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Responsabilidad deportiva.

I. Exordio

El ejercicio del deporte, cuyos orígenes se remontan en lo profundo de la historia, y que tiene
en ésta hitos concretos en la antigua Grecia y en el Imperio Romano, ha generado en la
humanidad una práctica constante que en los tiempos actuales se encuentra presente en cada
acto de la sociedad moderna.

El deporte, que se inicia como una actividad con fines esencialmente de recreación y
estimulatorios de la salud, ha cobrado en la actualidad una dimensión y magnitud acorde a la
práctica que de él hacen millones de personas, y cuya atención está presente en todos los
foros comerciales e industriales, constituyendo al deporte en una de las más importantes
industrias del mundo.

En nuestro país, el deporte en sus diversas disciplinas ha generado una adhesión masiva,
convirtiéndose en un patrimonio cultural de la sociedad. A este componente sociológico, se
suma la pasión o identificación por una determinada entidad (sus colores, su historia, sus
victorias, etc.) que compiten en una actividad deportiva… Los clubes han constituido y
constituyen una manifestación cultural de un barrio, una región o una provincia. Aclara GIL
DOMÍNGUEZ que “de manera plural y multisectorial, cohesionan los distintos estratos sociales
por medio de una historia, una bandera, una pasión, que se manifiesta a través de la
representación en la competencia deportiva, o bien, en el acompañamiento de las campañas
de los distintos equipos de la entidad, en las justas deportivas. También cumplen una función
básica y esencial junto a la familia y a la educación pública, forman a los niños, niñas y
adolescentes que concurren a sus instalaciones periódicamente, siendo de esta manera un
elemento de socialización y en muchos casos de movilidad social”[1] . Incluso, hombres y
mujeres de la tercera edad encuentran en la actividad deportiva una manera de cuidar su
salud y en muchos casos de generar un método al servicio de la estética.

El tango, el rock argentino, el cine, el teatro, la literatura –Jorge Luis Borges y Adolfo Boy
Casares, entre otros– forjaron grandes capítulos dedicados al deporte, homenajeando, a su
modo, esta cultura popular.

De este modo, “la explosión del deporte pasivo, mirado por televisión, ha generado en la
actualidad, un despertar del deporte activo, favorecida por razones comerciales, antes que por
una política dirigida a ello”[2].
Trigo Represas –López Mesa señalan distintas razones de este creciente interés en nuestra
sociedad por las prácticas deportivas, sintetizándolas en las siguientes:

“a). - Una excesiva preocupación por nuestro aspecto físico;

b).- La atención de la salud general del hombre, que puede mejorarse en muchos aspectos por
el ejercicio de un deporte;

c).- Una búsqueda constante por canalizar nuestros instintos a través de actividades
socialmente aceptadas y apoyadas;

d).- Un deseo lógico de mitigar las consecuencias del estrés”[3].

Ante este fenómeno en el que se ha convertido actualmente el deporte activo, el derecho, ha


tenido que poner ineludiblemente interés en su práctica, generando a su servicio respuestas
jurídicas, especialmente respecto de las consecuencias y/o distintas situaciones que su práctica
ocasiona, toda vez que, verbigracia, cotidianamente nos anoticiamos de los daños que
aparecen causados en su ejercicio o como secuelas del mismo. Como señala Jorge Mazzinghi
(h) “el deporte se vive hoy en día con un fervor exagerado, con un apasionamiento que
muchas veces de desborda y se transforma en franca violencia. El afán por triunfar es tan
grande que muchas veces no se repara en los medios que se utilizan para alcanzar la victoria”
.[4]

Teniendo en cuenta la importancia creciente que tiene la temática de los daños ocasionados
en el ejercicio del deporte en nuestra sociedad contemporánea, la presente monografía tiene
por objeto tratar de conceptualizar la responsabilidad civil emergente, desde el punto de vista
normativo y haciendo referencia a la opinión de la doctrina y fundamentalmente a la evolución
de la Jurisprudencia.

II. Antecedentes históricos.

La práctica del deporte es tan vieja como la humanidad. En la prehistoria el juego estuvo
relacionado con los rituales religiosos, con actividades tales como la caza y la pesca, la defensa
del grupo, la supervivencia en situaciones extremas, antecedentes que marcan la ruta del
deporte. Testimonios arqueológicos, de babilonios, sumerios, asirios, egipcios, señalan la
práctica de lucha, boxeo, esgrima, natación, juegos ecuestres. Homero, nacido varios siglos
antes de Cristo, testimonia en La Iliada y La Odisea, la belleza depurada de la actividad
deportiva. El deporte, fue parte de la cultura griega y tuvo presencia privilegiada en sus
manifestaciones individuales y colectivas. Con el paso de los tiempos, organizaron festivales
que culminarían con los Juegos Olímpicos.

Fueron los romanos -finalmente- quienes dan origen a precedentes o comentarios doctrinales
respecto de los daños emergentes de la práctica del deporte, y sobre el particular, TRIGO
REPRESAS –LÓPEZ MESA, luego de citar una clásica sentencia de Ulpiano, la opinión de
Pomponio y el análisis de la pancratio[5], manifiestan que “de cualquier modo, lo que queda
claro de todas las normas romanas acerca del deporte, es que el consentimiento del
participante, si era capaz y libre, obstruía cualquier posterior reclamo, salvo que el daño fuera
doloso o se causara violando las reglas del juego”.[6]

III. El deporte.

La Real Academia Española define al deporte como “la actividad física, ejercida como juego o
competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas”[7]. Algunas
legislaciones como la Ley Nº 19712 de la República de Chile, la Ley del Deporte de Venezuela,
la Ley de Educación Física, Deportes y Recreación de Ecuador, entre otras, y a diferencia de la
Ley Nº 20655 (Ley del deporte de nuestro país) definen y/o conceptualizan al deporte,
coincidiendo en que se trata de la práctica de disciplinas físicas, formativas y competitivas, en
un marco de normas ya establecidas.

GIL DOMÍNGUEZ, a su vez, define al deporte manifestando que “En un sentido lato, el deporte
abarca todas las manifestaciones o prácticas de ejercicio físico o físico-intelectual del ser
humano con o sin elementos auxiliares significativos o relevantes para tales actividades, de
tipo material o animal, con objetivos sanitarios lúdicos o competitivos, en forma individual o
de grupo, con o sin sumisión a reglas, de modo profesional, semiprofesional o puramente
aficionado”.[8]

También la Jurisprudencia se ha ocupado de definir al deporte, diciendo que “es una


recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre, con el fin
de superar una marca establecida o de vencer a un adversario en una competencia pública,
siempre con sujeción a ciertas reglas, y no una rémora de los espectáculos de gladiadores en el
Circo Romano. La competencia debe ser leal y respetuosa, y no encarnizada y sin límites,
teniendo los espectadores y protagonistas la responsabilidad y la posibilidad suficiente de
prevenir y advertir a tiempo las actitudes que llevan a una lúdica y noble práctica a pasar a ser
una lucha feroz de intereses, violencia y olvido de los principios que lo inspiraron”.[9]

Consecuentemente, podemos resumir las notas esenciales para caracterizar la actividad


deportiva. En tal sentido, BREBBIA señala las siguientes:
a).- El ajuste de la misma a reglas preestablecidas;

b).- El despliegue de un esfuerzo o destreza (físico o mental) por encima del nivel de actividad
habitual;

c).- La persecución en forma mediata o inmediata de un fin salutífero de carácter personal.[10]

IV. El accidente deportivo. Responsabilidad Civil respecto de los participantes del evento
deportivo [arriba] -

Roberto H. Brebbia entiende como tal “el daño no intencional ocasionado a otra persona
(deportista, árbitro, espectador, etc), durante la realización de un certamen o competición
deportiva por uno de los participantes”. Prosigue afirmando que “el deportista agente del
perjuicio debe haber actuado al producirse el accidente, ajustándose, en principio, a lo que
disponen las leyes del juego, ya que si así no lo hubiere hecho, no podría afirmarse que
hubiere estado practicando un deporte”.[11]

Resulta un concepto pretorianamente aceptado que el deporte no sólo es una actividad


lícita[12], sino además que contribuye a la formación integral de las personas, al tratarse de un
medio de recreación y esparcimiento y además de ser un factor de promoción de la salud de la
población (art. 1º, incs. a, b y c de la Ley Nº 18.247).[13]

Asimismo, se ha considerado que el permiso del estado para el ejercicio de la actividad


deportiva, importa el establecimiento de un especial régimen de responsabilidad distinto del
ordinario, pues en este último se presume la ilicitud de todo daño causado mientras que la
práctica deportiva autorizada –para algunos autores– crea una excepción de licitud, a modo de
causa de justificación, que borra la antijuricidad.[14]

Alfredo Orgaz manifiesta que la práctica de algunos deportes constituye una actividad que el
estado auspicia y estimula, y consagra, a su juicio, el principio general de la impunidad penal e
irresponsabilidad civil, siempre que el jugador haya actuado correctamente[15]. Agrega sobre
el particular que su régimen crea una presunción de licitud en cuanto al ejercicio mismo y
también en cuanto a las consecuencias que resultan de éste “según el curso natural y ordinario
de las cosas” (art. 901 del C. Civil). Por lo tanto, sostiene que las lesiones o daños derivados de
los riesgos inherentes al ejercicio normal de un deporte autorizado están de antemano
justificados.[16]

En otro orden, en la Justicia Argentina ha prevalecido la concepción sobre la aceptación del


riesgo, consistente en haber asumido la víctima, expresa o tácitamente, el peligro propio del
deporte que practica y del cual derivó el daño que experimentó. Del propio concepto de
deporte que en general brindan los autores, surge esta idea de aceptación de riesgos.[17]

En consecuencia, y recapitulando lo hasta aquí manifestado, si el deporte se encuentra


autorizado por el estado, como sucede en la República Argentina – Ley Nº 20655[18] –, y si las
lesiones resultantes de un accidente deportivo son el resultado del riesgo normal que éste
representa, el consentimiento para la práctica del juego, lleva implícita su conformidad para
afrontar las consecuencias dañosas (aceptación tácita del riesgo).

Nuestro Cód. Civ., a su turno, concuerda con la concepción más moderna que en
contraposición con la doctrina francesa, entiende que la autorización para el ejercicio de un
deporte constituye una causa de justificación de los daños que habitualmente resulten de ese
ejercicio. La doctrina francesa, en cambio, no contrapone explícitamente las acciones lícitas a
las ilícitas, sino las lícitas a las culpables. Cuando sus autores emplean la palabra justificación
en esta materia, no lo hacen para referirse a la ausencia de ilicitud, sino de culpa.

Alfredo Orgaz manifiesta que la causa de justificación opera no sólo cuando el jugador
lesionante ha observado todas las reglas del juego, sino también cuando ha incurrido en
alguna de las faltas o infracciones a estas reglas, pero igualmente naturales y comunes (no
dolosas), que se explican por la velocidad o el vigor que impone el deporte de que se trate[19].
En este sentido, Bueres y Bustamente Alsina sostienen que el deber de responder por las
lesiones deportivas, tiene origen en dos casos: a). Cuando existe una acción excesiva, que viola
grosera y abiertamente el reglamento del juego; y b).- Cuando existe intención de provocar el
resultado dañoso.[20]

En sentido concordante, la Cámara Nacional Civil, Sala D, in re Crotoneo, con voto preopinante
del Dr. Bueres, resolvió:

1.- Cuando se está frente a deportes riesgosos para la integridad física de los participantes, la
autorización del estado para practicarlos, constituye causa de justificación suficiente para
excluir la “antijuricidad”- como presupuesto de la responsabilidad civil – circunstancia ésta que
diluirá todo análisis en torno al ilícito concreto (criterio legal de imputación subjetivo o aún
objetivo).-

2.- La licitud del deporte llevado a cabo con autorización estatal abarca todas las
consecuencias dañosas que irroga el juego dentro del reglamento, y también aquellas
infracciones reglamentarias que son “normales” o “inevitables” en vista de las características
de la actividad de que se trate.

3.- Si en un partido de fútbol dos jugadores corren apareados en busca de la pelota, y uno de
ellos en una acción atribuíble a la velocidad, traba al otro “antirreglamentariamente” (“foul”),
lesionándose el último al caer, no existirá responsabilidad del primero, pues su actitud
conforma una incidencia natural y frecuente en el desarrollo del deporte futbolístico.

4.- Las reglas de juego no son normas legales cuya infracción importe antijuricidad (art. 1066,
1109, etc.); sino que son reglas de actuación de los jugadores sancionables en el ámbito
deportivo.

5.- El deber de responder por las lesiones deportivas, tiene origen en los siguientes casos: a).-
Cuando existe una acción excesiva, que viola grosera y abiertamente el reglamento del juego; y
b).- Cuando existe intención de provocar el resultado dañoso, sea durante el desarrollo del
juego o bien cuando éste se encuentre detenido.

6.- Si se trata de un encuentro entre jugadores aficionados, la responsabilidad civil encierne de


cada participante es extracontractual.

7.- Si del análisis de la prueba efectuado aparece incuestionable que el arquero agredió
intencionalmente a otro jugador cuando el juego ya había sido detenido por el árbitro,
provocándole la pérdida de un riñón, aquél es civilmente responsable.

8.- La A.F.A. organiza los torneos oficiales, registra a los jugadores de fútbol, impone sanciones
disciplinarias a través del Tribunal de Penas, pero no es lógico alongar sus deberes hasta el
afianzamiento de los actos ilícitos de los futbolistas, pues no hay causalidad – de segundo
grado – entre tales conductas y los poderes del ente rector del fútbol argentino. Aparte de
ello, no se ha probado que el partido tuviera un desarrollo anormal ni que el árbitro fuera un
factor concausal en la producción del daño”.[21]
Comentando el fallo citado, MOSSET ITURRASPE expresa que “Bueres parte del distingo entre
lo “natural y frecuente”, lo “normal en el ejercicio de un deporte determinado” y lo que es
anormal y excesivo; lo primero, aunque se castigue como infracción, aunque configure un foul,
y origine una lesión, no genera la responsabilidad de su autor. Y, agregamos nosotros, es así
porque esos incidentes habituales se tienen muy en cuenta los imponderables, las
circunstancias de la jugada, lo aleatorio de los encuentros y las caídas…. Es como si hubiera dos
tipos de ilicitudes o de infracciones: las comunes y las extraordinarias y excesivas. En las
primeras, la irresponsabilidad es la regla, salvo que la intención permita concluir en la sanción;
en las segundas, en cambio, prima un criterio objetivo, son ilícitas en sí mismas, sin posibilidad
de justificación. Bueres alude a la “ilicitud objetiva” de las jugadas excesivas. En resumen, una
decisión ejemplar que partiendo de las particularidades del caso, llega a precisar lo justo
concreto”.[22]

Como consecuencia de este criterio, deberá sopesarse “si hubo acción excesiva”, una
exagerada falta de diligencia, tomando como patrón el nivel habitual de riesgo en el deporte
de que se trate; pues nos encontramos aquí – conforme lo dicho en antecedentes de la misma
sala D de la Cámara Nacional Civil – ante un daño causado “sin las cosas” que requiere la
demostración de la culpa del agente – art. 1109 del Cód. Civ.. No obstante, MOSSET
ITURRASPE considera que “la culpa deportiva” tiene sus peculiaridades y que al juzgarse su
actividad, para que el infractor responda jurídicamente por las consecuencias de su acción, la
jugada no debe superar los límites de lo normal y corriente, haya habido o no violación
reglamentaria.[23]

Concordantemente, la Cámara Nacional Civil, Sala G, in re Raith resolvió:

“1.- En los accidentes deportivos el principio es la irresponsabilidad del jugador, si se trata de


un deporte autorizado, salvo que el daño se cause con dolo o violación de las reglas de juego y
notoria imprudencia o torpeza.

2.- Una infracción a la reglamentación del juego que afecta la validez de la jugada no es por sí
un hecho ilícito que haga surgir responsabilidad del jugador frente a un tercero (en el caso: no
responde el jugador de softbol al que se le escapa el bate y lastima a un compañero
espectador).

3.- Sin culpa del menor con discernimiento para los actos ilícitos, que haga surgir su
responsabilidad directa por un accidente deportivo no se configura la responsabilidad del
progenitor conforme art. 1114 del Cód. Civ., ya sea que se ubique el hecho en el ámbito del
art. 1109 o del 1113 del Cód. citado.

4.- Probado el daño sufrido por el espectador lesionado accidentalmente por un jugador y
desestimada la demanda resarcitoria de aquél por culpa de éste, hay mérito para imponer las
costas en el orden causado, por tratarse de un juicio entre dos inocentes”.

Como puede verse, en caso de infracción al reglamento, el jugador sólo incurrirá en


responsabilidad si medió de su parte una conducta viciada de imprudencia, brutalidad o
dolo[24]. En igual sentido, se ha pronunciado la Cám. Nac. De Apelaciones en lo Civil, Sala A, in
re Berman, sostuvo:

“1.- Los accidentes producidos durante un partido de fútbol entre jugadores no profesionales o
aficionados, deben ser juzgados con un criterio distinto al aplicable a aquellos deportes que
son esencialmente violentos o peligrosos.

2.- El espíritu deportivo, la sana competencia, o el fervor y la dedicación, no son compatibles


con la práctica violenta del fútbol y de la mayoría de los deportes colectivos o en equipo.

3.- La autorización estatal del fútbol como deporte crea una presunción de licitud en cuanto a
las consecuencias que resulten de su ejercicio, según el curso natural y ordinario de las cosas
(Conf. art. 901, Cód. Civil), de modo que las lesiones derivadas de tales acciones estarán
excepto supuestos excepcionales, justificadas de antemano como la actividad misma de la cual
proceden. Sin embargo, el daño causado con violación de las reglas del fútbol, por una acción
excesiva y de notoria imprudencia, genera responsabilidad”.[25]

En general la jurisprudencia ha decidido que los riesgos en deportes de contacto físico son
previsibles, y que la culpa debe valorarse con un criterio singular y específico, sopesándose si
se ha actuado con torpeza manifiesta o dolo[26]. Del voto del Dr. Bueres, en el precedente
Crotoneo se desprende también que el infractor no está obligado a reparar los perjuicios
cuando éstos se consideran como una alternativa común y habitual en el juego. Por el
contrario, si la violación del reglamento es grave (golpe de puño, foul artero a un jugador
caído, etc.), la conducta es excesiva, imprudente, y el deportista deberá reparar las
consecuencias dañosas de su ilícito proceder .[27]
Haciendo un resumen de todo lo expuesto precedentemente, podemos concluir que las
soluciones jurídicas para eximir de responsabilidad por lesiones inferidas en ocasión de la
actividad deportiva pueden ser agrupadas en: causales de justificación – autorización
concedida por el estado – donde se inscribe principalmente Orgaz y la importante sentencia
dictada por la Cám. Nac. Civil, Sala D, en el caso Crottoneo, Ricardo c. Club Bánfield con voto
del Dr. Bueres –; de exclusión de la ilicitud del daño – el consentimiento de la víctima o
asunción del riesgo o en la misma dirección, quienes efectuaron distintas combinaciones –
autorización estatal más consentimiento o aceptación – (TRIGO REPRESAS, LÓPEZ MESA,
BORDA, ZAFARONI, FONTÁN BALESTRA, etc.)

La gran cantidad de opiniones ha motivado en definitiva que importantes y prestigiosos


doctrinarios se agruparan detrás de la idea de culpa que abriga el Cód. Civ., entre ellos,
MOSSET ITURRASPE, BUSTAMENTE ALSINA, BREBBIA, KEMELMAJER DE CARLUCCI, sosteniendo
que la naturaleza esencialmente circunstancial de este concepto torna innecesario acudir a
instituciones ajenas a nuestro sistema de responsabilidad civil para canalizar
satisfactoriamente la adecuación que requiere su apreciación en el campo deportivo, tal como
sucedía en otro contexto. Sin embargo, tampoco aquí hubo consenso respecto de la medida
que cabía reconocer a tal exoneración. Mientras algunos la extendieron a todo daño causado
sin violar las reglas de juego, siendo su límite la trasgresión abusiva de las mismas (BORDA,
LLAMBÍAS, ALTERINI, LÓPEZ CABANA), otros extendieron su límite abarcando las
consecuencias corrientes y ordinarias del juego, incluso las resultantes de infracciones de este
tipo. Como una posición intermedia, están quienes descreen de la contravención al
reglamento deportivo como único criterio para determinar la antijuricidad, propugnando la
posibilidad de responsabilidad apegándose a sus normas, como así también de eventual
irresponsabilidad ante la configuración de faltas a las mismas (BREBBIA, TRIGO REPRESAS,
LÓPEZ MESA).

Y esta ausencia de correspondencia automática entre violación reglamentaria y


responsabilidad civil, condujo a que se postularan dos tipos de ilicitudes: las ilicitudes comunes
y las extraordinarias. Para las primeras se reservó la irresponsabilidad, salvo que la intención
indicara lo contrario; y para las segundas, un criterio objetivo de ilicitud, sin posibilidad de
justificación. Este criterio ha quedado perfectamente reflejado en el voto del Dr. Bueres que
hemos reseñado en el precedente Crotoneo.

Según se dijo en el análisis del caso “Crotoneo”, las reglas de juego, no son normas legales
cuya infracción importe violación al derecho (arts. 1066 y 1069 C.C.), sino simples reglas de
actuación de los participantes, sancionables en el ámbito deportivo, con lo cual, la sola
violación del reglamento alcanza para una sanción disciplinaria, pero a la luz del derecho
común, la culpa es quien se alza en elemento cualificante sin el cual no podríamos hablar de
ilicitud. La particular concepción de culpa que adoptó el codificador, cuyo contenido concreto
siempre debe integrarse con las circunstancias imperantes en el caso, razonablemente
apreciadas por el juzgador, vuelve estéril recurrir a institutos ajenos a nuestro sistema, de los
cuales sólo resulta una confusión que va en desmérito de su primigenia claridad.[28]

Esa ductibilidad exhibe al concepto de la culpa como portador de la sensibilidad necesaria para
acomodarse a las particularidades del caso, sin urgencia de precisar de antemano la magnitud
que debiera reconocer la falta de previsibilidad para erigirse en factor de atribución. La culpa
se identificará siempre con la omisión de las diligencias aconsejables, lo que habrá variado es
sólo el tipo y magnitud de aquellas exigibles en cada supuesto particular. Y como se desprende
del voto del Dr. Alberto Bueres en “Crotoneo”, y posteriormente, del precedente de la Sala G
de la Cámara Nacional Civil de Apelaciones in re “Raith”, el ajuste de la actividad a reglas
preestablecidas y el despliegue de un esfuerzo o destreza por encima del nivel habitual, obliga
a reconocer que la síntesis resultante de ese concepto uniforme de culpa, por incidencia de
estos factores, proyecta generalmente una elevación del umbral de tolerancia, abarcando
todos aquellos accidentes propios de la disputa sin violación del reglamento, y aún alguno
provocado en transgresión a esas normas, siempre y cuando no exhiban un apartamiento
grosero o excesivo de las mismas.

Este criterio se ratifica posteriormente por la Sala A, en el precedente Berman, Gerardo c.


Golding, Jorge, en tanto refiere que los daños ocasionados por el riesgo normal de un deporte
determinado, difícilmente puedan ser imputados a título de culpa. El caso que resuelve la Sala
A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, es analizado por Mazzinghi (h). En su
comentario, manifiesta “que la sentencia de la Sala A tiene el mérito de consagrar la culpa de
uno de los jugadores como fundamento suficiente del deber de reparar. Así resulta de la
norma del art. 1109 del Cód. Civil que establece: “todo el que ejecuta un hecho, que por su
culpa o negligencia ocasiona un daño a otro, está obligado a la reparación del perjuicio. No
importa que el obrar culposo se verifique durante el desarrollo de un partido de fútbol o en la
práctica de cualquier otro deporte”, y que “por supuesto que la culpa, en nuestro derecho,
debe valorarse con un criterio singular y específico, en función de las diligencias que exigiere la
naturaleza de la obligación, y que correspondieren a las circunstancias de las personas, del
tiempo y del lugar”, conforme art. 512 del Cód. Civil”. Agrega que “el pronunciamiento alude –
con justeza – a, “una acción excesiva o de notoria imprudencia o torpeza” del demandado,
“que en modo alguno podría constituirse en caso fortuito. La condena se funda en la culpa y
no necesita – lo que constituye un acierto innegable – calificar la acción del demandado como
intencional o dolosa -. Por supuesto, que si los hechos revelaran con claridad la intención
dolosa del autor del daño, la condena resultaría más ineludible todavía”.[29]

En igual sentido, se ha pronunciado la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de


Morón, sala II, en el precedente P., J.L. c. Club Curupayti y ots.[30], en donde se sostuvo:
1.- La autorización del estado para practicar deportes riesgosos para la integridad física de los
participantes – en el caso, rugby – excluye la antijuricidad, como presupuesto de la
responsabilidad civil, por las consecuencias dañosas que irroga el juego dentro del reglamento
y por aquellas infracciones reglamentarias que son normales e inevitables dadas las
características de la actividad de que se trate.

2.- El accidente producido en un evento deportivo entre aficionados – en el caso, un partido de


rugby – se encuentra en el ámbito de la responsabilidad extracontractual, pues los jugadores
que se ponen de acuerdo para jugar un partido, no celebran ningún contrato, y sólo se
proponen jugar, desarrollar su fuerza, su habilidad o su ingenio en una contienda con el
adversario y triunfar si esto es posible, sin ninguna finalidad “de iure”.

3.- El deber de responder por las lesiones deportivas – en el caso, ocasionadas durante un
partido de rugby – se origina cuando: a).- Existe una acción excesiva que viola grosera y
abiertamente el reglamento de juego; y b).- Existe intención de provocar el resultado dañoso,
sea durante el desarrollo del juego o cuando éste se encuentre detenido.

Con este mismo criterio se ha pronunciado la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de


Azul, Sala I, en el precedente Telechea, donde se resolvió que “El futbolista que en forma
intencional golpea a otro jugador provocándole incapacidad – en el caso, inestabilidad
traumática de la rodilla – mientras se disputaba un partido en un campamento oficial, tiene el
deber de responder por las lesiones deportivas en los términos del art. 1109 del Cód. Civ., en
tanto existió una acción excesiva que violó el reglamento del juego, realizada con intención de
causar el resultado dañoso”[31]. El Dr. Céspedes, en su voto, se remite al precedente
“Santero” de la Cámara Nacional en lo Civil, Sala I, haciendo referencia a los conceptos del Dr.
Ojeda Quintana, quien sobre el particular señala que “tratándose de deportes riesgosos para la
integridad física de los participantes, los daños que éstos puedan provocarse entre sí no
generan responsabilidad civil, en tanto hayan actuado en el marco de las respectivas
reglamentaciones. La licitud que otorga al juego y a sus consecuencias el estado para
practicarlos y la asunción voluntaria de esas consecuencias por los propios contendientes
fundamenta dicha conclusión, admitida en forma prácticamente unánime por la doctrina y
jurisprudencia, con distintos acentos y matices”. Se precisa en el fallo en análisis que “las
reglas de juego no son normas legales cuya infracción importa antijuticidad (arts. 1066, 1109,
etc.), sino que son reglas de actuación de los jugadores sancionables en el ámbito
deportivo”.[32]

El Derecho de Daños va señalando en su evolución que la ausencia de ilicitud no es en la


actualidad razón suficiente para rechazar la reparación del daño sufrido, en tanto se alerta
constantemente sobre la progresiva desaparición del requisito de antijuricidad, su pérdida de
importancia, bien sea porque en el contexto actual se propugna que sólo pueda eximirse de
responder a quien justifica su conducta dañosa, o porque el imperio de la justicia distributiva
obliga a reparar la injusticia que conlleva que sea la víctima quien soporte el daño injusto. En
palabras de ALTERINI, “la conducta que causa un daño, o tiene aptitud para causarlo (art. 1067
del Cód. Civ.), aunque no sea antijurídica, genera responsabilidad cuando no está
justificada”[33] . El desafío entonces, está en sentar en concreto esa pauta de normalidad,
proceso que no deberá disociarse de las circunstancias que singularizan al suceso. Esa
normalidad no debe estar relacionada con la frecuencia en que las lesiones se reproducen,
sino con la previsibilidad de la maniobra que la ocasiona. No se trata de otra cosa que la
probabilidad de que en un encuentro regido por las reglas de juego y con las infracciones
comunes al mismo, algún participante protagonice una acción lesiva. El levantamiento de ese
piso mínimo a partir del cual generalmente se podrá calificar de culposamente antijurídica a
una falta deportiva, disminuye el marco de actuación de la culpa, obrando el dolo como
frontera superior de su configuración.

Sobre este aspecto, “tanto la culpa impregnada de las características especiales de este
ámbito, como el dolo, generan consecuencias jurídicas que impiden convalidar o aceptar la
mala intención de los jugadores y las graves imprudencias o los excesos en perjuicio de los
rivales. De lo contrario, estaríamos confundiendo el estímulo de los deportes con el estímulo
de la violencia, su protección con la complicidad con los dañadores, o encontrando causas de
justificación allí donde no las hay. Tal como lo menciona el actor, ni el espíritu deportivo ni la
idea misma de deporte, ni la sana competencia, ni el fervor o la dedicación, son compatibles
con la práctica violenta, alejada de sus reglas”.[34]

En el precedente “Pizzo” el Dr. Loustaunau señala:

“1.- En mi opinión el deber de responder por daños derivados de lesiones deportivas resulta
procedente cuando: a).- El daño sea producido por una acción excesiva que viola grosera y
abiertamente el reglamento del juego; b).- En la acción se evidencia la intención de provocar el
resultado dañoso, sea durante el desarrollo del juego o bien cuando éste se encuentre
detenido (este tribunal, Sala II, causa Nº 143.268, de agosto de 2009, con cita de Bueres,
Alberto J, su voto en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Sala D, 17/12/1982,
“Crotoneo, Ricardo D. c. Club Atlético Bánfield y ots.”, La Ley Nº 1983- D - 385, con nota de
Jorge Mosset Iturraspe; Bustamente Alsina, “Teoría General de la Responsabilidad Civil”,
Abeledo Perrot, pág. 536, nº 1514 y siguientes)”.

2.- En el caso de autos, si bien podrían caber algunas vacilaciones sobre la deliberada intención
de causar daño, no encuentro motivo para dudar respecto a que – al menos – la conducta del
demandado encuadra en el primer supuesto, pues a mi modo de ver resulta evidente que ha
violado grosera y abiertamente el reglamento del juego.”[35]
V. Responsabilidad Civil del Organizador del evento deportivo respecto de los participantes

El derecho de daños viene proclamando desde hace tiempo, que su tarea es atender los
perjuicios injustamente sufridos por la víctima, con lo cual ha vuelto a colocar la persona en el
centro del derecho, impregnando de humanismo y solidaridad el contenido de la
responsabilidad civil. La revisión de los congresos y jornadas realizados los últimos treinta
años, las propuestas de los proyectos de unificación y la doctrina de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, así lo evidencian, pues las sentencias “no han de ofender el sentido de
justicia de la sociedad, cuya vigencia debe ser afianzada”[36] . En este sentido, ALTERINI
reconoce que “la reforma introducida en 1994 a la constitución nacional, al otorgar jerarquía
superior a varios tratados y convenciones (art. 75, inc. 22), robusteció la noción de persona en
cuanto reconocen expresamente el derecho de todo ser humano a la vida, a la libertad y a la
integridad de su persona (física, síquica y moral) así como a la protección de su honra, su
reputación y su vida privada, y su salud (Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre, arts. I, V, VII; Declaración Universal de Derechos Humanos, arts. 3,12; Convención
Americana sobre Derechos Humanos[Pacto de San José de Costa Rica], arts. 4.1, 5.1, 7.1, 11;
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, art. 12; Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos, arts. 6.1, 9.1, 17)”. Se trata de “derechos y garantías que son
inherentes al ser humano” (Pacto de San José de Costa Rica, art. 29.c; conc. art. 33 C.N.), que
tiene derecho “al reconocimiento de su dignidad” (Declaración Universal de Derechos
Humanos, art. 11), también “inherente a la persona humana” (Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales).[37]

Esa protección de la persona como centro del sistema, puede encontrarse en la doctrina de la
C.S.J.N. en el caso “Bahamondef” al decir que “el hombre es eje y centro de todo el sistema
jurídico y en tanto fin en sí mismo - más allá de su naturaleza trascendente – su persona es
inviolable. El respeto por la persona humana es un valor fundamental, jurídicamente
protegido, con respecto al cual los restantes valores tienen siempre carácter
instrumental”[38]. Explica Alterini que en la solidaridad social, no se exige que la conducta
dañosa sea antijurídica, ni que sea atribuíble a un autor sindicado como responsable, el cual
incluso puede estar inidentificado; y es dable incluso que la propia víctima sea culpable de su
daño. Pero en la solidaridad social, no rige el principio de reparación plena, pues sólo se
cubren ciertos daños….o hasta determinado monto o proporción[39]. El mismo autor señala
que el seguro es la herramienta que está mas a mano y que la “importancia del traslado del eje
de la reparación de la noción de responsabilidad civil al seguro, es tal que se ha podido
predicar que ella puede ser soportada por quien antes del daño estaba en mejor situación para
contratar el seguro destinado a garantizar el riesgo”[40]. Los mecanismos alternativos como el
seguro responden a una lección de nuestro vigésimo siglo marcado por la evolución de las
técnicas, de las costumbres y de las mentalidades, puesto que cuando “la justicia conmutativa
de la responsabilidad es impotente para reparar la fatalidad de la desgracia, la justicia
distributiva de la solidaridad debe tomar el relevo”[41]. Justamente en Francia se predica que
la asunción de riesgos en el Deporte es una doctrina pasada de moda ante la existencia de un
seguro obligatorio[42]. Loustaunau, en el precedente citado, agrega que “esa obligación de
seguridad, y ante la eventualidad de daños, contempla la contratación de una asistencia
médica suficiente y de un seguro por accidentes, cuya prestaciones resulten adecuadas a la
magnitud de los daños posibles. Así lo destaca Aída Kemelmajer de Carluci en el voto que he
intercalado reiteradamente, poniendo de relieve dos aspectos esenciales: a) Por un lado, la
tremenda necesidad de que este tipo de prácticas se realice siempre con un seguro que,
aunque con límite, permita atenuar los graves daños que pueden derivar de este tipo de
competiciones; b).- Por el otro, ante la inexistencia de este tipo de medidas u otras que
pudiera contemplar el sistema de la seguridad social, la necesidad de un poder judicial
especialmente atento. Bien se ha dicho que “el derecho de la responsabilidad civil está
construído a partir de escasos preceptos legales; es, en gran medida, un derecho judicial; son
los jueces los que al desarrollar una labor permanente de interpretación recreadora, de mirada
atenta a una realidad social cambiante, con su correlativa alteración de las mentalidades, han
completado la ordenación legal con un complejo de reglas, fruto de la necesidad de resolver
los conflictos multiformes que no fluyen con sencillez de previsiones legales sincopadas”
(Medina Alcoz, María. “La asunción de riesgos por parte de la víctima. Riesgos taurinos y
deportivos”, Madrid, Ed. Dykinson, 2004, pág. 39)”.

En consecuencia, el precedente citado concluye en:

1).- La Provincia Organizadora de un evento de Jockey debe responder por el daño que sufrió
una jugadora al recibir un golpe en la cara que le ocasionó la pérdida de un ojo, pues ha
incumplido con su deber de seguridad al contratar un seguro de accidentes cuyo monto - $
10.000 – no cubre mínimamente los daños sufridos.

2).- La asunción de riesgos en la competencia deportiva por parte de un jugador de Jockey no


exime de responsabilidad a los organizadores del evento por las lesiones que aquél sufrió al
perder un ojo en un partido, pues se trata de un resultado dañoso que parece
estadísticamente anormal, y que si bien podía ser factible, no constituyó en abstracto una
consecuencia regularmente previsible en orden al curso natural y ordinario de las cosas.

En el precedente Santero, el Tribunal adentra en el tema de la dependencia entre el jugador y


el Club donde militaba el autor del daño, y señala que la responsabilidad del Club encuentra
fundamento en lo dispuesto por el primer párrafo del art. 1113 del Cód. Civil, ya que “la
dependencia que contempla dicha norma no requiere necesariamente un vínculo contractual
entre el principal y el subordinado, ni que las tareas sean permanentes o remuneradas, pues
nada se opone a una dependencia nacida de relaciones ocasionales y gratuitas. Lo decisivo,
para que medie subordinación es el derecho de dar órdenes o instrucciones acerca de cómo
deben cumplirse las funciones, que suele traducirse en la facultad de dirigir, vigilar e
intervenir, así como que tales funciones satisfagan un interés de quien da esas órdenes e
instrucciones[43], agregando más adelante que “no se trata, pues, en autos, del hecho de un
socio que al practicar el deporte de su preferencia causa un daño a otro socio o a un tercero,
supuesto en el que la responsabilidad del club carecería de fundamento. Se trata del hecho
cometido por quien integraba el equipo del club que intervenía en un campeonato oficial, de
primera división, enfrentando a otro club, seleccionado a este fin por aquella institución y que
actuó bajo las indicaciones y el control del entrenador. En estos casos, expresa MOSSET
ITURRASPE, “media una dependencia manifiesta; …el deportista se subordina voluntariamente
a su club, recibiendo instrucciones, directivas, órdenes acerca de dónde y cómo actuar”.[44]

En el mismo sentido, cabe citar a Jorge Adolfo Mazzinghi (h), quien propicia una comprensión
amplia del concepto de dependencia que predomina en doctrina y jurisprudencia. Y anotando
un fallo señala que ello resulta si el jugador se encontraba en la cancha – se trataba de un
encuentro de jockey – como jugadora de un club, vistiendo sus colores y defendiendo su
prestigio deportivo, el club tenía la obligación de vigilar o controlar su desempeño, con
anterioridad suficiente como para decidir su participación efectiva en el juego, o su reemplazo
por otra jugadora. Agregando que “esos aspectos – la selección y el control sobre el
desempeño deportivo – se parecen mucho y encuadran cómodamente dentro de los clásicos
conceptos de culpa (“in eligendo” e “in vigilando”) que, desde siempre, han servido para
explicar o justificar la responsabilidad del principal por el hecho del dependiente”. Señalando
asimismo no tener demasiada trascendencia el hecho de que los jugadores sean profesionales
o amateurs, pues tanto uno como otro al integrar los equipos oficiales asumen la
representación deportiva del club” .[45]

En el precedente Telechea, la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Azul, Sala I,


sostuvo que “es responsable el club de fútbol para el cual jugaba quien provocó lesiones
deportivas a otros futbolistas del equipo contrario, mientras disputaban un partido en un
campeonato oficial – en el caso, inestabilidad traumática de la rodilla -, pues la alegada falta de
dependencia en los términos del art. 1113 del Cód. Civil, no puede tener cabida ya que el
deportista integraba el equipo oficial de aquella entidad. Asimismo, ratifica la exhibición de
toda responsabilidad a la AFA por mediar falta de causalidad y por ende de autoría a su
respecto, no entendiéndose sus obligaciones hasta el afianzamiento de los actos ilícitos de los
deportistas”.

En el caso de deportistas profesionales, la Cámara del Trabajo de la Capital Federal en pleno,


se pronunció por excluirlo del contrato de trabajo y entender que allí existía un contrato
innominado[46], sin embargo, la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, se
manifestaba prácticamente al mismo tiempo por una posición contraria[47]. El marco
regulatorio en caso de accidentes, en la actualidad estaría dado por la Ley Nº 24557 de
“accidentes de trabajo”, B.O. 04/10/1995.
Con relación a los deportistas no profesionales que participando en nombre de una institución
sufren un accidente, MOSSET ITURRASPE, apartándose de la doctrina mayoritaria – según la
cual el deportista debería soportar los daños ocasionados por su práctica -, sostiene por el
contrario, en coincidencia con SPOTA[48], que el deportista que representa al Club,
participando en un “espectáculo deportivo, ya sea gratuito o no, está unido a su institución
mediante una dependencia manifiesta” dado que recibe instrucciones, por lo tanto existiría
una responsabilidad en cabeza del club (comitente) por el daño sufrido por el deportista
(dependiente).[49]

Cabe apuntar que como aclaró la S.C.J.M. en el precedente “Vilchez”[50], el antiguo art. 33 de
la Ley Nº 23.184 ha sido sustituído por el actual art. 51 de la ley que ha ampliado
considerablemente el ámbito de la responsabilidad objetiva que el mismo establece[51]. En
efecto, el art. 33 de la Ley Nº 23184, reducía el ámbito personal de aplicación en punto a la
víctima, a los espectadores; mientras que la actual ley, ha suprimido en el art. 51 tal
especificación señalando que las entidades participantes u organizadoras del espectáculo
deportivo son responsables de los daños que en ella se generen sin distinguir entre
protagonistas y espectadores.

En sentido concordante, La Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Mendoza, Sala I, en el


precedente “Molina”, dijo que “la responsabilidad por las lesiones irreversibles sufridas por un
motociclista durante una carrera amateur al colisionar con una moto que estaba caída en la
pista, debe atribuírse en un mayor porcentaje a cargo de la entidad organizadora del evento, y
en menor grado a la víctima, pues el principal elemento causal del accidente, fue que los
banderilleros no avisaron a los competidores acerca de la existencia de un obstáculo en la
pista, lo cual genera la culpa de los demandados, que no contrataron personal experto, y la del
actor, que conocía que la competencia no cumplía con el mínimo de garantías de
seguridad”.[52]

En circunstancias similares, la Jurisprudencia ha tenido por acreditada la dependencia. “si bien


la jugadora era aficionada, como integrante del equipo y miembro del club, al recibir
instrucciones y directivas estaba subordinada a su institución. Además, los daños fueron
causados en ocasión de un partido enfrentando a otro club en un torneo oficial, con lo cual la
institución deviene responsable por los daños que la jugadora ocasionada intencionalmente a
la actora, transgrediendo los principios del juego con un comportamiento violento y
desmedido”[53] . Como se ve en este caso, la dependencia está calificada por la función, sin
perjuicio de la subordinación técnica, siendo suficiente para responsabilizar el club.

La Cámara Tercera de Apelaciones de Mendoza en el precedente “Romero”, formula también


un análisis de la reforma introducida a la Ley Nº 23184 por la Ley Nº 24192, de la cual pueden
extraerse algunas conclusiones a punto de la responsabilidad del Club demandado al daño
producido al árbitro en el curso del partido, lo que de todos modos, ya antes con el viejo texto
había sido objeto de atención y de aplicación analógica por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación. La actual legislación distingue los nuevos sujetos alcanzados por ella: el legitimado
pasivo y el legitimado activo. El actual art. 45 especifica que se entiende por participante, al
organizador: los miembros de comisiones directivas, dirigentes, empleados o dependientes de
las entidades participantes o que organicen los espectáculos deportivos, sean oficiales o
privados. De ello se desprende que tanto la calificación de entidad participante como de
entidad organizadora son sujetos pasivos de la responsabilidad atribuída por la norma. Para el
art. 45, también son protagonistas los deportistas, técnicos, árbitros y todos aquellos cuya
participación es necesaria para la realización del espectáculo deportivo de que se trate (inc. c).

Esta extensión en el ámbito normativo había sido interpretada antes de la reforma por la Corte
Suprema de la Nación, en el caso “Zacarías”, donde dijo: “si bien la Ley Nº 23.184 consagra una
responsabilidad objetiva y más rigurosa del organizador del espectáculo deportivo y menciona
sólo a los “espectadores” como beneficiarios del régimen, cabe, sin embargo, la interpretación
analógica de responsabilidad del organizador del evento, para el supuesto del daño sufrido por
un jugador de un equipo visitante, y cabe considerar la responsabilidad del club demandado a
la luz del art. 1109 y 1113 del C.Civil.[54]. “No parece razonable limitar el alcance de la Ley Nº
23184 que consagra una responsabilidad objetiva con fundamento en el riesgo creado a los
espectadores, con exclusión de otros concurrentes al estadio, tales como los jugadores – más
aún cuando no existe un vínculo de dependencia con la institución – el árbitro y demás
auxiliares de juego. Si de lo que se trata es de reparar las consecuencias dañosas originadas en
esta nueva forma de violencia, suscitada en el desarrollo de las contiendas deportivas, y
emanadas de grupos de inadaptados que actúan en el marco multitudinario del evento,
parecería injustificada la discriminación legal fundada en la persona del destinatario de dicha
acción violenta…”.[55]

VI. Responsabilidad Civil de la entidad participante y organizadora del espectáculo deportivo


respecto de los espectadores

El deporte como fenómeno característico de nuestro tiempo ha generado como su gran


protagonista, al espectáculo deportivo, un negocio que moviliza personas e intereses, que no
en pocas ocasiones le hace perder la esencia al deporte y su idea de diversión y esparcimiento,
para transformarlo en un gran show, donde la publicidad y los medios de comunicación
disfrutan de la atención de millones de personas.

El desarrollo masivo de la actividad deportiva, el grado de violencia que alcanza muchas veces
su desarrollo, los disturbios que se generan como consecuencia de los espectáculos
deportivos, los daños resultantes de la actividad ha hecho necesario legislar sobre el
espectáculo deportivo, estableciendo derechos y deberes entre el organizador y los
espectadores. Jurídicamente el espectáculo deportivo participa de las características del art.
1143 del Cód. Civ. (ha sido calificado de innominado por la jurisprudencia,[56], tratándose de
un contrato atípico puro, constituído por elementos totalmente nuevos al contenido en los
contratos típicos[57], o sea, los contemplados por el codificador, definiéndose como “aquél
celebrado entre el espectador que paga un precio para poder gozar de un resultado y el
promotor o empresario de espectáculo que se compromete a brindarlo de conformidad a los
anuncios, cartelera, etc.” .[58]

La Ley Nº 23.184 – B.O. 24/06/1985 –, en su art. 32, constituye una fuente de este tema al
disponer que “el poder ejecutivo podrá disponer la clausura definitiva o temporaria de los
estadios, cuando los mismos no ofrezcan seguridad para la vida o para el desarrollo normal del
espectáculo, sea por deficiencia de los locales o instalaciones, sea por falla de organización
para el control y vigilancia”. Esta ley, tuvo su origen como consecuencia de las reiteradas
manifestaciones de violencia en los estadios de fútbol y por medio de su reglamentación –
Decreto Nº 307/91, B.O. 22/02/1991 – se creó el Ente Nacional Argentino del Deporte,
debiendo las autoridades de los estadios con noventa y seis horas hábiles de anticipación
comunicar el lugar, fecha y hora de realización del evento, características, estimación de
público asistente, estando el Ente facultado a disponer la inspección del estadio hasta 24 hs.
antes del encuentro a fin de constatar acerca de las medidas de seguridad. El Ente puede
disponer clausuras preventivas e intimar a que se subsanen deficiencias dentro de un plazo
que puede llegar como máximo a los 90 días, vencido el cual sin haberse cumplido los
requerimientos, se podrá disponer la clausura definitiva del estadio. En la práctica, este poder
de policía otorgado por la ley al Ente Nacional Argentino del Deporte, funciona escasamente,
dado que especialmente los estadios de fútbol adolecen de notorias deficiencias. Cuando éstas
fueran organizativas “se podrá disponer la suspensión del evento y la clausura temporaria por
un plazo no mayor de quince días, situación que puede llegar hasta la clausura definitiva del
estadio. Como vemos, mediante esta legislación el estado asume plenamente el poder de
policía, sancionando y controlando preventivamente a los efectos de evitar daños en los
estadios de fútbol. En el ámbito de la responsabilidad civil, la Ley Nº 23.184, en su art. 33 dice
que las entidades o asociaciones participantes de un espectáculo deportivo son solidariamente
responsables civiles de los daños sufridos por los espectadores de los mismos en los estadios y
durante su desarrollo, si no ha mediado culpa por parte del damnificado”. La ley prevé el
llamado “hecho de la muchedumbre”, no como un hecho imprevisible, sino como un deber
inexcusable de preservar las medidas en la seguridad de los estadios[59].

Se trata de una responsabilidad legal y objetiva basada en el riesgo propio de una actividad
específica[60]. La ley ha puesto en cabeza de las instituciones dicha responsabilidad. La
pregunta fundamental, en atención al originario texto del art. 33, Ley Nº 23.184, es a quiénes
alcanza la norma, si es a aquellas que participaron en el control de la seguridad o a todas,
unidas directa o indirectamente en la realización del espectáculo.[61]
La jurisprudencia, aún antes de la reforma de la Ley Nº 24.192, entendió que “todas las
entidades o asociaciones o clubes que se sirven o aprovechan del espectáculo, forman parte
del aparato organizador” del evento deportivo, y en tal sentido, son atrapadas por el art. 33 de
la Ley Nº 23184 como sujetos pasivos del resarcimiento de daños causados a espectadores de
esos espectáculos”[62]. En este precedente se responsabilizó en forma solidaria al club local, a
la Liga Mercedina y a la Asociación del Fútbol Argentino, en partes iguales, a resarcir el daño,
por un hecho acaecido durante un partido oficial. Sostuvo en esa ocasión la Cámara que
“corresponde confirmar la sentencia que condena solidariamente a la AFA por el daño sufrido
por un espectador en un estadio de fútbol, pues si bien es cierto que no es su función controlar
la seguridad en el desarrollo del espectáculo, no caben duda de que organiza los torneos del
interior, percibe una parte importante del ingreso de las entradas, contrata seguros, etc…
Todo ello hace que dicha entidad se subsuma dentro de la figura contemplada en el art. 33 de
la Ley Nº 23.184, y por ende, cabe tenerla como sujeto pasivo del resarcimiento del daño
experimentado por el actor”.

La Cámara Tercera de Apelaciones en lo Civil, Comercial, Minas y Tributaria de Mendoza, en el


precedente “Romero”, señaló que “el carácter de organizador o participante del club
demandado, que se dedica a la práctica y fomento del deporte, participa en torneos, construye
estadios y juega con su equipo en su cancha, lo torna responsable en virtud de lo previsto en el
art. 1113 del Cód. Civ. – persiga o no fines de lucro - de los daños que puedan sufrir tanto los
espectadores como los protagonistas del espectáculo, pues con la organización del evento se
generan riesgos que, concretados en daños, deben ser reparados”[63]. En un precedente
anterior, y en fallo plenario, se pronunció coincidentemente la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil, Sala J.[64]

La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el precedente Mosca, dijo que “la


responsabilidad civil está regulada en el Cód. Civ., que establece la regla general del sistema.
Por su parte, la Ley Nº 23.184, es una ley de especificación, que no deroga ni excluye al Cód.
Civ., lo cual la diferencia de otras disposiciones que crean un subsistema autónomo, con
efectos derogatorios o excluyentes de la norma general, como ocurre en el caso de los
accidentes de trabajo. Esta calificación de la norma es relevante para interpretarla”. Y agrega
“que ante estas nuevas realidades que se erigen en complejas fuentes generadoras de daños,
cabe señalar que un sector de la doctrina autoral y jurisprudencial por vía de una
interpretación dinámica de la norma predica – para los supuestos de responsabilidad del
organizador del espectáculo deportivo en caso como el sub-examen donde el daño fue
causado directamente por la actividad desarrollada en el estadio de fútbol – la extensión de la
responsabilidad por riesgo de la cosa prevista en el art. 1113, párrafo segundo, apartado
segundo del Cód. Civ., al riesgo de la actividad desarrollada, intervenga una cosa o no” (La Ley
Nº 2007-B, 261). Y en definitiva, el fundamento último de la responsabilidad de los
organizadores y participantes es el descripto, pues el riesgo de la actividad que fomentan,
organizan o promocionan, lo lleva a responder por los daños causados en ocasión de dichas
actividades.[65]
No obstante, esta responsabilidad no alcanza al Estado, Provincia y/o Municipio. En este
sentido, la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Junín, en el precedente “Esterlich
de Trombetta”, sostuvo que la Municipalidad en cuya jurisdicción se realizó una competencia
automovilística no puede ser responsabilizada por la muerte de una persona ocurrida a causa
del despiste de un automóvil – en el caso, falleció un banderillero -, porque la circunstancia de
que haya autorizado el evento como espectáculo público no la convierte en organizadora y no
se le ha imputado incumplimiento alguno en cuanto a la observancia de los requisitos exigibles
para otorgar dicha autorización.[66]

VII. Conclusiones [arriba] -

De todo lo que hemos expuesto precedentemente, con relación a la legislación, doctrina y


fundamentalmente los precedentes jurisprudenciales, podemos concluir:

1.- El principio general en el ámbito deportivo es el de la irresponsabilidad entre los


participantes (se presume la licitud del daño ocasionado en el marco deportivo).

En consecuencia, dentro de las normas o reglas de juego, el daño causado por un deportista a
otro, no genera responsabilidad civil.

2.- Fundamentos de la presunción de licitud:

a).- La autorización del estado para la práctica de una actividad deportiva lícita, constituye una
causa de justificación.

b).- El consentimiento de la víctima o asunción del riesgo inherente al deporte de que se trate.

c).- Autorización del estado y consentimiento de la víctima.

d).- Conducta socialmente adecuada.


3.- Constituyen excepción al principio de licitud del daño ocasionado por los participantes, con
la consecuente obligación de reparar:

a).- Cuando media accionar que viola el reglamento y denote obrar culposo por imprudencia o
torpeza.

b).- Cuando existe un obrar intencional dirigido a provocar el daño.

4.- La responsabilidad civil del jugador se encuentra en el ámbito de la responsabilidad


subjetiva, es decir, por el hecho propio, con fundamento, como factor de atribución, en la
culpa o el dolo del autor.

5.- La culpa debe ser apreciada en concreto por el juez, “los jueces, al tiempo de dictar sus
sentencias, deben ponderar las consecuencias posibles de sus decisiones y – mientras la ley lo
consienta – han de prescindir de aquellas que verosímilmente sean notoriamente disvaliosas
(CS, Fallos 313: 532)”.

6.- Comprobada la existencia de la relación de dependencia, el organizador es responsable en


los términos del art. 1113, párrafo primero del Cód. Civ..

El concepto de dependencia en el ámbito deportivo debe ser apreciado con un criterio amplio,
conforme doctrina y jurisprudencia predominante.

7.- La Ley Nº 23.184 con la reforma introducida por la Ley Nº 24192, regula la responsabilidad
por los daños derivados de los espectáculos deportivos. La jurisprudencia acorde con la
reforma mencionada, extiende la responsabilidad impuesta por la ley originariamente a los
protagonistas y espectadores, estableciendo en esos casos, el principio de la responsabilidad
objetiva (art. 1113 Cód. Civil).

8.- El actual derecho de daños establece que la ausencia de ilicitud, no es razón suficiente para
rechazar la reparación del daño sufrido, en tanto se alerta constantemente sobre la progresiva
desaparición de la antijuricidad, ya sea porque se propugna que sólo puede eximirse de
responder quien justifica su conducta dañosa, o bien porque el imperio de la justicia
distributiva obliga a reparar la injusticia de que sea la víctima quien soporte el daño.
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[1] GIL DOMÍNGUEZ, ANDRÉS, Deporte, derecho y cultura. La Ley Nº 1997 – E – 1518.

[2] LÓPEZ MESA, Marcelo, Curso …, Tomo III, pág. 109.

[3] TRIGO REPRESAS, Félix –LÓPEZ MESA, Marcelo J. Tratado de la Responsabilidad Civil, T. II,
pág. 780.

[4] MAZZINGHI, Jorge (h). Los daños en el deporte. Una sentencia severa pero justa. La Ley Nº
1996-C, pág. 698

[5] La pancratio era un juego romano de pugilatio o boxeo que puede definirse muy
esquemáticamente como una combinación de lucha libre y judo con algunos golpes de boxeo.

[6] TRIGO REPRESAS, Félix A. – LÓPEZ MESA, Marcelo J. Tratado..., op. cit., Tomo III, pág. 783.

[7] Diccionario de la lengua española, pág. 482 – 21º edición –, Madrid, 1992.

[8] GIL DOMÍNGUEZ, Andrés. Derecho del deporte: El fútbol espectáculo – El afectado y los
derechos de incidencia colectiva en general (La Ley Nº 1999 – E, pág. 1).

[9] Citado por TRIGO REPRESAS, Félix A. – LÓPEZ MESA, Marcelo J. Tratado..., op. cit., Tomo III,
pág. 784.

[10] BREBBIA, Roberto H. La responsabilidad en los accidentes deportivos. (Bs. As., Ed. Perrot,
1962), pág. 8, Nº 1.

[11] BREBBIA, Roberto H. La responsabilidad en los accidentes deportivos. Problemática


Jurídica de los Automotores (Bs. As., Ed. OMEBA, año…..), pág. 220

[12] Conf. arts. 2052, 2055 y 2056 del Cód. Civ..

[13] LLAMBÍAS, Jorge J. “Responsabilidad Civil proveniente de Accidentes Deportivos”, ED 47-


947, cap. I y sus citas.

[14] MAZINGHI, Jorge A. “Los daños en el deporte. Una sentencia severa pero justa”, La Ley Nº
1996 – C, 701; CHARLIN, José A. y Paradiso Fabri, Gabriela. “Accidentes deportivos”, La Ley Nº
1990 – B, 138; C.N. Civ., Sala I, 23/12/2003, Serie c.98030/99.

[15] ORGAZ, Alfredo. La ilicitud, Ed. Marcos Lerner, Córdoba, 1992-Reimpresión, pág. 177/78
[16] ORGAZ, Alfredo, Lesiones Deportivas, La Ley Nº 151 – 1055.

[17] Conf. TRIGO REPRESAS – LÓPEZ MESA, en la obra ut supra citada, Tomo 3, pág. 793/796

[18] Ley Nº 20.655, art. 1º, “el estado atenderá al deporte en sus diversas manifestaciones…”;
art. 2º, “el estado desarrollará su acción alentando, promoviendo, asistiendo, ordenando y
fiscalizando la actividades deportivas desarrolladas en el país, conforme los planes, programas
y proyectos que se elaboren”.

[19] ORGAZ, Alfredo, Lesiones Deportivas, La Ley Nº 151-1056.

[20] BUSTAMENTE ALSINA “Teoría General de la Responsabilidad Civil”, Ed. Abeledo – Perrot,
pág. 536, Nº 1514.

[21] C.N.Civ., Sala D, Diciembre 17-982, “Crotoneo Ricardo D. C. Club Atrético Bánfield.

[22] MOSSET ITURRASPE, Jorge. “El Daño Deportivo, Responsabilidad De Su Autor Y De La


Institución”, La Ley Nº 1983 – D, pág. 385 y siguientes.

[23] MOSSET ITURRASPE, JORGE. “Responsabilidad por daños”, Tomo II, págs. 91/95, Ediar,
Bs.As.. En igual sentido, C.N.Civ., Sala G., “Raith., Gerard C. Ventura Heraldo” 28/04/1988,
L.Ley, 1990 – B, 137”.

[24] CHARLIN, José Antonio y Paradiso Fabbri, Gabriela. “Daños y Perjuicios: accidentes
deportivos”, La Ley Nº 1990 – B, 141

[25] Cám. Nac. De Apelaciones en lo Civil, Sala A, en “Berman, Gerardo c. Golding, Jorge N. del
06/04/1995, La Ley Nº 1996- C, 701, con nota de Jorge A.Mazzinghi (h).

[26] Conf. C.Civ. y Com. de Mar del Plata, Sala II, 18/05/99.

[27] En este sentido, MAZZINGHI, Jorge A. “Los daños en el deporte. Una sentencia severa pero
justa”, La Ley Nº 1996 – C, 703

[28] LOUSTAUNAU, Roberto. Particularidades de la culpa a fin de siglo, La Ley Nº 1998 – B, pág.
1253 – Responsabilidad Civil, Doctrinas esenciales, 01/01/2007, 525. En igual sentido, C. 1ª de
Apel. en lo Civil y Comercial de Mar del Plata, Sala I, en autos Piso, Roberto C/Camoranesi,
Mauro, 01/07/2010, La Ley Nº 2010-E, 152.

[29] MAZZINGHI (h), Jorge Adolfo en Los Daños en el Deporte. Una sentencia severa pero justa.
(La Ley Nº 1996 – C, 698).

[30] 18/05/1999

[31] Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Azul, Sala I, in re “Telechea, Fernando G.


c. Beldrio, Carlos D. y ots.” – 31/03/2005 –.

[32] Cámara Nacional en lo Civil, Sala I, in re “Santero”, 23/12/2003, JA 2004-II, 462.

[33] ALTERINI, Atilio A. Contornos Actuales de la Responsabilidad Civil, Bs. As., Ed. Abeledo
Perrot, 1987, pág. 13.
[34] Hersalis, Marcelo. Deporte y Violencia, en comentario al fallo de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil, Sala M, 17/10/2008, López, Haydeé, Alicia y ots. c. Club Atlético
Temperley Sociedad Civil”, La Ley Nº 2009-A, 486.

[35] CCC Sala I, Mar del Plata, Causa 141806, Pizzo, Roberto vs. Camoranesi, Mauro s. Daños y
perjuicios, 01/07/2010.

[36] C.S.J.N., “Santa Coloma, Luis c. E.F.A.”, considerando séptimo.

[37] ALTERINI, Atilio A. “Rumbos actuales del derecho de daños”, La Ley Nº 2008 – E, 1295, del
voto del Dr. Loustaunau en precedente G.J.M. c. Provincia de Buenos Aires, Cámara Primera de
Apelaciones de Mar del Plata, Sala II, 08/08/2009, L.L.B.A. 2010, Julio 504, con nota de M.
Estela Fernández Puentes.

[38] C.S.J.N., Fallos 316: 479 y La Ley Nº 1993 – D, 127.

[39] Conf. ALTERINI, Atilio A. Contornos Actuales de la responsabilidad Civil, Bs. As., Ed.
Abeledo Perrot, 1987, pág. 35.

[40] ALTERINI, Atilio A., Contornos…,op. cit. Pág. 38.

[41] Lambert – Faibre, Ivonne, “La evolución de la responsabilidad civil. De una deuda de
responsabilidad a un crédito de indemnización”. Derecho de Daños, Edit. La Ley, exordio, pág.
37.

[42] KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, su voto en “Molina, Hugo E. c. Consejo Municipal de


Deportes y ots.”, S.C.J.M., Sala I, 27/02/2006.

[43] BORDA, GUILLERMO A. “Obligaciones”, T. II, pág. 1373; LLAMBÍAS, JORGE J.,
“Obligaciones”, t.IV – A, nº 2451 y 2463 y sigts.; KEMELMAJER DE CARLUCI, AÍDA, “Cód. Civ. y
leyes complementarias, dirigido por Augusto Belluscio, T. V, pág. 432 y sigtes.

[44] MOSSET ITURRASPE, Jorge, “El daño deportivo: responsabilidad de su autor y de la


institución”, La Ley Nº 1983 – D, 384

[45] MAZZINGHI, Jorge Adolfo (h) “Los daños en el ejercicio del deporte”, E.D. T 174- 209.

[46] Cámara del Trabajo de la Capital Federal en pleno, in re “Vaghi c. Club River Plate”,
octubre 31-952, La Ley Nº 68-588

[47] Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires , “Villalba c. Rácing Club”, SC Provincia
Bs.As., febrero 19-952 – La Ley Nº 66-245.

[48] SPOTA, Alberto G. “Responsabilidad por accidentes deportivos” – JA 1942-II – 936.

[49] MOSSET ITURRASPE, Jorge “Un caso de responsabilidad extracontractual de una entidad
deportiva”, La Ley Nº 1987 – D – 266).

[50] S.C.J.M. en los autos “Vilchez, Miguel A. c. Club Sportivo Independiente Rivadavia”, La Ley
Gran Cuyo (Marzo), 142.
[51] Ver art. 1º, Ley Nº 24192.

[52] Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Mendoza, Sala I, en el precedente “Molina,


Hugo c. Consejo Municipal de Deportes y ots.”, 27-02-2006, RC y S., 2006 – 1367 – LLGran
Cuyo, 2006 (Diciembre), 1420 – La Ley Gran Cuyo 2007 (febrero, 28), con nota de Celia
Weingarten.

[53] Juzgado Civil y Comercial de San Isidro, 05/08/1996 – ED 174 – 211).

[54] Corte Sup., 28/04/98 – Z.,C.H. c. Provincia de Córdoba y ots.), J.A. 1999- I – 361; ED 1999-
181 – 203. Tal interpretación extensiva también había sido formulada por la Suprema Corte de
Buenos Aires el 11/05/1993 en “R., M.I. c. J.C.M.D.P.” – JA 1994 – I, 591; ED 157 – 33.

[55] Del voto de los doctores Moliné O´Connor y Vázquez.

[56] C.Civ. 2ª La Capital, JA 76-244; La Ley Nº 71385, cit. en MOSSET ITURRASPE, Jorge.
“Contratos” , Bs. As., Ed. Ediar, 1991, pág. 62, nº 82.

[57] MASNATA, Héctor . “El contrato atípico” Bs. As., Ed. Abeledo Perrot, 1961, pág. 26.

[58] MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos, pág. 62, nº 7.

[59] Ghersi, Carlos, “La responsabilidad deportiva”, en obra colectiva Responsabilidad Civil –
Ed. Hammurabi – Bs. As., 1992, pág. 481.

[60] Conf. VÁZQUEZ FERREIRA, Roberto. “La violencia en espectáculos deportivos:


Responsabilidad civil en la Ley Nº 23.184” – La Ley Nº 1985 – E – 586

[61] MAZZINGHI, Jorge (h). “Un supuesto de responsabilidad objetiva y sus justos límites” - ED
155 – 125.

[62] Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Mercedes, Sala II, Febrero 9 – 1993 – “Asprella
c. Liga Mercedina de Fútbol – ED 155- 126.

[63] Cámara Tercera de Apelaciones en lo Civil, Comercial, Minas y Tributaria de Mendoza, en


“Romero, Vicente Oscar c. Zlotolow, Sergio Gabriel y ots., LL Gran Cuyo, 2008 (Julio 587)

[64] Cám. Nac. de Apel. en lo Civil, Sala J, “OLAZAGASTE, Jorge Federico c. Automóvil Club
Argentino y ots.” 07/07/2005, RC y S, 2005 – 1290–.

[65] Conf. Alterini, Atilio A., “La responsabilidad del organizador de espectáculos deportivos
(trascendencia social positiva del fallo de la Corte Suprema en la causa “Mosca”), La Ley Nº
2007 – B- 360

[66] Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Junín, en el precedente “Esterlich de


Trombetta, Nora c. Beutec, Miguel Ángel y ot.” – La Ley Bs.As., 2007 (octubre), 1033 – DJ 2007-
III, 873

La responsabilidad civil del futbolista que lesiona a un contrincante en un lance del juego.

Comentario al fallo Pizzo, Roberto c/Camoranesi, Mauro s/Daños y Perjuicios


I. Introducción [arriba] -

Cuando un deportista sufre un daño durante el desarrollo de una competencia deportiva se


presenta la cuestión de saber si aquel tiene -o no- derecho a una indemnización, y en tal caso,
a cargo de quién resulta la obligación. Como principio general, las características propias del
deporte han determinado que no pueda juzgarse la eventual responsabilidad de los
participantes con el mismo criterio con que se aprecia la culpa en general (art. 1109 del Código
Civil argentino)[1], de donde, según algunos autores, no puede verse un acto ilícito en la
actuación de un jugador que hubiese procedido de una manera capaz de comprometer su
responsabilidad fuera del juego[2].

La sentencia del caso “Pizzo c/Camoranesi” es una de las muy pocas –en el mundo- que ha
responsabilizado civilmente a un futbolista –el dañador Camoranesi- condenándolo a
indemnizar a otro –el lesionado Pizzo- por los daños ocasionados en un lance de juego, esto es,
estando ambos deportistas disputando la tenencia de la pelota[3].

Debe destacarse que la jurisprudencia en materia de lesiones graves producidas entre


deportistas en pleno juego es escasa. Quizás ello se deba a que desde la Antigüedad, el
principio general ha sido el de la impunidad penal y el de la irresponsabilidad civil del
deportista dañador siempre que hubiera actuado dentro del marco de las reglas de juego de
un deporte aceptado por el Estado[4].

Según los autores que así lo postulan[5], la autorización estatal como causa de justificación
viene desde la antigüedad, más precisamente de Grecia (o la Hélade, en realidad), que estaba
constituida por ciudades-estados denominadas polis, cada una con su propia legislación y
soberanía, pero donde las competiciones panhelénicas se organizaban regularmente entre los
ciudadanos de las diferentes ciudades.

En la cuna del deporte organizado, no existió un Estado centralizado que pudiera


eventualmente autorizar administrativamente los deportes como en la actualidad y tampoco
puede hablarse de la existencia de reglas de juego tal como hoy se las concibe[6]. Sin embargo,
la asistencia y participación de las autoridades de las ciudades más importantes del mundo
heleno en los juegos Panhelénicos, permiten hablar de una particular “autorización del
Estado”.

Por otro lado, la teoría “de la asunción del riesgo” -que el demandado Camoranesi utilizó en su
defensa- en ocasiones opera inconscientemente en los deportistas víctimas de lesiones
convenciéndolos de que el daño sufrido debe ser aceptado como un infortunio del destino, sin
importar su gravedad. Esta construcción teórica postula que “el consentimiento tácito” que la
victima parece prestar en todos aquellos casos en que asume el riesgo de sufrir un daño,
tendría el valor de una convención sobre entendida con otra persona, por la cual aquella
renuncia por anticipado a reclamar eventualmente una indemnización por los perjuicios que
pueda sufrir[7].

En la práctica, según manifiesta el lesionado –Pizzo-, la asunción de los riegos deportivos es


una cuestión de medida, que reconoce en principio y en los deportes permitidos y organizados
por el Estado, que las lesiones corresponden a la esfera de lo lícito. Pero esta licitud inicial -o
esencial-, no importa convalidar o aceptar la mala intención de los jugadores, ni las graves
imprudencias o los excesos en perjuicio de los rivales[8].

El caso analizado permitirá hacer un recorrido sobre la jurisprudencia predominante en


materia de lesiones entre contrincantes en el fútbol que, desde el caso “Cotroneo” hasta el
presente, con el dictado del fallo “Pizzo c/ Camoranesi”, se basa fundamentalmente en la tesis
que postula que la autorización estatal origina dos clases de ilicitudes o infracciones a las
reglas de juego deportivas: las comunes en las que la irresponsabilidad es la regla[9] y las
extraordinarias, que serían ilícitas en sí mismas, sin posibilidad de justificación por parte del
deportista lesionador[10].

El propósito de este comentario será entonces analizar si dicha fundamentación es


jurídicamente apropiada y si la teoría de “la asunción del riesgo” empleada por la defensa de
Camoranesi, es aplicable a los casos de lesiones entre deportistas de deportes no riesgosos
como el fútbol.

II. Evolución histórica de la responsabilidad civil en materia de lesiones entre deportistas

Si se hace memoria respecto de los casos en que deportistas lesionados demandaron


judicialmente al lesionador por daños ocasionados durante el juego, no sólo en Argentina y en
el fútbol, sino en todos los deportes y en todo el mundo, se podrá apreciar fácilmente que,
desde tiempos remotos, la jurisprudencia es muy escasa debido fundamentalmente a que no
existe conciencia en los actores del sistema deportivo de que por las lesiones o por la muerte
producida en plena competencia deportiva, se puede responsabilizar al deportista que causó el
daño.

Ya en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad (-776 al 395) existía una especie de inmunidad
legal de los atletas que dañaban o mataban accidentalmente a sus rivales[11]. Probablemente
ello se deba a que en esa época en disciplinas como el pugilato, la lucha y el pancracio los
riesgos de lesiones graves y de muerte eran considerables, y que los legisladores, asiduos
participantes y asistentes a los Juegos Panhelénicos, se hayan visto influidos para establecer la
irresponsabilidad por la muerte del adversario[12].

En Roma, en materia de daños causados entre personas se recurrió en una primera etapa a
una figura penal como la “injuria”[13]. La Ley de la XII Tablas (a mediados del siglo V antes de
Cristo), no comprendía más que los ataques a la persona física, golpes y heridas más o menos
graves, pero sin distinguir si había intención culpable o simple imprudencia. Ya en el Derecho
Clásico la noción de la injuria por un lado se restringió exigiéndose la intención de dañar para
que hubiera delito pero por el otro se amplió desde el punto de vista de los hechos que la
constituían, agregándose el ataque a la personalidad bajo las formas más diversas: golpes o
heridas, difamación escrita o verbal, violación de domicilio, ultrajes al pudor y, en general,
todo acto que comprometiera el honor y la reputación ajena.

No obstante el avance del Derecho Romano respecto de otros pueblos civilizados de la


antigüedad en temas de responsabilidad por daños, no se encuentra un desarrollo teórico de
un principio general de responsabilidad[14] pero en materia de accidentes en el deporte se
conocen antecedentes que dieron lugar a respuestas de los iurisprudentes[15] y a decisiones
pretorianas que en definitiva dejan en claro que el consentimiento del deportista, si era
ciudadano romano, es decir si poseía los tres status: libertatis, civitatis y familiae, impedía
cualquier reclamo salvo que el daño fuera doloso o se causara violando las reglas del
juego[16].

En la Edad Media no se registraron avances significativos respecto de la responsabilidad por


daños causados entre deportistas a pesar de que en los Torneos y en las Justas se producían
gran cantidad de heridos y muchas muertes[17]. Tampoco se produjeron cambios relevantes
en la Edad Moderna y ello se ha debido, quizás, a que los deportes que llegaron a tener un
mayor grado de desarrollo y organización desde los Juegos Olímpicos griegos hasta esas
épocas, eran los practicados por los integrantes de las clases sociales más altas que veían en la
práctica de sus deportes y pasatiempos favoritos, antes que un medio de ascenso social o de
procurarse un medio de vida, tan sólo una forma de relacionarse socialmente entre pares que
compartían un código moral que estaba por encima de las simples reglas de juego.

Ya en el siglo XX, con la llegada del profesionalismo y el reconocimiento de la relación laboral


del deportista profesional con el club, en especial en el fútbol, a partir del caso “Eastham vs
Newcastle”(1963) en Inglaterra[18], cambiaron sustancialmente los valores. El amateurismo
exigía que los deportes se practicaran sólo entre los integrantes de determinado grupo social,
por ello sus reglas se crearon para mantener a los miembros de otras clases sociales alejados
de su práctica[19] . Dentro de esa estructura social, no existía posibilidad alguna de acciones
judiciales buscando un resarcimiento económico si en la disputa deportiva se producían
lesiones entre deportistas.
Tanto en las legislaciones antiguas como en las modernas[20], el principio general ha sido
siempre el de la impunidad penal e irresponsabilidad civil del jugador lesionador cuando ha
actuado correctamente y el deporte ha sido previamente autorizado por el Estado. Esta
distinción es fundamental, ya que, en defecto de esa autorización, los daños ocasionados en
un deporte no autorizado se rigen por las normas comunes sobre responsabilidad[21].

III. Los fallos más conocidos de la jurisprudencia argentina en materia de lesiones entre
deportistas en un lance de juego [arriba] - Los casos “Cotroneo c/Banfield”, “Berman
c/Goldin”, “Telechea c/Beldrio” y “Gil, Osvaldo c/Sociedad de Fomento”

Entre los escasos precedentes judiciales sobre la materia en fútbol, el primero y más
importante por su influencia en la jurisprudencia nacional, es el caso “Cotroneo c/ Banfield y
otro”[22] de 1982, donde se resolvió que “…el deber de responder por las lesiones deportivas
tiene origen en los siguientes casos: a) cuando existe una acción "excesiva" que viola grosera y
abiertamente el reglamento del juego. Y b) cuando existe intención de provocar el resultado
dañoso, sea durante el desarrollo del juego o bien cuando éste se encuentre detenido”[23].

La doctrina del fallo “Cotroneo” fue seguida y ampliada por la Cámara Nacional Civil, Sala A, en
1995 en el fallo, “Berman Gerardo R. c. Goldin, Jorge N.”[24], pero haciendo una distinción
respecto de su precedente al no adherir a ninguna doctrina en particular,
puntualizando:“…que cualquiera sea la posición doctrinaria a que se adhiera en esta materia
de lesiones por accidentes en el deporte, debería concluirse que en la especie el deber de
responder tendría su origen, al menos, en una acción o de , agregando que “aun asumiendo
que el deporte del fútbol tiene riesgos inherentes a su práctica normal y que, conforme lo
sostiene Orgaz, la autorización estatal crea una presunción de licitud en cuanto a las
consecuencias que resultan de su ejercicio, (conf. art. 901, Cód. Civil), de modo que las
lesiones derivadas de tales acciones estarían de antemano justificadas como la actividad
misma de la que proceden, debería coincidirse que el caso en examen encuadra entre aquellas
hipótesis que, según el propio autor, acarrean responsabilidad civil…”[25]

En ambos casos los deportistas fueron responsabilizados por lesiones provocadas durante el
encuentro deportivo pero sin disputa del balón, ya que en “Cotroneo” segundos antes del
golpe había sido sancionada una falta, y en “Berman” la pelota estaba en poder del actor al ser
agredido. En ninguno de los dos casos “la pelota estaba en juego” es por eso que resulta
sumamente interesante la resolución dictada por la Sala I de la Cámara Civil y Comercial de
Azul en el caso “Telechea c/Beldrio” en el año 2005, que decidió confirmar parcialmente la
sentencia de primera instancia y condenar a un futbolista que lesionó a otro en un lance de
juego con disputa del balón[26].
En este caso, se adhirió a la tesis de la autorización estatal para justificar la presunción de
“licitud” que ampara los daños deportivos, y se afirmó que esta postulación abarca todas las
consecuencias dañosas que irroga el juego dentro del reglamento y también aquellas
infracciones reglamentarias que son 'normales' o 'inevitables' en vista de las características de
la actividad de que se trate, compartiendo en lo sustancial la postura sentada en el fallo
“Cotroneo” y la tesis de Alfredo Orgaz, a las que se hizo expresa referencia.

En el caso "Gil, Exequiel Osvaldo y otro contra Sociedad de Fomento Deportivo y Cultural Siglo
XX y otro. Daños y perjuicios”[27], la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires se focalizó
en los riesgos del deporte y sus límites, afirmando que en todo partido de fútbol los jugadores
se exponen a los riesgos propios de esa práctica deportiva que muchas veces derivan en
lesiones. Cuando tales lesiones provienen del riesgo normal que imponen las reglas del juego,
ellas quedan cubiertas por la "licitud" del mismo. Agregó además que la irresponsabilidad en
los accidentes deportivos, resulta de la concurrencia de diversos elementos: la licitud del juego
o deporte mismo; el consentimiento de la víctima para exponerse y someterse a los riesgos
inherentes al deporte que practica; la ausencia de dolo, culpa u otra circunstancia que
comporte la responsabilidad del autor del daño; y finalmente la observancia de las reglas,
pragmáticas o cánones del juego o deporte de que se trate [28].

Finalmente el Tribunal reconoció que el ejercicio de toda actividad deportiva requiere de un


esfuerzo físico y/o intelectual superior al habitual, a la par que implica un riesgo en el que se
ven comprometidos sus contendientes, y adhirió a la postura que señala como causa
justificante para excluir la antijuridicidad como presupuesto de la responsabilidad civil a la
autorización del Estado, pero excluyendo expresamente la asunción del riesgo como causa de
exoneración, si no se demuestra una falta de la víctima[29].

Con especial referencia a “Cotroneo”, concluyó en que la licitud deportiva abarca las
consecuencias dañosas que irroga el juego dentro del reglamento, como así también aquellas
infracciones reglamentarias que son normales o inevitables en vista de las características de la
actividad de que se trate, y por ello las lesiones deportivas sufridas por un jugador sólo dan
lugar al deber de resarcir cuando media una accionar que viola el reglamento del juego y
denota un obrar culposo por imprudencia o torpeza o, claro está, cuando existe un obrar
intencional dirigido a provocar el daño.

IV. La autorización estatal en el fútbol .


Como ya se dijo, parte de la doctrina encabezada por Orgaz ha sostenido que la autorización
legal de la práctica de un deporte actúa como causa de justificación. En ese entendimiento la
intervención del Estado hace que las lesiones que resulten de practicar los deportes
autorizados, cuando sean acciones propias del juego, no generen responsabilidad civil ni penal
por el hecho ilícito. En tal caso, dichas acciones no serían propiamente inculpables, sino
lícitas[30].

La tesis se apoya en lo normado por el art. 2055 del Código Civil[31], que tácitamente
reconoce la licitud de los juegos deportivos, con posterioridad, luego a partir de 1904, se
agregó la ley 4.345 de Fomento de los juegos atléticos y del fútbol, desde 1969 se basó en la
ley 18.247 de Fomento y Desarrollo del Deporte y, finalmente, en la Ley Nacional del Deporte
20.655[32] de 1974 todavía vigente, y en numerosas leyes nacionales y provinciales de
fomento y promoción de los deportes[33] en virtud de que el deporte no es una materia
expresamente delegada al Estado Federal.

Según el profesor cordobés el deportista dañador sólo respondería “por daños causados con
violación a las reglas de juego con notoria imprudencia o torpeza (acciones excesivas o
brutales): responsabilidad penal y responsabilidad civil por “exceso” en el ejercicio del deporte
(art. 35 del Cód. Penal)[34]. Otra parte de la doctrina cuestiona esta postura basándose en la
distinta jerarquía de las normas administrativas que autorizan la práctica deportiva frente a las
que sancionan penalmente o determinan la responsabilidad por daños[35].

Además de la jurisprudencia ya citada, también se ha resuelto que la del deporte llevado a


cabo con autorización estatal abarca todas las consecuencias dañosas que irroga el juego
dentro del reglamento y también aquellas infracciones reglamentarias que son o en vista de las
características de la actividad de que se trata[36] y que la autorización del Estado para
practicar un deporte riesgoso constituye una causa de justificación suficiente para eximir de
responsabilidad civil al club y a la asociación organizadora del evento, respecto del daño
sufrido por un jugador como consecuencia de un accionar normal y habitual en el juego[37].

Nuevas doctrinas consideran que en el estado actual de la doctrina de la responsabilidad, es


materia sentada que la autorización otorgada por el Estado para desarrollar una determinada
actividad no intercede en la concreción del deber de reparar el daño, el que se regiría por
normas que le son propias y que determinan en cada caso si la actividad, en principio lícita por
estar autorizada, genera, por sus características, la obligación de resarcir el daño causado.
Dicho estado doctrinario ha sentado la premisa de que la actividad lícita, aún autorizada, se
transforma en ilícita cuando provoca un daño por violación del deber general de no dañar a
otro, implícito en el art. 19 de la Constitución Nacional[38].
Pero quizás la crítica más importante que ha recibido la tesis de la “autoridad estatal” sea la
que observa un error de principio en el positivismo legalista que la sustenta dado que busca
resolver la cuestión de las lesiones deportivas solo mediante preceptos de la ley positiva de los
cuales se deduce que causar la muerte o lesiones en los deportes, dentro de ciertos límites es
un acto permitido[39]. Para ello se citan ejemplos de actividades autorizadas por el Estado y
por ende lícitas que no importan que quien las realice esté eximido de resarcir los perjuicios
que resulten de ella[40].

V. La asunción de los riesgos en el fútbol.

La denominada asunción de riesgos no surge del derecho positivo argentino, si a ello se le


suma la variedad de criterios imperantes, tanto en la doctrina como en la jurisprudencia
nacional[41] y extranjera[42], se puede inferir que su delimitación conceptual parece de
cumplimiento imposible. La aceptación de riesgos como factor que permite atribuir el daño a
la propia víctima, es una creación de la jurisprudencia francesa de mediados del siglo XIX[43] y
se configura cuando una persona se expone en forma consciente y voluntaria a un peligro
específico creado por otro[44].

Si el daño se causa en la práctica de un deporte, con pleno cumplimiento de las reglas de


juego, el lesionador no debe reparar a la víctima. El fundamento de esta teoría reside en la
aceptación, por los participantes, de los riesgos propios de cada deporte[45]. En nuestro país
no existe acuerdo pacífico en doctrina sobre el concepto, algunos autores afirman que es una
eximente autónoma, y otros se manifiestan por la posición contraria[46].

El Proyecto de Código Civil y Comercial 2012 establece que la asunción voluntaria de riesgos
por parte de la víctima será determinante en los casos en que esta conducta implique una
contribución causal al resultado dañoso[47], pero no obstante la ausencia de regulación
positiva hasta el presente, la jurisprudencia ha aplicado esta construcción jurídica para liberar
al deportista dañador del deber de reparar el daño ocasionado al dañador[48].

En la práctica, en la mayoría de los casos, no se celebra un acuerdo de irresponsabilidad pero


como la asunción de riesgos puede ser unilateral, lo que generalmente ocurre es que, sin
declaración al respecto, se produce una aceptación tácita del riesgo derivado de la actividad
deportiva y de las acciones de cada jugador[49]. De todos modos, cuando los daños son
sufridos en la propia persona o en su integridad física, la aceptación de los riesgos no tiene
aptitud para hacer desaparecer la ilicitud de la acción del dañador, por cuanto las personas
carecen de poder de disposición sobre tales bienes que están fuera del comercio y sin de
interés público[50].
Para algunos autores la aceptación de riesgos, como factor que permite atribuir el daño a la
propia víctima, sólo se configura cuando una persona asume un riesgo anormal o
extraordinario y esta conducta es idónea para dañarla[51]. Y en el fútbol, los deportistas no se
exponen a un riesgo anormal o extraordinario, por lo que la responsabilidad de los
protagonistas del juego debería valorarse por la actuación que le cupo personalmente a cada
jugador en el evento dañoso[52].

VI. El Caso “Pizzo c/Camoranesi. Los hechos.

El día 14 de agosto de 1994, en oportunidad en que se desarrollaba un partido de fútbol entre


los primeros equipos del club Alvarado y de Aldosivi, ambos de la ciudad de Mar del Plata,
cuando promediaban los 40 minutos del primer tiempo, Roberto Javier Pizzo recibió la pelota
sobre la franja izquierda del sector medio de su propio campo[53], bajándola y punteándola.
En dichas circunstancias, por su lateral derecho apareció el jugador Camoranesi, quien con su
pierna izquierda en forma de "plancha", golpeó con la planta del botín sobre la cara interna de
la rodilla izquierda de Pizzo.

A raíz de tal hecho, el actor sufrió lesiones en el ligamento cruzado anterior, en el ligamento
cruzado posterior, en el ligamento lateral externo, en los meniscos interno y externo, en la
cápsula de la rodilla, en el tendón del biceps, en el nervio, sufrió varios hematomas y
desgarros, estando a punto de ser seccionada la arteria femoral. Ante tal situación, el árbitro
del encuentro suspendió de inmediato el juego, convocando a los auxiliares médicos y
expulsando a Camoranesi.

El día 17 de agosto de 1994 se le realizó a Pizzo la primera intervención quirúrgica, con un


periodo de rehabilitación lento y doloroso, debiendo permanecer con yeso y en total reposo
durante un mes, para luego desplazarse con muletas, sometiéndose a partir del 27 de
septiembre del mismo año a sesiones de fisioterapia. El día 9 de marzo del 1995 fue operado
nuevamente, dada la complejidad del daño, con nuevo período posterior de rehabilitación.

VII. Argumentos de la Parte actora.

El jugador lesionado afirmó que el demandado Camoranesi no tuvo intención de jugar la


pelota, sino que movió su pie en forma elevada, apuntando directamente a la pierna del
accionante, en una actitud que califica como dolosa, a sabiendas de que el balón se
encontraba en otro sector. Que la "plancha" ejecutada por el demandado, además de ser
antirreglamentaria es considerada de alto riesgo y sus consecuencias son plenamente
conocidas para quienes practican fútbol, más aun para aquellos, como el accionado, que lo
hacían en forma profesional.

Respecto de los antecedentes del ofensor remarcó que a raíz de su acción y expulsión, le
fueron aplicadas seis fechas de suspensión por parte de la Liga Marplatense de Fútbol,
remarcando el contraste, en materia de comportamiento deportivo con el lesionado Pizzo
quien era un destacado jugador, que había recibido numerosas distinciones por su
caballerosidad deportiva y que nunca había sido expulsado de una cancha[54]. Camoranesi en
cambio, representaba lo opuesto a Pizzo, toda vez que en su primera temporada local, en
1994, transcurridas 13 fechas del torneo oficial había sido expulsado en cuatro oportunidades,
a lo que se suman expulsiones posteriores en partidos del Torneo del Interior.

En síntesis, sostuvo que la obligación de Camoranessi de indemnizar se configuró por los


siguientes extremos: a) por haber violado los reglamentos del juego; b) por ser expulsado de la
cancha, y luego severamente sancionado y c) por lesionar a Pizzo, en forma intencional,
produciéndole un gravísimo daño. Distribuyó su pretensión indemnizatoria en los siguientes
rubros y montos: 1) daño emergente, por el que reclamó $ 6.000; 2) lucro cesante, por $
194.400; 3) daño moral por $100.000; 4) pérdida de chance por $543.600; 5) y daño estético,
por $40.000.

VIII. Argumentos de la parte demandada.

Camoranesi afirmó que la realidad de los hechos fue muy distinta a la relatada en el escrito de
demanda, ya que si bien resulta cierto que a raíz del encuentro de fútbol desarrollado el día 14
de agosto de 1994 entre los Clubes Alvarado y Aldosivi, Pizzo debió abandonar el campo de
juego, ello se debió a un choque de piernas producto de la disputa del balón, propia del juego
desarrollado. Que la imprudencia y la falta de diligencia, al tratarse de la práctica de un
deporte, deben valorarse teniendo en cuenta la tipicidad del juego o deporte, y no con
relación a las normas de prudencia que rigen para el buen padre de familia.

Agregó que la falta de voluntad de dañar en un choque o roce de los tantos que se producen
en un campo de juego, había quedado evidenciada por la carencia de instrucción de causa
penal, a lo que debía sumarse que la prensa local, había atribuido el hecho a un infortunio
propio del juego. Consideró además que no debe obviarse que el riesgo y/o peligrosidad de
ciertas manifestaciones deportivas es conocida para quien participa de ellas, y que al tratarse
de circunstancias específicas y relativas al deporte, debía el accionante demostrar la culpa en
el accionar del demandado.
Desconoció y negó la producción de los daños invocados en la demanda, por ser la lesión
denunciada por su contraparte común en futbolistas profesionales, y porque luego de una
lesión de ese tipo, se puede volver a desarrollar normalmente la actividad deportiva. Que ese
fue el caso, dado que Pizzo volvió a integrar, con posterioridad, el plantel de Alvarado.

IX. Argumentos del Club Aldosivi.

Pizzo no demandó al club Aldosivi pero Camoranesi pidió la citación del club en calidad de
tercero con fundamento en que el hecho tuvo lugar cuando él se hallaba bajo relación de
dependencia de dicha entidad.

El representante del Club reconoció, por resultar un hecho público y notorio la celebración del
encuentro de fútbol entre los clubes y en el día indicados en la demanda; que el jugador de la
institución Aldosivi golpeó mediante la utilización de la denominada "plancha" al accionante,
quien era jugador del Club Alvarado, obligando a éste a abandonar el campo de juego. Afirmó
que Camoranesi nunca revistió la calidad de dependiente jurídico respecto de la institución,
toda vez que era jugador amateur, porque no había existido contrato de ninguna especie entre
ambos, percibiendo solamente un viático por su movilidad, como ocurre con el resto de los
clubes que militan en el fútbol local.

Considera que en el caso no se dio la figura de la subordinación, toda vez que durante el
desarrollo del juego el club no controla la conducta del futbolista dentro del campo de juego,
limitándose a dirigirlo tácticamente, sin impartir instrucciones en el sentido de dañar al
jugador contrario o violar el reglamento.

Describió como grosera y descalificadora a la falta cometida por Camoranesi, que la conducta
manifiestamente violatoria de sus deberes, llevó a romper cualquier lazo de causalidad
respecto del Club Aldosivi, y que dichas conductas frente a su reiteración con posterioridad a la
lesión de Pizzo, determinaron la desvinculación de la relación mantenida.

X. La Sentencia de la Primera Instancia [arriba] -

Respecto de los hechos, el Magistrado de Primera Instancia, entendió que Pizzo bajó el balón,
el que por efecto de un rebote en su pierna izquierda se adelantó, y ello lo llevó a intentar
efectuar un enganche hacia el centro del campo. Que en tales circunstancias, Camoranesi
arribó al lugar, desde la derecha de Pizzo, y con el botín de su pierna izquierda, en forma de
"plancha", impactó directamente sobre la zona de la rodilla de la pierna izquierda del actor.
Que en el momento del encuentro de los futbolistas la pelota se encontraba casi a ras del piso
y que antes de tal encuentro el accionado levantó su pierna, peligrosamente en "plancha" de
forma tal que razonablemente, y de acuerdo a la dirección por él dada, no podría tener otro
efecto que no fuera impactar directamente sobre la pierna de su rival.

En relación a la participación de actor y demandado, si bien consideró que en el caso no


existen elementos suficientes para calificar el accionar del Sr. Camoranesi como intencional, no
obstante, a su criterio, la acción denotó una “notoria imprudencia o torpeza, un exceso en la
práctica del deporte, un accionar anormal y evitable, que determinó su responsabilidad por las
consecuencias causadas por tal obrar disvalioso (arts. 512, 1109 del Código Civil). Y al arribar a
tal conclusión no he obviado la ponderación de las características propias del deporte en
cuestión, ni el énfasis o enjundia que pudieren determinar la conducta de los futbolistas en su
accionar, ni tampoco la rivalidad deportiva que existía entre ambas instituciones del fútbol
local en la época del hecho. No obstante ello, a mi criterio, tales extremos no justifican superar
la barrera de lo tolerable en la conducta de los deportistas dentro de un campo de juego;
debiendo primar, más que otro tipo de interés, la defensa de la protección de la integridad
física de tales deportistas, cuya desprotección conduciría al deterioro y/o destrucción de la
actividad deportiva misma”.

Resumió el Magistrado su postura afirmando que “en el caso se ha justificado en el accionar


del demandado Sr. Camoranesi, una conducta calificable como imprudente y excesiva,
contraria a la regla general de respeto a la integridad física de un par, que se ha tornado
disvaliosa, generadora de daños, lo que determina en la atribución de su responsabilidad en el
evento ( arts. 375, 384 del C.P.C.)”.

En relación a la responsabilidad del Club Aldosivi, el Juez resolvió que habiéndose justificado
que el demandado Camoranesi se encontraba bajo la dependencia y/o subordinación jurídica o
técnica del Club, y habiendo •provocado daños en la persona de su par, el Sr. Pizzo,
correspondía concluir en la responsabilidad del tercero citado, debiéndosele extender al
mismo los efectos del pronunciamiento (arts. 43, 1er. párrafo art. 1113 del Código Civil; arts.
375, 384 del Código Procesal Civil y comercial).

Tal responsabilidad encuentra su fundamento en el primer párrafo del art. 1113 del Código
Civil, dado que la dependencia que contempla dicha norma no requiere necesariamente un
vínculo contractual entre el principal y el subordinado, ni que las tareas sean permanentes y
remuneradas. Lo decisivo, en el punto, es la existencia del derecho a dar órdenes o
instrucciones acerca de cómo deben cumplirse las funciones, el que suele traducirse en la
facultad de dirigir, vigilar e intervenir, así como que tales funciones satisfagan un interés de
quien da esas órdenes e instrucciones[55].

Incluso, adoptando una concepción más amplia, se ha considerado la extensión de la


responsabilidad aun cuando no se configure una estricta subordinación, sino simplemente una
conexión funcional o una integración dinámica de actividades, en tanto el principal tenga
alguna injerencia en el desenvolvimiento del dependiente o poder de supervisión sobre los
medios y métodos empleados. Al respecto no importa la permanencia o no de la prestación de
los servicios, como tampoco la ausencia de onerosidad[56].

Participando de un concepto de "dependencia" amplio, no debe obviarse que tras la reforma


del Código Civil a su art. 43, al referirse a la responsabilidad extracontractual de las personas
jurídicas, los administradores, los órganos y los dependientes de esta comprometen la
responsabilidad de esa persona ideal por los daños acaecidos en ocasión de la incumbencia[57]

En el caso, agregó el Magistrado, ha quedado reconocido que el demandado Camoranesi, se


encontraba formando parte del encuentro deportivo como jugador del primer equipo del
tercero citado, vistiendo sus colores y defendiendo su interés deportivo. Habiendo sido elegido
para integrar el equipo oficial del club, éste tenía la obligación de vigilar o controlar su
desempeño, con autoridad suficiente para decidir su participación efectiva en el juego o su
reemplazo por otro jugador; lo que permitiría encuadrar la cuestión, más allá de la
dependencia y/o subordinación, dentro de la órbita de la culpa "in eligendo" e "in vigilando"

Por otro lado, no importaba según el criterio del Juez que se estuviera frente a un jugador
profesional o amateur, toda vez que no obstante ello, el deportista amateur se encuentra
sometido a las directivas del club al que representa en el encuentro deportivo, poniendo su
esfuerzo y empeño en tal defensa, lo que implica una subordinación desde el punto de vista
jurídico y técnico.

XI. Los agravios del co-demandado Camoranesi [arriba] -

El futbolista demandado formuló, como primera objeción al fallo, que se lo haya condenado
por un daño causado en el marco de un evento deportivo, sin intención y en la propia disputa
del balón. Señalando que las acciones excesivas e imprudentes dentro del juego están
sancionadas como infracción pero no implican ilicitud jurídica y que quien se expone a un
juego de contacto asume un riesgo natural a su integridad física.
Imputó al Juez de Primera Instancia un desconocimiento total del fútbol esgrimiendo que lo
que aconteció fue una desafortunada disputa del balón y que no puede condenarse por
jugadas riesgosas sin intención de dañar, so pena de atentar contra la esencia misma del
deporte y reprochar la fuerza, la velocidad y la vehemencia en la disputa. Por último, criticó al
fallo por una cierta contradicción al describir, por un lado, el vigor del deporte, y por otro,
tildar de imprudente la conducta de Camoranesi en el infortunio.

En resumen, el argumento principal de la apelación ha sido que las acciones excesivas e


imprudentes dentro del juego no deben ser calificadas como una ilicitud jurídica dado que los
jugadores de fútbol al exponerse a un juego de contacto asumen el riesgo de ver dañada su
integridad física.

XII. La Sentencia de la Segunda Instancia [arriba] -

El Juez encargado de votar en primer lugar decidió que “el consentimiento dado por la víctima
o mejor dicho la aceptación de los riesgos propios del fútbol, la autorización estatal para su
ejercicio, las conductas que hoy en día se aprecian como frecuentes o habituales en las
contiendas futbolísticas y las contingencias propias ocurridas en torno al caso inspeccionado,
convergen en la revocación de la sentencia primigenia”, recomendando rechazar la demanda
incoada por Pizzo contra Camoranesi, con costas al vencido.

Los fundamentos principales para el rechazo de la demanda se sustentaron en la asunción del


riesgo de practicar un deporte que el Estado argentino autoriza y en calificar la acción
deportiva que causó la lesión como “frecuente o habitual en las contiendas futbolísticas”

Según el Magistrado, “no se comprobó que la lesión sufrida por el actor durante el partido
obedeciera a un accionar del demandado que pueda calificárselo de excesivo, brutal o
imprudente, sino más bien de "común" por la velocidad o el ímpetu propios del fútbol,
encontrándose enmarcada dentro de los riesgos que asumen quienes practican tan arrasador
deporte, según se observa a diario en los medios periodísticos y televisivos (…) Si el deporte se
encuentra autorizado por el Estado, su ejercicio es lícito y si las lesiones inferidas son el
resultado del riesgo que éste representa, el consentimiento para la práctica del juego lleva
implícita su conformidad para afrontar las consecuencias dañosas.”

XIII. El voto del Dr. Rosales Cuello [arriba] -


El Magistrado que votó en segundo lugar, en cambio, concluyó en la responsabilidad de
Camoranesi por grosero apartamiento de las reglas del deporte. Para ello, en lo sustancial,
siguió la línea del caso “Cotroneo”[58] y de la doctrina prevaleciente[59], distinguiendo la
existencia de dos tipos de ilicitudes: las comunes y las extraordinarias. Para las primeras, se
reservó la irresponsabilidad, salvo que la intención indicara lo contrario; y para las segundas,
un criterio objetivo de ilicitud sin posibilidad de justificación, denominada por Bueres como “la
ilicitud objetiva de las jugadas excesivas”[60].

En el fútbol, continúa su voto Rosales Cuello, “es común que los rivales se golpeen, que se
cometan faltas, que un defensor enganche desde atrás al delantero que se escapa con la
pelota hacia el arco contrario. También es frecuente que los jugadores que saltan a cabecear
choquen entre sí involuntariamente, o por un exceso de vehemencia. Esos daños ocasionados
por el riesgo normal de un deporte determinado, difícilmente puedan ser imputados a título
de culpa”[61].

Luego realiza una necesaria distinción entre lo “normal” y lo “frecuente”, “El desafío entonces
está en sentar en concreto esa pauta de normalidad, proceso que no deberá disociarse de las
circunstancias que singularizan al suceso, si lo que se quiere es concluirlo con éxito. Esa
normalidad no estará relacionada con la frecuencia con que estas lesiones se reproducen en el
juego, sino con la . Es claro que en el caso en análisis por las circunstancias del juego y de la
acción en particular, Pizzo no podía siquiera imaginarse que un adversario fuera directamente
a golpearlo en su rodilla con la suela del botín mediante una plancha con pierna cambiada y
con todo el peso de su cuerpo”.

Quizás por ello, el Juez admite cierta perplejidad ante el hecho al reconocer que “al cabo de
apreciar en reiteradas oportunidades las imágenes contenidas en el video del partido durante
el cual se produjera el suceso cuyas consecuencias se demandan (…), no he logrado desterrar
la impresión inicial de innecesaria y brutal agresión que me dejara el comportamiento
protagonizado por el demandado. Es que observados con detenimiento los movimientos
descriptos por ambos jugadores en la secuencia que culminara con la lesión, se avizora
claramente que el actor concentrado en alcanzar la pelota, esfuerza su pierna izquierda en
apertura y extensión, tomando contacto con ella y alejándola.

Por el contrario, el demandado se desentiende por completo del recorrido del balón yendo
directamente a la intercepción de la humanidad de su contrincante, quien como producto de
la acción antes descripta, se encontraba con la pierna izquierda en abducción y extendida,
próximo apoyar el talón de ese pie sobre el campo, dejándola en un vulnerable ángulo agudo.
Lejos de adoptar una postura que minimice los efectos del contacto en esas condiciones de
inferioridad de su oponente, éste aumenta el poder ofensivo de su accionar elevándose,
levantando innecesariamente su pierna izquierda en forma de plancha, concentrando en el pie
de ese lado todo el peso de su cuerpo potenciado por la velocidad desarrollada, tomando
contacto con la zona media del miembro inferior del lesionado, parándose literalmente sobre
la rodilla que se encontraba suspendida entre dos puntos de apoyo distantes: el suelo y la
cadera.”

No se aprecia, por parte de Camoranesi, intención de mitigar los efectos de su violencia física y
esa actitud configura un agravante a los ojos del Magistrado: “Direccionar su accionar hacia la
disputa de la pelota, efectuar alguna maniobra evasiva, disminuir su velocidad, omitir levantar
el pie a esa altura o simplemente flexionar la rodilla al sentir la presencia del otro jugador bajo
su botín, se inscriben entre las medidas omitidas y que hubieren posibilitado evitar o disminuir
los riesgos y descartar toda indiferencia hacia su producción (art. 512 del Cód. Civil -aplic.
analóg.)”.

Describe el Magistrado, también con gran precisión y detalle, las circunstancias del partido que
no hacían presagiar una reacción tan desmedida por parte de cualquiera de los futbolistas en
cancha. “Las demás circunstancias que se dan cita en el evento, lejos de mejorar su situación,
contribuyen a confirmar esa convicción. El sector del campo donde se produce el hecho -mitad
defensiva del equipo del lesionado- descarta el riesgo para la valla del conjunto que integraba
Camoranesi, el modo en cómo aborda a Pizzo -de costado- imposibilita interpretarlo como un
involuntario reflejo defensivo de su parte, y la posición de la pelota al momento del contacto -
superando la ubicación del agresor- elimina la intención de su disputa. Ese conjunto de
contingencias demuestra lo innecesario y excesivo del comportamiento desplegado.

Se suma a ello la inoportunidad temporal -Camoranesi llega a Pizzo a destiempo-, anatómica –


lo golpea a la altura de la rodilla- estratégica - lo derriba en la mitad de campo del lesionado
ganando por dos goles- y posesional -la pelota había superado al agredido y agresor sin
elevarse-, lo cual imposibilita entenderlo como parte del juego, tornando difícil calificarlo
incluso como infracción deportiva, erigiéndose en la más cabal muestra de aquello en lo que
no se debe convertir el deporte.

Finalmente, la calidad de hecho notorio que adquiriera la condición de diestro del sancionado,
mediante la difusión masiva de los encuentros que el seleccionado de Italia disputara en este
Mundial, termina de cerrar el cuadro de circunstancias que vuelven civilmente reprochable su
actitud, puesto que la experiencia demuestra que quien pretende disputar una pelota dividida
no enfrenta al contrario con su pierna inhábil -izquierda-, tal como éste lo hizo”

XV. El voto del Dr. Loustanau [arriba] -


Según el Magistrado, “el deber de responder por daños derivados de lesiones deportivas
resulta procedente cuando: a) el daño se ha producido por una acción "excesiva" que viola
grosera y abiertamente el reglamento del juego. b) en la acción se evidencia la intención de
provocar el resultado dañoso, sea durante el desarrollo del juego o bien cuando éste se
encuentre detenido (Este Tribunal Sala II causa Nº 143.268 de agosto de 2009 con cita de
Bueres Alberto J. su voto en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Sala D, 17/12/82
"Cotroneo Ricardo D c/ Club Atlético Banfield y otros" L.L. 1983-D,385, con nota de Jorge
Mosset Iturraspe; Bustamante Alsina "Teoría general de la responsabilidad civil" Abeledo-
Perrot p. 536 Nº 1514 y sgts.)”.

Si bien dudó sobre la deliberada intención de causar daño por parte de Camoranesi, no
encontró motivo para dudar respecto a que -al menos- la conducta del demandado encuadró
en el concepto de “acción "excesiva" que viola grosera y abiertamente el reglamento del
juego”, agregando: “He visto detenidamente, paso por paso y a la velocidad normal la jugada,
en no menos de veinticinco oportunidades, y continúo dudando si Camoranesi fue a disputar la
pelota o buscó deliberadamente lastimar a su rival. En la duda debo estar a favor de que no ha
habido dolo en los términos del art. 1072 del Código Civil (Carranza, Jorge "El dolo en el
derecho civil y comercial" edit. Astrea p. 91 con cita de Borda y de la SCBA). No tengo dudas en
cambio, y comparto la convicción del Sr. Juez que me precedió, respecto a que aun siendo
culposa, la acción del demandado fue manifiestamente desleal, excesiva y groseramente
violatoria del reglamento de juego”. Coincidiendo con la detallada descripción y calificación del
hecho realizada por el Dr. Rosales Cuello, adhirió a su voto, responsabilizando a Camoranesi.

XVI. La responsabilidad del Club del lesionador

Respecto de la responsabilidad del Club Aldosivi, los agravios se centraron en sostener que
Camoranesi no era empleado ni dependiente del club, puesto que se trataba de un jugador
amateur que ejercía su derecho constitucional de asociarse o disociarse cuando lo decidiera,
que podía no responder a una citación del club sin que ello le significara una sanción alguna.
Agregan además que el carácter doloso, o por lo menos gravemente culposo, de la acción
desplegada por el lesionante, no implicaba ni suponía una orden o instrucción de Aldosivi, una
entidad social dedicada a la práctica lícita o reglamentaria de la actividad deportiva.

Respecto de lo afirmado en cuanto que el jugador podía “disociarse” o no responder a una


citación del club sin que ello le generara una sanción, el Juez Rosales Cuello entendió que lo
cierto es que al momento de disputarse el partido, Camoranesi se encontraba integrando el
equipo de Aldosivi y que la participación del mismo “redundaba en beneficio del cometido de
la asociación y, eventualmente, de su prestigio como entidad”.
Que la relación que se entabla entre el jugador y el club entraña “no sólo cierta subordinación
jurídica, puesto que el primero podrá representar al segundo exclusivamente en los
encuentros que éste programe, sino también técnica, dado que integrará el plantel superior
conforme lo decida su director técnico, y en su caso, recibirá por su intermedio instrucciones
referentes a la manera de cumplir las funciones que se le han confiado”[62]. Si el deportista no
acatara las indicaciones podría ser reemplazado durante el partido e incluso en la fecha
siguiente, o en otra, no formar parte del equipo, tal como ocurre en los equipos profesionales.
“Ello supone –según el Juez-una autorización del principal otorgada al dependiente, revelando
la posibilidad selectiva y el poder virtual de mando propios de la llamada dependencia
transitoria o eventual”[63].

De este modo, “La responsabilidad del principal por injerencia en el modo de desempeño del
dependiente no resulta destruida sólo porque el hecho sobreviniera en el curso del
cumplimiento defectuoso de la orden impartida, ya que la responsabilidad indirecta supone
generalmente el desempeño incorrecto de las tareas encomendadas. En efecto, realizado el
acto en función directa e inmediata con la comisión o encargo, ya que de lo contrario no se
habría podido ejecutar, se proyecta la imagen de haber ocurrido dentro del marco aparente de
las funciones encomendadas, no operando esa fractura el mero abuso o la desobediencia,
dado lo previsible o posible de la desviación” [64]

Concluyó Rosalez Cuello, “Ese mínimo de recognocibilidad exterior que el accionar exhibe
respecto del objeto y límites aparentes de las tareas comisionadas, es lo que signa
definitivamente la responsabilidad del comitente (art. 1113, párr. 1, pte. 1ra. del Cód. Civ.). De
lo contrario, por la misma acción de su dependiente podría o no responder según el
dependiente se hubiere apartado o no de las instrucciones precisas impartidas. Sin perjuicio de
ello, “Tales circunstancias podrán servir para fundar la acción de regreso que el principal
promueva contra su dependiente, más no para exonerar de responsabilidad a aquel que
obtiene provecho del accionar del agente lesivo, brindándole la oportunidad para que éste
ocasione daños a quien confiara en la representación esgrimida (art. 1123 del Cód. Civ.)”.

XV. A modo de conclusión

La Cámara Nacional Civil, Sala D, en la causa "Cotroneo", ha marcado en 1982 una orientación
doctrinal en materia de lesiones entre futbolistas que se ha mantenido a lo largo de los años
en cada uno de los fallos más trascendentes y que se vuelve a confirmar en el caso aquí
comentado. El fundamento central se resume en la siguiente frase: “Cuando las infracciones
no pasan de lo normal, ellas quedan cubiertas por la “licitud” dimanante de la aquiescencia
estatal (…) en virtud de ello el deber de responder por las lesiones deportivas tiene origen en
los siguientes casos: a) cuando existe una acción "excesiva" que viola grosera y abiertamente el
reglamento del juego; b) cuando existe intención de provocar el resultado dañoso, sea durante
el desarrollo del juego o bien cuando este se encuentre detenido”[65].
Tales fundamentos fueron seguidos por la Sala A de la Cámara Nacional Civil, al dictar
sentencia el 6 de abril de 1995 en la causa "Berman, Gerardo c/ Goldin, Jorge N; fueron
compartidos por la Cámara Civil y Comercial de Azul, Sala I, al pronunciarse con fecha
31/3/2005 en autos "Telechea, Fernando G. c/ Beldrio, Carlos D. y otros, también han servido
de sustento en fallo de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, “Gil, Exequiel
Osvaldo y otro contra Sociedad de Fomento Deportivo y Cultural Siglo XX y otro. Daños y
perjuicios”[66] y, por último, replicados en “Pizzo c/ Camoranesi”.

De los cinco antecedentes jurisprudenciales citados surge que en más de la mitad de ellos
(“Berman”, “Telechea” y “Pizzo”), las graves lesiones sufridas por las víctimas fueron
producidas por una “plancha” que llegó a destino. Por el modo en que la reglamentación
específica de la actividad sanciona dicha conducta (con las suspensiones más prolongadas) se
infiere que debido a la alta peligrosidad de la acción se trata de hacer desistir a los
protagonistas del juego de acudir a dicho recurso[67]. Si se sancionara con la pena de
expulsión a los futbolistas que recurran a dicha acción[68], quizás la “plancha” dejaría de ser
frecuente en la práctica del fútbol, pero de todos modos ello no debería ser dirimente en la
determinación del deber de resarcir a la víctima[69].

Analizadas, tanto la teoría de la “Autorización estatal” esgrimida en la sentencia, como la tesis


de la “Asunción o aceptación de un riesgo”, utilizada por la defensa del lesionador Camoranesi,
se observa que no es necesario echar mano a construcciones jurídicas creadas por la doctrina o
la jurisprudencia para decidir sobre el deber de reparar de un futbolista que lesiona a otro en
un lance de juego. El fútbol es una actividad lícita en la que los daños son contingencias
habituales de la actividad y que por lo tanto quedan, en principio, al margen de toda relevancia
jurídica (salvo las sanciones deportivas), y ello porque los riesgos propios de la actividad
quedan absorbidos por la licitud de ella[70].

Luego, las lesiones ocasionadas al contrincante pasan a ser ilícitas cuando la conducta del
agente dañador merece el calificativo subjetivo de dolosa o culposa grave como lo son los de la
culpa con representación o previsión, y la culpa consciente[71] en el sentido de que se ha
producido una superación de los límites normales de las reglas de la actividad para ocasionar
un daño fuera del contexto normal, siempre que no hubiera sido fruto de la predisposición de
la víctima o del fortuito. Por consiguiente, el hecho legitimante está dado por la ley y no por la
autorización del Estado ni la denominada aceptación del riesgo[72], y es la misma ley la que
fija el límite que divide lo lícito de lo ilícito.
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* Abogado por la Universidad Nacional de La Plata, Doctor en Derecho por la Universidad Rey
Juan Carlos (España), Director de la Cátedra en Derecho del Deporte de la Universidad Austral.
Arbitro del TAS-CAS.

[1] TRIGO REPRESAS y LOPEZ MESA, se preguntan si existe una “culpa deportiva” y concluyen
que no hay culpas esenciales sino manifestaciones diversas de un incumplimiento del deber de
previsión exigible a una persona y configurativo de una culpa. Al igual que no existe una “culpa
médica”, tampoco existe una “culpa deportiva” sino algunas particularidades de la actuación
culposa en el marco de un deporte, las que deben ser tenidas en cuenta al momento de
apreciar la diligencia que era debida por el dañador. Cfr. Tratado de la responsabilidad civil,
L.L., T II, pp. 800/801. MOSSET ITURRASPE en similar sentido sostiene que es innegable que la
culpa deportiva tiene sus peculiaridades, que al juzgar el quehacer deportivo no puede
prescindirse: de las finalidades del deporte en general y de la especie, en particular, de su
autorización administrativa, de la reglamentación que lo regula, de los usos y costumbres en
cuanto a su práctica, etc, para concluir declarando la existencia o inexistencia de culpa en el
interviniente; pero aclarando que en el tema de la responsabilidad deportiva no existe una
derogación de la reglas generales sobre apreciación de la culpa. Cfr. Responsabilidad por
daños, Ed. Rubinzal Culzoni S.C.C., 11-06-1980, Sta. Fe T. II-B, p. 93.

[2] Cfr. BUSTAMANTE ALSINA, J., “Teoría general de la responsabilidad civil”, Abeledo Perrot,
octava edición ampliada y actualizada, Buenos Aires, 1993, p.537.

[3] JCyC Nro. 1 , de Mar del Plata,1-2-2008, Nro.92413.CApel Civ. y Com, Mar del Plata, Sala I,
“Pizzo Roberto c/ Camoranesi Mauro s/ Daños” (2010) Disponibles en http:www.scba.gov.ar.

[4] Según ORGAZ, La autorización estatal significa el establecimiento de un régimen especial y


distinto del ordinario. A diferencia de este último, que presume la ilicitud de todo daño
causado a otra persona (art. 1109 del Cód. Civil), el régimen correspondiente a los deportes
autorizados crea una presunción de licitud en cuanto al ejercicio mismo y también a las
consecuencias que resultan de éste “según el curso natural y ordinario de las cosas” (art. 901
del Cód Civil). Esto incluye a las consecuencias inmediatas y mediatas previsibles: por lo tanto,
las lesiones o daños derivados de los riesgos inherentes al ejercicio normal de un deporte
autorizado, están de antemano justificados como la actividad misma de que preceden (causa
de justificación).Cfr. “Lesiones deportivas”, L.L. 151. p.1055. No se desconoce la existencia de
importante doctrina y jurisprudencia que estima que esta noción sólo es aplicable en el ámbito
de deportes violentos o peligrosos, pero no en el de aquellos cuya naturaleza, los hace
normalmente carente de riesgos. Por ejemplo, MOSSET ITURRASPE en el comentario al fallo
“Cotroneo” aclara que BORDA cuando habla de “responsabilidad superada, de
irresponsabilidad y de actividad permitida” respecto de los deportistas que se exponen al
riesgo de los deportes estimulados y tutelados por el Estado, ha querido referirse
“exclusivamente a los deportes peligrosos, cuya práctica requiere una expresa autorización del
Estado; en los cuales los intervinientes se exponen de dañosidad, y en los que la causación de
perjuicios entra dentro de las . Borda piensa en el boxeo, en el como lo señala explícitamente,
en el texto y en las notas. Pero no ha querido aludir a otros deportes, que no son en sí mismos
peligrosos, ni entrañan riesgos a los intervinientes, ni contienen reglas que posibilitan el daño,
ni han menester de una autorización expresa para su práctica, como es el caso del fútbol y del
rugby”, ob. cit., p.386. En igual sentido MAYO, J.A., “Daños sufridos por deportistas en la
práctica de su actividad”, en Revista de Derecho de Daños 2010-2, Daño Deportivo, Rubinzal
Culzoni Editores, Buenos Aires-Santa Fe, p.40. Ver también: CNCiv., Sala D; 24/2/87,
“Fernandez de López, dora N. y otro c/ Asociación Civil Club Atlético All Boys”, ED, 125-512.

[5] Entre otros, ORGAZ (Ob. Cit.), LLAMBÍAS (“Responsabilidad civil proveniente de accidentes
deportivos”, E.D., 47, p. 947, NUÑEZ (Tratado de Derecho Penal; Lerner, Córdoba, 1987) y
JIMENEZ DE ASUA (Tratado de Derecho Penal, Losada, Buenos Aires, 1961).

[6] Las reglas de juego aplicadas en los Juegos Olímpicos distaban mucho de ser uniformes y
universales, por el contrario, eran de tradición oral, unos jueces denominados Nomofílaces se
encargaban de transmitirlas, de generación en generación, y de instruir a otros jueces
denominados Helanódices para aplicarlas a la organización y desarrollo de los juegos con
ayuda de los Rabducos o porta bastones, encargados de mantener el orden durante la
competición. Estos juegos eran celebrados cada ciclo de cuatro años conocido como
Olimpiada, que era una de las medidas de tiempo de la antigua Grecia. En esta organización,
los primeros en celebrarse eran los Juegos Olímpicos con sede en Olimpia, (en honor a Zeus),
en el primer año; durante el segundo año se celebraban los Juegos Nemeos, celebrados en
Argos( en honor a Hera), y los Juegos Ístmicos, celebrados en Corinto (en honor a Poseidón y
las Oceánidas) en meses diferentes, durante el tercer año se organizaban los Juegos Píticos, de
carácter poético, celebrados en Delfos (en honor a Apolo y las Musas), y en el cuarto año eran
nuevamente celebrados los Juegos Nemeos y los Juegos Ístmicos, Después el ciclo se volvía a
repetir comenzando nuevamente con los Juegos Olímpicos. Los Juegos estaban organizados de
forma que un atleta profesional pudiese participar en todos ellos. Para un análisis más extenso
del tema ver, entre otros: El deporte en la Grecia Antigua. La génesis del Olimpismo, Centre
Cultural de la Fundación “La Caixa”, Barcelona, 1992. El Olimpismo, Cátedra Olímpica Marqués
de Samaranch, Universidad Camilo José Cela, Madrid, 2004; Olimpia y los Juegos Olímpicos
antiguos, Pamplona, 1975, Vol 2, de Conrado DURÁNTEZ y Los Juegos Olímpicos y el deporte
en Grecia, Editorial Ausa, Barcelona, de Fernando GARCÍA ROMERO.

[7] Según TRIGO REPRESAS y LOPEZ MESA, esta prevalencia de la aceptación del riesgo hace
que en la justicia argentina no sea tan común la procedencia de indemnizaciones por daños
deportivos, como lo es en Europa. Citan el caso de la jurisprudencia española y francesa que
no priorizan, actualmente, la asunción del riesgo por parte de la víctima, y se detienen a
analizar la formación del deportista, el control por parte del organizador del evento de esa
formación, si el deportista novicio es expuesto a riesgos innecesarios o para los que no estaba
preparado, para determinar su responsabilidad. Cfr. Ob. Cit., p. 796. Para un estudio
profundizado de la noción “asunción de riesgos” en general, ver el excelente trabajo de MAYO
y PREVOT, “La idea de la aceptación de riesgos en materia de responsabilidad civil”, L.L., T.
2009-E, p. 992 y ss.

[8] Cfr. PIZZO, R. J., Evolución de la jurisprudencia y doctrina nacional en daños causados entre
deportistas, desde el Estado de Derecho Legal al Estado de Derecho Constitucional, Tesis de
Maestría inédita, de la Maestría en Magistratura Judicial de la Universidad Austral (Mención
Especial por Tesis de Dogmática Jurídica), Buenos Aires, 2012, p. 29,

[9] El permiso administrativo para el ejercicio de una actividad deportiva, importa el


establecimiento de un especial régimen de responsabilidad distinto del ordinario y a diferencia
de éste –que presume la ilicitud de todo daño causado a otro-, el régimen aplicable a los
deportes autorizados crea una excepción de licitud que se extiende a los efectos derivados del
ejercicio de aquellos “según el curso natural y ordinario de las cosas”(art. 901, Cód. Civil). Así,
quedarían amparadas por esta causa de justificación las consecuencias inmediatas y mediatas
previsibles, las que, conforme a la pauta de regularidad citada, pueden ser imputadas
razonablemente al agente, dado que la ley estima “en abstracto” que son susceptibles de ser
previstas por cualquier sujeto de aptitud intelectual media. De modo que las lesiones o daños
derivados de los riesgos inherentes al ejercicio normal de un deporte autorizado, están de
antemano justificados, es decir, desprovistos de antijuridicidad. Cfr. CHARLIN, J.A. y PARADISO
FABRI, G., “Daños y perjuicios: accidentes deportivos”, La Ley, 1990-B, pp. 138/139.

[10] BUERES, en su voto en “Cotroneo”, calificó dicha conducta como “ilicitud objetiva” e
identificó dos situaciones en las que el dañador debe responder: a) cuando existe una “acción
excesiva” que viola grosera y abiertamente el reglamento del juego y b) cuando existe
intención de provocar el resultado dañoso, sea durante el desarrollo del juego o bien cuando
éste se encuentre detenido. Cfr. CNApel. Civil, sala D, 17/12/1982, “Cotroneo Ricardo D. c.
Club Atlético Banfield y otros ”L.L.(1983), D, 385, con nota de JORGE MOSSET ITURRASPE.

[11] El primer accidente fatal data de 564 A.C. en la prueba del pancracio (una especie de vale
todo en la que sólo se prohibía morder y arrancar los ojos) en que Arriquión fue proclamado
vencedor a título póstumo ya que luego de declarado vencido su adversario murió por asfixia
(al parecer por la rotura del cuello). También se tiene conocimiento de un caso de muerte en
combate simultánea de dos contendientes, a causa de la igualdad de fuerzas, hecho
improbable pero no imposible ya que al parecer se conocen otros casos en diferentes épocas y
culturas. Entre muchos otros casos se deben añadir otros en que los atletas murieron no en el
propio combate, sino poco después como el pentatleta Éneto de Amiclas que cayó muerto al
recibir los honores de la victoria. Cfr. GARCÍA ROMERO, F., Los Juegos Olímpicos y el deporte
en Grecia, Editorial Ausa, Barcelona, pp. 98/99. Respecto de las muertes en los Juegos
Olímpicos antiguos puede consultarse también: R. H. BROPHY, Deaths in the Panhellenic
Games. Arrachion and Creugas, AJPh XCIX 1978, pp. 363/390; C.A. FORBES, Accidents and
fatalities in Greek Athletics, Classical Studies in honor of W.A. Oldfather, Urbana, 1943, pp.
50/59 y M. POLIAKOFF, Deaths in the Panhellenic Games. Addenda et Corrigenda, AJPh CVII,
1986, pp. 400/402.

[12] Ha podido constatarse en todos los períodos de los Juegos Olímpicos, la inmunidad legal
de los atletas que mataban accidentalmente a sus rivales. La ausencia de responsabilidad por
la muerte del adversario ya se conoce por textos de la época clásica tales como Platón (Leyes
865 a), Demóstenes (25.35), Pseudo Jenofonte (Constitución de los atenienses 53.3) y la misma
norma es recogida en el derecho romano, como señala Gualazzini (Premesse storiche al diritto
sportivo. Pubblicazione: Milano: Giuffrè, 1965, pp. 18-19), tanto en lo que se refiere a las
competiciones en público como en lo que respecta a los entrenamientos, que a efectos
jurídicos tenían el mismo status que los certamina licita, aunque se desarrollasen sin público.
La presencia de éste era muy tenida en cuenta por el legislador, a fin de evitar que se
disfrazasen asesinatos haciéndolos pasar como muertes accidentales. Idem, pp. 99/100.

[13] Con la palabra injuria -tomada en sentido lato-, se designaba en los primeros tiempos de
Roma a todo acto contrario a derecho. Pero en una acepción más restringida, significaba el
ataque a la persona.

[14] Según BUSTAMANTE ALSINA, “El casuismo tan característico no solo de la legislación
romana sino de la mente misma de sus jurisconsultos, se expresa aquí en la falta de un
principio general de responsabilidad”, Cfr. Ob. Cit. p. 27. MOSSET ITURRASPE, en el mismo
sentido, agrega, “La palabra “responsabilidad” falta en el Derecho Romano, lo cual no quiere
decir que no existiera una amplia catalogación de los delictum cuya comisión originaba el
deber de resarcir el daño sufrido por la víctima (…) no se encuentran rastros en el Derecho
Romano de la distinción entre responsabilidad contractual y responsabilidad delictual o
extracontractual, empero, esta circunstancia no ejercía, por ella misma, ninguna influencia
sobre el régimen de sanción”, Cfr. Responsabilidad por Daños, Tomo I, Rubinzal Culzoni
Editores, Santa Fe, 2004, pp.18/19. En el mismo sentido, SANZ, afirma: “Villey (“En torno al
contrato, la propiedad y la obligación”, p. 69) nos muestra que en el lenguaje jurídico no existe
el término . Existe sí una noción antecedente que será utilizada por los juristas medioevales
cultos y por los anteriores al movimiento revolucionario. Este uso pre revolucionario le exige
enlazar esa noción –responsable- con el verbo latino respondere y a sus orígenes: sponzio y
spondere.”, Cfr., “Apostillas en torno al tema de la responsabilidad”, Prudentia Iuris XI, pp.
26/27.

[15] ULPIANO manifiesta que “…si lanzando jabalinas por diversión hubiese sido muerto un
esclavo, tiene lugar la ley Aquilia. Pero si cuando otros están lanzando jabalinas en el campo,
hubiera cruzado un esclavo por aquel lugar, cesa la Aquilia, porque no debió pasar
intempestivamente por un campo en el que se arrojaban jabalinas. Sin embargo, quien lanzó
deliberadamente contra él queda obligado por la Aquilia (Ulpiano 18 ed), Digesto, D.9,2,4, p.
381. WACKE (”Accidentes en el deporte y juego según el Derecho romano y el vigente Derecho
alemán”) sostiene que no es indiferente a los efectos de la responsabilidad aquiliana, que el
lanzamiento de la jabalina se haya realizado en un lugar público, donde no es lícito generar
situaciones de potencial riesgo mediante el ejercicio de un deporte peligroso, “ya que con ello
se infringe la diligencia a preservar en el tráfico”. Fuera de los recintos destinados
específicamente para la práctica del deporte, quien produce el daño no puede alegar el
concurso de la culpa de la víctima para una eventual compensación de culpas y minoración de
responsabilidad aquiliana para el autor del ilícito. Cfr. TRIGO REPRESAS, F., - LOPEZ MESA, M.
J., Tratado de la….,ob. Cit., pp. 781/782. Una mayor profundización del tema puede verse en
Explicación histórica de las Instituciones del Emperador Justiniano de M. ORTOLAN, trad. de
Francisco Perez de Anaya, Tomo II, 3ra. Edición, Establecimiento tipográfico de D. Ramón
Rodriguez de la Rivera, Madrid, 1847, p. 497 y ss. En 2012, corroborando la peligrosidad de
esta práctica deportiva que ya los romanos habían advertido, el atleta francés Salim Sdiri, al ser
impactado en su espalda por una jabalina en el Torneo Golden League, paradójicamente, en
Roma (en 2007), demandó judicialmente a la Asociación Internacional de Federaciones de
Atletismo (IAAF) y a la federación italiana de este deporte. Sdiri, quien ostenta el récord de
Francia en salto largo, estuvo fuera de acción durante casi un año después de que el finlandés
Tero Pitkamaki lo impactara en la espalda con la jabalina (con un lanzamiento de
aproximadamente 80 metros), causándole un grave daño hepático. Al momento del accidente,
Sdiri estaba entrando en calor para competir en su prueba próxima a la zona de lanzamientos
de jabalina.

[16] En referencia a las lesiones producidas en el Pancracio -de origen griego-, en un párrafo
del Digesto se lee que: “Si en una lucha o en el pugilato libre uno de los dos luchadores
hubiese matado al otro, si lo hubiese matado en un certamen público, cesa la Aquilia porque el
daño no se considera hecho con mala intención sino a causa de la gloria y el valor. Si bien esto
no procede en el caso del esclavo, porque suelen hacer estas luchas los libres de nacimiento.
Pero sí procede si es herido un hijo de familia. Claro que si uno hubiese herido al que se rendía,
tendrá lugar la Lex Aquilia, o si mató a un esclavo en lucha privada, excepto cuando luchó por
orden de su dueño, porque entonces cesa la Aquilia”, Digesto, 9,2,7,4 (Ulpiano 18 ed), p. 381.

[17] El torneo medieval era en esencia un combate a caballo entre varias personas
pertenecientes a diferentes bandos que batallaban entre sí dando vueltas en torno para
perseguir cada cual a su contrario (de donde procede el nombre torneo). Era, en definitiva la
imitación de una batalla, las armas utilizadas generalmente no producían heridas graves ni la
muerte, prácticamente un ejercicio de guerra sujeto a ciertas reglas que hacían entre sí los
antiguos caballeros. Las reglas de los Torneos eran fundamentalmente seis: 1. No herir de
punta al contrario; 2. No pelear fuera de filas; 3. No pelear varios caballeros; 4. No herir al
caballo del rival; 5. Descargar golpes sólo al rostro y pecho del rival y 6. No herir a aquel
caballero que se alzara la visera. En ocasiones en algunos torneos se utilizaban todo tipo de
armas y cuando los contendientes se cebaban en los contrarios por alguna enemistad nacional
o particular, las muertes por bando llegaban a ser numerosas. Así, por ejemplo en el Torneo de
Neuss en 1240, se llegaron a producir 60 muertes. Cfr. MONROY ANTON, A. J., Y SAEZ
RODRIGUEZ, G., Historia del Deporte de la Prehistoria al Renacimiento, Wanceulen Editorial
Deportiva, Sevilla, 2007, pp.152/159. Puede verse también DIEM, C., Historia de los deportes,
Volumen I, Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1966, pp.435/441.

[18] Para un estudio profundo del fin del retain and transfer system a partir del caso Eastham
vs/ Newcastle, que dio paso al reconocimiento de la relación laboral de los futbolistas
profesionales primero en Inglaterra y luego en todo el mundo, véase el capítulo 12, titulado
“Sport and contracts of employment” de la obra Sports Law (Cavendish Publishing, London,
Second Edition, 2001, pp. 527-572) y la obra Professional Sport in the EU: Regulation and Re-
regulation (Caiger and Gardiner Editors, TMC Asser Press, La Haya, 2000) donde se analizan en
detalle los casos “Eastham vs Newcastle” y “Bosman”. Un análisis de la doctrina del restraint of
trade, en los casos Eastham vs. Newcastle en fútbol, Grieg vs. Insole en Cricket y Adamson vs.
New South Wales Rugby League Ltd. en Rugby, puede verse en la obra Sports Law de BELOFF,
KERR y DEMETRIOU, Hart Publishing, Oxford, 1999, p. 83.
[19] VINNAI, citando a Meisel (“The importance of being amateur” en Sport and Society, A.
Natan Ed., p. 129), sostiene: “Las reglas del amateurismo se crearon por vez primera durante el
siglo pasado, tarea que estuvo a cargo de miembros del estrato superior inglés, “no tanto por
idealismo sino para mantener a las masas comunes alejadas de su diversión exclusivamente
privada: el deporte”, luego agrega: “Los miembros de los estratos inferiores de la población
sólo podían competir en el césped con los miembros de las “upper class” –quienes, en virtud
de su condición acaudalada, tenían mucho tiempo para practicar deportes- si recibían
compensaciones financieras a cambio de sus producciones atléticas, compensaciones que les
permitían no concurrir a su trabajo sin que ello implicara pérdidas económicas, y cubrir los
costos vinculados al deporte. Si con la ayuda de las reglas del amateurismo se prohibía todo
pago, se excluía automáticamente de la competencia deportiva a todos aquellos que
dependieran de semejante retribución”. Cfr., El fútbol como ideología, Siglo veintiuno
argentina editores sa., trad. L. Mamés, Buenos Aires, 1975.

[20] Ver JIMENEZ DE ASUA, L., Tratado de Derecho Penal, Ob. Cit., p. 1466.

[21] ORGAZ, A., “Lesiones deportivas”, Ob. Cit., p.1055.

[22] La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala D, debió resolver la procedencia del
reclamo formulado por Cotroneo quien como jugador del club Banfield, concurrió a buscar la
pelota en el área adversaria y al no poder cabecearla la tocó con la mano. En consecuencia, el
árbitro del partido cobró "mano" cortando el juego. El arquero del Club Alte. Brown, Domingo
Violi, al parecer en esas circunstancias continúo la acción que venía desplegando y aplicó un
rodillazo en la zona renal a su rival. El golpe provocó la pérdida del riñón a Cotroneo. La
resolución dictada por la Cámara el 17 de diciembre de 1982, confirmó la sentencia de primera
instancia en todas sus partes, e impuso a Domingo Violi y al Club Alte. Brown la obligación de
pagar una indemnización a favor de Cotroneo. CNApel. Civil, sala D, 17/12/1982, “Cotroneo
Ricardo D. c. Club Atlético Banfield y otros ”L.L.(1983), D, 385, con nota de JORGE MOSSET
ITURRASPE.

[23] En el plano fáctico consideró que la conducta del demandado había traspasado el límite
de lo normal, al encontrar probado que el arquero cometió un exceso reglamentario. En esa
inteligencia afirmó con claridad,”… que una cosa es que el arquero adelante la rodilla en
actitud de defensa de su integridad corporal, como usualmente se realiza, en violación no
obstante , “natural” o “normal” del reglamento, y otra cosa es que se aplique un golpe con
violencia tal como para despedazar el riñón de un jugador rival…”. Ibidem.

[24] El tribunal debió expedirse sobre los acontecimientos producidos en un partido de fútbol
entre aficionados, en el que el arquero de uno de los equipos, Gerardo Berman, al retener con
sus manos dentro del área la pelota, fue golpeado mediante la utilización de una “plancha” por
el delantero del equipo rival - Jorge Goldin- quien venía lanzado a la carrera. El golpe produjo,
entre otras consecuencias físicas, la fractura expuesta de la tibia de la pierna derecha de
Berman. CNApel. Civil, sala A,“Berman Gerardo R. c. Goldin, Jorge N.”,(1995) L.L. (1996), C,
701, con nota de Jorge Adolfo MAZZINGHI (h.); DJ 1996-2, 400.

[25] Según MAZZINGHI, “El pronunciamiento alude –con justeza a del demandado, “que en
modo alguno podría constituirse en caso fortuito”. La condena se funda en la culpa y no
necesita –lo que constituye un acierto innegable- calificar la acción del demandado como
intencional o dolosa”, Cfr. MAZZINGHI (h), J. A., ob. Cit., p. 702.

[26] La demanda se originó en los hechos sucedidos en el transcurso de un partido de Futbol


organizado por la Asociación del Futbol Argentino, entre los equipos amateurs de primera
división de “El Fortín” de Olavarría y “Defensores del Este” de Pehuajó. Fernando Germán
Telechea, jugador del primero, instantes antes de recibir la pelota proveniente del pase de un
compañero es golpeado mediante una “plancha” a la altura de su rodilla izquierda por Beldrio.
El impacto le provocó una grave lesión que motivó dos intervenciones quirúrgicas en una de
sus rodillas y dio lugar a una incapacidad parcial y permanente que truncó la carrera deportiva
de la víctima. CC Azul, Sala I, sent. del 31/3/2005, en "Telechea, Fernando G. c/ Beldrio, Carlos
D. y Otro", L.L. Buenos Aires, 2005 p. 695 y ss.

[27] Fue un caso de lesiones de un menor de edad que integrando como arquero el equipo de
futbol infantil categoría 82 de la entidad 'Centro Cultural y Social Florentino Ameghino', recibió
un pelotazo en el ojo izquierdo que le produjo las lesiones que originaron el proceso judicial.
La Suprema Corte de Justicia de la Provincia poco tiempo después ratificó la postura de la
mayoría, el 24 de Noviembre de 2011 en la causa nro. 95.241, “Z.O.A c/ Club San Marco s/
Daños y Perjuicios”. Disponible en http://www.scba.gov.ar/jubanuevo/integral.is

[28] Del voto de la Dra. KOHAN con cita de REZZONICO, L. M., “Estudio de las obligaciones”, t.
II, 9na. Ed. Depalma, 1961, p. 1529.

[29] Del voto del Dr. Soria - al que adhirieron los doctores Genoud y Pettigiani.

[30] ORGAZ, A., La ilicitud (extracontractual), Lerner, Córdoba, 1973, p. 178.

[31] El Art. 2055, establece: Prohíbese demandar en juicio deudas de juego, o de apuestas que
no provengan de ejercicio de fuerza, destreza de armas, corridas, y de otros juegos o apuestas
semejantes, con tal que no haya habido contravención a alguna ley o reglamento de policía.

[32] Para un estudio profundo de esta ley se recomienda ver VITTAR SMITH, E., “El Derecho
Deportivo en la Argentina. Una visión esquemática”, Revista Jurídica del Deporte N° 6,
Aranzadi, Navarra, 2001.

[33] Un detalle de las numerosas leyes provinciales sobre la materias se puede consultar en “La
licitud de las prácticas deportivas y la responsabilidad civil”, de SCHMOISMAN, M. y
DOLABJIAN, D.A., en RC y S, 20120-V, 24.

[34] Sobre la doctrina de ORGAZ, Carlos M. BOSSO ha realizado la siguiente clasificación: “a)
Daño causado en observancia de las reglas de juego: si no son corrientes, no son punibles ni
resarcibles, pues hubo caso fortuito; b) Daño causado en violación de regla de juego, pero
violación natural y común (culpa deportiva): hay causa de justificación; c) Daño causado con
violación de regla de juego y notable imprudencia: responsabilidad penal (delito culposo) y
responsabilidad civil (art. 1109 del Cód. Civil) y d) Daño causado con violación de regla de juego
e intención de dañar: responsabilidad penal (delito doloso) y responsabilidad civil (art. 1072,
Cód. Civil)”, Cfr. La responsabilidad civil en el deporte y en el espectáculo deportivo. Editorial
Nemesis, Buenos Aires, 1984, p. 72.
[35] BREBBIA sostiene que no es concebible que una ordenanza municipal pueda determinar la
justificación de una acción considerada punible por la ley penal y da un ejemplo: “La
autorización que diera un municipio (…), para que se realizara un combate de gladiadores no
tendría el efecto de hacer inaplicable al caso el Código Penal, ni impediría a los damnificados el
ejercicio de las acciones civiles pertinentes”, Cfr. La responsabilidad en los accidentes
deportivos, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1962, p. 22.

[36] C6aCCom de Córdoba, 7-2-2008, “Cáceres, Leonardo Javier c/ Instituto Atlético Central
Córdoba. Ordinario. Daños y perjuicios. Otras formas de responsabilidad extracontractual.
Recurso de apelación. Expte. 506.447/36”, citado por MARQUEZ, J. F. Y CALDERON, M. R., en
“Daños sufridos por el futbolista profesional” en Revista de Derecho de Daños 2010-2, Daño
Deportivo, Rubinzal Culzoni Editores, Buenos Aires-Santa Fe, p.112.

[37] C8aCom. De Córdoba, 1-3-2001, “Z., G. F. c/ Asociacion Cordobesa de Fútbol y otros”,


L.L.C. 2001-799, AR/JUR/1083/2001.citado por MARQUEZ, J. F. Y CALDERON, M. R., en “Daños
sufridos por el futbolista profesional” en Revista de Derecho de Daños 2010-2, Daño
Deportivo, Rubinzal Culzoni Editores, Buenos Aires-Santa Fe, p.112. En el Rugby se observa la
misma jurisprudencia: CCCom. De Morón, Sala II, 18-5-99, “P., J.L. c/ Club Curupaytí”, L.L. B.A.
2000-1262.

[38] Cfr. MARQUEZ, J. F. y CALDERON, M. R., Ob. Cit., p.113.

[39] Cfr. TALE. C., “Accidentes deportivos: Responsabilidad por daños causados por un
deportista a otro”, en “Daños sufridos por el futbolista profesional” en Revista de Derecho de
Daños 2010-2, Daño Deportivo, Rubinzal Culzoni Editores, Buenos Aires-Santa Fe, p.224.

[40] Entre ellas, la norma del art. 2618 del Código Civil, que establece el deber de indemnizar
de aquellos establecimientos cuyas actividades causen perjuicios a sus vecinos aunque tales
actividades hayan sido autorizadas por la Administración Pública. Dice el mencionado artículo:
“Las molestias que ocasionen el humo, calor, olores, luminosidad, ruidos, vibraciones o daños
similares por el ejercicio de actividades en inmuebles vecinos, no deben exceder la normal
tolerancia teniendo en cuenta las condiciones del lugar y aunque mediare autorización
administrativa para aquéllas. Según las circunstancias del caso, los jueces pueden disponer la
indemnización de los daños o la cesación de tales molestias. En la aplicación de esta
disposición el juez debe contemporizar las exigencias de la producción y el respeto debido al
uso regular de la propiedad; asimismo tendrá en cuenta la prioridad en el uso. El juicio
tramitará sumariamente”.

[41] En Argentina, PIZARRO y VALLESPINOS sostienen que “la aceptación de riesgos es una
figura artificiosa y carente de justificación dentro de un sistema legal como el nuestro que
admite la liberación de supuesto responsable cuando se prueba el hecho de la víctima.
Conocer un riesgo no importa su aceptación, ni mucho menos someterse a él mansamente, sin
posibilidad de formular reclamo alguno de las futuras consecuencias dañosas”, Instituciones de
Derecho Privado. Obligaciones. T. 3, Hammurabi, Buenos Aires, 1999, 116/117 y ss.

[42] En el Derecho comparado se ha dicho que la asunción de riesgo constituye una figura
nebulosa (Proenca, José, “A conducta do lesado como pressuposto e criterio de imputacao do
daño extracontractual”, Editora Almedina, p. 615, Coimbra, 2008, reimpressao da edicao de
Novembro de 1997) heterogénea (Cavanillas Mugica, Antonio, “La asunción del riesgo por la
víctima”, en Reglero Campos, Fernando-Herrador Guardia, Mariana (Coord.), Ponencias sobre
la responsabilidad civil y su prueba p. 62, Sepín editorial jurídica, Úbeda, 2007),
dogmáticamente imprecisa (Medina Alcoz, María, "La asunción del riesgo por parte de la
víctima. Riesgos taurinos y deportivos", Madrid, Ed. Dykinson, 2004, p. 40) y con fronteras
oscilantes (Solé Feliú, Josep, “Los perfiles borrosos de la asunción del riesgo en el derecho
comparado” en Estudios jurídicos en homenaje al profesor Luis Diez Picaso, t. II, Derecho Civil.
Derecho de Obligaciones, p. 3097 y sigtes., Editorial Thomson-Civitas, Madrid, 2003). Y como si
ello fuera poco, por lo general tendemos a abusar de ella (Deliyannis, Jean, “La notion d´acte
illicite. Consideré en sa qualité d´element de la faute delictuelle”, p. 177, LGDJ, Paris, 1952), lo
que la convierte, sin lugar a dudas, en una noción indeterminada y cambiante (Piñeiro
Salguero, José, “Responsabilidad Civil. Práctica Deportiva y asunción de riesgos”, p. 117,
Civitas-Thomson Reuters; Madrid, 2009). Cfr. MAYO y PREVOT, ob. Cit., pp. 992/993.

[43] Según MAYO y PREVOT, ha sido elaborada fundamentalmente por la jurisprudencia


francesa (Flour, Jacques, prefacio a la tesis doctoral de Jean Honorat, “L idee d´aacceptation
des risques dans la responsabilité civile”, P. XV, Ed. Librairie Générale de Droit et de
Jurisprudence, Paris, 1969), más específicamente, a partir de una serie de pronunciamientos
emitidos por tribunales inferiores a mediados de siglo XIX (Deschizeaux; Jean, “Influence du
fait de la victime sur la responsabilité civil délictuelle”, p. 79 y sigtes., Imprimerie Guirimand,
Grenoble, 1934).”, Ob. Cit., p. 992.

[44] Su aplicación se extiende a otros supuestos entre los cuales se puede enumerar: 1. La
exposición a riesgos que implica la participación en actividades del transporte que, dados los
medios utilizados, son intrínsecamente peligrosas, 2. La exposición a los riesgos que conlleva la
entrada en un fundo ajeno, 3. La exposición a los riesgos que implica la utilización de una cosa
mueble e inanimada ajena, 4. La exposición a los riesgos derivados de la participación en
actividades de recreo que, en virtud de los animales utilizados, resultan intrínsecamente
peligrosas, 5. La exposición a los riegos que supone la utilización de una cosa propia, de
fabricación y comercialización ajena, dentro de los cuales destacan los riesgos conectados al
tabaquismo, 6. La exposición a los riesgos consectarios a la participación en actividades feriales
de recreo que, dados los artefactos utilizados, son intrínsecamente peligrosas, 7. La exposición
a los riesgos derivados de la participación en espectáculos pirotécnicos, 8. La exposición a los
riesgos que implica la participación en espectáculos taurinos, 9. La exposición a los riesgos que
conlleva la actividad pública frente a la actividad informativa periodística (MEDINA ALCOZ,
María, ob. Cit. p.93 y sgtes.). Idem, p. 993.

[45] En la doctrina extranjera han aplicado esta teoría a los deportes LALOU (Traité pratique de
la responsabilite civile Librairie Dalloz, Paris, 1949), SAVATIER (Traité de la responsabilité civile
en Droit francais, 1ra. Ed. Librairie Génerale de Droit et de Jurisprudence, Paris, 1939),
VISINTINI (Tratado de la responsabilidad civil, trad. Kemelmajer de Carlucci, Astrea, Buenos
Aires. T. 2) y ESSER (Lesiones deportivas y Derecho Penal. En especial, la responsabilidad del
futbolista desde una perspectiva alemana, La Ley, Madrid, 1-6-90). Cfr. TALE, ob. Cit. p. 230.
[46] ACCIARRI, GONZALEZ RODRIGUEZ y TOLOSA realizan una completa síntesis del tema:
“algunos autores sostienen que se trata de una eximente autónoma (MAZZINGHI, J., "La
Víctima del Daño y la Aceptación de los Riesgos", ED, 76-876; "Responsabilidad Objetiva: uso
de la cosa contra la voluntad del dueño y la asunción del riesgo", LL, 1995-E, p. 205. Algunos
argumentan que se trata de una eximente autónoma en el campo de la responsabilidad
contractual, cuando el daño era previsible para la víctima; (ver al respecto AGOGLIA, M. M.,
BORAGINA, J. C. y MEZA, J. A., Responsabilidad por Incumplimiento Contractual, Hammurabi,
2ª edición, Buenos Aires, 1993.), mientras otros —que constituyen la mayoría- se inclinan por
la posición contraria (ZAVALA DE GONZÁLEZ, M., Resarcimiento de Daños, Tomo 4,
Hammurabi, 1999, p. 287; PIZARRO, D., "Causalidad adecuada y factores extraños", en
Derecho de Daños, obra colectiva dirigida por F. A. Trigo Represas y R. Stiglitz, "Homenaje a
Jorge Mosset Iturraspe", Buenos Aires, La Rocca, 1989, p. 269; PREVOT, J.M. y MAYO, J., cit., p.
992; MOSSET ITURRASPE, J., "La Aceptación de Riesgos. Retroceso en la Responsabilidad Civil
por Actos Ilícitos", en Estudios sobre Responsabilidad por Daños, Tomo 1, Rubinzal-Culzoni,
Santa Fe, 1980, p. 115.). Dentro de este último enfoque, algunos consideran que la asunción
de riesgos constituye una eximente situada en la órbita de la causalidad: que se verifica
cuando la conducta de la víctima, al asumir un riesgo, determina su contribución —total o
parcial- a la causación del daño (MARCHAND, S., PARELLADA, C. y BURGOS, D., "La Asunción
del Riesgo: ¿Causa Eximente o Causal de Justificación?, LL, 2009-E , p. 1065; BUSTAMANTE
ALSINA, J. Teoría General de la Responsabilidad Civil, cit., p. 141 y ss; PIZARRO, D. "Causalidad
Adecuada y Factores Extraños", en Derecho de Daños, obra colectiva dirigida por Trigo
Represas y R. Stiglitz, "Homenaje a Jorge Mosset Iturraspe", cit.; PREVOT, J. M. y MAYO, J., cit.;
MARCELLINO, L., "Algunas Ideas sobre la Teoría de la Aceptación o Asunción del Riesgo", LLC,
marzo 2010, p. 123.). Como ocurre de modo general a la hora de juzgar la influencia de la
víctima en la causación de su daño, algunos autores exigen que su conducta (un hecho positivo
u omisivo o un conjunto de hechos) sea además culpable, mientras que las posiciones más
modernas sólo ponen atención en la influencia causal de su accionar, con independencia de su
calificación en términos de culpabilidad”. Cfr. “Daños en el deporte. Su tratamiento en el
marco de la teoría general de la responsabilidad civil y la eficacia de los instrumentos
probatorios” en RCyS, 2013-II, p. 4.

[47] El art. 1719 establece: “Asunción de riesgos. La exposición voluntaria por parte de la
víctima a una situación de peligro no justifica el hecho dañoso ni exime de responsabilidad a
menos que, por las circunstancias del caso, ella pueda calificarse como un hecho del
damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal”

[48] En fútbol: “Gil, Ezequiel Osvaldo c/ Sociedad de Fomento Deportiva y Cultural Siglo XX y
otro s/ daños y perjuicios”, JUBA Sum. B2002222; “Rodriguez Carlos c/ Moriset, Rosendo s/
Daños y perjuicios”, CCCom de Quilmes, Sala I, 15/12/2008, JUBA Sum B2904190. En
automovilismo: “Angelakis, Nicolás G. c/ Tamagno, Sergio C s/ Daños y perjuicios”, JUBA Sum.
B2550490; R.C. y S. 2005-V-37, con nota de Pablo Barbieri; L.L.B.A. 2005 (febrero), 83. En
Ciclismo: Fernandez, Julia Irene y otros c/ Agrupación ciclista Azuleña y otros s/ Daños y
perjuicios, CCCom de Azul, Sala II, 27-2-2009, L.L.B.A. 2009, 305; L.L. Online: AR/JUR/479/2009.
En carreras de caballo: “D.Y.B. c/ Fisco de la Provincia de Buenos Aires s/ Daños y perjuicios;
C2°Ccom de La Plata, Sala III, 18/9/2008, JUBA Sum B355008. En Hockey: “G.J.M. c/ Provincia
de Buenos Aires y otro s/ Daños y perjuicios”, CCCom de Mar del Plata, Sala II, 8-8-2009,
L.L:B.A. 2010, 504, con nota de M. Estela Fernandez Puente, L.L. Online: AR/JUR/72054/2009.
Según PREVOT, en el rugby la asunción de riesgos es irrelevante porque los riesgos propios de
la actividad quedan absorbidos por la licitud de ella, y no por el consentimiento de la víctima,
pero aclara que las lesiones sufridas pasan a ser ilícitas cuando la conducta del agente dañador
merece el calificativo de dolosa o culposa grave como en los casos de culpa con representación
o previsión, y la culpa consciente, en el sentido de que se ha producido una superación de los
límites normales de las reglas de la actividad para ocasionar un daño fuera del contexto normal
siempre que no hubiera sido fruto de la predisposición de la víctima o del hecho fortuito. Cfr.
“Daños ocasionados en la práctica de rugby”, Revista de Derecho de Daños 2010-2, Daño
Deportivo, Rubinzal Culzoni Editores, Buenos Aires-Santa Fe, p.104.

[49] Cfr. TALE, ob. Cit., p. 231,quien agrega que no abarca los riesgos que se puedan derivar de
las condiciones del estadio o lugar en que aquella se realiza, ni de la concentración de público,
es decir, no alcanza a eximir al organizador de la competencia deportiva. MOSSET ITURRASPE
en referencia a las cláusulas de irresponsabilidad tácitas afirma: “además de lo ficticio y
forzado del recurso, es sabido que los pactos o cláusulas de irresponsabilidad son, como regla
incompatibles con la responsabilidad por actos ilícitos” (La aceptación de los riesgos”, en
Estudios sobre la responsabilidad por daños,T. I, Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fé, p. 119), MAYO
agrega: “amén se señalar que en la gran mayoría de los casos el autor del daño es un tercero
totalmente ajeno a la víctima, por lo que no se ve cómo podría haberse generado entre ellos
una convención previa de tal tipo”. Cfr. “La denominada aceptación de los riesgos en un fallo
de la sala penal del Superior Tribunal de Justicia de Córdoba”, LLC-2005 (junio) 489, p. 1.

[50] Entre otros, TRIGO REPRESAS y LÓPEZ MESA, Tratado…, Ob. Cit., p. 810.

[51] Cfr. ZAVALA DE GONZALEZ, M., Resarcimiento de daños, t.4, Presupuestos y funciones del
Derecho de Daños, Hammurabi, Buenos akires, 1999, p. 287.

[52] Cfr. ORGAZ, A., La Culpa…, ob. Cit., p.242.

[53] Debe agregarse que el sector del campo donde se produjo el hecho descartaba el riesgo
para la valla del conjunto que integraba Camoranesi, que el modo en cómo abordó a Pizzo –de
costado- imposibilitaba interpretarlo como un involuntario reflejo defensivo de su parte, y la
posición de la pelota al momento del contacto –superando la ubicación del agresor- eliminaba
la intención de su disputa. Según el voto del Doctor Rosales Cuello, “Ese conjunto de
contingencias demuestra lo innecesario y excesivo del comportamiento desplegado”. A ello
debe agregarse que el partido estaba 2 a 0 en favor del equipo del lesionador Camoranesi
(Aldosivi).

[54] Esto no era un dato menor si se considera que Pizzo jugaba de defensor por la izquierda
(de número 3) y que era destacado por la afición de Alvarado por su juego fuerte pero leal. Era
frecuente escuchar en la tribuna de Alvarado, por esos días, un cántico que resumía dicha
actitud ante el juego: “Pizzo, Pizzo, Pizzo,…huevo, huevo, huevo…!!!

[55] Cfr. CC Azul, Sala I, sent. del 31/3/2005, en "Telechea, Fernando G. c/ Beldrio, Carlos •D. y
Otro", L.L.(2005), p. 695 y ss.
[56] C. Nac. Civil, Sala F, sent. 9/2/1998," Grynczyk, Elsa E. c/ Duarte, Cayetano, Oscaldo y
otros", J.A. -1999- II p. 418 y ss.

[57] BORDA, G., " Responsabilidad de los que dirijan o administran una persona jurídica", E.D.
Tomo 174 p. 644 y ss.

[58] Allí el Dr. Bueres sostuvo: “Cuando tales infracciones no pasan de lo normal, ellas quedan
cubiertas por la “licitud” dimanante de la aquiescencia estatal (…) en virtud de ello, el deber de
responder por las lesiones deportivas tiene origen en los siguientes casos: a) cuando existe una
acción “excesiva” que viola grosera y abiertamente el reglamento del juego. Y b) cuando existe
intención de provocar el resultado dañoso, sea durante el desarrollo del juego o bien cuando
éste se encuentre detenido (Cfr: BUSTAMANTE ALSINA, P. 488, num 1517; ORGAZ, A., ob cit, p.
189)”. "Cotroneo, Ricardo D. c/ Club Atlético Banfield y otros”, sent. del 17/12/1982; L.L. tomo
1983-D, p. 387.

[59] Ver MOSSET ITURRASPE, J., “El daño deportivo: responsabilidad de su autor y de la
institución”, L.L., 1983-D-384 y ss.; LÓPEZ MESA y TRIGO REPRESAS, Tratado de la
responsabilidad civil, L.L., T II, p. 803

[60] Ver el punto II de su voto en el fallo “Cotroneo”.

[61] Cfr. MAZZINGHI (h.), J. A., “Los daños en el deporte. Una sentencia severa pero justa”,
comentario a fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala A 6- 1995 “Berman,
Gerardo R. c. Goldin, Jorge N., Responsabilidad Civil Doctrinas Esenciales Tomo V, 01/01/2007,
1247.

[62] ACUÑA ANZORENA, A, "La responsabilidad del comitente por el hecho de los encargados”
en Estudios sobre la responsabilidad civil, citado por Trigo Represas en “La dependencia en los
ámbitos contractual y extracontractual”, Revista de Derecho de Daños, Responsabilidad de los
dependientes, p.45.

[63] CNCiv., sala D, 29-8- 83, "Irreal c/Denaro", L.L. 1984-B-75, del voto en disidencia del Dr.
Bueres.

[64] SCJBA, 20-11-96, "Santillán c/Banco Local Cooperativo Ltdo.", L.L.B.A. 1997-12; y SCJBA,
16-2-2000, "C., M. R. c/Benítez", L.L.B.A. 2001-15 y D.J.B.A. 158-95.

[65] Del voto del Dr. BUERES.

[66] Ha sorprendido quizás el voto en minoría del Juez Mendez en el fallo “Pizzo c/
Camoranesi” al proponer rechazar la demanda por considerar que la acción en que el
demandado lesionó a Pizzo fue de las “frecuentes o habituales en las contiendas futbolísticas”.
Según el Magistrado, “no se comprobó que la lesión sufrida por el actor durante el partido
obedeciera a un accionar del demandado que pueda calificárselo de excesivo, brutal o
imprudente, sino más bien de "común" por la velocidad o el ímpetu propios del fútbol”. Llama
la atención que el Magistrado, no considere como “excesiva, brutal o imprudente” la maniobra
de ir a disputar la pelota ante un adversario con la suela del botín con gran violencia y sin
posibilidad material de disputar su posesión, cuando es sabido por todos que las lesiones
graves originadas en esta actividad tienen en la mayoría de los casos como causa de las
lesiones una acción en particular: “la plancha”.

[67] Desde el año 1886, el mantenimiento o la modificación de las reglas de juego del fútbol
está en manos de una sola institución, la International Football Association Board compuesto
por 8 miembros, 4 representantes de las federaciones nacionales de Inglaterra, Escocia, Irlanda
del Norte y Gales y 4 de la Federación Internacional del Fútbol Asociado. En la práctica este
organismo está controlado por FIFA dado que siempre el Presidente y el Secretario del IFAB se
eligen entre los representantes de aquella y al momento de votar las reformas a las Reglas de
Juego cuentan con voto doble. La reglas del fútbol son 17 en total y en la Nro. 12, titulada
“Faltas e incorrecciones”, no se ha tipificado la plancha, pero sí el “juego brusco grave” para
los casos en que el futbolista “emplea fuerza excesiva o brutalidad contra su adversario en el
momento de disputar el balón de juego”. Luego las asociaciones Miembro de la FIFA poseen
un Reglamento de Disciplina que debe en cada caso establecer las sanciones en base a la
decisión tomada por el árbitro en el campo de juego y su informe. En Argentina se lo
denomina Reglamento de Transgresiones y Penas y en el Título “Sanción a jugador por acción
violenta y prohibida por las reglas de juego” el artículo 200 inc. 8 sanciona con la suspensión
de tres a quince partidos al jugador que aplique una “plancha” que llegue a destino, estando o
no la pelota en disputa entre ambos deportistas. Y el artículo 201 inc. 5 dispone una sanción de
dos a doce partidos al jugador que aplique un “planchazo” (sic) que no llega a destino, arrojado
estando o no en disputa la pelota entre ambos jugadores.

[68] Como ocurrió, por ejemplo, con la introducción en las reglas de juego del fútbol de la
denominada “ley del último recurso” que sanciona con la expulsión al futbolista que comete
una falta para evitar la conversión de un gol.

[69] Sería sólo un elemento importante a tener en cuenta por el Juez.

[70] La actividad lícita, aún autorizada, se transforma en ilícita cuando provoca un daño por
violación del deber general de no dañar a otro, implícito en el art. 19 de la Constitución
Nacional. Cfr. MARQUEZ, J. F. y CALDERON, M. R., Ob. Cit., p.113.

[71] MAYO sostiene “Aun cuando la noción de culpa sea comprensiva de supuestos disímiles,
pero cuya nota común es la previsibilidad, se justifica, para mejor diferenciarla del dolo, la
siguiente distinción: a) Culpa inconsciente. El agente no ha previsto el posible resultado
antijurídico, pudiendo y debiendo preverlo; b) Culpa con representación o previsión. El autor
ha previsto que no sucederá el no querido resultado, pues confía en su pericia para que el
efecto lesivo no se produzca, no se entrega al azar; c) Culpa consciente: El agente representó el
resultado y sólo esperó del azar que el resultado antijurídico no se produjera”, Cfr. MAYO, J. en
BELLUSCIO-ZANNONI, Código Civil Comentado, Ed. Astrea t. 2, p. 629, Nro. 29.

[72] Como bien se ha dicho desde antiguo, el consentimiento es contrario a una prohibición
legal o a las buenas costumbres o ineficaz por otras razones, cuando el bien jurídico que se
trate, como por ejemplo, la vida, está sustraído a la disposición; el matar al que consiente
también es ilícito; el consentimiento a la lesión del propio cuerpo también es inmoral, salvo
para lesiones insignificantes, siempre que no se haya efectuado para un fin racional, como un
acto médico de acuerdo a la ley, la ciencia médica y a los códigos deontológicos; así ya lo
decían ENNECCERUS-LEHMANN (Derecho de Obligaciones, Trad. Cast. Ed. Bosch, Vol 2, 2da.
Parte, p. 1041) Cfr. MAYO, Ob. Cit., “La denominada aceptación…”, p. 3.

Qué responsabilidad civil cabe por los daños causados durante un partido de fútbol.

Muchas veces ocurren cosas graves también en partidos amateurs o ligas barriales.

La Cámara 6º de Apelaciones en lo Civil y Comercial de la Provincia de Córdoba, se expidió en


la Causa: “Ficarra, Sergio Orlando c/Panico, Ernesto Osvaldo – Daños y perjuicios – Otras
formas de responsabilidad extracontractual”, determinó que las lesiones ocurridas durante un
partido de fútbol que no hayan sido producto de una imprudencia o exceso de un jugador
rival, al margen de las reglas que rigen la práctica del deporte, no pueden ser indemnizadas
judicialmente.

Los hechos se desarrollaron en un partido de fútbol amateur en 2012, fuera de campeonato


alguno, en el Club de Graduados de Ciencias Económicas, en el que participaron en equipos
contrarios el actor, Sr. Sergio Orlando Ficarra -en calidad de delantero-, y el demandado, Sr.
Ernesto Osvaldo Panico -como arquero-. Minutos antes de finalizar el partido, entre los
jugadores mencionados se produce un encuentro físico cerca del arco (área chica) del que
resulta la fractura de la mano izquierda del Sr. Ficarra, pese a lo cual el árbitro no cobró
infracción deportiva alguna, ni cuestionada por los demás jugadores en el tiempo inmediato
posterior en que se produjo, y el juego continúo sin altercados, habiendo sido llevado el
lesionado al hospital en el vehículo particular de un miembro de su equipo.

Se precisó a su vez que, en el caso del ejercicio de un deporte que tiene aprobadas sus reglas
de juego, que operan como un reglamento “con carácter y fuerza de ley”, la licitud consagrada
para el ejercicio de tal práctica “cubre ‘todas’ las consecuencias corrientes y ordinarias de este
ejercicio, incluso, por tanto, las de infracciones que son también normales en el respectivo
deporte”. No toda falta al reglamento conlleva antijuridicidad como elemento de la
responsabilidad civil, pero la ausencia de violación al reglamento dota de impunidad a la
conducta lesiva realizada en el marco de un deporte autorizado por el Estado”.

En la causa se trató de una mera jugada fortuita, común en la práctica del deporte en cuestión,
que ni siquiera fue sancionada por el árbitro o cuestionada por los jugadores. De tal manera,
no se advierte que el arquero haya provocado daños causados por la violación de las reglas de
juego, con notoria imprudencia o torpeza (con acciones excesivas o brutales); es decir, ‘exceso’
en el ejercicio del deporte, como así tampoco que los daños hayan sido causados con intención
malévola (dolo). Por el contrario, la lesión padecida se produjo sin que se hubiera incurrido en
falta o violación del reglamento del juego autorizado por el Estado (fútbol)”.

El Tribunal también expresó: “Las reglas de juego no son normas legales cuya infracción
importe antijuricidad, sino que son reglas de actuación de los jugadores sancionables en el
ámbito deportivo, ya que los reglamentos no son normas jurídicas en sentido estricto y sólo las
brusquedades se relacionan con la responsabilidad civil”.
En este sentido, de acuerdo con la resolución, “la doctrina y la jurisprudencia comparten que el
deber de responder por las lesiones deportivas tiene origen solo en los siguientes casos: a)
cuando existe una acción ‘excesiva’ que viola grosera y abiertamente el reglamento, y b)
cuando existe intención de provocar el resultado dañoso, sea durante el desarrollo del juego o
bien cuando este se encuentre detenido”.

Este tribunal ya había tenido oportunidad de referirse sobre los lineamientos que rigen la
responsabilidad civil en supuestos producidos durante un partido de fútbol en autos:
"CACERES, LEONARDO JAVIER C/ INSTITUTO ATLÉTICO CENTRAL CORDOBA – ORDINARIO –
DAÑOS Y PERJ.- OTRAS FORMAS DE RESPONS. EXTRACONTRACTUAL – RECURSO DE
APELACION" (Expte. Nro. 506447/36), Sentencia Nº 2 del 07/02/2008, en aquella oportunidad
sostuvieron que: “… todo esquema de responsabilidad civil se integra con los siguientes
elementos esenciales: -antijuricidad- daño-relación de causalidad entre el hecho antijurídico y
su consecuencia dañosa y - un factor atributivo de responsabilidad que le sirve de justificación
ético-jurídica, ya sea subjetivo u objetivo.

El problema de la reparación del daño causado a otro constituye una cuestión de


responsabilidad civil, y el concepto de antijuricidad es sinónimo de ilicitud (comprensivo no
sólo de los casos de violación directa de la ley sino las hipótesis de infracción del deber
impuestos por la voluntad de las partes en el contrato). El acto ilícito consiste, pues, en una
infracción a la ley que causa daño a otro y que obliga a la reparación a quien resulte
responsable en virtud de imputación o atribución legal del perjuicio.

En el caso concreto resulta relevante destacar que estamos frente al ejercicio de un deporte
(fútbol), cuya práctica es auspiciada por el Estado y aún estimulada en interés de la salud física
y moral de los individuos y en el interés superior de la comunidad. Esto es indudablemente así,
no obstante que ese ejercicio suele ser causa frecuente de daños personales o patrimoniales
de un jugador a otro y, a veces, a personas vinculadas al deporte ( juez o árbitro, entrenador,
etc.) y aún a meros espectadores, como es de público y notorio. Cuadra señalar, a su vez, que
la práctica de este deporte ha sido autorizada por el Estado, quien admite el ejercicio del
mismo. Dicha autorización estatal significa, por tanto, el establecimiento de un régimen
especial y distinto del ordinario. Ello es así toda vez que la autorización administrativa se
otorga teniendo principalmente en cuenta que el ejercicio del deporte no implique
normalmente riesgos graves o excesivos para la vida o la integridad física de los jugadores,
según la índole de aquél y la especial preparación atlética de éstos.

La autorización otorgada por autoridad competente (nacional, provincial o municipal, según su


respectiva jurisdicción) para el ejercicio de un deporte con aprobación de las reglas de juego
es, por otra parte, un acto o “reglamento de policía” administrativo y tiene, por ello, carácter y
fuerza de ley. De tal manera, cuando se trata de deportes que entrañan riesgos de golpes y
daños para los participantes, la licitud consagrada para el ejercicio cubre “todas” las
consecuencias corrientes y ordinarias de este ejercicio, incluso, por tanto, las de infracciones
que son también normales en el respectivo deporte.

Este es el caso, pues, de la práctica del deporte en cuestión: el fútbol. En efecto, son daños
ordinarios o corrientes en este deporte las heridas superficiales o no, torceduras,
desgarramientos musculares, esguinces, leves desvanecimientos, etc. La justificación es
indudable no sólo cuando el jugador lesionante ha observado todas las reglas del juego sino
también cuando ha incurrido en alguna de las faltas o infracciones a estas reglas, pero
igualmente naturales y comunes (no dolosas) que se explican por la velocidad o el vigor que
impone el deporte de que se trata.

En este sentido se ha sostenido, que en el fútbol si dos adversarios corren alineados en


procura de la pelota y uno de ellos, en una acción atribuíble a la velocidad del juego traba al
otro antirreglamentariamente (foul) y éste se lesiona al caer, el primero no es responsable
penal ni civilmente, ya que se trata de una incidencia natural y frecuente en el desarrollo de
este deporte. Al respecto aclara que las reglas de juego, no son normas legales cuya infracción
signifique ilicitud jurídica, sino reglas de actuación para los jugadores, sólo punibles, en
principio, en el ámbito deportivo.

Tales lineamientos son plenamente aplicables al caso de autos, pues la lesión del actor se
produjo en las proximidades del arco mientras delantero y arquero disputaban la pelota, en el
marco de una jugada que no fue cobrada como antirreglamentaria por el juez de la cancha
(árbitro) ni cuestionada por los demás jugadores en el tiempo inmediato posterior en que se
produjo, de todo lo que se infiere su falta de antijuridicidad.

Se puede advertir de la causa que se trató de una mera jugada fortuita, común en la práctica
del deporte en cuestión, que ni siquiera fue sancionada por el árbitro o cuestionada por los
jugadores. De tal manera, no se advierte en el caso, que el arquero haya provocado daños
causados por la violación de las reglas de juego, con notoria imprudencia o torpeza (con
acciones excesivas o brutales); es decir, “exceso” en el ejercicio del deporte; como así tampoco
que los daños hayan sido causados con intención malévola (dolo). Por el contrario, la lesión
padecida se produjo sin que se hubiera incurrido en falta o violación del reglamento del juego
autorizado por el Estado (fútbol).

Colaboración: Vanesa Débora Mestre / Abogada (Matrícula Provincial 3278- Matrícula


Mendoza 6118 – Federal T. 78- F. 316) / Teléf. 4213505-2644189975
La responsabilidad colectiva en el Código unificado y el deporte.

Cuando un daño es causado por un miembro no identificado de un grupo determinado, todos


sus integrantes están obligados in sólidum al pago de la indemnización correspondiente.

Ello es así por cuanto, al no poder ser individualizado el autor material, debe considerarse a
aquellos como copartícipes del hecho en los términos de los artículos 1760, 1761 y 1762 del
Código Civil y Comercial (antecedente, artículo 1119 párrafo segundo del Código Civil).

El nuevo artículo 1761 que regirá a partir del 1/8/15 preceptúa: “Si el daño proviene de un
miembro no identificado de un grupo determinado responden solidariamente todos sus
integrantes, excepto aquel que demuestre que no ha contribuido a su producción”.

En la responsabilidad colectiva, resultante de la falta de individualización del autor del daño, la


individualidad de cada partícipe se pierde en el grupo que integra y la sola demostración de la
relación causal del daño con la acción del grupo impregna a todos de la responsabilidad que
colectivamente corresponde a éste.

Así, la reforma en el artículo 1762 establece: “Si un grupo realiza una actividad peligrosa para
terceros, todos sus integrantes responden solidariamente por el daño causado por uno o más
de sus miembros. Sólo se libera quien demuestra que no integraba el grupo”.

Es decir que para la procedencia de la responsabilidad colectiva son necesarios los siguientes
presupuestos: a) falta de individualización del autor, b) participación de varias personas
determinadas en la actividad que antecede al daño y c) relación causal entre el daño y la
acción no particularizada del grupo.

La responsabilidad colectiva es de carácter objetivo y halla fundamento en el riesgo creado por


la acción del grupo y todos los que lo integran contribuyen con su sola participación a crear el
riesgo que se traduce en el daño a un tercero.

El criterio que guía la repartición de la responsabilidad es un principio de socialización de


riesgos y se manifiesta con la participación de todos los que formaron parte del grupo en la
obligación de resarcir el daño, aun aquel que no fuera material ni moralmente autor.
Hasta la sanción de los artículos 1760 a 1762 del régimen unificado, el Código Civil sólo
contenía la disposición del artículo 1119, que señala que todos los habitantes de un edificio
responden por daños causados por objetos arrojados a la vía pública si no se ha podido
determinar el autor (a idéntica solución arribaron los códigos civiles de Chile, Colombia,
Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú y Alemania).

El Código unificado también se refiere al particular en su artículo 1760 al disponer que si de


una parte de un edificio cae una cosa, o si ésta es arrojada, los dueños y ocupantes de dicha
parte responden solidariamente por el daño que se cause, liberándose sólo el que demostrase
que no participó en su producción.

La solución prevista bien puede ser utilizada para resolver hechos de violencia en espectáculos
públicos deportivos en los cuales no se pueda identificar al agresor pero sí al grupo del que
proviene el hecho generador del daño.

Tal sería el caso del lanzamiento de un proyectil donde el grupo esté identificado y no así el
agresor directo. En tal situación, y sin perjuicio de analizar la responsabilidad objetiva que
pueda caberles al organizador, a la entidad participante y a la asociación rectora del deporte,
también se podría reclamar contra los sujetos integrantes del grupo del cual partió el objeto.

Otro caso paradigmático en la materia se dio en el precedente “De Anchorena Manuel N. J. c/


Cristófalo Antonio (C. Apel. C. C. Dolores, diciembre 14-982. J. LL 1983-298)”, en el que se
resolvió que existe responsabilidad colectiva de los participantes de una partida de caza en
ocasión de la cual el vehículo utilizado por todos ellos se incendió por recalentamiento del
motor, trasladándose el fuego al campo en que llevaban a cabo esa actividad y provocando
daños al mismo.

Se trata de un caso donde cinco personas se introducen en un campo con permiso de su


propietario con la finalidad de realizar una partida de caza. La camioneta fue sometida a un
excesivo rigor ya que circulaba por un terreno sumamente accidentado, lo que derivó en el
recalentamiento del motor y posterior incendio del campo, cuyo dueño demandó por daños y
perjuicios a todos los integrantes del grupo.

El tribunal arribó a la convicción de que existe responsabilidad colectiva de los participantes.


Entre sus fundamentos, se señala que si varias personas intervienen en una partida de caza
trasladándose todas ellas en vehículo, están todas obligadas a cuidar y prever el daño ulterior
que pueda producir la máquina puesta en movimiento, ya que todos actúan como
guardadores del automotor.

Concluye el voto del Dr. Fontana señalando que “si el vehículo fue forzado en su uso en forma
desmedida, recalentándose el motor y provocándose su incendio, el que se traslada al campo
por el que transitaban, todos los intervinientes de la partida han obrado con culpa y son
partícipes del hecho dañoso, correspondiéndoles la responsabilidad por los daños en forma
solidaria como guardianes de la cosa, ya que no se está en presencia de un hecho de las cosas,
sino ante el ‘hecho del hombre’ que obliga al dueño o guardián”.

El Código unificado, saludablemente, es mucho más explícito en la materia que su antecesor y


contiene tres artículos que ayudan a precisar el alcance de la responsabilidad colectiva. De tal
suerte, brindará alternativas de resolución que hasta el momento eran fruto, mayormente, de
la interpretación jurisprudencial.

RESPONSABILIDAD CIVIL.

Una aproximación a la responsabilidad civil extracontractual en los deportes de riesgo


bilateral.

Federico G. Álvaro López

Introducción

No está de más señalar, para comenzar, que el deporte, al igual que otras muchas actividades
humanas, tiene la capacidad potencial de producir accidentes. Y particularmente, en el ámbito
deportivo, estos eventuales accidentes son más frecuentes que en otros ámbitos, puesto que
en su ejecución los jugadores realizan un amplio despliegue físico, hasta tal punto que en
muchos de estos deportes la disputa por la victoria se basa en el contacto físico con el rival,
como así ocurre en el fútbol americano, el kick boxing y la lucha libre, por citar sólo tres.

Nos encontramos ante todo con un fenómeno social y de masas, en particular el fútbol, en
esta parte del mundo, capaz de movilizar a casi la totalidad de la población de un país en
acontecimientos nacionales e internacionales como Eurocopas, Mundiales o Ligas. En otras
regiones esto mismo sucede con distintos deportes como el baloncesto, el béisbol o el rugby.
Sin duda no es objeto de este estudio analizar estos deportes como fenómenos sociales, pero
sí es importante dejarlo apuntado ya que la inmensa popularidad que poseen impregna
muchos comportamientos y decisiones en el ámbito de la responsabilidad civil. Otros aspectos
importantes del deporte son sus facetas lúdica y saludable de la práctica individual, cuestión,
en todo caso, ajena a este estudio.

La estructura de los clubes de fútbol y selecciones, la figura del árbitro, los órganos de
gobierno y diferentes comités y, fundamentalmente, sus propias reglas deportivas y
disciplinarias paralelas a las normas jurídicas generales constituyen uno de los aspectos más
característicos e influyentes a la hora de delimitar la responsabilidad extracontractual.

El presente estudio trata sobre la responsabilidad civil extracontractual (o aquiliana) en los


deportes de riesgo bilateral siendo que el daño analizado se produce por uno de los
participantes durante el desarrollo del encuentro y el sujeto dañado es otro participante. Por
tanto, no se valorarán accidentes referidos a espectadores o daños producidos sin ocasión de
la disputa llevada a cabo en desarrollo del juego.

Como es bien sabido, los deportes de riesgo bilateral son aquellos donde hay un contacto físico
entre los jugadores o participantes, que compiten entre sí para conseguir objetivos
contrapuestos, como pueden ser el baloncesto, el jockey, el boxeo, el balonmano o el fútbol.

Su regulación

Se puede constatar que en el ordenamiento jurídico español existe una ausencia de previsión
normativa específica, dado que la Ley del Deporte en nada se refiere a estos extremos,
debiendo acudir a la regulación general de la responsabilidad civil extracontractual del art.
1902 del Código Civil. Y es, por tanto, este artículo el que ha de aplicarse a la responsabilidad
derivada de un daño producido en el ámbito deportivo. Naturalmente, no se puede dejar de
lado la jurisprudencia, que delimita y completa esta insuficiente regulación.

Una de las primeras cuestiones que llama la atención al estudiar la responsabilidad civil
extracontractual del ámbito deportivo, con especial referencia al deporte federado, ya sea o
no profesional, es la exigua jurisprudencia existente, y que parece especialmente necesaria en
un régimen jurídico configurado por poco más que un artículo del Código Civil. En efecto, a
diferencia de la, casi se diría, ilimitada litigiosidad de otros ámbitos del Derecho, incluso dentro
de la responsabilidad civil extracontractual, como pueden ser los casos de accidentes de
circulación y consumidores o, sin dejar el ámbito deportivo, en aquellos como el rafting,
equitación o esquí (obsérvese que son todos de riesgo unilateral) o en demandas dirigidas a los
organizadores de los eventos, daños a espectadores o con ocasión de la enseñanza… son
realmente raras las reclamaciones entre deportistas federados por lesiones ocurridas durante
la disputa de un partido o competición. Por lo que respecta a los deportes de riego bilateral, tal
y como se viene afirmando, la jurisprudencia del Tribunal Supremo es muy escasa. Y si
hablamos de la jurisdicción penal, lo es aún más. Es por este motivo por el que la
jurisprudencia, a grandes rasgos, ha sido configurada por las Audiencias Provinciales, partiendo
de las aportaciones de la ya célebre STS Sala 1º de 22 de octubre de 1992.

La explicación a esta escasa litigiosidad, según diversos autores, al menos respecto al deporte
federado, ya sea profesional o no, y que, en todo caso, cobra más peso a medida que el
deportista milita en divisiones de mayor categoría o profesionalización, podría encontrarse en
las siguientes causas:

La existencia de un seguro obligatorio que se hace cargo de las eventuales indemnizaciones.

Parece existir una norma no escrita o una convicción generalizada de que este tipo de
cuestiones debe resolverse en el ámbito estrictamente deportivo, debiendo los jugadores
acatar y no ir más allá de una sanción disciplinaria, de acuerdo con las normas propias del
deporte en cuestión.

Aceptado el hecho de que “el deportista profesional no tiene intención casi nunca de acudir a
los tribunales, extendiendo su asunción del riesgo hasta extremos difíciles de entender”1. Esto
especialmente en relación con las negligencias graves, aunque también sucede con las
actuaciones dolosas quizá por la complejidad que supone probar este último tipo de acciones,
actuando esta dificultad como disuasoria. Piénsese en el famoso caso del jugador del
Manchester United, Roy Keane, quien en 2002 reconoció en su autobiografía haber lesionado
intencionadamente a un rival durante el transcurso de un partido disputado en 2001.

Finalmente, se ha dicho que los deportistas prefieren no litigar, evitando así un entorno
propenso a las demandas donde ellos mismos podrían ser objeto de reclamaciones.

Otras peculiaridades que se pueden destacar de este tipo de responsabilidad extracontractual


son, por ejemplo, que muy pocas veces se trata de daños patrimoniales, sino que, en la
mayoría de los casos se produce con ocasión de daños físicos y lesiones corporales, aunque
estos, evidentemente, pueden tener consecuencias patrimoniales. Asimismo, la existencia de
reglamentos deportivos y normas disciplinarias propias, que suelen aplicarse con preferencia
al Derecho común, es un aspecto de gran trascendencia.

Por otra parte, mientras en general al hablar de responsabilidad civil extracontractual se tiene
en consideración la diligencia de un buen padre de familia para tener en cuenta la frontera de
la culpabilidad, en el ámbito deportivo se habla de la diligencia del buen deportista, lo que
supone un grado de diligencia menor de modo que sólo se responde por los daños que se
causen con negligencia grave o dolo, como luego se verá.
Otra cuestión de gran relevancia, y que igualmente será tratada más adelante, es que existe,
en el ámbito deportivo, una figura perfilada por la jurisprudencia y la doctrina referente al
riesgo inherente en la práctica del deporte y el debate de hasta dónde llega la asunción del
riesgo del deportista.

La conducta punible

En primer lugar, se deben analizar las características de las conductas que dan lugar a la
responsabilidad civil extracontractual derivada de daño en el deporte. En este punto no difiere
tanto de la regla general, puesto que es necesario una conducta antijurídica, culpable (aunque,
como se ha dicho, se predica una diligencia de menor intensidad), imputable y la existencia de
una relación de causalidad entre la acción del agente y el daño inferido a la víctima.

Se podría hablar de una última característica, tan elemental, por otra parte, como lo pueden
ser cualquiera de las anteriores. Se trata de la reparación del daño. Es evidente que uno de los
objetivos de todo ordenamiento jurídico es la búsqueda de la indemnidad de la víctima2. Al
menos tender a la restitución al estado original (reparación in natura), cosa que no siempre se
puede conseguir. En el ámbito de los deportes de riesgo bilateral es especialmente notoria la
dificultad de conseguir la indemnidad del sujeto dañado que no tiene la obligación jurídica de
soportar tal daño, puesto que, como se ha dicho, la mayoría de estos suelen ser daños físicos y
lesiones corporales. Por este motivo lo habitual es recurrir a la reparación pecuniaria a través
de una indemnización, para cuya valoración no hay criterios establecidos, sino que queda al
criterio del juez que suele aplicar por analogía el baremo que marca la Ley 30/1995 referida a
muertes y lesiones producidas en accidentes de tráfico.

No se profundizará, en cada una de estas características, por ser comunes, con ciertos matices
ya comentados u otros como lo pueden ser los casos de responsabilidad objetiva (circulación
de vehículos, navegación aérea, energía nuclear, consumidores,…), al régimen de la
responsabilidad civil extracontractual general. En cambio, se desarrollarán brevemente
aquellos aspectos más interesantes.

Expuesta ya la conducta típica, cabe destacar que en el ámbito de la responsabilidad civil


extracontractual deportiva está ampliamente admitido por la doctrina y la jurisprudencia el
régimen basado en la culpa del causante del daño (responsabilidad subjetiva). Sin embargo, ni
siquiera esto es pacífico del todo en nuestra doctrina, existiendo un sector que propugna un
régimen basado en la responsabilidad objetiva, arguyendo principalmente que el deporte es
una actividad intrínsecamente peligrosa. No se entrará aquí a examinar la posición de cada
autor, pero sí se dejarán apuntados algunos autores partidarios de esta postura como MEDINA
ALCOZ y PERTÍNEZ VILCHEZ.

La doctrina de la asunción del riesgo

En donde existe una mayor unificación de criterios es en considerar la asunción del riesgo
como motivo de la exoneración de la responsabilidad, puesto que esta figura actúa
fundamentalmente en el ámbito de la antijuridicidad y, en todo caso, se aplicaría tanto si el
régimen está basado en la culpa del causante del daño, con o sin inversión de la carga de la
prueba, como en un régimen de responsabilidad objetiva. En todo caso, no hay que confundir
la asunción del riesgo con la culpa exclusiva de la víctima, la concurrencia de culpas o el
consentimiento de la víctima (esta última figura de especial relevancia en el ámbito de los
deportes de combate).

Como bien aclara el profesor SOLÉ FELIU, la jurisprudencia suele abusar del concepto de
asunción del riesgo, cuando bien podrían algunos casos resolverse gracias a otras figuras o
argumentos, como por ejemplo en los casos en los que se demuestra que el causante del daño
actuó de forma diligente o bien no se demuestra su negligencia, determinando así la falta de
responsabilidad en el hecho dañoso sin necesidad ya de acudir a ningún otro argumento
jurídico. En palabras del profesor SOLÉ FELIU, “la asunción del riesgo como auténtica causa de
exclusión de la responsabilidad sólo tiene sentido si, de no haber la victima asumido el riesgo,
el demandado habría sido responsable”.

El criterio de la asunción del riesgo, cuyo principal exponente es la ya mencionada STS Sala 1º
de 22 de octubre de 1992, se puede sintetizar afirmando que un jugador que participa de
forma voluntaria en una actividad cuyos riesgos o peligros son conocidos por él, constatándose
el accidente dentro del ámbito del riesgo aceptado y asumido, esto es, sin existir un
incremento externo del riesgo, este participante está obligado a soportar ese daño.

En la línea de lo que acaba de exponerse se observa que debe producirse una participación
voluntaria3 (cuestión que cobra mayor importancia cuando los deportistas son menores de
edad), en deportes sobre el que el participante ha sido específicamente informado de los
riesgos (aspecto crucial en los denominados deportes de riesgo o aventura) o bien deba
conocerlos, por ejemplo por ser un deportista experto; que el accidente se produzca dentro de
los límites de estos riesgos asumidos (generalmente contemplados en los reglamentos
deportivos o en la constatación del comportamiento habitual de esa modalidad concreta) y no
otros como, por ejemplo, cuando un futbolista recibe un puñetazo estando el juego parado es
un caso claro de riesgo no asumido; y finalmente, y donde se encuentran habitualmente los
límites más difusos y conflictivos, donde no se produzca un incremento del riesgo, es decir,
una zancadilla probablemente sea un riesgo que un futbolista deba asumir, aún cuando este
acto contravenga el reglamento, sin embargo no está tan claro que deba soportar una patada
a la altura de la rodilla con los tacos por delante, aún siendo en disputa por el balón,
existiendo, probablemente, en este caso, un incremento del riesgo que el jugador no tiene la
obligación de soportar. Por último, la doctrina de la asunción del riesgo exige un
comportamiento diligente por parte del participante dañado, puesto que de otro modo este
criterio de aceptación del riesgo podría solaparse o convertirse en los ya mencionados ámbitos
de concurrencia de culpa de la víctima o incluso culpa exclusiva.

En cualquier caso, el nivel de culpa exigido para estar ante una conducta antijurídica y no
exonerable por la doctrina de la asunción del riesgo, es de culpa grave. Naturalmente, la
conducta dolosa siempre será objeto de responsabilidad. Por su parte, la llamada culpa leve,
aún cuando suponga el quebrantamiento de las normas del juego, queda justificada por la
aceptación del riesgo y, en todo caso, admitida en los deportes de riesgo bilateral donde, en el
fragor del juego y el afán de victoria frecuentemente acontecen contactos o choques fuertes y
jugadas de riesgo. Pasando así, como se comentó, de la regla general de la diligencia propia del
buen padre de familia a una exigencia menor, propia del buen deportista. Ello a pesar de que
el ilustre Catedrático LASARTE ÁLVAREZ afirme que “la graduación de la culpa (esto es,
distinguir entre culpa grave, leve y –en su caso- levísima) no tiene interés alguno en la
responsabilidad extracontractual (…)toda vez que el autor del acto ilícito responde siempre del
daño cualquiera que sea el grado de la falta”4.

Ciertos autores, como VERDERA SERVER, indican que el criterio de la asunción del riesgo
genera “un claro peligro de arbitrariedad en las soluciones judiciales: bastará con considerar
que un riesgo no es típicamente asumido por el deportista para afirmar la existencia de
responsabilidad y no hay criterios válidos que permitan enjuiciar hasta qué punto se da
típicamente esa asunción del riesgo”. Aunque el propio VERDERA SERVER parece apuntar una
solución acudiendo a los criterios de prudencia5 que imperan en determinada práctica
deportiva, considerando que no hay responsabilidad si el accidente se ha causado a pesar del
respeto de esas reglas de conducta; existiendo, por el contrario, responsabilidad si el accidente
deriva de una conducta contraria a las reglas de la prudencia.

En este sentido, y tal y como se ha apuntado, cada deporte tiene sus reglas y para la
determinación del riesgo asumido habrá que estar sin duda a estas. Un ejemplo de la
importancia que sobre cada deporte tienen sus propias normas y comportamientos habituales,
si bien es cierto que en ámbito del Derecho Comparado, lo encontramos en un estudio de
PIÑEIRO SALGUERO6 donde, comentando una sentencia de la Corte Suprema de California, el
autor extrae la siguiente conclusión del citado fallo: “en principio, un deportista no debe
asumir una lesión causada de forma intencionada o dolosa, al no constituir un riesgo inherente
al deporte; no obstante, en el béisbol se entiende que el lanzamiento intencionado de una
bola contra el bateador sí es un riesgo normal del deporte”.
En resumidas cuentas, por tanto, el límite de la asunción del riesgo por parte de la víctima
estaría en el comportamiento doloso o gravemente imprudente del contrincante a la hora de
causar el daño, lo cual, evidentemente, debe ser probado por el demandante en el juicio. En
estos casos se entiende que la antijuridicidad no queda exonerada por la asunción del riesgo y
el culpable debería responder por los daños ocasionados, entendiéndose, a contrario sensu,
que los actos constitutivos de negligencia leve son normales en la práctica deportiva y se
encuadran dentro de los riegos inherentes asumidos por los participantes. En otras palabras,
habrá exoneración de la responsabilidad siempre que el accidente derive de un riesgo asumido
por el deportista, reputándose como negligente una anormal intensificación del riesgo por
parte del causante del daño.

De todo lo dicho se desprende uno de los aspectos elementales a dilucidar: definir esa línea
difusa, en cada deporte concreto, entre la negligencia leve, por la cual no se respondería, de
aquella negligencia grave, que sí daría lugar a la responsabilidad civil extracontractual. Y ello
con la dificultad añadida de que no toda infracción reglamentaria se considera negligencia
merecedora de responsabilidad, siempre que dicha acción sea práctica normal en ese deporte
y consecuencia de un lance del juego debido al ímpetu habitual de los participantes. La
consideración de negligencia grave y leve y, por tanto, el límite de la responsabilidad y la
asunción del riesgo, estriba, según acepta de forma mayoritaria la doctrina, en accidentes
desproporcionados y poco frecuentes en el deporte de que se trate, siendo que sólo se
asumen aquellos riesgos inherentes, típicos y habituales del concreto deporte.

Si bien debe entenderse que, ante la constatación de la dolosa intencionalidad del infractor
toda otra consideración carece ya de relevancia y procede apreciar la responsabilidad del
infractor, siempre que el jugador cumpla con la lex artis del deporte concreto, es decir, se
ajuste al reglamento o su infracción se califique de negligencia leve por considerarse la acción
normal o adecuada, incluso aunque la lesión que cause sea grave, no responderá por tal acción
(si bien cuanto más grave sea el resultado lesivo más probabilidades habrá de que su
comportamiento sea evaluado como no habitual por un tribunal y por tanto más posibilidades
de considerarlo negligencia grave y merecedor de reproche).

Cuanto más físico o más riesgos inherentes de lesiones haya en el deporte concreto, más
probabilidades de que el tribunal aprecie asunción del riesgo, puesto que el nivel de diligencia
exigido disminuye proporcionalmente conforme se incrementa la dureza de la modalidad
deportiva. En este sentido, por parte de los jueces, es práctica habitual que se aprecie
asunción del riesgo en los deportes de combate, mientras que en otros deportes de riesgo
bilateral conocidos como deportes de equipo como el balonmano, el baloncesto o el fútbol se
observa más frecuentemente la responsabilidad.
Según manifiesta PIÑEIRO SALGUERO, sirviendo a modo de recapitulación, para discernir entre
lo que podría considerarse un lance del juego normal y que, por tanto, debe asumir el
deportista, y una negligencia suficiente para considerar responsable al causante del daño,
deberían tenerse en cuenta los siguientes parámetros:

El acto causante de la lesión debe, como se ha dicho, ocurrir durante y a consecuencia de la


realización del deporte, para que se aprecie asunción del riesgo.

Se ha de observar si el acto lesivo ha cumplido con la normativa reglamentaria del deporte que
se trate.

En caso de observarse una infracción reglamentaria, debe apreciarse si el comportamiento


puede considerarse como habitual o normal en esa modalidad deportiva. Es decir, si se trata
de una negligencia leve o, por el contrario, ha existido negligencia grave o dolo con evidente
desprecio de la lex artis.

Ha de considerarse el alcance de la lesión causada, es decir, su gravedad.

Finalmente, en la medida de lo posible, debe tenerse en cuenta la intencionalidad del


deportista causante del daño.

Para terminar, un breve comentario sobre el art. 1.903 del CC: en todos los casos en los que
puede apreciarse responsabilidad del deportista, la víctima podría accionar contra el Club, en
virtud de la responsabilidad por hecho ajeno recogida en este artículo.

Algunos casos llamativos

Tal y como se expuso supra, existe una escasa litigiosidad en el ámbito de la responsabilidad
civil extracontractual derivada de daños en los deportes de riesgo bilateral, aunque, en todo
caso, los asuntos enjuiciados y sentencias corresponden frecuentemente al ámbito amateur o
de categorías inferiores y regionales. No obstante, han surgido a la luz pública algunos casos de
deportistas de élite que han sido demandados o han estado inmersos en polémicas
relacionadas con el objeto de estudio de este trabajo:
El caso del jugador inglés del Manchester United, Roy Kean, ya mencionado, fue de los más
notorios.

Sin duda uno de los más interesantes, por la dimensión de la pena impuesta y por la reflexión
del juzgador, aunque perteneciente al ámbito penal, es el que concluyó en 2008 con una
condena de seis meses de prisión al futbolista marroquí Bouaouzan, jugador del Wigan, equipo
de la primera división inglesa. Los hechos ocurrieron en 2004 durante un partido de la liga
holandesa donde el jugador condenado “rompió” la pierna a un rival en un lance del juego.
Según el Tribunal Supremo holandés, Bouaouzan violó flagrantemente las reglas del juego
futbolístico provocando un daño físico serio a su rival y lo hizo, además, de forma
intencionada. El Tribunal Supremo holandés afirmó que acciones como la enjuiciada deben ser
penalizadas de la misma manera que si se hubiesen producido en otras circunstancias ajenas al
deporte.

También en el año 2008, el jugador italo-argentino Mauro Camoranesi, campeón del mundo
con Italia y jugador de la Juventus de Turín, fue condenado por un tribunal argentino a
indemnizar con unos 45.000€ al ex futbolista Javier Pizzo. En la sentencia, el Juez de lo Civil y
Comercial tiene como hechos probados que, durante el transcurso de un partido disputado en
el año 1995, Camoranesi le aplicó una “plancha” que le provocó la rotura de ligamentos,
menisco y tendón de aquiles de una de las rodillas de su rival. Y aclara que si bien el golpe no
puede calificarse de intencional, denota una notoria imprudencia. La defensa del jugador italo-
argentino anunció que apelaría el fallo por considerarlo una circunstancia del juego penada
por un reglamento deportivo.

Recientemente, el futbolista alemán Ballack, jugador del Chelsea inglés, fue objeto de una dura
entrada como consecuencia de la cual sufrió una lesión que le ha impedido participar en la
Copa Mundial de Fútbol 2010. Ballack declaró que emprendería acciones judiciales contra el
jugador que le provocó tal lesión.

Breve reseña sobre el ámbito penal de las lesiones deportivas

En el ámbito penal suele criticarse, con más contundencia que en ámbito civil, dado el carácter
imperativo de sus normas, el clima de impunidad general o de “falta de persecución”. Aunque
paradójicamente, entre los propios juristas se admite que cierta impunidad debe ser tolerada.
Un aspecto que parece pasar extrañamente desapercibido es el hecho de que el Código Penal
no faculta al dejar impunes las conductas incardinables en delitos de lesiones, sino
simplemente a atenuar las penas a imponer. Para justificar esta pasividad, y con el
convencimiento de que si se persiguen penalmente las actividades deportivas estas podrían
desaparecer, se han esgrimido muchas teorías, que no se entrarán a analizar aquí, pero sí se
citarán las dos más recurrentes. Una de ellas es la tesis del riesgo permitido, mediante la cual
en ocasiones es preciso autorizar riesgos superiores a los comúnmente admitidos en virtud de
la existencia de intereses preponderantes. La segunda justifica la impunidad de las lesiones
deportivas en el ejercicio legítimo de un derecho u oficio, recogido en el Código Penal.

Debe tenerse en cuenta que el ámbito penal es más estricto que el civil, por lo que las acciones
y sus consecuencias, así como los grados de culpabilidad, son juzgados con más cautela en esta
jurisdicción, debiendo la acción ser especialmente grave para ser objeto, ya no únicamente de
condena, sino incluso de deliberación judicial en el ámbito penal.

En general, por tanto, serán del ámbito penal aquellos comportamientos dolosos que den
lugar a lesiones de cierta importancia y aquellos actos dañosos que no sean consecuencia de
un lance del juego. Es decir, el criterio decisivo para la punidad penal es la constatación del
animus laedendi del causante del daño. En este sentido se pronunció la célebre STS de 1 de
junio de 1951 que juzgó la patada a un contrario justo después de que este pasara el balón a
un compañero, produciéndole, como consecuencia del mencionado puntapié, rotura de
hígado y riñón derecho.

Como se ha comentado, los tribunales penales en el ámbito de las lesiones deportivas sólo
condenan por actos dolosos, pero se debe recordar que esto no tiene por qué ser
necesariamente así y con el actual Código Penal los jueces y tribunales podrían condenar por
lesiones imprudentes, observándose un trato especial hacia el ámbito deportivo por parte de
los tribunales penales en relación a otras actividades igualmente peligrosas. ¿Es que acaso una
patada por detrás, con absoluto desprecio por las reglas deportivas y la integridad física del
rival causándole una lesión grave, aunque no se aprecie o pueda demostrarse el dolo, no
merece ser perseguida penalmente?

Federico G. Álvaro López.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia.

Diplomado en Relaciones Laborales por la Universidad de Valencia.

Especializado en Derecho del Trabajo.


Bibliografía

ALBIN ESER, M. C. J. Lesiones deportivas y Derecho Penal.

LASARTE ÁLVAREZ, Carlos. Curso de Derecho Civil Patrimonial (Capítulo XXXI).

PIÑEIRO SALGUERO, José. Accidentes deportivos: lesiones consentidas.

PIÑEIRO SALGUERO, José. Avila v. Citrus Community College District: ¿Hasta dónde llega la
asunción del riesgo en el deporte?

RAMOS GONZÁLEZ, Sonia y otros autores. 30 casos de derechos de daños (2004-2006).

SOLÉ FELIU, Josep. Daños sufridos en la práctica de un deporte. Responsabilidad civil del
organizador de la Vuelta Ciclista a España en la caída de un ciclista profesional mientras
participaba en la prueba.

RODRÍGUEZ-MOURULLO, Alberto y CLEMENTE, Ismael. Dos aspectos del Derecho Penal en el


deporte: el dopaje y las lesiones deportivas.

VERDERA SERVER, Rafael. Una aproximación a los riesgos del deporte.

Notas

1 SAP sala penal de Castellón de 22 de febrero de 2001.

2 En España el propio art. 1.902 ordena que el que por acción u omisión causa daño a otro,
interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado.
3 Art.1.2 de la Ley 10/1990 del Deporte.

4 Curso de Derecho Civil Patrimonial. Ed. Tecnos. Madrid, 1994. Página 368.

5 A los que también se alude en la citada supra STS Sala 1º de 22 de octubre de 1992.

6 Avila v. Citrus Community College District: ¿Hasta dónde llega la asunción del riesgo en el
deporte?

Lesiones y daños en el deporte y por jugar al futbol: la pelota judicial.

Responsabilidad por daños en el deporte

En un caso paradigmático, la Corte ordenó al club a indemnizar a un chico que sufrió lesiones
en un partido. Además, para los jueces de la provincia de Buenos Aires, se aplica este estándar:
«las lesiones deportivas sufridas por un jugador pueden dar lugar al deber de resarcir cuando
media una accionar que viola el reglamento del juego y denota un obrar culposo por
imprudencia o torpeza o, claro está, cuando existe un obrar intencional dirigido a provocar el
daño». ¿Es el futbol la continuación de la arena romana donde se exige casi total entrega?

Porque el estatuto del futbolista profesional le da el derecho a un día de descanso semanal y


30 por año, y en contrapartida en cada partido le exige poner todas las energías, y si no lo hace
entonces también incumple su contrato y la hinchada se lo va a hacer saber al toque…

Y por otro lado el jugador debe cuidar su integridad física. Veamos algunos casos en que esa
integridad estaba comprometida por lesiones y daños en el deporte, por una patada jugando
el futbol, tanto en el orden profesional como amateur (club de barrio).

Algunos casos de daños en el deporte y lesiones jugando al futbol.

Jugaban Club General Alvarado y Club Atlético Aldosivi. Un defensor de Aldosivi le dio un
planchazo al colega, que lo fracturó. Los jueces tuvieron en cuenta que hubo culpa, porque el
jugador omitió “direccionar su accionar hacia la disputa de la pelota, efectuar alguna maniobra
evasiva, disminuir su velocidad, omitir levantar el pie a esa altura o simplemente flexionar la
rodilla al sentir la presencia del otro jugador bajo su botín“. Por eso terminó obligando al
jugador y al club contrario a indemnizarlo.
Pero también puede tener que responder el propio club al cual el jugador pertenece en el
entrenamiento. Como si fuera un accidente de trabajo. En este otro caso (acá) también
terminaron condenando a la aseguradora de riesgos de trabajo.

Un caso interesante pasó cuando a la Cámara de Cipolletti (¡Qué bueno sería si vuelven esos
juguitos…!) analizó el partido amateur que se jugó un domingo al mediodia. Imagino a los
jueces con la tele del tribunal, viendo el partido, mientras una pelota dividida produce un
choque: “Hubo una jugada tipica de Futbol, el actor le tiro un planchazo, la pierna arriba al
demandado, se sintio un ruido, el accionado se dio vuelta y tiro un manotazo, ahí, uno al lado
del otro, quedaron los dos en el suelo, una tomándose la pierna y el otro la cara”.

Como consecuencia, un jugador sufrió fractura de tabique nasal y demandó al otro por los
daños que le produjo el golpe (técnicamente, se llama “reconvención”, que vendría ser un
quiero retruco o un contraataque).

A los jueces Cipollitenses le tocó analizar el caso. Interesante la primera apreciación: “Todos
aquellos que practicamos algun deporte de contacto sabemos, al entrar a una ‘cancha’ que
existen riesgos y al decidir participar libremente aceptamos…, no pudiendo perseguir luego
una indemnizacion cuando, producto del juego o de una jugada “dudosa” resultamos heridos
en nuestra integridad fisica, salvo, repito, que exista una comprobada intencionalidad por
parte del contrario de causar un daño fisico”.

Y evaluado ese caso en concreto, el juez razonó: “A mí entender no ha existido antijuridicidad


en el actuar de ambas partes, sino que en el caso nos encontramos ante dos jugadores de
futbol, que sin entrar a analizar sobre la caballerosidad con la que desarrollaban su juego, en
un encuentro al cual se debe suponer llegaron a efectos de practicar un deporte que a ambos
apasiona y de esa forma divertirse, tuvieron rispideces propias del juego que lamentablemente
terminaron con las sabidas consecuencias” (el resaltado es propio).

Para concluir: “Entiendo que el acto de ambas partes (plancha del actor y manotazo del
accionado) han sido realizados sin intencion de dañar, sin que pueda atribuirseles culpa a
ninguno de los dos, sino que han sido actos o movimientos dentro de una competencia
deportiva”.

En resumen, si hay lesiones de ambos por una pelea o forcejeo, no parece haber
indemnización. Pero si hay patadón con el propósito de dañar al jugador contrario es delito de
lesiones (que puede terminar en una probation) y aparte se indemniza por la culpa (no adoptar
precauciones debidas) o el dolo (voluntad de dañar), según el código civil. Esa indemnización
incluye el lucro cesante, daño moral, gastos médicos, etc. y puede estar a cargo del jugador,
seguro y el club contrario.

Donde parece que son más estrictos es en Vigo, España. Porque allí una juez dijo que el
jugador debía pagar más de €1.200 de multa e ir a la cárcel 4 meses! Parece que un futbolista
del equipo que iba ganando protegía la pelota para que saliese junto a un córner y así dejar
que los segundos transcurriesen cuando un rival le empujó por la espalda, con “rabia” (según
dijo el árbitro) y en una carga que no fue legal sino un empujón con ambas manos cuando la
pelota, además, ya estaba fuera… A raíz del empujón, el futbolista del equipo Farol impactó
contra la valla que delimita el campo y sufrió dos heridas en la cara. Aunque en Salta parece
que aplicaron esta doctrina, cuando un jugador de fulbo le tiró a otro un codazo en la cara. Lo
condenaron a un año de prisión por lesiones leves. (Juzgado Correccional Salta).

¿Qué pasa con el rugby?

La corte ordenó indemnizar a un chico que quedó con lesiones por jugar a ese deporte.
Condenó al club y a la asociación de rugby, son los mismos standards que los enunciados. Y ni
que hablar cuando hay violencia.

Hace unos días, el Juzgado de Garantías de 2da Nominación de Salta condenó a un deportista
por el delito de lesiones graves por haberle pegado “un golpe de puño en la mandíbula a un
compañero durante un partido“, informó DiarioJudicial. Aparte de la condena penal a prisión,
que puede quedar en suspenso, el juez inhabilitó al jugador para la práctica del deporte del
rugby por seis meses. A eso se agrega la indemnización civil que tanto el que pegó la piña
como el club deben pagarle al lesionado (después el club podrá repetir del que pegó).

También responsabilizaron al colegio cuando un menor concurrió a un establecimiento junto


con sus compañeros de colegio a disputar un partido de paddle-tenis. Y en ocasión de correr
en búsqueda de una pelota que traspuso los alambrados delimitantes de la cancha, tropezó
con una claraboya y cayó al vacío desde una altura aproximada de cinco metros, sufriendo
distintas lesiones que motivaron el reclamo judicial correspondiente contra los propietarios del
complejo y la compañía aseguradora.

Responsabilidad por mal estado de la cancha de fulbo 5 o papi fútbol

En un caso se responsabilizó al complejo de fútbol 5 por mal estado de sus instalaciones, lo


que causó lesiones a un jugador de futbol. Podés leer la sentencia completa abajo. Según esta,
la empresa propietaria de la cancha de fútbol en su carácter de “guardián” del predio donde
se encontraba la cosa que produjo la lesión del accionante, debería haber adoptado las
diligencias necesarias para que los separadores de cancha no fueran objetos riesgosos.

Ninguna culpa puede imputársele al accionante (jugador) pues de los dichos de los testigos el
actor se encontraba jugando normalmente realizando practicas habituales.- Por el contrario
del referido medio probatorio y del acta notarial se desprende que las patas de vallados
divisorios se encontraban levantadas hacia arriba a unos cinco centímetros del suelo. Esto hizo
que el jugador tropezara y se lastimara.

En mi opinión, las canchas con paredes perimetrales no deberían habilitarse ni permitirse.


Sencillamente, son un peligro. Solo podría haber una red para que no se escape la pelota, pero
a unos metros para que un jugador no se tropiece.

Sobre la ley contra la violencia en espectáculos deportivos

Como dijo la Corte en el caso “Mosca”, el club es responsable si algún hincha se lastima,
incluso por un robo o choreo en las inmediaciones del club. Allí condenaron al club, al seguro y
a la FIFA por las lesiones sufridas cerca de la cancha. Como espectador, es muy importante
guardar la entrada, el ticket.

En tanto, los clubes siguen incumpliendo su obligación de poner sillas individuales, y hasta
ahora no conozco casos en que se haya aplicad los 15 días de arresto para el periodista,
jugador o DT que “con sus expresiones, ademanes o procederes” altere el orden (ley 24192).

A veces, la condena judicial puede no ser la mayor sanción para un jugador… En los EEUU, un
futbolista le envió fotos desnudo a una chica con la que salía. La chica cortó la relación y
contraatacó por daño moral, por haberle enviado esas imágenes que no habría querido ver. En
su demanda escribió: «Me causó un daño ver su pene chico…»
Daños por hacer deporte en la escuela

Abajo podés leer una sentencia en que tuvo en cuenta el caso de un chico que fue a un predio
de La Reja, en presencia de dos profesores de educación física y un practicante que oficiaba
como árbitro, contando el menor con expresa autorización del padre, acreditando la conducta
posterior de los docentes, en el auxilio inmediato al damnificado y su grupo familiar, efectuada
en forma diligente. Allí se cnndenó a la escuela, pero el damnificado debe demostrar la culpa
del director para responsabilizarlo, que en el caso no se dio. Por la fractura en el ojo derecho le
dieron más de $ 250.000.

Anexo con sentencia completa – daños por hacer deporte en la escuela

Causa N° 71890 – “D. A. I. y otro c/ Dirección Gral. de Cultura y Educación de la provincia de Bs.
As. y Otros s/ daños y perjuicios” – CÁMARA DE APELACIONES EN LO CIVIL Y COMERCIAL DE
SAN MARTÍN (Buenos Aires) – SALA PRIMERA – 18/05/2017

ACUERDO

En General San Martín, a los 18 días del mes de mayo de dos mil diecisiete se reúnen en
Acuerdo Ordinario los señores Jueces de la Sala Primera de la Cámara de Apelación en lo Civil y
Comercial del Departamento Judicial de San Martín, Dres., Carlos Ramón Lami y Manuel
Augusto Sirvén, para dictar sentencia en los autos caratulados: “D. A. I. Y OTRO C/ DIRECCIÓN
GENERAL DE CULTURA Y EDUCACIÓN DE LA PROVINCIA DE BS. AS. Y OTROS S/ DAÑOS Y
PERJUICIOS” – Expte. n° 71890 – y habiéndose practicado oportunamente el sorteo que
prescriben los arts. 168 de la Constitución Provincial y 266 del Código Procesal, resultó del
mismo que la votación debía realizarse en el orden siguiente: doctores Sirvén y Lami, El
Tribunal resolvió plantear y votar las siguientes:

CUESTIONES

1° ¿Es ajustada a derecho la sentencia apelada?

2° ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar?

VOTACION
A la primera cuestión el Señor Juez Dr. Sirvén dijo:

Recaída sentencia en primera instancia. (fs. 677/690):

1) Haciendo lugar a la excepción de falta de legitimación pasiva opuesta por la Caja de Seguros
S.A, con costas en el orden causado.

2) Rechazando la demanda interpuesta contra O. O. A., con costas en el orden causado y 3)


haciendo lugar a la demanda entablada contra la D. G. de C. y E. de la Provincia de Buenos
Aires, con más intereses y costas; apelan M. Á. D. F.; A. I. D. F. y E. G. S., por derecho propio;
(fs., 696) el Fiscal de Estado de la Provincia de Buenos Aires, (fs., 700) presentando memorial,
(fs., 710/716) al igual que la parte actora que expresa sus agravios, (fs., 717/725). Asimismo, se
glosan las contestaciones de los agravios de la contraria; el letrado apoderado de la Caja de
Seguros S.A (fs., 727/728) y M. Á. D. F.; A. I. D. F. y E. G. S., (fs., 729/735). Encontrándose
vencido el término del mismo y no habiéndose evacuado por la parte demandada, se da por
perdido a esta última, el derecho que ha dejado de usar. (art. 263 del C.P.C.C).

Por sus agravios, la Fiscalía de Estado de la Provincia de Buenos Aires, luego de desplegar los
antecedentes de la causa – en resumen, remitiéndose a la contestación de la demanda, por la
cual endilgaba responsabilidad al establecimiento educativo por el accidente deportivo de un
niño, por el que se reclamaba una indemnización por las lesiones sufridas (conf., art. 1117 del
anterior Código Civil) sosteniendo, en contrario, que no se dieron ninguno de los presupuestos
necesarios para responsabilizar al Estado Provincial por los hechos de sus dependientes, por la
ausencia de antijuricidad, analizándose los posibles factores atributivos de responsabilidad y
concluyendo que el accidente no se produjo por la conducta antideportiva de ningún alumno,
sino que formaba parte de las posibles consecuencias de un deporte que conlleva el riesgo de
sufrir algún daño físico para sus participantes, y la inexistencia de negligencias o
incumplimientos de sus deberes por parte de los de los dependientes de la DGCyE, lo que
implicaba que el hecho resultaba absolutamente inevitable e impredecible. Agrega que,
además, sobre la base de los dichos de aquéllos que presenciaron el encuentro, se hizo notar
la existencia de una posible culpa de la víctima, que en el fragor del encuentro desplegó una
conducta arriesgada que le provocó un daño, poniendo en riesgo tanto su integridad física
como la de su contrincante. Transcribiendo conceptos, al respecto, de la judicante, resalta que
se trata de una jugada desafortunada pero previsible, por tratarse de jugadores no
profesionales (alumnos del ámbito escolar) y que por consiguiente el hecho genera
responsabilidad conforme al factor objetivo de atribución de responsabilidad de los
establecimientos educativos (art. 1117 del Código Civil) Respecto al Director de la Escuela (Sr.
A.) argumenta que no se acreditó negligencia o impericia de su parte que permita extender a
su respecto la responsabilidad sobre el hecho de autos. Ingresando al Capítulo: Fundando el
recurso, manifiesta el agravio que genera a su representada, los elevados montos de los
siguientes rubros indemnizatorios: Daño Físico, $ 100.000 (Incapacidad Sobreviniente) Daño
moral, $ 50.000; daño psicológico, $ 40.000. Enuncia que el fallo también incluye condena a
pagar $ 4.000, en concepto de Gastos, a cada uno de los progenitores. Opone la Ley de
Consolidación, (ley 12.838) con análisis de sus antecedentes, cuestionando los intereses
establecidos.

A su vez, M. Á. D. F.; A. I. D. F. y E. G. S., se agravian por el rechazo de la citación en garantía –


en referencia a Caja de Seguros S.A – el rechazo de la demanda contra O. O. A., en su carácter
de Director de la Escuela de Educación Técnica Nº A.; rechazo del Daño Moral, en referencia a
los co-actores A. I. D. F. y E. G. S., por haberse entendido que este daño corresponde a la
víctima directa del daño. Por el cuarto y último agravio: monto otorgado a los coactores A. I. D.
F. y E. G. S. por Gastos Médicos y Farmacéuticos, por considerarlos insignificantes. En síntesis,
con respecto al rechazo de la citación en garantía, en los términos del art. 118 de la Ley
17.418, aduce que lo resuelto en la anterior instancia, encuentra fundamento en el informe
pericial contable, (fs., 350/1) del cual se concluiría que a su fecha no se identificaron
constancias que indiquen la existencia del contrato de seguro de responsabilidad civil con
alguna de las partes involucradas y tampoco se identificó el contrato en sus libros, la existencia
del contrato de Responsabilidad Civil y/o contrato de “Seguro Escolar”. Anota que también
surge del informe, que a la fecha del siniestro existía una cobertura denominada “Seguro de
Vida Colectivos”, cubierto por la aseguradora, la cual cubría, entre otros: Incapacidad Parcial
y/o total y permanente con más Asistencia Médica Farmacéutica por Accidente, extremo,
sostiene, no considerado por la sentencia en revisión. Expone antecedentes y alcance de su
queja, respondiendo el seguro colectivo a una categoría de los seguros sociales. Recuerda que
el contrato de seguro de vida colectivo se encuentra reglado por los arts 153 a 156 de la ley
17.418, por lo cual corresponde hacerle extensiva la presente en los términos del art. 118 de la
ley 17.418. En cuanto al rechazo de la demanda contra A., en su carácter de Director del
Establecimiento Escolar alega, contra la fundamentación que no se ha acreditado su culpa, (a
la luz del art. 512) que la responsabilidad que cabe atribuir al mismo deriva de su condición de
Director del Instituto educativo, al cual concurría el coactor M. D. F. y el que organizara la
actividad deportiva en la cual el niño resultó gravemente lesionado, conforme al factor de
atribución que es objetivo, como también lo reconoce la sentencia.

Con motivo de la entrada en vigencia de la Reforma del Código Civil y Comercial de la Nación
(Ley Nº 26994) a partir del 1/8/2015, la doctrina y jurisprudencia coinciden en que la
responsabilidad civil se rige por la ley vigente al momento del hecho antijurídico dañoso (Conf.
Kelmemajer de Carlucci “La aplicación del Código Civil y Comercial”. Ed. Rubinzal Culzoni 2015,
págs. 100 y sgtes.). Por su parte, nuestro Cimero Tribunal ha sostenido, oportunamente, que
“el art. 3º del Código Civil (art. 7º, según C.C y C.) establece que las leyes valen a partir de su
entrada y vigencia aun para las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas
existentes, es decir que consagra el principio de la aplicación inmediata de la legislación nueva
que rige los hechos que están en curso de desarrollo al tiempo de su sanción. Empero, la
misma no resulta aplicable respecto de los hechos consumados con anterioridad a su vigencia
por lo que no corresponde sea actuada (Ac.63120, JA 1998, IV – 29; LL, 1998, 848; Ac.75917;
causa 101610, sent. del 30/IX/2008).

Ergo, habiendo acontecido el hecho de autos el día 4 de octubre de 2000, dejo propuesto la
aplicación de la ley 340, Código Civil, con sus sucesivas reformas, como bien lo dispusiera la
señora juez de grado.

Comenzando el análisis con el planteo crítico efectuado sobre el progreso, en primera


instancia, de la excepción de legitimación pasiva opuesta por la Caja de Seguros S.A, con
réplica de la aseguradora, la señora juez de grado al fundamentar la desestimación de la
requerida citación en garantía, en los términos del art. 118 de la ley 17418 – en apartado
Cuarto de los Considerando – comienza configurando la cuestión, entendiendo que, al
momento del suceso del sublite, no existía contrato de responsabilidad civil con la demandada:
D. G. de C. y E. de la Provincia de Buenos Aires, sino un contrato de seguro personal por
accidentes en el ámbito escolar. Luego de enmarcar los principios procesales y
jurisprudenciales de rigor en la materia, relaciona el reconocimiento de los actores, (fs.,
183/184) la inexistencia de póliza de responsabilidad civil, pero apoyan su citación en garantía
en el seguro de vida colectivo y gratuito que por ley presta la Caja de Seguros S.A, enunciando
sus precedentes. Seguidamente se detiene en el dictamen pericial contable obrante en los
actuados, (fs., 350/351), del que surge que, a la fecha del hecho de autos, no se identificaron
constancias que indiquen la existencia de contrato de seguro de responsabilidad civil con
alguna de las partes involucradas, aclarando el perito que de hecho no está dentro del objeto
social de la citada en garantía original emitir este tipo de cobertura. Tampoco se identificó en
los libros de la citada la existencia de contrato de Responsabilidad Civil y/o contrato de
“Seguro Escolar” y si bien existe una cobertura denominada “Seguro de Vida Colectivo”,
conforme las explicaciones que el experto brinda al respecto, la misma carece de prima, por lo
que adquiere el carácter de subsidio, detallando los rubros y montos tarifados que cubría. La
pericia no mereció observaciones de las partes, por lo que la sentenciante no encuentra
mérito para apartarse de sus conclusiones (art. 474 del C.P.C.C) decidiendo, que atento la
obligación únicamente de una obligación de cobertura cuya causa es ajena a contratación en
los términos del art. 118, 2º párr., de la ley 17418, hace lugar a la excepción articulada.

De inicio se observa, que la sentencia sí ha incluido en su tratamiento al seguro colectivo


existente, sentando y concluyendo sobre su ajenidad al contrato de seguro de responsabilidad
civil, ya que responde al seguro colectivo, de categoría social, siendo un subsidio.

Significativo resulta, en el análisis, el consentimiento de la pericia contable por parte de la


ahora recurrente.
Bien se ha precisado que la ausencia de una oportuna protesta ante el dictamen pericial
producido permite sentar, conforme con pacífica doctrina, que si la pericia no fue objeto de
observación ni de impugnación alguna por los interesados, las consideraciones generales
destinadas a atacarlas que recién se introducen en la expresión de agravios carecen de
relevancia y debe estarse, por consiguiente de acuerdo con lo dispuesto en el art. 473, a las
conclusiones que llegaron los expertos, si no juegan elementos eficaces de convicción que
autoricen a apartarse de ellas (Osvaldo A. Gozaíni “ Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación “ II. Ed. La Ley. Pra. Ed. Año 2.002, págs.513 y sgtes.).

Adviértase, que mientras el seguro de responsabilidad civil es regulado en el Capítulo II,


Sección XI; (arts., 109 a 120 L. S, con una previsión, que no es del caso, del art. 120 sobre
cobertura de responsabilidad civil) el seguro de personas se ubica en el Capítulo III, y en su
Sección III el seguro colectivo, (arts., 153 a 156) mientras que el art. 118, párr. 2º, contiene la
citación del asegurador sólo en el seguro de responsabilidad civil.

Es que la Clasificación de los seguros, precisa Rubén S. Stiglitz, (“Derecho de Seguros” I, págs.,
38 y sgte., nº 28. Abeledo Perrot. Año 1997) debe guardar relación con el objeto del contrato
y, en ese sentido, se puede distinguir los seguros sobre intereses patrimoniales y los seguros
de personas. El seguro contra la responsabilidad civil participa de la naturaleza de los seguros
de daños patrimoniales y se halla integrando el Capítulo II, con esa misma denominación,
conjuntamente con los seguros denominados de cosas o bienes, según la Ley de Seguros. A su
vez, los seguros de (sobre) intereses de daños patrimoniales pueden a su vez clasificarse según
que el interés asegurado se asiente en una cosa (incendio, robo) o sobre el patrimonio (seguro
contra la responsabilidad civil).

Los seguros de personas se dividen en seguros sobre la vida (arts., 128/148, L.S) y seguros
sobre la integridad corporal (accidentes personales y colectivos – arts., 149/156, L.S).

El existente e invocado por la apelante, seguro colectivo, gratuito y de vida, encuadra en la


categoría de seguro social, con sus propio trámite de denuncia y actuación, cubriendo entre
otros riesgos: incapacidad parcial y/ o total y permanente con más asistencia por accidente y
dentro de la tarifación que transcribe la sentencia de la anterior instancia, sin que nada de ello
se expusiera, como ya cumplimentado en la demanda, salvo un desistimiento por el
ofrecimiento de Gastos, desestimado por los interesados, (fs., 183/184 y fs., 94/95; íd., fs. 103
– solicitud de indemnización, formulario de Seguro Escolar – y 107) según Acta, de fecha 9 de
octubre de 2000, el señor Director de la escuela informa al padre del alumno lesionado, que
tiene derecho a solicitar la cobertura del seguro escolar a los efectos de cubrir gastos que haya
realizado por asistencia médica y farmacéutica y cuyos comprobantes de gastos y facturas
deberán figurar a nombre y apellido del accidentado como constancia.
Pese al iniciado trámite del seguro colectivo, en el sublite, se instrumenta el reclamo mediante
una impropia citación en garantía, reservada por ley, para el seguro de responsabilidad civil,
(art. 118 párr., 2º, Ley 17.418) cuando el seguro colectivo escolar invocado constituye una
ayuda o tipo de subsidio que ampara a los alumnos, según con rigor, también lo configura la
contestación de los agravios efectuada por el letrado apoderado de la citada en garantía quien,
con certeza, precisa que el riesgo cubierto por el contrato de seguro que invoca la accionante y
que alcanza muerte; incapacidad total y permanente causados a un menor – siendo éstos los
asegurados y los progenitores los beneficiarios – es distinto al seguro de responsabilidad civil,
que habilitaría la citación en garantía, en el que el asegurador se obliga a mantener indemne al
asegurado por cuanto deba a un tercero en razón de la responsabilidad prevista en el contrato
(art. 109 de la ley 17.418).

La definición de lo hasta aquí expuesto resulta plasmada, con claridad, en la inobservada y ya


relacionada pericia contable (art. 474 del C.P.C.C).

Por ello y argumentos expuestos en la instancia de origen, incluida la forma de distribución de


las costas, en esta instancia, he de votar en esta primera cuestión por la Afirmativa.

Seguidamente corresponderá examinar si resulta o no procedente la extensión de la condena


al codemandado director del establecimiento de marras, habiendo admitido la sentencia en
crisis que, en la especie, resulta de aplicación la responsabilidad objetiva y que la actora
recurre con base en el art. 1117 del Código Civil, reformado por ley 24.830.

La sentenciante fundamenta la exclusión de responsabilidad civil del director A., mediante su


Quinto y Octavo Considerando.

Señala que el precitado texto normativo, con su reforma, consagró en el derecho argentino la
responsabilidad objetiva de los propietarios de los institutos educativos y se eliminó la
responsabilidad presumida de base subjetiva que para los directores de colegio estableciera el
Código de Vélez, en forma similar al actual art. 1767 del Código Civil y Comercial.
Seguidamente razona que ello no excluye la posibilidad de que los directores de los
establecimientos o los maestros puedan ser responsabilizados, ya que si se demuestra su dolo
o culpa deberán reparar el daño causado según los principios generales de la responsabilidad
civil de base subjetiva, (art. 1109 del Código Civil). Por lo que no habiendo acreditado la parte
actora negligencia o impericia de A., que permita extender a su respecto la responsabilidad
sobre el hecho de autos, (véase Considerando Séptimo) rechaza la demanda contra el mismo.
Contra tal conclusión se alza la recurrente accionante, sosteniendo por su agravio, que
completa con cita doctrinaria, que no existe elemento alguno para eximir al director de la
responsabilidad que le atribuye, toda vez que la sentencia rechazó la hipótesis de caso fortuito
y por ello condenó a la D. G. de C. y E. Provincial.

Examinadas las probanzas colectadas sobre el partido de fútbol donde se registró la lesión del
actor que genera estas actuaciones, coincido con los fundamentos expuesto,

al respecto, por la señora juez de grado.

La gesta deportiva se desarrolló en presencia de dos profesores de educación física y un


practicante que oficiaba como árbitro, en las instalaciones del Club La Reja, contando el menor
con expresa autorización del padre, acreditando la conducta posterior de los docentes, en el
auxilio inmediato al damnificado y su grupo familiar, efectuada en forma diligente, según
constancias de fs., 80/83 y 103/109 y los testimonios de B. (fs., 266/268) y Sala (fs., 269/270).

Con análisis de la letra del originario art. 1117 y luego con la de su reforma y lo sostenido por
el fallo en revisión, comparto su interpretación que avala un reconocido y recientemente
desaparecido autor, Director de la obra que “infra” se menciona, citando jurisprudencia, con
Nota, por la que se sostiene que el art. 1117 deslegitima pasivamente a los directores del
establecimiento educativo por los daños y perjuicios sufridos por un alumno, de modo que a
su respecto rige pura y simplemente el art. 1109 del mismo ordenamiento, razón por la cual es
el damnificado quien debe demostrar la culpa del director (“Código Civil” – Comentado y
Anotado. Tº I., pág., 931, “in fine”: Director Santos Cifuentes. Coordinador Fernando Sagarna.
ED. La Ley. Año 2003).

Por ello y argumentos expuestos en la instancia de origen, incluida la forma de distribución de


las costas, en esta instancia, he de votar en esta cuestión por la Afirmativa.

Localizados los respectivos agravios de los recurrentes en el derecho de daños, tarea


inmediata resulta ingresar al tratamiento de los ítems propuestos y controvertidos del haber
indemnizatorio pretendido, (arts., 1068, 1069, 1077, 1079, 1083, 1086 y cdtes. del Código
Civil).
Empezando el análisis con Daño físico – incapacidad sobreviniente – por importar el rubro
indemnizatorio más gravitante en torno al cual giran en su órbita, generalmente, los demás
rubros componentes del haber indemnizatorio.

La señora juez de grado fundamentó su procedencia, (Décimo Considerando) con particular


detenimiento en antecedente de interés médico que puntualiza; asistencia hospitalaria, hasta
arribar a la conclusión de que D. no presenta al momento actual secuelas anátomo funcionales
respecto de las lesiones padecidas al momento del hecho de autos (trauma ocular derecho,
con fractura órbito malar derecha) con una incapacidad física, parcial y temporaria (transitoria)
durante ese lapso.

Presenta en el orden estético secuela cicatrizal en párpado superior derecho, con las
características que enuncia, con un porcentaje de incapacidad de 5 %. Establece por el
concepto, considerando las condiciones personales del reclamante, como ser su edad (17
años) y estudiante al momento del hecho, en la actualidad empleado (fs.567) establece la
suma de $ 100.000.

Daño Físico, $ 100.000 (Incapacidad Sobreviniente) constituye el primer reclamo de la Fiscalía


de Estado recurrente, que largamente fundamenta, con cita legal, jurisprudencial y doctrinaria,
indicando máximas adecuadas para arribar a una indemnización equilibrada, evitando
indebidos enriquecimientos. En concreto, solicita su morigeración, dada la inexistencia de
secuelas incapacitantes informadas por perito médico y psicólogo y orfandad probatoria.

Por su réplica a los agravios, la parte actora contradice, con transcripción de las mismas, los
resultados de la pericia practicada, desarrollando, con cita jurisprudencial, su línea argumental
sobre el alcance e interpretación de la incapacidad, sosteniendo que su monto no ha sido
fijado en forma arbitraria. Resalta el carácter de adolescente del damnificado al tiempo del
accidente, lo cual potencia el resarcimiento por cuanto mayor será el lapso de incapacidad que
padece la persona.

Teniendo presente la favorable evolución médica de la víctima, sin olvidar la incapacidad


parcial y transitoria inicial, con buen pronóstico médico y la correcta desestimación de las
explicaciones requeridas (fs 587) – art.474 del C.P.C.C – su menor edad, en plena época
estudiantil y limitado alcance de su disminución incapacitante, estimando elevada la
indemnización otorgada, postulo su equitativa reducción a $ 50.000.

Daño psicológico, $ 40.000 constituye otro agravio de la Fiscalía de Estado apelante.


La judicante, encuadrando su focalización en la pericia producida, inobservada por las partes,
se pronunció sobre su procedencia (Considerando Décimo Primero).

La recurrente basa su crítica en la pericia psicológica practicada, (fs., 442/444) y la evaluación


psicológica que efectúa, arribando a la conclusión: Presenta Trastorno por Estrés
postraumático, con grado de incapacidad leve y de tipo permanente. Aconseja abordaje
psicoterapéutico, con una duración de ocho a doce meses a razón de una entrevista semanal,
con un costo promedio de $ 50.

Equivoca la crítica al anotar que la incapacidad fue informada por una licenciada en Psicología
y no por médico psiquiatra, cuando la misma demanda y la sentencia apelada refieren el daño
psicológico. Vuelve a equivocar, a la luz de precedentes jurisprudenciales de esta Sala I,
cuando confunde conceptos tan diversos como daño moral y daño psíquico y psicológico.

Con relación a la negativa de autonomía del daño psíquico con el daño moral, mantenida por la
recurrente demandada, contrario a la pacífica jurisprudencia, predicando su autonomía esta
Sala I, y en lo que coincide la contestación de los agravios formulada por los actores, por su
elocuencia y reiteración del tema basta remitirme a las elocuentes expresiones del precitado
Santos Cifuentes cuando sostiene, (“Algunas reflexiones sobre sus diferencias” Jurisp. Argen.
Lexis Nexis 2.006-II. Fascículo 8 del 24-05-2.006- Doct. pág. 3). Muchas veces nada psíquico ha
sido alterado o – digamos- afectado por el hecho que fue causa del daño, pero puede haber un
detrimento que enraiza en otros aspectos extrapatrimonuiales, v.gr., la muerte de un caballo
de polo de una caballeriza con numerosos ejemplares que lo único productivo que produce es
entorpecer el programa deportivo del aras; o un accidente que causa impresión momentánea
sin trasladar sus efectos más allá; o una herida curada en poco tiempo sin que se pueda
advertir prolongación de sufrimientos o trayectoria de futuro. Es una primera diferenciación: el
daño moral pertenece al pasado o al presente que transcurre, en cuanto importa un resultado
de actualidad que la persona soporta. El juez, cuando le llega el turno de sopesarlo, debe
entonces hacer una traslación de sus razones al pasado, aunque sea inmediato; el psicológico
atañe a la integridad psíquica y se sufre hacia el futuro, a partir del hecho. El daño moral
generalmente (podría haber excepciones) está ahí enterito, completo, en la producción de sus
efectos por la comisión del hecho; el psíquico, como el físico u orgánico, muestra el perfil
sucesivo, propio de la incapacidad sobreviniente y se relaciona con los tiempos que vendrán,
pues una vez acabado el suceso si se extinguiera, no existiría como tal, sería inapreciable. La
mezcla de sus fórmulas tiene un peligro latente: desconocer la importancia de uno o de otro, o
sea, la posibilidad de sumarlos, pues el englobamiento permite arbitrar montos sin control y a
veces disminuidos frente a la verdad personal del damnificado. He ahí otra diferencia: el
psíquico está determinado por la fuerza de su incidencia demostrable; el daño moral, no. Este
último, va dicho, no requiere prueba de su existencia ni tampoco de su extensión. El daño
psíquico exige demostración de ambos aspectos. Resalto aquí esta distinción: si el daño
psíquico no tiene elementos concretos demostrativos de haberse padecido y de la entidad del
padecimiento, puede ser descartado por el juez por falta de comprobación, mientras que el
moral surge in re ipsa loquitur, por el sólo hecho o acto dañoso, tal como generalmente la
jurisprudencia lo ha sostenido, permitiéndole al juez establecer su cuantía sin pruebas extras.

Si por caso el daño surge del incumplimiento de un contrato (art. 522 Cód. Civil) parece poco
posible sostener su identificación, pero podrían acumularse si la parte dañada pudiera
acreditar que ese incumplimiento por razones justificadas la causó un demérito psíquico. Es
decir, la no ejecución de obligaciones patrimoniales puede acarrear en los perjuicios efectos
destacables, pero no es admisible sostener que a la vez esos deméritos sin pruebas muy
concretas se extiendan a la faz psicológica; los peritos psicólogos dirán si el contratante no
correspondido padece por ello una afectación de tal índole; en cambio, es el juez quien a la
sola vista del caso puede considerar la existencia del daño moral.

En resumen, considera que la prueba es la más contundente de las diferencias.

Observo, luego del análisis de la cuestionada pericia, que la suma asignada a la partida resulta
algo elevada, apreciando el grado incapacitante, comparado incluso con precedentes similares
de esta Sala I.

Por ello entiendo que la indemnización pertinente debe reducirse a $ 30.000.

Se agravia la recurrente actora por la suma otorgada a la partida: Gastos Médicos y


Farmacéuticos, de $ 4.000 ponderados por la sentencia de grado, (Décimo Cuarto
Considerado) justificando, pese a la gratuidad de muchos requerimientos médicos que designa
y la copia certificada de un recibo por gastos de material ortopédico (fs., 14) por $ 1121,35.

En virtud del encarecimiento de gastos de traslados, médicos y farmacéuticos, he de propiciar


su elevación a $ 8000, a favor de A. I. D. y E. G. S., en partes iguales.

Siguiente agravio de la recurrente accionante lo constituye el rechazo del Daño Moral en


referencia a los co-actores A. I. D. F. y E. G. S., por haberse entendido que este daño
corresponde a la víctima directa del daño, mediante extensos argumentos que refieren desde
el dolor padecido por los padres en las circunstancias hasta cita jurisprudencial que apoya una
tesitura distinta a la establecida por la sentencia apelada.
El último párrafo del artículo 1078 es claro y contundente:”la acción por indemnización del
daño moral sólo competerá al damnificado directo; si del hecho hubiere resultado la muerte
de la víctima, únicamente tendrán acción los herederos forzosos” y por ello excluye cualquier
otra interpretación que intente forzar su transparente contenido: ubi lex non distinguit, nec
nos distinguere debemos.

Si el juez invadiera el terreno legislativo disponiendo, por caso, otra extensión, inclusiva o
excluyente de personas o situaciones, en homenaje incluso a grandes o justos ideales, como el
planteado, se convertiría en legislador, alterando gravemente la separación de poderes.

Por ello corresponde confirmar, en mi concepto, lo decidido sobre la cuestión.

Daño moral, agravio interpuesto por la Fiscalía de Estado, desestimando el resarcimiento que
se reclama al Estado, con fundamento en un factor objetivo como el utilizado en el fallo.

La judicante ha establecido por su concepto $ 50.000, fundamentado, básicamente, en toda


modificación disvaliosa del espíritu con causa en el hecho.

El Estado responde como el resto de los justiciables cuando resulta condenado, sea por
responsabilidad subjetiva u objetiva, como a diario se aprecia, con la aplicación del ant. 1113,
2º párr. última parte del Código Civil y se comprueba en múltiples accidentes de automotores
y demás pleitos perdidos, en los que resulta aplicable la responsabilidad objetiva.

No hallando elementos aportados para conmover el decisorio, con base en lo dispuesto por el
art. 1078 del Código Civil, corresponde, así lo interpreto, confirmar la suma establecida para
indemnizar esta partida.

Por último, opone la recurrente Fiscalía de Estado la Ley de Consolidación, (ley 12.836) con
análisis de sus antecedentes, cuestionando los intereses establecidos.

Las presentes actuaciones han sido elevadas a esta instancia para la consideración de dos
temas controvertidos: responsabilidad civil del Director del establecimiento escolar e
indemnizaciones resultantes de la responsabilidad civil de la D. G. de C. y E. Provincial.
De modo tal que el planteo de la Consolidación, eventualmente, corresponderá tratar en la
etapa de liquidación.

Por todo lo expuesto Voto por la Afirmativa, con las modificaciones postuladas.

El señor juez, doctor Lami, votó en igual sentido y por los mismos fundamentos.

A la segunda cuestión el Señor Juez Dr. Sirvén dijo:

Visto el resultado que arroja la votación anterior, corresponde confirmar la sentencia de


primera instancia, en lo principal que decide, (fs. 677/690) con más los intereses y demás
modalidades establecidas por el fallo recaído en primera instancia. Modificándose, en cuanto
reduce los rubros: Daño físico (Incapacidad Sobreviniente) a $ 50.000 y daño psicológico, a $
30.000. Se eleva: Gastos de traslados, médicos y farmacéuticos, a $ 8000, a favor de A. I. D. y E.
G. S., en partes iguales y dispone establecer, en esta instancia, las costas en el orden causado
con relación a la excepción de falta de legitimación pasiva opuesta por la Caja de Seguros S.A y
en el rechazo de la demanda interpuesta contra O. O. A., (arts., 68, 2ª parte y 69 del CPCC).
Con costas, en esta instancia, a la citada en garantía, conforme con el principio de reparación
plena y progreso de la acción (art. 68 del C.P.C.C).

Así lo Voto.-

El señor juez, doctor Lami, votó en igual sentido y por los mismos fundamentos.-

Con lo que terminó el Acuerdo, dictándose la siguiente

SENTENCIA

Por lo expuesto, se Confirma la sentencia de primera instancia, en lo principal que decide, (fs.
677/690) con más los intereses y demás modalidades establecidas por el fallo recaído en
primera instancia. Modificándose, en cuanto reduce los rubros: Daño físico (Incapacidad
Sobreviniente) a $ 50.000 y daño psicológico, a $ 30.000. Se eleva: Gastos de traslados,
médicos y farmacéuticos, a $ 8000, a favor de A. I. D. y E. G. S., en partes iguales y se dispone
establecer, en esta instancia, las costas en el orden causado con relación a la excepción de
falta de legitimación pasiva opuesta por la Caja de Seguros S.A y en el rechazo de la demanda
interpuesta contra O.O.A., (arts., 68, 2ª parte y 69 del CPCC). Con costas, en esta instancia, a la
citada en garantía (art. 68 del C.P.C.C Difiriéndose la regulación de honorarios para su
oportunidad (art. 31 dec-ley 8904 / 77).

REGÍSTRESE. NOTIFÍQUESE. DEVUELVASE.-.

Fdo.: Lami – Sirvén

Por ante Martín Llambías -Secretario

Anexo con sentencia completa – fútbol 5

LIBRE Nº 464.811 EXPTE. Nº 70.358/03 – “BBB, ALEJANDRO JAVIER C/E.F.Y.D.C.O.M. SA. S/


DAÑOS Y PERJUICIOS” – CNCIV – SALA G – 14/11/2006

En la Ciudad de Buenos Aires, Capital de la República Argentina, a los 14 días del mes de
Noviembre de Dos Mil Seis, reunidos en Acuerdo los Señores Jueces de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil, para conocer en el recurso de apelación interpuesto en los autos
caratulados: “BBB, ALEJANDRO JAVIER C/ E.F.Y.D.C.O.M. SA. S/ DAÑOS Y PERJUICIOS”, respecto
de la sentencia de fs. 212/219, el Tribunal estableció la siguiente cuestión a resolver:

¿ES JUSTA LA SENTENCIA APELADA?

Practicado el sorteo resultó que la votación debía realizarse en el siguiente orden: Señores
Jueces de Cámara Doctores GRACIELA ADRIANA VARELA -CARLOS ALFREDO BELLUCCI-
LEOPOLDO MONTES DE OCA

A la cuestión planteada la Señora Juez de Cámara Doctora Varela dijo:


I)) A fs. 212/219 el Sr. Juez “a quo” dicta sentencia haciendo lugar a la demanda de daños y
perjuicios promovida por Alejandro Javier BBB contra E.F.Y.D.C.O.M. SA. quien explota el
predio ubicado en el Parque Gral. Las Heras -“Complejo Claudio Marangoni”- sito en Avda. Las
Heras y Coronel Díaz de ésta Ciudad para práctica deportiva de futbol.-

La acción entablada prospera a consecuencia del accidente sufrido por el actor el día 25 de
noviembre de 2000, en oportunidad de jugar un partido de fútbol en el complejo
mencionado.-

II) Contra dicha sentencia recurren ambas partes, expresando la actora sus agravios a fs.
249/252 los cuales son contestados a fs. 266/271, mientras que la demandada lo hace a fs.
253/264 obrando contestación a fs. 273/276.//-

Atento que la primer queja que vierte la accionada se refiere a la imputación de


responsabilidad, corresponde comenzar analizando la misma para luego continuar con los
rubros recurridos.-

No obstante que la parte demandada niega el accidente ocurrido, de los testimonios


coincidentes de Gonzalo Rogio Lamas (fs.104/106), Marcelo Guillermo Di Paolo (fs.110/112),
Pedro Florencio Jasmín (fs. 114/115) y Juan Ignacio Olano (fs.119/120) surge debidamente
acreditado que el actor se lesionó dentro del predio explotado por la accionada con un cartel
que estaba ubicado como separador entre dos canchas.- Con lo cual la actora ha probado la
ocurrencia del hecho y la causación de los daños (Art. 377 del CPCC).-

El encuadre jurídico del decisorio anterior es correcto en virtud que hace aplicable el régimen
previsto por el Art. 1113 párrafo 2° del Código Civil de responsabilidad extracontractual,
respecto de los daños causados con las cosas.- Y ello en razón que la parte demandada en su
carácter de “guardián” del predio donde se encontraba la cosa que produjo la lesión del
accionante, debería haber adoptado las diligencias necesarias para que los separadores de
cancha no fueran objetos riesgosos. Ninguna culpa puede imputársele al accionante pues de
los dichos de los testigos el actor se encontraba jugando normalmente realizando practicas
habituales.- Por el contrario del referido medio probatorio (fs.104/106 y 119/120) y del acta
notarial obrante a Fs. 5/6 se desprende que las patas de vallados divisorios se encontraban
levantadas hacia arriba a unos cinco centímetros del suelo.-

Por ello propongo la confirmación de la imputación efectuada en el decisorio apelado.-


Con respecto a los rubros cuestionados y teniendo en cuenta la prueba producida en autos
resulta de la pericia médica obrante a fs. 156/159 que el actor a consecuencia del traumatismo
sufrido en la cara anterior de su pierna izquierda, padeció una herida que le interesó piel y
tejidos blandos, presentando al momento de ser examinado por el experto, una cicatriz
anfractuosa y engrosada, más la pérdida parcial de tejido del músculo tibial anterior, valorando
una incapacidad física del 4% sin perjuicio de aclarar a fs. 169 que el accionante no () presenta
una secuela incapacitante funcional es decir relacionada a su desempeño diario, sino al
proceso cicatrizal doloroso y con moderada debilidad muscular a los esfuerzos, como por
ejemplo posiciones prolongadas de pie y práctica deportiva.- Asimismo el perito informa que
dicha cicatriz puede ser reparada a los fines estéticos mediante cirugía, estimando el costo
global de la misma en la suma de Pesos Tres mil quinientos.-

Asimismo de la pericia psicológica obrante a Fs. 129/132 surge que el actor a consecuencia del
accidente objeto de autos ha quedado con una acentuada tendencia al aislamiento, reclusión,
conductas evitativas, sentimiento de inferioridad, temor, dolor moral y sensación de
inadecuación, resultando menoscabada la capacidad de funcionamiento efectivo de su propio
yo.- Afirma el experto que los trastornos psicológicos que presenta el actor no tienen origen en
su personalidad de base, sino que son consecuencia directa del accidente de autos,
padeciendo el actor una neurosis depresiva leve, estimando la incapacidad psíquica en un
15%.- Además el experto considera necesario que el reclamante efectúe tratamiento
psicológico durante un año y medio con una frecuencia de un día por semana estimando el
monto de cada sesión en Pesos Cincuenta.-

Respecto de los informes periciales y atento las quejas de la parte demandada es de resaltar
que cuando las conclusiones de los mismos aparecen fundadas en principios técnicos
científicos inobjetables y no existen otros medios probatorios que los desvirtúen, la sana
crítica aconseja, frente a la posibilidad de oponer otras argumentaciones de esa índole de
mayor valor, aceptar aquellas (Kielmanovich Jorge- Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación- Comentado y Anotado T° II pág.778).-

Ahora bien, tanto la lesión física como la psíquica provocan un daño patrimonial indirecto
cuando genera una incapacidad parcial y permanente limitando la actividad habitual del
damnificado y/o la esfera social y personal del mismo, debiéndose compensar toda
repercusión de éste tipo.-

Además teniendo en cuenta que el daño psíquico no tiene autonomía, quedando subsumido
en los daños patrimoniales indirectos si provoca incapacidad u otro tipo de perjuicio como
puede ser el costo del tratamiento de la afección, o las intervenciones quirúrgicas necesarias,
ya que tanto el daño psicológico como el físico u orgánico atañen a la integridad física y se
sufren hacia el futuro, es decir a partir del hecho dañoso, ya que ambos daños se relacionan
con la incapacidad sobreviniente la cual una vez determinada será susceptible de ser
indemnizada.-

Atendiendo a lo expuesto corresponde puntualizar que el grado de incapacidad mencionado


en el dictamen pericial médico, no traduce matemáticamente, una cierta cuantía
indemnizatoria, sino que constituye un parámetro más de aproximación económica que debe
ser conjugado con las múltiples circunstancias vitales que comprobadas en el proceso,
contribuyen a establecer adecuadamente el monto de la reparación pretendida (C.S.jul.15/97
“R.PA. C/ Estado Nacional y/u otros” en La Ley 1997-F, pág.14 y sgtes;; esta Sala rec.libre N°
206.012 del 27/12/96; rec.libre N° 236.096, sent. 21/4/98 y sus citas, rec.libre N° 239.269
sent.del 19/5/98; id.libre N° 269.035; sent.24/8/1999; id.libre N° 270.739, sent. del 13/8/1999;
rec.libre N° 283.049 con sent. del 16/2/2000; id.libre N° 283.698 con sent. del 17/3/00 entre
otros).-

Por lo cual con el alcance mencionado en los párrafos precedentes, teniendo en cuenta la edad
del damnificado (26 años según informe de fs.144), las limitaciones señaladas en la pericia
médica a fs.173, la intensa actividad deportiva que desarrollaba el actor (fs. 129 vta.) la
necesidad de tratamiento psicológico y la posible cirugía reparadora propongo en los términos
del Art. 165 del CPCC fijar en concepto de incapacidad psicofísica -comprensiva de tratamiento
psicológico y cirugía reparadora- la suma de Pesos Diez mil ($ 10.000.-).-

Otro de los rubros respecto del cual se quejan las partes es el relativo al daño moral, al
respecto tal como lo enseña Zannoni (“El daño en la responsabilidad civil” 2a.ed. págs.291 y
sigs.) este daño no se mide sólo, ni fundamentalmente, por las repercusiones que contiene,
sino por el menosprecio que la actividad dañosa en sí misma denota a la persona, y se estima
en razón de la entidad del interés no patrimonial lesionado. El resarcimiento constituye
además de satisfacción para la víctima, un modo de reparación debido a ella por el menoscabo
que sufre socialmente en razón del accidente mismo y no depende de la existencia o no de una
incapacidad.-

Además, si la afectación a la integridad física produce deformaciones o cicatrices genera


consecuencias patrimoniales, constituye un daño patrimonial indirecto, como ocurre en el caso
de autos con los gastos necesarios para la cirugía reparadora que fueron contemplados en la
indemnización por incapacidad psicofísica.- En lo demás, en tanto los efectos se limiten a la
actividad extraeconómica o se confinen en el ámbito de la imposibilidad o dificultad para el
desenvolvimiento familiar y social, practicar deportes en forma no profesional, etc. integra el
daño moral.-
Por lo cual en atención a lo expuesto y padecimientos sufridos por el actor estimo equitativa la
suma fijada en la sentencia de grado (Art.165 del CPCC).-

Respecto de las quejas de la parte demandada referida a los gastos de farmacia, traslados y
remedios, si bien disiento con el recurrente en lo que atañe a la acreditación de los gastos,
teniendo en cuenta las lesiones sufridas por el accionante considero prudente reducir el
monto por tal concepto a la suma de Pesos Seiscientos ($ 600.-).-

Con relación al pedido formulado por la parte demandada respecto de la aplicación de la


sanción que prevee el Art. 72 del CPCC, estimo que en el caso de autos debe desestimarse la
petición pues la estimación de los montos establecidos se efectuaron conforme la prueba
pericial practicada y la valoración de la prueba conforme los principios de la sana crítica.-
Además se requiere que al pedido y cuantía demandados, el emplazado se haya allanado o
admitido ese reclamo en la medida que fuera fallado, -más no como sucedió que lo repulsó
totalmente- (Palacio, “Derecho Procesal Civil”,t? III, pág.382, parágrafo c) apartado a) editorial
“Abeledo Perrot” año 1979, esta Sala Libre N? 300.918 del 26/6/2000, entre muchos otros
concordantes).-

III) Por estas razones voto la modificación parcial de la sentencia recurrida en los términos que
resultan de los considerandos referidos y en consecuencia, fijando en concepto de
indemnización por incapacidad psicofísica -comprensivo del tratamiento psicológico y cirugía
reparadora- la suma de Pesos Diez Mil ($ 10.000.-);; gastos de traslado, farmacia y remedios en
la suma de Pesos Seiscientos ($ 600.-).- Costas de ésta instancia a los demandados vencidos
(Art.68 CPCC).-

Los Señores Jueces de Cámara Doctores Carlos Alfredo Bellucci y Leopoldo Montes de Oca
votaron en el mismo sentido por razones análogas a las expresadas en su voto por la Dra.
Varela. Con lo que terminó el acto.-

Es copia fiel de su original que obra a fs. del Libro de Acuerdos de la Sala “G” de la Excma.
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil. CONSTE.-

Buenos Aires, de Noviembre de 2006


Y VISTOS:

Por lo que resulta de la votación de que instruye el acuerdo que antecede se modifica
parcialmente la sentencia de fs.212/219.- En consecuencia se fija en concepto de
indemnización por incapacidad por daño físico y psíquico -comprensivo de gastos de
tratamiento psicológico y cirugía reparadora- la suma de Pesos Diez mil ($ 10.000.-) y gastos de
traslado, farmacia y remedios la suma de Pesos Seiscientos ($ 600.-) y se confirma en todo lo
demás que se decidió y fue materia de agravios.- Costas de ésta instancia a los demandados.
Devueltas que sean las actuaciones se proveerá lo pertinente a fin de lograr el ingreso de la
tasa judicial (arts. 13 y conc. de la ley 23898).//-

Notifíquese y devuélvase.-

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