Professional Documents
Culture Documents
Dino Buzzati
La señorita Annie Motleri oyó llamar a la puerta y fue a abrir. Era el notario, doctor
Alberto Fassi, viejo amigo suyo. Ella observó que su abrigo estaba mojado, señal de
que afuera llovía. Dijo:
—¡Oh, qué alegría, querido doctor Fassi! Pase, pase.
Él, sonriendo, entró y le tendió la mano.
A la señorita Annie le dio un vuelco el corazón cuando oyó que alguien llamaba a la
puerta. Se levantó prontamente de la butaquita donde estaba bordando y corrió a
abrir. Vio al viejo notario Fassi, amigo de la familia, que desde hacía muchos meses
no daba señales de vida. Parecía más pesado y mucho más corpulento de como ella
lo recordaba. Quizá también porque llevaba un impermeable negro demasiado
largo, que le caía a grandes pliegues, brillante por la lluvia, chorreando lluvia.
Annie hizo un esfuerzo y sonrió, diciendo:
—¡Oh, qué agradable sorpresa, querido doctor Fassi!
El hombre entró a pasos lentos y le tendió la robusta mano para saludarla.
La señorita Annie Motleri se quedó sin fuerzas para pedir auxilio cuando, requerida
por enérgicos golpes en la puerta, que instantáneamente la habían puesto en un
estado de excitación difícilmente explicable, se precipitó a abrir y vio un tenebroso
inmundo y mastodóntico coleóptero, escarabajo, araña, consistente en relucientes
placas unidas entre sí hasta formar un poderoso monstruo, que la miraba fijamente
con dos minúsculos ojos fosforescentes (en los que se hallaban contenidas todas las
profundidades fatales de nuestra penosa vida), y tendía hacia ella decenas y
decenas de antenas rígidas que terminaban en ganchos sanguinolentos.
—No, no, doctor Fassi... —suplicó, retrocediendo, y fue todo lo que pudo decir.
Entonces el bestial la aferró con sus horribles garras.
2
La jovencita Annie Motleri oyó llamar a la puerta y fue a abrir. Era el monstruo, el
infierno, el antiguo reptil divino, el cual la taladraba con la mirada de sus ojillos de
fósforo y de fuego. Y antes de que ella tuviese tiempo ni siquiera mínimamente para
retirarse, se abalanzó sobre ella con sus tenazas de hierro, hundiendo sus uñazas en
el tierno cuerpecito, en la carne, en las entrañas, en el ánimo sensible y doliente.
¿La conocéis a la señorita Annie Motleri? No, qué va, nada de 45, estáis de broma.
Claro, vive sola. ¿Quién va a querer a estas alturas...? Borda, borda incesantemente,
en la casa silenciosa. ¿Pero qué le pasa ahora para que dé ese brinco en su
butaquita? ¿Tal vez alguien ha llamado a la puerta? Imagínate. No, nadie ha
llamado, nadie, nadie. ¿Quién podría llamar a su puerta?
Sin embargo, la señorita ha corrido con una lacerante agitación, tropezando
con la alfombra, dándose un golpe con el canto del trumeau, jadeante. Ha dado
vuelta la llave, ha bajado la manija, ha abierto. El rellano está vacío. Los mosaicos
del rellano vacíos, con aquella luz gris que procede de la claraboya gris y que a
nadie perdona, la barandilla negra e inmóvil, vacío y perdido para siempre. No hay
nadie. Nada de nada de nada.
La antigua nostalgia sí. La aflicción incurable, sí. La maldita esperanza de los
años lejanos, sí. El invisible monstruo, sí. Una vez más la ha capturado.
Lentamente hunde sus aguijones en el solitario corazón.