y responsable, fomen­
tando la implicación de los padres y la mejora de las habi­
li­dades para la crianza, siendo incluidos en los cursos de
preparación al parto, primeros cuidados y cuidado de la
madre. En este sentido, reivindicamos que los permisos
de maternidad y de paternidad sean iguales, intransferi­
bles y pagados a car­go de la Seguridad Social a 100 por
ciento del salario.
6. Apostamos por la coeducación en la comunidad educa­
tiva para transmitir valores que ayuden a crecer, también
a los chicos, como agentes activos de igualdad. Esto ha de
servir para prevenir el abandono escolar, las conductas
dis­ruptivas, el maltrato entre el alumnado y las actitudes
machistas que acaban perjudicando la formación de la
población adolescente.
7. Apostamos por un lenguaje igualitario, que no represen­
te ni sostenga el modelo de dominación sexista.
8. Defendemos las cuotas paritarias y de presencia de muje­res
y hombres, tanto en los cargos de responsabilidad públi­
ca y empresarial, como en las tareas de cuidado y ense­
ñanza.
9. Reconocemos las diferentes formas de ser hombre, así co­mo
los derechos cívicos y humanos de las distintas expresiones
de la sexualidad, superando la patologización, la homofo­
bia y la transfobia.
278 raewyn connell

10. Revisamos las expresiones de nuestra sexualidad basadas


en el dominio, para disfrutar de una sexualidad libre, res­
petuosa y consentida. Nos manifestamos, por consiguien­
te, en contra de la trata de seres humanos vinculada a la
prostitución y a la explotación sexual de menores.
11. Propiciamos la mejora de la salud física y emocional de
los hombres, visibilizando los costos de las formas dañi­
nas de ser hombre, que reducen nuestra esperanza y calidad
de vida, además de generar graves problemas de salud pú­
­blica.

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Mediatización/contramediatización
de la violencia de género

Cynthia Pech

Introducción

En este artículo se ofrece un acercamiento al papel que en la


actualidad tienen los medios de comunicación en torno a una
primera reflexión suscitada a partir del uso social que de ellos se
está haciendo. Si bien los medios de comunicación aún siguen sien­
do mediadores de la realidad, y por ello reproductores de la vio­
lencia de género, creo que hoy también tienen la posibilidad de
erradicarla. La clave de esta posibilidad es el uso que individuos
y organizaciones feministas o con perspectiva de género están ha­
ciendo de los nuevos medios de comunicación y sus alcances tec­
nológicos y discursivos.
La incursión de la teoría feminista y la perspectiva de género
en el estudio del campo de la comunicación ha logrado dejar en
claro que existe una invisibilidad de las mujeres en el campo de los
medios de comunicación; que la cultura audiovisual ha construi­
do “la imagen de la mujer” a partir del uso de estereotipos y va­­
lo­res hegemónicos de lo que debe ser “lo femenino”; que los me­dios
son los principales reproductores y legitimadores de los roles de
gé­­ne­­ros y, por último, que las representaciones sociales de los
medios dan muestra de que las relaciones sociales son asi­métricas.
Y aunque no podemos decir que obedecen a un patrón uni­versal,
todas las culturas presentan asimetrías de género.

[281]
282 cynthia pech

En este último punto, me parece, subyace la necesidad de es­


tudiar cómo se ejerce el poder en las relaciones entre los géneros
a partir de las distintas formas de violencia, y en particular la que
es ejercida contra las mujeres en las distintas modalidades: física,
sexual, psicológica y económica.
Existen algunas formas de violencia que son menos visibles que
la violencia directa, que se da básicamente en las relaciones in­
tersubjetivas; me refiero a la violencia estructural o sistémica y
a la violencia simbólica interiorizada por la sociedad y reprodu­
cida de manera natural en nuestras interacciones socia­les a través
de la cultura. La violencia simbólica suele objetivarse en el len­
guaje y la comunicación, e incide en la justificación de situaciones
violentas, ya tengan éstas un carácter directo o sistémico.
Dentro del ámbito de acción de la violencia simbólica están
los medios de comunicación, ya que éstos desempeñan un papel
muy importante en la conformación de las representaciones
ideo­lógicas de la violencia, aunque es preciso aclarar que los me­
dios no operan de manera aislada de la violencia sistémica; al
con­trario, las distintas formas de violencia representadas en los
me­dios de comunicación son parte de la violencia simbólica de
otras for­mas e instituciones más eficaces de legitimar la violen­
cia direc­ta y la estructural, como son la educación, la ciencia, la
familia o la Iglesia, y con las cuales comparte el papel de agente
de socia­li­za­ción, es decir, el proceso a partir del cual los indivi­
duos apren­de­mos a vivir en sociedad, asimilamos nuestra cultu­
ra e interiorizamos va­lores y normas de comportamiento (Berger
y Luckmann, 2005).
La violencia como tema no es reciente en el campo de la comu­
ni­cación, sin embargo, la perspectiva de género ha logrado eviden­
ciar que la violencia representada y reproducida por los medios
de comunicación es mayoritariamente ejercida hacia las muje­
­­res a partir de las narrativas reiterativas de los roles de género.
Además, con su perspectiva ha aportado una propuesta que se
an­toja novedosa y digna de ser tomada en cuenta: no importa el
medio sino el uso que de él se haga para reproducir o erradicar
patrones y valores.
mediatización/contramediatización 283

Sin duda, toda práctica de la violencia es proporcional a la agre­


sión interiorizada por la sociedad y la manera natural en que és-
­ta se manifiesta en la vida cotidiana de los individuos.
La violencia encierra una paradoja consustancial: es a la vez
subjetiva y objetiva (Žižek, 2009), y aunque la violencia subjeti­
va es la más visible, la objetiva opera a partir de dos formas poco
perceptibles, como son el plano de lo simbólico (el lenguaje y sus
formas que imponen un cierto universo de sentido) y el plano
de lo sistémico (una violencia implícita, invisible y estructural que
funciona desde y con los sistemas económico-políticos).
Un interesante ejercicio de reflexión sobre la violencia y sus
prácticas sociales lo hace Patricia Bifani-Richard (2004). Para
ella, el espacio social es el eje primario de arraigos, identidades
y en­cuentros, así como el centro vital de la toma de conciencia y
elaboración de la historia, pero al mismo tiempo es el centro pri­
vilegiado de violencias y agresiones. Para esta autora, lo que está
en medio de la violencia y el espacio social es la desigualdad so­
cial, donde lo inferior y lo superior se colocan como graduaciones
reguladoras de la conducta humana.

Mediatización de la violencia

Pero ¿dónde comienza la violencia? Quizá, como la videasta


Cecilia Barriga (véase la fotografía 1) lo captó en el video intitu­
lado El origen de la violencia (2005), ésta se origina en el deseo por
el otro, que cuando lo objetivamos no sabemos qué hacer con él,
dónde ponerlo y entonces lo situamos en el lugar más oscuro don­
de no es posible distinguirlo, aunque lo ocultemos bajo la apa­
riencia del amor.
Cecilia Barriga explica este video de la siguiente manera:

Al filmar esta escena en la selva amazónica y ver a este niño, tierno


e inocente, jugar con su gatito, descubrí el despertar de la violen­
cia. ¿Qué fue lo que hizo que este juego amistoso con el peque­
ño animal se transformara en un acto de fuerza? Quizá fue mi
284 cynthia pech

Fotografía 1. El origen de la violencia, video de Cecilia Barriga, 2005.

mirada, quizá fue la cámara. Lo que sea que sucedió provocó en


el chiquillo una necesidad de notoriedad que sin duda le llevó a
la fuerza y, al final, a la brutalidad de la violencia, a la demostra­
ción irrefutable de su poder.
Cuando perdemos la inocencia todos somos capaces de la
violencia más abyecta, sin límites. Domesticarla es una labor que
se construye gracias a la represión, esa que nos enseña la cultura
[…].
Durante siglos lo femenino ha sido tratado por el poder como
una identidad pobre, débil: como ese niño indígena, también ha­
bitante de una periferia, en este caso la del desarrollo. Ese des­
precio, esa minusvaloración, nos llena de rabia y de ira contenida
(Sichel y Villaplana, 2005:58).

Para Sayak Valencia, la particular y creciente ola de violencia


a la que asistimos en México y en los países del llamado tercer
mundo “obedece a una lógica y unas derivas concebidas desde
estructuras o procesos planeados en el núcleo mismo del neo­
liberalismo, la globalización y la política” (Valencia, 2010:17), es
decir, el capitalismo gore y que define como aquella realidad donde
se da
mediatización/contramediatización 285

[…] el derramamiento de sangre explícito e injustificado (como


precio a pagar por el Tercer Mundo que se aferra a seguir las ló­
gicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al altísimo porcen­
taje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezcla­dos
con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de
los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita (Va­
lencia, 2010:15).

Es un hecho que la violencia, en lo que va de este siglo, se ha


recrudecido y convertido en el eje determinante de la vida contem­
poránea y desde donde se interpreta la realidad. Una realidad en
donde los medios de comunicación cumplen la función de ins­
taurar, legitimar y reproducir identidades violentas y, en muchos
de los casos, criminales. Hoy nadie está exento de la violencia, pero
las mujeres somos más vulnerables a sufrirla por la propia diná­
mica de desigualdad en la que nos desarrollamos. En la violencia
de género, es decir, la violencia ejercida hacia las mujeres, existe un
abuso de poder cometido en la mayoría de los casos por los hom­
bres. Cabe aquí aclarar que cuando se habla de violencia de géne­
ro debe entenderse como:

El ámbito de dominación y poder que socialmente estructura un


conjunto de atribuciones simbólicas hacia las mujeres. Un ám­
bito de conflicto al que deben enfrentarse social y colectivamente.
En este sentido, la violencia simbólica nos sitúa en el orden de lo
representado, lo que nos permite observar los mecanismos cul­
turales que crean una figura determinada que acaba silenciando
la subjetividad de las mujeres reales (Villaplana, 2008:13).

La violencia de género que los medios de comunicación han


representado y reproducido, desde que éstos aparecieron, ha sido
sobre todo una violencia simbólica con la que, además, nos hemos
educado muchas generaciones. Prueba de esto es el papel que el
cine de lágrimas tuvo en nuestra educación sentimental, como
la llamó Monsiváis, a través del género del melodrama.
De cuerpo presente, video realizado en 1998 por la directora de
cine Marcela Fernández Violante, despliega ejemplos de la vio­
286 cynthia pech

lencia sexual y física que el cine realizado durante la época de oro


—las décadas de 1940 y 1950— impulsó en el cine de lágrimas,
cuya apuesta fue la de explorar y explotar las distintas posibili­
dades del melodrama, y a su vez ir delineando toda una serie de
estereotipos, arquetipos y patrones valorativos que las telenove­
las de hoy promueven y perpetúan.
Como bien señala Silvia Oroz (1995), la importancia del me­
lodrama cinematográfico es que no sólo educó a muchas ge­ne­ra­
ciones, sino que impuso una estética latinoamericana, es de­cir,
una manera de sentir a partir de formas específicas y valo­res
mo­rales determinados por la cultura judeocristiana y que, di­cho
sea de paso, ayudaron a reafirmar las conductas y formas de actuar
de los espectadores. Es importante hacer notar que los valores
que influían en los relatos cinematográficos eran aquellos que se
te­nían en las ciudades y que eran transmitidos en el interior de los
paí­ses, imponiendo una dominación cultural. Este cine fue deno­
minado como “de lágrimas” porque era un cine que emocionaba y
daba placer a través de las lágrimas, pero al mismo tiempo bus­caba
una redención en esas lágrimas.
Películas como La mujer del puerto1 (Arcady Boytler, 1933),
Aven­turera2 (Alberto Gout, 1949) y Las abandonadas3 (Emilio

1
Sinopsis: Rosario (Andrea Palma), una joven campesina, se entrega por
amor a su novio sin sospechar que él la engaña con otra. La decepción y el
dolor por la muerte de su padre hacen que la joven huya a Veracruz y se con­
vierta en prostituta. Una noche, Rosario conoce a Alberto (Domingo Soler),
un marino del cual queda prendada. Tras pasar una noche de amor juntos,
el destino les revela una cruel sorpresa.
2
Sinopsis: La tranquila vida de la joven Elena (Ninón Sevilla) cambia ra­
dicalmente cuando su madre se fuga con su amante, provocando el suicidio
de su padre. Sola y sin recursos, la joven emigra a Ciudad Juárez, donde busca
trabajo sin éxito. Al borde del hambre, Elena acepta trabajar con Lucio (Tito
Junco) sin sospechar que su oferta es una trampa para prostituirla. La joven
termina bailando en el cabaret de Rosaura (Andrea Palma), una mujer que
lleva una doble vida: es también la madre de Mario (Rubén Rojo), de quien
Elena se enamora.
3
Sinopsis: Abandonada por Julio (Víctor Junco) y con su pequeño hijo en
brazos, Margarita (Dolores del Río) ingresa en 1914 a un prostíbulo de la
ciu­dad de México. La conoce Juan Gómez (Pedro Armendáriz), un general
mediatización/contramediatización 287

Fernández, 1944) son prueba de ello. En palabras de Julia Tuñón


(1998), en estas películas, como en tantas otras de la época, las
historias se estructuran a partir de cuatro mitos de la cultura ju­
deocristiana: el amor, la pasión, el incesto y la mujer.
Quien ama vale más, por eso quien ama es bueno o buena.
Hay dos tipos de amor. El amor hombre-mujer, cuyo fin es el
matrimonio, la institución perfecta, y el amor-sacrificio, en el que
a partir del renunciamiento se logrará la conquista del cielo. Una
película clave es Inmaculada ( Julio Bracho, 1950) con Charito
Granados y Carlos López Moctezuma, en donde la esposa renun­
cia al amor y sacrifica su vida para cuidar de su esposo, que está
en silla de ruedas y que la ha hecho sufrir siéndole infiel.
La pasión está relacionada con el sufrimiento; para que exista
y perdure son necesarios obstáculos estructurales que hacen su
desenlace infeliz. La cultura occidental acepta la pasión siempre
y cuando sea desdichada y conlleve separación. Una película
clave es La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947), con Ma­
ría Félix y Arturo de Córdova, quienes dan vida a la pasión que
arrebata la vida de una inocente: la esposa del galán.
El tabú del incesto define lo que sexualmente es aceptado o
pro­hibido, regulando de esa manera las relaciones sexuales. Co­mo
ejemplos están La mujer del puerto y Santa4 (Antonio Mo­re­
­no, 1931), con Lupita Tovar.
La mujer es vista por la tradición patriarcal, en donde el campo
de lo privado siempre está ocupado por la mujer, que es inferior.
Es objeto, no sujeto: una visión de representación masculina, que

revolucionario que se prenda de su belleza y la saca de ese lugar. Pero los in­
fortunios de Margarita no terminan ya que Juan es en realidad un impostor,
miembro de la temible banda del automóvil gris, que asola a la ciudad con sus
robos.
4
Sobre el tema de la representación del incesto en el cine mexicano, revísese
el trabajo excepcional de Roxana Lucía Foladori Antúnez intitulado: “El
incesto, su representación en el cine mexicano de 1933”, que presentó en junio
de 2007 para optar por el Diploma de Estudios Avanzado en Ciencias Políticas
y Sociales de la Universidad Complutense, Madrid, en <http://www.ucm.es/
info/eurotheo/e_books/tesinas/roxanalfoladori.pdf>, consultado el 21 de agosto
de 2011.
288 cynthia pech

apela a la recreación de una imagen con determinadas caracte­


rísticas que permiten la constricción de los prototipos cinema­
tográficos de mujeres buenas y mujeres malas, aunque nunca hay
una mujer totalmente buena. Aquí, como ejemplo, cabe cualquier
película antes mencionada.
Así, vemos que en esta última estructura del melodrama ci­
nematográfico se construyen los estereotipos de las mujeres
buenas: la madre, la hermana, la novia, la esposa, y las mujeres ma­
las: la prostituta (rumbera) y la mujer infiel.
¿Y por qué hablar del melodrama cinematográfico? Pues
porque estos patrones continúan vigentes hoy en día en las te­
lenovelas mexicanas y se ciñen al modelo conocido como “el
modelo Televisa”, ya que fue esta televisora la que se encargó de
producir los primeros melodramas haciendo uso de la tradición
del melodrama clásico del cine de los años cuarenta y cincuenta.
Según Nora Mazziotti (2008), una característica propia de es­tas
telenovelas del modelo Televisa es la presencia de la moral católi­
ca, que tiene un peso determinante y en cuyo centro está la no­
ción de “pecado”. Según ella, el amor no es lo que cuenta, sino la
justicia esencial y la reparación moral implícitos en la ma­yoría de
los argumentos. En el seguimiento que hace sobre la presencia
de las telenovelas a lo largo de casi 50 años en la cultu­ra de ma­
sas, precisa que básicamente:

El relato se construye con personajes arquetípicos, caracterizados


por un único rasgo, que está remarcado no sólo por su discurso,
sino también por el maquillaje y el vestuario. Son esencias: la
madre, la malvada, la inocente, el ambicioso, el joven pobre pero
honesto, etc., que expresan una única motivación. De allí que no
es válido pedir que evolucionen [los personajes], que crezcan,
o muestren facetas escondidas. Como todo arquetipo, respon­den
a la esencia que los caracteriza (Mazziotti, 2008).

Las telenovelas de Televisa fueron un parámetro en América


Latina y aunque en la actualidad otros países se han moderni­
zado, la dinámica esencial, nos dice Mazziotti, perdura en la base
mediatización/contramediatización 289

de este producto del consumo cultural. Además, muchas de las


historias de telenovelas que realiza esta televisora han sido com­
pradas por otras televisoras, como la argentina o la colombiana,
aunque las historias se han adaptado a la “tradición” del modelo
Televisa. Ejemplos de ello son Betty la fea o Rebelde way. Y como
lo dice Mazziotti (2008):

Las versiones son tan cercanas a México desde una aproximación


cultural, y lo que queda de la trama originaria es tan poca, que no
se entiende demasiado el porqué de esas compras. Quiero de­cir
que el estilo mexicano impregna de manera sustantiva los textos,
y en muchos casos, cuesta reconocer la historia original. Es claro
que se debe únicamente a modas y a razones de mercado, pero lo
interesante es que el modelo matriz mexicano se mantiene, resis­
te cualquier original.

Una de las telenovelas compradas y adaptadas al modelo Te­


levisa es sin duda Una familia con suerte, producida por Juan
Osorio, versión adaptada de la telenovela argentina Los Roldán
(2004), que a su vez tuvo otras adaptaciones en Colombia: Los
Reyes, 2005 y en Chile, Fortunato (2007).
Una familia con suerte se transmite desde el 14 de febrero de
2011 hasta el 19 de febrero de 2012 por el canal 2 de Televisa y
en horario triple A, es decir, en el horario comprendido entre las
19:00 y 24:00 horas y que se define como “familiar”.
Esta telenovela se presenta con una clasificación familiar, que
“reproduce los valores de la familia mexicana”, es decir, se repro­
duce la violencia de género de manera peligrosa porque se dan
por naturales las prácticas violentas hacia las mujeres, utilizando
el gancho de la comedia para crear una especie de simplicidad y
jocosidad de ésta. En esta telenovela, la violencia hacia las mu­
jeres la ejercen en mayor medida las propias mujeres desde su
papel de esposas; por ejemplo, Pina, el personaje que interpreta
Daniela Castro, hace un uso excesivo e indiscriminado de pala­
bras ofensivas cuando se refiere a Candi, la amante de su marido,
personaje que interpreta Alicia Machado. Palabras como mujer­
290 cynthia pech

zuela, naca, golfa, etc., se repiten de manera reiterada y jocosa a


lo largo de cada uno de los capítulos, y con este juego de la repe­
tición y la reiteración se trivializan los insultos y se naturaliza el
sentido significativo de cada uno de estos calificativos utilizados
por Pina.
Existen muchos otros ejemplos del vínculo existente entre
violencia y entretenimiento, como los programas cómicos con
los que muchos y muchas crecimos. Como ejemplo, piénsese en
El chavo del ocho, la serie de Televisa transmitida y producida entre
1971 y 1980 y que tuvo una cobertura que llegó a toda Amé­rica
Latina.

El chavo del ocho es la historia de un niño huérfano de ocho años,


de nombre desconocido y muy humilde, al que se lo conoce sim­
plemente como “El Chavo”, que vive en una vecindad, en el de­
partamento número 8, y que tiene como “escondite secreto” un
barril situado en el patio principal de la vecindad. Allí, éste debe
convivir con los particulares miembros de la vecindad, con los que
siempre se ve envuelto en divertidas situaciones. En él se mues­
tran valores como la honradez, la humildad y la solidaridad con
el prójimo (Wikipedia, 2011).

Sin embargo, El chavo del ocho es un claro ejemplo donde la


violencia simbólica se representa, ya que la propia situación de vul­
nerabilidad por ser un niño sin nombre y además huérfano lo so­
mete al poder que los vecinos como Don Ramón ejercen sobre
él. Sin duda esta serie da para un análisis más profundo que me
queda pendiente. Otro ejemplo menos localizado, porque nos
alcanza a todos y todas, es la publicidad que de manera reitera­
tiva consumimos continuamente y en múltiples espacios más allá
de los medios electrónicos. Me refiero a los anuncios especta­
culares y a la publicidad que de manera ostensible promulgan la
pornografía y otras formas de violencia física y verbal.
Sin embargo, insisto, por el lugar que ocupa lo audiovisual en
nuestros referentes cognitivos, no se puede entender la cultura
de nuestros días sin los medios de comunicación tradicionales co­
mediatización/contramediatización 291

mo el cine y la televisión, ya que ambos han formado parte en la


representación de la ideología y la cultura dominante, no obs­
tante que las representaciones propias del cine llamado mexicano,
así como las de las telenovelas, la mayoría de las veces no corres­
pondan a la realidad social del país, pues no obstante los logros
de las mujeres dentro del mundo social, los estereotipos fe­meni­
nos siguen siendo los que se apegan al ideal ibérico-católico des­
crito líneas arriba. En el caso particular de las telenovelas, éstas
siguen repitiendo patrones y estereotipos, pero además roles de
género que se asientan en una visión discriminatoria excesiva ya
no sólo de la mujer, sino de los personajes que pertenecen a dis­
tintas clases sociales o que tienen una preferencia sexual distinta
a la heterosexual, como también se puede ver, por ejemplo, en
Una familia con suerte.
La mayoría de los estudios realizados en torno a la violencia
y su representación en los medios de comunicación dan cuen­
ta que existe una interacción entre la violencia mediatizada y la
violencia real. Además, estos estudios han demostrado que en
el ámbito del entretenimiento las preferencias del consumidor
marcan el mercado mediático de la violencia, ya que el público
demanda violencia no sólo en términos de su espectacularidad
—basada en su recreación a partir del uso de efectos especiales—,
sino también porque existe en el público una “afición a la ‘mira­
da morbosa’ sobre las imágenes o relatos ‘reales’ que ofrecen los
medios” (Penalva, 2002:398). De ello pueden dar cuenta la buena
aceptación que entre la audiencia mexicana tienen los reality y
talk shows, basados en escenas emotivas que rayan lo grotesco, así
como la exposición a escenas bélicas y cargadas de cadáveres que
irrumpen de una manera naturalizada en nuestro espacio vital.
Sin duda, esta violencia representada es pura violencia simbólica
que influye política y socialmente a partir de “su capacidad para
mostrar las normas sociales y para construir la realidad” (Penal­
va, 2002:398).
En la actualidad la mayoría de los estudios realizados sobre la
influencia de la violencia en los medios se centra en la represen­
tada en la televisión y en los videojuegos, por tanto, el interés
292 cynthia pech

principal del estudio se enfoca en la influencia de la representa­


ción de la violencia en niños y adolescentes. Sin embargo, la in­
fluencia de la violencia representada alcanza a todos los sectores
de la población, ya que la naturalización de la violencia a la que
estamos expuestos como público opera en nuestros procesos de
socialización, es decir, de interacción. Como bien lo señala Penal­
va, tras una continua exposición se produce una habituación a los
contenidos violentos por parte de la audiencia, por lo que
[...] se pue­de argumentar que el público consume violencia por­
que se ha habituado en dosis más o menos grandes a ella, a los
contenidos ligeros y a la actualización de esquemas cognitivos que
le permita clasificar todo en las simples casillas del bien y del mal
y de los estereotipos (Penalva, 2002:401).

Contramediatización de la violencia de género


Como he tratado de dar cuenta en los ejemplos expuestos, las ma­
nifestaciones de la violencia en general y de la violencia de gé­ne­ro,
en particular, no son recientes ni pertenecen a un oportunis­mo
mediático. Por desgracia, ésta opera en la memoria colectiva y
funciona de manera natural. En todo caso, lo que los medios de
comunicación hacen es objetivar la violencia de género utilizando
narrativas específicas y explícitas que, de manera contraria, tam­
bién han posibilitado que las propias mujeres tomen conciencia
sobre dicha violencia y la necesidad de combatirla.
Hoy la violencia de género ocupa un lugar importante no só­
lo en las conciencias de las propias mujeres, sino también en la
agenda política feminista y social a nivel mundial. Hoy se sabe
que la violencia de género sintetiza otras formas de violencia como
la sexista, la clasista, la racista, la misógina, la etaria, la religiosa, la
ideológica y la política. Esta violencia es percibida como un aten­
tado a los derechos humanos de las mujeres y como un grave pro­
blema social que se tiene que revertir a partir, en principio, de
concientizar a las mujeres sobre la necesidad de reconocer la vio­
lencia de género para combatirla, y segundo, crear conciencia social
mediatización/contramediatización 293

de la necesidad de legislar medidas que persigan su prevención


y erradicación. En ambas tareas los medios de comunicación tie­
nen que ver.
Más allá del melodrama, el cine de lágrimas, las telenovelas,
las teleseries, los libros vaqueros, los anuncios que promueven la
pornografía, la esclavitud y la trata de mujeres y niñas, me parece
que se ha abierto una posibilidad en los llamados “nuevos medios”
y que vale la pena detenerse a hablar aquí.
La principal característica de los nuevos medios es que en ellos
convergen la tecnología computacional, las redes de comuni­
cación y los contenidos producidos en específico para ellos (Cas­
tellanos, 2011). Los contenidos de internet no pueden pensarse
al margen de equipos electrónicos y la tecnología como son las
señales satelitales, el cable o las microondas, pero tampoco de su
imbricación con otros cambios que no son tecnológicos: el cul­
tural y el social.
Para Henry Jenkins, las nuevas tecnologías han posibilitado un
cambio importante en la participación que el público puede te­
ner con los medios de comunicación y a través de ellos. A este cam­
bio le llama convergencia de medios y lo utiliza para referirse “al
flujo de contenido que pasa por múltiples plataformas mediá­ticas,
la cooperación entre múltiples industrias mediáticas y el com­
portamiento migratorio de las audiencias mediáticas, dispuestas
a ir casi a cualquier parte en busca del tipo deseado de expe­
riencias de entretenimiento” ( Jenkins, 2008:14). Aún hay más,
la con­vergencia de medios es también un concepto que implica la
cultura de la participación y de la inteligencia colectiva, dando
por hecho que la convergencia “se produce en el cerebro de los
consumidores individuales y mediante sus interacciones socia­
les con otros” ( Jenkins, 2008:15).
Para Jenkins, los medios son también sistemas culturales, por
ello la convergencia mediática es más que un mero cambio tecno­
lógico que repercute en la producción y el consumo de la informa­
ción; más bien opera en los consumidores, de quienes demandará
su participación activa. El consumo, desde esta perspectiva, se
vislumbra como un proceso colectivo que se inserta en la cultura
294 cynthia pech

popular, creando una especie de inteligencias colectivas, es decir,


las distintas comunidades de conocimientos que se forman en
torno a intereses intelectuales mutuos y en donde sus miembros
trabajan de manera conjunta para forjar nuevos conocimientos en
pro de sus intereses. Esta participación no es otra cosa que el uso
que los nuevos consumidores hacen de los medios, sus soportes
y sus contenidos. O como bien señala:

La convergencia no sólo implica el viaje de materiales y servicios


comercialmente producidos por circuitos bien regulados y pre­
decibles. No sólo implica la coordinación entre compañías de
móviles y las compañías cinematográficas para decidir cuándo
y dónde veremos una película recién estrenada. También suce­
de cuando la gente coge las riendas de los medios. Los conteni­
dos de entretenimiento no son lo único que influye a través de las
múl­tiples plataformas mediáticas. Nuestras vidas, relaciones, re­
cuerdos, fantasías y deseos también fluyen por los canales de los
medios. La vida del amante, la madre o el profesor discurre por
múltiples plataformas ( Jenkins, 2008:27).

De lo que Jenkins está hablando es del uso social de los medios


en la actualidad y de su papel en los procesos no sólo de socia­
lización, sino de participación ciudadana y democrática. Y es que
a diferencia de los antiguos medios como el cine, la televisión y
la radio, por ejemplo, los nuevos medios posibilitan un acceso no
restringido, además de una mediatización en un tiempo y espa­
cio de tipo interactivo. Quizá ésta sea la cualidad que, por ejem­
plo, muchas feministas en solitario o de manera colectiva están
haciendo de internet, y que se circunscribe a lo que Jenkins llama
“la cultura de la convergencia de los medios de comunicación” y
en donde los consumidores de los nuevos medios han encontrado
una posibilidad de “cierta” participación y otras formas de accionar
colectivamente para incidir en la realidad.
Sin duda, la aprehensión social del medio internet está pro­
vocando transformaciones e interacciones de carácter cultural
(bastante complejas, por cierto), sin embargo, su utilización favo­
rece a lo que yo llamo contramediatización, es decir, la utilización
mediatización/contramediatización 295

de los nuevos medios de comunicación para contravenir o con­


trarrestar la violencia representada y ejercida por la cultura he­
gemónica.
En la actualidad las noticias sobre los feminicidios nos llegan
de distintos lugares de México, aunque, insisto, estas noticias no
son exclusivas de nuestro país, también vienen de países como Es­
paña, donde el aumento de la violencia es contabilizado por el
Observatorio de la Violencia de Género (s.f.), cuyo objetivo es
el de “luchar contra la violencia de género, con el fin de erradicar
la violencia contra la mujer en todas sus manifestaciones”5 y da
seguimiento a la violencia de género en latitudes como Améri­
ca Latina y algunos países de Europa.
Sin duda, es importante la labor de contramediatización de la
violencia de género que están realizando los distintos “obser­
vatorios” a través de las redes sociales, porque se dedican no sólo
a “observar” los medios de comunicación y su papel en la repre­
sentación de la violencia, sino también a evaluar la incidencia de
la violencia en contra de las mujeres, ya que investigan “las con­
diciones para que las mujeres víctimas de violencia accedan a la
justicia en los municipios de Ecatepec y Nezahualcóyotl (Estado
de México), y en las delegaciones de Cuauhtémoc e Iztapalapa
(D.F.),” tal y como el Observatorio de Violencia Social, Género
y Juventud, que está en red desde 2009, plantea en su página de
inicio (s.f.) y que tiene una entrada directa a Facebook, en la cual
se ofrece información que constantemente se está actualizando
y, lo más importante, se ofrece la posibilidad de que las personas
que se han unido al grupo participen con comentarios en tiempo
real —otro elemento fundamental que proporciona este nuevo
medio (Observatorio de Violencia Social, Género y Juventud,
s.f.).
También está el Observatorio Ciudadano por la Equidad de
Género en los Medios de Comunicación del Consejo Ciudadano

5
Según Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio, en una en­
trevista con Karmentxu Marín, en el diario El País, 24 de enero de 2010,
con­traportada.
296 cynthia pech

por la Equidad de Género en los Medios de Comunicación, que


integran 13 organizaciones como Salud Integral para la Mujer
(Sipam); La Neta; Asociación para el Desarrollo Integral de las
Personas Violada, A.C. (Adivac); Mujeres en Frecuencia, A.C.;
Asociación Mexicana de Derecho a la Información (Amedi); Mex­
Fam, Equidad de Género, Masculinidad y Políticas y cedic, A.C.
Este observatorio se presenta como un espacio abierto a “toda
per­sona dispuesta a ejercer sus derechos frente a la industria me­
diá­ti­ca” para participar en las campañas de sensibilización de
audien­cias que organiza el Consejo Ciudadano, además de parti­
cipar en las comisiones de trabajo que organiza el Consejo. Este
obser­vatorio realiza monitoreos de diferentes programas de tele­
visión abierta, de spots publicitarios, así como de las campañas
de los par­tidos políticos. También invita a la denuncia por parte de
los usua­rios sobre algún hecho vinculado con la inequidad de gé­
nero en los medios y la promoción de estereotipos (Observato­
rio Equidad de Medios también está en Facebook).
Como he tratado de dar cuenta aquí, las bondades de internet
se circunscriben al avance tecnológico que rodea a este medio
co­mo herramienta de comunicación, pero también como posi­
bilidad de contramediatización a través de las redes sociales.
Hoy no se puede hablar de internet y el papel que tanto la red
so­­cial de Facebook y la del weblog ocupan en esta contramedia­
tización de la violencia de género, ya que una de las caracterís­ticas
de estas redes es la inmediatez con que se reclama la información
y que sin duda está conformando nuevas formas de hacer juicios
de manera libre y en donde los estudios sobre la participación
social y la democratización de los medios tiene mucha tela que
cortar.
Estos nuevos medios están siendo utilizados por individuos y
colectivos que precisan un compromiso social con la información
y la prevención de la violencia contra las mujeres. Es decir,

Internet se ha convertido en un aliado de la democracia al recono­


cer que la capacidad de comunicación y circulación de mensajes
está en estrecha relación con la expansión de la libertad. Internet
mediatización/contramediatización 297

permite la difusión de todos modos de concebir la sociedad y para


ello se usan diversos lenguajes y medios (Castellanos, 2011:17).

Mucho se ha escrito sobre el papel negativo que los medios


de comunicación tienen en la representación y reproducción de la
violencia de género. Dicha negatividad es cierta, pero lo que hoy
planteo es que los medios pueden tener un papel positivo en el
uso social que de ellos se haga.
Es un hecho que los nuevos medios están transformando la
percepción de la realidad y las formas de socialización, sin em­
bargo, habrá que prestar atención a los usos que se están haciendo
de ellos de manera alternativa a los medios tradicionales y las na­
rrativas hegemónicas no sólo en torno a los estereotipos de gé­
nero, sino también a la habituación de los contenidos violentos
y, por ende, a la naturalización de esta forma de violencia sim­
bólica y de lo que en esta exposición he presentado sólo algunas
pistas.

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Cuarta parte

La violencia en la producción
literaria
El NARCOTHRILLER nacional
en BALAS DE PLATA, de Élmer Mendoza

Aileen El-Kadi

Hoy en día es difícil imaginar a México sin pensar en los cárteles


del narcotráfico, tanto como es difícil para los mexicanos eva­dir
las referencias cotidianas a la violencia producida por la guerra del
narcotráfico y difundida por los medios masivos de comunicación
o por las anécdotas que se reproducen diariamente no sólo en las
distintas regiones donde lideran los jefes de los cárteles, sino tam­
bién fuera del país. El narcotráfico afectó el entramado social del
México contemporáneo, su política, su economía, su cultura y sus
relaciones internacionales. El país parece haberse convertido en
una nación-síntoma de los vicios desarrollados por un proceso
de modernización híbrido (rural-urbano/premoderno-moderno)
y por las políticas neoliberales llevadas a cabo desde los años
ochenta por las élites gubernamentales. Quizás una de las cuestio­
nes más interesantes dentro de estas relaciones de carácter híbri­
do sea el funcionamiento de las estructuras de poder dentro y
fuera del marco de la legalidad, pues entraña las interdependen­
cias creadas entre las diversas clases y estamentos sociales desde
comienzos del siglo xx.
Este sistema político, social y económico mixto afecta a toda la
sociedad y ha condicionado el funcionamiento de México hasta
nuestros días. En Sinaloa, por ejemplo, durante los años trein­
ta y cuarenta, la principal economía era la producción de opio, la
cual definía la vida laboral y social de los campesinos y los produc­
tores (gomeros) de la zona, representando su principal sustento.

[303]
304 aileen el-kadi

La agricultura, como modo de economía central en estas regio­


nes, no modificó mayormente los roles sociales de los individuos
que cultivaban la tierra ni la de los dueños de las mismas. Lo que
cambió con la modernización de estas zonas rurales fue la in­
serción de agentes que conforman una red de comercialización
y procesamiento de estos productos, insertándolos en un sistema
internacional de naturaleza criminal. Un ejemplo de estas trans­
formaciones es el surgimiento de figuras como las de Pedro Avi­
lés, “El León de la Sierra”, y Ernesto Fonseca Carrillo, “Don
Neto”, importantes hacendados que impulsaron el comercio de
opio y marihuana, dando lugar a las consecutivas generaciones
de trafi­cantes, como los hermanos Arellano Félix, Manuel Sal­
cido Uze­ta, Amado Carrillo Fuentes y el “Chapo” Guzmán.
El poder de estos gomeros estaba afianzado en alianzas con
los representantes políticos estatales y de provincias vecinas, así
como con las autoridades policiacas. Hoy en día la multiplicación
o la metástasis de tales alianzas —para usar una metáfora que
considero representativa de estas interacciones político-económi­
cas— involucran desde el trabajador rural y los adolescentes de
clase baja, hasta las más altas esferas del poder y las instituciones
de justicia y control tanto nacionales como internacionales. El
narcotráfico ha originado circuitos de criminalidad, corrupción y
violencia que conectan las instituciones oficiales del Estado con
los organismos sociales y la ciudadanía. Esto nos lleva a reflexio­
nar sobre la representación histórica del poder político y sus re­
presentantes y la del criminal dentro de la sociedad.
Para la clase letrada del siglo xix y de primeras décadas del
siglo xx (en el sentido dado por Ángel Rama) el criminal era,
sobre todo, un concepto —era el otro, el enemigo, la amenaza—
y una imagen1 distinguible, calificable y representable en opo­
sición al ciudadano. Esta concepción del bandido decimonónico
como marginalia era formulada por una élite que, siguiendo un

1
“Banditry was key in the definition of some of the founding paradigms
in Latin American national development (e.g., civilization versus barbarism,
order versus chaos, modern liberalism versus colonial corporatism, city ver­
sus country, capitalism versus pre-capitalism, free market versus socialism)”.
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 305

proyecto racional político que claramente contrastaba con la rea­


lidad rural y premoderna de los países latinoamericanos, preten­
día constituir hegemónicamente las naciones latinoamericanas
en ciernes. En este sentido, la concepción de legalidad/ilegalidad
dentro de esa narrativa de naturaleza urbana y moderna, respon­
día a la imagen dicotómica de centro y margen. Siguiendo el ra­
zonamiento de Juan Pablo Dabove sobre la visión de Rama de la
ciudad letrada:

Its material order duplicates the social hierarchy, thus inscribing


and naturalizing this hierarchy in a regime of visibility. In this
order, it is crucial that there be both a material center (the city cen­
ter, where power resides) as well as a symbolic center (the sove­
reign), which is the final reason of this order (Dabove, 2007:221).

¿Qué sucede, entonces, cuando el margen se confunde con el


centro o cuando la criminalidad es parte inherente de la estruc­
tura que sostiene los centros simbólicos del poder del Estado?
¿Cómo representar las tensiones entre varios polos de la sociedad
cuando las dicotomías utilizadas por la intelligentsia para la repre­
sentación de la sociedad ya no funcionan estratégicamente pa­
ra construir imágenes verosímiles de la realidad? Estas cuestiones
son algunas de las que trataré en este ensayo al acercarme a la pro­
puesta literaria del escritor mexicano Élmer Mendoza, y en
particular a su novela Balas de plata2 (2008). En ella —aunque
también en Un asesino solitario (1999), El amante de Janis Joplin
(2001), Efecto tequila (2004), Cobrárselo caro (2005), y en su más
reciente libro de cuentos Firmado con un klínex (2009)— el au­
tor reflexiona sobre un México híbrido producto de estructuras
sociopolíticas mixtas, que dieron lugar a una nación cuyas institu­
ciones se hallan en permanente crisis y cuya modernidad im­per­
fecta está estrechamente ligada a la imposibilidad de abandonar
las formas premodernas y así llevar a cabo el proyecto de Estado-
nación ideado por la ciudad letrada. Para Mendoza, la represen­

Balas de plata fue reconocida con el III Premio Tusquets Editores de


2

Novela, 2008.
306 aileen el-kadi

tación de la violencia implica traducirla por medio de las


negociaciones —simbólicas y literales— entre la oficialidad y la
criminalidad desde la perspectiva de los agentes involucrados en
estos sistemas.
Considero que, para entender la propuesta de Mendoza con
respecto a las ficciones contemporáneas, es imprescindible notar
que el autor se aleja de la tendencia a caracterizar la criminalidad
urbana exclusivamente mediante un tipo de criminal con rasgos
estereotípicos y ligados al narcotráfico como único modo de su­
pervivencia. Además, Mendoza se distancia de la descripción de
violencia que sigue la fórmula efectista de la “nota roja” del perio­
dismo comercial, que exhibe una estética gráfica que podríamos
calificar de gore. Por el contrario, en sus ficciones encontramos la
figura del criminal habitando las varias esferas de la sociedad, no
al margen de ella. Y es este punto, la idea de la representación del
criminal como un insider y la del crimen como parte intrínseca
al sistema, lo que quizás nos acerque históricamente a la concep­
ción del enemigo interno de las narrativas decimonónicas. Como
señala Miguel Ángel Centeno en su libro Blood and Debt: War
and the Nation-State in Latin America:

Most Latin American countries have lacked the identification


of an external enemy that encourages the development and soli­di­
fication of a national identity. As far as state elites are concerned,
the greatest threat to their power has not come from competing
elite across the border, but from the masses below. […] The
enemy of “la patria” was perceived not as the nation next door, but
as those in the population who threatened the social and economic
statu quo (Centeno, 2002:90).

Desde 1929 hasta 2000, el Partido Revolucionario Institucio­


nal (pri) ha sido el único partido nacional en el poder. Durante
todos esos años, las redes de tráfico de droga surgieron, se forta­le­
cieron y multiplicaron, y sus miembros experimentaron relacio­
nes tolerantes e incluso pacíficas y amistosas con el oficialismo
(es conocida la participación de traficantes en fiestas de miembros
del gobierno, o en eventos públicos, así como la financiación de
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 307

campañas electorales auspiciadas por jefes de los cárteles). Sin


embargo tal situación, hasta cierto punto armoniosa, cambió drás­
ticamente con la transición gubernamental del pri al Partido Ac­
ción Nacional (pan), cuando Vicente Fox derrotó a la oposición
después de 70 años de poder hegemónico del partido priista. De
este modo, la convivencia de naturaleza aparentemente simbióti­
ca entre la criminalidad y la oficialidad debió ser restructurada,
y sus miembros se vieron obligados a renegociar las relaciones
de poder y la de su dominio sobre las regiones. Este desequilibrio
afectó no solamente a la clase gobernante y las oligarquías, sino
a la malla social en su totalidad. Consecuentemente, los conflic­
tos y la violencia desatada expusieron la debilidad del Estado para
erradicar la criminalidad de las instituciones políticas, eviden­
ciando las profundas interdependencias entre los políticos y los
mafiosos, y el ya afianzado poder del crimen organizado. Lo que
antes era tal vez menos notorio se convirtió en asunto de opinión
pública, y los medios masivos de comunicación se encargaron de
difundir el estado de violencia y corrupción del país, al tiempo que
se diluía la separación entre criminales y quienes estaban ver­da­de­
ramente al margen de la corrupción y de los beneficios eco­nómi­
cos generados por el crimen organizado. Progresivamente, frente
a la debilidad de las instituciones estatales y a la imposibilidad del
Estado de ofrecer a la ciudadanía justicia, seguridad pública, em­
pleos, un sistema educativo creíble y una verdadera representati­vi­
dad democrática, gran parte de los ciudadanos que anteriormente
no trabajaban en el narcotráfico comenzaron no sólo a formar
parte de los cárteles sino a ver a estas organizaciones como Esta­
dos paralelos que proporcionaban a las comunidades aquello que
el gobierno oficial no ofrecía.3

3
En la revista estadounidense The New Yorker se publicó el 31 de mayo de
2010 un artículo sobre el cártel mexicano La Familia, donde se comentaba
que la comunidad de Tierra Caliente, en el estado de Michoacán, ve en la or­
ganización ilegal un modo de detener la opresión que vivieron bajo el dominio
de los terratenientes de la zona, por otro lado sus líderes patrocinan la cons­
trucción de locales para uso público, auspician fiestas, regulan el consumo de
droga y alcohol e intervienen en cuestiones de violencia familiar.
308 aileen el-kadi

En las ficciones de Élmer Mendoza la identidad del criminal


es siempre ambigua y plural, y las nociones de culpabilidad y jus­
ticia responden a una caracterización igualmente problemáti­ca.
¿Quién es el Otro? Si el crimen de carácter público es llevado a
cabo no sólo desde el margen sino también desde el centro, y si
los ejecutores no son aquellos que desafían los códigos penales
como simples ciudadanos sino quienes representan la legalidad,
entonces la estrategia de diferenciación, exclusión, castigo y re­
forma del criminal es cuestionable o, incluso, inapropiada como
respuesta a este conflicto.
Al respecto, la literatura contemporánea mexicana que aborda
la problemática del narcotráfico, la corrupción estatal y la vio­len­
cia urbana originada por esta situación, ha recurrido a una varia­da
gama de géneros y subgéneros, muchas veces combinados, tales
como la novela negra, el melodrama, el thriller, el relato testimo­
nial, las crónicas, o la novela histórica, para crear un régimen de
representación realista que refleje el contexto del momento. Es
decir, la elección de estrategias de representación —que privilegian
ciertos formatos de ficción sobre otros— tiene como fin hacer
accesible al lector esa realidad “excesivamente violenta”, creando
un sentido propio al texto a partir de esa tensión entre realidad
y ficción. Tal combinación de lenguajes estéticos que dan forma
narrativa a la violencia es una de las estrategias a las que recurre
Élmer Mendoza en sus ficciones. Efectivamente, los referentes
his­tóricos reconocibles y las alusiones a individuos y lugares rea­
les en sus textos nos permiten reflexionar acerca de la importancia
en la elección de un género narrativo y, al mismo tiempo, de la
utilización de un lenguaje específico que esta decisión conlle­
va, determinando la representación de la realidad y el sentido que
se construye de la misma.4 Sobre esto, el crítico Ignacio Corona
afirma:
4
En Un asesino solitario, el autor opta por un híbrido entre el thriller, la
novela histórica y el discurso confesional para acercarse a un suceso histórico
ocurrido en los años noventa: el magnicidio del candidato presidencial por el
pri Luis Donaldo Colosio, mientras el político participaba en un acto de su
campaña electoral en la colonia popular Lomas Taurinas en la ciudad de Ti­
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 309

La referencia a una realidad violenta constituye no sólo un proble­


ma moral, sino también un problema narrativo y discursivo, pues
las representaciones de la violencia constituyen construccio­nes so­
ciales. […] las decisiones autoriales sobre las estrategias de repre­
sentación son semejantes a las que toman los medios, los cuales
deciden qué codificaciones de la violencia privilegiar y cómo cons­
truir una imagen del mundo como esencialmente vio­lento (Co­
rona, 2005:178).

Frente a esta observación de Corona, sin embargo, hay que


tener en cuenta que, en el arte, el tratamiento dado a la violencia
y a los referentes fácticos pasan por filtros que tienen como fin
crear un régimen de representación que difiere de los mass media
en su valoración de la violencia, del crimen y de la figura del
criminal. Lo mismo podríamos decir con respecto a la novela
histórica, cuya característica singular —la íntima fusión entre
realidad (verdad histórica) y ficción (eventos imaginarios) a par­
tir de hechos históricos documentados— ha sido ampliamente
debatida por críticos latinoamericanos. Más allá de la cuestión
relativa a la teorización de la novela histórica, existe un punto
in­teresante que, curiosamente, no ha recibido mucha atención:
la particularidad genérica de la novela histórica como espacio
que crea un conocimiento propio y que se distingue de la his­
toriogra­fía, o como acertadamente argumenta José de Piérola en
su artícu­lo “At the Edge of History: Notes for a Theory for the
Historical Novel in Latin America”, más que un género con ca­
racterísticas fijas y predeterminadas, la novela histórica es un mo­
do de escritura, es el resultado de la tensión permanente entre
los hechos y la forma de narrarlos, puesto que a pesar de utilizar

juana. Macías, el narrador y protagonista de la novela, es contratado para ma­


tar al candidato presidencial. Los lectores, entonces, acompañan los sucesos
que llevarán hasta el momento del crimen. La base histórica de la novela es in­
negable: encontramos referencias históricas —sutiles y obvias— tratadas sim­
­bólicamente en la representación que el autor ofrece del México de los años
noventa. Las alusiones a sujetos, espacios y hechos reales del momento de pro­
ducción del texto de ficción son claramente reconocibles, creándose una serie
de paralelismos entre vida real y ficción.
310 aileen el-kadi

convenciones y elementos de la ficción y de la historia, se relacio­


na de manera única con la realidad, creando su propia episteme.
En el caso de la propuesta de Élmer Mendoza, podemos
decir que en sus textos —en la elección de los géneros y subgé­
neros— se encuentra la conformación de un conocimiento y de
herramientas, o medios, por los cuales se representa un perio­
do histórico de México marcado ya no por la violencia rural
política de la Revolución, sino por la violencia criminal urbana
de las últimas dos décadas.
El conocimiento producido en la narrativa de Mendoza —su
episteme— es presentado por el contacto entre el presente y el
pasado nacional. Los hechos referidos por el autor y la presencia
de personajes históricos están intervenidos por la ficcionalización
que les imprime, cuestionando así “the positive truth” (Alessandro
Manzoni). En sus textos, el sentido de la verdad se construye por
medio de la interacción poética de estos sistemas históricos; a la
vez, ambas temporalidades coexisten de distintas maneras —en
algunos casos trasladando un conjunto de valores sociales referi­
dos a un periodo histórico anterior al tiempo del enunciado—,
aunque este mecanismo no es obvio: por el contrario, el autor
recurre a estrategias discursivas y retóricas que hacen casi indis­
tinguibles estas transiciones. Por ejemplo, en el caso de las relacio­
nes de personajes de distintos sectores de la sociedad se instala
la ambigüedad, desdibujando los contornos del centro y del mar­
gen, lo mismo ocurre en la constante tensión creada por la ne­
gociación fluctuante entre la oficialidad y la ilegalidad. En tales
relaciones jerárquicas, el modo de socializar de los personajes ocu­
rre por medio de la violencia, una violencia de naturaleza endé­
mica y no sectorizada, que no es un producto exclusivo del
narcotráfico sino de la historia de la sociedad mexicana represen­
tada por Élmer Mendoza.

Melodrama y NARCOTHRILLER

El 21 de febrero de 2010 la tapa de la revista semanal Proceso


exhibía una foto del gobernador priista mexiquense Enrique Pe­ña
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 311

Nieto de la mano de su prometida, la actriz Angélica Rivera, y la


leyenda “Narco, amor y espionaje”. El reporte especial del sema­
nario denunciaba una red ilegal de espionaje a importantes per­
sonajes del gobierno, periodistas y otros individuos involucra­dos
en la “carrera” para las elecciones presidenciales de 2012. La red
de espionaje estaba dirigida por especialistas y ex miem­bros del
Cen­tro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), de la Po­
­li­cía Federal Preventiva (pfp) y de la Secretaría de Hacienda, apa­
­­ren­temente ordenada por la presidencia de la República des­de
el ini­cio de la administración de Felipe Calderón. La información
incautada (más de 200 mil páginas)5 incluía datos “confidenciales”
como domicilios, enemistades, lugares que frecuentaban en su
vida pública, situación patrimonial, vulnerabilidades profesiona­
les y personales, llamadas telefónicas de los “espiados” (sobre to-
do priistas). Las listas de llamadas entrantes y salientes, como se
comenta en el reporte, permitían que los agen­tes establecieran
gráficamente la red de vínculos de las víctimas del espionaje.
Pues bien, lo que se desprende de Balas de plata es un acerca­
miento semejante al presentado por el seminario —aunque no
carente de ironía—, donde se exponen las íntimas relaciones en­
tre los cárteles de la droga y las élites de poder por medio de la
representación de la vida pública y privada de sus miembros. En
este narcothriller ambientado en la zona mexicana del estado de
Sinaloa, en los años noventa, el detective policial Édgar “el Zur­
do” Mendieta intenta develar el misterio del asesinato perpe­trado
a un personaje de clase alta de Culiacán. El policía entrevista a
diversos personajes y circula entre políticos y terratenientes que
negocian con los narcos para financiar y apoyar la candidatura
de determinados individuos en las próximas elecciones presiden­
cia­les. Las coincidencias con el relato presenta­do por la revista
Pro­ceso son interesantes debido a varios aspec­tos, sobre todo por
el modo en que Mendoza utilizó en su novela las fuentes y dis­
cursos que en los últimos años sirvieron de base para las repre­
senta­ciones de la violencia criminal de los cárteles.

5
 Fuente: Proceso, núm. 1738, 21 de febrero de 2010.
312 aileen el-kadi

Los medios masivos de comunicación transformaron el imagi­


nario público respecto a la sensibilidad colectiva y la percepción
que la sociedad tiene del gobierno, especialmente a partir de fi­
nales de los años ochenta, cuando la televisión y los periódicos
se convirtieron en la principal fuente de información sobre la
corrupción, la violencia y las negociaciones entre la ilegalidad y
la oficialidad, y también en un espacio de denuncia. Las referen­
cias y especulaciones sobre los feminicidios de Juárez, las notas
rojas diarias que describen minuciosamente las atrocidades co­
metidas por los narcos, la cobertura nacional e internacional dada
a los asesinatos que suceden en México por las “guerras del nar­
cotráfico” y el tratamiento sensacionalista proporcionado a estos
temas por el periodismo, han convertido esta problemática en
una narrativa que parecería fascinar a los lectores y espectadores
como parte del mercado de la industria de la cultura. Se habla
entonces de una violencia como exceso, saturación, que por me­
dio de su estetización se convierte en un espectáculo, originando
una “cultura del temor” (Balán, 2002). Respecto a este tema, el
director de “narcocine” Mario Hernández comenta en una entre­
vista a la bbc-Mundo, que el tema
[...] se saturó, que estas historias ya no funcionan temáticamente
porque la situación ha ido más allá de la imaginación […] el pú­
blico se hartó de que se le esté contando lo mismo en el cine que
en los periódicos. La realidad actual su­peró el cine (Perasso, 2008).

El thriller, y en particular los filmes sobre gangsters americanos


de los años treinta, son los modelos de las películas sobre los nar­
cos. Estos filmes presentan el entorno urbano, la violencia de las
mafias, la presencia de policías y outlaws y la cultura popular
como ingredientes centrales de su estética. La comparación en­
tre las ficciones que tienen a los narcos como protagonistas y la
de los gangsters en las grandes urbes estadounidenses son muy
similares en su estructura; pensemos, por ejemplo, en la biogra­
fía de los protagonistas de Underworld (1928), Little Caesar
(1930), The Public Enemy (1931), Scarface: The Shame of the Na­
tion (1932), Angels with Dirty Faces (1938): su infancia en un
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 313

ambiente de clase baja —principal factor por el cual decide con­


vertirse en criminal— y sus comienzos en el mundo del crimen:
es decir, sus actividades fuera de la ley —robo, asesinato, contra­
bando—, la vida de fama y dinero y su trágica caída.6
De manera similar, los narcocorridos,7 como parte de la nar­
cocultura mexicana son canciones que se refieren a actividades
criminales relacionadas con el narcotráfico y la violencia. En
estas baladas lo importante es narrar de manera romantizada la
vida de los jefes de los cárteles, referirse a su pasado humilde y
su ascenso como líderes de las mafias e incluso representarlos
como héroes populares. Es decir, tanto en la cultura popular como
en los productos artísticos, el thriller está incorporado y adaptado
a la realidad cultural de México, realidad que, a diferencia de los
thrillers estadounidenses exhibe la todavía imborrable influencia
de su origen rural.
La irrupción de los sectores populares en los centros urbanos
afectó, invariablemente, las producciones artísticas, y fue princi­

6
Por ejemplo, Little Caesar (1930), filme dirigido por Mervyn LeRoy, y
estrenado durante la Gran Depresión en Estados Unidos, cuenta la histo­ria
de gloria y caída de un criminal que se convierte en líder de una banda de
Nueva York a finales de los años veinte. Rico, su protagonista —tal como Tony
Camonte, Rocky Sullivan, Henry Hill—, quiere ser alguien: ser reconocido en
la sociedad, tener prestigio y ser recordado. La mayoría de los jefes de la droga
(Félix Gallardo, Acosta, Quintero, García Ábrego, los Carrillo Fuentes, los
Arellano Félix, El “Chapo” Guzmán) provienen de familias de clase baja y re­
cibieron escasa educación escolar. Comienzan trabajando en los escalones más
bajos de la jerarquía del narcotráfico y ascienden no sólo por el conocimiento
que adquieren dentro del “negocio”, sino sobre todo por las relaciones y co­
nexiones que van estableciendo.
7
Juan Carlos Ramírez-Pimienta y José Pablo Villalobos comentan: “[T]he
Mexican corrido, or ballad, has been popularly portrayed as a cultural form
that registers events and subjects that state-controlled records do not. When
in fact these episodes do appear in official histories, the corrido traditionally
offers a con­testing rendition of these same events meant to portray the po­pular
view of such occurrences thought skewed by the lens of hegemonic political
power” (2004:129) and “[t]he narcoballad, while offering little innovation in
terms of rhythm and music format, is solely devoted to singing the praises, tra­
gedies, and bravado of drug lords, their philosophy, lifestyle, and the lawmen
that […] fight against them” (Ramírez-Pimienta y Villalobos, 2004:135).
314 aileen el-kadi

palmente en la música donde se patentizó la coexistencia de dos


estructuras sociogeográficas: campo y ciudad, y los imaginarios
de cada uno de estos espacios. Una de las principales manifesta­
ciones de estos fenómenos se dio en los corridos y sus variantes,
como las rancheras, que tomaron fuerza después del levanta­
miento revolucionario y cuando la inmigración del campo hacia
las ciudades fue determinante en la vida mexicana.

Evocando una sensibilidad rural, la canción ranchera expresaba


la tristeza por el terruño, la nostalgia provinciana, la evocación
del pasado evanescente y amenazado por un presente que de­ses­
tructuraba las redes sociales, los efectos entrañables y las cer­te­
zas cotidianas. De esta manera, la canción ranchera partici­pó en
los campos simbólicos donde se conformaron anclajes en­tre la nue­­va
realidad urbana y los mundos bucólicos que migraron a las ciu­dades
(Valenzuela, 2004:158).

El melodrama mexicano, que es la base genérica de estas pro­


ducciones culturales, se formó del mismo modo, con dos moldes:
uno rural y otro urbano, que se superpusieron y dieron lugar a
formas combinadas de ambos por medio de adaptaciones, rete­
rritorializaciones y recreaciones culturales del mundo campesino
en los escenarios urbanos. De estas afirmaciones se desprende la
importancia del elemento popular en la conformación de la mo­
dernidad mexicana; por lo tanto el análisis histórico que ha ex­
perimentado la categoría de lo popular en las representaciones
artísticas permitiría comprender la relación de la élite con las cla­-
ses populares y, en gran medida, las dimensiones políticas de esa
relación. No me detendré en este punto, pero es importante tener
en cuenta que, en la novela, el melodrama es la base genérica que
permite al autor combinar otros discursos artísticos con el fin de
crear un lenguaje estético propicio para tratar cuestiones relativas
a esa modernidad híbrida y al lugar del crimen dentro de aque­
lla sociedad.
No olvidemos que, para la representación de las dinámicas
sociales y conflictos de carácter político que acompañaron los cam­
bios estructurales impulsados por las élites latinoamericanas, el
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 315

melodrama ha sido el género predominante en las ficciones


decimonónicas. O sea, fue por medio de la “imaginación melodra­
mática”, expresión propuesta por Peter Brooks en 1976, que se
buscó entender y representar la modernidad en la literatura la­
tinoamericana. Doris Sommer, en Foundational Fictions, sugie­
re que los textos de ficción decimonónicos en América Latina
de­ben ser comprendidos alegóricamente por medio del filtro del
melodrama. En estas narrativas, según Sommer, la élite ofrece
una proposición de integración de diferencias (culturales, lin­
güísticas, raciales, políticas) al usar las relaciones amorosas entre
opuestos como una manera de anular conflictos y concebir una
imagen utópica de la nación. A pesar de lo simplista de esta pro­
posición, el influyente —y polémico— texto de Sommer destaca
algo esencial: la importancia del género melodramático para lo­grar
retratar artísticamente los conflictos de una realidad cambiante
tanto a nivel público como privado.
Esto ocurre porque el melodrama permite dramatizar, o tea­
tralizar, la realidad de distintos grupos sociales, recreando así una
cierta normativa sociocultural donde los conflictos entre sus
miembros son presentados mediante convenciones específicas y
en espacios determinados. El drama íntimo se expone pública­
mente y, a través de él, se nos presenta la escenificación de prác­
ticas sociales y de un determinado sistema de valores que, de otro
modo, estarían ocultos. O para emplear los términos de Bourdieu:
se reconstruye el habitus8 de una clase por medio de la ficción.
La dramatización de lo público y lo privado se presenta en
Balas de plata por tres modelos genéricos principales: el melodra­
ma, la novela policial negra y el thriller, que son las que sostienen
las dos líneas argumentales de la novela: por un lado la investi­
gación del asesinato de Bruno Canizales, un abogado hijo del ex
ministro de agricultura, y por otro las relaciones amorosas y se­
xuales entre los personajes.
8
Habitus, según Bourdieu es un “sistema de disposiciones durables que,
integrando todas las experiencias pasadas, funciona como matriz de percep­
ciones, de apreciaciones y de acciones, y vuelve posible el cumplimiento de
tareas infinitamente diferenciadas” (Bourdieu, 1972:178).
316 aileen el-kadi

El grupo social focalizado en Balas de plata, es la clase alta, pero


las relaciones amorosas y sexuales de los personajes que represen­
tan a ese sector social ocurren con miembros de otros sectores.
El abogado asesinado Bruno Canizales es bisexual y se relaciona
con travestis que frecuentan los antros de la ciudad, así como con
artistas homosexuales, con hijas de importantes figuras políticas,
o mujeres bisexuales que lideran los cárteles.

Samantha es bisexual, tiempo después llegó una mujer a su casa


e igualmente lo amenazó, que si se enteraba de que molestaba a su
chica iba a saber quién era ella, se llama Mariana Kelly; se hallaba
asustado, creo que le enseñó una pistola; también él era bisexual,
por temporadas se sentía muy enamorado de Frank Aldana, un
bailarín estupendo con el que mantenía relaciones, sin embargo,
siempre volvía con las mujeres y Frank se trastornaba, lloraba,
amenazaba, pobre, le reclamaba su indefinición y lo que lo hacía
sufrir (Mendoza, 2008:31).

En la novela identificamos no solamente modelos de géneros


literarios y fílmicos o de la cultura popular, sino que Mendoza
se apropia de los estereotipos producidos por estos géneros. Por
ejemplo, la mención de las relaciones promiscuas y los conflictos
pasionales entre los personajes, las relaciones corruptas entre po­
licías y criminales, la parafernalia de los narcos, entre otros ele­
mentos, hacen que por momentos pensemos que estamos frente
a una novela con visos comerciales concebida como entreteni­
miento. ¿Cómo funciona el melodrama en la novela? ¿De qué
manera el autor ha trabajado los estereotipos dentro del texto?
Sobre el funcionamiento del melodrama y su recepción, apunta
Jesús Martín-Barbero:

[con] los cuatro géneros: novela negra, epopeya, tragedia y co­


media [esa] estructura le impondrá al melodrama, de un lado, el
predominio de la intensidad sobre la complejidad, expresada en
dos dispositivos claves: la esquematización que vacía a los perso­
najes de espesor psicológico convirtiéndolos en signos e instru­
mentos del destino, y la polarización que, más allá de las trazas de
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 317

una moral maniquea, remite a la identificación de los espectado­


res con los personajes de signo positivo o bienhechores y a los
per­sonajes objeto de proyección con el signo negativo de los agre­
sores. De otro lado, la estructura melodramática exigirá una retó­
rica del exceso: todo tiende al derroche desde una puesta en
escena que exagera (Martín-Barbero, 2004:71).

En palabras de Carlos Monsiváis, “nada supera el melodrama,


con sus variantes, agonías y revitalizaciones, que sigue siendo el
espejo familiar por excelencia, el escenario de la ética escondida
de las tramas, de las aventuras de la desventura” (Monsiváis, 2004:
112). Creo que en estas dos citas hallamos las claves de lectura
del texto de Mendoza y su uso del melodrama, éstos estarían
dados por la apropiación de esta retórica del exceso a la que se
refiere Martín-Barbero, o la saturación del material sobre la vio­
lencia de la que venimos hablando, que nos llevaría a interpretar
su apropiación de los elementos del melodrama mediante el fil­
tro de la parodia como lectura del lugar que estos tipos sociales li­
gados al narcotráfico ocupan en el imaginario social. Por otro
lado, los conflictos amorosos y el ámbito doméstico se conectan
con un subconsciente colectivo, convirtiéndose en representacio­
nes mayores que tienen que ver con el propio tejido social; en
este caso exhibe los conflictos éticos de la modernidad en Méxi­
co y la corrupción de las esferas públicas y privadas de la sociedad.
El melodrama ofrece “una dinámica de las exageraciones y
transgresiones de un conflicto de amor articulado como proble­
ma social” (Herlinghaus, 2004:29).

Violencia y PERFORMANCE

La caricaturización de los personajes se da por un mecanismo


de construcción de subjetividades mediante el cual el autor tea­
traliza las mismas. Esto es, más que representar individualidades
que existen socialmente, prevalece sobre sus caracterizaciones el
modo performático, por el cual se asumen roles y se ponen en
318 aileen el-kadi

escena los mismos.9 El componente histriónico condiciona el


desarrollo de los personajes, y nos dan la sensación de ser actores
aspirando a representar roles o poniendo en escena papeles de
tipos sociales que hacen parte del imaginario popular. Por ejem­
plo, el ingeniero Canizales no parece un cacique (poderoso jefe
local) sino un individuo que está representando el papel de un
cacique:

El ingeniero departía con amigos del gobierno y del mundo em­


presarial. Bebían fuerte, fumaban puros. El abogado dio aviso, el
hombre lanzó una mirada al detective, quien se la sostuvo nomás
por saber qué se sentía enfrentar a un potentado, luego salió a re­
cibirlo, lo saludó con cordialidad política: Pase por aquí. La gente
conversando en varios puntos, pudo ver al hermano y a sus ami­
gos haciendo sonreír a unas muchachas; entre los amigos lla­mó
su atención uno que vestía con elegancia, ¿dónde lo he visto? Se
instalaron en un despacho donde cabía ocho veces la oficina del
detective (Mendoza, 2008:70).

Este procedimiento, ligado al mundo del espectáculo, relati­


viza lo fijo de los roles sociales y convierte a los personajes en
elementos funcionales dentro del texto. Los agentes que parti­
9
“Los guardaespaldas, dos tipos de unos treinta años, camisas Versace,
cadenas de oro, gorras de beisbol, se encontraban recargados en su Lobo negra
doble cabina” (Mendoza, 2008:200); las mujeres son jóvenes, hermo­sas, pode­
rosas y sexualmente activas; los policías además de corruptos, se preocupan
más por comer y beber bien que por la seguridad pública: “¿Avanza el caso?
[…] Lo acaban de suspender. ¿Por qué? No estoy seguro, tal vez sea obra de
Marcelo Valdés o de algún otro pez gordo; si crees que la policía vigila, estás
equivocada, la policía debe seguir un carril muy estrecho y es vigilada para que
no se salte las trancas” (Mendoza, 2008:188); por su parte los políticos son
financiados por los jefes de las mafias y és­tos son calificados generacional­
mente en dos grupos: los “narcopadres” que se están “jubilando” del negocio y
los “narcojuniors”, jóvenes e inexpertos aún, entrando en el “rubro” y rempla­
zando a los anteriores: “Marcelo Valdés paseaba por su jardín hablando por
un celular. Abajo Culiacán era la garra del tigre. Tres guardias permanecían
alertas y subrepticiamente vigilaban sus movimientos. Me has decepcionado
de la peor manera, ¿cómo te atreves a asociarte con un imbécil como el Gringo
para esquilmarme unos cuantos pesos?, ¿no te das cuenta del daño que me ha-
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 319

cipan en el narcotráfico son representados tangencialmente, esto


es, a pesar de recurrir a tipos sociales que hacen parte del imagi­
nario social ligado al crimen organizado, a Mendoza no le inte­
resa concentrar la representación en un único grupo aislado, sino
abordar el narcotráfico en tanto éste permita revelar las interre­
la­ciones de carácter histórico entre distintas clases sociales a tra­
­vés del crimen, lo que a la vez da lugar a la representación de la
corrupción tanto en las esferas públicas como privadas. Esta re­
presentación nos permite trazar una hipótesis ofrecida en la
novela, sobre la estructura que sostiene el crimen ligado a las ma­
fias en México. No estamos hablando aquí de la representación
de los cárteles del narcotráfico como formaciones consistentes, or­
ganizadas militarmente, altamente jerarquizadas, homogéneas,
distinguidas del resto de la sociedad y establecidas internacional­
mente, sino más bien de un grupo de carácter regional, caótico,
que funciona con mecanismos que nos recuerdan el modo de fun­
cionamiento político de las élites rurales decimonónicas, milita­
rizadas, con alianzas entre familias y acuerdos con políticos de
la zona. La violencia estructural del sistema no se ve en un nivel
abstracto sino personificado por miembros familiares o en suje­
tos particulares, detallado en sus rutinas cotidianas y en su modo
de relacionarse con los otros. Al utilizarse distintos narradores se
posibilitan múltiples puntos de vista de personajes conectados
con el crimen organizado; el narrador en primera persona con­
fesional (brillantemente usado en Un asesino solitario), en el si­
guiente ejemplo ofrece las reflexiones íntimas de su rol como jefe
narco:

ces, el daño que ha­ces a mi organización? […] no te entiendo Samantha, de


verdad, y ya me estoy cansando de tus torpezas […] ¿Para qué querías el di­
nero? Voy a comprar un yate, era para completar. Para qué quieres un yate,
somos gente de tierra, tu mamá nació aquí y yo en Badiraguato. Para vigilar tus
operaciones acuáticas, papá, para hacerlas más redituables, la interrumpió.
¿Quién te dio autorización para eso? […] Papá, estás enfermo, no puedes con
todo, además ya es hora de que me involucre directamente, nuestro territo­
rio es muy codiciado y están surgiendo tiradores por todas partes (Mendoza,
2008:177-178).
320 aileen el-kadi

Cuando me hice poderoso no lo podía creer, era una sensación


desconocida pero que no me atemorizó. Iba y venía, iba y ve­nía.
[…] Miles de hombres, se puede decir, se cuadraban ante mí;
lla­madas todo el día y un telefonista o dos respondiendo que es­taba
ocupado o con el señor presidente. Mujeres. Cabronas. Fingien­
do orgasmos, diciendo que me querían […] Antes de morir, mi
padre me pidió prudencia: Mijo, si vas a seguir por ese camino
no te conviertas en un chacal, es muy feo; pero era demasiado
tarde. ¿Escucharon de acribillados a mansalva? Yo lo ordené. ¿De
corrupción policiaca? Fuimos los dos, ellos por sus sueldos de ham­
bre y yo porque lo quería todo. Financiamos bandas de música,
campañas políticas y programas de ayuda en caso de ci­clones, in­
cendios, inundaciones […]. ¿Cuántos corridos tengo? Suficientes
para amenizar una fiesta (Mendoza, 2008:215).

Si por una parte el autor representa la intimidad y la influencia


ejercida por las mafias sobre los representantes del Estado, por
otra se percibe también la influencia y el poder de los cárteles en
la cotidianidad de los ciudadanos, y esta influencia es doble y
ambigua, pues Mendoza retrata las dos “caras” que circulan más
comúnmente en relación con el papel de los narcos en las comu­
ni­dades: por un lado la figura del jefe como patrono social que
pro­tege la comunidad y construye escuelas y plazas, y por otro
como un líder impío que ordena muertes y exhibe los cadáve­
res. Lo cen­tral en la representación de la violencia en esta novela
es mante­ner una tensión constante que se crea, principalmente,
por medio de sutiles referencias a acciones violentas10 y por la pre­
sen­cia cons­tante de amenazas que los personajes dan o reciben.
El papel de la prensa en la novela —en especial el programa
televisivo de noticias Vigilantes nocturnos— es también clave
pa­ra reflejar la violencia general y multiplicar las imágenes violentas
sean éstas de naturaleza pública o doméstica que alimentan esta
“cultura del temor”, o “cultura del miedo”, como la llaman los
10
Estas referencias son la reproducción de tópicos conocidos por el públi­
co lector, que lee o escucha acerca de los mismos en los periódicos, televisión
o filmes, como ejemplo, la mención a los “encobijados” a lo largo de la novela.
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 321

sociólogos. Hoy en día es a través de los medios masivos de co­


municación que se construye y se afecta la opinión pública; ésta
ocupa un lugar estratégico en las dinámicas de la cultura coti­
diana y en la configuración de cierta sensibilidad social. La te­
levisión crea el simulacro de la participación ciudadana como
parte activa del “debate nacional”, ofreciendo el espectáculo de la
democracia y al mismo tiempo produciendo y reproduciendo
los estereotipos que construyen el imaginario colectivo. En la
no­vela esto se refleja de dos maneras: el reportero Quiroz tra­
baja pa­ralelamente al policía Mendieta, y los hallazgos de éste son
“com­partidos” con los telespectadores, creándose una aparen­
te complicidad y confianza entre la sociedad y el medio de co­
municación como vehículo de “la verdad” y representante de la
denuncia ciudadana:

En lo que va del año, la Comisión Estatal de los Derechos Hu­


manos tiene registrados tres casos donde autoridades policiacas
entregan a particulares personas detenidas para que sean “levan­
tadas”, informó el presidente de este organismo, Óscar Loza
Ochoa […]. Como un adelanto de Vigilantes nocturnos, informó
Daniel Quiroz, reportero (Mendoza, 2008:181-182).

Por otro lado, la presencia indirecta pero constante de diversas


voces y opiniones es ofrecida por el propio detective, quien en el
proceso de investigación permite que gente “común y corrien­
te” opine y juzgue a los sospechosos (muchas veces moralmente).
Reaparece en la novela, entonces, lo “comunitario”, que provie­ne
de los filmes melodramáticos mexicanos entre 1940 y 1960, donde
la participación de los vecindarios, las identificaciones grupales
y las voces de los testigos eran usadas no sólo como recurso na­
rrativo sino para representar una ciudadanía que certificara la ve­ro­
similitud del relato.
La investigación del crimen se convierte en una “excusa” para
acercarse al melodrama, por medio del cual se muestran los con­
flictos de clase y género, las relaciones entre los individuos y
las instituciones estatales. A medida que se narran las anécdotas
322 aileen el-kadi

amo­rosas se van entretejiendo y desvelando las interrelaciones


de poder entre los personajes involucrados con la víctima. Como
si se tratara de una especie de talk show, los “melodramas domés­
ticos” se presentan como un espectáculo público; la muerte vio­
lenta pasa a un segundo plano y la focalización se concentra en
lo mundano de las vidas de los personajes de clase alta de la re­gión
de Sinaloa.

Un detective innecesario
y un crimen que no compensa
Sala de espera. La modernidad de una ciudad se mide por las ar­
mas que truenan en sus calles, reflexionó el detective sorprendido
por su insólita conclusión, ¿qué sabía él de modernidad, posmo­
dernidad o patrimonio intangible? Nada. Soy un pobre venadi­
to que habito en la serranía (Mendoza, 2008:11).

No es casual que la novela comience de este modo, ni que el de­


tective de la novela sea presentado reflexionando sobre la moderni­
dad y la violencia urbana, describiéndose a sí mismo alienado de su
con­texto. ¿Es su papel dentro de la sociedad representada la de
un outsider? ¿Se trata de un individuo que funciona como media­
dor entre clases y entre sistemas oficiales e ilegales? ¿Cuál es su
fun­ción en medio de un contexto de valores e instituciones corrom­
pi­das y corruptoras? Mendieta se asemeja bastante al policía de las
novelas de Rubem Fonseca, el comisario Alberto Mattos: un su­­
je­to ambiguo, con una personalidad compleja, pero que es, sin
embargo, un policía noble y honesto en medio de la corrupción y
la violencia. Mattos es un intelectual amante de la ópera y del arte,
consumido por una úlcera y por conflictos amorosos (se divide en­
tre dos amores). El detective Mendieta, por su parte, conoce so-
bre literatura (Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, es el
texto que más aparece en la novela), escucha sobre todo rock and
roll de los sesenta y ochenta (los oldies), anota sus observaciones
sobre la investigación del asesinato en una Palm defectuosa, es­
pecula sobre varias teorías acerca del crimen y consulta a amigos,
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 323

colegas y sospechosos posibles soluciones al misterio, siguiendo,


irónicamente, el método deductivo usado por los detectives de las
novelas clásicas inglesas, pero sin llegar jamás a ninguna con­clu­
sión relevante. Casualmente, así como el policía de Fonse­ca, el
“Zurdo” toma Pepto para la acidez y se atormenta por dos amo­
res: una relación pasional con Goga Fox (el apellido no es casual),
una joven mujer de clase alta casada que también circula entre
miembros de las mafias del narcotráfico, y una oscura experien­
cia homosexual del pasado con un cura de apellido Bardo­minos;
además de haber trabajado para los narcos, pero de esto recién
nos enteramos casi al final de la novela. Ambos personajes pare­
cieran ser individuos anacrónicos, cuya relación con la realidad
urbana contemporánea se da a través de filtros que transforman y
distorsionan su percepción del entorno. Esta sensación de ana­
cronía con la realidad es el resultado de la composición de dis­
tintos estereotipos del imaginario urbano, literario y mediático
usados para construir el personaje.
Para comenzar, la propia figura del detective intelectual, hones­
to, e incluso inocente y generoso es inconcebible en el contexto
del ambiente corrupto y violento de la urbe mexicana contem­
poránea representada en la novela. Mendieta es, podríamos de­
cir, el producto adulterado del detective clásico. El detective
tradicional de las ficciones inglesas tenía como fin desvelar el cri­
men, para que así el sistema judicial se encargara de castigar al
criminal y apartarlo de la sociedad. Este personaje trabaja de ma­
nera independiente a la policía y, gracias a su inteligencia de­
ducti­va y analítica, logra resolver el misterio del crimen antes
que los agentes del Estado. En realidad, la solución del enigma
es el re­sultado de un juego intelectual por medio del cual el de­
tective, como representante de una élite, restablece la legitimi­
dad del statu quo “oficial” desafiado y alterado por el asesino.
Conce­bi­do de esta forma, estas ficciones implican un orden social
en­ten­dido como armonioso, que refleja un sistema de valores
—el de las cla­ses altas— que prevalece a pesar de las fracturas
producidas por elementos pertenecientes a los márgenes de la so­
ciedad.
324 aileen el-kadi

En realidad, la novela negra latinoamericana11 se acerca más a


la estética del hardboiled estadounidense que a las novelas de­tec­
tivescas clásicas inglesas. El detective de las ficciones del hard-
boiled ya no confía en las narrativas de las instituciones legales
policiacas, que ve corrompidas por la criminalidad y por la falta
de ética profesional. Actúa paralelamente a la policía y asume la
responsabilidad de resolver el crimen y enfrentarse a la violen­cia
delincuencial para salvar a la sociedad víctima de los elementos
indeseables. El papel de Mendieta como investigador del cri­
men no es restablecer un orden armónico previo, ni siquiera
siente el deber de descubrir el autor del crimen para punirlo y
aislarlo del resto de la sociedad. Durante la novela se menciona
el cie­rre del caso en varias oportunidades, incluso se le prohíbe
que siga llevando adelante la investigación, y el propio detective
afirma continuamente que desea salirse del caso y que la reso­
lución del crimen lo supera. Con todo el “Zurdo” continúa in­
vestigando, como si se tratara de una misión personal y ya no
pública y laboral. Ignacio Corona, al referirse al papel del detec­
tive en las novelas latinoamericanas, afirma que “el detective
rebelde […] toma en sus manos la tarea de desentrañar la ma­
deja del crimen y se empecina en resolverla por un extraño com­
promiso moral con la sociedad, el cual rebasa el mero contrato
de sus servicios” (2005:184). Sin embargo, Mendieta no es un

11
La narrativa policiaca se popularizó en América Latina, especialmente
en las últimas décadas del siglo xx, debido en gran parte a “la función cul­tural
que parece cumplir como depositaria de expectativas e instrumento de explo­
ración, denuncia, e interpretación social […] en el caso mexicano, lleva a cabo
una crítica sistemática de la corrupción del gobierno” (Corona, 2005:182). Co­
rona defiende el uso del término neopolicial para referirse a un nuevo estilo
de novela policiaca presente en las producciones latinoamericanas recientes
(Paco Ignacio Taibo, Rubem Fonseca, Ramón Díaz Eterovic, Leonardo Padu­
ra Fuentes, Roberto Ampuero) y hace eco de la afirmación de Ilan Stavans de
que estos textos se hallan más cerca de la estética del hardboiled o la novela
negra estadounidense que la tradicional narrativa detectivesca “porque pro­
mueve por un lado la vociferante denuncia del fraude del régimen político, sin
cautelas, sin miedo. Por el otro, en una sociedad regida por la violencia, con­
vierte al detective en un tipo “malo” y no en un intelectual” (Stavans, 1997).
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 325

idea­lista, es un ex narco y ex estudiante de literatura que descree


de la inocencia de la sociedad, del sistema judicial y de la repre­
sentatividad legal de un gobierno democrático; la resolución del
caso y la identificación de los criminales termina con la entrega
de los mismos no a la policía como representantes de la segu­ridad
pública, sino a los narcos.
En la novela no hay una representación de la justicia como
legítima y efectiva, y Mendieta, como producto de ese medio, es
consciente de lo irrelevante que significa continuar en la bús­
queda del culpable: “[e]s un caso imposible del que pronto nadie
se acordará, en nuestro informe, que nadie leerá, pondremos que
una vez más se impusieron los poderes fácticos” (Mendoza,
2008:180) ¿Cuál es la relación entre el crimen, el cuerpo y la so­
ciedad representada? La representación del crimen y del criminal
en las ficciones es problemática puesto que el criminal no sólo no
representa la ilegalidad y el margen, sino que no puede ser puni­
do pues las instituciones legales que encarnan la oficialidad han
sido absorbidas por la ilegalidad. El Estado ya no es visto como
sujeto político de los intereses de la colectividad, pues pareciera
haberse desligado de sus funciones federales y pasado a gerenciar
los intereses privados de un grupo de hombres de negocios y po­
líticos que actúan desde el mismo gobierno para llevar a cabo
negociaciones ilícitas por medio de la violencia y la corrupción.
La figura del policía-detective en esta novela solamente pue­
de ser una parodia de su función en las ficciones decimonónicas
y de principios del siglo xx, no hay crimen que resolver pues el
criminal pertenece a la élite, al centro mismo del poder nacional.
Por ello la violencia que ha sufrido el cuerpo de la víctima no es
leída desde la logística judicial por el representante del Estado,
sino que adquiere un valor semántico artístico:

¿Crimen pasional, venganza? Hasta ahora los sospechosos dan


para eso, sin embargo, fue un balazo en la cabeza y no hay huellas
de violencia insana, ese respeto al cadáver y al espacio vital in­
dica otra cosa, no hubo profanación, ¿y las balas de plata?, ¿y la
fragancia?, ¿alguna vez hubo un asesino aquí con balas de plata?
326 aileen el-kadi

No lo sabía. Tengo que llamar a Tucson. Cada asesino deja un


mensaje, ¿cuál es el de éste?, ¿cuál es su reto?, ¿a quién está desa­
fiando?, encendió otro cigarrillo, ¿a la sociedad, a la Magisterial?
¿Era due­ño de algo: tierras, casas, obras de arte?, ¿redactó testa­
mento? (Mendoza, 2008:108-109).

¿Cuáles son los signos o las pistas que sigue el detective en


Balas de plata? ¿Qué —o quiénes— origina los signos que apun­
tan a la lógica del crimen?12 Está ampliamente documentado el
uso de la violencia por parte de los narcos; las torturas, los modos
de alterar los cuerpos después de asesinados, funcionan como
mensajes: amenazas, muestras de poder, venganzas, son narra­
tivas que informan, que comunican por medio de los signos de
la violencia. En el cuerpo se crea un vínculo, entonces, entre lo
afec­tivo (melodrama), lo político y lo violento (thriller), donde
convergen diversas fuerzas sociales y donde coinciden dos ámbi­
tos: el de la legalidad y el de la ilegalidad, es en la representación
del cuerpo violentado donde la narrativa de poder, y la violencia
ejercida por parte de un determinado grupo social, se legitima.
El cuerpo de Canizales se va convirtiendo, progresivamente,
en un texto, en una narrativa compuesta por fragmentos, histo­
rias ofrecidas por los demás personajes. Mendieta, entonces, se
convierte en un lector/autor/descifrador de los signos que com­
ponen una ficción, más que en el representante de la seguridad
y la justicia; por ello no le interesa atrapar al asesino para entre­
garlo al Estado, el detective continúa con la investigación para
seguir recopilando historias y reconstruir el discurso. Más aún,
Mendieta es el narrador de la urbanidad contemporánea mexi­
cana; a partir del cuerpo del abogado, asesinado con una bala de
plata, el “Zurdo” puede leer no solamente la biografía de un in­
dividuo sino la narrativa de la historia de su país. El asesinato se

12
El verdadero crimen, como afirma Corona, es primero de naturaleza
social o colectiva y luego individual, “este planteamiento […] conlleva, inclu­
sive, repercusiones epistémicas: no hay crimen que perseguir ahí donde las
pistas en lugar de revelarse son sometidas a un proceso de ocultamiento y de­
saparición en los múltiples recovecos del sistema” (Corona, 2005:184).
el NARCOTHRILLER nacional en BALAS DE PLATA 327

transforma en metáfora y metonimia de la sociedad; “crime”


—afirma Juan Carlos Marín—13 “is a particular conceptual ins­
trument; it is not abstract but rather visible, representable,
quantifiable, personalizable, subjectivizable, it does not submit
to binary regimes; it has historicity and opens onto a constella­
tion of relations and series”. La transgresión perpetuada por el
delincuente y puesta en evidencia por el cuerpo asesinado termi­
na por mostrar otros niveles de transgresiones dentro del sistema
estatal.
En la novela, el descubrimiento de los asesinos es un des­
cubrimiento absurdo por la superficialidad y trivialidad que ese
he­cho expresa con respecto a la complejidad y multiplicidad de
sospechosos involucrados en la narrativa del crimen; de modo
similar, en Un asesino solitario no queda claro si el verdadero
asesino es el narrador-protagonista, o si se trata de otro criminal.
David, en El amante de Janis Joplin, muere confundido con otra
identidad: la de un guerrillero. Así, en las novelas de Mendoza,
tanto los crímenes como las víctimas y los victimarios pertenecen
a un universo de incertezas, un sistema donde la especificidad de
cada elemento es irrelevante, lo que importa es que esos elementos
son móviles y maleables, y sobre todo, que no están aislados sino
interrelacionados y cercanos unos de otros. Asimismo, fun­cio­
nan justamente por medio de los canales de contacto que per­mi­
ten estas conexiones. La ambigüedad, en lugar de la especificidad
en el reconocimiento del criminal, apuntaría, además, a determi­
nar el carácter de responsabilidad colectiva del mismo.

¿Sería ella la que consiguió las municiones?, ¿alguien contrató a


un pistolero?, ¿quién o quiénes que no aparecen en este esque­
ma se encargaron del sacrificio? El padre que quiere ser presiden­
te, el hermano que lo imitaba, el abogado que es un cabrón, los
de la pfu, Laura, un ladrón domiciliario, Alfaro, su asistente, un
chico que levantó en el bulevar Sinaloa, yo mismo, los encobija­

“El no delito: ¿Tan sólo una ilusión?, entrevista a Juan Carlos Ma­rín”,
13

en Delito y Sociedad: Revista de Ciencias Sociales, año 2, núm. 3, Buenos Aires,


pp. 133-152, citado por Josefina Ludmer, 2004:4.
328 aileen el-kadi

dos, Gris, Pineda. Todos somos culpables hasta que se demuestre


lo contrario (Mendoza, 2008:116).

La distancia con las propuestas de las novelas clásicas de


detectives es aparente en la ficción de Mendoza. El protagonis­
ta e investigador no tiene como fin aclarar el enigma detrás del
asesinato del licenciado Canizales, sino posibilitar el descubri­
miento de los poderes paralelos y la “naturalización” por parte de
la sociedad en la indiferenciación entre los criminales y los re­
presentantes del Estado. La impunidad, ilegalidad, violencia,
promiscuidad, poder, doble moral, dinero, son tratados por Élmer
Mendoza de modo satírico, e incluso podríamos decir que su tex­
to recicla y parodia una diversidad de discursos y estereotipos
que son parte del imaginario social relacionado con las mafias.
La representación del bandido en las ficciones decimonónicas
fue un instrumento de crítica por parte de la clase letrada, y con­
tinúa siéndolo hoy en día; sin embargo, en las ficciones contempo­
ráneas latinoamericanas se perdió la dimensión representativa
que le confería un lugar estable en la estructura social, un lugar que
era percibido por las élites como margen, un margen identificado
como amenaza o como anormalidad a esa “comunidad imagina­
da”. En la narrativa de Élmer Mendoza el marco legítimo que se
le había conferido a la legalidad dentro de la comunidad nacional
imaginada desaparece, o se muta, dando lugar a un nuevo espa­
cio de poder donde el control de la violencia ya no está en manos
de una élite letrada nacional.

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Cuarto Propio, pp. 157-171.
La novela antidetectivesca
como protesta social

Alicia Gaspar de Alba

Sana, sana, colita de rana.


Si no muere hoy, que
se muera mañana.

Yo me vine a enterar de los feminicidios en 1998 —cinco años


después de que los cuerpos empezaran a acumularse en el desier­
to. De vez en cuando, en nuestras charlas telefónicas, me con­taban
mi mamá o mi abuela que se había encontrado a “otra muertita”
a las afueras de Juárez, pero no me daban detalles y no era algo
que se comunicaba en los medios, ni en los periódicos, ni en las
noticias de la televisión. Aunque soy originaria de El Paso y ten­
go familia que vive en ambos lados de esta frontera, no fue hasta
junio de 1998, cuando leí el artículo de Sam Quiñones publicado
en la revista feminista Ms. Magazine, llamado “The Maquila­dora
Murders” o “Las muertes de la maquiladora”, que se me abrieron
los ojos a lo que estaba pasando en Juárez. Me acuerdo que sentí
una mezcla de vergüenza y coraje al darme cuenta qué tan ciega
ha­bía estado allá en mi torre de marfil en Los Ángeles a esta epi­
de­mia de muertes misóginas. Fue entonces que me puse la tarea
de leer todo lo posible sobre los feminicidios, cosa que no fue fácil
al principio, ya que no había reportajes, ni libros, ni documenta­
les, ni películas sobre los crímenes, y se encontraba muy poca in­
formación por internet.

[331]
332 alicia gaspar de alba

En el otoño de 1999 acepté un puesto becada de un semestre en


el departamento de Inglés en la utep, y según lo que le dijo una
bibliotecaria a mi sobrina, quien me ayudaba como asistente de
investigación, los crímenes contra mujeres en Juárez eran no­ticias
mexicanas y no se reportaban en El Paso Times. No podía creerlo.
Todos los que conocemos esta frontera sabemos que el charco que
separa a los dos países, esa “herida abierta”, como le puso Gloria
Anzaldúa a la frontera, “en donde el tercer mundo se restriega
contra el primero y sangra” (1987:3) es tan escueto que se puede
cruzar en partes sin siquiera mojarse las suelas de los zapatos.
So­mos dos países separados por largas colas en los puentes inter­
nacionales, pero conectados como gemelos siameses por una his­
toria aún más larga. ¿Cómo no iba a ser necesario reportar estos
crímenes en el diario?
Mi error fue que yo estaba buscando información en inglés.
Pero gracias a los talentos tenaces de investigadora que resultó
tener mi sobrina, encontró un archivo periodístico de casi seis
pulgadas de grueso en el Tec de Monterrey. En estos reportes en­
contré los detalles aterradores de los primeros 137 crímenes; leí
de las tragedias de las familias y del tratamiento sádico de las auto­
ridades. Después empezaron a salir libros, los primeros fueron
Las muertas de Juárez por Víctor Ronquillo y El silencio que la voz
de todas quiebra, escrito por siete mujeres periodistas en Juárez.
En inglés, Charles Bowden había publicado su fotohistoria, Juá­
­rez: The Laboratory of the Future, en donde mostraba claramente
—a través del trabajo de fotoperiodistas juarenses como Julián
y Gabriel Cardona— no sólo el horror de los cuerpos mutilados
encontrados en el desierto, sino también la gravedad de la po­
breza que ha dado como resultado colonias inmundas en las
afueras de la ciudad, cual desecho tóxico de la industrialización
y el narcotráfico.
No me acuerdo en qué momento me surgió la idea de cana­
lizar toda mi encuesta acerca de los crímenes, mis especulaciones
sobre los criminales y mis teorías de lo que yo veía como una
complicidad entre los entes políticos y económicos de México y
Estados Unidos, en una novela de misterio. Algunos me han pre­
la novela antidetectivesca como protesta 333
social

guntado por qué, siendo profesora con cátedra en Es­tudios Chi­


canos en la ucla, se me ocurrió que una novela sería el mejor
móvil para expresar mis ideas que un estudio académico. Yo les
contesto que tengo por entendido que más personas leen nove­
las de misterio que estudios académicos (hasta los mismos acadé­
micos). También les explicaba que el género popular de la novela
de misterio sería no solamente una buena manera de con­cientizar
a una audiencia estadounidense más amplia, sino además me ayu­da­
ría a quebrar el silencio que rodeaba a los crímenes, particular­men­
te en el norte. El problema era que yo no tenía la más mínima
idea de cómo se escribe una novela de misterio. Yo ni siquiera leía
novelas de misterio, mucho menos entendía cómo realizarlas.
Lo único que sí sabía del género de las novelas detectives­
cas es que la solución del crimen es imprescindible. El motivo
de es­­tas novelas —tanto para el lector como para la protagonis­
ta— es descubrir quién está cometiendo el crimen. ¿Cómo iba
yo a es­cribir una novela detectivesca sobre los feminicidios en
Juárez sin saber quién realmente estaba masacrando mujeres en la
frontera? Todos los libros que explicaban el género de las nove­
las de misterio coincidían en que el descubrimiento del criminal
era la parte más importante en la trama del libro. “La novela negra
clásica empieza con un crimen irresoluto y se conduce a la acla­
ración del misterio”, dice John Cawelti, autor de un estudio
académico muy famoso sobre las novelas de misterio y romance.
“Parece ser importante que el detective resuelva el crimen [...]”
dice Cawelti a continuación. “[…] el crimen debe ser envuelto
en un número de claves tangibles que hacen rotundamente claro
que algún causante es responsable […] pero debe aparecer sin re­
solución” (Cawelti, 1976).
Sin duda, cada uno de los feminicidios en Juárez está envuelto
en muchas claves tangibles que apuntan al asesinato, la tortura, la
depredación sexual, y otras violaciones del cuerpo femenino.
Aparte de enterarnos que fueron el “Egipcio” o el “Tolteca” o el
“Dia­blo”, no sabemos con certeza quiénes son los criminales. No
solamente parecían irresolutos los crímenes contra mujeres en
Juárez, en la actualidad no tenían (y siguen sin tener) resolución.
334 alicia gaspar de alba

Como se han de imaginar, esta decisión de escribir una no­


vela detectivesca sobre los feminicidios me dejó con un difícil
rom­pecabezas: ¿cómo escribir una novela de misterio sin solu­
ción? ¿Qué más hace un detective efectivo si no identificar al
criminal? Esta búsqueda del criminal es lo que le da a la novela
detectivesca su imperativo ontológico, dice Ralph Rodríguez, au­
tor de Brown Gumshoes, o Sabuesos marrones, publicado en 2005, el
primer estudio académico sobre la ficción detectivesca chicana.
Es más, esa búsqueda es lo que explica por qué la ficción detec­
tivesca, como género, se cuadra tan bien dentro de la literatura
chicana con toda su preocupación identitaria. Rodríguez dice:

[…] las novelas detectivescas se tratan del discernimiento de los


misterios de la identidad. En el meollo de la narrativa, después de
todo, está la pesquisa de revelar quién es el criminal […] al mismo
tiempo el detective desenvuelve un misterio de sí mismo. La no­
vela es tanto la historia del detective como la del crimen (Rodrí­
guez, 2005:8).

Para Rodríguez, entonces, el hecho de resolver un crimen es


análogo a descifrar los enigmas de la identidad (ontología) y del
conocimiento (epistemología), cosa que hace a la ficción detec­
tivesca un género natural para escritores chicanos y chicanas, que
estamos obsesionados con explorar, si no resolver, los misterios
bilingües y biculturales de nuestras vidas bifurcadas.
Desafortunadamente, el libro de Ralph aún no se había pu­
blicado en 2001, cuando emprendí esta loca aventura de escribir
una novela de misterio sobre los feminicidios. A través de mi in­
vestigación, percibí que había una conspiración de silencio de­
senvolviéndose en la frontera, apoyada por un discurso social
de culpar a las víctimas, que pretendía evitar que los ciudadanos de
ambos países sintieran empatía por las víctimas, o se unieran a los
gru­pos no gubernamentales que se estaban formando para poner­
le un alto a los crímenes. Para 2001 ya habían más de 200 cuer­
pos de mujeres, en su mayoría jóvenes de complexión indígena y
de clase humilde, que se habían encontrado muertas en lotes bal­
la novela antidetectivesca como protesta 335
social

díos de la ciudad, y quién sabe cuántas más aún no se encontra­


ban (ni se han encontrado).
Hasta hoy en día, 18 años después de que empezaron estos crí­
menes nefandos —y con más de 800 cuerpos amontona­dos en
la memoria—, los asesinatos siguen y siguen sin resolverse. No
obstante todo el activismo de las madres y las implacables ac­
ciones de base que se han tomado para denunciar la impunidad;
no obstante las campañas de investigación que ha emprendido
el gobierno mexicano para aclarar el misterio de los feminicidios
des­de 1996 (por muy ineficientes que fuesen); no obstante la en­
carcelación de varios potenciales criminales y sospechosos a tra­
vés de los años, ni el involucramiento de Amnistía Internacio­nal,
el fbi, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la onu,
las organizaciones comunitarias alrededor del mundo dedicadas
a la justicia para las mujeres de Juárez, las peticiones cibernéti­
cas, las recaudaciones de fondos para apoyar a las ma­dres, las con­
ferencias académicas, lecturas de poesía, exhibiciones de arte,
marchas y protestas; no obstante la participación de ar­tistas de cine
como Jane Fonda, Sally Field, Jennifer López, Antonio Bande­
ras, Eve Ensler y Jimmy Smits en las campañas de conciencia,
las marchas y las protestas, y hasta las resolucio­nes presentadas
en el Congreso de Estados Unidos —a pesar de todos estos esfuer­
­zos local, nacional e internacional por poner a los femini­cidios
en la primera plana de una agenda de justicia social—, los críme­
nes siguen sin esclarecerse y los criminales siguen su marcha de
im­punidad. Aparentemente, no hay solución. Definitivamen­te, no
hay justicia.
¿Cómo, entonces, me preguntaba en 2001, iba a escribir una
novela detectivesca sobre estos crímenes sin fin, de qué iba a ser­
vir escribir un misterio que no tiene ninguna aclaración? Después
de todo, encontrar la solución es la razón por la cual los aficio­
nados de este género leen novelas de misterio. El objetivo de estos
lectores es participar en la búsqueda de las claves y las pistas que
puedan llegar a identificar al criminal; es ordenar las piezas del
rompecabezas antes que el protagonista de la novela; es seguir al
detective por el laberinto del misterio hasta llegar al desenlace final.
336 alicia gaspar de alba

En el caso de las muertas de Juárez hay muchas pistas, muchos


laberintos entrelazados por un terreno de silencio. Se dice que
el laberinto del silencio que se encuentra a las afueras del desier­
to de Juárez es un lugar popular para los “ovnis” porque es tan
vasto el espacio que todo se pierde entre ese silencio. El caso de
los feminicidios es igual a ese laberinto del silencio, pues todo se
pierde o se olvida: las teorías, los culpables, los nombres de cen­
tenares de víctimas. Ahora hasta los feminicidios en sí pasan al
olvido frente al apilamiento de cuerpos que produce el crimen
organizado en Juárez. No hay solución, ni suspenso, ni desenla­
ce. Mi novela iba a fracasar. No importaba que hubiese concebi­
do una trama interesantísima para mi detec­tive amateur, quien es
nativa y al mismo tiempo ajena a El Paso, y tan ignorante como
yo de los crímenes que estaban pasando en su suelo natal. Que le
hubiera dado una genealogía completa de relaciones turbulentas,
de familiares tridimensionales lle­nos de caprichos y ocurrencias. Ni
siquiera valía que mi detective tuviese razones personales muy
fuertes para involucrarse en la investigación de los crímenes en
el verano de 1998. Todo lo relacionado con los personajes y la
tra­ma estaba en su lugar. Pero me faltaba la estructura. ¿Cómo
podía estructurar una novela de misterio sin resolución?
No fue hasta el 2002, tres años después de que empecé a de­
linear mi historia, que el universo me entregó la solución a mi
problema a través de un autor italiano, Stefano Tani, quien es­cri­
­bió The Doomed Detective: The Contribution of the Detective Novel
to Postmodern American and Italian Fiction (El detecti­ve de­
sahuciado: la contribución de la novela detectivesca a la ficción pos­
moderna americana e italiana). Fue en este libro que aprendí que
le había estado forzando un zapato modernista —la estructura
clásica de una novela detectivesca— a un pie posmoderno, o sea,
a lo que Tani le llamaba una novela antidetectivesca. ¿Novela an­
tidetectivesca? Intrigante, ¿no? Según Tani, el “principio cons­
tructivo” de una novela detectivesca clásica es la solución del
crimen. Al contrario, la novela antidetectivesca invierte ese prin­
cipio al suspender la solución y enfatizar, en su lugar, la pesqui­
sa existencial e inútil del detective. Nos dice Tani que:
la novela antidetectivesca como protesta 337
social

[…] la novela antidetectivesca, que frustra las expectativas del


lector, transforma un género comercial en una sofisticada expre­
sión de la sensibilidad vanguardista, y sustituye por el detective
como personaje central y ordenador el reconocimiento caótico y
descentrante del misterio sin solución (Tani, 1984:40).

El personaje principal de una novela detectivesca clásica es el


detective y funciona como el centro ordenador de la narrativa,
mientras que en la novela antidetectivesca el personaje principal
es el misterio en sí, y el único esclarecimiento que tiene la detec­
tive es que está metida en un caos. Una novela antidetectivesca
no tiene centro más allá del laberinto del misterio, y el trabajo
del detective es “trazar el laberinto”, dice Tani (1984:48). De esa
manera, el detective se enmaraña emocionalmente con el miste­
rio y con el proceso de la detección. Por ende, el protagonista de
una novela antidetectivesca se convierte en un tipo de Teseo, cuya
función central es encontrarle una salida al laberinto del Mino­
tauro con la ayuda de un hilo de Ariadna. Aunque el hilo le dé al
detective algo de que agarrarse, y también lo meta en peligro, no
le ayuda a resolver el misterio que lo llevó a entrar en el laberinto
en primer lugar.
Este estudio de la ficción detectivesca italiana y americana lleva
a Stefano Tani a concluir que hay tres tipos de novelas antide­
tectivescas: las innovadoras, las deconstructivas y las metaficcio­
nales.1 Aquí no hay tiempo para distinguir entre las tres, basta
decir que fue la novela antidetectivesca innovadora, al estilo de El
nombre de la rosa, de Umberto Eco, que me ofreció el hilo de Ariad­
na que buscaba para salirme de mi propio laberinto estructural.
1
Las novelas antidetectivescas metaficcionales son como un juego literario
que se juega con las convenciones de la ficción policiaca, pero que se empe­
ña más en protagonizar las interacciones entre el lector, el escritor y el texto.
Las novelas antidetectivescas deconstructivas tienden a oponer al detecti­
­ve con la fuerza interna de su propia identidad a la vez que ofrecen un miste­
rioexterno que tiene algo que ver con la magia negra o la brujería que el
detecti­ve nunca llega a descifrar o aun a interpretar. El único misterio que el
detective de una novela antidetectivesca deconstructiva puede resolver duran­
te su investigación es el misterio que existe dentro de sí mismo, cosa que le
cuesta caro a su sanidad mental.
338 alicia gaspar de alba

En la novela antidetectivesca innovadora, dice Tani, “el detecti­


ve puede llegar a encontrar una solución”, pero puede que no sea
“la solución real”; quizá sea únicamente “la proyección de sus pro­
pios anhelos y ansiedades, una de las muchas soluciones que
pueda llegar a tener el enredo” (Tani, 1984:52). O sea, la solución
pue­de ser una protesta social por parte de la detective en vez de un
de­senla­ce de los crímenes en sí. Aunque no resuelva nada, el
hecho de trazar el laberinto lleva a la detective a hacer preguntas,
a atar cabos, a divulgar secretos, a sobrevivir peligros, a exponer
impunidades, a despertar incertidumbres que motiven al lector
a seguir su propia pesquisa. La trama de la novela antidetecti­
vesca “es un artificio para atrapar la atención del lector y para
transmitir una denuncia social de forma racional y concisa” (Tani,
1984:61). Así es como la novela antidetectivesca innovadora sub­
vierte y transforma todas las convenciones de la novela de mis­
terio. Una de las distinciones principales entre la novela negra
clásica y la antidetectivesca innovadora es que, en la primera, el
propósito es llegar al final de la historia para resolver el “quién fue”
del misterio, mientras que en la segunda el propósito se encuen­
tra fuera del texto, después de la última página, al reflejar sobre
lo leído, y la “solución” es “la asimilación de todos los ingredien­
tes de la novela en la mente del lector” (Tani, 1984:75).
Al menos ya sabía el tipo de misterio que estaba escribiendo:
una novela antidetectivesca con el propósito de hacer una protes­
ta social en contra de los feminicidios de Juárez. También quería
usar los elementos de esta forma literaria para denunciar el tra­ta­
miento inhumano que se les da a las trabajadoras de las maqui­las,
el discurso social que convierte a las víctimas en “maquilocas” y
las culpa por sus muertes, y la manera en que internet facilita la
venta de mujeres y fomenta la esclavitud sexual.
¿Ahora, quién es la detective de una novela antidetectivesca
innovadora? Puede ser un policía o un investigador privado que
sigue todas las pautas de la detección profesional, o una persona
cualquiera que a causa de eventos fuera de su control y por una
suerte de condiciones particulares a su naturaleza y a su situación,
se embrolla en el misterio y se convierte en detective amateur en el
la novela antidetectivesca como protesta 339
social

transcurso de su pérdida en el laberinto. Sea cual sea su vocación,


la detective no se puede apoyar en la objetividad de un pro­ceso
científico para analizar los hechos, pues éstos le enseñan que
no tienen sentido, que no hay justicia, ni verdad, ni compasión
humana.
Veamos a Ivon Villa, la protagonista de Sangre en el desierto,
originaria de El Paso pero residente en Los Ángeles, investiga­
dora de estudios de género cursando su doctorado y con una
línea vedada de dos semanas para terminar la disertación. Cuan­
do comienza la novela, Ivon se encuentra a bordo de un avión
rumbo a El Paso después de una ausencia de dos años que ella
misma se impuso después de un pleito con la violenta y homo­
fóbica de su mamá. Mirando por la ventana del avión al aterrizar,
ella no ve una frontera separada en dos partes, ve sólo un gran lo-
te baldío.
A menos que sea la hora del crepúsculo, la única cosa que se
ve cuando vuelas en dirección a El Paso es el desierto, su piel pa­
quidérmica color marrón cubierta de estropajillo de salvia. Pero
a la hora del crepúsculo lo que ves de inmediato es el cielo, el velo
verde del cielo que se extiende desde la montaña Franklin hasta
las montañas Guadalupe. Desde el avión no se puede ver la línea
fronteriza, el trecho de cemento que separa El Paso de Juárez.
La frontera es sólo un amplio valle de luces. No se puede ver la
valla metálica del Muro de la Tortilla, ni los empresarios que trans­
portan a los trabajadores de un lado a otro del río Bravo en cáma­
ras de neumático, ni las largas colas de faros que reptan a lo largo
del puente Córdoba… Para los habitantes de ambos lados del río
la frontera no es otra cosa que un medio para llegar a casa (Gas­
par de Alba, 2008:7-8).
Ivon está de regreso, no por nada que tenga que ver con los
fe­minicidios (es más, la fecha es junio de 1998 y está leyendo el
mismo artículo en Ms que a mí me ayudó a concientizarme so­
­bre los feminicidios), sino porque viene a adoptar al bebé de una
trabajadora de maquiladora que está por dar a luz. Después de seis
años de resistir los empeños de su amante, Brigit, por tener un
hijo, Ivon escucha la voz de un niño en una librería y se le despier­
340 alicia gaspar de alba

ta a ella también el anhelo de tener un hijo. Se pone en contacto


con su prima, Ximena, en El Paso, una trabajadora social cuya
misión personal es ayudar a muchachas adolescentes en ambos
lados de la frontera que se encuentran en riesgo de drogas, o sin
casa ni hogar. Ximena ha arreglado todo para que Ivon venga
a conocer a Cecilia, la madre biológica del bebé que quiere adop­
tar. Pero éste no es el mejor momento para que Ivon adopte a un
bebé, ya que tiene únicamente dos semanas para terminar la di­
sertación o perder su puesto de profesora en una universidad
privada en Los Ángeles. Sin embargo, de esa forma tan encanta­
dora que tienen los abd (o sea las personas a quienes les falta sólo
la disertación para terminar el doctorado), Ivon decide compli­
carse la vida aún más y seguir adelante con la adopción.
Cuando Ximena la lleva a Juárez a conocer a Cecilia al día
siguiente de que llega a El Paso, descubren que a Cecilia la han
asesinado la noche anterior, que su bebé ha sido cortado de su
vientre. Ahora los feminicidios dejan de ser un tema abstracto
que Ivon leyó en una revista, se tornan en un hecho tangible y
do­loroso. No solamente ha perdido al hijo que iba a adoptar, sino
también se enfrenta cara a cara, literalmente, con el cuerpo mu­
tilado de la joven madre biológica en su autopsia. Los crímenes
se vierten en escopeta de dos cañones para Ivon cuando, un poco
más avanzada la novela, su hermanita Irene (de baja estatura, de
pelo largo y oscuro y de complexión morena) es secuestrada de la
Feria Expo en Juárez.
En el proceso de buscar a su hermanita, Ivon va a aprender
no sólo qué tan ignorante ha sido acerca de los asesinatos misó­
ginos de todas esas niñas y mujeres mexicanas humildes en Juá­
rez, sino también cuánta explotación sufren las trabajadoras de
las maquilas con sus trabajos esclavizantes, sus sueldos de mise­
ria, los anticonceptivos forzados que se tienen que tomar para no
perder su empleo, y el monitoreo despótico y humillante de sus
sistemas reproductivos.
Para Ivon, la solución al rompecabezas de los feminicidios de
Juárez se encuentra escrita en unas líneas de grafiti que descubre
en uno de los baños públicos del Kentucky Club.
la novela antidetectivesca como protesta 341
social

Alguien había garabateado una frase de Porfirio Díaz: Pobre


México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Abajo alguien
había escrito con esmalte rojo y con una letra temblorosa, Pobre
Juárez, tan cerca del infierno, tan lejos de Jesús (Gaspar de Alba,
2008:103).2
La segunda vez que regresa Ivon al Kentucky, ya en plena
búsqueda de su hermanita acompañada por su primo el “Mormón”,
alguien le ha añadido otra línea más a la pared: Pobre Juárez, tan
lejos de la Verdad, tan cerca de Jesús (Gaspar de Alba, 2008:191).
Ivon decide participar en el diálogo que obviamente se está de­
sarrollando a través del grafiti en este baño:
“Dibujó un círculo alrededor de tan lejos de la Verdad y luego
una flecha que apuntaba a la pregunta ¿Sabes la verdad? Llá­
mame”. Ivon escribió el número de su teléfono celular (Gaspar
de Alba, 2008:192).
Leer grafiti, o sea, hacerle una lectura textual, semiótica y
marxista al grafiti, particularmente las señas garabateadas en los
baños públicos de mujeres, es la especialidad de Ivon, pues de eso
se trata su disertación. La tesis de Ivon es que los baños públicos
son espacios de exhibición en donde se comunican los usuarios a
través del grafiti. Para Ivon, el grafiti se puede leer como un tipo
de discurso público que funciona a la vez como un sistema dis­
cursivo cerrado. Los garabatos en las paredes públicas son parte
de una estructura de comunicación significativa, son frases, dibu­
jos y números que significan algo muy específico para la población
que utiliza esos espacios. El Kentucky Club es uno de los bares
más famosos de Juárez y, por su localización en la avenida Juá­
rez, a una cuadra del puente internacional del centro, es un des­
tino popular para turistas y estudiantes estadounidenses de am­bos

2
“El posicionamiento de la frase debajo de las palabras de Díaz queján­
dose de la proximidad de México a Estados Unidos funciona para ubicar la
situación actual en Juárez en una historia más larga del imperialismo de Es­
tados Unidos en México” (Mata, 2011:63), en inglés: “The positioning of the
phrase under Diaz’s words bemoaning the proximity of Mexico to the United
States functions to situate the current situation in Juárez within a longer his­
tory of U.S. imperialism in Mexico”.
342 alicia gaspar de alba

sexos. Pero el Kentucky también es la entrada al inframundo de la


zona roja conocida como la Mariscal. Los antros y burdeles de
la Mariscal como el Mona Lisa y el Panamá, que quedan atrás
de la avenida Juárez, son espacios para hombres, lugares sin con­
trol de edad o de higiene, en donde algunas de las víctimas han
desaparecido. Ahí los baños de mujeres no son públicos, son uti­
lizados principalmente por las trabajadoras sexuales que ejercen
su oficio entre una clientela masculina. Sin embargo, por ser mu­
jer, por ser lesbiana con historia de aventuras dentro de esos
mismos antros y burdeles, Ivon tiene acceso a los baños de las
tra­bajadoras de la Mariscal, y por ende, al discurso grafiteado en
sus paredes, como estas líneas que se encuentra en La Casa Co­
lorada:
Aquí no hay cholas ni maqui-locas (Gaspar de Alba, 2008:216),
dice una.
El nuevo gobernador le chupa la verga a la migra (Gaspar de Al­
ba, 2008:216), dice otra.
Para Ivon es obvio que alguien deja pistas sobre las víctimas en
los baños públicos de la Mariscal.3 Además están ofreciendo
un análisis político de la complicidad que existe entre el gobierno
del estado y la migra. Cuando recibe una llamada con el núme­
ro bloqueado que le responde a su pregunta sobre “la Verdad”, se
le esclarece a Ivon el sitio en donde se están llevando a cabo al­­
gunos de los crímenes. Quizás, ella se figura, allá encontrará a su
hermanita.
Es una fábrica cerca de Jesús, había dicho la voz por teléfono.
Cerca de Cristo Rey. ¿Qué había cerca de Cristo Rey? Podía ver
las chimeneas de la refinería al fondo (Gaspar de Alba, 2008:292).
3
El hecho de que este grafiti está escrito en el único baño para mujeres en
un casa de prostitución le indica a Ivon que el discurso es interno, es un pla­
cazo de protección para las que trabajan en la Casa Colorada: al marcar una
diferencia entre ellas y las cholas (las que se drogan y andan en pandillas) y
las maquilocas (las trabajadoras de las maquilas que supuestamente están vi­
viendo una vida doble de buenas y de locas), el grafiti sugiere que “aquí” no hay
presas para los cazadores de mujeres. Es como si le estuvieran hablando di­
rectamente al criminal, o a alguna de sus agentes que ande clandestinamente
entre ellas. Aquí no hay el tipo de muchacha que buscas.
la novela antidetectivesca como protesta 343
social

“Mediante la incorporación de asarco en la narrativa, Gas­


par de Alba hace hincapié en el peligro que la refinería repre­
senta para los habitantes de la zona fronteriza”, concluye Irene
Mata en su artículo, “Marcas en las paredes: escritura en oposi­
ción en Sangre en el desierto”. “Como resultado de ello, el texto
sitúa la crisis actual en Juárez dentro de una larga historia de la
codicia capitalista, invalidando el bienestar de los ciudadanos de
la frontera” (Mata, 2011:66-67).4
Sin duda, la frontera de El Paso-Juárez se encuentra azotada
por aun más problemas que la destrucción sistemática de mujeres
morenas de bajos recursos. A El Paso, a finales del último siglo,
le decían la capital de agresores y delincuentes sexuales en Esta­
dos Unidos. Según un artículo que apareció en el diario El Pa­so
Times en 1999, “desde 1995, cuando los delincuentes sexuales
con antecedentes fueron requeridos por ley a registrarse con la
policía local, más de 600 se han registrado en el Condado de El
Paso” (Ramírez, 1999:1B). Un año después, la policía encontró
que un gran número de delincuentes sexuales en el registro no
vivían en los domicilios donde estaban registrados, y por lo tan­
to estaban violando la ley (Cruz, 2000:1B). Si no estaban viviendo
en sus domicilios oficiales, andaban sueltos todos estos preda­
dores sexuales en El Paso, o aún peor, estaban cruzando la fron­
tera hacia lo que el autor Simon Whitechapel llama en su libro
turbador sobre los feminicidios, “el patio de recreo de los asesinos
seriales” (Whitechapel, 2002).5

4
“By incorporating asarco into the narrative Gaspar de Alba empha­
sizes the danger the refinery poses to the residents of the border area. As a
result, the text situates the current crisis on the border within a long history
of capitalist greed overruling the well-being of the border’s citizens” (Mata,
2011:66-67).
5
Aunque este libro es problemático por muchas razones (para comenzar,
el apellido del autor se refiere a los asesinatos de Jack el Destripador, el famoso
asesino inglés, quien cometió cinco crímenes misóginos en el área de White­
chapel en Londres), fue uno de los primeros libros publicados en inglés sobre
los feminicidios en Juárez, y uno de los primeros en indicar que asesinos en
serie estaban cruzando la frontera de Juárez desde El Paso.
344 alicia gaspar de alba

Efectivamente, durante mi visita a la Estación de la Policía de


la calle Piedras, donde estaba entrevistando a la detective Andrea
Baca como parte de mi investigación para la novela, me encon­
tré con un mapa de El Paso, el cual marcaba los supuestos domi­
cilios de todos los delincuentes sexuales en registro en la ciudad,
y noté que muchos de ellos estaban convenientemente situados
cerca del puente peatonal que conecta el centro de El Paso al de
Juárez (Gilot, 2000).6 Aunque no se les permite viajar fuera del
estado a estos delincuentes sexuales, mucho menos fuera del país,
qué tan difícil es caminar cinco minutos para atravesar el puente
por la Lerdo y cruzar a Juárez, especialmente cuando se puede
cruzar la frontera a cualquier hora de día o de noche y es seguro
encontrar por lo menos a una jovencita caminando sola por las
calles del centro, por el Ribereño o por el desierto. Me pregunto
hasta qué grado ignoran estos cruces ilegales de delincuentes se­
xuales las aduanas estadounidenses, hasta qué grado les dan am­
paro y miran al otro lado mientras ellos llevan a cabo sus delitos.
Para 2001, el número de delincuentes sexuales que vivían en
El Paso había aumentado a 751. En noviembre de 2001, el mis­
mo mes en que ocho cuerpos fueron encontrados en el campo
algodonero frente a la amac en Juárez, Alexandra Flores, una
niña de cinco años, fue secuestrada de una tienda Wal Mart en la
calle Alameda de El Paso, y el agresor resultó ser un delincuen­
te sexual que acababa de registrarse en la estación de policía de
Horizon City el día antes de que raptara, violara y estrangulara
a la niña de cinco años. Diana Washington Valdez reportó que

[…] el alguacil del condado de El Paso, Leo Samaniego, y otras


autoridades todavía trastornados por el caso de Alexandra Flo­
res reclamaron de que El Paso se había convertido en el basurero
donde caían todos los delincuentes sexuales con antecedentes de
otras partes del estado (Washington, 2001:1B).

6
“La cuadra 500 en la calle West Missouri en el centro de El Paso alberga la
más alta concentración de delincuentes sexuales en la ciudad. De los 43 agreso­
res registrados en el código postal 79901, 30 viven en la cuadra 500 de Mis­
sou­ri y cerca de la cuadra 300 de la calle Prospect” (Gilot, 2000:1B).
la novela antidetectivesca como protesta 345
social

En enero de 2002, una carta editorial a El Paso Times conde­


naba esta práctica:

El número de delincuentes sexuales puestos en libertad con­


dicional en el condado de El Paso que no son originarios de este
condado es una crisis. El sistema nos está fallando. Juntos, te­
nemos que denunciarlo. Espero que la indignación del conda­
do de El Paso sea tan clamorosa que el eco de ira y asco retumbe
desde El Paso hasta Austin (El Paso Times, 2002:04A).

El toque de atención que sonó con la abducción y el asesina­


to de Alexandra Flores motivó a la comunidad, al igual que a las
autoridades estatales, a expulsar delincuentes sexuales que no
eran originarios de El Paso a sus respectivos condados de ori­
gen. Ya para febrero de 2002 el número de delincuentes sexua­
les en libertad condicional en El Paso había disminuido a 147, pero
aun así, 112 de ellos no eran originarios de El Paso (Gilot, 2002:
01A).
¿Habrá sido un giro del destino que hasta 2002 El Paso fue­ra
el basural en donde gran cantidad de delincuentes sexuales sen­
tenciados de todo el gran estado de Texas fueron tirados? ¿Por qué
fue que todos estos predadores sexuales fueron mandados a un
lugar que está sobrepoblado de mujeres jóvenes y de esca­sos re­
cursos que buscan trabajo en la industria maquiladora, quie­­nes
viven en las áreas más peligrosas y desoladas, y también más cer­
canas a la frontera —un lugar que, por coincidencia, tam­bién ha
sido trasegado por atroces crímenes sexuales contra mujeres y ni-
ñas desde 1993? Éstas son decisiones muy bien calculadas por
la directiva que concede libertad condicional a los presos. Yo plan­
teo de que estos delincuentes sexuales también son parte de todo
lo tóxico que le ha caído a la frontera después del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (tlcan). Estos agresores
son otro tipo de escuadra de vigilancia, como los tales “minute­
men”, que atacan contra la infiltración de “ilegales” a la frontera.
En su artículo “Las muertas de la maquiladora”, Sam Quiño­
nes comenta sobre el anonimato y la invisibilidad de las víctimas,
346 alicia gaspar de alba

que hacen que sus asesinatos parezcan sin importancia y, por


ende, sin mérito de ser resueltos.

No hay ninguna resolución, no hay ningún hombre loco a quien


echarle la culpa de todo. Resulta de que el asesinato perfecto es
sorprendentemente fácil de cometer, especialmente cuando la víc­
tima no es nadie “importante”, cuando es solamente una figura
anónima —y en Juárez hay muchas de ellas (Quiñones, 2001:
152).7

Al final de Sangre en el desierto, hay tres verdades muy claras


para Ivon Villa: 1) que las corporaciones multinacionales por
medio de la industria maquiladora y las concesiones del tlcan
le están sacando billones de dólares de lucro a la explotación de la
mano de obra barata proveída por mujeres pobres de México; 2)
que el tlcan ha creado las condiciones para una epidemia de
terrorismo sexual y violencia misógina en la frontera, y 3) que la
apatía social, tanto por parte de México como de Estados Unidos,
ha permitido que se sigan cometiendo estos feminicidios.
Los feminicidios de Juárez no son mito ni leyenda negra. De
que hay hombres crueles y sedientos de sangre cometiendo
violen­cias feminicidas por diversión o por lucro es un hecho his­
tórico. Colusiones, conspiraciones, el narcotráfico, el mercado de
órganos humanos, la esclavitud sexual, el cine snuff, los videos
de viola­ción que terminan en asesinato, predadores sexuales de El
Paso, grupos satánicos, el pan contra el pri —sobre todo, dos
instituciones permanecen libres de cualquier culpa o responsa­
bilidad: la industria maquiladora y la Migra. ¿Ocasiona alguna
sorpresa que las víctimas de Juárez sigan ocultas bajo el silencio
y la apatía social que se ha acostumbrado a la presencia de mu­
jeres descuartizadas en el desierto? Como dice Ivon al final de
la novela, cuando se encuentra atando los pocos cabos que ha reu­
nido en su trayectoria por el laberinto:

7
Este artículo fue originalmente publicado con el título “The Maquilado­
ra Murders”, en Ms, mayo y junio de 1998, pp. 11-16.
la novela antidetectivesca como protesta 347
social

Pornógrafos, pandilleros, asesinos en serie, policías corruptos,


extranjeros con un gusto por lastimar a las mujeres, oficiales de
inmigración protegiendo la patria. ¿Qué importa quien las ma­
te? El tema no es quién lo hizo, sino quién permite que estos
crímenes ocurran. ¿Los intereses de quién se protege? ¿Quién
los encubre? ¿Quién saca ganancia con la muerte de estas
mujeres? (Gaspar de Alba, 2008:341).

Ivon llega a la conclusión de que los verdaderos criminales no


son nada más los autores de los crímenes en sí, sino también los
poderes e intereses que están beneficiándose de los atroces ase­
sinatos de mujeres. Lo que queda claro en la mente de Ivon es
que el feminicidio, igual que el narcotráfico, no es solamente un
problema mexicano; es un problema fronterizo que involucra a
la Migra al igual que a los judiciales mexicanos, a la industria
maquiladora igual que a la directiva que concede la libertad con­
dicional en Texas.
Bajo la mirada de Cristo Rey y las chimeneas gemelas de la
Fá­b rica de Fundición Americana (mejor conocida como
la asarco), las cuales están paradas de guardia sobre “la herida
abierta” que separa el primer mundo del tercero, Ivon se da cuen­
ta de que las mujeres obreras mexicanas se han convertido igual
de prescindibles que unos cuantos peniques en la máquina tra­
gamonedas que constituye el capitalismo transnacional, y que
la tragedia de la vida de estas mujeres asesinadas no comenzó
cuan­do sus huesos fueron arrojados al desierto, sino desde el mo­
mento en que entraron a trabajar a una maquiladora. Como dice
Melissa Wright en su artículo “Dialéctica sobre la naturaleza
muerta”, “sus muertes sólo son síntomas de un mayor proceso de
consumo que comenzó mucho antes de la violenta destrucción
de sus vidas” (Wright, 1999:453-473).
Aparte de las corporaciones multinacionales, hay otras indus­
trias que practican el proceso de consumo de las obreras de
Juárez, entre ellos el turismo. Al hacer una búsqueda cibernética
sobre la palabra “violación”, por ejemplo, me salieron muchos
sitios con páginas y más páginas de pornografía gratis, la “mer­
348 alicia gaspar de alba

cancía” organizada por raza, por origen étnico o por edad, así co­-
mo “Muchachas asiáticas”, “Muchachas latinas o mexicanas”, o
“Lolitas” (que se refiere a niñas menores de 12 años). Disponibles
para cualquiera con acceso a internet, estos sitios ofrecen múlti­
ples imágenes de violencia extrema erotizada contra mujeres
jóvenes y niñas de razas minoritarias. También me encontré un
sitio de turismo a Juárez llamado Border Lines (líneas fronteri­
zas) que mostraba un link para una página llamada “Esas Mu­
jeres Latinas Sexy”, la cual me llevó a ver una lista de prostíbulos
muy bien conocidos en la Mariscal, hasta con fotografías seduc­
toras de bailarinas llamadas Brenda, Becky y Eunice. Dos cosas
en esa página fueron particularmente alarmantes: un mensaje con
luces amarillas intermitentes que decía: “La prostitución es le­gal
aquí”, y un párrafo escrito en inglés que describía la cla­se de mu­
chachas que estarían ofreciendo el servicio:

Cada semana, cientos de mexicanas jóvenes llegan a Juárez de


to­das partes de México. La mayoría de estas muchachas buscan
trabajo para proveer las necesidades básicas para sus familias que
quedaron allá en su lugar de origen. Aunque muchas de ellas
encontrarán empleo en las maquiladoras del área, a menudo re­
sultan trabajando en los bares y burdeles de Juárez.8

La venta legal de mujeres se estaba publicitando casualmen­


te en la world wide web como otra atracción turística de la fron­
tera. Con este tipo de publicidad para la ciudad, no nos de­be
sorprender que hombres depravados como el “Egipcio” o los
agre­sores sexuales de El Paso vengan a hacer su agosto en Juárez.
Ni tampoco debemos asombrarnos al encontrar una playera tu­
rística como la que descubrió Jane Caputi de venta en línea que
dice: Yo maté a 40 prostitutas en México y todo lo que me dieron fue
esta playera sangrienta. No hay que buscar más lejos que en You­
Tube, que nos ofrece videos cortos como parte del juego Grand
8
En el sitio de internet de Border Lines, en <http://www.blines.com/page1.
html>, el link a “Those Sexy Latin Ladies” (“Esas Mujeres Latinas Sexys”)
todavía se encuentra en el menú, pero éste ya no está activo.
la novela antidetectivesca como protesta 349
social

Theft Auto titulados “Cómo matar a una prostituta” o “Diez for­


mas de matar a tu puta”,9 para ver con qué desfachatez y deleite
los jugadores se echan a las “mujeres malas”. Como explica Ca­
puti en su libro La era del crimen sexual, la prostituta de hoy en
día (o la mujer a quien se acusa de ser prostituta) es como la bru­
ja de los tiempos medievales, es la “proyección arquetípica de la
mujer ‘mala’ dentro del patriarcado” (Caputi, 1987:95) que de­be
ser castigada a través de la tortura, la violación y otros ritos destruc­
tivos.
Aunque es posible que no todas las víctimas de los femini­cidios
fueran violadas, todas ellas —desde la niña de seis años a la que
le quitaron los ojos, hasta la mujer de setenta que murió acuchi­
llada y violada con un palo— todas fueron severamente brutaliza­
das, lo que Caputi llama “ritualmente destruidas”, no nada más
asesinadas. Según el reporte que publicó Amnistía Internacional
en 2003 llamado “Muertes intolerables”, lo excesivo de la vio­
lencia indica algo más que el deseo de matar a las mujeres: “En
muchos de los casos, la brutalidad con la que los agresores secues­
traron y asesinaron a las mujeres fue más allá del acto de asesi­
nato, y muestra una de las más terribles pruebas de la clase de
violencia que están usando contra mujeres”.10
Esta violencia tiene una clase muy especial, y es por eso que
se le llama feminicidio y no homicidio. En “Feminicidio: terro­
rismo sexista contra mujeres”, Jane Caputi y Diana Russell de­
sarrollan una escala de violencias para comprender los anchos
parámetros de lo que constituye el feminicidio dentro de la so­
ciedad patriarcal, entre ellas: abusos físicos y psicológicos, inces­
to, agresión sexual contra niñas y menores, mutilación genital,
violación y tortura. “Cuando estas formas de terrorismo resultan en
muerte, se vuelven feminicidios”, dicen Caputi y Russell (2002).
La escala de violencias misóginas nos ayuda a subrayar un hecho
tajante: que aunque las autoridades mexicanas quieran distinguir

9
Véase en YouTube <http://www.youtube.com/watch?v=OJctvteNXLs> y
también <http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=zR2zXjX_Wa4>.
10
Véase el reporte de Amnistía Internacional.
350 alicia gaspar de alba

entre crímenes pasionales, crímenes sexuales o crímenes sociales


(2003),11 todas las víctimas han sido expuestas a un terrorismo
sexual contra mujeres que resulta en sus muertes. Por lo tanto,
todas han acabado en feminicidio.
El feminicidio es matar a mujeres por ser mujeres, pero el
cuerpo de la mujer no es lo único que se muere, ni es el único
objetivo del crimen. Por lo excesivo de la violencia perpetrada
contra el cuerpo femenino, que es el núcleo de la vida, los poderes
destructivos mandan un ultimátum de terror a la sociedad entera.
Nosotros tenemos el poder de aniquilar a esta sociedad, dice el
mensaje inscrito en los cuerpos mutilados y desmembrados de las
víctimas. Por ende, el feminicidio se convierte en genocidio, dice
Jane Caputi en su epílogo a mi reciente antología, Making a Ki­l­
ling: Femicide, Free Trade, and La Frontera [Haciendo matanzas:
feminicidio, libre comercio y la frontera]. Dice Caputi que el geno­
cidio va como uña y carne con lo que ella llama “gynocidio”. La
raíz latina gyn, como en ginecología o misoginia, tiene que ver
directamente con la mujer. “El gynocidio no solamente suena co­mo
genocidio”, señala Caputi. “Ambos están relacionados histórica­
mente. Primero, la violencia sexual que caracteriza al gynocidio
es un componente básico del genocidio. Segundo, el motivo del
genocidio está algunas veces arraigado en imperativos gynocidas”
(Caputi, 2010:280). ¿Cuál será un imperativo gynocida en la fron­

11
Véase “Homicidios de mujeres: auditoría periodística (enero 1993-julio
2003)”, presentado por el Instituto Chihuahuense de la Mujer. La auditoría
analiza a las víctimas por edad, ocupación, lugar de origen y móvil (violen­
cia sexual, pasional, accidental, intrafamiliar y social). De acuerdo con este
informe, la mayoría de las víctimas de los crímenes sexuales (20 por ciento)
tenían entre 11 y 15 años, estaban empleadas o no se les conocía su ocupación,
eran de lugares desconocidos (únicamente 19 por ciento eran de Juárez), y los
móviles de la violencia sexual podían ser por penetración del miembro viril
(lo que define a una violación, de acuerdo con las reformas del Código Penal
mexicano llevadas a cabo en 2001) o por inserción de objetos extraños en los
orificios corporales de las víctimas (lo que el Código Penal define como abu­
so sexual y no violación, por lo tanto, tiene un castigo más ligero que la viola­
ción, siempre y cuando la víctima tenga más de 12 años y no sea conocida como
prostituta).
la novela antidetectivesca como protesta 351
social

tera postlcan, cuando ahora más que nunca “el norte” es el do­
­rado aliciente para miles de muchachas jóvenes, pobres y férti­
les del interior de México y Centroamérica? ¿Cuando los datos
demográficos del censo de Estados Unidos demuestran que la
población hispana se acerca más y más a una mayoría?
Al fin Ivon da con la clave de su análisis: juntando la violencia
extrema que sufren las víctimas, su explotación total adentro de
las maquiladoras, las pruebas de orina que son obligatorias para las
solicitantes, el monitoreo reproductor, las despedidas por emba­
razo y la venta de mujeres por internet, ella se pregunta:

¿Qué hacer con los cuerpos morenos de estas mujeres fértiles en


la frontera?, ¿qué pasa si cruzan? Más mujeres indocumentadas
en El Paso significa más bebés morenos legales. ¿Quién quiere
más bebés de color como ciudadanos legales en la Tierra Prome­
tida? (Gaspar de Alba, 2008:340-341).

De acuerdo con las convenciones de la novela antidetectives­


ca, Ivon no descubre quién está asesinando y descuartizando a
las mujeres de Juárez, pero a partir de su jornada en el laberinto
está convencida de que hay un complot fronterizo que involucra
a las organizaciones más poderosas de la frontera. No es sólo el
hambre rapaz del capitalismo global lo que se devora a las pobres
mujeres y niñas inocentes de Juárez, explotándoles su fuerza pro­
ductiva hasta el último centavo de provecho. El gynocidio se con­
vierte en imperativo capitalista frente al único poder que tienen
estas mujeres y que tanto amenaza a la seguridad de la patria es­
tadounidense: el poder reproductivo del cuerpo femenino mexi­
cano al que el tlcan ha traído demasiado cerca del alambrado, y
al que la maquila ha desechado. No le queda otra más que per­
seguir su propio “sueño americano”.
En su estudio sobre la tradición literaria de la novela detecti­
vesca chicana, Teresa Márquez escribe lo siguiente:

Durante los últimos años, un boom modesto pero vigoroso ha


desempeñado lo que puede llegar a ser el principio de una tra­
352 alicia gaspar de alba

dición literaria de la novela negra chicana o la formación del per­


sonaje del detective de raza mexico-americana […] Escritores
chicanos están rehaciendo el género de misterio para propósi­
tos culturales, políticos y sociales muy específicos. Estos escri­tores
están produciendo nuevos modelos literarios, que se pueden ver
como crítica social y representación cultural (Márquez, 2004:219-
225).

Mi contribución a la novela de misterio chicana no es un de­


tective mexico-americano rastreando a un criminal para llevarlo
ante la justicia; imagínensela como una versión lésbica de Teseo,
trazando el laberinto del silencio en Juárez. Ese laberinto abarca
un continuo de violencia que tiene el feminicidio en una orilla y
la homofobia en la otra, con pornografía de internet, leyes migra­
torias racistas y acuerdos de comercio colonizantes por en medio.
Todo eso, Ivon llega a comprender, impacta a la familia social que
se crea en el desierto sangriento de la frontera, porque aunque el
cuerpo que encuentran entre los matorrales de Lomas de Poleo
no es su hermanita Irene, “es la hermana de alguien […] la hija de
alguien”. Una hija muerta más de la frontera.12

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12
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Crimen y castigo en Ciudad Juárez.
Apuntes para una aproximación a la poética
narrativa de Arminé Arjona

Rocío Mejía

Además de agradecer a Chava por su invitación y a El Colegio


de la Frontera del Norte por su cálido recibimiento, sin otra dis­
culpa hago la lectura de la palabra fronteriza de Arminé Ar­jona
como un diálogo a veces a la manera de Mijail Bajtín.1

Ellas, ellos, los otros, ¿los que sobran?


“Sujetos encegados”
Yo disparo
Tú le apuntas
Él cae muerto
Nosotros corremos
Ustedes huyen
Ellos nunca ven nada (37)
La piel del llanto, versión digital 2

Cuando Raskolnikov acude a la oficina de justicia que busca al


asesino de la usurera y va asumiendo su responsabilidad, Dos­
1
En la Estética de la creación verbal (1997), Bajtín propone una lectura de
la estética a través de la palabra dada y la palabra creada como elementos que
confluyen en el proceso creativo del discurso narrativo y poético. Estas pági­
nas son, por lo tanto, un diálogo (en el que hay diversos textos) entre la palabra
crea­da de Arminé Arjona y mi palabra, como palabra dada por el contexto y las
coincidencias estéticas. En este sentido, mi lectura pre­tende ser una dialogía.
2
En adelante, colocaré inmediatamente después de cada cita y entre pa­
réntesis las páginas correspondientes al orden que los poemas tienen en el ar­
chi­vo digital de la autora.

[357]
358 rocío mejía

toievski nos ofrece una lectura de la hermandad psíquica entre


la culpabilidad y el crimen. Kafka, por su parte, en El Proceso, a
través de la historia del señor K, nos abre la posibilidad de con­
cebir una culpa sin acontecimiento. De una narrativa a otra se
decanta un discurso histórico que puede servir de base para la lec­
tura de algunos cuentos de Arminé Arjona (1958), poeta, na­rra­
dora, ensayista y dramaturga de Ciudad Juárez. Su obra litera­ria
nos plantea una interpretación casi cronográfica de la situación
de Ciudad Juárez. Su poesía y su narrativa tienen la virtud de
construir una representación viva de Ciudad Juárez y nos permi­
ten cuestionar algunos de los modos en que las mujeres, ese su­jeto
reivindicado del feminismo, asumen su papel como sujetos de la
voz y protagonistas de la historia en la crisis humanitaria que,
desde la nota periodística, se transforma en materia literaria.
Algunas estudiosas de la literatura de fronteras han analizado
la ironía de Arminé Arjona como forma, y desde mi lectura la pe­
culiaridad consiste en que su ironía abre el corazón de la tragedia
y desarticula el simulacro de algunas formas en que las feminis­
tas hemos construido el nuevo sujeto “mujer” emancipado y las
reivindicaciones libertarias, a través de la figura del maternaje de
su narrativa. En este espacio quiero referirme a un cuento que se
titula “Todo en familia”, publicado en el blog Ardapalabra (2011).
Quiero agradecer la generosidad de Arminé Arjona, pues me
hizo llegar vía electrónica un poemario inédito, La piel del llan­
to, en el que nos plantea de manera transparente esta complicidad
entre el crimen y el castigo como una cara de Jano. Y comentar­
le que si llegué aquí, me trajo su generosidad, la de Chava, la de
Julia y la curiosidad de aprender.
Exordio: en medio de un país con más de 50 mil asesinados,
una política de guerra y exterminio avalada por siete votos en 2006
y en riesgo de una dictadura permanente, podemos preguntarnos
si las feministas y las y los defensores de derechos humanos esta­
mos contribuyendo a desarticular la violencia que nos contamina
cotidianamente y cómo.
Una de las reglas de la guerra y de las catástrofes es proveer es­
capatoria primero a las “mujeres y a los niños”. De cara a la gue­rra
crimen y castigo en ciudad juárez 359

de Calderón, a las leyes en razón del parentesco3 y a la pederas­


tia clerical, los mensajes son claramente opuestos. Hay una po­
lítica dedicada a la degradación de los sujetos más vulnerables
como parte de la biopolítica planetaria. Creo, como dice Michel
Foucault, que el mundo sigue dominado por la lógica (guerrera)
del imperio romano, por el dominio del soberano y que, en ese
proceso, el autismo de las reivindicaciones que se discuten pú­
blicamente ahora han vaciado de sentido la utopía, la esperanza
y el amor. Las feministas y defensoras/es de derechos ¿estamos
trabajando en ciertos contextos de riesgo como garantes de un
Estado benefactor de políticas transnacionales?, ¿algo parecido
ocu­rre con las políticas de izquierda? Me preocupa, porque ante
Ciu­dad Juárez, nuestras reivindicaciones pueden tener el signo
de Ja­no y encaminarse a la performatividad del castigo a través de
es­trategias de subjetivación social femeninas y de dificultar el ac­
to de morir.
Con La piel del llanto, Arminé Arjona construye la utopía
posible desde las voces de la ciudad: de quienes caen, de quienes
asesinan, de quienes callan, de quienes luchan, de quienes dis­
fru­tan. Para la poeta, somos una comunidad de sentimientos y
con­tradicciones.
“Mi desierto/ha caído/en un pozo/de sombras” (31), caer como
morir, como rendirse, como callándonos adentro, entre las tram­

3
En estos días, una de las noticias más importantes, en materia de justicia
y reproducción, son las leyes de “homicidio en razón de parentesco” con las
que los gobiernos conservadores castigan a las mujeres que abortan (de mane­
ra espontánea o elegida), como un símbolo que expresa de quién es el cuerpo, el
deseo y las decisiones de las mujeres. El caso más emblemático lo constituye
Guanajuato, con más de siete mujeres con condenas de 20 y 30 años de prisión
por haber cometido un “homicidio en razón de parentesco” contra los produc­
tos de su gestación. No me interesa aquí señalar que dichos abortos, según se
alega públicamente y en defensa de las mujeres, fueron “espontáneos”, pues me
parece que ambas posiciones discursivas niegan, o por lo menos enrarecen, la
articulación de una mujer sujeto. En “Lluvia” (79-82), Arminé narra la estancia
en un hospital de una adolescente drogadicta que da a luz: “su hijo nació adicto
[...] Quiero fumar base. Eso es todo lo que quiero. Que mi mamá se las arre­­­gle
con el niño. No quiso que abortara, ‘ora que se joda con él” (79). Droga, cri­men
y maternidad obligada como metáfora de la misma desolación humana.
360 rocío mejía

pas. “Mi desierto” como territorio y soledad, como capital no


acumulable. La sombra como voz, como palabra, como silencio
de una descripción que ya no continúa. Ha caído la voz en el de­
sierto y el desierto es carne, carne de dios con soplo. ¿Cómo
hacer comunidad del polvo y de la arena? ¿Cómo evitar la ruina
que se esparce en medio de los ojos?
La tragedia es definitivamente humana porque “Quizá dios
está de malas/ o salió de vacaciones” (34). Y dios se hizo carne,
hombre, humanidad y verbo. Y el discurso de la democracia se
hizo dios “y un Estado incapaz de defendernos/ (que) opta por
desertar/cierra los ojos” (22). Desertar en el desierto, desierto
como huir, como dormir para la vida del otro que importa. ¿Nos
importa? No lo sé. Tal vez nos exporta.
El castigo, para esta poesía, es intemporal y eterno, por eso el
poemario hace énfasis en el infinito. Irónicamente, en el presen­
te, estos cuerpos son muertes necesarias, muertes dignas de ser
vividas y alabadas. “Es un culto a la muerte/ o fanatismo a ultran­
za,/ sacrificio de guerra” (5).
En Ciudad Juárez la muerte (como castigo) lo reinventa y re­
nombra todo, a todos. Es un acto creativo, “Después de tanto
cadáver/exhumado de las narcofosas/nuestro exclusivo Resi­
dencial/ denominado Las Acequias/ actualizó su nombre/ a Las
Exe­quias” (6). La aliteración es semántica: ambas desinencias, co­-
mo finales de palabra, de vida, hacen referencia al desierto, a la
sequía. El paraíso es de polvo, piel y llanto. La residencia como
residuo, como cadáver que vive, como residente.
Como una ciudad de capitales, símbolo de progreso e indus­
trialización trans/nacional, “Tenemos:/Un cementerio nuclear/ un
vasto cementerio/ de mujeres/ y varios cementerios/ Residencia­
les […]” (7).4 Nuclear como la familia, como las armas letales, co­-
mo almacén que un día puede salirse de control y contaminar el
aire. Si la residencia es la casa, el cuerpo, la vida, entonces también
estamos muertos quienes estamos vivos. La muerte nos habita.

4
Julia Monárrez (2009) ha explicado el fenómeno como “feminicidio” y
“violencia sexual sistémica” y ha analizado las implicaciones ideológicas, econó­-­
crimen y castigo en ciudad juárez 361

La muerte está cerca y lejos, en el espejo, en la piel y el llanto.


Cuando María Zambrano señala que el juego es una metáfora
de la vida (1985), señala que hay juegos en los que aprendemos
la muerte y esa misma sabiduría emana del poema cuando dice
“El juego fuego cruzado/un simple ajuste de cuentas/ dos, tres
hombres desangrados/o la sangre en tu cochera” (8). Los muer­
tos pueden ser propios o ajenos y el homicidio es resultado de los
intereses del capitalismo: “un simple ajuste de cuentas” que toma
las vidas como moneda de inter/cambio, que traslada el saldo
rojo a la ciudadanía.
La vida aparece como un estado de transición. Los ciudadanos
—¿o sólo hay que decir civiles?— ofrecemos nuestras vidas a la
manera en que en la antigüedad se ofrecía la vida al soberano.
En Ciudad Juárez hay un soberano de dos cabezas: el narco “si­
carios y marionetas/ —¿serán equis, y (griega) o Zetas?”(9) y el
Estado representados en el poemario por “tiras”, “kaibiles”, “exju­
das” (9). El soberano decide a quién le da vida o a quién deja vivir.

Decir delincuenteando (nosotras ¿y ustedes?)


En Delincuentos: historias del narcotráfico (2004)5 las mujeres se
integran a la organización delictiva como parte de sus labores de

micas y políticas de la permanencia y magnitud del mismo en Ciudad Juárez.


Arminé Arjona ha hecho de la poesía un vehículo para plantear los mismos
grandes temas en relación con los asesinatos de mujeres. Jeniffer Rathbun
(2011), en su análisis sobre el feminicidio en la poesía, retoma el concepto de
“simulacro” para explicar cómo la imagen de las mujeres asesinadas tiene rela­
ción con un prototipo de género asociado ideológicamente a la doble vida y
la prostitución, lo que favorece que las investigaciones, las políticas y las cifras
también constituyan la tergiversación de la realidad, “una copia sin original”
en Ciudad Juárez, y destaca la importancia de la creación poética como un
elemento que deconstruye ese “simulacro” y donde Arminé Arjona represen­
ta una voz significativa de esa lucha contra la ignominia y la mentira de las
instituciones y de la sociedad que vive la tragedia con indiferencia casi crimi­
nal: “La ciudad mata impasible/ la violencia escupe escombros/ sueña un día
el viento irascible/ con desempolvar asombros” (28).
5
Utilizo la segunda edición (2009) y las páginas que aparecen entre pa­
réntesis, después de cada cuento nombrado, corresponden a ella.
362 rocío mejía

maternaje y cuidado.6 Aun como sujetos con capacidad de matar,


reproducen el orden patriarcal. En los espacios de la criminalidad,
las mujeres retoman algunos ideales feministas: la sororidad re­
presentada como una red de mujeres que actúan como gancho
de otras mujeres; la toma del poder como una imitación del
cri­ticado poder de la masculinidad. Los signos, dice la narrativa,
sin embargo, no son los que se podría esperar de un sujeto que
des­de la subalternidad abraza la alteridad. La política y el crimen
ejercidos por las mujeres tienen el mismo sentido que el de los
hombres, con lo que se afirma la humanidad de la violencia en tan­
to producto de la socialización. O podríamos decir, como María
Jesús Izquierdo (2010), que hombres y mujeres están sujetos a
la misma lógica sexista de la explotación, los hombres vía econó­
mica y las mujeres vía libidinal, con iguales resultados de opresión.
El individualismo y el amor nos han hecho soberanos sobre los
otros, por lo que decidimos a quién “hacemos vivir y a quién
dejamos morir”. Sin embargo, matar se ha vuelto uno de los ac­
tos más difíciles en el estado fáctico de los derechos humanos.
En el contexto doméstico de los relatos de Arminé Arjona,
en la construcción del cuidado y de la reproducción (y uso aquí
adecuadamente el término), en hogares con ausencia del padre, la
madre asume la ética de la guerra, pero no la de la protección. Y
la guerra empieza con el maltrato verbal hacia los hijos.
En este proceso, la nueva generación se vuelve también pro­
tagonista de la guerra. Mujeres y niños están con el crimen or­ga­
­nizado. Y los vínculos van más allá del simulacro del vínculo, el
odio se vuelve el centro de lo que religa al grupo y lo dispersa.
De tal manera que el punto de vista de la narradora señala cómo
el discurso del otro nos ha tratado (como trata de personas) de tal
manera que ha hecho de cada uno la imagen y semejanza de quie­
nes nos convierten en sus víctimas. Retomando la teoría de Judith
Butler (1997) diría que los personajes (femeninos) de la narrati­
va de Arminé Arjona son “efecto del poder del crimen y la culpa” y
6
En este sentido, podemos afirmar, parafraseando a Teresa de Lauretis, que
el crimen organizado y la guerra contra el crimen organizado son “tecnologías
de género”.
crimen y castigo en ciudad juárez 363

ambos actúan como soberanos, favoreciendo también el sacrifi­


cio de sus vidas.7 (El mundo se divide. Otros somos quizá sujetos
efecto del poder de los derechos humanos. ¿Cómo olvidar el con­
texto en que surgen estos derechos? Cómo olvidar que 1948 tie­
ne su encuadre en Nuremberg. Descubrir las fosas y los campos de
concentración nazi ha tenido en la humanidad un efecto de caja
7
María Jesús Izquierdo me preguntó después de la lectura de este artícu­
lo en El Colegio de la Frontera Norte: “si como dices existe en el sujeto el de­seo
de morir y al mismo tiempo no va a dejar de matar, ¿qué ofrecer para salvar
la vida?”. En el contexto de la literatura aquí analizada, no hay una respuesta
a esta pregunta. La muerte sorpresiva se ha aceptado como destino del sujeto y
de la ciudad, los personajes poéticos y narrativos participan como víctimas
y sicarios. Hoy matan, mañana son asesinados. Habría que reconstituir esté­
ticamente el valor de la vida, la necesidad radical de vivir, la importancia de
lo humano y en las condiciones estructurales de la ciudad que plantea la obra
de Arminé Arjona, esto fue una posibilidad del pasado, quizá en el origen de
la denuncia pública del feminicidio, pero que ahora persigue a las generacio­
nes y los géneros desde el presente hasta el futuro. Podría ser posible que la
ironía, en la que la voluntad del sujeto no interviene y por lo tanto no re­
ve­la una pulsión de desear la vida, sea la única posibilidad de ello. Así podemos
leerlo en los cuentos: “Ni la Santa Muerte” (23-26), donde la mujer se salva
de una violación inminente, gracias a una providencial (auto)castración del
agresor; “Pilar” (55-66) y “Lluvia” (79-82), donde un final inesperado favore­
ce la “salvación” de las protagonistas, y en uno de los casos favorece su degra­
dación total. Desde mi perspectiva, “para salvar la vida” (en Juárez y en el
con­texto mundial) habría que construir un nuevo modelo revolucionario (otra
revolución universal) que sustituyera la propuesta ilustrada (libertad, igualdad
y fraternidad) a partir de enfrentar el duelo (dejar morir a la persona y aceptar
la derrota del proyecto humanista) y hacer posible el diálogo con los cadáve­
res como nuestros equivalentes (reconocer nuestra vulnerabilidad y finitud).
Quizás ello implique plantearnos una ética de la compasión* para con quienes
mueren y con quienes matan, y para con quienes solicitan la ac­ción de la jus­
ticia (padres, madres, sociedad civil). Mantener la reivindicación de la justicia
en los términos posibles en la democracia de hoy en, México, significa que los
deudos sustituyan el poder de los asesinos con el recurso de la venganza y
reiniciar el ciclo “víctima cadáver-Femini/homicida-víctima cadáver-Femini/
homicida”.
* Edgar Morin (2005) hace una propuesta de método con una “ética de la
compasión”, que podría revisarse y ver si se puede aplicar a una comunidad co­
mo Juárez. Agregaría que mi propuesta de una ética de la compasión incluye
la ética de la liberación de Enrique Dussel, y que trabajaré en el análisis de la
novela Castigos en el aire, también inédita, de Arminé Arjona en otro ensayo.
364 rocío mejía

de Pandora sin Pandora. Esos sitios, como tantos otros de ahora en


México y en otras partes del mundo, nos revelan que la guerra
nazi (de exterminio) no se ha ido, está aquí, viva a través de la
invocación de los derechos humanos, de la evidencia crecien­te
de que cada una de nosotras las generaciones, vamos siendo to­
madas por la indiferencia como antes lo fueron las instituciones.)8
Las y los protagonistas de estos relatos y poesía, como encar­
nación ficcional del habitante de Ciudad Juárez, no han podido
construirse un lenguaje propio (aunque Arminé Arjona constru­
ya un nuevo diccionario de los usos cotidianos de la droga), un
re­la­to propio y eso condiciona, que ni crítica ni creativamente,
haya po­sibilidad de esperanza. El sujeto sobrevive porque sabe
que va a morir, no tiene una vida orientada a sí mismo y por ello
tam­­bién mata (hay un deseo de morir en el acto de matar). Los
su­­je­tos es­tán desarticulados interiormente y carecen de víncu­
­los ex­terio­­res. Están cercados por el poder y enfrentados consigo
mis­­mos, con la destrucción de sí mismos.9 La violencia públi­ca
también está en la casa. La casa por lo mismo es territorio pú­­­
bli­­­­­co para la muerte (mientras que las mercancías y la droga
cir­culan con libertad, con mucha suerte, más suerte que la del su­­
je­to. El sujeto es sólo un medio de producción y circulación del

8
Monárrez (2007) plantea en las dicotomías de “dolor/dolorismo, el yo/los
otros” las contradicciones y ambigüedades de los discursos y campañas rea­li­za­
das por el Estado, con la explotación emocional del discurso de algunas de las
madres y familiares de las mujeres víctimas de feminicidio. La desarticula­ción
de la búsqueda de justicia es parte del contexto que determina la derrota
anunciada de la reivindicación familiar y social. Arminé Arjona expone: “Y
todos nos vamos/volviendo asesinos/ con la indiferencia/con el triste modo/en
que las juzgamos” (1997) en su poema “Sólo son mujeres”. La poesía hace re­
ferencia a la comunidad y al único vínculo posible en el contexto de Juárez.
9
El poema titulado “Sujetos embarrados” señala cómo el crimen crea la
comunidad “Yo amenazo/ tú extorsionas/ él asalta/ nosotros secuestramos/ us­
tedes piden cuota/ ellos también” (37) y cómo construye la actividad de los ha­
bitantes de Ciudad Juárez. Una realidad conjugada en todas las personas, la
poesía como parte de la historia reconoce que la fuerza de la nota roja es el es­
pe­jo de la subjetividad y que los efectos del crimen atraviesan a toda la pobla­
ción, en este sentido este poema afirma que hay un efecto de constitución del
sujeto (poético y común) por parte del crimen.
crimen y castigo en ciudad juárez 365

capitalis­mo y vive con un estatus de legalidad menor que la mer­­can­


­­­cía). Y si el sujeto se construye como tal a través de la su­misión
(como mecanismo psíquico de poder), o mediante la esclaviza­
ción consentida, se entiende por qué resulta tan radical el desier­
to de la des/esperanza del desierto en la narrativa de Arminé
Arjona (La trata de mujeres, el feminicidio y el homicidio gene­
ralizado cuentan finamente con la anuencia de la cultura. No hay
ley ni programa que pueda concluirlo, porque en este momento
el Estado mexicano, inexistente o existente en tanto efecto del cri­
men y el castigo, tampoco puede desempeñar las activida­des de
cuidado y garantías que nos debe individual y colectivamente. Hay
un orden superior que ha contaminado y vulnerado hacia la muer­
te a los sujetos, a la humanidad que alguna vez so­ñamos. Pero la
muerte ahora no es la que puede dignificarnos. Todos los muertos
apestan y surgen de nuestros sueños, o ¿será que ya nos desper­
tamos? La riqueza que promete el capitalismo es la derrota de
aquel amor que prometían los dioses. Es la derrota ético-políti­
ca del ser humano, de la comunidad). Triunfó el individualismo
a través de la supervivencia.
En las figuras infantiles, la narrativa de Arminé despliega to­
da la crueldad del crimen (y de una sociedad cuya subjetividad ha
sido construida por este poder) y representa la evidencia del fu­­tu­
ro, de la historia. Ciudad Juárez sobrelleva los costos de la ca­
tástrofe de la humanidad (nación, familia, generación, persona) a
través de la historia posible de sus niñas/os. Asesinos y víctimas.
La fascinación por la guerra entre estos niños no es la fascina­
ción de la narradora de Cartucho y Las manos de mamá (1937) co-
­mo un relato de cuando la guerra tenía sentido, el sentido de hacer
de la nación un Estado autosostenible, una patria para todos. La
fascinación de los protagonistas infantiles de los cuentos de Ar­
miné es la de la contrainsurgencia, del exterminio (“su hermano
descabeza y mutila con entusiasmo un sinfín de monos en su
vi­deojuego” [1]). No quiero decir que Arminé construya una me­
táfora de la biologización de la violencia, pero en la infancia de
sus cuentos hay una performatividad de la guerra y el exterminio,
del crimen y el castigo que se representa a través de los jugue­
366 rocío mejía

tes infantiles.10 Pareciera, según estos relatos, que los niños han
cons­truido su identidad en la repetición de los gestos y las fasci­
na­cio­nes que la muerte ha dejado en los adultos con quienes con­
viven. Como sujeto, sobrevive en ellos el deseo de matar y no de
morir. Finalmente la guerra de ese estado que arde en Ciudad
Juárez nos ha hecho iguales, fraternos y libres, como la guillotina
en la Revolución francesa. La racionalidad del poder es inversa­
mente proporcional a la irracionalidad del sujeto. El estado de su­
jeción de niños y mujeres, sin embargo, se ha roto a través de
desmontar los lugares comunes de la risa a través de la ironía. ¿Es
posible otra Ciudad Juárez, una república de poetas, la absolu­
ción por lo abyecto?
“Todo en familia”, como título, hace referencia al secreto (una
de las formas del simulacro y de los mecanismos de humillación
emocional) y al nombre del grupo delictivo en Michoacán. Las
y los integrantes de la familia reproducen la norma de subordi­
nación voluntaria como una búsqueda de dominio del otro. Son
sujetos sujetados que, simultáneamente a la transformación de
la estructura política y económica de la unidad doméstica, man­
tienen sus identidades de género y edad dentro de los límites del
sexismo. Con la variante de que tanto las mujeres como los niños
son copartícipes del crimen y el castigo. Las mujeres maltratan
a los hijos y ejercen violencia sexista sobre los hijos varones (como
si ellos fueran los responsables de su fracaso libidinal. Éste es el
sentido de la venganza en el torturado y el verdugo de “El héroe”

10
En el cuento titulado “Junior” (97-100), la narradora protagonista descu­
bre a través de la relación con un estudiante de primaria, cómo los crímenes
de los adultos son subjetivados por los niños que construyen su identidad en
la identificación. Ella misma se convierte en víctima de la subjetivación del
niño, cuyo hipocorístico lo identifica emocionalmente como un sujeto sujetado
“como efecto del crimen”. Los juegos de Junior son la repetición de los críme­
nes de su padre y, en el mundo de la maestra, son el acto, no sólo la potencia.
En este sentido, las nuevas generaciones cubrirán los costos del crimen en tanto
resultados del mismo. En La piel del llanto, en el poema “Bajo las sombras”, la
voz poética, primero colectiva y luego reflexiva e impersonal, da cuenta de ello:
“Destrozamos su presente/ arruinamos su pasado/ masacramos su futuro”/ “Se
ha marchado/ se ha manchado/se ha matado a la niñez/ bajo las sombras” (24).
crimen y castigo en ciudad juárez 367

[91-96]) y verbalmente performatizan el castigo que pudieran


tener en un contexto criminal (la justicia tiene los mismos límites
que la imaginación):

“Te voy a lavar el hocico con jabón, pero primero la cola pa’ que
se te quiten esos modos”.
“Unas patadas en la cola, cabrón. Eso es lo que te voy a dar si no
me obedeces […]”.
“¡Apúrale!, cabrón. Parece que vas pisando huevos […]”.
“Y unas patadas en la dona” (2).

Cabría preguntarse si humillamos sexualmente a los chicos;


¿qué humillación esperamos que devuelvan cuando crezcan,
cuando busquen amar, cuando asesinen? El amor en estos tér­
minos hace de nosotros sujetos cercenados,11 inválidos para la
autonomía, para el amor, para la vida. ¿Nos requiere así? Lo con­
trario no es amor, es interés. Un sujeto completo es imperfecto,
porque derrota nuestra capacidad de construirlo como depen­
diente eterno.
La violencia emocional que la madre ejerce contra el hijo y la
hija, da cuenta de que la violencia más intensa y humillante en
la familia la padecen los hijos varones. Como en la calle, en la so­
ciedad, según las estadísticas. La hija parece dedicada a la cons­
trucción de un capital social y tiene acceso a una mejor educación
que el hijo, y la chica mantiene el trato preferencial en virtud del
simulacro de su vulnerabilidad:

“¡Ah!, chingado, ¿pa’ quién? Nosotros podemos cuidarnos”.


“¡Vivian Wendolín! ¿Qué lenguaje es ése? Es la última vez que
te permito que hables así, mocosa. ¿Pues qué te estás creyendo?
Tú no sabes ni limpiarte la cola […]” (1 y s).
11
En “La Picucha” (67-77) esta metáfora es literal. La protagonista, terri­
torio de disputa entre dos jefes del crimen, es atacada por un grupo del “Mo­
teado” (quien la ama) y del accidente resulta con una pierna amputada y
culmina su relato bajo los cuidados de su amante. De esta manera, la prota­
gonista bien puede ser la ciudad, Ciudad Juárez, y los hombres, las dos cabe­
zas del crimen organizado (Estado y Paraestado).
368 rocío mejía

¿Cuáles son los efectos en la subjetividad y en la memoria del


hecho de favorecer la visibilidad de las mujeres —como una
mirada al microscopio— y la invisibilidad de los hombres —mi­
rada de telescopio? Este relato manifiesta una crisis que empie­
za, según Michael Kimmel (2010),12 y en el que los costos de la
socialización pasan a los chicos y no a las chicas (quienes en este
momento crecen a la sombra de los avances del feminismo como
un efecto positivo del sexismo).
Llama la atención que la madre cometa un crimen múltiple
entre dos frases que hacen referencia al cuidado, íncipit y cierre
del relato: “El bebé está en la cuna” (1), “El bebé está dormido”
(4). Es un crimen en clave de género, que podemos interpretar
desde dos lugares: la literalidad: se trata del homicidio de un bebé
(vulnerable por excelencia), expuesto al maltrato de quien lo
cuida (como se refleja en el maltrato de sus hijos adolescentes) y
le hace perder la vida (el cuidado mata). Simbólicamente, Armi­
né Arjona representa la vulnerabilidad de una comunidad como
Ciudad Juárez, cuya esperanza se ve asesinada entre que llega a la
cuna y la duermen. El arma es propiedad del padre (Estado na­cio­
nal e intervencionista, ausente), pero quien ejecuta la orden de
matar es la madre. ¿Somos las mujeres responsables del futuro
de la familia, la ciudad y el Estado?
En una comunidad en que los feminicidios son la noticia
ejemplar, ¿cómo pueden ser las mujeres las responsables de evi­
tar la catástrofe? ¿A quién pertenece la voz que indica el tiem­
po y la orden de matar? Ha habido una evolución importante en
la performatividad liberadora del sujeto mujer. Hay un sujeto
que obedece y ejecuta las órdenes del crimen, sujetado sexual y
económicamente. El que las mujeres sean responsables de un ho­
mi­cidio no significa que ha cambiado su capacidad política. El

12
Este autor analiza las implicaciones de construir escuelas separadas para
hombres y para mujeres, como parte de uno de los efectos de la resistencia
cultural al feminismo. Señala que en este contexto la construcción de la mascu­li­
nidad en la población infantil y adolescente está generando un nuevo conflic­to
que hace que los niños (boys) asuman los costos de una sociedad que re­prueba
la masculinidad hegemónica, pero que no les ha provisto de alternativas.
crimen y castigo en ciudad juárez 369

gé­­ne­ro no parece tener salida, ni en las condiciones más severas


de la crisis humanitaria.
La vida individual, la vida social, la vida política, la vida nacio­
nal e internacional son espejos a la manera platónica del mundo
de abajo y del mundo de arriba.
La violencia, según las voces poética y narrativa de Arminé
Arjona, es un asunto de cotidianidad, de socialización y de la in­
tervención del Estado ausente (como en las dictaduras de la na­rra­
­tiva latinoamericana). Es una práctica democrática en un Estado
fallido y es una falla en la práctica humana. Por perfecta que nos
parezca, por contundente que sea.

Hacia una ética de la comunidad: (todos)


La felicidad, si recordamos el diagnóstico de Kant, no
es un ideal de la razón sino de la imaginación.
Bauman (2007:159).

En La piel del llanto (inédito) las mujeres como sujetos líricos


son asesinadas y víctimas de orfandad. Están en el centro de la
preocupación poética. No sólo quedaron en Juárez, tan lleno de sol
y desolado (2004);13 están también en la pérdida que significó para
Ciudad Juárez y para Arminé Arjona el reciente homicidio de
Susana Chávez, a quien le dedica un largo poema de este libro.
Ella encarna a las defensoras de derechos humanos que han sido
asesinadas y a la palabra (al poema). ¿Será que para Arminé Ar­
13
Para el análisis de la importancia de este poemario de Arminé Arjona
en el contexto de la poesía ciudad juarense, véase Báez (2005). Agregaría, úni­
camente, que el trazo discursivo de Arminé Arjona, en el poemario La piel del
llanto empata con la preocupación humana que incluye a todas las personas
de la lengua castellana y que si las mujeres son protagonistas, hay una preocu­
pación por el futuro de Juárez y del país también en las figuras infantiles. La
estética, por tanto, de esta autora no es sólo feminista en tanto reivindicación
de la historia de las mujeres, sino en el reconocimiento de que la vulnerabi­lidad
humana es histórica. Esto podemos constatarlo en el poema “Javier y Javic”
donde plantea la visita a un Semefo (para anagnórisis) como realidades para­
lelas, espejo, en Bosnia y en México.
370 rocío mejía

jona la palabra, el poema, no alcanza a expresar toda la rebeldía


que se ha vuelto necesaria en el contexto de Juárez y en el con­
texto nacional?
Los crímenes contra defensoras de derechos humanos ubican la
vulnerabilidad social en la esperanza de la voz, de la protesta.
La continuidad es una paradoja. El sujeto político, la disiden­
cia también está bajo el control del crimen. La voz es una raíz en
el desierto, un sitio que no duerme, un manantial “hoy emana tu
voz” “como un manto de lluvia cristalina” (33). La voluntad poé­
tica desanda el crimen, nos plantea la posibilidad de inmortalizar
a través de la palabra y la memoria como actos de voluntad, de
sujeto desujetado del crimen. Parece imposible: porque el poema
“tiene un sueño inerme” mientras que “Susana vive/ Susana sólo
duerme” (33). La voz poética supera la realidad al oponerse al re­
sultado del crimen. La poesía es memoria, trabajo político y co­
munitario en Ciudad Juárez.
Otra protagonista es Luz María Dávila, de las madres de
Villas de Salvárcar (41-43). Uno de los pocos instantes en que
la voz poética goza y goza con la capacidad de desarticular al
Estado amurallado de retenes y policías. El Estado es enemigo de
la vida y su representante incapaz de entender el milagro del dolor,
por eso titula al poema “Aturdido y derrotado”: “Una mujer va­
liente/y de temple amurallado/ha dejado al Presidente/aturdido
y derrotado” (43).
El poema como historia emocional de un pueblo, como suje­
to construido en las circunstancias históricas de Ciudad Juárez,
aunque también efecto de poder, abre una puerta de esperanza,
de ilusión. Las palabras asociadas al poema son palabras como
“grito, aullido”, mientras que las asociadas a las armas “me cantan
las metralletas/me encantan las metralletas” (11), como si qui­
siera arrebatarles el crimen, como si quisiera negar la muerte de
los habitantes de la ciudad a través de la fascinación que produ­
ce el cerco de la violencia.
En “Pisando muertos” el estribillo constituye la forma, el tema.
La estadística de Ciudad Juárez tiene una metodología progre­
sista: “Préstame tu celular/ que voy a fotografiar/un titipuchal de
crimen y castigo en ciudad juárez 371

muertos” (11) y pasa por una imagen privada que crea la muer­te
como relato de la ilusión de los vivos, el mecanismo de su trascen­
dencia. “El narcotour impaciente/ aguarda y guarda en imágenes/
memorias del exterminio/ con destino cibernético” (28). Susan
Sontag (2004) habría intentado una interpretación de las imáge­
nes que desde los celulares hubiera de Ciudad Juárez como epí­
teto de muerte (¿ante el placer de los demás?), el relato poético
construye esa imagen a través del sonido de los pies del protago­
nista. La violencia entonces se vuelve el privilegio de quien la ha
visto viva, de quien mantiene la vida pisando sobre los muertos.
La muerte es una ganancia. La muerte nos ha hecho indiferen­
tes: “¿Será porque estos caminos/ rebosantes de ultimados/ lucen
mustios/ lucen llanos/ rezuman sangre y estragos/ luce pálido el
desierto” (11). La muerte ha construido una comunidad viva ha­
cia afuera. Es como si Ciudad Juárez fuera la Comala de Juan
Rulfo. El amor sólo es posible en la locura de Susana, Susana Chá­
vez, como el poema.
La muerte (el homicidio como palabra no existe en el poe­
mario, porque supongo que para la voz que habla, no es materia
legal lo que pasa y no pasa) es exterminio para quien asesina y
tiene conciencia de que va a morir. ¿Dónde estarán los vivos de
Ciudad Juárez? ¿Dónde quedó la capacidad de sobrevivir? La derri­
baron con las torres gemelas y el mundo atrás de las fronteras no
merece lágrimas. Son muertes dignas de ser vividas.
La muerte en Ciudad Juárez es la muerte de nuestra inteligen­
cia. Por eso Arminé Arjona esconde un “Credo” en el poema­rio:
“Atajemos los silencios…/ Levantemos la voz/ por los caídos…/
recordemos que el amor/ es transgredido/ despojémonos de todo
lo inhumano…/ un buen día quiero soñar/ que despertamos”
(20). Despertar como retomar la inteligencia, la luz del sueño,
como un recuerdo del principio de las “Coplas a la muerte de su
padre” de Jorge Manrique. Que todos estos cuerpos sean dignos
de memoria. Quizá reconocer la piel del llanto en nuestros cuer­
pos sea reconocer la probabilidad de morir por el mismo casti­
go, por el mismo crimen que nos ha hecho olvidar que somos el
mismo polvo, la misma comunidad.
372 rocío mejía

El silencio no sólo desangra la ciudad, el silencio nos desangra


al mundo. A los de aquí, a los de allá, a los que ya perdimos la
certidumbre de llamar por su nombre esto que está aquí, en el aire,
en la arena del desierto, en las palabras de todas las que saben y
viven dolorosamente en Ciudad Juárez, dígase Julia Monárrez,
dígase Arminé Arjona, dígase nunca en mañana o democracia.
“Esta guerra es una farsa/ una cómplice comparsa/ del poder
y su dominio/ ya no es guerra:/ es exterminio” (47).
Y hace falta hablar, construir un encuentro “porque las palabras
son balas de tinta” (Ardapalabra) y pueden quizá darnos estatu­
tos de iguales y no estatutos de culpables.
Pienso que tal vez en esta tragedia humana que vivimos coti­
dianamente en el país, en Ciudad Juárez como una de las par­tes
significantes de la metáfora, en nuestras familias, cada una, cada
uno, nuestros cuerpos, podríamos re-enunciar a nuestras exigen­
cias —no como una derrota, sino como el reconocimiento de
nuestra vulnerabilidad (estamos expuestos ¿dispuestos? a matar
y morir) y de nuestra precariedad (en la que no podemos más que
responder limitadamente cuando estamos solos), para que el cri­
men no sea castigo, ni el castigo una encadenación al crimen. En
la medida en que se perpetúa el crimen nos moriremos todos, tam­
bién los que seguimos vivos.
“El que todos quieran pan, no significa pan de muertos” (Ar­
dapalabra).
Si es cierto, como dice Enrique Dussel (2006),14 que tenemos
derecho radical a la liberación cuando el Estado está ausente,
¿cuá­les responsabilidades hemos dejado de cumplir en el in­tento
de ser felices? Podemos preguntarnos como sujetos efecto tam­
bién de esa ausencia: ¿cómo contribuimos a fortalecer el crimen

14
Para este filósofo, autor de la Ética de la liberación, el poder es propiedad
del pueblo, en una lectura etimológica y literal de la democracia, por lo que,
frente a los sucesos posteriores al fraude electoral de 2006, escribió: “Pero
ese mismo pueblo, sufriendo injusticias económicas y humillaciones políticas
de tantas instituciones (por ejemplo, de jueces que se asignan bonos millona­
rios, que por sentido común es una injusticia a la vista de todos, aunque no
sea ilegal, porque las leyes pueden ser injustas; o de un gobernante que se la
crimen y castigo en ciudad juárez 373

y el castigo que tenemos tan evidente en Juárez y en todos los pro­


cesos humanitarios que hoy vivimos en México y en el mundo?
Abrir el diálogo no es abrir el fuego, ni perdonar, es acaso abrir
la piel del llanto y quizá, la del amor.

Muchas gracias

Post scriptum. No puedo imaginar que lo que sucede en Juárez


sea sólo necropolítica. Pienso que podría llamarse teomitone­
cropolítica, porque lo que pasa no es paralegal, es espuricia. En
Juárez la ciudad es un potro de tormento, no basta con decir que
dios ha muerto.

Le sacaron los ojos.


Le cortaron la lengua, los oídos.
Uno a uno desprendieron sus dedos.
El brazo izquierdo se quedó en el río.
Y el derecho.
¿hay derecho?, ¿había derecho?, ¿habrá derecho?
Sus entrañas yacían como un deshuesadero.
Y sus pies eran alas de terrón y miedo.
Su testículo desangra y su pecho llueve ceros.
En el principio fue el castigo, los crímenes vinieron luego.

pasa haciendo propaganda de pretendidos actos de gobierno como si fuera


publicidad de Coca-Cola, en vez de gastar ese dinero en cosas útiles) o un go­
bernante electo (que manda asesinar a miembros de su propio pueblo), ese
mismo pueblo tiene todo el derecho de recordar a los que ejercen delegadamen­
te el poder en las instituciones quién es la última instancia del poder, y de
gritar: “¡Qué se vayan todos!” .
374 rocío mejía

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La violencia en la literatura:
desde Homero hasta Bolaño

Elisabeth Ladenson

Desde los primeros rastros de narrativa escrita hasta el último li­-


bro electrónico disponible para su dispositivo digital de lectura,
la historia de la literatura en el mundo está llena de asesinatos y
secuestros. La primera narrativa registrada (es decir, grabada en
escritura cuneiforme sobre placas de arcilla y conservada en las
ruinas de la librería de Ashurbanipal del siglo viii a.C. en Níni­
ve, en lo que hoy es Iraq), la Epopeya de Gilgamesh, versión que se
piensa que data del siglo xxi a.C., empieza con una serie de vio­
laciones (de las novias de otros hombres) cometidas por el prínci­
pe Gilgamesh, y llega incluso a relatar varios asesinatos de diversos
tipos entre las hazañas que describe de manera fragmentada. El
texto fundamental de la cultura occidental, La Ilíada, tuvo su ori­
gen más o menos alrededor del siglo viii a.C. e inicia con una
pelea entre los grandes guerreros Aquiles y Agamenón, acerca
de la posesión de las mujeres tomadas como trofeos de guerra,
como resultado de lo cual se argumenta que cientos de hombres
han si­­do asesinados mientras Aquiles permanece sentado ru­
miando en su tienda de campaña. Esto sucede en el año noveno
de la guerra de Troya, originada cuando París raptó a Helena. Una
vez que Troya fue arrasada por los griegos y Helena devuelta a su
es­poso, la Odisea, la gran saga de Homero que relata el regreso a
casa después de la guerra, comienza su propio ciclo de sosiego de
asesinatos y agresiones sexuales. Eso incluye a Odiseo, secuestra­
do como esclavo sexual por Circe y Calipso, pero las diosas son más

[377]
378 elisabeth ladenson

comprensivas que sus contrapartes masculinas, y nuestro hé­roe es


un tipo listo, por lo que lo dejan regresar a casa a Ítaca, don­de su
esposa Penélope ha pasado 20 años rechazando a sus pretendien­
tes; su esposo los mata a todos, junto con las don­ce­llas que dormían
con ellos, o de las que ellos abusaban, esto nun­ca se ha aclarado.
Esta diferencia entre seducción y violación es casi inexistente
en la literatura clásica, y se elide o se maquilla en inglés con el tér­
mino abduction [plagio, rapto] que puede significar cualquier cosa
en una escala que incluye violación, secuestro y fuga, según el
contexto. La palabra rape [violación] en inglés se deriva del latín
ratio, uno de cuyos principales significados era rapto de la novia.
La mitología clásica contiene muchos relatos de rape [violacio­nes],
con lo que al usar esta palabra como un equivalente directo de
raptio, se elude el tema del consentimiento femenino. A me­nudo
se relata la “rape” de Europa, la “rape” de Leda, etc., en pin­turas
por ejemplo, de una forma que claramente demuestra que las his­
torias en sí mismas sugieren que las damas en cuestión de ningu­
na manera estuvieron de acuerdo. Qué pasaría, por ejem­plo, si se
les acercara un dios que incluso disfrazado de toro o de cisne siem­
pre es alguien excepcionalmente guapo y atractivo. In­cluso en la
historia de la pobre Perséfone, de hecho regalada por su padre
(Zeus) a su tío (Hades) para que fuera su novia y a partir de enton­
ces viviera en el inframundo, no está muy claro qué tan de acuer­
do estaba ella; fue su madre, Deméter, quien estaba con­trariada
y negocia la liberación parcial de su hija de su confinamiento.
En la historia de Roma, la “Rape of de Sabine Women” [“El rap­
to de las Sabinas”], tema de muchas pinturas, el rapto [abduction]
brutal de las mujeres del vecindario es represen­ta­do como una
iniciativa demográfica llevada a cabo para asegurar la supervi-
vencia del pueblo romano (ya que, de acuerdo con la mitología
romana, Roma fue fundada por los guerreros tro­yanos).
A lo que voy es a que en la tradición clásica, violación [rape] y
asesinato [killing] bien pudieron haber sido la norma en térmi-
nos de narrativa, pero no se describen de la manera en que estamos
acostumbrados en las representaciones modernas. Hay muchas
razones para ello. Primero se debe decir que si violación [rape] y
la violencia en la literatura 379

homicidio son la norma en la narrativa clásica, no es posible con­


cluir a partir de ello que también fueron la norma en la vida dia­ria
en el mundo antiguo, porque el arte de la narrativa en el mundo
antiguo no describe la vida cotidiana. O, para ser más precisos,
la forma del arte narrativo que representa la vida cotidiana es la
comedia, lo que por su misma naturaleza contiene relativamen-
te poco de homicidio, y cuando se caracteriza un raptio es en el
sentido de seducción más que de violación [rape] como enten-
demos el término. Las formas narrativas que tienen el más alto
coeficiente de violencia —tragedia y épica— son también las que
por su naturaleza no describen la vida cotidiana sino sucesos
extraordinarios. Pero la división entre modos de narrativa trági-
ca y cómica empezó a caer en desuso durante el Renacimiento,
y la vida cotidiana comenzó a representarse de un modo serio en
el siglo xviii y con un mayor interés en la banalidad a lo largo
de siglo xix y del xx. (Ya a inicios del siglo xvii, Cervantes se
burla de la falta de descripciones realistas en el romance caballe­
resco cuando Don Quijote, al tratar de ser un buen caballero, no
tenía idea de cómo desenvolverse en el mundo porque no se men­
cionan asuntos tales como el dinero o la simple comida en los li­bros
en los que basa su conducta.)
Los equivalentes modernos de tragedia y épica, ya sea en la
forma de novelas, películas, series de televisión o juegos de video,
están anclados con fuerza en la vida cotidiana, y una caracterís-
tica de la narrativa contemporánea es que se tiende a desplegar
la violencia en medio de la normalidad. En las películas de te­-
rror, los delitos violentos siempre se ponen contra un telón de fon­
do de absoluta banalidad, y los dramas policiacos como La ley y
el orden a menudo empiezan con un cadáver que alguien descubre
cuando pasea al perro en un vecindario elegante. En ambos casos
la normalidad de la vida cotidiana en una comunidad aparente-
mente segura se utiliza para hacer hincapié en la presencia ines-
perada de violencia en medio de una aburrida rutina burguesa. A
diferencia de las formas clásicas donde los sucesos extraordi­
narios son el único foco de la narrativa y se presentan sin relación
con la vida cotidiana de la audiencia (o incluso de los actores),
380 elisabeth ladenson

las convenciones contemporáneas de la narrativa describen la


violencia como si se tratase de hechos extraordinarios y que sin
embargo suceden en medio del mundo reconocible de cada día
(es decir, el mundo cotidiano de la clase media estadounidense).
La segunda diferencia que me gustaría mencionar entre la
descripción de violencia en la tradición clásica y nuestras propias
formas de narrativa es que la violencia gratuita es un fenómeno
relativamente reciente. No en la vida, quiero decir —pienso que
sería razonable asumir que la violencia gratuita ha estado con no­
sotros desde los albores de la existencia del ser humano, si bien
no hay manera de saberlo—; todo lo que sabemos es lo que ha
sido registrado. Pero en la narrativa, la violencia gratuita, es de­
cir, la violencia al azar o sin motivo, es un fenómeno moderno.
(Y por “sin motivo” me refiero a sin motivos evidentes directamen­
te entendibles, como venganza o defensa propia dirigida contra el
objetivo original; obviamente toda violencia es motivada de algu­
na manera, pero el asunto aquí es la motivación coherente direc-
tamente entendible.) Como ya lo mencioné, la tradición clásica
está llena de violencia, pero siempre se trata de violencia motiva­
da. Los únicos actos violentos descritos en los que no se ha de-
lineado con claridad una razón son los que involucran episodios
de demencia, como la locura de Ajax, en el que él ataca de ma-
nera incoherente, asesina ganado, al creer que son sus enemigos.
Pero hay un clasificación para este tipo de demencia, y entende-
mos lo que está tratando de hacer incluso cuando vemos que el
efecto es muy diferente de la intención (su violencia sólo se ha
desplazado). La violencia nunca es gratuita en la narrativa clási­ca.
Los hombres matan enemigos o monstruos, y tienen relaciones
sexuales con mujeres que tal vez no estén disponibles de manera
inmediata y bien dispuestas, pero si lo estuvieran entonces no ha­
bría narrativa, pues se necesita conflicto. Las motivaciones para
los actos violentos a menudo son múltiples: Edipo mata a Layo
en defensa propia y porque está predestinado a hacerlo. Zeus dis­
frazado de cisne viola a Leda sin lujuria, y después de esta unión
nacieron dos huevos, uno contenía a los gemelos guerreros Cás-
tor y Pólux, el otro contenía a la futura Helena de Troya. Pero
la violencia en la literatura 381

ninguno de ellos mató nunca a nadie sin razón, ni es frecuente


que haya mujeres asesinadas en la literatura clásica. Cuando Me­
dea mata a su rival, la nueva novia de su esposo, ella comete este
acto en extremo violento por razones muy claras, y por las razones
mencionadas ella mata a sus hijos: son sus únicas opciones efi-
caces en rigurosa venganza contra su esposo. Orestes mata a su
madre, Clitemnestra, después de que ella mata a su esposo Aga­me­
nón, y es perseguido por las Furias como resultado de este acto de
venganza.
La violencia en la narrativa moderna es muy diferente. Cuan-
do digo “narrativa moderna” estoy hablando no sólo de novelas
si­no de nuestros medios de comunicación dominantes, en espe-
cial películas y televisión. La violencia gratuita es la columna ver­
tebral de nuestros medios de comunicación masiva. Pareciera
que estamos ávidos de ver dramatizaciones de las cosas que más
nos asustan. Esto es verdad también para la tragedia clásica, pero
hay al menos dos diferencias importantes. En la tragedia clásica,
como lo señaló Aristóteles en su Poética, la violencia nunca se
debe mostrar en el escenario; por ejemplo, cuando Clitemnestra
mata a Agamenón y más tarde es muerta por Orestes, todo esto
sucede entre bastidores y sólo lo sabemos de oídas.
Obviamente es en extremo diferente de nuestras descripciones
de acercamiento extremo de violencia en las películas, en la tele­
­vi­sión o en los libros. Y, de nuevo de acuerdo con Aristóteles en
su famosa teoría de la catarsis, la violencia en la tragedia tiene
un efecto purificador por medio del cual expiamos nues­tras pa­sio­
­­nes más destructivas en el acto de ver versiones de ellas represen­
­ta­das en escena. Específicamente en esto, Aristóteles no coin­cide
con su maestro Platón, quien piensa que el arte de la narrativa es
peligroso por muchas razones, una de las cuales es que la gente
no puede distinguir entre lo que son historias y lo que es la reali­dad
y tiende a imitar lo que ve. Platón entonces cree que la repre­sen­
tación de violencia innecesaria tiende a generar más vio­lencia.
Inicio con estos amplios antecedentes de la historia de las re­
presentaciones de violencia en la narrativa y de las diferencias
entre la manera en la que se caracteriza en la tradición clásica,
382 elisabeth ladenson

que puede ser muy violenta pero que también contiene esa vio-
lencia en circunstancias específicas no realistas, y nuestra propia
tradición contemporánea, que tiende a insistir en situar la vio-
lencia en la banalidad de la vida cotidiana. Aparentemente, esto
con el fin de hacer hincapié en la idea de que la violencia no es un
suceso tan excepcional sino que más bien está enraizado y es inse­
parable de lo que quisiéramos pensar que es una existencia nor­
mal, pero al final también se transmite la idea opuesta. Por
ejemplo, el 11 de septiembre de 2001 mucha gente que prendió la
televisión en la mañana pensó que las torres que veían quemarse
eran parte de una película. Y pensó eso no sólo porque la explica­
ción verdadera era improbable y hasta impensable en el mundo
como lo conocían, sino también porque la imagen les era muy fa-
miliar porque habían visto docenas de escenas parecidas en pe­lí­culas.
Estamos acostumbrados a ver aviones que vuelan y se me­ten en
las torres como parte de algunos espectáculos y tal vez en parte
por esa misma razón pensaban que eso no podría pasar de verdad.
(Entre las cosas que cambiaron después de ese suceso es que en las
películas ya no se volvieron a representar ataques a ras­cacielos con
la intención de entretener; este tipo de escena se volvió histórica­
mente específico e imbuido de solemnidad patrió­tica.) Se descri-
ben eventos horribles como parte de la vida cotidia­na en películas
y en la televisión, y al mismo tiempo estas imágenes son tan fa­
miliares que ya forman parte de la vida diaria. Y como descubrimos
diez años después, las leyes de la catarsis aristotéli­ca no aplican;
más bien pasa lo contrario. ¡Vemos que el acontecimiento que nos
es familiar en las películas sucede en la realidad y no podemos re­
conocerlo aunque esté sucediendo en verdad!, por la mera razón
de que hemos disfrutado viendo lo mismo muchas veces en pelí­
culas y en la televisión. En realidad, más que ayudarnos a impedir
la catástrofe, nuestras imágenes nos han trai­cionado.
Pero permítaseme dar un ejemplo más banal y común, y tal
vez por la misma razón más peligroso. La forma básica de espec­
táculo de ficción en la televisión hoy en día, en Estados Unidos y
por tanto en gran parte del resto del mundo, son los dramas po­
liciacos. En Francia, por ejemplo, donde viví recientemente, una
la violencia en la literatura 383

alta proporción de los espectáculos nocturnos de televisión —y


a menudo la mayoría de ellos— es de programas policiacos esta­
dounidenses doblados. Esto lo sé no tanto porque lo haya ob­ser­
vado con espíritu de investigación —aunque obviamente también
esto es cierto— sino porque, al igual que todos los demás, me
parece que estos programas son extrañamente adictivos y los veo
siempre que tengo oportunidad. (Y en Francia pasan tres episo-
dios de cada programa seguidos, con lo que se tiene la sensación
de estar drogado o haberse ido de parranda.)
Asumo que Francia no es el único país en el que se puede
pasar la velada viendo series policiacas dobladas todas las noches.
He pasado mucho tiempo viendo estas series y he desarrolla­
do una teoría acerca de ellas y acerca de otras formas similares de
entretenimiento popular internacionales, las tramas de misterio
consiguen que se venda una enorme cantidad de novelas en aero­
puertos y estaciones de trenes, y las películas que a menudo se
hacen de ellas, tienen como prototipo siempre a El silencio de los
inocentes, de principios de la década de los años noventa. (En un
momento analizaré esta película y explicaré por qué pienso que es
tan buen ejemplo.)
Lo que la mayor parte de estos dramas policiacos y de suspen­so
tienen en común es que sus argumentos se basan en la violen­cia
contra la mujer; por supuesto que a veces el cadáver que encuen-
tra la persona que salió a pasear a su perro es el de un hombre, pe­-
ro la inmensa mayoría de crímenes que son dramatizados en estas
historias son crímenes contra mujeres. Pero por supuesto, me
dirá usted, desafortunadamente hay gran cantidad de violencia
contra la mujer en general —en un momento me referiré al ca­
so de Ciudad Juárez en concreto— y eso es lo que muestran esos
programas. Esta objeción me lleva a la cuestión de cuál es el ob­je­
tivo de estos programas sobre crímenes. No es, pienso, para nada
mostrar el crimen en la tragedia de acuerdo con la teoría de la
catarsis de Aristóteles. ¿Qué es exactamente lo que estamos ex­
piando aquí?, ¿es el motivo o la intención de estos programas aler­
tarnos sobre el aumento de la violencia? No, creo que debemos
pensarlo como paralelo al fenómeno del World Trade Cen­ter,
384 elisabeth ladenson

que es que disfrutamos al ver representaciones ficticias de co­


sas terribles que suceden en medio de nuestra vida cotidia­na, de
tal manera que de alguna forma por el mero hecho de que es­tos
dra­mas ubican los acontecimientos terribles en medio de nues­
­tras vidas diarias, pensamos que pertenecen a un universo parale­lo
de ficción y entonces no pueden estar realmente sucediendo.
Sin embargo, ésta no es la única función de ese pensamiento
discordante. Es una verdad demostrable que la violencia contra
la mujer forma la base de una gran proporción de nuestros espec­
táculos más populares, e incluso de seguro la mayor parte de la
gente que disfruta al ver los programas policiacos y las películas
de detectives no piensa que disfruta de la violencia contra la mu­
jer. ¿Entonces cómo funciona esto? ¿Cómo podemos explicár-
noslo? Propongo empezar a tratar de responder esta pregunta
mediante la comparación entre dos escritores que tienen mucho
en común y que al mismo tiempo son completamente diferentes,
que tienen (entre otras diferencias) dos acercamientos radicalmen­
te opuestos para representar la violencia contra la mujer. Roberto
Bolaño nació en Chile en 1953, vivió la mayor parte de su vida
en México y murió en España a los 50 años en 2003. Du­rante su
vida fue un escritor muy conocido en el mundo de habla hispa-
na, pero empezó a ganar gran reconocimiento y estatus de ídolo
en todo el mundo poco después de su muerte y se convirtió en un
autor internacional de libros exitosos de manera póstuma, sin du-
da al menos en parte debido a su muerte prematura. Stieg Larsson
nació en Suecia en 1954 y murió a los 50 años en 2004. Fue muy
conocido como periodista y escritor en Escandi­navia en vida, pero
empezó a ganar gran reconocimiento como ídolo cultural en to­
do el mundo poco después de su muerte y se convirtió en un au-
tor de éxito internacional póstumamente, sin duda al menos en
parte debido a su muerte prematura.
Déjenme empezar por Stieg Larsson, antes de hablar sobre
el trabajo de Bolaño. No mucho antes de morir de un ataque al
corazón, Larsson, que era conocido como periodista y activista
político militante contra los grupos de extrema derecha y de la
violencia contra la mujer, había terminado una serie de tres libros
la violencia en la literatura 385

de suspenso llamada trilogía Millenium, que fueron hechos pe­


lículas. Estos libros (The Girl with the Dragon Tattoo, The Girl Who
Played with Fire y The Girl Who Kicked the Hornet’s Nest en inglés,
si bien los títulos en español son diferentes, traducciones directas
de los originales del sueco y destacan cosas diferentes) están re­
pletos de violencia, como tienden a ser los libros policiacos, y se
ocupan especialmente de la violencia contra la mujer. Los libros
de Larsson son explícitamente feministas en cuanto a orientación
política: esto queda claro con sus protagonistas hombre y mujer.
A Mikael Blomqvist, el periodista detective, le gustan en verdad
las mujeres y la violencia contra ellas sí le perturba. Tiene una lar­
ga relación con una mujer casada con otro hombre que está ab­
solutamente consciente de su relación amorosa y aprueba al
amante de su mujer. En el curso del primer volumen, Blomqvist,
que está en la mitad de sus 40 años, también tiene otras relacio-
nes con otra mujer mayor que anda por sus 50 años, y otra más
joven en sus 20, la mujer con el tatuaje del dragón del título en
inglés. Él es cariñoso y respetuoso, protector sin llegar a ser
paternalista y atento sin ser posesivo para nada. También es, apa­
rentemente, muy bueno en la cama. En resumen, es el ideal ab­
soluto de la masculinidad heterosexual nada amenazadora —ni
amenazante—, un parangón de seguridad masculina. En Blomq-
vist, entonces, tenemos a un héroe feminista. Pero si la virtud
feminista fuera encarnada fundamentalmente por un hombre,
los libros no serían realmente feministas, de modo que Blomqvist
tiene como contrapeso a la protagonista femenina con el tatua-
je de dragón, Lisbeth Salander.
Salander está en la veintena pero parece mucho más joven; es
pequeña y de apariencia delicada pero ruda. En su pasado hay un
terrible trauma misterioso, pues no es capaz de interactuar nor-
malmente con la gente, por lo que siendo un genio se le toma por
retardada. No me ocuparé aquí de toda la trama, el asunto es que
Salander fue víctima de una violencia misógina terrible, y mi in­
terés se centra tanto en su misterioso pasado como en lo que ocu­
rre en la historia, cuando es brutal y sádicamente violada por el
hombre que fue designado como su custodio legal.
386 elisabeth ladenson

Su venganza es dulce cuando lo graba en el momento en que


la violaba por segunda vez y después lo esposa a la misma cama
en la que él la amarró y le tatuó una confesión en el torso. No lo
mató, nos han dicho, porque siente que le puede ser más útil vivo
que muerto, pero, claro, también para mejorar la trama del segun­
do volumen. En cualquier caso, fue Salander quien finalmente
salvó a Blonqvist de una muerte lenta y dolorosa a manos de un
perturbado asesino en serie durante la escena obligada en la que
el detective cae en las garras del criminal al que acechaba.
Así pues, el libro se presenta como feminista de diversas ma-
neras: el protagonista es un chico simpático feminista que valo-
ra y desea respetuosamente a toda suerte de mujeres; a lo largo
del libro la violencia se describe como algo terrible, se denuncia
y se vindica con violencia; y se retrata a la protagonista mujer, a
la vez como extremadamente herida y vulnerable pero indestruc-
tible, incluso omnipotente, todo al mismo tiempo.
Y también debo mencionar que es bisexual, lo que hace posible
que el malvado psicótico haga un intento de repulsión homo-
sexual al héroe cuando se prepara para torturarlo hasta la muer-
te, sin que el libro parezca muy homofóbico.
Lo que me gustaría sugerir sobre las novelas de Stieg Larsson es
que nos invitan a elegir. Estoy segura incluso de que Larsson mis­
mo era, como se le describía, un incansable activista político que
probablemente hizo mucho bien y, por lo que entiendo, llegó in­
cluso a arriesgar su propia seguridad, tanto que fue el blanco de
grupos de extrema derecha por sacar a la luz sus actividades, tal
como les ha sucedido a periodistas en el norte de México por razo­
nes similares.
Sin embargo, yo afirmo que sus libros no son tanto lo que apa­
rentan ser, en el sentido de que mientras pretenden denunciar la
violencia contra las mujeres, las presentan de un modo que llama
directamente a nuestra lascivia y nos permiten disfrutar de lo que
al mismo tiempo se nos conmina a rechazar.
Eso quiere decir que los libros y las películas como la trilogía
del Milenio de Larsson hacen algo muy particular, especialmen-
te cuando lo analizamos desde el punto de vista de la teoría de la
la violencia en la literatura 387

catarsis de Aristóteles, que una vez más dice que la representación


de los actos violentos en la tragedia le permite al espectador des­
hacerse de emociones negativas a través de la piedad y el terror
que surge al identificarse con los personajes. En esta clase de no­
velas policiacas somos capaces de disfrutar el espectáculo de la
violencia y al mismo tiempo sentirnos virtuosos porque nos in­vi­
tan a identificarnos alternativamente con el villano sádico, con las
mujeres víctimas y con el detective. Las historias de Larsson son
particularmente eficaces, y creo que en gran medida esto es lo
que las hace tan atractivas porque no representan el triángulo clá­
sico de hombre malvado, detective hombre y mujer víctima, sino
más bien una variación ostensiblemente feminista, iniciando muy
convencionalmente con un villano, un detective y una mujer vic­
timizada, pero luego cambiando los papeles y haciendo de la
vícti­ma una heroína que hace una cruzada para cobrar venganza
por mano propia y después salva al héroe.
Las historias de Larsson son especialmente irresistibles por las
interesantes variaciones de un tema conocido, y también porque
las variaciones le permiten explotar por completo la capacidad del
género para incitar al lector o espectador a tener las dos cosas a
la vez, es decir, disfrutar la violencia infligida a la mujer y también
disfrutar su venganza. Nuestro disfrute de su venganza nos ab­
suelve de la necesidad de admitir que anteriormente disfrutamos
del sufrimiento de la víctima; de esta manera podemos creer que
nos identificamos solamente con la víctima convertida en ven-
gadora, y no con su acosador también.
Esta estructura se vuelve completamente clara en la película
The Silence of Lambs [El silencio de los inocentes], en donde se pre­
senta una variación del triángulo convencional asesino-de­tec­
tive-víctima mujer. Recordarán que en esta película tan exitosa de
inicios de la década de los noventa, la protagonista es una detec-
tive, interpretada por Jodie Foster, y aquí el triángulo central
está formado por la detective, el psicótico asesino de mujeres que
ella persigue y el otro asesino psicótico, el brillante y seductor
Hannibal Lecter, que ella espera que le ayude a encontrar al ase­
sino (etc.). (La escena que me interesa no se relaciona con Han-
388 elisabeth ladenson

nibal Lecter, incluso si su relación con Clarice Starling, la detec­


ti­ve, es el aspecto más interesante de la historia.) Hacia el final
de la película, Clarice acorrala al asesino en su guari­da, donde
tiene secuestrada a su víctima en el sótano, que aún está viva y a
quien Clarice trata de rescatar. Cuando Clarice to­ca a la puerta,
el asesino desaparece en el sótano, a donde ella lo sigue y donde
entonces él apaga la luz, dejando el lugar en completa oscuridad.
El resto de la escena la vivimos desde el punto de vista del asesi­
no, literalmente viendo a través de sus ojos o, más precisamente,
lo que ve con sus lentes de visión nocturna que se puso. Lo que
vemos en la inquietante luz verde submarina que despiden los
lentes de visión nocturna es la ceguera de Clarice. La vemos an­
dar a tientas, incapaz de ver nada en la completa oscuridad, apun­
tando la pistola a donde sea pero incapaz de disparar porque no
puede encontrar un objetivo. El asesino se acerca detrás de ella
—y de nuevo, vemos todo desde su perspectiva, nos ubicamos en
la posición del asesino— y saca las manos para agarrarla y des-
armarla. Pero en ese momento él vacila por un segundo, para
disfrutar el espectáculo de su ceguera y su desesperación y, por
supuesto, ese segundo de duda permite que Clarice se dé cuen-
ta de que él está ahí, y es entonces que todo se acaba, mata al ase­
sino y rescata a la víctima, y triunfa la justicia.
La escena ejemplifica el fenómeno que describo en las novelas
de Larsson, porque demuestra de una manera en extremo vívida
la forma en que el espectador es llevado a identificarse de ma-
nera alternada con el asesino sádico y con la víctima o la que po­
dría ser su víctima —que también es en este caso, no por azar, la
detective. Como en las novelas de Larsson, se nos invita a disfru­
tar del espectáculo del sufrimiento de la mujer y a desaprobar
este disfrute porque al final siempre regresamos a la postura de
identificarnos con el detective victorioso. Lo que quisiera decir
acerca del trabajo de Larsson, entonces, es que si bien en princi­
pio parece desplegar un propósito político explícita y ostensible-
mente feminista, en la práctica participan en la misma erotización
de la violencia contra la mujer que denuncian. Invitan a la audien­
cia a disfrutar del espectáculo de violencia contra la mujer y, lo
la violencia en la literatura 389

que es más, a hacerlo impunemente, porque al final nos identi-


ficamos con la mujer triunfante que fue la víctima ahora conver-
tida en vengadora, y como resultado ya se nos olvidó (y tal vez
permitió que nunca lo supiésemos por completo) la emoción de
atestiguar su victimización.
Incluso no estoy tratando de sugerir que Larsson odiara en
secreto y estuviera deliberadamente pintando la violencia sexua-
lizada como una manera lasciva disfrazada de solidaridad femi-
nista. Simplemente había concebido una variante muy efectiva de
lo que se ha vuelto un fenómeno casi universal. Casi todos nues­
tros espectáculos populares funcionan de esta manera. La pre­gunta
aún no resuelta es entonces si es posible pintar la violencia sin par­
ticipar en su erotización. Para responderla volvamos por un mo­
­mento a la tragedia clásica. Cuando pasé horas viendo programas
estadounidenses de televisión de crimen disfrutaba con el sufri-
miento y la victimización de todas las mujeres (en particular), cu-
yos sufrimiento y victimización formaban la esencia de la trama
—de ninguna manera me excluyo de este fenómeno, al contra-
rio— de una manera por completo diferente de lo que sucede
cuando veo que Medea mata a su rival e hijo. Pero, por su­puesto,
yo en realidad no veo a Medea matar a nadie; las reglas de la tra­
gedia clásica prohíben mostrar actos violentos en escena. En lugar
de eso, las repercusiones del acto violento se desplie­gan en una
suerte de plataforma rodante construida en el teatro en el siglo v
en Atenas con este propósito. De esta manera, la audiencia es con­
frontada con la violencia de lo que ha pasado, pero no se le invita
a ser partícipe. En realidad nosotros necesaria­mente nos identifica­
mos con Medea, porque ella se explica ante el coro y por tanto ante
nosotros, dado que confronta su situación y de­cide qué hacer al
respecto. Pero, dado que sus crímenes tienen una motivación ex­
plícita, y dado que no los vimos directamen­te, no nos emociona­mos
sino que sentimos piedad y terror —de Me­dea y de sus vícti-
mas— como lo describe Aristóteles en su teoría sobre la catarsis.
Todo ello me lleva, finalmente, a Bolaño. Bolaño no es Eurípi­
des, ni las reglas de la tragedia clásica pueden ser aplicadas en su
gran novela póstuma 2666, especialmente porque en esa novela
390 elisabeth ladenson

describe alguna versión de los asesinatos de Ciudad Juárez, y por


ello uno de los principales puntos es el absoluto sinsentido y la
sinrazón de la violencia. No es que la falta de motivos sea percep­
tible en la horrible serie de crímenes descrita en la principal parte
de la novela; al contrario, el ímpetu general detrás de los asesina­
tos es claro en extremo: se mata a las mujeres porque son mujeres,
y porque su vida no se valora o se valora poco, porque son muje­
res y especialmente porque en su mayor parte se trata de mujeres
pobres. Es una cruda descripción de la violencia sexualizada que
continúa como una demostración del hecho de que nadie está
dispuesto a detenerla ni es capaz de hacerlo. En 2666 pareciera que
individualmente los crímenes no tienen motivo alguno —cuan-
do puede, la policía intenta asignar un motivo convencional, y
arresta al novio o al esposo y les saca una confesión con una
pa­liza—, pero colectivamente, los crímenes están motivados sin
duda por algún oscuro deseo de castigar a las mujeres por el mero
hecho de ser mujeres (justo como los nazis, otro de los temas prin­
cipales de Bolaño, castigan a los judíos por ser judíos).
Lo que quiero destacar sobre todo es que en esta novela Bola­ño
logra hacer lo que Larsson aparentemente es incapaz de imagi-
nar, es decir, logra describir la violencia contra la mujer sin hacer
absolutamente ningún llamado a la lascivia. En los cientos de pá­
gi­nas en las que describe los asesinatos de mujeres en Santa Te­re­
sa, su versión en ficción de lo sucedido en Ciudad Juárez, nun­ca
hay ni siquiera un contubernio en los crímenes en sí mismos; sen­
timos lástima y terror por las víctimas pero no nos identificamos
con los criminales ni sentimos placer lascivo en sus críme­nes. Lo
logra por medio de la regla aristotélica de la tragedia que proscri­
be la descripción de violencia en sí misma y recomienda que sólo
se presenten los resultados de los actos violentos para un máxi­
mo efecto.
Obviamente no dispongo del espacio para entrar en detalles
de esta tan larga, fascinante y completa novela, pero me gustaría
mencionar dos episodios de la parte central que me parece que son
cruciales para su comprensión. La primera es que uno de los asesi­
natos diverge de los otros en que se parece mucho a un epi­so­dio
la violencia en la literatura 391

de los programas de crimen estadounidenses, donde el tra­bajo de­


­tectivesco finalmente revela que la chica de familia adi­nerada se
convierte en víctima de un crimen por liarse con la gente equivo­
cada porque buscaba a un chico que formaba parte de una pandi­
lla. Esta investigación criminal hábilmente resuelta, que se parece
mucho a los episodios de La ley y el orden, destaca por la diferen-
cia en cómo se desarrolla en una forma completamen­te distinta al
resto de la sección. El otro episodio que quiero men­cionar es uno
en el que un grupo de policías almuerza en un restaurante. Uno de
ellos insiste en hacer bromas misóginas ton­tas; a nadie más le ha-
cen gracia sus bromas pero durante varias páginas sigue contando
chistes violentos, terribles, sin gracia, a los que sus compañeros re­
accionan ya sea con aburrimiento, con un ligero disgusto o con
risas obligadas porque los dice un supe­rior. La escena, como todo
lo demás en la novela, se presenta sin ningún comentario y aun
así su significado es suficientemente claro: los crímenes continúan
y continuarán, no tanto porque la policía sea corrupta sino por-
que toda la cultura, incluidos necesariamente estos defensores de
la ley, está permeada por la idea de que las mujeres son un recurso
desechable, buenas para el sexo y algunos otros servicios pero fi­
nalmente intercambiables, dese­chables y, en última instancia,
faltas de valor intrínseco o incluso de humanidad.
Me es difícil saber cómo concluir esta presentación. Como una
estudiosa de la literatura acostumbro esbozar largas conclusiones
de novelas, pero esta ocasión es diferente de cualquier otra en la
que haya participado. Cuando leí 2666 de Bolaño me quedé des­
lumbrada por su insólita brillantez en general, y en particular por
lo que he descrito, su descripción despiadada y extensa de la
violencia que toma prestada su técnica de la tragedia clásica (cons­
ciente o inconscientemente) para demostrarle al lector la verdad
de lo que está pasando en el norte de México desde hace 20 años
sin erotizar la violencia sexual que representa. Concluiré hacien-
do hincapié en el epígrafe que Bolaño escogió de Baudelaire: Un
oasis d’horreur dans un désert d’ennui.1

1
Un oasis de horror en un desierto de tedio.
392 elisabeth ladenson

Baudelaire en realidad tenía otra línea que explica con admi-


rable precisión el fenómeno de dividir la explicación ofrecida en
trabajos como el de Larsson: Il serait peut-être doux d’être alter-
nativement victime et bourreau.2 La fantasía de Baudelaire del
placer que implica ser víctima y torturador de manera alterna
se hace realidad por completo en nuestros espectáculos populares,
y en efecto es dulce, como lo predice: es dulce porque la identi­
fi­­cación con la víctima nos permite ignorar el hecho de que también
estamos disfrutando el hecho de identificarnos con el torturador.
Pero su epígrafe es parte del poema “Le Voyage”,3 y aquí está
su contexto inmediato:

Amer savoir, celui qu’on tire du voyage!


Le monde, monotone et petite, auhourd’hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image:
Une Oasis d’horre ur dans un désert d’ennui!4

Y la siguiente estrofa empieza:

Faut-il partir? Rester? Si tu peux rester, reste;


Pars, s’il le faut.5

Como he tratado de decidir si ignorar la advertencia que me


hicieron mis amigos horrorizados de ir a Ciudad Juárez a parti-
cipar en este acontecimiento, pienso en la última línea del poema
de Baudelaire, Au fond de l’inconnu pour trouver du nouveau.6
Esperemos que esta conferencia me ayude a marcar un nuevo
capítulo en la vida de la frontera norte.7
2
Tal vez sea dulce ser víctima y torturador de manera alterna.
3
“El viaje”, en francés en el original.
4
Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje!
El mundo, monótono y pequeño, en el presente,
Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen
Un oasis de horror en un desierto de tedio!
5
¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate; parte, si
es menester.
6
¡Hasta el fondo de lo desconocido, para encontrar lo nuevo!
7
En español en el original [N. del T.].
Apuntes para desmenuzar los significados
profundos del patriarcado

Presentación de Making a Killing.


Femicide, Free Trade, and la Frontera
(editado por Alicia Gaspar de Alba y Georgina Guzmán)

Mariana Berlanga

¿Qué significa “hacer” un asesinato? Es la primera pregunta que


me vino a la cabeza desde que vi la portada del libro Making a
killing, una frase que en sí misma abre un signo de interrogación.
Una frase que, construida así, incomoda y comienza a punzar,
pues con unas pocas palabras anticipa toda la gama de dolores
expuestos en las 300 páginas del libro. El dolor de la tortura y de
la muerte, pero también el de la injusticia y del silencio. El dolor
de la indiferencia, pero también el del cinismo.
Make, en inglés; hacer, en español, es un verbo que nos remite
directamente a la acción. La Real Academia de la Lengua Es­
pañola define acción como: ejercicio de la facultad de hacer o rea-
lizar alguna cosa que tiene el ser. Otra de las acepciones es: in­fluencia
o impresión producida por la actividad de cualquier agente sobre algo.
Desde el punto de vista del género, los hombres han estado
históricamente vinculados a la acción; las mujeres, a la pasividad.
La acción se construyó, durante siglos, como un valor masculino
a partir de los estereotipos de género que conformaron una ima­
gen del hombre como un ser fuerte, con iniciativa, decisión y
palabra. El feminismo se ha encargado de dejar claro que el “ha­
cer” es constitutivo de los seres humanos, sean del sexo que sean,
y que el lugar de la pasividad nos fue conferido a las mujeres a par­
tir de una serie de dispositivos sociales y culturales. Es decir, no
porque sea parte de nuestra naturaleza.

[393]
394 mariana berlanga

Acción, realización y agencia son valores que hablan de un su­


jeto que decide, enuncia, actúa y de esa manera, incide en lo
político. En la teoría feminista de los últimos años, Judith Butler
(2010) ha puesto sobre la mesa la importancia del concepto de
agency al servicio del feminismo. Desde el punto de vista de los
movimientos sociales, la agencia se aparece como el dispositivo
que hace que las víctimas (de una situación en particular, de un
sistema, de una historia de opresiones) dejen de serlo para cons­
tituirse como sujetos capaces de direccionar el devenir histórico.
Pero volviendo al título de este libro, no sé si fue a causa de la
entrelengua (de una hispanohablante que lee e interpreta un li­-
bro de feminicidio escrito en inglés), lo que me despertó esta
inquietud. Lo cierto es que me resultó inevitable preguntar: ¿en
qué mo­mento se subvierte el significado del “hacer”? ¿En qué
mo­men­to deja de ser un verbo constructivo para convertirse en
un pro­blema serio? Si el “hacer” tiene que ver con una reafirma­
ción de lo “masculino”, ¿cómo se conjuga este verbo con lo que
hemos deno­minado “sistema patriarcal”? ¿Cuáles serían, entonces,
las claves para entender un patriarcado situado que se expresa
en la frontera entre México y Estados Unidos?
Ya han pasado más de 18 años desde que comenzamos a de­
nunciar los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Esos asesi­
natos que no sólo le ponen fin a la vida de las mujeres, o mejor
dicho, de “ciertas” mujeres, sino que encima inauguran un espec­
táculo sanguinario en el espacio público, es decir, una “estética” de
la violencia ahora tan normalizada en México.
Este libro devela el comienzo de un análisis profundo que ha
comenzado a dar luz (desde los dos lados de la frontera) para en­
tender el porqué de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juá­
rez. Cada uno de los textos que conforman Making a killing es
co­mo un hilo que fluye y va desenredando poco a poco la made­
ja; cada uno de ellos constituye un aporte para desnaturalizar la
ló­gica de las estructuras de poder que sustentan y han venido sus­
tentando la práctica feminicida en Juárez.
Sin embargo, lo que desde mi punto de vista resulta sumamen­
te novedoso de este abordaje del feminicidio es que arroja una
apuntes para desmenuzar los significados 395

reflexión seria, crítica y poco complaciente sobre lo que ha sido


el movimiento que ha venido visibilizando los feminicidios y exi­
giendo justicia desde los años noventa del siglo pasado.
Como lo deja ver este libro, dicho “movimiento” ha tenido va­
rias fases y ha sido encabezado por distintas actoras. Pero no sólo
eso, sino que ha atravesado por una serie de problemas, lo cuales
se desprenden de esas mismas estructuras de poder que permi­
ten, justifican, avalan y promueven los asesinatos de mujeres. Son
esas estructuras las que hacen la diferencia entre el hecho de ser
hom­bre o mujer, blanca o morena, rica o pobre, académica o tra­
baja­do­ra, activista o víctima, personalidad reconocida o perso­na
anónima.
Vemos, entonces, que para el análisis de lo que lleva a los ase­
sinatos seriales de mujeres, pero también de todo lo que éstos
desencadenan, es necesario hacer un análisis pormenorizado que
parta del género, pero que también contemple elementos como
la raza, la clase social, la situación migratoria, etcétera.
Making a killing es una compilación de 12 artículos, divididos
en tres secciones, que indagan y buscan una explicación del fe­
minicidio desde una perspectiva estructural, dando cuenta de
las características económicas, políticas y sociales que han logra­
do configurar un escenario propicio para el asesinato de mujeres;
pero también a partir del análisis cultural que se atreve a cues­
tionar las fronteras entre lo masculino y lo femenino, lo público
y lo privado, la ética y la moral, el olvido y la memoria, el grito y
el silencio, etcétera.
Lo que resulta más relevante del libro, editado por Alicia Gas­par
de Alba y Georgina Guzmán, es que nos da múltiples cla­ves para
especificar y aterrizar el concepto de patriarcado, mismo que apa­
rece en todas las definiciones que se han dado de feminicidio,
femicidio o femicide, por lo menos hasta ahora.
Existe la sospecha de que el concepto de patriarcado se ha
convertido en una suerte de lugar común, en una categoría que
todo lo explica y al que todas las feministas recurrimos acrítica­
mente. Por eso mismo, me parece pertinente pensarlo en función
de sus límites, es decir, de sus fronteras (sobre todo cuando ése
396 mariana berlanga

es el tema que nos ocupa), pero sobre todo, de sus múltiples ex­
presiones y de su especificidad en los distintos lugares y tiempos.
¿Cómo se expresa el patriarcado en Ciudad Juárez? ¿Cómo
se ha expresado a partir de la instauración de la industria ma­
quiladora de exportación? ¿Con la entrada en vigor del Tratado
de Libre Comercio? ¿Bajo el poder del narcotráfico? ¿A partir de la
militarización de la ciudad?
De estas preguntas se hace cargo toda la primera sección del
libro, sección que por cierto nos lleva a repensar toda una serie
de fronteras, no solamente la frontera nacional entre México y
Estados Unidos, sino las fronteras que atraviesan las vidas de las
mujeres que viven en Ciudad Juárez.
En el artículo introductorio, titulado “Feminicidio: The ‘Black
Legend’ of the Border”, Alicia Gaspar de Alba y Georgina Guz­
mán problematizan la frontera entre el mito y la realidad. Y es
que durante los años noventa, cuando comenzamos a recibir las
primeras informaciones de hallazgos de cadáveres femeninos en
lotes baldíos y basureros, el feminicidio en Ciudad Juárez pare­
cía un mito. Esta realidad se nos presentaba con ingredientes de
misterio, pero también de terror.
Además, pronto surgió una serie de leyendas explicativas de
estos asesinatos: el mito del asesino solitario, de los ritos satánicos,
de la venta de órganos, del cine snuff, etc. Estos mitos, asimismo,
parecían negar o por lo menos desplazar a la realidad. El femi­
nicidio, dicen las autoras, comenzó a verse como una in­vención
loca de las feministas y de las madres de “algunas pros­titutas
muertas”.
La realidad, a decir de las autoras, parecía ser la encarnación de
las prácticas de la inquisición española en medio de la era mo­­
derna: mujeres torturadas, sacrificadas, cuyos cadáveres aparecían
en lugares públicos. En una de las ciudades conside­­ra­das “pro­
mesa de la modernidad” estaban apareciendo una serie de cuer­pos
supliciados, como lo enunciaría Michel Foucault, des­­de el pun­
to de vista del castigo, de la antigua forma de hacer “jus­ticia”, vi­
gente todavía en el siglo xviii y a partir de la cual el castigo era
un teatro en el que aparecía un “cuerpo supliciado, descuartizado,
apuntes para desmenuzar los significados 397

amputado, marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro


[…] ofrecido en espectáculo” (Foucault, 2009:17).
Cabe recordar que la justicia en Europa no sólo aplicaba una
sanción a quien infringía la ley, sino que esta sanción era siempre
un castigo aplicado directamente al cuerpo, en un acto público
al que todos podían asistir. Así, el castigo se mostraba de forma
ostentosa para que la sociedad viera y se horrorizara.
Podríamos hacer un paralelo entre ese espectáculo del suplicio
y los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con el agravante
de que si se trataba o no de un castigo, mientras la confusión rei­
naba, mientras no se definía ese límite entre la realidad y el mito;
había que sospechar, pero sobre todo había que sospechar de ellas:
¿por qué estaban siendo castigadas estas mujeres? Esa pregunta
encerraba a su vez otra forma de castigo. ¿Cómo se puede ser cas­
tigada estando muerta? Culpando a las víctimas de su propia
muerte, sospechando de ellas, creando toda una serie de mitos
alrededor de ellas: que si eran prostitutas, que si no eran dignas de
confianza, que si tenían una doble vida, que si andaban solas, que
si salían a divertirse. Una serie de mitos que, una vez más, reitera­
ban esa transposición de la santa inquisición a la era moderna.
Así fue como a partir de todos estos imaginarios y prejuicios
enunciados desde una moralidad explícita, pero también desde
una modernidad prometida, se inaugura una categoría social: la
de las llamadas maqui-locas, que a decir de las autoras estaba aso­
ciada a las mujeres trabajadoras de la maquila viviendo la vida
loca en la metrópoli fronteriza. Se trataba de un nuevo código
para hacer referencia a las prostitutas.
Ese trazo de la frontera entre el mito y la realidad, me parece,
está presente a lo largo del libro. Aunque lo que resulta todavía
más interesante es que en cada página vamos constatando que las
fronteras son siempre porosas. La frontera entre lo moderno y
lo tradicional, entre lo urbano y lo rural, entre lo nuevo y lo an­
tiguo, entre lo masculino y lo femenino, entre la violencia y la no
violencia, etcétera.
El primer artículo es un texto de Elvia Arriola, que nos alerta
sobre un elemento crucial en toda la trama de asesinatos de mu­
398 mariana berlanga

jeres en Juárez: las corporaciones multinacionales y su compli­


cidad con las autoridades mexicanas para no garantizar la sa­lud
y la seguridad de las mujeres y niñas que trabajan en las maqui­
ladoras.
Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez constituyen la
manifestación extrema de patrones sistemáticos de abuso, hos­
tigamiento y violencia contra las mujeres que trabajan en las
m­aquiladoras, maltrato que es atribuible al producto de privile­
gios y de la falta de regulación de las empresas que las emplean
bajo el cobijo del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (tlcan).
Este análisis presenta una propuesta concreta: trabajar más en
una crítica feminista al sistema económico mundial que pon­
ga un énfasis en la responsabilidad social, y sobre todo, en las
con­secuencias fatales de la indiferencia hacia la clase obrera. El
patriarcado que se expresa en Ciudad Juárez, como podemos ver,
es un patriarcado racista, capitalista y colonialista, que ve en las
mujeres cuerpos explotables y desechables.
En el segundo capítulo, Alicia Gaspar de Alba continúa pro­
blematizando este entramado de poderes y se pregunta: ¿quiénes
son los verdaderos criminales? Al introducir la idea de que esta
urbe ha venido “maquilando mujeres”, nos obliga a reparar en có­
mo se construye lo femenino. Los géneros son construcciones
culturales y Ciudad Juárez, desde el punto de vista de la autora,
es un ejemplo de la construcción de la femineidad de las “inditas
muertas”, a quienes se les culpa de su propia muerte por cuestio­
nes de raza, clase y sexo.
En ese sentido, plantea una revisión del discurso de la cultura
chicano/mexicana que de alguna manera incita al crimen. La
construcción de lo femenino a partir de los arquetipos únicos de
vírgenes, madres y putas nos lleva de la mano a entender el ad­
jetivo de maqui-locas.
Dice Alicia Gaspar de Alba que entre la madre y la prostituta
está La Malinche, la mujer que de una u otra forma decide sobre
su sexualidad y así se convierte en una traidora del mandato
patriarcal, y por ende, acreedora de un castigo. De ahí que exis­
apuntes para desmenuzar los significados 399

ta un símil entre la prostituta moderna y las brujas medievales.


Como afirma la autora, estos crímenes son más que asesinatos:
son mensajes que precisan ser decodificados.
En el tercer artículo, María Socorro Tabuenca se refiere a
Juá­rez como una urbe en donde existen “fantasmas que dan­zan
por las calles”, a la vez que se pregunta cómo podemos concep­
tualizar esta realidad. ¿Cómo dar cuenta de esos cadáveres feme­
ninos que irrumpen en el escenario juarense y de las fo­tografías
de desaparecidas que forman parte del paisaje urbano?
El lenguaje, afirma, es productor de realidades y también de
poder (es). En ese sentido, apunta también, existe un discurso
sexista alrededor de las mujeres trabajadoras, un discurso discri­
minador que llega a ser productor de prácticas violentas.
Pero ¿en qué momento estamos interrumpiendo el curso de di­
cho lenguaje?, se pregunta Tabuenca. Existen formas de perpe­tuar
los valores y por eso es que las llamadas campañas de preven­ción
de la violencia resultan tan cuestionables, pues contienen narra­
tivas que reafirman los estereotipos de género.
La autora sostiene que existen grupos vinculados al poder que
están manipulando la forma en que las mujeres trabajadoras es­
tán siendo representadas. Y lo más importante: considera que
ellos son los máximos responsables de los crímenes.
Pero también existen mujeres que encabezan instancias de pro­
curación de justicia que reproducen dichos discursos, por lo que
queda claro que el sexo de la persona no es una garantía de rup­
tura del círculo del poder. El género es algo mucho más com­plejo
que la asignación biológica de hombre-mujer. El género es más
una realidad internalizada que una realidad concreta, y por eso
es que vemos cómo ciertas mujeres reproducen conductas pa­triar­
cales y tienen actitudes misóginas.
Sin embargo, pensando en la producción de discursos desde el
activismo también habría que considerar: ¿cómo podemos rom­
per el círculo de la violencia? ¿De qué manera lo seguimos repro­
duciendo en nuestras representaciones del feminicidio?
Si nos proponemos indagar aún más en esta cuestión, habría
que reflexionar: ¿dónde comienza el feminicidio? Esta pregunta
400 mariana berlanga

nos lleva necesariamente a complejizar el análisis y a ubicar una


serie de códigos que naturalizan el crimen, que lo gestan, que lo
encaminan, y sobre todo, que lo justifican.
En el artículo cuarto, Steven Volk y Marian Schlotterbeck se
proponen “leer la cultura popular de muerte en Ciudad Juárez”,
al analizar las representaciones culturales que abonan a la cons­
trucción de los estereotipos de la mujer juarense.
La cultura, nos recuerdan, es el intercambio de significados y
la frontera es una zona en donde las identidades son rearticula­
das. Por lo tanto, lo que presenciamos en Juárez es la forma en
que la cultura refuerza el binarismo patriarcal. Las representacio­
nes culturales analizadas intentan preservar un orden en el que
predomina la dominación masculina y la sumisión femenina.
Pero el choque de dos culturas desestabiliza dicho orden, pues
como bien lo apuntó en los años ochenta la feminista chicana
Gloria Anzaldúa, “la frontera es ahí donde dos o más culturas
se tocan”. En el caso concreto de Ciudad Juárez, en donde las
mujeres se caracterizan por su actividad y por su presencia en el
trabajo asalariado, vemos cómo la “praxis femenina genera des­
orden”, si partimos del hecho de que el mandato patriarcal inten­
ta confinar a las mujeres al ámbito privado.
Las mujeres se insertan en el mercado laboral trastocando así
el mandato patriarcal y por ende, el mandato de género. Las
maquiladoras, en este caso, son la vía mediante la cual el sistema
las empuja a salir de sus casas, a dejar sus comunidades originales,
a buscar una forma de supervivencia, pero por otro lado, las ex­
pone a todo tipo de violencia, precisamente, porque al hacerlo
traicionan una tradición. El ciclo de la violencia comienza a
par­tir de las empresas que las contratan, ya que la industria ma­
quiladora de exportación representa una política económica
racializada y generizada, que además descansa en el anonimato
de las trabajadoras.
Como se puede observar, el desorden de géneros en Ciudad
Juárez, por llamarle así, tiene que ver con situaciones concretas,
materiales, estructurales que a su vez se intersecan con códigos
culturales que configuran una atmósfera propicia para la práctica
apuntes para desmenuzar los significados 401

feminicida. Si a ello le agregamos la complicidad de los distintos


poderes de gobierno, el resultado son cientos de asesinatos de mu­
jeres que al parecer no tienen consecuencia, por lo menos desde
el punto de vista legal.
El patriarcado en Ciudad Juárez, por lo tanto, se expresa en
varios niveles: en el nivel empresarial, gubernamental, en el nivel
de las bandas del narcotráfico, pero también del ciudadano de a
pie que entiende que matar a una mujer es “natural”, una forma de
restituir el orden, y es sobre todo un proceso mediante el cual
se reafirma la masculinidad, es por lo tanto, un mandato de gé­
nero, como lo ha expresado Rita Laura Segato (2007:35-48).
El patriarcado en Ciudad Juárez es sexista, como todo pa­
triarcado, si consideramos que se trata de un sistema en el que
la mas­culinidad es entendida como lo universal, lo dominante, lo
activo. Pero también es profundamente racista y clasista, porque
las mujeres víctimas del feminicidio son por lo general pobres y
morenas.
Con el quinto artículo, de Kathleen Staudt e Irasema Corona­
do, comienza la segunda parte del libro, que se enfoca en el mo­
vimiento de denuncia de los feminicidios en Ciudad Juárez,
Chihuahua.
Desde mi punto de vista, este análisis resulta fundamental, ya
que después de 18 años es hora de hacer un balance crítico y so­
bre todo preguntarnos: ¿Por qué como feministas-activistas no
hemos logrado detener el asesinato de mujeres en Juárez? ¿Por
qué, a pesar de la visibilidad que ahora tiene el problema, los ase­
sinatos de mujeres continúan y se incrementan?
Este artículo titulado “Binational Civic Action for Accounta­
bility: Antiviolence Organizing in Ciudad Juárez / El Paso”, co­mo
su nombre lo dice, puso de entrada un énfasis en la importan­
cia de un activismo que se expresó y se ha venido expresando en
los dos lados de la frontera para lograr que los gobiernos se res­
ponsabilicen de estas muertes de mujeres.
Sin embargo, como las autoras expresan, resulta preocupante
que al paso de los años las activistas han sufrido amenazas e
intimidación en su intento de hacer visible el problema del femi­
402 mariana berlanga

nicidio, y sobre todo de apuntar la responsabilidad del gobierno


en el asunto.
El riesgo de las activistas que denuncian el feminicidio au­
mentó sobre todo a partir de la militarización de Ciudad Juárez,
como resultado de la guerra que el ex presidente de México,
Felipe Calderón, declaró contra los cárteles del narcotráfico.
En ese sentido, vemos que las amenazas se han convertido en
realidad. Las mujeres que piden justicia para otras mujeres tam­
bién han sido víctimas de feminicidio. Recordemos los casos de
Marisela Escobedo y Susana Chávez, quienes se suman a la lis­ta
de mujeres asesinadas, aunque no hayan sido mujeres anónimas.
En los últimos años ha sido todavía más difícil demandar
justicia y seguridad para las mujeres, en un contexto en el que el
clima de violencia se ha exacerbado, donde los hombres matan
también a otros hombres y el espectáculo de la violencia aparece
todavía más sangriento, se vuelven a invisibilizar las muertes de
mujeres. Las muertes de hombres vuelven a opacar las muertes
de mujeres, cuando el trato de las autoridades a las familias de las
víctimas se vuelve aún más desdeñoso.
No hay que olvidar que desde los años noventa las madres de
Juárez han venido denunciando la indiferencia, el menosprecio y
sobre todo la misoginia de las autoridades cada vez que denuncian
la desaparición de sus hijas. Esta práctica, como afirman Staudt
y Coronado, no ha cambiado a lo largo de los años, pues “la co­
rrupción sigue siendo una rutina”.
El entramado de complicidades es lo que nos ha llevado, des­
de el activismo, a hablar de feminicidios, pues tanto la policía como
las autoridades en todos los niveles no han dado curso a las in­
vestigaciones de asesinatos de mujeres, perpetuando así el círculo
de la violencia.
En 2003, bajo la presión nacional e internacional para dete­
ner los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, el entonces
presidente Vicente Fox creó una comisión especial que no dio
nin­gún resultado. Es por eso que, a decir de las autoras, éste es
un problema binacional que precisa ser resuelto desde esa pers­
pectiva.
apuntes para desmenuzar los significados 403

En ese sentido, el activismo debe implementar una serie de


estrategias que presionen tanto al gobierno de México como al
de Estados Unidos, a la vez que crear un vínculo con las inves­
tigaciones académicas. Desde mi punto de vista, y en el contexto
de este seminario, me parece vital recalcar que éste es un asun­
to que debemos también pensar aquí: ¿cómo crear esos puentes
con el activismo? ¿Cómo poner en práctica las estrategias que se
es­bozan desde la teoría para que los estudios del feminicidio
ten­gan una incidencia real?
En el artículo seis, Julia Monárrez nos lleva a reflexionar en esa
otra frontera que marca la diferencia entre nosotras y las otras.
Con un texto titulado: “El sufrimiento del otro/a”, nos incita a
pensar en nuevas formas de acción desde el feminismo que con­
tribuyan a desdibujar esa frontera en la medida de lo posible.
¿Cómo pensar en un feminismo incluyente y estratégico que
tenga una verdadera incidencia en la realidad?
Para empezar, apunta la autora, habría que pensar en un fe­
minismo que vaya más allá de las dicotomías, que nos haga sen­
tir en carne propia el sufrimiento de los familiares de las víctimas,
que incluya a las mujeres que no se dicen feministas, pero que
tienen una práctica solidaria.
Habría que pensar en un feminismo que cuestione y piense
en estrategias para desnaturalizar el orden simbólico que crea las
jerarquías de lo masculino-femenino, pero que también estable­
ce diferencia entre las mujeres blancas, académicas y las vícti­
mas del feminicidio.
Monárrez se pregunta: ¿por qué la justicia es un sueño para las
clases subalternas? Y analiza por qué se dio la fragmentación de
voces en el interior del movimiento de denuncia, reforzando así
el poder hegemónico.
Desde mi punto de vista, esta pregunta se hace imprescindible
en el momento actual, cuando vemos que las mujeres también
nos inscribimos en las lógicas de poder masculino.
En los artículos siete y ocho, Clara Rojas y Melissa Wright
profundizan en la complejidad de la fuerza del activismo en la
sociedad, pero también de su relación con el poder hegemónico.
404 mariana berlanga

Las familiares de las víctimas son constantemente revictimiza­


das por parte de las autoridades desde un discurso patriarcal que
culpa a las mujeres asesinadas de su propia muerte. Pero también
las acciones de denuncia son manipuladas desde el poder desle­
gitimando toda movilización de mujeres que exige justicia. Esto
explica el discurso que comenzó por culpar a las madres y fami­
liares de las víctimas de dar una mala imagen de Ciudad Juárez.
En este proceso, nos dice la autora, es muy interesante ver
cuáles son las voces legitimadas para hablar. ¿Quién tiene el po­
der de nombrar y de hablar? ¿De parte de quién? ¿Con qué
pro­pósito?
Aquí vemos cómo las voces autorizadas para hablar del femi­
nicidio resultan ser las voces no afectadas directamente por el
problema, son las voces legitimadas por el poder hegemónico, me­
canismo que ayuda a reproducir las mismas estructuras de po­der
y que acaba escindiendo al propio movimiento.
Melissa Wright se aproxima de forma todavía más crítica a las
rupturas que se dieron dentro del movimiento de denuncia a par­
tir de esta diferenciación evidente entre silencios históricos y voces
que hablan en “nombre de”. Y todavía peor, nos advierte la au­
tora: este mecanismo va haciendo que existan mujeres que aca­ben
lucrando con el dolor de otras mujeres a partir de la per­versión de
un sistema de organizaciones civiles que precisan de financia­
miento y que tienen una relación compleja con el Estado y los
organismos internacionales.
Por otro lado, llama la atención que al surgir el movimiento
de denuncia de los feminicidios vimos emerger dos tipos de fe­
mineidad antes inexistentes: las mujeres públicas y las madres
radicales. El concepto de mujer pública había sido asignado tra­
dicionalmente a las prostitutas. Sin embargo, estas mujeres fro­n­
terizas transforman el concepto al convertirse en mujeres que
comienzan a ocupar los lugares públicos o los espacios histórica­
mente masculinos: desde los trabajos en la maquila, pasando por
las calles de la ciudad e incluso los centros nocturnos.
En el caso de las madres radicales, vemos cómo son también
mujeres que subvierten el valor de madre al colocarse en el esce­
apuntes para desmenuzar los significados 405

nario político, ocupando las calles y demandando al gobierno


justicia para sus hijas. Por lo tanto, dice la autora, en una ciudad
de mujeres trabajadoras y mujeres activistas son, desde el discurso
oficial, cuestiones que generan un “problema social”.
Sin embargo, desde el movimiento de mujeres lo que resulta
fundamental es la identidad, la acción colectiva y el testimonio
que sirve para la construcción de la memoria, rompiendo así el
círculo de la invisibilidad y el silenciamiento.
La tercera parte del libro se compone, justamente, de testi­
monios que reafirman y confirman algunas de las tesis expuestas
en las dos primeras partes del libro. En el artículo 9, Candice
Skrapec habla, desde la medicina forense, de la negligencia y la
incompetencia de las autoridades. Asimismo, afirma que nada ha
cambiado desde 1993, sólo el hecho de que los medios de comu­
nicación ahora hablan de las muertes de mujeres.
Estos crímenes son de hombres que operan en grupo y que
tienen que demostrar su machismo a sus pares. Por otro lado,
desde el punto de vista de las autoridades, puede apreciarse una
camaradería y complicidad con los hombres asesinos. Desde esta
perspectiva, podemos ver el proceso complejo de la construcción-
reafirmación de la masculinidad.
Una vez más, vemos que la construcción de géneros responde
a todo un sistema de valores que privilegia lo masculino y me­
nosprecia lo femenino. Así lo demuestran también los testi­monios
de Eva Arce, madre de una mujer activista, y de Paula Flo­res,
madre de una trabajadora de la maquila asesinada.
Making a killing es, por lo tanto, un libro que nos interpela y
nos convoca a pensar cómo se hace un asesinato, pero también
cómo se hacen los géneros. Deshacer el mecanismo que lleva a
la práctica del feminicidio supone, por lo tanto, deconstruir todos
esos símbolos culturales que naturalizan lo masculino y lo feme­
nino. Por lo tanto, habría que darle importancia también al
verbo “deshacer”, ya que el “hacer” llevado al extremo nos ha sig­
nificado tanta sangre y tanto dolor.
406 mariana berlanga

Bibliografía

Butler, Judith
2010 “Performative Agency”, en Journal of Cultural Economy,
vol. 3, núm. 2, julio, pp.147-161, disponible en <http://
es.scribd.com/doc/64361124/Judith-Butler-Performa­
tive-Agency>, consultado el 10 de octubre de 2011.
Foucault, Michel
2009 [1975] Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México,
Siglo xxi.
Gaspar de Alba, Alicia y Georgina Guzmán (eds.)
2010 Making a Killing. Femicide, Free Trade and La Frontera,
United States of America, University of Texas Press.
Segato, Rita Laura
2007 “¿Qué es un feminicidio?”, en Marisa Belausteguigoitia
y Lucía Melgar (comps.), Frontera, violencia, justicia:
nuevos discursos, México, pueg-unam/Unifem, pp. 35-48.
Quinta parte

Colectivos y el quehacer cultural


contra la violencia
La cultura como mediadora
en situaciones de violencia

Alí Mustafá

Introducción

Lo que pretendo poner en discusión en este coloquio es la rela­


ción entre la cultura y la violencia, o cómo las acciones culturales
pueden ser mediadoras en situaciones de violencia. Para ello
quiero empezar por tomar la definición de la cultura como un
diálogo, un encuentro que puede servir para abordar el problema
y no sólo la mirada antropológica de la cultura como el conjunto
de utensilios y bienes de los consumidores, normas sociales, ideas,
artesanías, creencias y costumbres o de la forma en que el hom­
bre supera problemas. Aquí encontramos la primerísima res­puesta
al problema de la violencia social: diálogo y cómo a tra­vés de lo
cultural el hombre supera sus problemas.
El otro tema que se me presentó fue definir el concepto de
vio­lencia y su categorización, porque hay diferentes formas y ex­
presiones de la violencia. Apelé entonces al diccionario, y encon­
tré: del latín violentǐa, la violencia es la cualidad de violento o la
acción y efecto de violentar o violentarse. Lo violento, por su par­
te, es aquello que está fuera de su natural estado, situación o modo;
que se ejecuta con fuerza, ímpetu o brusquedad, o que se hace con­
tra el gusto o la voluntad de uno mismo o del otro.
La violencia, por lo tanto, es un comportamiento deliberado
que puede provocar daños físicos o psíquicos al prójimo. Es im­
portante tener en cuenta que, más allá de la agresión física, la vio­

[409]
410 alí mustafá

lencia puede ser emocional mediante ofensas o amenazas. Por


eso la violencia puede causar tanto secuelas físicas como psico­
lógicas.
La violencia busca imponer u obtener algo por la fuerza. Exis­
ten muchas formas de violencia que son castigadas como delitos
por la ley, que también puede ser la forma organizada de la vio­
lencia (por ejemplo, la pena de muerte). De todas formas, es im­
portante tener en cuenta que el concepto de violencia varía según
la cultura y la época. Pero no deja de ser una construcción que se
fue dando a lo largo de la historia.
Entonces tenemos diferentes tipos de violencia: física, ver­
bal, psicológica, institucional o simbólica. Todo lo que se impo­
ne de manera violenta.
La violencia, dice Galtung, es como un iceberg, refiriéndo­se
a que la parte visible es mucho más pequeña que la que no se ve.
Según Galtung hay tres tipos de violencia:
La violencia directa, la cual es visible, se concreta con compor­
tamientos y responde a actos de violencia. La violencia estructu­ral
(la peor de las tres), que se centra en el conjunto de estructuras
que no permiten la satisfacción de las necesidades y que se con­
creta en la negación de las necesidades. La violencia cultural, la
cual crea un marco legitimador de la violencia y se concreta en
actitudes. Educar en el conflicto supone actuar en los tres tipos
de violencia.
Diferenciando la cultura de violencia de la violencia cultural,
la entendemos, según la definió Galtung, como:

[…] aquellos aspectos de la cultura, de la esfera simbólica de nues­tra


existencia, ejemplificados por la religión y la ideología, el lengua­
je y el arte, la ciencia empírica y la ciencia formal (lógica, ma­te­
máticas), que pueden ser utilizados para justificar o legitimi­zar
la violencia directa o estructural. Estos rasgos constituyen as­pectos
de la cultura, no culturas completas (Galtung, 1990:289).

En cambio, la cultura de violencia es la que, como ya se ha ex­


puesto, una cultura o sociedad concreta tiene interiorizada en su
la cultura como mediadora 411

razón de ser, es decir, como mecanismo para hacer frente a los


conflictos.
Cuando hablamos de violencia asociamos el término al de agre­
sividad, dos conceptos diferentes que se unen y forman una
ex­plicación lógica a las tendencias impulsivas del ser humano.
La agresión es toda acción competitiva o fuerza espontánea del
ser vivo, la cual implica una forma conflictiva que a su vez se
vuel­­­ve violencia. La violencia, entonces, se convierte en el acto
ocasio­nado por la agresión.
Debemos entender que la agresividad es distinta de la violen­
cia. La agresividad es innata y connatural al ser humano, es un
mecanismo defensivo, un reflejo, una reacción ante lo que se con­si­
dera un peligro inminente, real o imaginario, y hay que entender­
la como algo positivo en cuanto que nos permite tener identidad
propia frente a un estímulo determinado.
Frente a estos dos campos, el de lo cultural y el de la violencia,
la pregunta que me hago es: ¿cómo me paro desde mi lugar de
ges­tor cultural para que las políticas que desarrollo sean realmen­te
mediadoras y sirvan para resolver conflictos?
Los conflictos son situaciones de disputa en los que hay contra­
posición de intereses, necesidades y valores. No debemos confun­
dir conflicto con violencia, puesto que hay conflictos que pueden
resolverse sin el uso de la violencia, aunque no es posible que haya
violencia sin conflicto. La violencia es un fenómeno social que
se aprende y por tanto también se debería poder desaprender. En
consecuencia, no se debe pretender eliminar los conflictos puesto
que éstos son positivos en tanto que son oportunidades de trans­
formación, y se debe luchar a favor del no uso de la violencia
pa­ra resolverlos.
Como sabemos, los espacios de lo cultural y la política com­
parten fronteras difusas. Unos intervienen en los otros casi na­
turalmente sin reparar en las tensiones que producen esos cruces
desde lo institucional, pasando por lo económico, lo artístico y
lo social.
La cultura y la política aparecen claramente como opuestos por­
que se desestiman mutuamente, dice García Canclini. Los gesto­
412 alí mustafá

res culturales, los artistas y los intelectuales ven la praxis política


como aquello que quiere encorsetar la cultura, reprimirla a través
de la norma y contener y direccionar aquello que debe fluir libre­
mente y estar a la vanguardia de los cambios sociales.
En cambio los políticos, desde el análisis, la planificación y la
acción, priorizan otros problemas por encima del sector cultu­
ral. Lo cierto es que se hace difícil gestionar lo simbólico, lo
valorativo, lo que representa el sistema axiológico de una socie­
dad, como dimensión esencial de lo cultural. La gestión de lo cul­
tural se entiende frente a lo que no puede ser gestionable.
La redefinición del concepto de cultura, al dejar de designar
como cultura los libros y las bellas artes y al entender lo cultu­
ral como el conjunto de procesos donde se elabora la significa­
ción de las estructuras sociales, es posible verla como parte de la
socialización de las clases y los grupos en la formación de las con­
cepciones políticas y en el estilo que la sociedad adopta en dife­
rentes líneas de desarrollo.
La función de la cultura en problemáticas tan diversas ha
extendido enormemente su visibilidad social y ha puesto en evi­
dencia la necesidad de desarrollarla con políticas orgánicas, como
eje transversal de las políticas públicas, porque está presente en
to­dos los ámbitos de la vida sociopolítica y por lo tanto en todos
los ministerios públicos e instituciones.
Desde estos dos enfoques, hablar de políticas culturales es ha­
blar de los problemas, las prácticas y las tensiones del conjunto
de la sociedad, y cómo se autodefine y manifiesta frente a otras con
identidad propia, como constitutiva de proyectos políticos y como
articuladora entre lo educativo, lo económico y productivo.
El debate formal se viene dando desde la conferencia de Vene­cia
en 1970, organizada por la unesco, pasando por la de Méxi­co de
1982 y anclado de la forma más cruda y necesaria en el IV Con­
greso Iberoamericano de Cultura realizado en Mar del Plata en
septiembre de 2011 bajo el título Cultura, Política y Participación
Popular. La unesco tomó el problema de la violencia y lo cul­
tural y presentó en el año 2000 el manifiesto para una cultura de
paz y no violencia, de la que trataré más adelante.
la cultura como mediadora 413

Para entender cómo la cultura puede intervenir como media­


dora en situaciones de violencia es necesario analizar el proce­
so de cambio y deterioro que ha sufrido la sociedad en los últimos
20 años.
Los cambios de los últimos 20 años moldearon formas de ha­
cer y sentir la economía, la política, lo social y obviamente lo cul­
tural. Y aquí se presenta una pregunta: ¿fue lo cultural lo que
modificó las estructuras de la sociedad y la economía o fue un pro­
ceso inverso?
Por lo tanto, hay que hacer un análisis más global de la cultura
ac­tual acerca de cómo se ha ido definiendo la misma en el proce­
so de globalización de las últimas décadas, y cómo esta cultura de
principios de siglo, que comenzó con un hecho violento como el
atentado a las torres gemelas, constituye otro resorte fundamen­
tal del fenómeno de la violencia actual. Ésta ha generado más
violencia, como la invasión a Iraq, a Afganistán, el patrullaje nue­
vamente de la cuarta flota y las políticas de la cooperación inter­
nacional orientadas a la lucha contra el narcotráfico, las políticas
migratorias que excluyen y la lucha contra el terrorismo.
Durante los años ochenta y noventa las causas económico-
políticas han provocado consecuencias sociales y cambios cultu­
rales que sólo podrán ser reparadas con más acciones culturales
y con más políticas de desarrollo. El daño estructural de la socie­
dad fue muy grande.
En estas décadas la necesidad de dotar al sector productivo
de una adecuada competitividad que le permitiera desenvol­verse
tanto a nivel nacional como internacional, impulsó al Estado en
dos direcciones fundamentales: por una parte, debió generar las
condiciones necesarias para una reconversión industrial que
facilitó la modernización del aparato productivo, pero para lograr
este cometido debió también generar los recursos necesarios que,
por una parte, financiaron la modernización de la infraestruc­­
tura, y por la otra estimularon a aquellas empresas que mejor se
ajustaban a las exigencias de la globalización. Aquí vemos la con­
nivencia del poder político con los empresarios que se aliaron nue­
vamente para aplicar las políticas de opresión.
414 alí mustafá

Por otra parte, también el Estado se modernizó a sí mismo,


de modo que garantizó mayor eficiencia en la gestión, menores
trabas a la libre circulación de las mercancías y reducción de gas­
tos que no redundaron directamente en el desarrollo al máximo
de la productividad. Estas medidas diseñadas y aplicadas por el
Consenso de Washington como disciplina fiscal, reordenamien­
to de las prioridades del gasto público, reforma impositiva, libe­
ralización de los tipos de interés, un tipo de cambio competiti­vo,
li­beralización del comercio internacional, liberalización de la
entrada de inversiones extranjeras directas, políticas de dumping,
privatización, desregularización, etc., produjeron entre tantas
otras una serie de consecuencias directas o indirectas sobre la es­
tructuración de la sociedad; como resultado, el debilitamiento del
Estado cedió el espacio a las reglas del mercado. Por otra par­te
la disminución de los mecanismos de redistribución de la riqueza
obligó al Estado a reducir los programas de seguridad y bienes­
tar social, para concentrar los escasos recursos en el proceso de
modernización y estimulación del aparato productivo. Muchos
de estos programas se debilitaron en su calidad y cober­tura o se
eliminaron, y otros pasaron al sector privado. Vemos entonces
cómo la búsqueda del bien común como objetivo primordial de
la sociedad pasó a un plano secundario, y se entronizó de manera
prioritaria la productividad.
La reducción de los programas de bienestar social o su trans­
ferencia a los gobiernos provinciales o municipales produjo ine­
xorablemente un deterioro en la calidad de vida de las grandes
mayorías, en sectores tan importantes como la educación, la sa­lud
y el trabajo.
El debilitamiento de los mecanismos de redistribución de la
riqueza y la concentración de la capacidad productiva en aquellos
sectores con mayor disponibilidad de capital, y con mejores posi­
bilidades de reproducción rápida de éste, generaron una situación
en donde cada vez fueron más los que ganaban menos y cada vez
fueron menos los que ganaban más. La brecha entre ricos y po­
bres aumentó claramente.
la cultura como mediadora 415

La lógica de las relaciones interpersonales se comenzó a regir


por el principio de competitividad, y valores tales como la soli­
daridad o la lealtad entraron en franca contradicción, puesto que
no son eficientes dentro de las leyes del mercado.
La necesidad de incrementar permanentemente el consumo
hace que nuestra cultura centre cada vez más los criterios de eva­
luación del estatus social y la realización personal en la cantidad
y calidad de bienes y servicios que cada persona puede adquirir.
Estas transformaciones en los planos económico, político y
so­ciológico generaron, a su vez, modificaciones sustanciales en
la cultura, las cuales surgieron como resultado del actuar e inte­
rac­­tuar cotidiano de los ciudadanos bajo las nuevas reglas del
jue­­­go, así como bajo el influjo de un aparato de prensa y publici­
tario des­plegado con el fin explícito de legitimar el nuevo orden
mundial que hoy se presenta nuevamente en crisis.
En este aspecto, los medios de comunicación fueron fun­cio­
nales para estas políticas porque representan y reproducen la ló­gi­
ca del mercado. Los medios de comunicación son también una
parte de la explicación a los conflictos ocasionados por la vio­
lencia en la sociedad; no dicen del todo la verdad, pues podrían
meterse en serios problemas con otras instituciones de poder.
El avance en las comunicaciones, la eficiencia de los medios
de comunicación de masas, la apertura comercial de las fronteras
y las industrias culturales en manos de los monopolios generaron
un debilitamiento de la identidad cultural, en especial en los paí­
ses del tercer mundo. La transformación de la estructura axio­
lógica y el debilitamiento de la identidad cultural exaltan y
refuerzan el individualismo.
Estamos en presencia de la violencia simbólica como la re­
presentación de la violencia en diversos medios, difundida ma­
sivamente en las múltiples pantallas, trasladada a la ciudadanía
a diario, incluso a las personas más desprotegidas, los niños y los
ancianos, en horarios que debieran ser de especial protección a
sectores de la sociedad que consumen violencia de muy distinto
tipo a través de los medios de comunicación de masas, que se
habitúan a ella, que la banalizan, que no sienten en su propia piel
416 alí mustafá

el sufrimiento, las terribles consecuencias de los actos violentos


que pierden así toda capacidad empática, que la legitiman porque
la perciben como útil, como eficaz para afrontar determinados
problemas.
Ante los vacíos que produce un Estado debilitado, un deca­
dente sistema educativo, el desmembramiento de la familia, la
paulatina desaparición de la identidad cultural y la creciente re­
lativización de los principios religiosos y morales, los medios de
comunicación de masas han sabido rellenar cada uno de estos
espacios, colocándose no sólo como una de las instituciones con
mayor credibilidad, sino también como el principal agente socia­
lizador de las nuevas generaciones.
Este breve diagnóstico nos lleva a observar algunos impactos
en la población. Obviamente, los cambios en la estructura social
y en la cultura producen a su vez transformaciones importantes
en la conformación de las características psicosociales de la po­
blación.
Puesto que los bienes y servicios son escasos, los nuevos idea­
les de estatus y felicidad son alcanzados por una pequeña minoría
de los ciudadanos, mientras que para los demás es fuente conti­
nua de frustración y desilusión. De todas maneras, la mayoría de
aquellos que sí logran acceder a una alta capacidad de consumo,
rápidamente descubren lo lejos que se encuentran de la autén­
tica felicidad.
Los que no se han transformado en cuentapropistas empobre­
cidos o directamente excluidos del mercado laboral, cuyos hijos
hoy son jóvenes de 20 o 30 años, que tampoco trabajan, que ja-
más vie­ron trabajar a sus padres y por lo tanto no tienen referente
di­recto y no han vivido en la cultura del trabajo.
El ambiente de competitividad y la carga de trabajo que deman­
da mantenerse al día y con eficiencia en un mundo cambian­te y
exigente produce en la mayoría de la población exceso de traba­
jo, ansiedad e hipertensión. La consecuencia directa se puede ver
en los indicadores de salud, el aumento de psicofármacos, el in­
cremento de las visitas a los psicólogos y el aumento de las en­fer­
medades cardiovasculares.
la cultura como mediadora 417

La competitividad, el estrés y el exceso de trabajo debilitan la


calidad de las relaciones interpersonales, tanto a nivel primario
como secundario.
El viraje en los criterios de evaluación del estatus social y las
demandas crecientes sobre la capacidad de consumo debilitan
los controles éticos y legitiman conductas ilegales en el plano de la
gestión pública y privada. Se crean oficinas anticorrupción por­
que la corrupción pasó a ser una variable de la gestión política.
Es aquí donde los medios se ponen en el papel de fiscales y jue­ces.
El debilitamiento del Estado, la decadencia en la calidad de
vida, los escándalos de corrupción y la frustración debilitan la le­gi­
timidad del sistema político. La flexibilización laboral, la exclu­sión
del mercado laboral y la entrega de indemnizaciones ha llevado a
la creación de una gran masa de cuentapropistas que no han sa­bi­
do administrar sus propios recursos y han caído en la quiebra.
El ambiente de desconfianza hacia las instituciones —des­
confianza bien ganada— y la incertidumbre hacia el futuro,
así como la intolerancia a los cambios y la poca tolerancia a la
frustración facilitaron el desarrollo de una personalidad autori­
taria en sectores cada vez más amplios de la población.
Por último, uno de los avances tecnológicos más impactantes de
nuestros días es aquel que permite el desarrollo del apara­to mer­
­cadológico y publicitario. La necesidad de incrementar cons­tan­
te­mente el consumo ha generado técnicas altamente com­­plejas de
manipulación del consumidor, transformándonos en so­cie­dades
impulsivas e irreflexivas a la hora de comprar o consumir.
Las características sociales y culturales descritas (frustración,
estrés, debilitamiento de los lazos afectivos, corrupción, descon­
fianza, desilusión, autoritarismo, irreflexión, etcétera) constituyen
el contexto ideal para el desarrollo de la violencia. Recordemos
que este fenómeno se encuentra íntimamente asociado con la
frustración, la impulsividad y la irreflexión.
A esto agreguémosle un sistema que genera y favorece la ex­
clusión en todos sus ámbitos, que refuerza la competitividad en
detrimento de la solidaridad, el individualismo por encima del
bien común, y la capacidad de consumo independientemente de
418 alí mustafá

la honorabilidad y la honestidad. Tampoco debemos olvidar que


este caldo de cultivo tiene como contexto una larga historia
de explotación, pobreza, machismo y violación impune de los de­
rechos humanos fundamentales, y en muchos de nuestros países
militarismo, autoritarismo, represión y cruentas guerras civiles.
Ante este panorama, lo extraño sería que hoy viviésemos en un
ambiente pacífico.
Es de destacar que la violencia tiene una dinámica con estruc­
tura espiral, ya que cualquier acto violento posee una alta pro­
babilidad de generar como respuesta otro acto violento. De este
modo, mientras la estructura social y la cultura sean en sí violen­
tas, el resultado inevitable será un conjunto de individuos vio­
lentos. Del mismo modo, si las soluciones se concentran en la
represión, y por ende en la violencia, el producto final será la es­
timulación de la misma, nunca su reversión o contención.

Algunas sugerencias de intervención: pesimismo


en el pensamiento y optimismo en la acción

Hasta aquí los datos que se vienen observando alrededor de tó­pi­


cos que nos orientan a la realización del cambio social (posibilidad
o no de hacer el cambio a través de una acción cultural), no es
sólo orientador el diagnóstico sino también estimulante para ha­
cer lo necesario, más allá de lo real, lo ilusorio y lo deseable. La
profundización del análisis acerca de las condiciones de posibi­
lidad de un cambio social a partir de estas premisas, o por lo
me­nos, de la viabilidad de la consecución de procesos que sobre­
pasen los marcos de la resistencia pueden ser portadores de una
construcción alternativa futura, aunque sea a largo plazo.
Este diagnóstico polifacético y convergente nos lleva a pensar
diferentes proyectos que, enmarcados en políticas culturales
integrales, nos permitirán abordar el problema de la violencia des­
de distintos enfoques.
Desde mi experiencia como gestor cultural puedo afirmar que
cualquier intervención o acción efectiva para detener la escalada
la cultura como mediadora 419

de violencia pasa por una transformación de nuestra cultura. Pero


cualquier intervención de nivel microsocial, sin un contexto
macrosocial favorable, terminará siendo sólo un paliativo y cual­
quier programa macrosocial que no tome en cuenta y permita la
participación activa de la mayoría de la población terminará sien­
do sólo otra buena intención.
Mientras exista exclusión, ignorancia y alta frustración y todas
las características ya mencionadas, existirá violencia; por lo tan­
to, cualquier esfuerzo para enfrentar el problema debe iniciarse
con un proceso que garantice mejores estrategias de redistri­
bución de la riqueza y que garantice también los derechos huma­
nos fundamentales.
La redistribución de la riqueza de la que hablamos deberá
estar dirigida de manera prioritaria hacia la educación, la salud y
la promoción de los derechos humanos en todas sus dimensiones.
Por otra parte, se hace necesaria una mejor legislación laboral,
de modo que puedan garantizarse mejores condiciones de tra­
bajo, mejores salarios, mejores oportunidades de capacitación y
desarrollo, y mejores facilidades para la recreación y el ocio.
Al lado de esta reestructuración social, pronto debe iniciarse
un programa de promoción de valores acordes con la coexistencia
pacífica y la resolución de conflictos, utilizando quizá las mismas
estrategias que han resultado tan eficientes para la promoción de
bienes y servicios culturales.
El primer paso deberá acompañarse de un proceso más pro­
longado y complejo en donde las dimensiones cognitivas puedan
transformarse y desarrollarse hacia modelos de interacción más
solidarios y mejor centrados en el bien común. La población debe
comprender e introyectar los costos negativos a mediano y largo
plazo de actos de violencia y corrupción, así como de las tenden­
cias hacia el individualismo, la impulsividad, el consumismo, etc.
Para ello se hace necesario un proceso educativo dirigi­do a toda
la población, pero también un programa de reforzamiento de con­
ductas opcionales e incompatibles, tales como incentivos a pro­
gra­mas de desarrollo comunal, promoción de organizaciones
populares de bien social y cultural, estrategias comunales de segu­
420 alí mustafá

ridad ciudadana, entre otros. Y más concretamente, el control de


los contenidos de la televisión, del uso y portación de ar­mas, del
consumo de alcohol y drogas, así como la transformación de la
legislación penal y mejores sistemas de readaptación social, como
la reformulación del sistema carcelario.
Todos los seres humanos que habitamos el planeta estamos
influidos por una cultura bélica, de violencia, pero eso no es irre­
versible, y tenemos el potencial y las posibilidades de cambiar la
situación forjando una cultura de paz no declamativa sino activa,
propositiva y militante. Es decir, la acción cultural contribuye a
un objetivo de recomposición del tejido social y de los vínculos
primarios y secundarios relevando la identidad, la valoración de
la diversidad a través de acciones diálogo y respeto. Uno de los
principales problemas en las sociedades es el hecho de las con­
cepciones de la perspectiva de género de la educación, y del me­
dio ambiente, abordando de forma crítica estos tres ámbitos se
puede ejercer una influencia muy positiva sobre los conflictos.
La cultura de la paz, de la que hablé antes, fue definida por
re­solución de la onu, consiste en una serie de valores, actitudes
y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los con­
flictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas
mediante el diálogo y la negociación entre las personas, los gru­
pos y las naciones, teniendo en cuenta un punto muy importan­
te que son los derechos humanos, respetándolos y teniéndolos en
cuenta en esos tratados.
Para ser más concretos, en el documento titulado Declaración
y programa de acción sobre una cultura de paz, la asamblea gene­
ral hace alusión y énfasis a la Carta de las Naciones Unidas, a la
Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura, a la Declaración Universal
de los Derechos Humanos y reconoce que “la paz no es sólo la au­
sencia de conflictos”.
Está conformada por nueve artículos, incluye un programa de
acción con objetivos, estrategias y agentes principales y una con­
solidación de las medidas que deben adoptar todos los agentes
pertinentes en los planos nacional, regional e internacional, en
la cultura como mediadora 421

el cual se habla de medidas para promover una cultura de la paz


por medio, principalmente, de la educación.
En dicho documento se hace un llamamiento a todos (indi­
viduos, grupos, asociaciones, comunidades educativas, empresas
e instituciones) a llevar en su actividad cotidiana un compro­mi­
so consistente basado en el respeto por todas las vidas, el recha­
zo a la violencia, la generosidad, el entendimiento, la preservación
am­biental y la solidaridad. Los ámbitos de acción son: promo­
ver una cultura de paz por medio de la educación; promover el
desarrollo económico y social sostenible. Promover el respeto de
to­dos los derechos humanos; garantizar la igualdad entre muje­
res y hombres (binariedad en la gestión es fundamental para
poder accionar); promover la participación democrática. Pro­
mover la comprensión, la tolerancia y la solidaridad; apoyar la
comuni­ca­ción participativa y la libre circulación de informa­
ción y co­no­ci­­­mientos; promover la paz y la seguridad internacio­
nales.
Las causas de la violencia social y política de las últimas déca­das
son multifactoriales, pero la génesis podemos encontrarla en el
Consenso de Washington y en los responsables de llevar adelante
esas políticas recesivas, de exclusión y antipopulares, como fueron
y son el poder político instalado en las estructuras de gobierno,
los empresarios que apuestan sólo a la rentabilidad y sus cómpli­
ces los banqueros, y los medios de comunicación que marcan el
rumbo de una agenda política capitalista, discriminan, crimina­
lizan la pobreza, justifican las acciones del mercado, en síntesis,
generan confusión.
Considero también que debemos generar políticas que integren
a los excluidos y sobre todo que pongan en el centro del pro­blema a
los ricos, a los que más tienen, de lo contrario estaremos abordan­
do con paliativos los efectos y no las causas que generan violencia
social y política. El problema no son los pobres, ni las muertes,
ni las fronteras, el problema son los ricos, los que más tienen,
explotan y oprimen. Con todo respeto digo que a veces encuentro
en estos seminarios matices que rayan en una expiación de cul­
pas, como aquel feligrés católico que da el diezmo los domingos
422 alí mustafá

en la iglesia para dejar limpia su conciencia aunque sea por una


semana.
En cuanto al espacio de lo cultural, de la gestión cultural,
con­sidero que tiene el potencial de revitalizar los ámbitos de con­
vivencia y solidaridad, y se debe asociar con otros sectores proposi­
tivos y comprometidos con los problemas centrales, apoyándose
en el bastón de principios sociales compartidos y de la acción.

Manifiesto 2000 para una cultura


de paz y no violencia

Tomando el año 2000 como un nuevo comienzo, se intenta con­


­cientizar al mundo sobre la necesidad de tener una cultura de no
violencia, y con esto se exige la participación de todos en este
cambio evolutivo, en el cual seis parámetros principales nos ayu­
darán a forjar un mundo más justo, más solidario, más libre, dig­no
y armonioso, y con mejor prosperidad para todos.
El manifiesto dice:

• Respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discri­


minación ni prejuicios.
• Practicar la no violencia activa, rechazando la violencia en
todas sus formas: física, sexual, psicológica, económica y so­
cial, en particular hacia los más débiles y vulnerables, como
los niños y los adolescentes.
• Compartir el tiempo y los recursos materiales, cultivando
la generosidad a fin de terminar con la exclusión, la injus­
ticia y la opresión política y económica.
• Defender la libertad de expresión y la diversidad cultural,
privilegiando siempre la escucha y el diálogo, sin ceder al fa­
natismo ni a la maledicencia y el rechazo al prójimo.
• Promover un consumo responsable y un modo de desarro­
llo que tenga en cuenta la importancia de todas las formas
de vida y el equilibrio de los recursos naturales del planeta.
• Contribuir al desarrollo de nuestra comunidad, propician­
do la plena participación de las mujeres y el respeto de los
la cultura como mediadora 423

principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas


formas de solidaridad.

Bibliografía

Galtung, Johan
1990 “Cultural Violence”, en Journal of Peace Research, vol. 27,
núm. 3, pp. 291-305.
Hacia la democratización
del ejercicio y disfrute cultural.
Notas breves para documentar
lo no documentado: una política cultural
del, para y con el municipio de Juárez

Martha Miker
Alejandro Arrecillas

Proemio

La “cultura” de hacer y fomentar la cultura en el país y las enti­


dades federativas tienen que transitar hacia nuevas formas que
conduzcan a repensar y reconceptualizar las políticas culturales
que se implementen en los municipios como Juárez en aras de,
efectivamente, atacar viejas inercias que han conducido a enfren­
tamientos estériles y a una lucha sorda, pero desgastante, por
obtener el control en la toma de decisiones sobre lo cultural.
Vicios tales como la discrecionalidad en el diseño y la operación
de tales políticas, la actitud de unipersonalidad y la ausencia de
una “cultura” del diálogo en muchos de los que dirigen las ins­titu­
ciones culturales, el uso de los puestos como plataforma política
y como escaparate para el lucimiento personal o de los allegados,
la inequidad manifiesta en los apoyos otorgados a las diversas ex­
presiones culturales, etc., son elementos que obstaculizan el de­
sarrollo de una política cultural inclusiva, plural y colegiada.
La dicotomía marcada en el ámbito cultural entre un sector
que asume una marginalidad creada artificialmente, que sólo sabe
pedir pero nunca dar, y un ejercicio cultural de algunos “funciona­
rios de la cultura” elitista y esnob que sólo sabe dar a los que no
necesitan pedir, tiene que ser rebasada por un proceso real y tan­
gible de democratización, diversificación y ciudadanización del
ejercicio y disfrute cultural que trascienda ambas miopías y lim­

[425]
426 martha miker, alejandro arrecillas

pie o cure la mirada cultural de quienes ejercen y le dan cuerpo


a las políticas culturales.

Definición, ámbitos y problemáticas


de las políticas culturales

Parece que el concepto de política cultural se ha vuelto polisé­


mico. Mientras que algunos lo orientan hacia acciones de tipo
pragmático, otros lo enfatizan en términos de los principios y
doctrinas fundamentales que guían el ejercicio cultural, y otros más
lo reducen a la organización de eventitos cívico-artístico-cul­­
turales. A la par de las posturas que subrayan la facultad exclu­
siva del municipio en el diseño e implementación de las políticas
culturales, existen posiciones que demandan el concurso de la so­
ciedad en dichas tareas. Ejemplos como los anteriores son sólo
algunas de las dicotomías que pueden encontrarse en el in­terior
del debate acerca de lo que debe ser la política cultural en el es-
ta­do de Chihuahua y en el municipio de Juárez, en particular.
Partimos de concebir la política cultural municipal como po­
lítica pública y, en ese sentido, eminentemente comprometida
con los sectores sociales más desprotegidos. Además, la defini­
mos como el conjunto de acciones del municipio que tiene como
finalidad el colectivo de creaciones, expresiones y manifestaciones
culturales de toda índole, sin distingos (culta contra popular), ni
censuras (lo moral contra lo inmoral), ni referentes ideológico-
espaciales (alta, excelsa cultura contra baja, pintoresca cultura).
Resulta fundamental aclarar que cuando nos referimos a las ac­
ciones, in­cluimos dentro de ellas tanto la instrumentación de lo
acordado y decidido como los sustentos, las concepciones, los prin­
cipios y la definición de los objetivos diseñados para la organi­
zación de la política cultural del municipio.
Si tomamos la definición amplia y englobadora que propone­
mos, es indispensable reconocer que el diseño de las políticas
culturales no es unívoco ni monolítico, sino que en su “expresión
microfísica” es posible distinguir diversos ámbitos. Podríamos es­
hacia la democratización del ejercicio cultural 427

timar por lo menos ciertos planos definitorios de la política cultu­


ral, los que, por cuestiones de espacio, presentamos de forma es­
quemática.

• Plano filosófico-ideológico. El ejercicio y disfrute de la cultu­


ra es un proceso social que involucra a todos los sectores
que conforman el municipio; ergo la política cultural forma
parte de un proyecto de construcción de individuo y de so­
ciedad; contempla la definición de conceptos sociohistóricos
y antropológicos fundamentales —por ejemplo, hombre, so­
ciedad, tejido social, desarrollo, democracia, arte, creatividad,
expresión simbólica, cultura, cultura popular, artesanías,
etc.— y asimismo, explicita su concepción axiológica y el es­
tablecimiento de los grandes objetivos del municipio res­­pec­
­to a sus gobernados, en materia cultural.
• Plano social. La política cultural establece la mediación entre
las relaciones esenciales de los procesos sociales con el ejer­
cicio y disfrute cultural, así como las posibles consecuencias
que se esperan de dicha vinculación.
• Plano político. Se manifiesta en relación con la negociación
de intereses que se da en términos de las políticas culturales
para determinados grupos, proceso que se mueve entre la
normatividad establecida, los intereses cupulares o de gru­
po y las presiones y demandas de la opinión pública.1
• Plano orgánico-administrativo. La política municipal debe­
ría plantear el funcionamiento y andamiaje del sistema
cultural como una parte específica (y por supuesto priori­
taria) de la administración pública, con sus consecuentes
formas organizativas.

Dado que el propósito de este artículo no es analizar a pro­


fundidad los ámbitos anteriormente expuestos, nos limitaremos
1
Distinguimos los diversos planos para efectos de exposición analítica,
aunque resulta claro que en la realidad se vinculan, condicionan y determinan
entre sí.
428 martha miker, alejandro arrecillas

a comentar, también brevemente, los componentes temáticos que


giran alrededor de la actual política educativa del Estado mexi­
cano, los cuales han impulsado un gran debate en, entre y con la
sociedad civil.
Reconociendo que hay un sinfín de grandes temas sobre cul­
tura, consideramos que son, por lo menos, siete las problemáticas
centrales sobre las que actualmente gira el análisis y la discusión
acerca de los elementos que deben constituir las nuevas políticas
culturales en los municipios.
El primer gran tema se relaciona con el plano filosófico-ideo­
lógico (vid supra). Nos referimos a los fines y objetivos que en
materia de política cultural deberán contemplarse, pero sin ser
absorbidos, dentro del marco de los dramáticos cambios que a ni­vel
mundial e interno se están experimentando ante el inicio de un
nuevo mileno. El reto es grande: o luchamos por un mun­do don­
de quepan muchos mundos o nos convertimos en la aldea glo­
bal deshumanizante, enajenada, contra-intercultural, violenta y
uniformadora.
Otras dos temáticas de gran trascendencia, que se vinculan al
plano orgánico-administrativo, se refieren a impulsar nuevas es­
tructuras y novedosos mecanismos de participación social en la
toma de decisiones acerca de lo cultural. La segunda vertiente
en debate se refiere al espinoso problema del financiamiento del
ejercicio y disfrute cultural, como un compromiso municipal,
frente al escaso apoyo presupuestal por no considerar —en los
hechos, no en el discurso— que el área cultural debe ocupar un
es­pacio privilegiado en todo plan municipal de desarrollo.
El acelerado avance tecnológico de las telecomunicaciones y el
papel de los medios de difusión masiva como expresiones de cier­
ta cultura (de consumo acrítico y manipulatorio), constituyen
serias problemáticas que se inscriben en el plano de lo político.
Por otro lado, hay una gran demanda social por la igualdad de
oportunidades (y de condiciones diríamos nosotros) para el ac­
ceso al ejercicio y disfrute de la cultura, así como a la toma de
decisiones, es decir, la presión social por alcanzar la “equidad cul­
tural”.
hacia la democratización del ejercicio cultural 429

En el plano social, dos problemáticas se encuentran en el seno


del debate: por un lado la encrucijada de diseñar una política
cultural coherente, válida y pertinente para todo el municipio, que
a su vez reconozca y tome en cuenta la pluralidad y diversidad
lingüística y cultural de nuestro localidad, y por otro, el contex­
to de violencia, militarización y daño permanente al tejido social
que ha sufrido y sigue sufriendo la frontera, en particular Ciudad
Juárez.
Los actores y grupos participantes, los mecanismos utilizados y
las maneras en que se enfrenten las problemáticas o dilemas plan­
teados, además de decidir las políticas culturales de nuestro mu­
nicipio, en mucho trazarán el futuro que inexorablemente le
espera a Ciudad Juárez.
Para ilustrar este debate en torno a la concreción de buenas
prácticas de gestión municipal en materia cultural, describire­
mos dos experiencias que marcaron un hito en la democratización
del uso y acceso a los bienes y recursos culturales y en la visión de
prevención de la violencia social y la restitución del tejido social,
como mecanismo para paliar el contexto de alta violencia que se
vivía y aún experimenta Ciudad Juárez, nos referimos a la cons­
titución formal y protocolaria del Consejo Municipal para el De­
sarrollo de las Culturas y las Artes de Ciudad Juárez, en el año
2009, y la creación del Programa Emergente de Cultura, en el
marco del Programa Todos Somos Juárez en 2010.

El Consejo Municipal para el Desarrollo


de las Culturas y las Artes de Ciudad Juárez

Esta práctica de gestión innovadora tomó protesta formal en las


instalaciones de El Colegio de la Frontera Norte en Ciudad Juá­
rez, Chihuahua, el 28 de febrero de 2009, con fundamento en la
firma del convenio de colaboración y coordinación para el desa­
rrollo cultural y artístico del municipio de Juárez, que celebraron
por una parte el Instituto Chihuahuense de la Cultura, represen­
tado por su director general, el antropólogo Jorge Carrera Robles,
430 martha miker, alejandro arrecillas

y el municipio de Juárez, representado por su presidente muni­


cipal, el licenciado José Reyes Ferriz.
El Consejo Municipal para el Desarrollo de las Culturas y las
Artes del Municipio de Juárez se concibió como un órgano de
coordinación para la planeación, ejecución, seguimiento y evalua­
ción de los fondos, programas y proyectos de desarrollo cultural
que emanen del Convenio de Colaboración y Coordinación para
el Desarrollo Cultural y Artístico del Municipio de Juárez, esta­
blecido entre las instancias antes mencionadas.
Desde los primeros acercamientos entre las esferas estatal y
municipal, se hizo patente que la composición del Consejo, si
bien debería contar con la presencia de los funcionarios públicos
directamente relacionados con la materia cultural, tendría un per­
fil eminentemente ciudadano, de tal manera que lograse transitar
hacia toma de decisiones equilibradas y, sobre todo, con una trans­
parencia absoluta en el destino de los recursos que cada fondo
cultural manejaría, por ello se acordó que cada fondo cultural
divulgaría convocatorias públicas y abiertas, dirigidas a todos los
juarenses que cumpliesen con las mínimas reglas de operación y
las bases establecidas.
Éste es el esquema abreviado con el que funcionó el Consejo
Municipal para el Desarrollo de las Culturas y las Artes de Ciu­
dad Juárez (véase la figura 1).
El Consejo proyectó, desde sus inicios, ser un órgano de coor­
dinación y apoyo a las iniciativas culturales de los juarenses, bajo
un esquema directo y descentralizado de administración, ejecu­
ción y toma de decisiones sobre los recursos, a través de la Coor­
dinación de Fondos Culturales asentada en la frontera, así como
de la integración de subcomisiones operativas especializadas, cuyo
objetivo fue agilizar los procesos de dictaminación y destino de
los recursos de cada uno de los fondos, asegurando la transpa­
rencia y equidad mediante convocatorias públicas y abiertas a la
comunidad juarense.2

2
Subcomité del Fondo del Programa de Desarrollo Cultural para la Aten­
ción a Públicos Específicos: representante del municipio, José Mario Sánchez
hacia la democratización del ejercicio cultural 431

Figura 1

Director
del Instituto Coordinador de
Chihuahuense Fondos en Juárez
de la Cultura del Ichicult

Secretario Técnico
Presidente
( Jefe del Representante
(Representante
Departamento ciudadano
ciudadano)
de Políticas Culturales
del Ichicult) Regidores de
la Comisión
de Educación
y Cultura
Tesorero (Regidor
del H. Cabildo)
Representante
iniciativa privada
de osc

Entre las facultades y obligaciones más importantes que tuvo


el Consejo estaban normar los procedimientos de trabajo de los
Fondos, la aplicación de los recursos de éstos, de acuerdo con
las reglas y lineamientos de operación de los mismos; llevar a cabo
el análisis, la revisión y la aprobación de los programas y proyec­
tos, propuestas de trabajo e informes de los avances técni­cos y

Soledad, regidor; representante del Ichicult, Alejandro Arrecillas Casas,


coordinador de Fondos Culturales; academia, Cecilia Sarabia, El Colef; pro­
motor, Delia Acosta, upn; coordinador del Consejo, Salvador Cruz Sierra, El
Colef; responsable estatal del Fondo, Alejandra Esparza, Ichicult.
Subcomité del Fondo del Programa para el Desarrollo Integral de las
Culturas de los Pueblos y Comunidades Indígenas: representante del muni­
cipio, José Mario Sánchez Soledad, regidor; representante del Ichicult, Ale­
jandro Arrecillas Casas, coordinador de Fondos Culturales; academia, Carlyn
James, Coordinación Estatal de la Tarahumara; promotor, Narciso Vázquez
Aguilar, mixteco, y Jesús Vargas, voces indígenas; responsable estatal del Fon­
do, Samantha Castillo, Ichicult.
Subcomité del Fondo del Programa de Desarrollo Cultural Municipal:
te­sorero y representante del municipio, José Mario Sánchez Soledad, regidor;
secretario técnico, Pablo Muñoz, promotor independiente; vocal, Eliza­beth
432 martha miker, alejandro arrecillas

financieros sobre el presupuesto anual en sus distintas etapas de


planeación, ejecución y evaluación; las acciones de concertación
establecidas con otras fuentes y la evaluación y el fortalecimien­
to de los recursos humanos en aspectos técnicos y operativos y
manejar y administrar por conducto de su tesorero y el coordina­
dor de Fondos Culturales del Ichicult en Juárez, en forma inde­
legable, los recursos con los que inicia y con los que en el futuro
cuente el Consejo Municipal.
Además de estas facultades centrales, la operación cotidiana
del Consejo contemplaba funciones y obligaciones tales como
establecer las orientaciones generales en materia de política
cultural; proponer el desarrollo de diagnósticos, investigaciones
e insumos informativos necesarios para el fortalecimiento de las
actividades y programas culturales; promover y dar seguimiento

Sandoval, representante de regidores; vocal, Luz María Galván, artista inde­


pendiente; coordinador del Consejo, Salvador Cruz Sierra, El Colef; respon­
sable estatal del Fondo, Isabel Álvarez Acosta, Ichicult; coordinador de Fondos
Juárez, Alejandro Arrecillas Casas, coordinador de Fondos Culturales; Luis
Rojo, operativo del municipio (este Fondo, por sus reglas de operación, requería
una estructura distinta).
Subcomité del Fondo del Programa de Desarrollo Cultural para la Juven­
tud: representante del municipio, José Mario Sánchez Soledad, regidor; re­
presentante del Ichicult, Alejandro Arrecillas Casas, coordinador de Fondos
Culturales, Luis Rojo, academia, Amalia Molina, Universidad Tecnológica
de Ciudad Juárez; promotora, Fabiola de Goribar, Atmósfera Producciones;
coordinadora del Consejo, Angélica Durán, profesora; responsable estatal del
Fondo, Alejandra Esparza, Ichicult.
Subcomité del Fondo del Programa de Desarrollo Cultural Infantil: represen­
tante del municipio, José Mario Sánchez Soledad, regidor; representante del
Ichicult, Alejandro Arrecillas Casas, coordinador de Fondos Culturales;
academia, Hugo Uslé Orpinel, promotor; Julián González, profesor, y Gua­
dalupe López Álvarez, especialista; responsable estatal del Fondo, Marisol
Ruiz Ramírez, Ichicult.
Subcomité del Fondo del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales
y Comunitarias: creador cultural indígena, Luis Bautista Carrillo, huichol;
representante del municipio, José Mario Sánchez Soledad, regidor; repre­
sentante del Ichicult, Alejandro Arrecillas Casas, coordinador de Fondos
Culturales; academia, Víctor Sierra, Cobach; promotor, Ma. Emma Esquivel,
re­giduría; responsable estatal del Fondo, Raymundo Fierro, Culturas Popu­lares.
hacia la democratización del ejercicio cultural 433

a evaluaciones periódicas de las estructuras, programas y activida­des


culturales; brindar asesoría y orientación especializadas a solicitud
de la parte interesada, y por último y no menos importante, inte­
grar un informe de resultados financieros y progra­máticos.
Todas estas atribuciones y funciones permitieron instrumen­
tar y operar políticas y tomas de decisiones “vivas”, realmente
descentralizadas y municipalistas, que reconocían la madurez de
la comunidad cultural de Ciudad Juárez para conducir su propio
destino y vocación cultural.

El Programa Emergente de Cultura


Todos Somos Juárez

La terrible situación de extrema violencia que sufrían los habitan­


tes de Ciudad Juárez —cuyo cénit maldito fue el brutal ase­sinato,
el 31 de enero de 2010, de 19 jóvenes que departían sanamente
en una fiesta en Villas de Salvárcar— obligó a Felipe Calderón
y a las autoridades estatales y municipales a elaborar un progra­
ma denominado Estrategia Todos Somos Juárez, que fue pre­
sentado el 17 de febrero de 2010 como un programa de acción
integral,3 con grande alardes y un despilfarro económico enorme
en logística, promoción, “visitaduría” y estancia permanente de
funcionarios federales en los mejores hoteles de Ciudad Juárez.
De acuerdo con los comunicados oficiales, se establecieron
160 compromisos,4 de los cuales 17 competen al área de cultura

3
La “Estrategia Todos Somos Juárez”, Reconstruyamos la Ciudad, es un pro­
g­ rama de acción integral del gobierno federal con la participación del gobierno
del estado de Chihuahua, el gobierno municipal de Ciudad Juárez y la sociedad
juarense. La Estrategia —dice en la página web— responde a la difícil y com­
pleja situación que enfrenta Ciudad Juárez e incluye 160 acciones concre­tas que
se realizarían en 2010 para disminuir la inseguridad y mejorar la calidad de
vida de los habitantes de la ciudad.
4
Dichos compromisos se pueden consultar y contrastar con la terca reali­
dad en la página de la Estrategia Todos Somos Juárez, <http://www.todos
somosjuarez.gob.mx/>.
434 martha miker, alejandro arrecillas

y sólo tres se relacionan directamente con el leitmotiv de este es­


­cri­to, nos referimos a los compromisos enumerados como 128,
132 y 133.
El compromiso 128 tenía como meta, hasta diciembre de 2010,
apoyar 60 proyectos de participación comunitaria para detectar
ar­tistas locales y 82 eventos artísticos de fin de semana para di­
fundir estos talentos. Ambas acciones fueron cumplidas: se rea­
lizaron 60 proyectos de intervención cultural comunitaria, 70
eventos artístico-culturales con la participación de artistas y crea­
dores juarenses seleccionados por convocatoria, y se apoyaron 12
actividades artísticas a petición de organizaciones de la sociedad
civil, principalmente a través de la iniciativa Arte en el Parque.
El compromiso 132 se fijó como meta, hasta diciembre de
2010, difundir la diversidad étnica de Ciudad Juárez para fomen­
tar su valoración. En efecto, se apoyaron 17 proyectos, entre los más
importantes están: a) elaboración de artesanía tradicional ta­
rahumara; b) ecos de mi tierra mixteca; c) vestimenta mixteca; d)
taller de tenate, petate y sombrero de palma; e) rescate de nues­tra
danza tradicional; f) feria intercultural indígena y g) vestimenta
tradicional.
El compromiso 133 se planteó la meta, hasta mayo de 2010,
de fomentar la presentación de proyectos colectivos para la pre­
servación de la cultura popular e indígena a través del Programa
de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (pacmyc)
y del Programa de Desarrollo Integral de las Culturas de los Pue­
blos y Comunidades Indígenas (Procidi).El compromiso se con­
cluyó al apoyar 30 proyectos por un total de 1 037 013 pesos en
diferentes campos temáticos: danza, música, literatura, teatro, fo­-
ros culturales, artes plásticas y ecología, entre otros. Nueve de esos
proyectos (danza, música, artesanías, gastronomía, tradiciones ora­
les y artes plásticas) se llevaron a cabo en el Cereso de Ciudad
Juárez, con una inversión total de 273 593 pesos. Debido a los
costos que implicaban las presentaciones de los circuitos artís­
ticos, así como las carencias de infraestructura cultural en la ma­
yoría de las colonias populares de Ciudad Juárez, se detectó la
necesidad de contar con un espacio escénico móvil, por lo que
hacia la democratización del ejercicio cultural 435

se adquirió el llamado Elefante Polar, con el cual se podrían aten­


der las colonias más vulnerables de Ciudad Juárez.
Se dice fácil que se cumplieron las metas establecidas, pero
para llegar a ello se trazó e implementó una ruta crítica, con, sin
o a pesar de los funcionarios federales que intentaban interve­
nir a distancia y a control remoto en la toma de decisiones, no así
en el trabajo de zapa y en la intervención directa.
El proceso comenzó con una convocatoria preliminar a 15 ar­
tistas, gestores y promotores culturales para iniciar la Mesa de
Cultura, misma que se realizó con la presencia de 42 participan­
tes de las diversas disciplinas y de los tres niveles de gobierno,
situación que no gustó pues se pretendía hacer una reunión en
petit comité, pero los vasos comunicantes en el ámbito cultural
trascendieron el candado puesto por los funcionarios federales. La
reunión se inició con el justo reclamo de quienes no fueron con­
vidados a la reunión, aunque éste se acompañó con propuestas
claras y concretas, mismas que se sistematizaron y plasmaron en
una relatoría general. A grandes rasgos, la idea-fuerza de la mesa
fue construir alternativas culturales a corto, mediano y largo pla­zos
para los grupos vulnerables y marginados y para sectores o co­
lonias con altos índices de violencia.
Posteriormente a esto, el equipo del área de Fondos Cultura­
les, en coordinación con el Centro Cultural Paso del Norte,
trabajó en un diagnóstico de la situación que vivía Ciudad Juárez
a partir de la recopilación, el mapeo y el análisis de variables ta­
les como violencia juvenil, grado de marginación, nivel de bien­
estar y existencia de centros escolares en las colonias de Ciudad
Juárez. Con los hallazgos y el estudio y cruce de las variables se
realizó la ubicación y localización de las zonas de urgente interven­
ción, que fueron 35 colonias distribuidas en todo Ciudad Juárez.
Por su parte, El Colegio de la Frontera Norte inició la sistema­
tización de una base de datos de artistas, gestores y promotores
culturales, misma que no ha concluido.
De manera paralela al trabajo “duro y directo”, el director del
Ichicult cabildeaba con las áreas de Conaculta y con representan­
tes federales, los apoyos y términos en que se desarrollaría el Pro­
436 martha miker, alejandro arrecillas

grama Emergente de Cultura y, en consenso con la comunidad


cultural juarense, afinar los componentes y plazos de la estrategia
general.
De esta forma, se delinea el Programa Estratégico de Cultura
2010 para Ciudad Juárez, considerando lo emergente y lo estruc­
tural, y se presenta en la segunda reunión de la Mesa de Cultura
para su implementación y operación por parte de los involucra­
dos, no sin recibir serias críticas de una minoría descontenta por no
verse reflejada en las acciones propuestas. De hecho ésta es sólo
una apretada síntesis que deja fuera muchas circunstancias y vi­
cisitudes que ocurrieron. Obliga incluso a realizar un análisis más
profundo y completo de la eficacia y el impacto real del progra­
ma, el cual trasciende el espacio y el tiempo de este escrito.

Cuadro-resumen del Programa


Emergente de Cultura

Acciones I. Programa Emergente de Animación Cultural


a corto plazo II. Circuitos artísticos

Acciones I. Programa de Infraestructura y Equipamiento


a mediano plazo II. Programa de Fondos Culturales
III. Programas vía subsidio federal

Acciones a largo I. Soporte normativo y legal


plazo

No obstante los compromisos cumplidos, habrá que recalcar


que el proceso de implementación, operación y dictaminación
no estuvo exento de conflictos y discrepancias con los funciona­
rios federales, quienes querían, desde la distancia y sin conoci­
miento alguno del contexto local, tomar decisiones sobre el uso y
destino de los recursos; el jaloneo fue intenso pero al final se cum­
plieron todos los procesos a través de un intenso trabajo de ca­
bildeo y de estar in situ y cara-a-cara con los promotores, artistas
y creadores culturales.
hacia la democratización del ejercicio cultural 437

Reflexiones finales
Esperamos que este breve expediente de lo no documentado, sobre
experiencias e intentos, logrados y posteriormente coar­tados, del
proceso de democratización-municipalización-descentralización
en el diseño, implementación y operación de las políticas cultu­
ra­les de los municipios, contribuya a paliar algunos de los fenó­
menos descritos, para crear un escenario que propi­cie una nueva
“cultura” del quehacer cultural y formas inéditas de di­rigir las po­
líticas culturales en los municipios del país.
No obstante estos esfuerzos de prácticas de gestión cultural
in­novadoras que demostraron la viabilidad y pertinencia para
en­frentar la violencia, o por lo menos para presentar una alterna­
tiva distinta a la policial y, sobre todo, la imperiosa necesidad de
acercar el uso y disfrute de los bienes y recursos culturales a la
expresión básica de la vida social, esto es, a los municipios, el es­
fuerzo se perdió —por fortuna no del todo— al desaparecer o
liquidar por la vía de los hechos y del retiro de apoyos el Con­
sejo Municipal y al continuar con presupuestos exiguos el Pro­
grama Emergente de Cultura y a la operación de ciertos fondos
culturales. Y peor aún, al recentralizar, en 2010, los recursos nue­
vamente a las oficinas centrales del Ichicult.
En este marco, el benévolo y solidario proceso de descentrali­
zación o municipalización contempló llegar su fin, perdiéndose
la oportunidad histórica de marcar la diferencia y de revelar una
voluntad y una vocación democratizadora de los bienes y recur­
sos culturales.
Por ello, cobra vigencia y urgencia una serie de necesidades y
propuestas concretas que, si bien no alcanzan el estatus y el al­
cance de las experiencias descritas en este texto, son conditio sine
qua non y punto de partida para transitar a una democratización-
municipalización-descentralización de las políticas culturales.
Entre las imprescindibles están:

• La creación en Ciudad Juárez del Instituto Municipal de


Cultura, con carácter de órgano público descentralizado
—que posea una autonomía relativa para la toma de deci­
438 martha miker, alejandro arrecillas

siones— y cuyas funciones sustantivas sean el rescate, pro­


moción, gestión, investigación y difusión de la creatividad
y las manifestaciones socioculturales de los diversos secto­
res que conforman el radio de influencia de la región fron­
teriza.
• Convocar a una serie de jornadas de plantación abocadas a
la constitución del Instituto, así como para el diseño de las po­
líticas culturales a partir de mesas temáticas específicas.
• Reconceptualizar la noción de cultura y la filosofía acerca
de lo cultural, con el propósito de repensar y construir un
concepto inclusivo y no elitista, plural y no cerrado, intercul­
tural y no uniformante, participativo y no antidemocrático.
• Crear como espacio singular el área de cultura popular de la
estructura orgánica del Instituto Municipal de Cultura.
• Crear una red de instituciones, organismos —públicos y pri­
vados— y de trabajadores de y en la cultura, cuyo objetivo
fundamental sea la proyección, el intercambio y la colabo­
ración en proyectos culturales, sobre todo de las nuevas
generaciones.
• Establecer una política de financiamiento clara y transpa­
rente a niveles municipal y estatal dirigida al fomento y
apo­yo de las diversas manifestaciones culturales y a los nue­
vos creadores.
• Elaborar un programa detallado de creación y otorgamien­
to de becas y estímulos a la creatividad cultural municipal,
enfatizando un apoyo más decidido a las nuevas generacio­
nes de creadores e intelectuales de la cultura.
• La utilización de jurados externos —de preferencia que no
pertenezcan a la entidad, sino que sean de otros estados de la
frontera norte— en la organización de concursos y en la en­
trega de estímulos y premios, explicitando criterios, meca­
nismos y políticas de asignación, así como la composición
de los jurados.
• Diseñar una política cultural diversificada y orientada al apo­
yo irrestricto de todas las manifestaciones culturales, espe­
cialmente la cultura de los grupos populares.
hacia la democratización del ejercicio cultural 439

Este conjunto de propuestas viables (algunos pensarán de sólo


buenas intenciones) no son nuevas ni descubren el hilo negro de
la política cultural hacia los municipios, pero sí subrayan agen­
das urgentes que han permanecido en el polvoso y viejo baúl de las
voluntades políticas, por ello es tarea central de los antropólo­
gos, promotores culturales, mecenas, artesanos, funcionarios de la
cultura comprometidos, gestores, colectivos, animadores e interven­
tores interculturales, artistas (incomprendidos o no), creadores,
teóricos y estudiosos de las industrias culturales y de la restau­
ración del tejido social y, en general, la sociedad civil de Ciudad
Juárez, hacer sinergia y redes, plexus y simbiosis para lograr la tan
anhelada y ansiada democratización-municipalización-descen­
tralización en el ejercicio y disfrute cultural.

Bibliografía

Estrategia Todos Somos Juárez


s.f. en <http:www.todossomosjuarez.gob.mx>.
Conectarte: diez años de colectivos
y comunidad en Ciudad Juárez

Kerry Doyle

Introducción

De 2008 a 2010, Kerry Doyle, curadora asociada/director ad­


junto del Stanlee and Gerald Rubin Center for the Visual Arts
(Rubin Center) en la Universidad de Texas en El Paso (utep),
y León de la Rosa, profesor de artes visuales de la Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez (uacj), colaboraron en una serie de
proyectos transfronterizos para que artistas nacionales e interna­
cionales expusieran en el Rubin Center. A través de esta colabo­
ración, que incluyó entre otros elementos, talleres impartidos por
los artistas invitados a estudiantes universitarios de arte en am­
bos lados de la frontera y varias instalaciones transfronterizas de
arte contemporáneo, se empezó a desarrollar una relación de tra­
bajo. Esto generó también una serie de conversaciones sobre: 1)
la función social y política del arte contemporáneo en la coyun­
tura actual de la frontera, 2) la necesidad de desarrollar espacios
y sistemas de apoyo para artistas jóvenes fuera del ámbito univer­
sitario, y 3) la necesidad de entender y afinar el papel que juegan
los artistas profesionales que vienen de fuera en la formación pro­
fesional de los artistas locales.
En el otoño de 2012, Doyle y De la Rosa convocaron a un
grupo de artistas locales y profesionales para comenzar a imagi­
nar el tipo de esfuerzo que pudiera responder a los temas antes
mencionados, y para definir las medidas que ayuden a seguir ade­

[441]
442 kerry doyle

lante. Este grupo inicial incluyó a Fausto Gómez-Tuena, direc­


tor del Departamento de Arte de la uacj; la doctora Gabriela
Durán Barraza, profesora de artes visuales de la uacj; David
Flores, miembro fundador del colectivo rezizte; Cesario Ta­
rín, profesor de artes visuales en el Centro Municipal de las Ar­
tes y la uacj, y Willivaldo Delgadillo, escritor, miembro de
Pacto por la Cultura y estudiante del Doctorado en Retórica y
Escritura en utep. En conjunto, este grupo comenzó a explo­
rar los recursos existentes para los artistas de Ciudad Juárez, y
buscar a los artistas que son más activos y están más dispuestos
a colaborar o participar en un espacio para artistas emergentes.
Uno de los fenómenos más interesantes que surge a par­tir de un
estudio inicial del estado del arte contemporáneo en Ciu­dad Juá­
rez fue el de los colectivos de artistas que estaban trabajando en
diversos proyectos en toda la ciudad. Los colectivos, ma­yormente
formados por adultos jóvenes, de aproxima­damente 18 a 30 años
de edad, han participado en diferentes ac­tividades artísticas y cul­
turales. Por ejemplo, la creación de arte público a través del gra­
fiti y murales, composición de música y organización de eventos
de hip hop, talleres para niños y ado­lescentes, terapia de arte, y
mucho más. A partir de esto, el grupo con­vocado propuso la or­
ganización de una conferencia en un esfuerzo por comprender
mejor a los colectivos, generar conexiones entre los que operan
en diferentes partes de la ciudad, y dar un paso concreto hacia el
desarrollo de un sistema de apoyo para artistas jóvenes, sus acti­
vidades y producción artística. La conferencia “Conectarte: Diez
Años de Colectivos y Comunidad en Ciu­dad Juárez” tuvo lugar
los días 8 y 9 de abril en el Instituto de Arquitectura, Diseño y
Arte (iada) de la uacj.

Descripción de la conferencia

Desde las primeras investigaciones informales de nuestro grupo,


fue sorprendente la cantidad y variedad de artistas jóvenes que
se consideraron parte de un colectivo. Antes de abrir la convoca­
conectarte: diez años de colectivos y comunidad 443

toria para la conferencia, habíamos identificado entre nuestros


contactos alrededor de 13 a 15 colectivos activos, pero sorpren­
dentemente 21 colectivos llenaron la encuesta (otros 12 colecti­
vos aproximadamente no llenaron la encuesta, pero de una u otra
forma participaron en la conferencia, al contactar a algún inte­
grante del grupo organizador, acudir a la conferencia, al ser men­
cionados en presentaciones formales o participar en una de las
mesas de trabajo). Entre los colectivos que se identificaron a tra­vés
de las encuestas o durante la conferencia, había integrantes de todo
tipo de formación y estatus económico, alumnos y estudiantes
de la universidad, artistas urbanos que no habían terminado la
preparatoria, trabajadores sociales, psicólogos o estudiantes de es­
tas disciplinas, músicos, videoartistas, etc. Había una notable pre­
sencia de artistas individuales que no estaban involucrados en un
colectivo específico, pero se consideraban parte de un mo­vimiento
de colectivos por su manera de trabajar en conjunto con otros ar­
tistas, o por su participación en eventos, obras o talleres dirigidos
por colectivos.
Nuestras primeras investigaciones también mostraron la pre­
sencia de redes locales, nacionales e internacionales de comu­
nicación y colaboración entre miembros de los colectivos. En la
escena local, estas redes funcionan para distribuir información
de eventos, convocatorias, colaborar en la producción y difusión de
obra, organizar eventos, compartir materiales y convivir. A nivel
nacional, las redes sirven para compartir información y oportuni­
dades, para extender invitaciones y brindar hospitalidad a los
colectivos que están viajando; también sirven para promover
trabajo local en otros lugares. Por ejemplo, uno de los colectivos
fue invitado a participar en un evento de arte callejero en Oaxaca.
El colectivo sólo tenía dinero para los boletos de camión, pero al
llegar fueron recibidos por los miembros de diferentes colecti­vos
en Oaxaca, quienes les dieron hospedaje en sus propias casas y
estudios, los involucraron en eventos públicos y propuestas artís­
ticas, y cubrieron gastos de comida y bebida durante su visita.
El programa de actividades de la conferencia fue creado con
la intención de explorar juntos las experiencias de los colectivos
444 kerry doyle

—involucrando a sus integrantes en una investigación de su pro­


pio trabajo a través de sus experiencias y vivencias, aprovechan­
do las relaciones existentes entre ellos. Empezamos a recolectar
datos desde la inscripción, ya que los participantes al evento, al
inscribirse debían llenar una encuesta por internet donde se ha­cían
preguntas sobre los grupos que planeaban asistir. El even­to magis­
tral trató de manera breve la historia de los colectivos en Ciudad
Juárez desde 2000 hasta 2010, y fue presentado por Da­vid Flo­
res, miembro del equipo organizador de la conferencia, miembro
fundador del colectivo rezizte, uno de los colecti­vos más re­
conocidos por su larga trayectoria de arte público y gra­fiti por
su relevante participación en movimientos sociales y po­lí­ti­cos, y
con una gran fuerza para organizar a otros colectivos a niveles
lo­cal y nacional. La presentación de David Flores cubrió los cam­
­bios en la escena local en términos de propuestas artísticas que
fueron progresivamente más maduras, complejas e im­pactantes,
como la creación del mural “Cronología subterránea de Ciudad
Juárez”, que recorre la historia de la región en varias etapas, en
el que participaron varios colectivos de distintas partes de la ciu­
­dad y se encuentra en el sótano del estacionamiento del Centro
Cultural Paso del Norte. Pero David también trató los efectos de
la violencia y la inseguridad de la ciudad en las actividades de los
colectivos, incluyendo la falta de asistencia del pú­blico a los even­
tos organizados por los colectivos, y el acoso a los participantes
por parte de agentes de la policía municipal, federal y del ejér­
cito. La presentación terminó con una conversación abierta
entre varios miembros de los colectivos presentes, quienes com­
partieron experiencias en común, memorias, éxitos, líneas de tra­
­bajo, y también sus propias observaciones sobre los efectos de la
coyuntura actual en sus prácticas públicas comunitarias.
El siguiente día fue organizado a partir de la propuesta de
compartir información en varios niveles. Fausto Gómez Tuena
y Gabriela Durán Barraza presentaron los resultados de la en­
cuesta de inscripción para la consideración y discusión de los co­
lectivos presentes. A continuación se exponen algunos de los
datos relevantes. Los 21 colectivos que respondieron a la en­cuesta
conectarte: diez años de colectivos y comunidad 445

fueron conformados por 117 personas, de las cuales 72 son hom­


bres y 45 son mujeres. Las actividades que realizan uno o varios
de los colectivos son las siguientes: música, arte públi­co, teatro,
educación, fotografía, diseño gráfico, literatura, cine/video, entre
otras. Las actividades en las que más colectivos participan son
arte urbano (N = 14) y educación (N = 11). Aunque muchos de
los grupos habían recibido algún tipo de apoyo del gobierno
municipal o estatal en algún momento, la mayoría de las activida­
des fue financiada con los recursos humanos y económicos de sus
integrantes.
Durante y después de la presentación de los datos de la en­
cuesta, se pudo ver la gran cantidad de servicios, en muchos casos
sin ningún costo, que estos colectivos han ofrecido a poblacio­
nes marginadas de la ciudad.
Después de la presentación de los datos de la encuesta, los
miembros de 14 colectivos presentaron su trabajo en forma de
Pecha Kucha (de origen japonés, es una forma de compartir tra­
bajo creativo; cada presentación debe utilizar 20 imágenes en un
periodo de seis minutos y cuatro segundos). Estas presentaciones
reflejaron una gran variedad de trabajos artísticos y propuestas de
los colectivos, desde grafiti y arte urbano, talleres para niños y
adolescentes, hasta terapia de arte, producción y festivales de ci­
ne, entre otros.
En el descanso los participantes fueron invitados a llenar un
mapa de acción, donde delimitaron áreas de la ciudad en las que
tienen su base o donde han hecho algún trabajo público (obra,
evento o taller). El mapa refleja que la mayor parte de los even­
tos ocurren en el centro de la ciudad, en un circuito conformado
por las calles Hermanos Escobar, avenida Tecnológico, Ejército
Nacional y eje Juan Gabriel.
La segunda parte del sábado fue dedicada a mesas de trabajo
con temas que se seleccionaron a través de intereses expresados
en la encuesta. Cada mesa tenía un miembro del equipo coordi­
nador, cuyo trabajo fue plantear las preguntas para la discusión,
un escribano (estudiantes de la uacj que no estaban partici­
pando y prestaron este servicio) y los miembros de los colectivos,
446 kerry doyle

que escogieron libremente en qué mesa participar. Entre los


temas se encontraba financiamiento y gestión, trabajo comuni­
tario, convocatorias, necesidad de espacios, movilidad de artistas
y colaboraciones entre colectivos. Fue sorprendente ver que los
participantes de los colectivos tienen una idea clara no sólo de
lo que hace falta para facilitar y mejorar su trabajo, sino también
de las posibles soluciones para que esto ocurra. Una de las conclu­
siones relevantes fue que hace falta mejorar el diálogo entre los
promotores de arte de la ciudad y los artistas, ya que los prime­
ros no siempre conocen las necesi­da­des de los segundos, y por lo
tanto a veces no se ofrece lo que los artistas necesitan para ge­
nerar sus proyectos.
De la última parte de la conferencia, es importante subrayar
la creación de varios espacios de convivencia. Éstos consistieron
en una recepción el viernes por la noche, una comida compar­
tida el sábado durante la conferencia, y ese mismo día por la no­
che un evento social en el bar Anteros. Estos espacios generaron
en los integrantes una oportunidad de compartir reflexiones so­bre
la conferencia y el trabajo de los demás, acercarse a gente que
había compartido un proyecto de interés o proponer colaboracio­
nes, y formar o profundizar relaciones con otros colectivos. En
evaluaciones informales nos dimos cuenta de que estos es­pacios
de convivencia fueron muy apreciados por muchos de los partici­
pantes, ya que permitieron un diálogo relajado para inter­actuar
con personas que tienen preocupaciones e intereses similares.

Conclusiones

El presente trabajo es una pequeña memoria de la conferencia


que deja fuera mucha de la información recabada y relevante.
Por ejemplo, hace falta un análisis profundo de las respuestas a
preguntas abiertas realizadas durante la encuesta, las notas to­
madas por los organizadores durante la conferencia, las notas
secundarias de los escribanos y la documentación audiovisual de
las presentaciones de los colectivos, entre otros datos. Como equi­
conectarte: diez años de colectivos y comunidad 447

po seguimos trabajando con esta información y esperamos po­


der publicarla próximamente.
Sin embargo, los resultados presentados en este documento
son una muestra de la gran diversidad en la producción artística
de Juárez. Se logró establecer que la mayoría de los artistas invo­
lucrados en colectivos son jóvenes preocupados por hacer una
contribución artística legítima, por establecer mejores diálo­
gos con los promotores culturales de la ciudad y del país, y por
mejorar su entorno. Asimismo, nos dimos cuenta de que espa­
cios como el generado por “Conectarte: Diez Años de Co­lectivos
y Comunidad en Ciudad Juárez” son estímulos importan­tes para
impulsar el trabajo artístico en la ciudad. Por lo tanto, se propu­
so una segunda conferencia de “Conectarte” en la primavera de
2012. Esta conferencia buscaba también profundizar en el efec­
to que estos colectivos tienen en el ambiente social y cul­tural de la
ciudad, entender mejor el fenómeno de los colecti­vos y la colec­
tividad en la vida de los jóvenes de esta ciudad fron­te­riza, y la
importancia de crear redes y sistemas de apoyo para sos­tener y
desarrollar el trabajo y la producción artística de estos grupos. Todo
esto a través de la investigación y colaboración para que juntos
podamos seguir ade­lante como comunidad artística.
Arte-activismo, violencia y redes sociales

Cynthia Pech

La muerte es un zapato vacío


en el desierto indiferente
sequía de sueños
una madre que grita.
La violencia es el grito
el deber del grito
La telaraña de mentiras que sofoca el grito.
[…]
Un zapato sin mujer es testigo
un trozo de media
el pelo negro desparramado en el desierto que
llora
que gime como la muerte.1

El poema del que estos versos forman parte, pertenece a los tex­
tos que conforman la sección de “Testimonios” del blog llamado
Una oración por Juárez (véase la fotografía 1). Los testimo­nios y
poemas reunidos en dicho blog fueron el resultado de la convo-
catoria lanzada por internet para que personas de los dis­tin­tos
puntos geográficos del planeta participaran con algún testimonio
o poema que narrara de qué manera los feminicidios de Ciudad
1
Primeros versos del poema “Ciudad Juárez”, de Francesca Gargallo, en
<http://unaoracionporjuarez.blogspot.com> y posteriormente publicado en la
revista Blanco Móvil.

[449]
450 cynthia pech

Juárez habían afectado su vida cotidiana y cómo la violencia


objetiva era percibida y se manifestaba en la violencia simbólica
que los medios de comunicación promueven. El interés principal
de la convocatoria fue fomentar la participación ciudadana en una
manifestación global contra los feminicidios y la violencia en
contra de las mujeres, pero además —y quizá la razón más impor­
tante— que dicha participación ciudadana fuera directa —en pri­
mera persona— y desde una acción/reacción artística como es
la escritura/lectura. Así, los textos publicados en el blog fueron
seleccionados para leerse en el acto masivo y público Contra la
violencia, el arte: Una oración por Juárez, que se realizó en la Casa
de la Cultura Jesús Reyes Heroles, en el centro de la delegación
Coyoacán, en la ciudad de México, el domingo 28 de marzo de
2010.

Fotografía 1. Logo de “Contra la violencia,


el arte: Una oración por Juárez”, 2010.

En la presentación del blog, el colectivo Contra la violencia,


el arte, escribe:

Una oración por Juárez es una iniciativa de arte activista, ciuda­


da­no e independiente que pretende sumarse a la cadena de voces
en el mundo que se han manifestado en contra de los feminici­
dios en Ciudad Juárez, Chihuahua. Sin duda, estos hechos han
abierto la reflexión y el debate en torno a la violencia que existe
en todas partes del mundo y que no sólo se ejerce sobre las muje­
res, sino sobre la sociedad entera. Hemos visto que la presencia
de la po­licía y el ejército no ha hecho nada por salvaguardar las
arte-activismo, violencia y redes sociales 451

vidas de las niñas y las mujeres en Ciudad Juárez, y que la vio­


lencia se ha generalizado, ha cobrado nuevas formas y sigue
multiplicándose en el espacio vital de cada ciudadano mexicano.
[…] Una oración por Juárez busca ser un homenaje, un lla-
mado, un ritual de duelo, una metáfora de canto y vuelo que nos
acerque a la esperanza: el arte como vía de oposición y resisten-
cia a la violencia (Contra la violencia, el arte: Una oración por
Juárez, 2010).

Resulta interesante saber que el único medio que se utilizó para


la organización de esta acción fue Facebook y que rebasó las expec­
tativas de la acción, viéndose en la necesidad de trasladar toda la
información a un blog. Ambos medios forman parte de las de-
nominadas redes sociales. Para quienes no las conozcan, Fa­ce­book
es una plataforma de redes sociales en la que los usuarios pueden
participar en una o más redes sociales, en relación con su situa-
ción académica, su lugar de trabajo o región geográfica y desde
ahí pueden acceder a otras comunidades de socialización virtual;
por su parte, el blog es un sitio web que funciona como una bitá­
cora o diario en el que habitualmente, en cada ar­tículo de un blog,
los lectores y las lectoras pueden escribir sus co­mentarios y el autor
o autora darles respuesta, de forma que es posible estable­cer un
diálogo. Muchos de quienes están en Fa­cebook tienen acceso di­
recto a un blog personal.
En los versos referidos al inicio se alude a la serie de asesinatos
de mujeres que a partir del rumor se fueron haciendo pú­blicos. Ru­
mor que fue creciendo y que, sin duda, con Señorita extraviada
(2001), la cineasta Lourdes Portillo logró transformar en un es­
truendoso ruido al documentar por primera vez los ase­sinatos de
mujeres que desde 1993 se comenzaron a cometer de manera sis­
temática en Ciudad Juárez y puso de manifiesto la ne­cesidad de
voltear a ver lo que estaba sucediendo.
Al principio nadie sabía cómo nombrar el hecho de violencia
infligida sobre los cuerpos de mujeres que aparecieron sembra­
dos en distintos puntos de esa ciudad. El caso es que la noticia
traspasó las fronteras del lugar, del estado, del país e hizo que las
452 cynthia pech

organizaciones de derechos humanos, así como asociaciones ci­


viles tomaran cartas en el asunto para denunciar los crímenes de
estas mujeres, pero sobre todo la impunidad de la justicia me­
xicana. Obviamente las especulaciones en torno a los asesinatos
se centraron en el prejuicio y la misoginia, y los crímenes, se de­cía,
fueron a causa de la violencia intrafamiliar.
Hoy esos crímenes tienen un nombre y es el de feminicidio, el
cual ha sido definido por Marcela Lagarde como:

El conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crí­


menes, los secuestros y las desapariciones de niñas y mujeres en
un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del
Estado de derecho que favorece la impunidad. Por eso el femi-
nicidio es un crimen de Estado […].
El feminicidio sucede cuando las condiciones históricas gene­
ran prácticas sociales agresivas y hostiles que atentan contra la
integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mu­
jeres (Lagarde, 2004:3).

Hoy nuestra frontera norte y las maquilas no se presentan


como el contexto-pretexto en donde esos crímenes comenzaron
a suceder y de los que empezamos a saber con la distancia que
da la incredulidad por tanta violencia descarnada, una violencia
que pone de manifiesto que “la vida ya no es importante en sí
mis­ma sino por su valor en el mercado como objeto de intercam­
bio monetario” (Valencia, 2010:21). Hoy quienes nos enteran de
estos sucesos, como muchos otros, son las redes sociales que, di­
cho sea de paso, manejan una velocidad distinta a la de los medios
tradicionales.
Facebook es la plataforma cada vez más utilizada por agrupa­
cio­nes de mujeres para denunciar hechos de agresiones y asesi­
na­tos de mujeres, tal y como lo comprobé en junio de 2010 cuando
hice un seguimiento a las actividades que jóvenes activistas
realizaron en la explanada de la delegación Xochimilco para exi­
gir que las autoridades dieran un alcance más expedito al caso
de Alí Dessiré Cuevas Castrejón, una joven universitaria asesina­
arte-activismo, violencia y redes sociales 453

da por su novio en septiembre de 2009. De esas acciones comen-


zó toda una movilización que derivó en la conformación de Alí
somos todas, un grupo de mujeres vinculadas al seminario sobre
el Sujeto Feminista de la Universidad Autónoma de la Ciudad
de México (véase la fotografía 2). El propósito de esta agrupación
que utiliza las redes sociales para organizar y comunicar sus dis­
tintas acciones para denunciar este caso y dar cuenta, además,
del proceso judicial del feminicidio de Alí, es manifestarse en
contra de la idea de que Alí tuvo la culpa de que la mataran por­
que “ella inició la pelea” —como argumenta el agresor—, pero
además, dar cuenta del valor relativo que la vida de Alí, como de
otras tantas mujeres, tiene en una sociedad machista.
Desde su aparición, el colectivo Alí somos todas se suma a las
voces de otros colectivos de arte-activismo que se manifiestan con
acciones e intervenciones concretas en contra de la violencia

Fotografía 2. Acción de Alí somos todas


en Xochimilco, 20 de junio de 2010.
454 cynthia pech

contra las mujeres en particular, y contra la sociedad civil en ge-


neral. Muchos de estos colectivos se encuentran en la ciudad de
México o en puntos específicos del país, como Ciudad Juárez,
Guadalajara, Querétaro y otras ciudades, pero su radio de cober­
tu­ra es a nivel nacional gracias al uso de las redes sociales, en particu­
lar la del Facebook, y que el colectivo Barrio Nómada (de Ciudad
Juárez) ha logrado cohesionar en el grupo virtual Barrio Nómada,2
que cuenta con 356 miembros (hasta el 27 de enero de 2012).
Creo que la función de dicho grupo es informar las distintas ac-
ciones que en colectivo o de manera individual se están organi-
zando en torno a la violencia en las distintas latitudes de nuestro
país, pero también del mundo. La página del grupo ha logrado
documentar las distintas movilizaciones en torno a las nuevas pro­
testas sociales surgidas el año pasado en la llamada “primavera
árabe” y en el movimiento de “los indignados”, que se comenzó
a dar en España en mayo de 2011 y que ha cimbrado a todo el
mundo. La apuesta por ahora es seguir utilizando las redes socia-
les como medios y herramientas de esta nueva forma de hacer ac­
tivismo y arte.

Bibliografía

Contra la violencia, el arte. una oración por Juárez


2010 en <unaoracionporjuarez.blogspot.mx>.
Gargallo, Francesca
2011 “Ciudad Juárez”, en Blanco Móvil, núm. 118, México,
p. 40.
Lagarde, Marcela
2004 “Violencia de género y paz social”, ponencia Primera
Reunión de la Internacional Socialista de las Mujeres en
América Latina y el Caribe, 11 de septiembre, México.
Valencia, Sayak
2010 Capitalismo Gore, Santa Cruz de Tenerife, Melusina.

2
Véase <https://www.facebook.com/#!/groups/120293548058594/>.
Vida, muerte y resistencia
en Ciudad Juárez.
Una aproximación desde
la violencia, el género y la cultura
se terminó en diciembre de 2013
en Imprenta de Juan Pablos, S. A.
2a. Cerrada de Belisario Domínguez 19,
Col. del Carmen, Del. Coyoacán,
México 04100, D.F.
<juanpabloseditor@gmail.com>

500 ejemplares

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