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Es decir, puede ser que las “estructuras”, el capitalismo, cambiaron su piel para adaptarla mejor
a los tiempos que corrían, ¿es así? Entonces, ¿deberíamos preguntarnos qué es lo que se
mantiene de dicho movimiento?
En la actual memoria colectiva predominante, entre “nuestra” idea básica del mayo del 68 y lo que se
dio en París, hay una distancia crítica: lo que hacía de enlace entre protestas estudiantiles y las huelgas
de trabajadores está olvidado. El verdadero legado del 68 residió en su rechazo al sistema liberal-
capitalista, en un NO a la totalidad, encapsulada en la fórmula: “Seamos realistas, demandemos lo
imposible”.
Slavoj Žižek (izda.) y Miquel Seguró (dcha.).
Sin embargo, hace unas semanas hubo una masiva demostración en España con motivo del 8 de
marzo. ¿Fue un fenómeno nuevo? ¿Cómo lo interpreta usted?
Cincuenta años después de los eventos de mayo del 68 en París (y en otras partes), el tiempo ha
terminado reflejando similitudes y diferencias entre la liberación sexual y el feminismo de los 60 y los
movimientos protesta que florecen hoy día. Sólo una imagen: recuerde cuántas de las celebridades
acusadas de acoso sexual, comenzando con Harvey Weinstein, reaccionaron públicamente alegando
que buscarían ayuda en la terapia –¡un gesto de lo más desagradable!–. Sus actos no son casos de
patología personal, sino expresiones de la predominante ideología masculina y las estructuras de poder,
y eso es lo que debería cambiar.
Lo que ha sucedido es que la emancipación sexual de la mujer (su aceptación en la vida social como
seres sexualmente activos con total libertad e iniciativa) ha sido mercantilizada: cierto, las mujeres ya
no son percibidas como objetos pasivos del deseo masculino, pero su sexualidad aparece ahora (a ojos
de los hombres) como una disposición permanente a estar abiertas a comprometerse en interacciones
sexuales. En estas circunstancias, decir “no” no es una mera autovictimización, sino que implica el
rechazo frontal a esta nueva forma de subjetivación de la mujer.
¿Cree usted que estamos ante el germen de un nuevo cambio de los anhelos hacia una
transformación social y una justicia colectiva?
Como he dicho en otras ocasiones, mi punto de partida es siempre pesimista. Por una simple razón: el
que es pesimista no tiene expectativas de ningún tipo. Eso significa que, de cuando en cuando, puedes
sorprenderte con algo que parece romper la cadena de sucesos. En este sentido no pierdo de vista nunca
a Hegel. Hegel tuvo que vivir en un mundo postrevolucionario (tras la Revolución francesa de 1789)
que había visto cómo la revolución que había levantado tanta expectación, pronto alcanzó su propia
perversión: la guillotina. Aun así, Hegel comprendió que su legado había sobrevivido, y que la
revolución, aunque insatisfactoria, era todavía una posibilidad. Ese fue su triunfo final. Lo mismo
ocurre hoy con el comunismo y el colapso total que ha sufrido en los últimos años. Ese en ese sentido
que puedo decir que soy hegeliano: hemos de oponer el comunismo al capitalismo salvaje.
Al hilo de lo que usted dice, y, para terminar, este año es el 200 aniversario del nacimiento de
Karl Marx. ¿Que queda del marxismo hoy día? ¿En qué medida puede estimular la
transformación social?
Le responderé indirectamente. A estas alturas, la izquierda ha caído demasiadas veces en el juego de
mantener un pequeño juego dialéctico con el sistema, y así se ha conformado con barnizar,
discretamente, su estructura de poder (solidaridad, estado de bienestar, etc.). Esto es lo que se conoce
como “izquierda liberal”. Pues bien, esto es justamente su tumba.
“Revolución” es una manera de estar en el mundo, por eso debe ser permanente. Al mismo tiempo,
debe asegurarse que las personas que han salido a la calle perciban que se dan cambios, que aquello por
lo que se han movilizado en efecto se ha producido o está en vías de hacerlo. Esto exige un cierto grado
de ruptura simbólica en la propia revolución, un estado dialéctico interno que no cesa. En este punto no
tenemos que ser fetichistas de la democracia, porque muchas veces es una forma aterciopelada de
sofocar la dinámica revolucionaria. La revolución debe revolucionar una y otra vez, y esa es su
paradoja: habla de la posibilidad de algo nuevo, diferente, pero también de una esperanza que no sabe
exactamente cómo encontrar. En este sentido, la figura de Marx podría ser todavía un punto de
inspiración. Sobre todo si, como digo, aceptamos que la realidad revolucionaria implica un proceso de
transformación que permanentemente tensiona el contexto, su realidad. Con todo, la situación no es
fácil, porque la victoria de la derecha en Occidente deja a la izquierda en una situación paradójica: en
este punto del siglo XXI es precisamente ella quien protege la decencia moral del espacio público.