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Buscando a Díos
Introduccíón:
Capitulo 1. ¿Pues cuál es el problema?
Capitulo 2. No te ves bíen
Capitulo 3. ¿Todavía está enojado Dios?
Capitulo 4. Sí me muero antes de que me levante
Capitulo 5. Más pronto de lo que se cree
Capitulo 6. Un ladrón en la noche
Capitulo 7. Evangelío sígnífíca poder
Capitulo 8. Destruyendo el futuro
Capitulo 9. El cambío de mente
Capitulo 10. ¿Luchando o Confíando?
Capitulo 11. ¿Qué haré?
Conclusion
Veíntíún Días con Díos:
Un díarío personalízado para un estudío del Evangelío de Juan
Introducción
¡Lo perdí!- Por unos cuantos momentos agonizantes, no encontraba a mi hijo por ninguna
parte. Corrí por los pasillos de la tienda gritando su nombre. Lo único que podía pensar era ¡secuestro!
Nada me impediría que lo encontrara—¡nada!
Pocas personas, quizá, han buscado a Dios tan frenéticamente como yo buscaba a mi hijo. Pero
lo que hay para encontrar es aún más importante, e incluso difícil de imaginar. Es una relación eterna
con Dios mismo, el perdón de los pecados, la vida en los cielos, el sentido fuera del caos. Dios le dijo a
la gente del Antiguo Testamento, “y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro
corazón” (Jeremías 29:13).
Tal vez algunos varían entre momentos de ansiedad sobre hacerse un verdadero cristiano, y
periodos de paz. Pero a raíz de todo, hay una necesidad desesperada en todo lo que haces y dices.
Otros persiguen a Dios como niños jugando a las escondidas. Para ellos es estimulante pensar en Dios,
pero no lo hacen en serio. Los verdaderos buscadores no están jugando un juego imaginario.
Este libro es para tí que buscas y que sinceramente quieres conocer a Dios. No trata de convencerte
que Dios existe, o que Cristo es quien dice ser. Otro libro tendrá que contender con esos asuntos.
Más bien, este libro es para la persona que sabe que Dios existe y que cree que de alguna manera tiene
que relacionarse con él. Pero ¿cómo hacerlo?
Aunque estos capítulos son breves, son para dirigirte con cuidado a un mejor entendimiento del
problema del pecado, los peligros, la solución, y la confianza de una vida en Cristo.
Por un lado, cada capítulo es único, pero juntos presentan algo más completo. Quizá hacer que lo
profundo sea lo más simple y comprensible posible. Pero de todos modos, es Dios mismo, al fin, quien
tiene que abrirte los ojos. Así que ora mientras buscas.
Al final de este libro hay un plan para ayudarte a leer el libro de Juan. Este te dará las palabras
verdaderas de Cristo para ayudarte a conocerlo. Puede que quieras pedir que un amigo o mentor se
reúna contigo semanalmente para discutir sus preguntas.
Una vez el líder cristiano primitivo Felipe habló con un etíope en el desierto. Aunque el hombre leía la
Biblia, no entendía su mensaje sobre Cristo. ¿Cómo sabré, si alguno no me enseñare? preguntó.
Este libro es mi modo de guiarte a Cristo.
Jim Elliff
Kansas City, Missouri, USA
¿Qué piensa Dios de mí?
Puede que la respuesta a esta pregunta te sorprenda—y te desilusione. Pero la desilusión es necesaria.
Si no se entiende completamente el predicamento en que el pecado te pone, tal vez nunca se vaya a
agradecer el advenimiento, la muerte, y la resurrección de Cristo en una manera suficiente para hacerte
cristiano. Piénsalo así. No se puede sanar por la ayuda del médico a menos que el médico primero
diagnostique el problema. Hay que oír la mala noticia primero. Pero los beneficios de este
entendimiento son inestimables y eternos.
Los primeros dos capítulos tratan sobre el tipo de persona que eres sin Cristo. En el tercer capítulo
leerás sobre la ira de Dios hacia los que no se le acerquen conforme a sus condiciones. Nadie fue
convertido a Cristo sin saber, y sentir profundamente, el horror del pecado y su necesidad grave de
Cristo.
Mientras lees, pide que Dios te ayude a comprender el problema del pecado y la disposición justa de
Dios hacia ello.
Capítulo Uno: ¿Pues cuál es el problema?
Se le preguntó a un filósofo cristiano muy conocido, Francis Schaeffer, esta pregunta: “Si tuviera sólo
una hora en un tren para decirle a alguien sobre Cristo, ¿qué haría?” Contestó: “Yo pasaría cuarenta y
cinco minutos mostrándole el problema, y quince minutos mostrándole la solución.”
¿Tienes un problema? Quizá es difícil darse cuenta. Si tienes buenas relaciones, tienes una carrera
agradable o sacas buenas notas, tienes una familia que te quiere, y te sientes bien sobre el futuro,
entonces puede que no creas que haya algo que arreglar, pero sí lo hay. Tu problema es con Dios, y
este lo suficientemente serio como para privarte de todo lo bueno por toda la eternidad.
Quizá no sientes tu problema ahora mismo. Un hombre puede ser condenado como culpable y a la vez
no sentirse culpable, como una persona que tenga cáncer y no se lo sienta ni lo sepa. Hay culpa real o
legal y hay culpa emocional. Pero independientemente de cómo estén tus emociones sobre tu dilema,
Dios hace claro que tienes un problema insuperable.
¿Pues, cuál es el problema?
La Biblia usa varias palabras y frases para ayudarnos a entender. Primero, dice que estás MUERTO—no
enfermo, no gravemente enfermo, no enfermo al punto de la muerte, sino muerto! La consecuencia
del pecado en cada persona es la muerte espiritual, según la Biblia. “El alma que pecare, esa morirá”
(Ezequiel 18:4). “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23). De hecho, la Biblia nos
enseña que nacimos pecadores (Salmo 51:5, Romanos 5:19).
Dios está diciendo que cada persona empieza espiritualmente como un hombre muerto caminando.
Acaso sea que viva por fuera, pero dentro está muerto para Dios. Sólo Cristo puede hacerlo vivir. Así
que el viejo cuento que dice que la salvación es como un cristiano tirando un salvavidas a un hombre
ahogándose no es la verdad. Tú no te estás ahogando, ¡estás yaciendo en el fondo del mar!
Segundo, la Biblia dice que estás CIEGO. “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que
se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos…”
(2 Corintios 4:3–4). Semejante a la persona en una cueva que no puede ver su mano delante de él
cuando no hay luz, así es que no se puede ver a Cristo sin que Dios haga relucir su luz en Él (véase v. 6).
En un mundo de personas faltas de vista, todos se imaginan su propia realidad interna, pero no pueden
ver la verdad a menos que Dios les de la vista.
La Biblia dice que estás PERDIDO. En Lucas 15 Jesús describió el estar perdido al contar las historias de
las ovejas perdidas, la moneda perdida, y el hijo perdido. Como el hombre en una ventisca cegadora,
cada vuelta parece acertada por el momento, pero todo es inútil.
La Biblia también dice que estás CONDENADO. Esto significa que estás bajo el juicio de Dios por su
desobediencia contra Él. “…pero el que no cree, ya ha sido condenado…” (Juan 3:18). Dios condena a
todos los incrédulos al infierno, aunque estén en la parte más remota del mundo. Él es justo al hacerlo,
porque los incrédulos han pecado contra el conocimiento que tienen de Dios (véase Romanos 1).
Lo que quiero decir es que sí tienes un problema, y es la clase de problema que sólo puede resolverse
con ayuda de afuera. Como un muerto no puede hacerse vivo; como un ciego no puede darse vista;
como un perdido no puede ingeniárselas para orientarse; y como un condenado, no puede absolverse
de su culpa real. Tienes un problema sin solución a menos que venga alguien ajeno a ti.
Intentar superar tu problema solo es un ejercicio vano. El predicador famoso del siglo XVIII, George
Whitefield, dijo una vez, “¡Qué! ¿Llegar al cielo por tu propio esfuerzo? Más bien, ¡ mejor tratar de
treparse a la luna por una cuerda de arena!” Simplemente no puedes lograr lo que Dios exige.
¿Cómo resuelve Dios el problema? Primero, se empeña en tí desde la eternidad. ¡Piénsalo! Qué
emocionante saber que Dios ha querido para siempre a personas como tú. “Con amor eterno te he
amado” (Jeremías 31:3).
Luego, Él envió a su Hijo, Jesucristo, para pagar el costo de tus pecados al morir en la cruz en tu lugar.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros.” (Romanos 5:8) Con la muerte de Cristo, él pagó toda la deuda por los pecados de todos los
que vengan a Él. De esta manera la justicia de Dios está satisfecha y tú, el pecador eres perdonado. Por
eso Cristo se llama el Salvador.
Al fin, Él te persigue por su Espíritu, convenciéndote de tu culpa, enseñándote la verdad de la
salvación, y trayéndote a la belleza y el valor de Cristo (véase Juan 16:9–11; Juan 6:44–45). Cristo se
hace irresistible a tí. La Biblia enseña que hasta la fe que se ejercita es un regalo de Él ( Efesios 2:8–9).
Tienes un problema y Dios tiene la solución—la única que hay.
Las personas que gozan de esta solución se llaman creyentes. Creen que Dios los ama desde la
eternidad. Creen que el pago de Cristo en la Cruz por los pecados fue por ellos. Encuentran a Cristo
irresistible, y seguirle es el privilegio más grande de todos. Tienen fe en Cristo y lo que ha hecho por
ellos. Confían en Cristo, mirando fuera de ellos mismos a Él solamente. Creen.
“Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso.” (1 Pedro 2:7).
Capítulo Cuatro
Si me muero antes de que me levante
Hay una oración para niños que va así:
Ya me acuesto para que me duerma.
Pido al Señor que mi alma guarde.
Si me muero antes de que despierte,
Pido al Señor que mi alma tome.
Hay un candor en esta oración que te hace temblar. Parece extraño oír a niños diciendo estas palabras
cuando acaban de empezar a vivir.
Esta oración reconoce dos realidades últimas: Moriremos, y hay algo bueno más allá de la muerte a
que el Señor puede llevarnos. Pero implica otra verdad—el Señor no llevará a todos allí.
Si alguien está sano y puede pensar, el hecho de la muerte le molesta a la mente. Su certeza al menos
incita una incomodidad crónica, y en tiempos de vulnerabilidad o peligro puede hacerse más aguda. Es
un hecho de miedo cuando uno elige cómo enfrentarse con ello cándidamente. La Biblia llama la
muerte una enemiga. Casi todos la temen, y tienen razón para hacerlo.
Hay quienes pueden decir que la muerte no es una preocupación. Verdaderos cristianos—es decir, los
que han venido a Cristo conforme a las condiciones que Él establece y son genuinamente
convertidos—tienen cierto derecho para decir esto, como veremos más adelante. Pero otros sólo están
engañándose. O se creen invencibles o creen que meramente diciendo que no están aterrorizados
cambia los hechos. Los dos pensamientos son mentiras.
Tenemos un corazón haciendo tic tac—una batería interna sin un cordón conectado a un
tomacorriente. Y El que tiene el poder para mantenerlo no tiene ninguna razón convincente para
sostener nuestro corazón por un minuto más. Más bien, la mayoría de las personas está aumentando
continuamente el número de sus pecados contra el Único que puede mantenerles viviendo y llevarles
al cielo. Eso es de mucho miedo.
¡Pero no tiene que ser así! Cristo vino para liberarte de tal miedo.
Cristo apareció, dijo el escritor de Hebreos, para librar a todos los que por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15).
Cristo quita el miedo paralizante de la muerte para hacerla un avance en vez de una pérdida eterna. El
hace de la muerte el boleto a la vida.
He aquí cómo funciona. Con todas las personas en la faz de la tierra, tú eres constantemente
pecaminoso. Estos miles de pensamientos, palabras, y acciones pecaminosas hacen que el Dios
perfectamente santo te juzgue merecedor del infierno. Pero la muerte de Cristo en el lugar de
pecadores, como un verdadero sustituto, provee la escapatoria. Dios perdona a la persona que venga a
Él porque Jesús recibió el castigo en su lugar. En términos sencillos se puede decir que el castigo justo
para los pecados o cae en tí o en Cristo.
La persona que viene a Cristo rechaza la vida que vivía, para llegar a ser el hijo de Dios mismo. Viene
por fe. Es decir, pone toda su confianza para la eternidad sólo en Cristo, como el Único que
completamente satisfizo la justicia de Dios por el pecador. Esto se llama creer en Cristo. Y el que cree
ya no tiene que temer la muerte. El juicio del pecado se ha cubierto por la sustitución.
Jesús dijo, “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha
creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18).
El cristiano sabe que la muerte física vendrá, pero tiene valor para mirarle a la cara. Seguramente, no
gozará del dolor del proceso de morir, pero la muerte misma no es el problema. Como cristiano sabe
que estará en el cielo después de morir. Él dice con el apóstol Pablo, “el morir es ganancia” (Filipenses
1:21).
Un oncólogo judío en uno de nuestros estados del sur vio este fenómeno. De hecho, se convirtió a la
cristiandad a causa de ver las diferencias en cómo cristianos y no cristianos mueren.
Tal vez sería útil si meditas en las siguientes palabras que Cristo nos dio sobre la vida y la muerte. Le
dijo estas palabras a Marta, hermana de Lázaro, el cual acababa de morir. Y mientras, piensas
esmeradamente en este profundo pasaje, recuerda que Cristo es el único antídoto legítimo para el
miedo de la muerte porque Él es el único que puede decir, “Yo soy la vida”. Aquí están sus palabras.
Créelas—cree en Él.
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y
cree en mí, no morirá eternamente… (Juan 11:25–26)
Capítulo Cínco
Más pronto de lo que se cree
Hace unos años una estación radial de Chicago relató un incidente local en que se filmaba una
excursión de paracaidismo. El video mostraba la imagen dentro del avión con la puerta abierta y a los
paracaidistas saltando y colocándose en sus lugares.
Cuando todavía filmaba, el camarógrafo hizo su salto. Dentro de segundos la cámara se movía a
tirones, arriba y abajo y de un lado al otro, mientras se precipitaba al suelo. Tratando de alcanzar su
cordón de apertura, el paracaidista aterrorizado descubrió que en su entusiasmo se había olvidado de
ponerse el paracaídas! El fin oscuro y silencioso de ese video fue un recuerdo trágico de lo imprevisto
de la muerte.
El día de su muerte llegó repentinamente. Esos paracaidistas pensaban tener una gran experiencia,
celebrar, e ir a casa para dormir. Pero Dios tuvo otros planes para ellos. Puede que tenga otros planes
para tí también.
Dios advierte al planificador demasiado seguro por el autor Santiago: “¡Vamos ahora! los que decís:
Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no
sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un
poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y
haremos esto o aquello” (Santiago 4:13–15).
Santiago nombra dos absolutos de que hay que considerar cuando se hagan planes. El primero tú ni
siquiera sabes qué pasará mañana.
Un amigo mío se levantó una mañana para ir en cuatrimoto antes del desayuno. Fue probable que su
café todavía se hacía cuando la ambulancia vino para llevarse su cuerpo. El tenía planes, pero no sabía
el futuro.
El segundo hecho inevitable, nota Santiago, es que su vida “ciertamente es neblina”—ese escape
caliente y húmedo que viene de tu boca en un día frío. Allí está, y luego no está. Sea su vida un respiro
más breve o más largo, sin embargo es sólo un nanosegundo desde el punto de vista de la eternidad.
Durante nuestra reunión familiar, vi a mis hijos jugando cerca de los árboles que tenían muchos siglos
en frente de la casa, mientras pensaba que yo jugaba en estos mismos árboles.
También recordé cómo mis tíos me parecían tan ancianos cuando era niño. Pero luego calculé, Tengo
la misma edad que ellos tenían! ¡Y la mayoría de ellos están muertos! La vida pasa muy rápidamente.
Los hechos anteriores crean un miedo comprensible para cualquier persona que los considere
seriamente. Pero fíjate un momento, hay otro hecho que Santiago lleva a la mesa. Y este hecho
completamente abruma los dos primeros. Simplemente dicho, es esto: ¡Lo que pase depende
totalmente de Dios!
Es verdad que estamos inclinados a decir, “Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año,
y traficaremos, y ganaremos.” Pero Dios dice que debemos decir algo muy diferente.
Más bien, dice Santiago, deberíais decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”
(Santiago 4:15). Es decir, se vive o se muere como Dios quiera, y se hace esto o se hace aquello como
Dios quiera.
Si dejamos de decir y más bien creemos la frase, “Si el Señor quiere,” entonces toda nuestra
planificación es nada más que blasonar y jactarse de algo de lo cual no tenemos ningún control. Aún
peor, tal planificación en que no se reconoce la soberanía de Dios es pecado (véase Santiago 4:15–16).
No creo que tengamos que agotar la frase, usándola cada vez que hablamos sobre el futuro, pero el
sentimiento ciertamente tiene que estar presente, pues de lo que se cree se habla.
En la novela famosa “Secuestrado”, el joven héroe está cazando por forajidos en una castilla vieja y
desmoronada. Va hacia arriba por las escaleras en las tinieblas, paso a paso. Pero se puede ver lo que
el héroe no puede—¡el próximo escalón que piensa pisar no está!
¿Estás seguro de tu próximo paso? Y si mueres, ¿estás listo para lo que sigue?
La Escritura dice, “De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio” (Hebreos 9:27) Planee cómo quiera, no evitará nada.
En vista de la certitud de la muerte y la incertidumbre de la vida, ¿no tiene sentido poner su confianza
en Cristo, quien se llama “la Roca de mi Salvación”?
En 2001, cuando el piloto de carreras Dale Earnhardt hizo su último giro alrededor del Daytona 500,
¿sabía él que tendría un accidente que le quitaría su vida? ¿Sabes tú dónde estarás cuando mueras?
¿Estarás en una sala del hospital? ¿En un campo de deportes? ¿Inmovilizado en un auto? ¿Vendrá una
señal del cielo diciendo, “Este es el momento de tu muerte”? Una cosa es cierta—ese tiempo vendrá, y
más pronto de lo que se cree.
Una relación con Dios por fe en Cristo es la respuesta a la inseguridad de nuestra vida terrenal. Hay que
poder vivir, aunque luego se muera. Y hay que tener una vida después de la muerte que nunca
terminará. Cristo da las dos.
Recuerda que Jesús dijo, “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y
todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan 11:25–26)
Capítulo Seís
Un ladrón en la noche
Un amigo mío estaba dormido durante un robo en su propia casa.
Sin embargo su esposa estaba despierta. De hecho, cuando el hombre entró en su cuarto, en seguida
ella empezó a perseguirlo pasillo abajo. Con esta mujer siguiéndole, el ladrón no robó más que
molestia. Mientras tanto, en cama, mi amigo roncaba, totalmente inconsciente de lo que sucedía.
El día del Señor también vendrá como ladrón en la noche. ¿Está Ud. listo?
Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba.
Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que
cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a
la mujer encinta, y no escaparán. (1 Tesalonicenses 5:1–3)
Note la palabra—¡repentina!
Él vendrá mientras la gente esté diciendo, “Paz y seguridad.” Es decir, la vida estará siguiendo como lo
usual, sin una razón particular para alarmarse. Pero entonces, de repente, la destrucción vendrá.
La casa de mi madre en su niñez acababa de pintarse. Todos los miembros mayores de la familia
habían trabajado con mucho ahínco. Luego, sólo harían un poco de limpieza y entonces podrían gozar
del aspecto fresco. Pero de repente, cuando un fuego se encendió en la chimenea para quemar la
basura, la sala estalló en llamas. Dentro de unos pocos momentos todo fue destruído.
Cuando el día de juicio de Dios venga, la mayoría se levantará de la cama como si fuera cualquier otro
día, irá al trabajo o a la escuela, tomará sus comidas, hablará con sus amigos, etc., como siempre lo han
hecho. Un día regular es precisamente el tipo de día en que Dios vendrá para juicio. No espere a que
alguien anuncie, “Ahora, todos deben prepararse para el Día de Juicio. Tienen 48 horas para arreglarse
con Dios”. No se sabe la fecha o los tiempos cuando la destrucción vendrá—sólo se sabe que va a
suceder, y será de repente.
El otro día vi un reportaje sobre una mujer que dio luz en el auto rumbo al hospital. De repente los
dolores de parto vinieron. Aquí estaba un padre frenético tratando de llegar al médico con la velocidad
de la luz mientras le decía a su esposa que lo contuviera. “Contenérselo” no funcionó. Cuando los
dolores vienen, el bebé sigue. Así el día de juicio de Dios vendrá de repente. Lea más:
Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque
todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no
durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. (1 Tesalonicenses 5:4–6)
El día del Señor vendrá como ladrón, es decir, de repente. Pero no debe sorprender al cristiano como
ladrón. Es decir, el día del Señor no debe encontrar a ningún verdadero creyente desprevenido, como
si no estuviera preparado. Un cristiano, o sea, un verdadero creyente, no es como los que duermen,
sino como los que son “hijos del día”. Creyentes, por eso, deben estar “alertas y sobrios”, claramente
previendo tal día de ira e indignación de Dios en el mundo.
En primer lugar, Dios no ha puesto a verdaderos creyentes para esa ira. “Porque no nos ha puesto Dios
para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (1 Tesalonicenses 5:9).
Los hijos de Dios pueden sufrir dolor físico de todo tipo, hasta al punto de morir, pero no será punitivo
para el creyente. Para los creyentes, la muerte es la puerta entre ellos y la presencia de Dios. Hay
algunos creyentes que pasarán a la presencia del Señor sin conocer la muerte. Por otra parte hay
destrucción y muerte para el incrédulo, y siempre los llevará al infierno eterno, cuando venga el juicio
final.
¿Tú crees que se pueden resolver las cosas con Dios rápidamente, tan pronto como se vea que se va a
armar un lío? Entonces el punto principal de este pasaje se dirige hacia tí; el Día vendrá tan
súbitamente que no se podrá hacer nada para cambiar su destino. Si entra en este tiempo como
incrédulo, no espere ninguna oportunidad para remediar esa situación cuando venga juicio.
¡Pero hay esperanza!
El autor, Pablo, dice que Cristo “murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos
[aquí quiere decir “que estemos vivos o muertos”], vivamos juntamente con Él” (1 Tesalonicenses 5:10).
La muerte de Cristo en la cruz es la única manera por la cual se puede escapar del castigo que mereces
por los pecados. Cuando Cristo fue a la cruz, lo hizo para sobrellevar pecados y asumir por sí mismo la
ira de Dios como sustituto por personas como tú. A causa de ese acto cariñoso y expiatorio, se puede
escapar del justo castigo de tus pecados y vivir para siempre con Él—la salvación prometida a alguien
que ponga su confianza en el Rescatador.
Y entonces repentina ya no es una palabra de miedo.
¿Puede Dios cambiarme?
El autor bíblico Pablo nombró a la habilidad de Cristo de salvarnos del pecado y de la muerte “el poder
de Dios”. Eso es lo que se necesita. Sólo un poder tan fuerte como ése puede cambiar su vida. Después
de explicar esa realidad en un sentido general, he elegido pecado sexual como un ejemplo que viene al
caso para animarle a venir a Cristo aunque su pecado sea enorme.
Ore que tú vea y creas en el poder de Dios—no importa lo que haya sido tu pecado.
Capítulo Síete
Evangelío sígnífíca poder
En el pueblo montañoso de Buena Vista, Colorado, mi hermano y yo vimos pasar lo que menos se
imaginaba. Hacía sólo tres semanas que fuimos invitados a venir al pueblo por unos adolescentes, de
una edad no mucho menor que la nuestra, y quienes acababan de salir del vicio de las drogas y había
venido a Cristo.
Estos estudiantes querían llenar el gimnasio de la escuela preparatoria con tanta gente que pudieran
persuadir a oírnos decirles sobre Cristo. Fue completamente espontáneo. Su anuncio fue testimonio de
una vida transformada. Nos sorprendió encontrar el gimnasio repleto de gente. En el centro del suelo
estaba pintado el logo de la escuela—Los Demonios.
Cuando los días y las noches de las pláticas acabaron, quizá doscientos habían profesado fe en Cristo.
Estudiantes gritando ¡Una Vía! Pasillo abajo levantaban las manos con el índice señalando hacia arriba.
Cada asamblea estuvo llena de alegría y una seriedad que eran contagiosas. En esta experiencia
inolvidable, vimos algo del poder transformador del evangelio.
Ya sea que el mensaje llegue a uno o a muchos, es poderoso. Si tú has visto a personas que han
cambiado radicalmente por este mensaje, sabe lo que quiero decir. ¡Puede pasarte a tí! Lee lo que
Pablo dice al respecto:
Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree;
al judío primeramente, y también al griego. (Romanos 1:16)
En los 50’s, los niños de la posguerra escuchaban ávidamente la serie de radio popular llamada
Superman. Él era “más rápido que una bala, capaz de saltar de rascacielos con un solo brinco, y más
poderoso que una locomotora”, pero ni siquiera este Superman podía hacer lo que Dios puede—
liberar a una persona del reino de las tinieblas al reino de la luz.
Hay límites a lo que nosotros podemos hacer. Un amigo mío, ahora un profesor en un seminario,
levantaba pesas en un gimnasio con miembros del equipo de fútbol americano, “Los Dallas Cowboys”.
Cuando trataba de levantar 1000 libras, sufrió una hernia y desde entonces no ha sido lo mismo. Pero
Dios no tiene ningún límite. Simplemente nosotros no podemos perdonar los pecados de alguien, o dar
vida a un alma—pero Dios sí puede.
¿Qué hace al evangelio tan poderoso? Es por la verdad de Cristo quien vivió la vida perfecta que no
podríamos vivir, que murió en la cruz como el Hijo perfecto de Dios para cargar los pecados de gente
pecaminosa y condenada como nosotros, y que se levantó para vencer el dominio del pecado y de la
muerte. Esa verdad es poderosa porque no hay algo más que la pueda sustituir—nadie más que haga
el trabajo que Cristo hizo ante su Padre santo y justo.
Pablo mismo es una ilustración de este poder. Iba persiguiendo a cristianos cuando Dios lo transformó,
de repente empezó a amar al Cristo que interiormente perseguía. ¿Cómo se explica tal transformación
a menos que se atribuya al poder de Dios?
Cuando yo era niño de escuela primaria, fabricantes de juguetes vendían cohetes baratos que
funcionaban con presión de aire. Tal vez tú has visto los cohetes plásticos que se ponen en una
plataforma que se une a una bomba de bicicleta. Con más presión, el cohete sube más alto.
Hacerse cristiano no es sólo inflar un poco de religión en su vida para que se sienta una mejoría de
ánimo cuando estés abatido. La salvación tiene que ver con salir de muerte a vida, transformarse a algo
enteramente nuevo, ser perdonado de los pecados que te han condenado, tener vida eterna. Se
necesita el poder de Dios para eso.
De hecho, ¡se necesita un poder que te llevará hasta el cielo! El evangelio, según Pablo, es
exactamente eso—es el poder de Dios mismo para la salvación completa de todos que por fe vuelvan a
Él.
¡Nunca limites a Dios!
Capítulo Ocho
Destruyendo el futuro
Referente al sexo opuesto, como cualquier joven, tenía yo el sueño de encontrar a la persona
perfecta con quien pasar mi vida. En mis sueños las normas eran bastante razonables, inteligencia,
ingenio, verdadera belleza, personalidad encantadora, ceguera que haría que yo le pareciera muy
amable, y una relación maravillosa con Dios.
Pero para muchos amigos míos, los sueños cambiaron a pesadillas. Sexo antes del matrimonio los
hicieron dar un paseo en el aire en el que finalmente se estrellaron en el pavimento, disminuyendo
seriamente sus posibilidades para un matrimonio puro y emocionante—y no digamos ya perdurable.
¿Qué pasa después del sexo? ¿Será que las acciones pasadas afectan o destruyen un buen futuro?
Lamentablemente, la respuesta es “sí”. Nuestras acciones sí tienen consecuencias. Como cartuchos
cargados con explosivos que pueden detonarse en cualquier momento, así también en nuestras vidas,
las acciones pasadas pueden afectar en el momento menos oportuno. Como minas escondidas, suelen
dejar destruido lo que se ilusionó ser muy bueno e ideal proposito. Sexo antes del matrimonio, tiene
una historia larga de causar divorcio y desconfianza en matrimonios.
No cabe duda que a menudo una vivencia conduce al hábito. Una persona que tiene relaciones fuera
del matrimonio es presa fácil para más. Aunque nos sentimos sorprendidos cuando escuchamos de un
engaño y adulterio, es probable que este hábito tenga ya mucho tiempo, sea mental o físico. La vida
secreta de desobediencia viene seguida de la prueba inicial de las aguas robadas del sexo—una
experiencia o pensamiento resultan en otro y otro, embotando la conciencia y quebrantando la
resolución.
El problema más grande de la promiscuidad es que resulta en ruina eterna. Pablo dice en 1 Corintios
6:9–10 que los injustos no heredarán el reino de Dios:
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni
los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los
borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.
Se puede engañar a otros o a tí mismo, pero no a Dios. El pecado conduce al juicio. Es verdad que cada
persona ha pecado y merece el infierno, pero aquí Pablo está exponiendo los argumentos para evitar
las diez tentaciones principales que enfrentaban los corintios, en una cultura que se parecía mucho a la
nuestra.
Sin embargo Dios puede cambiar una vida de promiscuidad sexual. Después de hacer una lista del tipo
de gente que no entrará en el cielo, Pablo continúa:
Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.
(1 Corintios 6:11)
Hay mucha esperanza aquí. Una vez que te atrapa la telaraña de la lujuria, ¿tiene que ser tu única
opción un estilo de vida perpetuamente pecaminoso? No, Cristo te puede liberar—y estas palabras
tienen mucho peso. Aunque nunca habrá perfección en el cristiano en este lado del cielo, hay un
cambio enorme. Un verdadero cristiano podrá decir, “A causa de Cristo, ¡ya no soy lo que fuí!”
Dios lava, santifica, y justifica—exactamente lo que se necesita para escaparse de la tiranía de tus
deseos pecaminosos y para asegurarte el cielo.
Cuando Dios lava al pecador, perdona sus pecados quitando la culpa. Es decir, por la muerte de Cristo
borra la culpa y se le da un corazón limpio. La culpa no es solamente emocional, sino también real. Es
bueno que el sentimiento de culpa se remueva, pero el verdadero problema es la culpabilidad ante
Dios.
Te santifica, es decir, Dios te distingue como exclusivamente suyo. Y después de apartarte para sí,
puede hacerte a su imagen por el Espíritu Santo que ahora habita en tí. Es como si Dios marcara su
nombre en tu frente para designar que seas su hijo para siempre.
Y Dios justifica a todos los que vengan a Él. La justificación significa que, aunque eres una persona
pecaminosa, sin embargo eres declarado justo a la vista de Dios—no a causa de lo que has hecho o no
has hecho, sino por lo que Cristo hizo. La muerte de Él por el pecador es aceptada en lugar de tu propia
muerte. Eres justificado por fe en la obra de Cristo y no por tu trabajos.
Me equivocaría si dijera que el sexo fuera del matrimonio no le causará problemas serios. Tan tentador
como parezca, el sexo ilícito, la falta de obedecer la voluntad de Dios para el sexo se vuelve en una
fórmula para calamidad. Pero venir a Cristo por fe cambia todo. Cuando Dios lava, santifica, y justifica,
una persona ya no es igual y se le garantiza un futuro en el cielo.
Cuando un amigo mío salió del hospital después de una cirugía, se podía ver la mejoría en su salud
física, era como un nuevo hombre, pero había cicatrices. Esas cicatrices le recuerdan del mal del cual
fue librado.
Las cicatrices sexuales quedarán, pero tus faltas anteriores no pueden destruirte si vienes a Cristo.
Como una oruga que se quita el capullo, así también se puede dejar todo atrás para siempre.
Cuando uno está enfermo, el médico puede recetar medicina. ¿Qué cura a la persona? ¿Es la medicina,
o es su esfuezo de tomarla? Cristo es la única solución para tu problema de pecado y juicio. Él es la
medicina. ¿Quién más puede rescatarte y llevarte a la familia perdonada de Dios? Él es el camino
exclusivo a Dios. Es un camino angosto, pero un camino suficiente.
¿Pero cómo se alcanza a Cristo? Por el arrepentimiento y la fe. Los capítulos que siguen explican cada
una de estas palabras tan significativas. Y esto es precisamente lo que hay que hacer, arrepentirte y
creer en Cristo, en base a lo que él hizo para gente como tú. Aunque la Biblia describe el
arrepentimiento y la fe como gracia de Dios por lo que se le debe agradecer, responder es
responsabilidad tuya. Sabrás que estos regalos son tuyos por arrepentirte y creer.
Hasta hoy no te has arrepentido, ni has creído. La decisión de esperar ha sido tuya. Y si la aplazas otra
vez, y luego sigues aplazándola, pronto será obvio que no deseas venir a Cristo. El Señor dice, “Buscad a
Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isaías 55:6). Hay quienes
buscan por un rato pero nunca llegan a encontrar, porque su búsqueda es superficial, y su amor por sí
mismo es permanente.
Capítulo Nueve
El cambío de mente
El joven estaba agonizando—sin Cristo.
—Tengo un hábito—dijo, levantando la vista desde la cama que se había movido a la sala para sus
últimas semanas en la tierra—Sé que es pecado y que Dios no lo permite. Pero quiero seguir con mi
hábito, y francamente no intento dejarlo. Por otra parte, sinceramente quiero ir al cielo. ¿Puedo
hacerme cristiano?
¿Cómo contestarías esta pregunta?
Respondí diciendo que era imposible que él fuera convertido a Cristo mientras amaba su pecado. Es
verdad que cualquier persona que venga a Cristo vendrá con pecado. De hecho, vendrá precisamente a
causa de ese pecado—es decir, para dejarlo y dejar también su terrible resultado. Pero venir a Cristo
mientras se ama y aprecia el pecado es totalmente imposible. ¡Es como un avión tratando de volar en
dos direcciones!
¿Era yo cruel? No, de hecho estaba siendo lo más cariñoso posible. Quería que el hombre supiera la
verdad sobre el arrepentimiento porque Dios había dicho, “Os digo, si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).
Cuando el apóstol Pablo fue al Areópago en Atenas para contender con los filósofos de su tiempo,
estaba completamente franco sobre su necesidad de arrepentirse. Con mucho valor declaró que Dios
“manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Si Dios manda
arrepentimiento de todos los hombres en todo lugar, entonces eso te incluye a tí. y a mí también.
¿Qué es el arrepentimiento?
Arrepentirse significa “cambiar la mente”. Pero este cambio de mente no es meramente una nueva
manera de pensar con respecto a Cristo y su salvación. Es mucho más profundo; afecta las actitudes y
acciones más escondidas.
Cuando uno se arrepiente, viene a Dios odiando lo que amaba antes y amando lo que antes
menospreciaba. Un cambio de tal intensidad al pensar en el pecado y en Cristo, resulta en creyentes
haciendo “obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20). Cual es el pensamiento en su corazón, tal
es la obra.
Una vez un hombre vino a Jesús que obviamente estaba impresionado con él. Se arrodilló para hacerle
a Jesús una pregunta importante: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” (Marco 10:17)
La respuesta de Jesús fue la opuesta de lo que se imaginaría. Dijo, “Los mandamientos sabes: No
adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu
madre.”
Él entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.
Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
(Marco 10:19–22)
¿Cree que Cristo también fue cruel en lo que exigió? No. De hecho, el pasaje nos dice específicamente
que Cristo lo amó. Pero este hombre tenía a otro dios—las riquezas. Jesús sabía que ningún hombre
podía venir a Él mientras adoraba a otro dios. “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).
El hombre quería la vida eterna, pero no a costa de su dios favorito. Mas bien, rechazó a Cristo por su
dinero, aunque estaba triste porque no podía tener los dos.
Cristo mostró al hombre que aunque se veía como persona que guardaba las leyes de Dios, él de
verdad era un transgresor de la ley. Después de todo, había transgredido el primer mandamiento—“No
tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).
Esta historia es una ilustración de un hombre que necesitaba arrepentirse, como el primer hombre
descrito en este capítulo. Desafortunadamente, los dos hombres, que sepa yo, no quisieron dar su dios
barato por Cristo. Los dos, por eso, fueron al infierno.
¿Recuerdas lo que Jesús dijo? “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” Dios exige tu
arrepentimiento, tanto como lo hizo con estos dos que murieron.
Tienes que rechazar tus dioses, los que sean—dinero, sexo, deportes, hábitos pecaminosos,
pasatiempos favoritos, relaciones, hasta a tí mismo—cualquier cosa que contienda con el lugar propio
de Cristo en su vida. Lo que puede ser bueno y hermoso bajo la autoridad de Cristo se hace un ídolo
que te damnifica si lo amas más de lo que amas a Cristo.
¿Te arrepentirás y vendrás a Cristo por fe? ¿O seguirás tercamente a un dios que te arrastrará al
infierno para siempre?
Cristo no es cruel en su ofrecimiento. Te da vida abundante, perdón de todos tus pecados, el Espíritu
Santo para vivir adentro, una familia de creyentes cariñosos, entendimiento del mejor libro de todos
los que se han escrito, y la vida eterna en el cielo—todo para el que se arrepiente.
Hasta un perro reconoce la diferencia entre el hueso de pollo rancio y viejo, y el bistec fresco puesto
delante de él.
Arrepiéntete ya y ven a Cristo.
Capítulo Díez
¿Luchando o confíando?
Me asombré después de explicarle a un grupo de físicos la diferencia entre tratar de ganar la
salvación por obras y confiar en Cristo para la salvación. Creía que lo había dicho con claridad
excepcional. Pero cuando salía, un hombre me agradeció y dijo, “Supongo que sólo necesito
esforzarme más para ser cristiano¨. ¡Se le había escapado completamente! ¿Por qué no pudo entender
el sentido?
Hubiera sido igual de fácil para este hombre llegar a Dios por su propio esfuerzo humano, así como
llegar a él a través de un transbordador espacial. Sin la ayuda del Espíritu Santo y el entendimiento
provisto solamente por la Biblia, cada hombre razona que hay que ganar el favor de Dios. La Biblia no
dice eso. Enseña que la salvación es un don, “no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9).
El patriarca anciano Abraham descubrió que el hecho de ser aceptado como justo ante Dios (llamado la
justificación) no pasa por nuestras buenas obras, sino por lo opuesto—fe solamente. Esta fe no
descansa en lo que hacemos por él, sino en lo que Cristo ha hecho por nosotros.
—Porque si Abraham fue justificado por las obras—dice Pablo—, tiene de qué gloriarse, pero no para
con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (Romanos
4:2–3).
Si se pudiera ser aceptado por Dios en base a las obras habría razón para gloriarse. Significaría que
nunca se peca. Pero, puesto que no hay nadie que sea perfecto fuera de Cristo, el camino de obras al
cielo sería imposible. Pero sí hay un camino posible por el cual ser justificado—por fe, como Abraham.
Una vez, después de tomar una comida con unos amigos, pregunté, “¿Dónde está la cuenta? Quisiera
pagar por tu comida.” “No puedes pagar”, dijo mi amigo. “No, por favor”, insistí, suponiendo que
solamente lo decía por cortesía. “No, no puedes pagar”, clarificó, “¡porque la cuenta ya se ha pagado!”
¿Debía de tratar de pagar por las comidas de todos modos? Aunque pudiera haber mandado que el
cajero tomara mi dinero, no habría cambiado la cuenta. Fue pagada por otro, y nada lo cambaría. En
vez de eso, confié en su palabra y descansé en lo que había hecho por mí.
Cristo ha pagado totalmente la deuda de los que son suyos. Cuando sufrió y murió en el Calvario, todo
fue hecho por el pecado del hombre. La deuda a Dios fue liquidada. Esto fue un acto de la gracia más
grande posible. Creer que puedes ser aceptado por tus propios esfuerzos en ser bueno es
menospreciar la importancia a la cruz de Cristo. Pablo dijo, “No desecho la gracia de Dios; pues si por la
ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21).
Si serás justificado o aceptado como justo ante Dios, entonces tendrás que venir por la manera que
Dios ha mandado—por fe en Cristo y lo que él ha hecho por tí “Tratar de ser cristiano” es un insulto a
Dios y una manera de despreciar lo que Cristo hizo en la cruz.
Unos amigos míos vieron una catástrofe desde un cerro cerca del Río Guadalupe en Texas. Un autobús
lleno de estudiantes de escuela secundaria acababa de bajar del cerro para cruzar un puente. A causa
de la lluvia el río subió de nivel y el puente fue cubierto con agua, pero, ya que las ruedas del autobús
eran grandes, el conductor creía que podía cruzarlo. Pero justo cuando habían llegado a la mitad del
puente, una barrera de agua se estrelló contra el lado del autobús y lo hizo caer al río.
En seguida los estudiantes empezaron a tratar de escaparse del autobús sumergido. Algunos pudieron;
otros no. Los que salieron fueron llevados río abajo rápidamente, tratando de agarrar las rocas donde
aferrarse. No durarían mucho más.
Un helicóptero de una base militar de San Antonio llegó en pocos minutos. Se amarró una cuerda del
helicóptero a los estudiantes, haciendo todo lo posible para que fueran llevados a tierra firme.
Una muchacha casi había perdido el juicio por temor. Cuando un soldado se le acercó, sólo con mucha
dificultad pudo ponerle el arnés. Mientras estaba levantándose al aire por encima de la tierra, agitaba
los brazos alocadamente de tal manera que se cayó del arnés. Mis amigos miraban mientras se
precipitaba encontrando la muerte abajo.
Si hubiera confiado, se podría haber salvado.
Dios nunca recompensará el esfuerzo que haces para salvarte. No dejará que hagas de la muerte de
Jesús en la cruz un acto insignificativo. No se obligará en salvarte porque haces lo que crees son buenas
obras. Pero hay un camino posible a través de Cristo—el camino de fe.
Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree
en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. (Romanos 4:4–5)
¿Qué has pensado mientras lees este libro?¿Encuentras que Dios te está llamando para sí mismo?
¿Estás listo para seguir a Cristo?
Este último capítulo puede ayudarte a entender lo que está pasando. Pasar unos días en el libro bíblico
de Juan usando “Veintiún Días con Dios” (página 57) te ayudará aún más. Nadie debe rechazar a Cristo
sin leer su palabra. Las próximas páginas pueden ser unas de las más importantes para tí.
Capítulo Once
¿Qué haré?
Si has leído hasta este punto, has mostrado un interés serio en el asunto más crucial con que podrías
enfrentarte. ¿Ahora qué debes hacer?
En un sentido esa pregunta no está bien expresada. Un buscador se hace un verdadero cristiano
porque Dios hace algo, creando un deseo por él y una aversión por el pecado. Si Dios está trabajando,
no puedes evitar el rechazo a la independencia para venir a él. Pondrás la confianza en él porque no
hay nadie ni nada más en que confiar. Lo amarás porque él es irresistible a tí.
Rechazarás tu vida de desobediencia y autonomía porque ya no puedes amar tal vida. El interés en ese
tipo de vida se ha muerto, y no quieras regresar. No puedes amar lo que ahora desprecias. Sólo puedes
amar lo que te parece precioso.
Una vez un grupo de personas que seguían a Jesús para ver sus milagros y oír su sabiduría volvieron
atrás y lo dejaron en desprecio a causa de algo que había dicho. No podían comprender o recibir lo que
decía. Estos discípulos (en este caso “seguidores” y no verdaderos cristianos) no podían creer la verdad
sobre Cristo. Aquí se cuenta lo que pasó:
Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces
muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce
[apóstoles originales]: ¿Queréis acaso iros también vosotros?
Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos
creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (Juan 6:65–69)
El Espíritu Santo había tomado las mentes de estos hombres (excluyendo Judas, que Jesús procede a
explicar) y no pudieron menos que creer y seguir a Cristo. Este hecho es significativo para tí.
Tal vez estés respondiendo igual que Pedro. Cuando consideras el asunto, ya que has leído y pensado
en esto, ¿tienes que decir, “Sí, de hecho, confío en Cristo, y sí, con alegría, rechazo una vida
independiente de Él”? ¿Puedes decir, “No pongo ninguna confianza de salvación en otra cosa que
Cristo”? ¿Y tienes ganas de tener a este Dios benévolo como maestro de tu vida sin rebeldía? ¿Deseas
seguirlo, sea difícil o fácil, para toda la vida?
Estas son las afirmaciones de un hijo auténtico de Dios.
Si estás de acuerdo con esto, debes decírselo a alguien que es espiritualmente sabio. Un amigo, pastor,
o mentor cristiano debe saber del cambio en tu pensar. Pídeles que te ayuden mientras empiezas tu
nueva vida con Cristo.
A principios de tu vida en Cristo, verás los resultados de esta obra de Dios en tus actitudes y
comportamiento. No serás perfecto hasta llegar al cielo, pero verás el pecado y el señorío de Cristo en
una manera muy diferente que antes. Cuando peques, pídele a Dios que te guarde puro y te de el
poder para resistir la tentación. Él puede y quiere ayudarte.
Querrás encontrar una iglesia que entiende lo que ha pasado y puede guiarte. Y querrás quedarte fiel
en esa iglesia, haciendo preguntas, aprendiendo todo lo posible. Como te puedes imaginar, las iglesias
son distintas. Trata de encontrar una iglesia que considere seriamente lo que Dios dice sobre salvación
por fe (no obras) y enseñe la Biblia fielmente.
Lo más importante es leer la Biblia y orar. Una guía al libro de Juan y el resto del Nuevo Testamento se
encuentra en este libro. También, sera bueno encontrar un líder o amigo cristiano que puede oír sus
preguntas y hablar contigo sobre este gran libro que es la Biblia. Agradecerás todo lo que aprendas.
Mientras lees tu Biblia, encontrarás que nuevos convertidos a Cristo fueron bautizados en agua como
un primer acto de obediencia alegre a Cristo. Jesús dijo que hay que ser bautizado como una
declaración abierta y espiritual de nueva vida en Cristo. La iglesia a la que asistes puede guiarte por las
Escrituras con respeto a esta manera importante y emocionante de expresar tu fe.
Habla con tus amigos y familia sobre lo que has encontrado en Cristo. Tendrás un amor por ellos que
tal vez nunca hayas conocido antes. Puede que Dios te use para ayudarles a entender lo que significa
ser un auténtico cristiano.
Jesús les dió esta comisión a sus seguidores. Encontrarás en estas palabras el plan que debes buscar
llevar a cabo por el resto de tu vida.
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id,
y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. (Mateo 28:18–20)
Veintiún Días con Dios
Un diario personalizado para un estudio del Evangelio de Juan
Estás empezando una aventura por los próximos veintiún días. En estos días buscarás reunirte con Dios
mismo por oración y por su Palabra. El libro para comenzar es el de Juan, el Evangelio del corazón de
Cristo.
Antes de empezar estos días, se necesita un momento para leer las instrucciones siguientes. Cada día.
• Empezar con una oración breve, pidiéndole a Dios que le ayude a entender su Palabra
• Escribir una fecha en el espacio dado. Si acaso pasa que faltes a un día, no compensa por
leer dos días en uno—sólo empieza donde se acabó antes.
• Leer el capítulo de Juan dado para el día. Normalmente es mejor leer la Biblia en la
mañana, pero puede que encuentres mejor la noche, antes de acostarte. Es útil leer el pasaje varias
veces, si es posible. Harán falta veintiún días para acabar el libro.
• Notar algo especial que has aprendido de los versículos que has leído. Descubrirás
ejemplos para motivarte, promesas para animarte, mandamientos para avisarte, doctrinas para
instruirte, y hechos para asombrarte.
• Subrayar en tu Biblia el versículo que te guste más. Aparte unos momentos para meditar
en ese versículo. Fíjatelo al corazón. Escríbelo en el espacio propio.
• Recordar sus preguntas. Pídele a Dios que te ayude a encontrar las respuestas que
necesitas, y si tienes a un amigo o mentor que te pueden ayudar, pídele que hable contigo cada
semana sobre tus preguntas e ideas.
• Acabar el tiempo orando solo a Dios. Quizá puedes tener una lista de los nombres de
personas y peticiones especiales de las que no quieres olvidarte. Cuando oras, ¡incluye alabanza y
gracias a Dios!
• Fecha Lea Juan 1
Algo importante que he aprendido:
1
Elliff, J. (2007). Buscando a Dios: Una guía para el que busca. (L. Brumley & C. López, Trads.) (Primera Edición,
pp. 3–69). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.