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(La Santa Hostia) es Jesucristo vivo, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, que se hace presente
cuando el sacerdote consagra el pan y vino en la Santa Misa. Estos elementos se convierten en el
Cuerpo y la Sangre del Señor (Transubstanciación). Recibir la Eucaristía (Comunión) es recibir a
Jesucristo. La Eucaristía, explica el Papa León XIII, contiene "en una variedad de milagros, todas
las realidades sobrenaturales" (Encíclica Mirae Caritatis).
1. "No es posible recibir la eucaristía como un alimento privado para después encerrarse
en el propio individualismo. (La Eucaristía) nos une al Señor y en ese sentido nos une
entre nosotros. Es vinculante, en el sentido de que nos hace miembros del Cuerpo de
Cristo, cuya unidad se constituye en los vínculos de la profesión de fe, de los
sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión". -Cardenal Ratzinger, 22-XII-
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La DIDAJÉ, el escrito más importante de los Padres apostólicos, hace la siguiente advertencia:
«Reuníos el día del Señor y romped el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros
pecados, a fin de que vuestro sacrificio (thusía) sea puro».
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (f. hacia 107) indica el carácter sacrificial de la eucaristía
tratando, en un mismo texto, de la eucaristía y el altar; y el altar como sitio donde se ofrece el
sacrificio (thusiastérion): «Tened, pues, buen cuidado de no celebrar más que una sola eucaristía,
porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz para la reunión de su
sangre, y uno solo el altar, y de la misma manera hay un solo obispo con los presbíteros y diáconos.
Llama por primera vez "Eucaristía" al Santísimo Sacramento (Esmir., c. VIII). San Ignacio utiliza
la terminología de San Juan para enseñar sobre la Eucaristía, a la que llama "la carne de Cristo",
"Don de Dios", "la medicina de inmortalidad". Llama a Jesús "pan de Dios" que ha de ser comido
en el altar, dentro una única Iglesia.
"No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El pan de Dios
quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David;
su sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible.
Reuníos en una sola fe y en Jesucristo. Rompiendo un solo pan, que es medicina de inmortalidad,
remedio para no morir, sino para vivir por siempre en Jesucristo"
San Ignacio denuncia a los herejes "que no confiesan que la Eucaristía es la carne de Jesucristo
nuestro Salvador, carne que sufrió por nuestros pecados y que en su amorosa bondad el Padre
resucitó".
Expresa su fe en distintas cartas escritas a las comunidades cristianas rumbo a su martirio: «Ellos
(los docetas) no reconocen la Eucaristía como la carne de Jesucristo, nuestro Salvador, que ha
sufrido por nuestros pecados y el Padre benignísimamente ha resucitado». «Procurad serviros
provechosamente de la única Eucaristía: una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y
uno el cáliz para la unidad de su sangre».
SAN JUSTINO MÁRTIR (f. hacia 165) considera como figura de la eucaristía aquel sacrificio de
flor de harina que tenían que ofrecer los que sanaban de la lepra. El sacrificio puro profetizado por
Malaquías, que es ofrecido en todo lugar, no es otro —según el santo— que «el pan y el cáliz de
la Eucaristía». “A nadie le es lícito participar de la Eucaristía sino al que crea que son verdad las
cosas que enseñamos, y se haya lavado en aquel baño que da el perdón de los pecados y la nueva
vida, y lleve una vida tal como Cristo enseñó»
En su Apología Primera escribe: «Este alimento es llamado por nosotros Eucaristía, y a ninguno le
es lícito participar, si no a quien cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, y ha recibido el baño
para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive como Cristo nos ha enseñado. De hecho,
nosotros lo tomamos no como pan común y bebida común; sino como Jesucristo, nuestro Salvador
que se encarnó por la palabra de Dios tomó carne y sangre para nuestra salvación, así también nos
han enseñado que el alimento consagrado por la palabra de oración que proviene de él, de la cual
nuestra carne y sangre se nutren mediante la transformación, es la carne y la sangre de ese Jesús
encarnado. En efecto, los Apóstoles en su memorias compuestas por ellos, las cuales son llamadas
evangelios, así transmitieron lo que les fue ordenado: que Jesús, tomando pan y dando gracias,
dijo: "Hagan esto en memoria mía, este es mi cuerpo"; e igualmente tomando la copa y dando
gracias, dijo: "Esta es mi sangre"; y se las dio solo a ellos.»
SAN JUAN CRISÓSTOMO (f. 407): «Cuánta gente dice hoy: ‘Querría ver a Cristo en persona,
su cara, sus vestidos, sus zapatos’. ¡Pues bien, en la eucaristía es a él al que ves, al que tocas, al
que recibes! Deseabas ver sus vestidos; y es él mismo el que se te da no sólo para verle, sino para
tocarlo, comerlo, acogerlo en tu corazón».
SAN IRENEO DE LYON (f. hacia el 202) enseña que la carne y la sangre de Cristo son «el nuevo
sacrificio de la Nueva Alianza», «que la Iglesia recibió de los apóstoles y que ofrece a Dios en todo
el mundo». Lo considera como el cumplimiento de la profecía de Malaquías.
«Así como el pan terreno recibiendo la invocación de Dios no es ya el acostumbrado pan, sino la
Eucaristía, compuesta de dos elementos, terreno y celeste, así también nuestros cuerpos recibiendo
la Eucaristía no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección».
SAN CIPRIANO (f. 258) enseña que Cristo, como sacerdote según el orden de Melquisedec,
«ofreció a Dios Padre un sacrificio, y por cierto el mismo que había ofrecido Melquisedec, esto es,
consistente en pan y vino, es decir, que ofreció su cuerpo y su sangre». «El sacerdote, que imita lo
que Cristo realizó, hace verdaderamente las veces de Cristo, y entonces ofrece en la iglesia a Dios
un verdadero y perfecto sacrificio si empieza a ofrecer de la misma manera que vio que Cristo lo
había ofrecido»
SAN AMBROSIO (f. 397) enseña que en el sacrificio de la misa Cristo es al mismo tiempo ofrenda
y sacerdote: «Aunque ahora no se ve a Cristo sacrificarse, sin embargo, Él se sacrifica en la tierra
siempre que se ofrenda el cuerpo de Cristo; más aún, es manifiesto que Él ofrece incluso un
sacrificio en nosotros, pues su palabra es la que santifica el sacrificio que es ofrecido».
«Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de la
nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque
no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela».
SAN AGUSTÍN: "Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar
lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo
nos amó y se entregó por nosotros." –Lit. De las Horas, miércoles santos.
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “Amén” a lo que recibís, con lo
que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir “el Cuerpo de Cristo”, y respondes “amén”. Por lo
tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero»
SANTO TOMÁS DE AQUINO subraya que la gracia de la Eucaristía es la «unidad del Cuerpo
Místico», la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano.
EN LA EDAD MEDIA
En el medioevo la reflexión fue más rica en matices debido al influjo de la escolástica. Hubo
tendencias de realismo exagerado de tipo físico: la carne de Cristo en la eucaristía sería
absolutamente la misma que tuvo tras su encarnación y la Misa sería un caso de antropofagia
querida por Dios. A los seguidores de esta línea se les llamó «cafarnaitas». También se abrió paso
la teología del símbolo sacramental que distinguía entre la presencia del cuerpo y de la sangre del
Señor tras su encarnación y el modo de su presencia sacramental.
BERENGARIO DE TOURS (1000-1088) religioso y teólogo francés fue todavía más allá
subrayando de manera extrema el simbolismo. La Iglesia católica en diversos sínodos condenó la
posición de Berengario y se le obligó a suscribir profesiones de fe algunas de las cuales se iban al
otro extremo.
Hay que esperar al siglo XIII para una reflexión teológica más equilibrada.
De manos principalmente de SANTO TOMÁS DE AQUINO se abre paso la afirmación de la
presencia real y sacramental. Con la ayuda de la filosofía aristotélica –en especial la distinción
entre sustancia y accidentes– se elabora la teología de la «transubstanciación». Trata
teológicamente del tema en la tercera parte de la Summa Theologiae, cuestiones 75 a 77; y de
manera espiritual y con lirismo en los himnos que es bastante probable que haya compuesto para
la misa de Corpus Christi, solemnidad instituida por el Papa Urbano IV tras el milagro de Bolsena.
John Wyclif (1320-1384) traductor teólogo y reformador inglés rechaza la teoría de Santo Tomás
de Aquino (1225-1274) de la transubstanciación. Él no acepta la desaparición de la sustancia del
pan y del vino ni tampoco la permanencia de los accidentes sin sujeto de inhesión. Para él la
presencia de Cristo en la Eucaristía es sacramental o en signo, de manera virtual. Estas
proposiciones fueron condenadas por los Concilios locales de Oxford, Canterbury y Londres de
1382. Estas condenas fueron ratificadas en el Concilio Ecuménico de Constanza. (1414-1418)
Pedro Lombardo (1095-1160) Teólogo y filósofo italiano, Obispo de Paris. Afirma en el libro de
Sentenciases (una compilación de textos bíblicos con pasajes relevantes de los Padres de la Iglesia,
y muchos pensadores medievales, sobre teología cristiana): «lo que es ofrecido y consagrado por
el sacerdote se llama sacrificio y oblación porque es memoria y representación del verdadero
sacrificio y de la santa inmolación hecha en el altar de la cruz. Una sola vez murió Cristo y en ella
se inmoló a sí mismo; pero es inmolado cada día en el sacramento, porque en el sacramento se
cumple la memoria de cuanto ha sido realizado una sola vez»
EN LA REFORMA PROTESTANTE
Hasta la Reforma Protestante, en dieciséis siglos de cristianismo, nunca se había dado un ataque
directo a la doctrina del sacrificio eucarístico. Todos los reformadores coincidieron en que Cristo
no permanece en el pan y vino consagrados terminada la Misa, que no debe ser adorado en los
mismos, y que por lo tanto no deben ser guardados. Sin embargo, ellos mantuvieron significativas
diferencias entre sí:
Martín Lutero afirma que, dado que el hombre solo es justificado por Dios a través de la fe y no
de las obras, la misa es una obra humana más sin mayor eficacia que el de aumentar la fe.
Siempre afirmó la presencia real de Cristo, aunque desechó por completo el dogma de la
transustanciación, por considerarlo una «sofisticada especulación». En su postura, el pan y el
vino no dejan de ser tales, sino que el Cuerpo y Sangre de Cristo están juntamente con ellos. Se
ha llamado a esta teoría «consustanciación» o «impanación» aunque él nunca la ha llamado por
estos nombres. El sacrificio de Cristo es uno solo y la misa es un don recibido, no una ofrenda
sacrificial que podamos dar a Dios. Por ello, abolió el canon romano y las misas privadas,
dejando solo el recuerdo de la Cena. Admite una cierta presencia («virtus spiritualis») durante la
celebración de la cena pero relacionada con la fe.
Ulrico Zwinglio, (Fundador de la Iglesia reformada Suiza) en partiendo también del hecho de que
el sacrificio de Cristo es único, afirma que la misa es solo un recuerdo del sacrificio, una garantía
de la redención que nos obtuvo el Señor.
Juan Calvino afirma no solo la unicidad del sacrificio, sino también del sacerdote que excluye
cualquier sucesor o vicario. Las últimas ediciones de su libro Institución de la religión cristiana
admiten que la misa sea sacrificio pero de alabanza y acción de gracias, nunca de propiciación.
Recientemente algunos reformadores han vuelto a considerar la teología del sacrificio eucarístico
y en los documentos teológicos elaborados entre católicos y luteranos o anglicanos hay diversas
posiciones más o menos cercanas, aunque todavía no comunes.
Los Anabautistas consideraron que la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo en la celebración de
la Cena no está determinada por una transubstanciación, sino porque la comunidad cristiana es el
cuerpo de Cristo, que efectivamente comparte un mismo alimento; y es su sangre porque cada
integrante de la comunidad cristiana también ama como Cristo amó, hasta entregar la vida por los
demás. Así el vino y el pan que se parte en la Cena, son unión comunitaria con la sangre de Cristo
y participación de su cuerpo, de manera que los que comparten el mismo alimento son un solo
cuerpo del cual Cristo es cabeza. Casiodoro de reina; Cipriano de Valera (1909)
EN LA CONTRARREFORMA
El tema se abordó en la sesión XIII del Concilio de Trento en el año (1545-1563), donde se aprobó
el Decreto sobre la Santísima Eucaristía.
El propósito del Concilio fue presentar la doctrina católica, rebatiendo las proposiciones de los
reformadores. Según sus definiciones, la presencia de Cristo en el sacramento no es en signo o
figura (Zuinglio, Ecolampadio), ni virtual (Calvino), sino que queda fijada de esta forma: «en el
santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la
sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo
entero».
Distinguió entre presencia «natural» y «sacramental», según el Concilio tan real como la primera:
«Porque no son cosas que repugnen entre sí que el mismo Salvador nuestro esté siempre sentado a
la diestra de Dios Padre, según su. modo natural de existir, y que en muchos otros lugares esté para
nosotros sacramentalmente presente en su sustancia, por aquel modo de existencia, que si bien
apenas podemos expresarla con palabras, por el pensamiento, ilustrado por la fe, podemos alcanzar
ser posible a Dios y debemos constantísimamente creerlo. En efecto, así todos nuestros
antepasados, cuantos fueron en la verdadera Iglesia de Cristo que disertaron acerca de este
santísimo sacramento, muy abiertamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este tan
admirable sacramento en la última Cena, cuando, después de la bendición del pan y del vino, con
expresas y claras palabras atestiguó que daba a sus Apóstoles su propio cuerpo y su propia sangre”.
Con esto evitó el super-realismo (cafarnaitas) y el simbolismo espiritualista (Berengario, Zuinglio,
Ecolampadio).
Además definió la presencia en cada una de las dos especies, contra todos los reformadores, que
defendían la comunión bajo las dos especies. Y el carácter permanente de esta presencia, contra los
que la negaban fuera de la comunión. Afirmó la validez del término «transustanciación», contra
todos los reformadores, que negaban la validez del término y su significado. Finalmente, extrae las
consecuencias prácticas de lo anterior: culto de adoración eucarístico, distribución de la eucaristía
a los enfermos fuera de la misa, reserva de la eucaristía terminada la celebración.
CONCILIO DE TRENTO. (1545-1563)
EN EL MAGISTERIO RECIENTE
El Papa Pío XII (1876-1958) en la encíclica Mediator Dei reafirmó la presencia real y el culto
eucarístico y en la encíclica Humani Generis condenó las posturas teológicas que hablaban de
presencia simbólica. Retoma la doctrina tridentina del sacrificio eucarístico:
su institución
La divina sabiduría ha hallado un modo admirable para hacer manifiesto el sacrificio de nuestro
Redentor con señales exteriores, que son símbolos de muerte, ya que, gracias a la transustanciación
del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo, así como está realmente presente su cuerpo,
también lo está su sangre; y de esa manera las especies eucarísticas, bajo las cuales se halla
presente, simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre. De este modo, la
conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los
sacrificios del altar, ya que, por medio de señales diversas, se significa y se muestra Jesucristo en
estado de víctima.
Mediator Dei, n. 89
El beato Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei repropuso las líneas principales de la teología
tridentina y afirmó los diversos modos de presencia de Cristo en su Iglesia, privilegiando el
eucarístico. Subraya la ofrenda de la Iglesia como parte del sacrificio:
“La Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda
entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él. [...] Porque toda misa, aunque sea
celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia,
la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica
a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz. Pues
cada misa que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino también por la salvación
de todo el mundo”.
Mysterium fidei, n. 4
“Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de
Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en
nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario,
que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares”
Credo del Pueblo de Dios, n. 24
«La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de
nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía (...) mientras
esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo». «De esta gran esperanza, la de los
cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf. 2 P 3,13), no tenemos prenda
más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este
misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es
remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (S.
Ignacio de Antioquía, Eph 20,2)».
El Catecismo de la Iglesia Católica ha rescatado todos los elementos que se han ido recorriendo,
exponiéndolos de esta manera:
El Catecismo de la Iglesia Católica expresa que «La Iglesia es "comunión de los santos": esta
expresión designa primeramente las "cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que
significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en
Cristo" (LG 3)»
A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma los siguientes frutos o efectos de la
comunión:
EN LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el
alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!
Del Oficio de Corpus Christi
En la oración citada se menciona un orden de tiempo, tres perspectivas: presente («el alma se llena
de gracia»), pasado («memorial de su pasión») y futuro («prenda de la gloria futura»), que es el
objeto de esta sección.
Según comenta Josep M. Rovira Belloso, «la fuerza de la Eucaristía consiste en anticipar la
presencia de Cristo, término final de toda historia humana. Más aún, nos impele hacia aquel final
que solamente llegará con la colaboración de la libertad responsable de los seres humanos. Para
poder ser anticipación, el sacramento está arraigado en Cristo: desde este futuro absoluto, que se
encuentra "en la derecha del Padre", Cristo es Señor del tiempo. La Eucaristía es, por tanto,
anticipación de la plenitud divina, que nos ha prometido y que esperamos con fe. Es el
advenimiento incoado de esa plenitud. El Señor ha querido anticipar entre sus amigos su presencia
y su gracia».
ELEMENTOS DE LA EUCARISTÍA
Pueden mencionarse la materia utilizada, la forma en que se realiza la misma, el ministro que la
lleva a cabo y los participantes de la misma.
MATERIA
Se debe usar pan de trigo y vino de vid. En la Instrucción General del Misal Romano se confirma
para el Rito Latino el uso del pan ácimo (sin fermentar), el cual debe ser de confección reciente.
Los orientales han usado y usan pan fermentado, lo cual es aceptado como válido por la Sede
Romana.
Para los fieles que padecen la enfermedad celíaca, la Iglesia ha normado la elaboración de hostias
«con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias
extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan». Asimismo se ha dispuesto que «el
fiel celíaco que no pueda recibir la comunión bajo la especie del Pan, incluido el pan con una
mínima cantidad de gluten, puede comulgar bajo la sola especie del Vino». El sacerdote que padece
esta enfermedad, y no puede tolerar ni una mínima cantidad de gluten no puede celebrar
individualmente, pero sí, con permiso del Obispo, concelebrar con otros sacerdotes y comulgar él
solamente bajo la especie del vino, aunque no puede presidir la concelebración.
El vino para la celebración eucarística debe ser «del producto de la vid» (cfr. Lc 22, 18), natural y
puro, es decir, no mezclado con sustancias extrañas. Se mezcla con un poco de agua, de acuerdo a
una costumbre antiquísima que según algunos documentos se remonta al mismo Jesucristo. El agua
alude al agua y la sangre que salieron del costado de Cristo tras la lanzada (cf. Jn 19 34) y a la
unión del pueblo cristiano con Cristo.
Para los sacerdotes que por motivos de salud, no pueden tomar vino ni aun en mínimas cantidades,
está previsto, con permiso del Obispo, usar mosto, es decir «el zumo de uva fresco o conservado,
cuya fermentación haya sido suspendida por medio de procedimientos que no alteren su naturaleza
(por ejemplo el congelamiento)».
FORMA
La Iglesia Católica cree que el pan se convierte en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor en el
momento más solemne de la misa llamado consagración. En él, el sacerdote relata la escena de la
institución del sacramento y repite las palabras usadas por Jesús, «esto es mi cuerpo», «esta es mi
sangre», «haced esto en conmemoración mía», mencionadas anteriormente. La Iglesia enseña que
«la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen
sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio
ofrecido en la cruz de una vez para siempre».
MINISTRO
PARTICIPANTES
Si bien solo el sacerdote válidamente ordenado puede realizar la consagración, la Iglesia enseña
que la Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana», «compendio y suma de nuestra fe»,
el canon 230 del Derecho canónico en su párrafo tercero ha establecido que donde lo aconseje la
necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden los laicos suplirles en algunas de sus funciones,
es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el
bautismo y dar la sagrada Comunión según la prescripción del derecho.
La Iglesia insta a sus fieles de participar de la misma todos los domingos y fiestas de precepto, y
de recibir al menos una vez al año la comunión sacramental y recomienda vivamente a los
feligreses recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún,
incluso todos los días.
También recordaremos nuevamente aquí que «la Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y
víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece
en él»; «Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción
privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia».
En algunas iglesias Protestantes solo pueden participar los creyentes salvos y bautizados en agua.
Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa
alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo y pronuncia
una larga oración de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen... Y una vez
que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman
"ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre
el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.
Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que
cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados
y la regeneración, y vive conforme a lo que cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y
dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el
cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos les dio parte.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como
ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir
a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama diciendo "amén". Ahora viene la
distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de
gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes».
A partir del siglo III los testimonios acerca de la celebración de la Eucaristía son cada vez más
claros, sea en relación con el esquema celebrativo que permanece sustancialmente el propuesto por
Justino, sea por los numerosos textos de plegarias eucarísticas para la celebración. Tales textos
contienen una verdadera catequesis teológica y de fe sobre la Eucaristía. En el libro de las
Constituciones Apostólicas se indica el orden de la celebración: liturgia de la palabra, oración de
los catecúmenos y abrazo de la paz (los catecúmenos se retiran), presentación de los dones, anáfora
o plegaria eucarística, comunión, oración después de la comunión, oración de bendición y
despedida.
En algunas iglesias protestantes o evangélicas se bendicen los alimentos, se toman los elementos
de la mano de ancianos o Diáconos, se leen los pasajes donde es instituida, se participa y termina
con oraciones de adoración y acción de gracias.
Hemos visto cómo la Eucaristía comenzó en La Última Cena y cómo las primeras comunidades
siguieron el mandato de Jesús de “partir el pan” en su nombre. (Hechos 2:42).
En la Primera Carta a los Corintios, San Pablo describe una eucaristía que se celebraba en una
cena comunitaria, que se compartía en las casas de los primeros cristianos. En esta cena se incluía
la bendición del pan y del vino, el partir el pan y la comunión. San Pablo nos relata los abusos en
esta cena comunitaria. Por ejemplo, algunas personas bebían demasiado; otras se olvidaban de
compartir la cena con los pobres que estaban entre ellos. Esto dejó atónito a Pablo ya que el
propósito de la cena era la de celebrar al Señor en medio de ellos. El comportarse egoístamente
traía consigo una advertencia muy seria: “Cada uno ha de examinarse a sí mismo y sólo entonces
comer del pan o beber de la copa; porque la persona que come y bebe sin reconocer al cuerpo está
comiendo y bebiendo su propia condenación." (1 Cor 11:28-29).
Muy pronto, la eucaristía ya no se celebraba en la cena. Por ejemplo, cuando San Justino escribe
sobre la Eucaristía en el 150, no menciona la cena. Mientras el número de cristianos crecía, la
Eucaristía se celebraba independientemente de la cena comunitaria.
EL SEGUNDO/TERCER SIGLOS
Una vez que la comunidad apostólica ya no existía, la liturgia que se desarrolló usaba cada vez
más, leía, y reflexionaba en lo que habían escrito los líderes de la primera generación así como
Pablo. Cuando los judío-cristianos ya no eran bienvenidos en el servicio de la sinagoga, ellos
agregaron las oraciones, cantos, cánticos y homilía a la liturgia eucarística. Hoy en día
reconocemos este desarrollo como la liturgia de la palabra.
En estos primeros días, el celebrante de la liturgia tenía amplia libertad para componer sus
propias oraciones para la misa. Sin embargo, pronto todos tenían las mismas normas ya que las
diferentes comunidades comenzaron a adoptar las oraciones de sus celebrantes más elocuentes así
como Hipólito (c. 215).
La aceptación del cristianismo por Constantino (313) llevó a que se difundiera rápidamente en el
Imperio Romano. Esto llevó a cambios significativos en la celebración de la liturgia.
- El latín se convirtió en el idioma estándar de la liturgia (384) ya que era el lenguaje común en el
mundo romano.
- El aumento del número de cristianos hizo que se salieran de las casas. Al comienzo las
asambleas se reunían en las basílicas (edificios imperiales); más tarde construyeron y dedicaron
iglesias.
Los teólogos de esta era debatieron el significado de la “presencia real” de Cristo en el pan y el
vino eucarísticos. Usaron el término transubstanciación para describir el misterio del pan y el
vino que se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús resucitado aunque aún tengan las
apariencias del pan y del vino.
Las iglesias grandes, el énfasis de que la misa es un sacrificio, el sentimiento cada vez mayor de
que los laicos eran espectadores del drama que se desarrollaban en el altar, todo esto llevó a que
se creyera que la consagración era la parte principal de la misa. El énfasis no era tanto en recibir a
Jesús en la comunión sino en ver y adorar al Señor en la eucaristía. Como eran muy pocos los
laicos que recibían la comunión, un barquillo pequeño y redondo (que se le nombró hostia, del
latín “víctima sacrificial”) se sustituyó por la barra del pan.
Como habían muy pocos que recibían la santa comunión, el Cuarto Concilio Luterano (1215)
pasó la ley que exigía que los católicos recibieran la comunión por lo menos una vez al año. Se
originaron las prácticas que se enfocaban en la devoción eucarística. Estas incluían el elevar la
hostia y el cáliz durante la misa, bendición, exposición, las cuarenta horas y la fiesta de Corpus
Christi (el cuerpo de Cristo).
El siglo dieciséis nos trajo la Reforma Protestante. El Concilio de Trento (1545-1565) se convocó
para corregir algunos de los abusos que se cometían en la Iglesia. También defendió algunas de
las creencias católicas que los reformadores habían atacado. En el área de la eucaristía, los padres
de la iglesia reafirmaron la presencia real de Jesús y lo adecuado del término teológico
transubstanciación. También defendieron la naturaleza sacrificial de la misa en contra de los
reformadores. Lo más significativo fue que el Papa Pío V publicó el Misal Romano (1570) para
que el rito oficial tuviera uniformidad. La Iglesia lo usó durante los siguientes cuatrocientos años.
La devoción al santísimo sacramento siguió floreciendo, aunque la gente recibía la comunión
raras veces. Eso fue hasta 1910 cuando el Papa Pío X permitió que los niños que hubieran llegado
a la edad de la razón recibieran la santa comunión y animaba a que todos los fieles recibieran la
comunión frecuentemente.
Hace muchos años, los teólogos comenzaron un movimiento litúrgico que fue aceptado por los
líderes de la Iglesia y esto llevó a algunas reformas importantes en la liturgia. El documento clave
del Vaticano II La Constitución de la Sagrada Liturgia (1963) fue el punto más saliente del
movimiento de la reforma. Eso llevó a la renovación de todos los sacramentos. Los cambios
importantes que hoy los damos por hecho incluyen lo siguiente.
- Celebramos la misa en el lenguaje vernáculo para que podamos entender plenamente lo que
quiere decir la misa.
- La liturgia de la palabra tiene mayor importancia. Las pautas indicaban al homilista a que
desarrollara su homilía basándose en las lecturas. Las lecturas dominicales giraban alrededor de
un ciclo de tres años. Este énfasis ha ayudado a que los católicos descubran las sagradas
escrituras.
- Ahora el altar está de frente a la gente. Esto invita a un mejor entendimiento de lo que está
pasando en la eucaristía. Simbólicamente también, la misa invita a todos los que están presentes a
que participen más plenamente.
- La misa de hoy incluye la Oración de los Fieles, que es un vínculo entre la devoción eucarística
y la iglesia universal, el mundo y todos los que están sufriendo en la comunidad.
- El rito actual permite recibir la comunión en la mano y la comunión bajo las dos especies.
- Los laicos pueden servir en muchos de los ministerios litúrgicos, por ejemplo, como lectores,
ministros eucarísticos, miembros del coro, ujieres y portadores de las ofrendas.
(Traducido por Alicia G. León Jhong, mayo 2005, de: Excerpts from Celebrating the Signs of
God´s Love: The Sacraments (Student) by Michael Pennock. Copyright © 1993 by Ave Maria
Press, P.O. Box 428, Notre Dame, Indiana, 46556.)su