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Hilfield, Dorset.
Septiembre 1929.
Sir W ILLIAM CECIL DAMPIER
HISTORIA
DE LA
CIENCIA
Y SUS RELACIO NES
CON LA F IL O S O F IA Y LA RELIGION
rCUARTA EDICION
temos
Los derechos para la versión castellana de la obra
A History o f Science and its relation to Philosophy and Religión
publicada por The Syndics o fT h e Cambridge University Press
son propiedad de Editorial Tecnos
Diseño de cubierta:
CD Form, S. L.
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1 a edición, 1972
4.a edición, 2008
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la
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la preceptiva autorización.
I n t r o d u c c ió n ................................................................................................... .....................................
Los ORÍGENES.........................................................................................................................................
C a p . I.—í a c ie n c ia e n e l m u n d o a n t i g u o ..........................................................................
C a p . III.— E l R e n a c im ie n t o .........................................................................................................
W. C. D. D.-W.
El hecho de que a los pocos meses de publicarse este libro haga falta
una nueva edición demuestra que los temas que aborda interesan no sólo
a los hombres de ciencia, sino a un círculo más amplio de lectores.
No hay historia que tanto fascine como la evolución del pensamiento
científico, que representa el esfuerzo vitalicio del hombre por comprender
el mundo en que se halla. Esta historia adquiere especial interés ahora que
se está realizando ante nuestros ojos una verdadera síntesis histórica del
conocimiento y que presagiamos el alborear de grandes acontecimientos.
Creo firmemente que la ciencia suministra un tema apasionante para la hts-
14 HISTORIA DE LA CIENCIA
W. C. D.
INTRODUCCION
la ciencia sólo nos informa sobre los fenómenos tal como los perciben los
sentidos, y de que la naturaleza íntima de la realidad escapa al poder de
nuestra inteligencia. Otros sostuvieron la opinión de que si bien lo más
a que puede llegar la demostración científica es a damos noticia de ese
fenomenalismo, pero el hecho de haber logrado estructurar un modelo cohe
rente de los fenómenos naturales es una prueba t^etafísica cierta de que
bajo esas apariencias late una realidad en consonancia con ellas. Pero las
diferentes ciencias sólo tienen valor analógico para trazar los diagramas
que sirvan de base para la construcción de los modelos; así que, por ejem
plo, el determinismo implicado por la mecánica es sólo un efecto de núes
tros procedimientos y de las definiciones que subtienden dicha ciencia. Pare
cidamente, ciertos principios, como la permanencia de la materia y la con
servación de la energía, son inevitables, porque, al construir una ciencia
natural extrayéndola del maremagno de los fenómenos, la mente escoge, de
una manera inconsciente y por razones de conveniencia, las cantidades que
permanecen constantes y forja sus modelos a base de ellas. Luego, más
adelante y tras un trabajo ímprobo, viene a descubrir su constancia el expe
rimentador.
Pero eran pocos los hombres de ciencia del siglo xix a quienes intere
sase la filosofía, ni siquiera la de Mach. La mayoría daba por supuesto que
manipulaban realidades y que se habían establecido de una vez para siempre
las líneas fundamentales de toda investigación científica posible. Les parecía
que lo único que tenían que hacer los físicos en adelante era perfeccionar
cada vez más los instrumentos de medición, hacer mediciones cada vez más
exactas e inventar un mecanismo inteligible para explicar la naturaleza del
éter luminífero.
Entretanto la biología había aceptado la selección natural de Darwin como
una explicación adecuada del origen de las especies, y se consagró al estudio
de otros problemas. Sólo cuando se volvió a descubrir en 1900 el trabajo
olvidado de Mendel es cuando se planteó de nuevo la cuestión, y se utilizó
una vez más el método experimental de Darwin. Si bien es verdad que re
sultan convincentes los hechos generales que suponen la evolución en los
tiempos geológicos pretéritos, algunos se permitieron dudar de que la selec
ción natural, que actúa hoy día en un campo de pequeñas variaciones, sea
causa bastante a producir nuevas especies.
Entonces, y a partir de 1895, se produjo la nueva revelación en el terre
no de la física. UJ^Thonison descompuso los átomos en corpúsculos aún
más menudos, y éstos, a su vez, en unidades eléctricas, y expuso que su
masa no era más que un factor de un momento electromagnético. Empezó
a parecer como si la «electricidad» hubiera de llegar a ser la última palabra,
capaz de explicar por sí sola toda la física. JLutJhierford describió la radiacti
vidad como un fenómeno de desintegración atómica, e ideó el átomo como
un núcleo positivo cercado de una corona de electrones negativos girando
en torno a él. La materia dejó de ser un conglomerado denso y compacto
para convertirse en una estructura abierta, en la que el elemento material,
aun concebido como cargas eléctricas descamadas, era casi una cantidad
INTRODUCCION 23
Documentos geológicos,
Los orígenes de la ciencia han de buscarse en los datos que nos propor
cionan sobre el hombre primitivo los geólogos, que estudian la estructura
y la historia de la tierra, y los antropólogos, que observan los caracteres fí
sicos y sociales de la humanidad.
Actualmente parece probable que la corteza de la tierra se solidificó
hace unos mil millones de años o mil seiscientos millones, según un cálculo
reciente (1,6 X 109). Los geólogos clasificaron las fases siguientes en seis
períodos: 1) arcaico, edad de rocas ígneas formadas de materia fundida;
2) primario o paleozoico, en que apareció por primera vez la vida; 3) secun
dario o mezozoico; 4) terciario o neozoico; 5) cuaternario; 6) reciente. La
sucesión de estos períodos puede apreciarse por la posición relativa de sus
sedimentaciones en los estratos terrestres, pero no puede calcularse su edad
en años.
Instrumentos de pedernal
Edades glaciares
Es cosa sabida que en épocas remotas Europa pasó por ciertos períodos
sucesivos de hielo—posiblemente cuatro— . Opinan algunos que ciertos ins
trumentos encontrados en el Anglia oriental son anteriores al primero de
estos períodos fríos. Pero sea de esto lo que fuere, el pedernal labrado apa
rece en los intervalos más templados. Se conocen dos procedimientos usados
para trabajarlos: o haciendo saltar pedazos hasta dejar un núcleo central
dándole forma de herramienta, como en el grabado—que era el método ca
racterístico de Africa— , o utilizando los mismos trozos, como se observa
particularmente en Asia. Europa constituye una zona en que se entrecruzan
ambos métodos, que parecen haberse desarrollado en un principio por dos
troncos raciales distintos.
Tiempos paleolíticos
Tiempos neolíticos
La Edad de Bronce
La Edad de Hierro
Aquí es necesario decir unas palabras sobre las razas de los hombres,
cuyos hechos vamos a historiar. Desde la última época de la Edad de
LOS ORIGENES 31
Piedra aparecen pobladas las islas del Egeo y las costas del Mediterráneo
y del Atlántico, principalmente por homBris de corta estatura con cabezas
alargadas y color oscuro; a esta raza mediterránea se debe el progreso de
la civilización prehistórica. Tierra adentro, especialmente entre las mon
tañas, los principales habitantes eran y siguen siendo de la raza llamada
alpina, gente maciza, de mediana estatura y color, cráneo amplio y re
dondeado, que penetró en Europa procedente del Nordeste. En tercer lugar
encontramos una raza que podemos llamar Nórdica, establecida en las cos
tas del Báltico e irradiando desde ellas: altos, ruFios de pelo y de cabezas
oblongas, como los mediterráneos.
Babilonia
Egipto
India
mandro propusieron esta nueva teoría, se creía que la tierra formaba como
un piso firmemente asentado en una cimentación sólida de profundidad
ilimitada. Ahora se la imaginaba como un cilindro finito, aplastado o pla
no, cercado originalmente por envolturas de agua, aire y fuego, y flotando
dentro de la esfera celeste. Se pensaba que el sol y las estrellas eran frag
mentos desprendidos de la envoltura de fuego original, y que ahora estaban
prendidos en unos círculos celestes con los que giraban en tomo a la tierra,
que constituía el centro de todas las cosas. Por la noche el sol pasaba por
debajo de la tierra, y no bordeando el mundo como suponían los sistemas
antiguos.
Según la cosmogonía de Anaximandro, los mundos brotaron por esci
sión de elementos contrarios de la materia caótica primordial en una for
ma que supone actuando ya desde el principio las mismas fuerzas ordi
narias que vemos actuar cada día en la naturaleza. De aquí se fue des
arrollando una filosofía mecanicista racional.
En el reino de las artes plásticas habla la tradición de ciertas figuras
vaporosas, como Anacarsis—c. 592— , que se dice inventó la rueda de al
farero; Glauco—c. 550— , el primero que aprendió a soldar hierro, y
Teodoro—c. 530— , que ideó el nivel, el tomo y el cartabón27. Se dice
que Anaximandro importó de Babilonia el «estilo» o «gnomon», que era
una varilla que se colocaba verticalmente sobre un terreno horizontal y
hacía de reloj de sol. También servía para determinar el meridiano y el
tiemup del año cuando el sol alcanzaba su cénit al mediodía. Pero la abun
dancia de esclavos reducía los incentivos para inventar máquinas.
Respecto a la nqjuraleza orgánica enseñó Anaximandro que los prime
ros animales brotaron del limo marino y los hombres de las entrañas de
los peces. Creía que la materia primaria era eterna, pero que todas las cosas
creadas, incluso los cuerpos celestes, estaban condenados a la destrucción
y a reabsorberse en la unidad indivisa del ser universal.
Anaximenes— t c. 526—se apartó aún más del misticismo órfico. Sos
tuvo que la primera materia o elemento del mundo fue el aire, el cual se
convierte en fuego al enrarecer, y al condensarse se hace primero agua y
después tierra. La tierra y los planetas flotan en el aire; el brillo de la
luna se origina por reflexión de la luz solar.
La escuela de Pitágoras
Filolao, que escribió hacia mediados del siglo v. Se dieron cuenta de que
la tierra es esférica, y con el tiempo observaron que la aparente rotación
de los cielos podía explicarse, y por cierto mucho más obvia y sencilla
mente, suponiendo que la tierra giraba. Pensaron que la tierra giraba, pero
no sobre su propio eje, sino en tomo a un punto fijo en el espacio, con
trarrestada por la contra tierra; algo así como lo haría una piedra soste
nida en el extremo de una cuerda giratoria; de esta manera presentaría
sucesivamente su cara exterior habitada a cada zona del firmamento en
volvente. En ese punto fijo ardía un fuego central, que era el altar del
universo, y que el hombre nunca alcanzaba a ver. Esta idea dio origen
años más tarde a la creencia errónea de que los pitagóricos elaboraron
una teoría heliocéntrica del universo, adelantándose con ello a Aristarco y
Copérnico.
La concepción mística de la naturaleza, que aparece claramente en su
doctrina sobre los números, muestra además en la noción pitagórica sobre
la importancia fundamental de los principios contrastados—como amor y
odio, bien y mal, luz y oscuridad—una idea que recurrió con frecuencia
en el pensamiento griego, a saber: que pueden deducirse del significado
de las palabras ciertos hechos reales. La concepción mística reapareció en
los escritos de Alcmeói^ el médico, concretamente en su idea de que el
hombre es el microcosmo, como un Universo en miniatura; su cuerpo re
fleja la estructura del mundo, y su alma es una armonía del número. La
escuela pitagórica preconizó una filosofía de la forma en contraposición
a la filosofía de la materia sostenida por los jonios. A principios del siglo v
se bifurcó: una rama se convirtió en una hermandad religiosa, mientras
que la otra desarrollóla teoría del número con una orientación cuasi cien
tífica.
La esencia de la filosofía pitagórica, incluida su teoría de que la última
realidad consta de números y de sus relaciones, la describiré en este libro
al exponer la doctrina de las ideas desde Platón hasta los neoplatónicos
y San Agustín. Bajo la influencia de éste, la esencia de la filosofía pitagórica
contribuyó a formar el marco platónico del pensamiento medieval que
sobrevivió como una alternativa frente al sistema escolástico derivado de
Aristóteles. Incluso dentro del escolasticismo la idea pitagórica de que el
número es el elemento ordenador en geometría, aritmética, música y astro
nomía, impuso estas cuatro asignaturas en la instrucción de la Edad Media
bajo el título de quadrivium. Después del Renacimiento resucitaron la idea
de la importancia del número Copérnico y Kepler, que hicieron especial
hincapié en la armonía y simplicidad matemática de la hipótesis heliocén
trica como la mejor prueba de su verdad28. Hasta en nuestros propios días
vemos cómo científicos de renombre reavivan ciertas ideas que ya tocaron
los filósofos pitagóricos, aunque en formas más rudimentarias y elemen
tales: así, Aston, con sus pesos atómicos integrales; Moseley, con sus
El problema de la materia
Los fenómenos astronómicos por ser los más impresionantes son tam
bién los primeros que llaman la atención del pensador. Pero también el
problema de la naturaleza de la materia intriga igualmente a las inteli
gencias reflexivas, invitándolas a buscar una explicación. El origen de la
química arranca de unas artes tan antiguas como la humanidad, especial
mente del descubrimiento y uso del fuego. Entre las realizaciones prehis
tóricas se encuentra el cocimiento, la fermentación del mosto, la fusión
de metales, la alfarería. Los egipcios eran técnicos en tintorería, en tem
plar el hierro, en la fabricación del vidrio y del esmalte y en el uso de
compuestos metálicos, como corrosivos, pigmentos y cosméticos, mientras
que los tirios producían ya unos mil quinientos años antes de Cristo su
famoso tinte púrpura extraído del molusco del mismo nombre.
Parece que los griegos fueron los primeros que teorizaron sobre el pro
blema de la materia, lo mismo que fueron los primeros en geometría.
Como desconocían la gran cantidad de conocimientos que tenían al alcance
de la mano en las artes mecánicas que ellos consideraban poco nobles,
razonaban únicamente a base de lo que saltaba a la vista de cualquier
caballero griego. Los filósofos jónicos trazaban los cambios que experimen
taban las sustancias pasando de tierra y agua a formar el cuerpo de ani
males y plantas hasta volver a transformarse en tierra y agua. Así empe
zaron a formarse idea de la indestructibilidad de la materia, y, a partir
de Tales, especularon sobre la posibilidad de que existiese un único ele
mento—agua, aire o fuego—como base común de todas las cosas, a pesar
de las claras diferencias superficiales que presentaban los distintos cuerpos.
A principios del siglo v la filosofía se transformó en controversia;
jónicos y pitagóricos fueron objeto de ataques desde dos frentes. Todos los
interesados demostraron el amor característico de los griegos a dogmatizar
sobre los fenómenos y a teorizar partiendo de los primeros principios.
Heráclito—c. 502—fue poeta y filósofo, y manifestó menosprecio por
las tendencias materialistas de Anaximandro y Anaximenes. Según él, el
elemento o realidad primordial era el fuego etéreo, una especie de materia
anímica, de la que está hecho todo y a la que todo vuelve. El perpetuo
vaivén de los fenómenos contrarios que se advierte en este mundo—como
sueño y vigilia, vida y muerte— constituye el ritmo incesante del fuego
siempre vivo. Todas las cosas se mueven ordenadamente y todas están en
constante flujo—pánta reí—. La verdad sólo puede encontrarse reflexio
nando sobre el Logos o razón universal.
Los filósofos de Elea, en Italia del Sur, desarrollaron otro tipo de fi
losofía crítica, también a priori. Su jefe fue Parménides, que floreció hacia
el año 480.
Fascinado por las operaciones de la mente humana, Parménides llevó
hasta el extremo el axioma griego de que lo que es inconcebible es impo
sible, por más que los sentidos aseguren que se da de hecho. Argüía así:
la creación es imposible, porque no se puede concebir que salga algo de la
nada o el ser del no-ser; y, por supuesto, el no-ser no puede ser. E inver
samente, también la destrucción es imposible, porque una cosa no puede
esfumarse en «nada». El mismo cambio es imposible, porque una cosa
no puede brotar de otra que es esencialmente diferente de ella. Por tanto,
las apariencias de cambio, diversidad y multiplicidad, de tiempo y espacio
que vemos o creemos ver en la naturaleza, no son más que falsas impresio
nes de los sentidos, que la razón demuestra ser contradictorias en sí mismas.
De aquí que los sentidos no puedan guiamos hacia la verdad; sólo el pen
samiento la puede encontrar. Las percepciones sensoriales son irreales, no-
ser; sólo el pensamiento es real, verdadero ser. Dicho en otros términos:
para llegar a la realidad hemos de eliminar todas las diferencias corpo
rales hasta quedamos con una única esencia uniforme. Esta es la única
realidad, eterna e inmutable, limitada por sí misma, extendida por igual
y, por consiguiente, esférica. Dentro del mundo aparente de los fenómenos
el universo irreal, aunque todavía se lo sigue percibiendo, es una serie de
globos de fuego y tierra, si bien esto es pura «opinión» que puede no ser
nece£triamente verdad.
Zenón de Elea desarrplló más ampliamente algunas de esas ideas. Fue
Zenón contemporáneas* de Parménides, aunque más joven que él; combatió
la doctrina pitagórica de que todas las cosas están hechas de números in
tegrales, y pensó haber desacreditado la multiplicidad con su famosa serie
de paradojas. Lo múltiple debe ser divisible hasta el infinito, y, por con
siguiente, tiene que ser él mismo infinito; pero al intentar reconstruirlo
de nuevo se ve que no hay modo de formar un todo finito con un número
infinito de partes pequeñas. Cuando el «rápido» Aquiles persigue a una
tortuga y llega al punto de donde partió ésta, la tortuga se ha trasladado
ya a otro punto; para cuando Aquiles se presenta allí, ya la tortuga ha
avanzado algo m ás...; y así indefinidamente: total, que Aquiles nunca
le da alcance.
Parménides parece discutir sobre el sentido atribuido accidentalmente
a las palabras, sentidos que resultan siempre arbitrarios y con frecuencia
cambiantes, y las paradojas de Zenón se fundan en conceptos erróneos
sobre la naturaleza de lo infinitesimal y sobre las relaciones de tiempo y
espacio, que han esclarecido los matemáticos modernos. En todo caso Zenón
demostró ciertamente que era incompatible con la experiencia la idea de
una división ilimitada en unidades infinitesimales, tal como entonces se la
entendía. Sólo se pudo resolver esta discrepancia definitivamente cuando
en el siglo xix se estableció la distinción entre diferentes clases de infi
nitos, que no se equivalen recíprocamente.
52 HISTORIA DE LA CIENCIA
demostró dos cosas: que el aire es distinto tanto del espacio vacío como
del vapor.
Parece que la idea de que todas las cosas estaban compuestas de los
cuatro elementos se debió a una falsa concepción de la acción del fuego
—una mala interpretación por lo demás natural— . Se pensaba que al que
marse una sustancia debía resolverse en sus elementos; la materia com
bustible es compleja, mientras que la escasa cantidad de ceniza que deja
al quemarse es simple. Por ejemplo, al arder la madera verde se ve el
fuego a su propia luz, el humo se disuelve en el aire, por los extremos de
la madera se evapora el agua y las cenizas pertenecen claramente al ele
mento tierra.
En tiempos posteriores surgieron otras teorías basadas en esta misma
concepción del fuego. Esta fue la primera gran idea orientadora de la quí
mica. Dice Marsh: «Las teorías sobre el fuego son: la teoría griega de
los cuatro elementos, la teoría de la alquimia sobre la composición de
los metales, la teoría «yatroquímica» de los principios hipostáticos y la
teoría flogística»so, desarrollada en el siglo xvm . En los últimos capítulos
de este libro expondré el origen, desarrollo y ocaso de estas teorías.
Los atomistas
que explicaba todos los hechos salientes conocidos entonces, como la evapo
ración, la condensación, la moción y el incremento de material nuevo. Es
cierto que subsistía el problema fundamental, como pusieron de relieve otros
filósofos griegos. ¿Eran los mismos átomos divisibles in infinitum? Los ato-
mistas soslayaron el dilema lógico, afirmando que los átomos eran física
mente indivisibles porque dentro de ellos no había vacío.
Los atomistas más antiguos cuya fama ha llegado hasta nosotros son:
Leucipo, figura simbólica del siglo v, que, según la tradición, fundó en Tra-
cia la escuela de Abdera, y Demócrito, nacido en Abdera el año 460 antes
de Cristo. Conocemos sus ideas por algunas referencias encontradas en las
obras de escritores posteriores, como Aristóteles, y por la obra de Epicuro
—341-270— , que adoptó y enseñó en Atenas la teoría de los átomos como
parte de un curso completo de filosofía—ética, psicológica y física— , que
el romano Lucrecio desarrolló nuevamente dos siglos más tarde en su cé
lebre poema.
Leucipo estableció la idea básica del atomismo junto con el principio
de causalidad: «Nada sucede sin el influjo de una causa; todo ocurre cau-
salmente y por necesidad.» Lo mismo él que Demócrito continuaron des
arrollando ulteriormente el intento de los filósofos jónicos de explicar las
propiedades de la m a te r ia base de elementos más simples. Se dieron cuenta
de que si se admitían las cualidades de los cuerpos como algo fundamental
e inexplicable, se cerraba con ello el paso a toda ulterior investigación.
En contraposición con esta idea enseñó Demócrito: «Se cree rutinariamen
te que existen cualidades dulces y amargas, calientes y frías; y se cree ruti
nariamente que existen colores. La verdad es que sólo hay átomos y vacíos.»
Demócrito se opuso iFla concepción relativista de Protágoras, según la cual
«el hombre es la medida de todas las cosas», de forma que, por ejemplo,
la miel puede ser dulce para mí y amarga para ti; pero Demócrito vio
además que no podíamos llegar a la realidad por sólo los sentidos.
Los átomos de Demócrito eran increados, existían desde la eternidad,
y nunca se aniquilaban: «fuertes en su maciza unicidad». Su forma y vo
lumen eran variadísimos, pero su sustancia era idéntica. Por tanto, sus
diferencias cualitativas se deben al distinto volumen, forma, posición y mo
vimientos de las partículas, que sustancialmente son de la misma naturaleza.
En la piedra y el hierro los átomos sólo pueden vibrar u oscilar, mientras
que en el aire y el fuego pueden saltar a mayores distancias.
Al moverse en todas direcciones en el espacio infinito los átomos chocan
entre sí, produciendo movimientos laterales y remolinos, que ocasionan a su
vez la concreción de átomos similares; con ellos se forman los elementos
y comienzan a constituirse innumerables mundos, los cuales crecen, decaen
y terminan por descomponerse; sólo sobreviven los sistemas adaptados a su
ambiente. Aquí vemos un débil esbozo de la hipótesis de la nebulosa ori
ginal y de la teoría darviniana de la selección natural.
Esta teoría en su forma original no reconoce un arriba ni un abajo abso
lutos, ni pesadez ni ingravidez. Además, el movimiento continúa mientras
no encuentra resistencia. Aristóteles encontró increíbles estas ideas tan
56 HISTORIA DE LA CIENCIA
La medicina griega
Aquí muestra Sócrates una reacción natural contra una filosofía mecani
cista prematura, y acaso cierta incomprensión y antagonismo frente a la
postura científica racional. Es cierto que hizo girar el enfoque de la filo
sofía centrándolo más que en el estudio del pasado y del presente en el del
futuro, es decir, en el fin para que fue creado el mundo. Pero, según afirma
Aristóteles, pueden atribuirse a Sócrates con razón dos aportaciones cientí
ficas: las definiciones universales y el razonamiento inductivo.
Su discípulo Platón— 428-348 a. C.—fue el más ilustre exponente del
idealismo; en él se daban la mano el escéptico con el místico. Platón de
ducía sus ideas sobre la naturaleza a priori, de las necesidades y preferen
cias humanas. Dios es bueno, la esfera es la forma más perfecta; luego el
universo tiene que ser esférico. La materia prima se identifica con el espacio
extenso; los cuatro elementos no son letras del alfabeto de la naturaleza,
ni siquiera sílabas de sus palabras. Dios imprimió movimiento circular a
60 HISTORIA DE LA CIENCIA
Aristóteles34
tuando continuamente en él, mientras que Platón parece suponer que sólo
hace falta la intervención de una causa para desviarlo de su camino recto.
En el libro Sobre los cielos, Aristóteles desciende gradualmente de la región
superior a la material y perecedera, y esto le lleva a discutir la generación
y la destrucción, en las cuales los principios opuestos—caliente y frío, hú
medo y seco—producen por su acción mutua en parejas los cuatro elemen
tos—fuego, aire, tierra y agua— . A estos elementos terrestres Aristóteles
añadió el éter, el cual se mueve circularmente y así forma los cuerpos ce
lestes, perfectos e incorruptibles.
Su Meteorología trata de la región situada entre el cielo y la tierra: es
el mundo de los planetas, cometas y meteoros; recoge también ciertas teorías
antiguas sobre la vista, la visión del color y el arco iris. El libro IV nos
suministra noticias de las ideas primitivas sobre la química, aunque parece
que no lo escribió el mismo Aristóteles, sino su sucesor Estratón. De las
dos exhalaciones que hay aprisionadas en el seno de la tierra, una, el vapor
o la humedad, origina los metales, mientras que la otra, humo o sequedad,
forma las rocas y minerales inderretibles. Emite ciertas ideas sobre soli
dificación y solución, sobre generación y putrefacción, y sobre las propie
dades de los cuerpos compuestos. La meteorología aristotélica, que a nos
otros nos resulta mucho menos satisfactoria que su biología, ejerció con
siderable influjo en la Baja Edad Media.
Acaso las aportaciones más grandes que realizó Aristóteles en el campo
de los conocimientos exactos sean las que hizo en biología. Definió la
vida como «el poder de autonutrición y de crecimiento independiente y
de degeneración». Dividió la zoología en tres partes: 1) Noticias sobre los
animales, referentes a los fenómenos generales de la vida animal, es decir,
historia natural. 2) Partes de los animales, sus órganos y funciones, es de
cir, anatomía y fisiología general. 3) Generación y reproducción de los
animales, y embriología. Menciona uaos 500 animales diferentes, algunos
con una precisión y unos detalles que demuestran su observación personal,
y 50 en que ostenta unos conocimientos obtenidos por disección e ilustra
dos con diagramas. En sus noticias sobre otros animales se remitía a los
informes obtenidos de pescadores, cazadores, pastores y viajeros.
Naturalmente que semejante arsenal de información tiene un valor des
igual; pero Aristóteles refiere muchos hechos que no se volvieron a ob
servar y comprobar hasta estos últimos siglos. Comprobó que las ballenas
son vivíparas; distinguió entre peces cartilaginosos y vertebrados; describió
el desarrollo del pollito en su estado embrionario, descubrió la formación
del corazón y lo estuvo observando mientras latía cuando todavía estaba
en el cascarón.
En embriología general sus ideas marcan un adelanto importante. Anti
guamente se tenía la noción, derivada posiblemente de Egipto, de que el
padre era el único progenitor real y que la madre no hacía más que
alojar y nutrir el embrión. Semejantes creencias estaban muy difundidas
y en gran parte constituían la base de ciertas costumbres patriarcales, no
sólo en el mundo antiguo, sino hasta en el moderno. Aristóteles reconoció
LA CIENCIA EN EL MUNDO ANTIGUO 63
la única realidad, mientras que los universales sólo son nombres o con
ceptos mentales. Volveremos a tratar toda esta cuestión cuando abordemos
el pensamiento medieval.
Prescindiendo de la verdad que pueda haber en la doctrina platónica
de las ideas desde un punto de vista metafísico, la actitud mental inhe
rente a ella y que le dio origen no es la más a propósito para fomentar
la causa de las ciencias experimentales. Parece claro que mientras la filo
sofía seguía ejerciendo influjo predominante en la ciencia, el nominalismo,
consciente o inconscientemente, fue más favorable al desarrollo de los
métodos científicos. Pero tal vez podamos considerar el afán de Platón
por buscar las «formas de las cosas inteligibles» como una especie de ex
ploración conjetural sobre las causas de los fenómenos visibles. Nosotros
hemos llegado a comprender ahora que la ciencia no puede abordar las
últimas realidades; lo único que puede hacer es trazar un cuadro de la
naturaleza tal como la ve la mente humana. En cierto sentido nuestras
ideas son reales en esa pintura ideal del mundo, pero hay que tener en
cuenta que las cosas individuales representadas son pintura y no realidad.
De aquí pudiera deducirse que una concepción moderna del realismo de
las ideas puede estar más cerca de la verdad que un crudo nominalismo.
Sin embargo, en las fáciles suposiciones latentes en la mayoría de los expe
rimentos se da por supuesto que las cosas individuales son reales, y la
mayor parte de los científicos hablan «en nominalismo» sin darse cuenta,
igual que monsieur Jordán hablaba «en prosa» sin advertirlo.
Cuando examinamos la forma de proceder de los pensadores griegos
nos explicamos la debilidad característica de sus ciencias inductivas. Aristó
teles, por ejemplo, que desarrollaba hábilmente la teoría del paso de los
casos particulares a las proposiciones generales, en la práctica no pocas
veces patinaba lamentablemente. Basándose en unos pocos hechos que
tenía al alcance, se lanzaba sin más a generalizar de lo lindo. Naturalmente,
el batacazo1era seguro. No disponía de datos suficientes ni de una base
científica adecuada en que encuadrarlos. Aparte de que Aristóteles con
sideraba que esta labor inductiva no era más que un requisito preliminar,
una introducción a la verdadera ciencia, que debía ser de tipo deductivo,
la cual tiene por objeto deducir por pura lógica las consecuencias que
fluyen de las premisas obtenidas por el proceso inductivo.
Aristóteles fue el creador de la lógica formal, con su forma silogística
y su aparato demostrativo. Fue un gran descubrimiento, que por sí sólo
bastaría a elevar a la celebridad a un hombre de menor categoría. Aristó
teles aplicó su descubrimiento a la teoría científica, eligiendo como ejem
plos temas matemáticos, y sobre todo la geometría, que ya había superado
su primera fase de exploración y tanteo—en la que posiblemente estaba
intentando Tales racionalizar las reglas empíricas de la agrimensura— , y
había llegado a una forma deductiva más completa.
Lo malo es que la lógica silogística no tiene nada que hacer en las
ciencias experimentales, cuyo principal objetivo es el descubrimiento y no
la prueba formal deducida de unas premisas aceptadas previamente. El
LA CIENCIA EN EL MUNDO ANTIGUO 67
Civilización helénica36
Geometría deductiva
Aristarco e Hiparco
los años 370-360 a. C., había explicado el movimiento aparente del sol,
luna y planetas, presentándolos como transportados circularmente en es
feras de cristal, todas ellas concéntricas con la tierra. Esta concepción re
sultó ser la base sobre la cual pudieron elaborar los astrónomos posteriores
la teoría geocéntrica. Hacia el 130 a. C. la desarrolló Hiparco dándole una
forma, que más tarde expuso Tolomeo de Alejandría hacia los años 127-151
después de Cristo, y que se impondría inapelablemente hasta el siglo xvi de
nuestra era.
Hiparco nació en Nicea de Bitinia, y trabajó primero en Rodas y des
pués en Alejandría de 160-127 a. C. Sólo se conservan fragmentos de sus
escritos, pero Tolomeo presentó su obra completa. Utilizó los informes de
Babilonia y de la Grecia antigua; inventó muchos instrumentos astronó
micos, con los que obtuvo muchas observaciones bastante afinadas; fue el
primer griego que dividió en 360 grados el círculo de semejantes instru
mentos, al estilo babilónico41. Se le suele atribuir el descubrimiento de
la precesión de los equinoccios, si bien Schnabel42 reclama ese mérito
para Kidenas el Babilonio, y desde luego es cierto que Hiparco conoció
la obra de Kidenas. Hiparco calculó la precesión en treinta y seis segundos
de arco por año, aunque su valor real es de unos cincuenta segundos.
2
Calculó que la distancia de la luna era de 33 — el diámetro de la tierra,
*' Sobre instrumentos astronómicos, cfr. W h e w e l l , loe. cit., vol. I, pág. 198.
“ Tarn, loe. cit., pág. 241.
LA CIENCIA EN EL MUNDO ANTIGÜO 77
La escuela de Alejandría
La edad romana
tes de Cristo— , nos merece grandísimo interés por haber establecido, con
el asesoramiento técnico de Sosígenes, el calendario juliano reformado,
que asigna al año un valor de trescientos sesenta y cinco días y cuarto. Este
cálculo resultó un poco excesivo y a la larga determinó una discrepancia
entre las fechas y las estaciones. Pero el calendario permaneció en vigor en
toda Europa hasta que en 1582 se había llegado a un error de diez días.
El Papa Gregorio X III mandó corregirlo. En Escocia se introdujo el cam
bio en 1600, pero en Inglaterra sólo en 1752. César se propuso también
levantar un trazado del Imperio romano, un plan que se realizó más tarde
bajo el imperio de Agripa, y que quedó plasmado en un gran mapa del
mundo.
Hacia el año 20 de nuestra era Estrabón de Amasia, en el Ponto, es
cribió en griego un tratado general de geografía; esta obra arroja luz sobre
el estado de otras ciencias contemporáneas. Naturalmente, con las con
quistas romanas aumentaba el conocimiento de la superficie terrestre, y se
empezaron a componer «itinerarios» en los que se describían las rutas del
Imperio.
Vitrubio, por su parte, compuso un tratado sobre arquitectura, en el
que incluyó una relación completa sobre los conocimientos afines de orden
físico y técnico. Vitrubig_sabía que el sonido era producido por vibraciones
del aire y expuso el primer informe que se conoce sobre acústica arqui
tectónica.
A Sexto Julio Frontino— 40-103 p. C.—debemos útiles observaciones
sobre hidrodinámica; fue militar e ingeniero romano, superintendente de
los acueductos de Roma— curator aquarum— 50. Frontino escribió sobre el
abastecimiento de agffa de la ciudad y descubrió experimentalmente que
el agua que se escapa por un orificio está en función no sólo de las dimen
siones del orificio, sino también de la profundidad a que se halla por
debajo de la superficie.
Virgilio—c. 30 a. C.—describió en las Geórgicas en forma poética el
arte de la agricultura. Varrón escribió otro libro sobre el cultivo, en el
que hace sus observaciones sobre el crecimiento de las plantas y apunta
la idea de que el contagio de las enfermedades se debe a microorganismos
invisibles.
La primera escuela oficial de medicina griega se fundó en Roma bajo
Augusto hacia el año 14 de nuestra era. El mejor médico de la época fue
Celso, el cual escribió un magno tratado en latín sobre medicina y cirugía
en el reinado de Tiberio. Este tratado constituye la fuente principal de los
conocimientos que poseemos sobre la historia de la medicina en Alejan
dría, lo mismo que sobre la de la Roma de su tiempo. Celso describe
muchas operaciones quirúrgicas sorprendentemente modernas; en medicina
sigue una línea media entre las escuelas empíricas y metodológicas de la
Antigüedad, sin desechar ni la teoría ni la observación. Su obra se perdió
estado puro y sin mezclarse con la sangre, para realizar los movimientos
y las funciones más elevadas del cuerpo57.
Este diagrama fisiológico representa un feliz alarde de ingenio si se
tienen en cuenta los conocimientos de Galeno; pero, naturalmente, distan
mucho de la verdad. Por desgracia, la gente dio más importancia a la doc
trina de Galeno que a su espíritu de libertad en el campo de la investiga
ción; su autoridad cerró el camino de la fisiología después del Renaci
miento hasta que Harvey tuvo el valor de no hacerle caso.
Si bien en las ciencias teóricas no hicieron gran cosa los romanos, en
las ciencias prácticas descollaron notablemente. En Roma organizaron con
acierto la sanidad y salud pública; sólidos acueductos suministraban agua
corriente a la ciudad; funcionaba un servicio médico público; se constru
yeron hospitales, y los ejércitos estaban atendidos por oficiales médicos.
EDAD MEDIA
La Edad Media 1
marse desde las alturas del pensamiento griego y del dominio romano
hasta remontar la empinada loma del conocimiento moderno. En religión
y en las estructuras sociales y políticas todavía llevamos el sello de la Edad
Media, de la que salimos hace tan poco; pero en ciencia estamos más
cerca del mundo antiguo. Al mirar retrospectivamente a través de la hon
donada brumosa medieval vemos con más claridad las colinas que se
alzan en lontananza que el terreno intermedio más próximo.
La Edad oscura
La reconstrucción de Europa
Pero debe observarse que los primeros países que empezaron a dar se
ñales de un espíritu nuevo y característico fueron países distantes de Roma.
Con la asimilación de las enseñanzas cristianas se aceleró el desarrollo
literario y artístico de Irlanda, Escocia y norte de Inglaterra, que se había
iniciado con las «sagas» irlandesas, leyendas de gran exuberancia poética.
Dado el fervor de su celo misional, esta cultura se fue propagando con
parte de sus conocimientos profanos por las tierras más meridionales,
100 HISTORIA DE LA CIENCIA
La escuela árabe *
tiempos—y del que volvería a gozar más tarde— . El primero que se de
dicó a traducir sistemáticamente textos arábigos al latín fue Constantino
el Africano, que trabajó en Monte Casino desde 1060 aproximadamente
hasta su muerte, ocurrida en 1087. Visitó Salerno, en cuya escuela in
fluyó grandemente su obra; lo mismo allí que en otras partes promovió
la asimilación de los conocimientos arábigos en las naciones latinas.
La cultura árabe había llegado a su cénit. En el siglo xi apareció la
importante obra algebraica del poeta persa Ornar Kayyam y los escritos
teológicos de al-Gazzáli, el cual realizó en el mahometismo la obra sin-
tético-filosófica que Tomás de Aquino realizó en el cristianismo. Pero para
fines de ese siglo se había iniciado la decadencia de la cultura árabe y
muslímica; a partir de entonces la ciencia fue de fabricación casi exclu
sivamente europea.
También en política se eclipsaron las perspectivas de establecer un
Imperio árabe estable, a causa de las rivalidades intestinas de los prín
cipes y generales mahometanos, y de la gradual desintegración y destruc
ción de las familias árabes nobles, capaces y antiguas, que habían sumi
nistrado el stock necesario de gobernadores, militares y administradores.
Una tras otra se fueron desgajando las provincias lejanas del Imperio ya
débil, gastado y heterogéneo, para remodelar sus características nativas y
reafirmar su independencia política.
España fue el reino más distante establecido por la conquista maho
metana, y en España fue donde dio mejores resultados el cruce de las
civilizaciones judía, árabe y cristiana. Durante los tres siglos compren
didos entre 418 y 711 floreció en España el reino godo occidental, impo
niendo la ley y el "Jffden desde su capital Toledo. Los judíos sefarditas,
descendientes de los que deportó Ciro desde Palestina a España, habían
preservado las tradiciones de la cultura alejandrina, habían hecho fortuna
y mantuvieron abierta la comunicación con el Este. Y así continuó la cosa
después de la conquista de España por los mahometanos en 711. La tole
rancia de pensamiento que solían otorgar los árabes, siempre que se res
petase su supremacía política, permitió que se estableciesen escuelas y
colegios, si bien éstos pudieron mantenerse en funciones, no tanto por el
apoyo de la comunidad cuanto por el patronazgo ocasional e intermitente
de tal o cual gobernador de mentalidad liberal y abierta.
El proceso de desarrollo de la filosofía hispano-arábiga siguió en líneas
generales el mismo curso que iban a seguir un siglo después las escuelas
cristianas. Se notó el mismo propósito y esfuerzo por armonizar la lite
ratura sagrada de la nación con las enseñanzas de la filosofía griega, y un
forcejeo análogo entre los teólogos que se apoyaban en la razón y en las
conclusiones racionales, y los que ponían su confianza en una revelación
aceptada sin crítica o en experiencias místico-religiosas, y que en todo caso
negaban el valor de la razón humana en materias de fe.
El escolasticismo muslímico ortodoxo, con su teología filosófico-racio-
nal, fue fundado principalmente por el persa al-Gazzáli, que floreció en
Bagdad. En España predominaron tendencias parecidas, pero la auténtica
106 HISTORIA DE LA CIENCIA
El siglo XI I I
sámente más amplio que el reducido campo que se conocía hasta en
tonces. No fue juego de niños la ímproba tarea de asimilar y adaptar el
nuevo material al pensamiento cristiano medieval, ni pudo efectuarse sin
despertar recelos. Aquellos hombres estaban convencidos de la supremacía
de la Iglesia como depositaría e intérprete de toda revelación, lo mismo
que de la conformidad que guardaba con ella el neoplatonismo místico,
que representaba la ciencia secular. Hacía falta, pues, verdadero valor y un
tremendo esfuerzo intelectual para aceptar las recién recuperadas obras de
Aristóteles, con todo el bagaje de conocimientos científicos o cuasi cientí
ficos, y para emprender la labor de conciliar esos conocimientos con los
dogmas cristianos. No es de extrañar que los primeros estudios sobre Aris
tóteles despertasen la alarma. Al principio las fuentes arábigas, por cuyo
conducto llegaron sus libros al Occidente, mezclaron su filosofía con ten
dencias averroístas, de las que resultaron herejías místicas. Las obras de
Aristóteles fueron condenadas por el Consejo Provincial de París en 1209,
y posteriormente se las volvió a condenar de nuevo. Pero en 1225 la uni
versidad de París incluyó formalmente las obras de Aristóteles en la lista
de libros que había que estudiar.
El principal maestro que interpretó a Aristóteles por aquel entonces
fue el dominico Alberto Magno, de Colonia— 1206-1280— , que fue tal
vez el pensador de mentalidad más científica que produjo la Edad Media.
Entretejió los elementos aristotélicos, judíos y árabes en una trama com
pacta que recogía todos los conocimientos contemporáneos sobre astro
nomía, geografía, botánica, zoología y medicina, en los que el mismo Al
berto y algunos contemporáneos suyos, como Rufino, hicieron progresos
concretos23. ",,r
Hay un hecho que ilustra la tendencia intelectual predominante, y es
la serie de elucubraciones que siguieron a la enseñanza de Alberto sobre
la embriología aristotélica. Sostenía el Estagirita que en la generación la
hembra ponía la sustancia y el macho la forma. La mentalidad medieval,
en su afán de establecer valoraciones, elevó al elemento masculino al rango
de mayor nobleza; más adelante desarrolló una embriología teológica, en
la que se planteó como problema de la máxima importancia el momento
de entrar el alma en el embrión.
La obra de Alberto emparentaba por un lado con sus contemporáneos
más jóvenes los franciscanos de Oxford, Grosseteste y Bacon, mientras
que por otro abrieron el camino directo a la filosofía más sistemática de
su famoso alumno Tomás de Aquino. Aunque de mentalidad menos cien
tífica que la de Alberto, el Aquinate representó un papel muy importante
en la historia de la filosofía y de los orígenes de la ciencia. Al proseguir
la labor de Alberto de racionalizar las reservas existentes del saber, lo
mismo sagrado que profano, estimuló los intereses intelectuales y presentó
un universo, al parecer, inteligible.
Tomás de Aquino
Tomás fue hijo del conde de Aquino; nació en Italia del Sur hacia 1225.
A los dieciocho años ingresó en la Orden dominicana. Estudió en Colonia
bajo la dirección de Alberto Magno, enseñó en París y en Roma y después
de una vida de incesante actividad murió en 1274, a la edad de cuarenta
y nueve años.
Sus dos grandes obras, la Sumrna Theoíogica y la Summa Philosophica
contra Gentiles—que es una exposición de los conocimientos cristianos
para uso de los ignorantes— , reconocen dos fuentes de conocimiento: la
fe y la razón: es decir, los misterios de la fe cristiana, tal como nos los
transmitieron la Escritura, los Padres y la tradición, y las verdades de la
razón humana—pero no la razón falible de cada individuo, sino la fuente
de la verdad natural, cuyos principales conductos fueron Platón y Aristó
teles— . Estas dos fuentes de conocimiento no pueden ser contrarias, pues
EDAD MEDIA 115
ambas fluyen del mismo manantial, que es Dios. Por tanto, la filosofía
y la teología deben ser compatibles; una Summa Theologiae debe conte
ner la totalidad del saber; la misma existencia de Dios puede demostrarse
por razón. Pero aquí Tomás se aparta de sus predecesores. Erígena y An
selmo, influidos por la tendencia más mística del neoplatonismo, inten
taron demostrar los más altos misterios de la Trinidad y de la Encarnación.
Tomás, en cambio, bajo el influjo de Aristóteles y de sus comentaristas
árabes, sostuvo que esos misterios no pueden demostrarse por razón, si
bien ésta puede examinarlos y percibirlos. En consecuencia, en adelante
esas doctrinas quedan excluidas de la esfera de la teología filosófica e inte
gradas en la teología dogmática.
En todo lo largo de su obra mantiene Tomás su interés en el plano
intelectual. La bienaventuranza perfecta de todo ser creado racional reside
en la contemplación intelectiva y comprensiva de Dios. La fe y la reve
lación nos inducen a creer en determinadas proposiciones y a presentar
ciertas verdades. Es una completa falacia el suponer que el escolasticismo
y la teología ortodoxa romana posterior combaten o menosprecian la razón
humana. Esa fue la actitud que se tomó allá en los principios, cuando
Anselmo, por ejemplo, temía el uso quehacían de la razón los nomina
listas de su época. Pero los escolásticos posteriores no la rebajaron. Al
contrario, creyeron que*ta razón humana tenía por finalidad llegar a per
cibir y a estudiar a Dios y a la naturaleza. Ellos pretendían ofrecer una
explicación racional de todo el esquema de la existencia, por más que las
premisas en que se fundaban puedan ser discutibles.
Aquino construyó su esquema sobre la lógica y la ciencia de Aristó
teles. Ya se conocía ^ lógica a través de algunos compendios, pero adqui
rió todavía mayor influjo cuando se intentó hacer una síntesis racional
del saber. Esta lógica se basaba en el silogismo y pretendía deducir prue
bas rigurosas de ciertas premisas aceptadas. Esto condujo, naturalmente,
a la idea de que los conocimientos emanaban o de ciertos axiomas intui
tivos en el orden natural o de la autoridad de la Iglesia católica. Como se
ve, era el procedimiento menos a propósito para orientar a los hombres
hacia la investigación experimental de la naturaleza.
Tomás adoptó también de Aristóteles y de la doctrina católica de la
época el axioma de que el hombre constituye el centro y el objeto de la
creación y de que el mundo hay que concebirlo a la luz de las sensaciones
y de la psicología humana. Todo esto fue posible gracias a la física de
Aristóteles—que era precisamente su punto científico más flaco— . Demó-
crito había aportado una impresionante visión anticipada de las concep
ciones físicas modernas en aquella su declaración: «Según la creencia
rutinaria hay dulce y amargo, caliente y frío; según la creencia rutinaria
existe el color. En realidad, de verdad lo que hay son átomos y vacío.»
Esta es la teoría que adopta la moderna física objetiva, que se propone
trasponer las barreras de la sensación cruda y sorprender la acción de la
naturaleza independientemente de las reacciones humanas. Pero Aristó
teles, como sabemos, rechazó de plano todo esto y no quiso saber nada de
116 HISTORIA DE LA CIENCIA
Roger Bacon26
de los dos primeros por si se habían extraviado. Por estos libros principal
mente conocemos su obra, aunque parte de ella permanece aún inédita 27.
Poco después moría Clemente, y Bacon, desamparado de su protección,
incurrió sin remisión en pena de prisión, que pronunció contra él, en 1277,
Jerónimo de Ascoli, que fue General de los Franciscanos y más tarde se
vio elevado al trono pontificio bajo el nombre de Nicolás IV. Es probable
que no se le librase de su condena hasta la muerte de Nicolás IV, ocurri
da en 1292. En este año escribió Bacon un opúsculo titulado Compendium
Theologiae. Desde este momento no volvemos a oír hablar del gran fraile.
A pesar de sus atisbos relativamente modernos, Bacon aceptó en su
mayor parte las actitudes intelectuales del medievo. Lo más que puede
hacer un hombre es adelantarse unos pasos a las filas de ese ejército cul
tural contemporáneo bajo cuyas banderas ha de militar quiera o no quiera.
Naturalmente, Bacon se imaginó, como los demás, que el universo estaba
limitado por la esfera de las estrellas fijas y que la tierra ocupaba el centro
del sistema. Aceptó la autoridad suprema e indiscutible de la Escritura,
supuesto que se fijase la pureza del texto; aceptó todo el tinglado con que
la teología dogmática presentaba el cristianismo a aquellas generaciones.
Más desconcertante fue verle incurrir en el prejuicio escolástico de que el
fin de todas las ciencias y de la filosofía era el de esclarecer y adornar a su
reina, la teología— y eso que en otros aspectos había combatido a la esco
lástica con tanta vehemencia— . De aquí proceden, en parte, la confusión
y las incongruencias que se observan a cada momento en sus escritos y que
oscurecen la originalidad e intuición con que se adelantó a su tiempo en
un salto genial de tres siglos. Pero por más esfuerzos que hizo, nunca se
liberó de su mentalidad medieval.
Uno de los rasgos que demuestran la grandeza de Bacon fue el haber
visto la importancia que tiene el estudio de las matemáticas como ejerci
cio formativo y como base para otras ciencias. Empezaban entonces a circu
lar tratados de matemáticas traducidos del árabe. Con frecuencia contenían
aplicaciones a la astrología. La astrología era una forma de fatalismo
o determinismo incompatible con la doctrina cristiana sobre el libre albe
drío; además, los que más estudiaban las matemáticas y astrología eran
mahometanos y judíos. Por eso tenían mala fama ambas asignaturas y se
las asociaba con las artes diabólicas. Pero Bacon tuvo el valor de sus
convicciones y lo demostró proclamando que hay que poner como base
de otros estudios el de las matemáticas y la óptica—que él llamaba «pers
pectiva»— . Robert de Lincoln, dice, entiende estas dos ciencias. Es nece
sario disponer de tablas y de instrumentos matemáticos, por más que sean
costosos y frágiles. Señaló los errores del calendario en uso y calculó que
había adelantado un día cada ciento treinta años. También hizo una larga
descripción de los países del mundo conocido, calculando su extensión,
y, por añadidura, sostuvo la teoría de su esfericidad. En esto influyó en
Colón.
que contra los obstáculos externos, contra los que se desfoga con tanta
frecuencia como claridad: fue un verdadero heraldo de la edad de la
experimentación, del que pueden estar bien orgullosos Somerset, Oxford
e Inglaterra.
EL RENACIMIENTO
Leonardo da Vinci
La Reforma
Copérnico
que los ciclos y epiciclos a que recurría Tolomeo para explicar las revo
luciones de los cuerpos celestes en torno a la Tierra.
Hacia 1530 terminó un tratado en el que exponía su sistema y ese
mismo año publicó un breve compendio en estilo popular. El Papa Cle
mente VII lo aprobó y pidió al autor que publicase la obra completa.
Copérnico sólo se avino a esto en 1540. El primer ejemplar impreso de
su libro lo recibió en su lecho de muerte en 1543.
El sistema de Copérnico se abrió camino lentamente. Lo aceptaron
unos pocos matemáticos, como John Field, John Dee, Robert Recorde
y Gemma Frisius; por su parte, Thomas Digges, el primer adepto inglés,
introdujo una notable mejora, sustituyendo la esfera móvil de las estre
llas fijas por la inmensidad del espacio, con las estrellas esparcidas por
él. Pero esta teoría se dio a conocer poco hasta que Galileo enfocó a los
cielos su recién inventado telescopio y descubrió los satélites de Júpiter,
donde vio un sistema solar en miniatura.
Copérnico enseñó a los hombres a mirar al mundo a una nueva luz.
Lejos de constituir el centro del Universo, la Tierra descendió hasta el
lugar ínfimo, a la categoría de un planeta de tantos. Este cambio no
implica necesariamente que se haya destronado al hombre de su alto
pedestal de rey de la creación, pero ciertamente da motivos para dudar
de la solidez de semej&nte creencia. Es decir, que además de echar por
tierra el sistema tolemaico, incorporado al cuerpo de doctrina escolástico,
la astronomía copernicana afectaba la mentalidad y las creencias humanas
en oteos aspectos más importantes.
No es de extrañar que las nuevas teorías despertasen recelos. Europa
se debatía sobre materias religiosas, pero las cuestiones que se ventilaban
no tocaban los verdaderos problemas de fondo. Ambos partidos aceptaban
una filosofía religiosa, que concedía al hombre un puesto de honor y de
soberano señor en un mundo que había sido creado para su bien en último
término, por más que los caminos de la Providencia pudieran parecer,
a primera vista, innecesariamente misteriosos. Además, la opinión que
entonces se consideraba la más científica estaba en contra del nuevo sis
tema. Aunque ciertos revolucionarios intelectuales de la catadura de un
Giordano Bruno, hereje empedernido a los ojos de Roma igual que a los
de Ginebra, pudiera aceptar las teorías de Copérnico, pero otros filósofos
más cautos se mantenían al margen. También Bruno creía que el Universo
era infinito y que las estrellas estaban esparcidas en la inmensidad del
espacio. Pero Bruno era un panteísta entusiasta, atacaba abiertamente todas
las creencias ortodoxas y la Inquisición hubo de condenarlo no por su
ciencia, sino por su filosofía y por su celo en favor de la reforma religiosa:
terminó en la hoguera en 1600.
Los que, según las costumbres de la época, se consideraban responsa
bles del bienestar intelectual y espiritual de Europa, se pusieron en guardia
con toda razón antes de aceptar un sistema astronómico que venía a con
mover hasta sus raíces sus más profundas convicciones y que, a su juicio,
podía poner en peligro las almas inmortales confiadas a su custodia.
142 HISTORIA DE LA CIENCIA
11 Obras Completas edit. por K. S u d h o f f , Munich, 1922...; Isis, VI, 56; A nna
Paracelsus, 1915; F r a n z S t r u n z , Theophrastus Paracelsus, Leipzig, 1937;
St o d d a r t,
W . P agel, Isis, núm. 77, 1938, pág. 469; E. R o s e n s t o c k , Huessy, Hanover, N. H.,
1937.
144 HISTORIA DE LA CIENCIA
Anatomía y fisiología
Van Helmont sostuvo, por su parte, que las plantas y los brutos ani
males carecían de alma y que sólo poseían «cierta fuerza vital... precursora
del alma». En el hombre, el agente primordial de todas las funciones del
cuerpo es el alma sensitiva. Esta actúa mediante los «arqueos», que le
sirven de instrumentos, los cuales, a su vez, actúan directamente sobre los
órganos corporales mediante ciertos fermentos mezclados con el que nos
produce vino. El alma reside en el «arqueo» vital del estómago, de forma
parecida a como la luz reside en una candela ardiente. El alma sensitiva
es mortal, pero coexiste en el hombre con la mente inmortal. Van Helmont
fue un buen químico, pero su fisiología especulativa no llevaba trazas de
hacer progresar esa rama del saber.
El «alma sensitiva» y la «mente inmortal», que imaginó Van Helmont,
son independientes y diferentes de los espíritus animales, los cuales corres
ponden a lo que pudiéramos llamar las actividades de los tejidos nerviosos.
Lo mismo se diga del «alma racional», que describió el filósofo Descar
tes; precisamente gracias a esa distinción pudo aceptar y emplear las más
rigurosas concepciones mecanicistas en el desarrollo de los mismos fenó
menos nerviosos, como veremos más adelante con mayor detenimiento.
Entretanto, Sylvius aplicó a la fisiología el conocimiento adquirido en
las experiencias químicas. Atribuía muchos de los cambios que se produ
cen en el cuerpo vivo a la acción de cierta especie de fermentos, siguiendo
en esto a Van Helmont, con la diferencia de que, mientras éste creía que
esos fermentos se debían a ciertos agentes sutiles cuyos efectos se dife
EL RENACIMIENTO 151
Stensen hizo por su cuenta más que los filósofos y médicos, a quienes
satirizó. Como resultado de sus disecciones apuntó una sugerencia pletó-
rica de posibilidades y que presagió algunos de los descubrimientos reali
zados "en los últimos decenios del siglo xix:
Si esa sustancia bl^jjca de que estoy hablando es de naturaleza totalmente
fibrosa, como parece serlo en la mayor parte de las zonas, hemos de admitir
forzosamente que sus fibras están organizadas conforme a un plan concreto, del
que depende indudablemente la diversidad de sensaciones y movimientos.
Botánica
Gilbert de Colchester
Francisco Bacon
señaló el camino que había que seguir para ampliar y depurar el cono
cimiento de la naturaleza, y que en sus líneas generales era el camino
acertado.
Kepler
imaginar buscando con tedioso afán reglas empíricas, que más tarde
vendría a racionalizar Newton; pero la verdad es muy distinta: lo que
él buscaba eran las causas últimas, las armonías matemáticas en la mente
del Creador.
Aristóteles ponía la esencia última de las cosas en sus propiedades
cualitativas, distintivas e irreductibles, de forma que ese árbol que produce
en el observador la sensación de verde, era para él real y esencialmente
verde. Kepler, en cambio, basa el conocimiento en los caracteres o rela
ciones cuantitativas y, por tanto, la cantidad o el número debe constituir
el fundamento de las cosas y es anterior y superior a todas las demás
categorías.
Las tres proposiciones que figuran en la ciencia como leyes de Kepler
son: 1) los planetas recorren trayectorias elípticas, uno de cuyos focos
ocupa el Sol; 2) las áreas trazadas en cualquier órbita por la recta que
une el Sol con el planeta en cuestión son proporcionales al tiempo em
pleado; 3) los cuadrados de los períodos que tardan los distintos planetas
en recorrer sus órbitas son proporcionales a los cubos de sus distancias
medias al Sol. En estas breves proposiciones se compendia y sistematiza
una cantidad enorme de información sobre los movimientos planetarios,
adquirida por los astrónomos de épocas anteriores y de la del mismo
Kepler.
De estas tres leyes, la que más encantaba a Kepler era la segunda.
Puesto que todos los planetas estaban impulsados por una Causa Divina
Constante, o sea, el Motor Inmóvil de Aristóteles, todos debían moverse
con velocidad constante; pero, como a la vista de los hechos hubo de re
nunciar a esta idea, Kepler se ingenió para «salvar el principio» transpor
tando esa uniformidad de las órbitas a las áreas. Pero estas proposiciones
no eran para él más que tres de las muchas relaciones matemáticas que
revelaba la teoría de Copérnico.
Otro descubrimiento que le proporcionó mayor placer aún fue otra
relación que guardaban las distancias. Si inscribimos un cubo en la esfera
que contiene la órbita de Saturno, la esfera de Júpiter encajará exactamente
en el cubo. Si inscribimos un tetraedro en la esfera de Júpiter, la esfera
de Marte encajará dentro del tetraedro, y así sucesivamente en todos los
seis planetas y en los cinco sólidos regulares correspondientes. Esa rela
ción sólo tiene un valor aproximado y el descubrimiento de nuevos plane
tas ha echado por tierra su base, pero Kepler encontró en ella más satis
facción que en las leyes que llevan su nombre. Para él constituía esa rela
ción una nueva armonía en la música de las esferas y hasta la causa
verdadera de que sean lo que son las distancias planetarias, puesto que
para él, como para Platón, «Dios siempre geometriza».
Una de las ironías de la historia reside en el hecho de que la renova
ción de la doctrina mística de los números condujese a Copérnico y a
Kepler a formular un sistema que empalmaría directamente, a través de
EL RENACIMIENTO 157
Galileo
los límites de la autoridad; ésta acepta los hechos brutos, sean o no según
razón o tradición 24.
Galileo inventó el primer termómetro. Era una ampolla de vidrio llena
de aire, con un extremo abierto sumergido en agua. En 1609 oyó decir
que un holandés había inventado un nuevo cristal, que aumentaba los
objetos distantes. Dados sus conocimientos sobre la refracción, Galileo
construyó inmediatamente un instrumento parecido y pronto hizo uno
bastante bueno, que aumentaba 30 diámetros. Los descubrimientos se
produjeron entonces en cadena2S. La cara de la luna no era ya esa super
ficie lisa e inmaculada que imaginaron los filósofos, sino que estaba cu
bierta de granulaciones, que hacían suponer por todos los indicios la exis
tencia de ásperas montañas y valles de desolación. De pronto saltaron a la
vista miríadas de estrellas, hasta entonces invisibles, solucionando así el
eterno problema de la Vía Láctea. Se vio que Júpiter llevaba en su órbita
una escolta de cuatro satélites, que giraban a tiempos regulares y medibles,
y que constituían un modelo visible y más complejo de la Tierra y de
la Luna girando conjuntamente alrededor del Sol, según la teoría de
Copérnico. Pero el maestro de filosofía de Padua se negó a mirar por el
telescopio de Galileo, mientras que su colega de Pisa defendió la causa
escolástica ante el Gran Duque con argumentos lógicos, «como si quisiera
exorcizar y echar a los nuevos planetas del cielo con hechizos mágicos».
Con la ayuda de su telescopio Galileo confirmó con hechos tangibles,
que podía comprobar todo el que quisiese, la nueva teoría astronómica,
que hasta entonces sólo se había fundado en el argumento apriorístico de
su simplicidad matemática. Casi al mismo tiempo que Galileo figuró un
matemático inglés, Thomas Harriot, que contribuyó mucho a darle al álge
bra su giro moderno y que observó también por un telescopio la Luna
y los satélites de Júpiter, aunque sus descubrimientos no se publicaron
en vida de é l24.
La obra principal y originalísima de Galileo fue la fundación de la
dinámica científica27. Aunque se había adelantado algo en la estática—es
pecialmente Stevin o Stevinus de Brujas, 1586, en su obra sobre el plano
inclinado y sobre la composición de fuerzas— y en hidrostática en la cues
tión de la presión de los líquidos, las ideas que se habían forjado los
humanos sobre el movimiento habían sido hasta entonces una mezcla con
fusa de observaciones indocumentadas y de teorías aristotélicas. Se creía
que los cuerpos eran, por su constitución intrínseca, pesados o ligeros,
y que caían o flotaban con velocidad proporcional a su pesadez o ligereza
«en busca de sus sitios naturales» con fuerza varia. Hacia 1590 demos
traron en Delft Stevin y De Groot que un cuerpo pesado y un cuerpo ligero
De Descartes a Boyle
obra principal la realizó durante los veinte años que pasó en Holanda;
murió en Estocolmo al servicio de la reina Cristina.
Descartes puso de manifiesto los muchísimos presupuestos incompro-
bados latentes en las ideas filosóficas aceptadas generalmente. Dando de
lado a aquella amalgama medieval—que aún conservaba su fuerza y pres
tigio—, en que se mezclaban promiscuamente la filosofía griega y la doc
trina patrística, intentó construir una filosofía de nueva planta, basada
únicamente en la conciencia y experiencia humanas, que abarcaban desde
la aprensión mental directa de Dios hasta la observación y experimenta
ción del mundo físico. Pero todavía se acusan en su mentalidad vestigios
de la doctrina escolástica34.
En matemáticas dio Descartes el gran paso— que también dio inde
pendientemente Fermat— de aplicar los procesos algebraicos a la geometría,
desarrollando en esto ideas que se encuentran entre los antiguos hindúes,
griegos y árabes, y que luego ampliaron los modernos, especialmente
Viéte. Hasta entonces para resolver cualquier problema geométrico había
que desplegar un nuevo alarde de ingenio; Descartes introdujo un proce
dimiento que vino a romper ese sistema de problemas estancos. La idea
primordial de la geometría coordenada es sencilla de expresar. Se trazan
dos rectas, O X y OY, ¿orinando ángulos rec
tos entre sí desde un punto fijo O u origen.
Estas líneas pueden usarse entonces como ejes
para determinar la posición de cualquier pun
to P en su plano fijando la distancia OM
o x del punto de uno de los ejes, y su dis
tancia PM o y del ótfo. Las distancias x e y
se denominan coordinadas del punto, y las di
ferentes relaciones entre x e y corresponden a
las distintas curvas en el plano del diagra
ma. De esta manera si y aumenta proporcio- Figura 2
nalmente a como lo hace x, es decir, si y es
igual a x multiplicado por una constante, pasamos uniformemente sobre
el diagrama siguiendo la recta OP. Si y es igual a x2 multiplicada por una
constante, tenemos una parábola, y así sucesivamente. Estas ecuaciones
pueden tratarse algebraicamente, aunque luego haya que interpretar los
resultados geométricamente. Así resultaron posibles las soluciones a muchos
problemas físicos que hasta entonces habían sido insolubles o muy difí
ciles. Newton estudió el tratado de Descartes sobre geometría y utilizó
sus métodos.
Descartes señaló la importancia de la labor realizada por una fuerza,
que es el concepto moderno de energía. Estimó que la física podía redu
cirse a mecanismos y hasta consideró que el cuerpo humano era análogo
a una máquina. Aceptó el descubrimiento de Harvey sobre la circulación
de la sangre a través de las arterias y venas y argüyó a su favor en la
Indica allí que el fuego, que se supone resuelve las cosas en sus ele
mentos, en realidad produce efectos muy diferentes a distintos grados de
E L RENACIMIENTO 169
calor y con frecuencia da origen a nuevos cuerpos, que casi siempre son
evidentemente complejos. El oro resiste la acción del fuego y ciertamente
no suelta sal, ni azufre, ni azogue, pero puede alearse con otros metales
y disolverse en agua regia, y, sin embargo, recupera su forma original, lo
cual parece indicar la presencia de «corpúsculos» inalterables de oro, que
sobreviven a las combinaciones, más bien que elementos aristotélicos ni
principios alquimistas. Apunta una proposición cautelosa: «Puede con
cederse igualmente que aquellas sustancias distintas, separadas, resultantes
o componentes de las concreciones, pueden llamarse sin gran inconveniente
elementos y principios de dichas concreciones.» Así rompió Boyle con
todas las asociaciones de ideas anteriores y formuló una definición sin pre
tensiones de lo que es un elemento, una definición que puede emplearse
todavía, a pesar de las transformaciones radicales que ha experimentado
la química desde que Boyle escribió esas líneas. Boyle no explotó perso
nalmente todas sus ideas de modo experimental, pero otros se aprovecharon
de ellas inconscientemente, hasta que un siglo después de Boyle las adoptó
Lavoisier y constituyeron la base de la química moderna.
Rehusó el título de par y el cargo de preboste de Eton. Un epitafio
irlandés celebra su carácter polifacético; en él se le pinta, según se dice,
como «padre de la química y tío del conde de Cork».
Pascal y el barómetro
Hechicería39
Matemáticas
En este capítulo hemos podido ver, por fin, los verdaderos orígenes de
la ciencia moderna. En el Renacimiento, las ciencias naturales formaban
aún como ramas de la filosofía; pero durante el período que acabamos de
historiar lograron encontrar su propio método fundado en la observación
y experimentación e ilustrado por el análisis matemático en las cuestiones
en que éste podía ¡yjlicarse. Es cierto que Copérnico y Kepler siguieron
buscando aún las últimas causas en la armonía matemática y que esa ten
dencia mental perduró mucho después de los tiempos de Newton en un
prurito de imaginar que cuando un fenómeno se podía expresar cuantita
tivamente en términos matemáticos quedaba aclarado desde un punto de
vista filosófico, tanto como científico. Con todo, esta propensión no im
pidió la obra de los experimentalistas. Estos sacudieron las cadenas dora
das de las síntesis racionales universales, tanto aristotélicas como platóni
cas, y así se sintieron libres para aceptar los hechos humildemente, aunque
no vieran la forma de encuadrarlos en una estructura general del saber.
Pero los mismos hechos empezaron a encajar acá y allá como piezas
sueltas de un rompecabezas, hasta que aparecieron partes del gran esque
ma. En el período siguiente, Newton continuó este movimiento formulando
las leyes de la gravedad, que constituyeron la primera gran síntesis cien
tífica; luego los enciclopedistas franceses del siglo xvm posiblemente
llevaron esa tendencia demasiado lejos con su exagerada filosofía meca
nicista.
CAPITULO IV
Academias científicas4
dades las nuevas doctrinas, que por tanto tiempo habían bloqueado los
aristotélicos. Aumentaba rápidamente el número de los que se interesaban
por la filosofía natural. Un índice de ese aumento fue el establecimiento
de sociedades o academias destinadas a agrupar a los intelectuales para
discutir los nuevos temas y fomentar su progreso. La primera de estas
sociedades apareció en Nápoles en 1560, bajo el nombre de Accademia
Secretorum Naturae. De 1603 a 1630 funcionó en Roma la primera Acca
demia dei Lincei, a la que perteneció Galileo, y en 1651 los Médici fun
daron en Florencia la Accademia del Cimento. En Inglaterra empezó
a reunirse una sociedad, en 1645, en el Gresham College o en otros sitios,
en Londres, bajo el título de Philosophical or Invisible College. En 1648
se trasladaron a Oxford la mayoría de sus miembros a causa de la guerra
civil; pero en 1660 se reanudaron las sesiones en Londres, hasta que
en 1662 Carlos II le otorgó carta formal de fundación incorporándola
a la Royal Society. En Francia, Luis XIV fundó en 1666 la correspondien
te Académie des Sciences y pronto surgieron en otros países instituciones
similares. El influjo que ejercieron en garantizar una discusión a fondo,
en poner de relieve las opiniones científicas y en dar a conocer las inves
tigaciones de sus miembros contribuyó considerablemente al rápido des
arrollo de la ciencia desíie que se fundaron, sobre todo si se tiene en cuenta
que la mayoría de esas academias empezaron a dar a luz publicaciones
periódicas. La más antigua revista periódica independiente parece haber
sido Si Journal des Savants, que salió por primera vez en París en 1665.
Tres meses más tarde le siguió la Philosophical Transactions of the Royal
Society, que en un principio fue iniciativa y obra particular de su secre
tario. No tardaron mucho en aparecer otras revistas científicas, pero a fines
del siglo xvn e incluso más tarde, los matemáticos tenían que recurrir,
sobre todo, a su correspondencia recíproca para darse a conocer mutua
mente la labor realizada—un sistema ineficiente, que se prestaba, además,
a discusiones sobre méritos de prioridad, como ocurrió, por ejemplo, entre
Newton y Leibniz.
Kepler presentó en su obra un modelo del sistema solar, pero la escala
de ese modelo— es decir, las dimensiones reales del sistema— no podía
fijarse hasta que se midiese una distancia en unidades terrestres.
En 1672-73, Colbert, ministro de Luis XIV. envió a Jean Richer
a Cayenne, en la Guiana francesa, para realizar investigaciones astronómi
cas con miras a la navegación. Entre otras mediciones obtuvo la paralaje
del planeta Marte; el resultado más impresionante de su obra fue la com
probación de las dimensiones gigantescas del Sol y de los planetas mayores
y la escala inconmensurable del sistema solar. En su comparación, la
Tierra y el «rey del universo», que la habita, resultaban pigmeos.
Newton y la gravitación
Masa y peso
es decir, que los pesos de ambos cuerpos son proporcionales a sus masas,
resultado realmente notable, el cual exige, como dijo Newton, que la gra
vedad «proceda de una causa que... opere no conforme a la cantidad de
las superficies de las partículas sobre las cuales actúa—como suelen operar
las causas mecánicas— , sino conforme a la cantidad de materia sólida que
contienen» u . Y, de hecho, los resultados astronómicos de Newton de
muestran que la causa de la gravedad debe penetrar «hasta el mismo cora
zón del Sol y de los planetas sin experimentar la menor merma de su
fuerza».
Los experimentos de Galileo no lograron gran precisión ni, en realidad,
podían lograrla. Balliani los repitió con mayor exactitud dejando caer una
bola de hierro y otra de cera del mismo tamaño, al mismo tiempo y desde
el mismo punto. El resultado fue que cuando la bola de hierro dio en el
suelo después de recorrer la altura de 50 pies, a la de cera le faltaba un
pie. El atribuyó la diferencia, con razón, a la resistencia del aire, la cual,
aunque es igual en ambos casos, es más eficaz en frenar la bola de menor
peso '5. Newton se puso a examinar el resultado más a fondo. Demostró
matemáticamente que el tiempo del vaivén de un péndulo debe variar en
proporción directa a la raíz cuadrada de la masa, y en proporción inversa
a la raíz cuadrada del peso. Luego hizo experimentos esmerados y pre
cisos con diferentes péndulos, utilizando discos del mismo tamaño, para
que todos ellos ofreciesen la misma resistencia al aire. Algunos discos eran
sólidos, de materiales diferentes; otros, huecos, llenos de diferentes líqui
dos o partículas, como, por ejemplo, grano. El resultado fue que en todos
los casos, tratándose de péndulos de la misma longitud y funcionando en
el mismo sitio, el tiempo del vaivén era igual, salvo un reducido margen
de error debido a la imprecisión de la medición. Así comprobó Newton
con mucha mayor exactitud el resultado, que pudo ya haberse deducido del
experimento de Galileo, a saber, que el peso es proporcional a la masa.
Adelantos en matemáticas
I dx
-----+
x
ó log x + log y = c
propagadas desde ellos a los fríos? ¿Y no resulta este medio enormemente más
raro y sutil que el aire, e inmensamente más elástico y activo? ¿No impregna
rápidamente todos los cuerpos? Y ¿no se expansiona por todos los cielos debido
a su fuerza elástica?
Química
!5 Sir Isaac Newton, History of Science Society, Baltimore, 1928, pág. 214.
194 HISTORIA DE LA CIENCIA
vez que está saturado, y que al destilarlo la suelte con gran dificultad? ¿Y no de-
muestra que se ha producido un gran movimiento en las partes de esos dos líquidos
el calor que se desarrolla al verter sucesivamente y mezclar en el mismo recipiente
agua y aceite de vitriolo? ¿Y no se deduce de ese moviminto que al mezclarse
las partes de ambos líquidos se fusionan con violencia y que, por consiguiente,
se precipitan uno sobre otro con movimiento acelerado?
Biología
En el capítulo precedente expuse el efecto que produjeron en el estudio
de los tejidos y órganos de los animales el adelanto en la construcción de
lentes y la invención del microscopio compuesto. En el período que nos
ocupa ahora aplicaron métodos parecidos a la botánica, especialmente
Grew y Malpighi— 1671— , y empezaron a formarse ideas acertadas sobre
las células y los órganos de las plantas.
Desde Teofrasto hasta Cisalpinus no parece se preocupara nadie de
los órganos reproductivos. El primero que volvió a estudiarlos fue proba
blemente Nehemiah Grew, el cual leyó una ponencia sobre la anatomía de
las plantas ante la Royal Society en 1676. Habla de los estambres como
de órganos masculinos y describe su función, pero atribuye el mérito de
esta idea a Sir Thomas Millington, que era entonces Savilian Professor
en Oxford. Camerarius de Tubinga, Morland y Geoffroy aportaron prue
bas confirmatorias y detalles adicionales en una memoria presentada ante
la Academia de París. Estos botánicos pusieron de manifiesto que no era
posible la fertilización del óvulo ni la formación de la semilla sin el polen
de las anteras de dichos estambres.
Las antiguas clasificaciones, tanto de animales como de plantas, se
basaban principalmente en ideas utilitarias o en ciertas características
externas que saltaban a la vista y que inspiraron la división de las plantas
en hierbas, árboles y arbustos. Pero en 1660 publicó John Ray— 1627-
1705— ” la primera de una serie de obras sobre botánica sistemática, que
contribuyeron a mejqjar notablemente la clasificación y a progresar en el
estudio de la morfología, como en el conocimiento de la verdadera natu
raleza de los capullos. Ray fue un hombre de primera talla en la historia
de la biología. El fue el primero que vio la importancia de la distinción
entre dicotiledones y monocotiledones en los embriones de las plantas
e inició un sistema natural de clasificación basado en el estudio del fruto,
flor, hoja y otras características, e indicó muchos órdenes de plantas, que
siguen aceptando los botánicos. Luego se fijó en la anatomía comparativa
de los animales; también aquí marcó un adelanto en la dirección de una
clasificación natural, dividiéndolos en cuadrúpedos, aves e insectos. Ray
viajó mucho estudiando plantas y animales, muchas veces en compañía
de Francis Willughby. Renunció a considerar a los antiguos como la auto
ridad suprema y estableció la historia natural moderna sobre la base sólida
de la observación.
Newton y la filosofía30
La obra de Newton tuvo, entre otras, dos consecuencias de suma im
portancia: establecer la validez de la mecánica terrestre en el espacio ce
™John Ray, por C. E. Raven, Cambridge, 1943.
" Véase en particular el Prólogo y Escolio en Principia y las Preguntas en
Opticks. Cfr. también A. J. Sn o w , Matter and Gravity in Newton’s Physical Philo-
196 HISTORIA DE LA CIENCIA
Newton en Londres
EL SIGLO XVIII
Matemáticas y astronomía
' Puede darse una idea del sentido físico de potencial diciendo que el índice
de disminución de potencial en cualquier dirección mide la fuerza ejercida en
esa dirección sobre la unidad, masa, carga eléctrica o lo que sea. Laplace demostró
que el potencial V siempre satisface esta ecuación diferencial:
31 V 31 V 91 V
V> v = ----- .— + ----------- + ------------ = o.
d* W 3z=
VJ V puede considerarse como la concentración local de V. Poisson obtuvo una
fórmula más general: V 1 V = — 4 n p ; esta relación aparece en todas las ramas
de la física matemática y “puede representar analíticamente cierta ley general de
la naturaleza que aún no se ha podido reducir a palabras” (Rouse Ball).
4 En 1825 se publicó un último volumen histórico.
208 HISTORIA DE LA CIENCIA
Química
dose en trabajos anteriores (pág. 149) probó también que era esencial
para la respiración de los animales, sólo que lo describió como «aire
deflogisticado», sin caer en la cuenta de que con su descubrimiento abría
una nueva página en la historia de la ciencia. Henry Gavendish— 1731-
1810— demostró la naturaleza compuesta del agua en 1781 (aunque su
publicación apareció en 1784), destronándola así del alto pedestal de
elemento primordial. Pero siguió calificando sus gases componentes con
los nombres de «flogisto» y «aire deflogisticado». En 1783 publicó James
Watt las mismas ideas, lo cual originó entre los comentaristas posterio
res la obligada controversia sobre la prioridad.
Antoine Laurent Lavoisier— 1743-1794— combatió la idea predominan
te de que el agua se convertía en tierra al hervir. Hizo ver que el residuo
que quedaba era una disolución de los recipientes—vidrio, etc.—y que
el agua destilada repetidas veces era pura y de densidad constante. Lavoi
sier terminó sus días en la guillotina, junto con otros arrendadores de
impuestos, a título de que «la República no necesitaba de sabios».
Lavoisier repitió los experimentos de Priestley y Cavendish, pesando
escrupulosamente sus reactores y productos. En uno de sus experimentos,
por ejemplo, calculó justamente por debajo de su punto de ebullición cuatro
onzas de mercurio en contacto con 50 pulgadas cúbicas de aire. Se for
maron unos sedimentos rojos de mercurio, que fueron aumentando hasta
el día duodécimo. El peso de esos sedimentos fue de 45 «granos», y el
volumen del aire residual, de 42 a 43 pulgadas cúbicas, es decir, las cinco
sextas partes del volumen original. Este aire residual no activaba la com
bustión y los animales pequeños obligados a respirarlo morían en pocos
minutos.
Luego calentó fuertemente en una pequeña retorta los 45 «granos»
del sedimento rojizo, y se formaron 41,5 «granos» de mercurio metálico
y un gas, que recogió en agua, lo midió y encontró que ocupaba de
7 a 8 pulgadas cúbicas y que pesaba entre 3,5 y 4 granos; es decir, que
entre el mercurio y el metal sumaban los 45 granos iniciales; quedaba,
pues, a salvo toda la sustancia; la masa total había permanecido cons
tante. Ese gas sostenía la llama del fuego y la de la vida más activamente
que el aire ordinario. Dice Lavoisier:
Reflexionando sobre las condiciones de este experimento se ve que el mercurio
absorbe al calcinarse la porción saludable y respirable de la atmósfera, y que la
porción del aire remanente es una especie de gas nocivo, incapaz de favorecer la
combustión y la respiración. De aquí se deduce que el aire atmosférico se compone
de dos fluidos elásticos de naturaleza diferente y, por decirlo así, antagónica.
Descubrimientos geográficos
vida primitiva favorecían las nuevas falacias, como la teoría del contrato
social, la inevitabilidad del progreso y la perfectibilidad de la humanidad,
lo mismo que ciertas locuras, como el reinado revolucionario de la diosa
Razón. El mejor correctivo contra estos errores es la historia y la antropo
logía. Ellas nos enseñan que cuando el hombre avanza—suponiendo que
avanza—no lo hace razonando a priori sobre ciertas premisas tan bonitas
como falaces, sino a base de un trabajo rudo y accidentado, entre tanteos
y errores.
La idea del «noble salvaje», preconizada en la literatura romántica y no
velesca u, corresponde a la «edad de oro» de los antiguos, como se ve en
las descripciones que hace Tácito sobre los germanos. En la Edad Mo
derna la resucitó Colón, y Montaigne la desarrolló en toda su plenitud.
Acaso fue Dryden el primero que empleó las palabras exactas de «noble
salvaje» en inglés, pero la idea era corriente durante el romanticismo, que
empezó en Inglaterra hacia 1730 y alcanzó su cénit en 1790. No cabe duda
de que el Paraíso terrestre de la Biblia contribuyó en gran medida a fo
mentar la idea de que nuestra civilización no es más que una degeneración
de la inocencia y bondad primitivas.
De Locke a Kant
sensoriales de las relaciones de las cosas reales. Observa Kant que aun
que no podemos afirmar si el tiempo (y el espacio) son metafísicamente
reales, sin embargo, la conciencia que tenemos del tiempo al percibir el
cambio es ciertamente real; parecida distinción parece poderse aplicar a
la extensión o espacio. Así se queda flotando entre Newton y Leibniz.
Terminará por no clasificar ni el tiempo ni el espacio ni entre los datos
de los sentidos corporales ni entre los conceptos intelectuales. Son una
mezcla de atributos al parecer contradictorios, que dieron origen a múl
tiples «antinomias de razón» desde los tiempos de Zenón en adelante.
El mundo de la física es un conglomerado de acontecimientos; la mente
los distribuye en el espacio y en el tiempo, pero al hacerlo provoca entre
los fenómenos unas relaciones que resultan en último caso contradictorias
en sí mismas. No podemos afirmar si el cuadro mecánico de los aconte
cimientos, que sin duda es verdadero en sus detalles, tiene una explicación
y un alcance últimos de sentido teleológico, es decir, si actúan de alguna
manera con vistas a la consecución de un objetivo. Podemos plantear estas
cuestiones de profundidad, pero debemos contentarnos con dejarlas sin
resolver. Ahora hay quienes sostienen que entre todas las filosofías an
tiguas la metafísica de Kant es la qué representa de una manera más
adecuada la postura a la^cjue apuntan las ciencias físicas y biológicas de
los últimos años. Según estos opinantes, la teoría cuántica, la de la rela
tividad, la biofísica, la bioquímica, la idea de la adaptación orientada
y todas las últimas adquisiciones de la ciencia han vuelto a imponer
la filosofía científica de Kant '8. Frente a esta opinión es justo exponer
la opinión contraria del conde Russell: «Kant, dice, inundó el campo
filosófico de cieno y Msterio, del que sólo ahora empieza a levantar ca
beza. Kant tiene fama de haber sido el más grande de los filósofos mo
dernos; pero, a mi juicio, fue una pura calamidad» 19. Aquí tenemos otro
ejemplo de esa falta de concordancia de opiniones que aún se nota en
las cuestiones metafísicas.
Esa concordancia que encuentran algunos entre la filosofía de Kant
y las orientaciones de la ciencia moderna puede deberse, al menos en par
te, a que el mismo Kant fue un físico competente. Se anticipó a Laplace
formulando la hipótesis de una nebulosa para explicar el origen del sistema
solar. Fue el primero que indicó la idea de que la fricción de las mareas
debe contribuir a retardar lentamente la rotación de la Tierra, y que por
su reacción forzó a la Luna a presentar siempre la misma cara a la Tierra.
Hizo ver que las diferentes velocidades lineales que desarrollan las zonas
sucesivas de la Tierra al girar ésta explican los vientos alisios y otras
corrientes de aire parecidas. También escribió sobre las causas de los
terremotos, sobre las diferentes razas humanas, sobre los volcanes de la
Luna y sobre geografía física. Esto demuestra claramente que Kant po
seía un amplio conocimiento de la ciencia de su tiempo. Poseía también
el autodominio científico para suspender el juicio cuando no se podía
“ Véase I. B. S. H a l d a n e , Possible Worlds, Londres, 1927, pág. 124.
19 An Outline of Philosophy, Londres, 1927, pág. 83.
222 HISTORIA DE LA CIENCIA
Determinismo y materialismo
La edad científica
la materia, con sus propiedades primarias y sus relaciones, tal como las
revela la ciencia, son realidades últimas, y que los cuerpos humanos son
mecanismos, aunque acaso ejerza sobre ellos la mente algún control o in
flujo ocasional. Cuando se ponían a pensar sobre los últimos conceptos
científicos, muchos físicos comprendían que esas opiniones no podían
resistir un análisis crítico, aunque ofreciesen sus ventajas como hipótesis
de trabajo; pero ni en el laboratorio ni en la vida práctica había lugar
ni tiempo para disquisiciones filosóficas.
Sobre los cimientos puestos por Newton y Lavoisier fue levantándose
la estructura coherente y siempre progresiva de la física y química. A la
luz de este éxito se llegó a dar por supuesto que se habían trazado de una
vez para siempre las líneas generales, que no eran ya probables nuevos
descubrimientos de fondo, que lo único que quedaba por hacer era llevar
hasta el máximum de precisión las mediciones científicas y llenar unas
cuantas lagunas que aún quedaban por cubrir, naturalmente, en el campo
del saber. Así se creía de hecho hasta la misma víspera de los avances
revolucionarios que se produjeron al finalizar el siglo xix.
Matemáticas
Fluidos imponderables
cía entre conductores y aislantes, aunque los términos los inventó Desagu-
liers— 1740— .
En cuanto se cayó en la cuenta de la chispa y del ruido que produce
la descarga eléctrica, se vio su analogía con el rayo y el trueno y se sospe
chó que ambos fenómenos debían ser de la misma naturaleza. Parece
que a Benjamín Franklin— 1706-1790— le fascinó el problema de estable
cer esa identidad y la posibilidad de reducir los rayos de Júpiter a las
leyes de la física; muchas de sus últimas cartas rebosan de descripciones
de experimentos en los que reproducía, a escala reducida, con cargas de
botellas Leiden, los efectos del rayo en la fusión de metales, en la fisión
de materiales, etc.
La acción que desempeñan las puntas agudas en la descarga de los
cuerpos electrizados sugirió a D ’Alibart y a otros, en Francia, la idea del
conductor del rayo. Para «zanjar la cuestión de si las nubes que encierran
el rayo y el relámpago están electrizadas o no» se alzó en Marli, en 1752,
una vara de hierro de 13 metros. Al pasar nubes tormentosas saltaban chis
pas de la punta inferior de la vara. Este experimento se repitió en otros
países con éxito rotundo— en realidad demasiado rotundo, al menos para
el profesor Riehmann, de San Petersburgo, que murió víctima de una
descarga producida en una pretina de hierro que había instalado en su
casa— . Entretanto realizó el mismo Flanklin con toda seguridad un expe
rimento similar mediante una cometa.
En el extremo de la caña vertical de la cometa hay que fijar un alambre ter
minado en punta muy aguda, y que sobresalga de la caña o madera un pie o más.
Al extremo del hilo próximo a la mano hay que atar una cinta de seda, y en el
nudo que forman el hilo y la seda puede sujetarse una llave. Debe echarse a volar
la cometa cuando se sienta venir una ráfaga tormentosa. La persona que sostiene
la cuerda debe mantenerse dentro de la puerta o ventana o a cubierto con el fin
de que no se moje la cinta de seda, pero cuidando de que el hilo no toque el
marco de la puerta o ventana. En cuanto cualquiera de las nubes tormentosas
entre en contacto con la cometa, el alambre puntiagudo extraerá de ella la chispa,
la cometa y todo el hilo quedarán electrizados; los filamentos sueltos de la cuerda
se pondrán de punta y se sentirán atraídos cada vez que se acerque a ellos un
dedo. Cuando la lluvia haya mojado la cometa y el hilo, de forma que puedan
conducir libremente el fuego eléctrico, se notará su caudalosa corriente por la
llave al tocarla con los nudillos. En esta llave puede cargarse la batería, y del
fuego eléctrico así obtenido pueden encenderse gases y pueden realizarse todos los
otros experimentos eléctricos, que suelen hacerse ordinariamente frotando un tubo
o globo: con ello queda plenamente demostrada la identidad entre el rayo y la
materia eléctrica.
Unidades
La teoría atómica
mentar con gases. Vio que la teoría de los átomos 4 era la que mejor expli
caba las propiedades de los gases; más tarde aplicó esas mismas ideas
a la química, indicando que las combinaciones pueden representarse
como la unión de varias partículas sueltas dotadas cada una de su peso
concreto característico de cada elemento. Dice é l 5:
En las distintas clases de cuerpos hay tres distinciones o estados, que son los
que más han llamado la atención de los químicos filósofos, a saber: los llamados
fluidos elásticos, líquidos y sólidos. Un ejemplo famosísimo de esto lo tenemos en
el agua, un cuerpo que en ciertas circunstancias puede reducirse a los tres estados.
En el vapor comprobamos un fluido perfectamente elástico; en el hielo, un sólido
completo, y en el agua, un líquido perfecto. Estas observaciones han conducido
tácitamente a la conclusión, adoptada al parecer por todo el mundo, de que todos
los cuerpos de magnitud sensible, sean líquidos o sólidos, están formados por un
gran número de partículas pequeñísimas o átomos de materia unidos entre sí por
una fuerza de atracción, más o menos fuerte según las circunstancias...
El análisis y síntesis químicas sólo llegan a separar las partículas y a reunirías.
Los factores químicos son absolutamente impotentes para crear materia nueva o
para destruir la existente. Intentar crear o destruir una partícula de hidrógeno
equivaldría a pretender instalar un nuevo planeta en el sistema solar o a destruir
uno de los ya existentes. Todos los cambios que podemos realizar se reducen a
separar partículas que se encuentran en estado de cohesión o combinación, y a
juntar las que se hallan distantes.
Toda investigación científica ha considerado con razón como uno de sus obje
tivos más importantes el averiguar los pesos relativos de los elementos simples que
constituyen un compuesto. Pero, por desgracia, se detuvo ahí la investigación, siendo
así que de los pesos relativos de la masa podían haberse inferido los pesos rela-
tiovs de las partículas últimas o átomos, de donde se deduciría su número y peso
en otros varios compuestos, lo cual orientaría, ayudaría y guiaría las investiga
ciones futuras y corregiría sus resultados. Ahora bien, esta obra se propone un
objetivo importantísimo, a saber: destacar la trascendencia y las ventajas de
averiguar los pesos relativos de las últimas partículas, tanto de los cuerpos simples
como de los compuestos, el número de partículas elementales simples que consti
tuyen una partícula compuesta y el número de partículas menos complejas que en
tran a formar una partícula más compleja.
Si suponemos dos cuerpos dispuestos a combinarse, A y lo pueden hacer en
este orden, empezando por el más sencillo:
1 átomo de A + 1 átomodeB = 1átomodeC:binario.
1 átomo de A + 2 átomosdeB = 1átomodeD:ternario.
2 átomosde A + 1 átomo de B = 1 átomo de E: ternario.
1 átomo de A + 3 átomosdeB = 1átomodeF:cuaternario.
3 átomosde A + 1 átomo de B = 1 átomo de G: cuaternario.
En todas nuestras investigaciones sobre síntesis químicas podemos guiarnos por
las siguientes reglas generales:
1* Cuando sólo podemos obtener una sola combinación de dos cuerpos, debe
mos suponer que se trata de una combinación binaria, de no aparecer razón en
contrario.
2.“ Cuando se comprueban dos combinaciones, debemos suponer que son bi
naria y ternaria.
2H 2 + 0 2 = 2H20
(2 vols.) (1 vol.) (2 vols.)
La corriente eléctrica
Efectos químicos
La observación fundamental, de la que surgió la ciencia electroquími
ca, data del año 1800, a raíz de difundirse en Inglaterra la noticia del des
cubrimiento de Volta. Utilizando una reproducción de la pila original de
Volta, observaron Nicholson y Carlisle que si se empalmaban a los termi
nales dos alambres de latón y se los sumergía en agua cerca el uno del
otro, en uno se desarrollaba hidrógeno y en el otro oxígeno. Notaron que
el volumen de hidrógeno era como el doble del de oxígeno, y como ésa
es la proporción en que entran esos elementos en la composición del agua,
atribuyeron el fenómeno a descomposición de la misma. También advir
tieron que se producía una reacción química parecida en la misma pila
o tazas cuando se usaba este dispositivo.
Poco después logró descomponer Cruickshank cloruros de magnesio,
sodio y amoníaco, y precipitar soluciones de plata y cobre—este resul
tado condujo con el tiempo al proceso de electrochapado— . Descubrió,
242 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
Inducción electromagnética
Unidades electromagnéticas
nética del medio. Sobre estas bases montó Gauss una imponente estructura
de deducciones matemáticas ".
Ampere y Weber demostraron experimentalmente que las bobinas de
alambre portadoras de corrientes eléctricas actuaban de la misma manera
que los imanes del mismo tamaño y forma: una corriente circular equivale
a un disco circular imantado en ángulo recto a su plano, de forma que
una cara es el polo dirección norte, y la otra, el polo dirección sur. La
unidad de esta corriente puede definirse así: la corriente equivalente a un
disco magnético de una unidad de fuerza magnética. Puede demostrarse
matemáticamente que esta definición conduce a concluir que el campo
magnético, es decir, la fuerza de una unidad de polo magnético, en el
centro de una corriente circular, es 2itc/r, siendo c la fuerza de la corrien
te y r el radio del círculo. Naturalmente, esta fórmula concuerda con la
deducida de la fórmula de Ampére. En consecuencia, si suspendemos
una pequeña aguja magnética en el centro de una gran espiral circular
11 Podemos tomar como ejemplo el teorema conocido con el nombre de Gauss.
Imaginemos una cantidad de electricidad cercada por una superficie cerrada, y
luego seccionemos esa superficie en cierto número de áreas pequeñas, que designa
remos indistintamente con la letra alfa, y cada una de esas áreas alfa tiene una
fuerza eléctrica N actuando perpendicularmente a ella. Esto supuesto, demostró
Gauss que la suma de toáis las cantidades ccN es igual a 4it veces la cantidad
total de electricidad e contenida en esa superficie, cualquiera que sea la forma en
que esté repartida la electricidad. Es decir,
■> E a N = 4ite,
que es una relación que puede deducirse fácilmente de la ley de la fuerza por sen
cillas operaciones matemáticas. Si tenemos en cuenta la constante dieléctrica del
medio aislante dentro <fe la superficie, esa expresión se transforma en esta otra:
4 -e
E a N = --------- ó 'Ea.Nk = 4xe.
k
La cantidad E a N k se llama inducción normal total sobre la superficie.
Parecidas ecuaciones valen para las fuerzas de gravedad y magnéticas, y pueden
emplearse para deducir ciertos resultados que de otra forma sólo podrían obtenerse
mediante difíciles cálculos matemáticos. Supongamos, por ejemplo, que tenemos una
esfera de materia gravitatoria de masa m y que la envolvemos en una superficie esfé
rica concéntrica de radio r. El teorema de Gauss tiene aplicación válida sobre esa
superficie. Por tanto,
E a N = 4 -Km.
Aquí todo es simétrico, V es constante e igual a la fuerza total F, y, por consi
guiente,
4nm = N X E a = f x 4-rcr2,
y
m
r2
Esta es la misma fuerza gravitatoria que ejercería una partícula pesada de masa m
situada en el centro de la esfera gravitacional. Así, por procedimientos matemáticos
sencillísimos probamos la famosa conclusión de Newton de que una esfera uniforme
atrae como si su masa estuviese concentrada en el centro, y de paso ilustramos la
eficacia del método de Gauss. Sobre este mismo teorema de Gauss se puede construir
gran parte de la teoría electrostática y magnética con una discreta dosis de matemá
ticas, algo más complicadas tal vez, pero no más difíciles. Véase mi libro de texto
Experimental Electricity, Cambridge, 1905-1923.
252 H ISTORIA DE LA CIENCIA
(p + ~7-) = .
T ermodinámica
Sadi Carnot, hijo del «Organizer of Victory», indicó en 1824 que toda
máquina térmica necesita un cuerpo caliente o fuente de calor y un cuerpo
frío o condensador, y que cuando funciona la máquina, pasa el calor del
cuerpo más caliente al más frío. Carnot legó en manuscrito la idea de la
conservación de la energía, pero por mucho tiempo se interpretó torcida
mente su obra dentro de la teoría calórica, según la cual se creía que el
calor pasaba por la máquina sin variar su cantidad y que realizaba su tra
bajo descendiendo Sft temperatura, algo así como el agua que cae en
cascada sobre las aletas de una turbina.
Carnot se dio cuenta de que para investigar las leyes de las máquinas
térmicas es preciso empezar por representarse el caso más sencillo: el de
una máquina libre totalmente de fricción e inmunizada contra la pérdida
de calor por conducción. Vio, además, que para analizar la labor de una
máquina debe sometérsela a un ciclo completo de observaciones, hasta que
la sustancia en función vuelva a su estado inicial— sea vapor, aire com
primido o cualquier otra fuerza— . Si no se hace así puede ocurrir que el
aparato absorba trabajo o calor de la energía interna de la sustancia ope
rante, con lo que ya no haría todo el trabajo el calor externo que pasa
por la máquina.
Clausius y William Thomson, luego Lord Kelvin, dieron forma moder
na a la teoría de los ciclos de Carnot. Los resultados obtenidos por Joule
nos dan la relación entre el trabajo y el calor, al transformarse uno en
otro. La dificultad está en que así como siempre es posible transformar en
calor la totalidad de una cantidad dada de trabajo, así, por lo general, no
es posible realizar plenamente la operación inversa. Se ha comprobado que
lo mismo en las máquinas de vapor que en otras máquinas térmicas sólo
se transforma en energía mecánica una fracción del calor empleado; el
resto, que pasa de las piezas más calientes del sistema a las más frías, no
260 H ISTORIA DE LA CIENCIA
H H
Toda máquina perfecta así debe tener la misma eficiencia; de lo con
trario, sería posible aprovechar la energía calórica del condensador para
realizar trabajo conectando dos máquinas o bien bombear continuamente
calor de un cuerpo frío a otro caliente mediante un mecanismo automático,
y ambos casos son contrarios a la experiencia. Por consiguiente, tanto la
eficiencia como la razón entre el calor absorbido del cuerpo caliente y el
cedido por el frío es independiente de la forma de la máquina y de la
naturaleza de la sustancia operante. Por tanto, estas cantidades sólo de
penden de la temperatura de la fuente térmica F y de la del condensador /;
la razón entre el calor absorbido y el desperdiciado puede servir para
definir la relación entre ambas temperaturas, escribiendo: F /f = H /h ; de
donde se sigue que:
H ~ h F ~ f
H F
Figura 6
Ondas eléctricas
v = l / V V-k,
siendo n la permeabilidad magnética, y k, la constante dieléctrica o la
capacidad inductiva específica del medio 24.
Dado que la fuerza eléctrica entre dos cargas es inversamente propor
cional a k, y la fuerza magnética entre dos polos es inversamente pro
porcional a Ia, las unidades eléctricas y magnéticas que se definen a base
de esas fuerzas, respectivamente, tienen que incluir los valores k y (*-. Pue
de demostrarse fácilmente que la razón entre los valores electrostáticos
y electromagnéticos de una unidad cualquiera, como la de cantidad de
electricidad, por ejemplo, implica el producto de por k. De aquí se
sigue que comparando experimentalmente esas dos unidades puede deter
minarse el valor de v o velocidad de la onda electromagnética.
Maxwell y varios otros físicos midieron así el valor de v y vieron que
daba unos 3 por 10'° centímetros por segundo, que coincide prácticamente
con la velocidad de la luz. De aquí concluyó Maxwell que la luz es un
fenómeno electromagnético y que no es preciso inventar más que un éter,
ya que el mismo éter puede transportar la luz y las ondas electromagné
ticas, por ser de la misma especie, aunque su longitud de onda es distinta.
Pero ¿qué decir sobre el éter sólido elástico, esa teoría en que se ha
gastado tanta buena pólvora en salvas? ¿Hemos de considerar las ondas
electromagnéticas como ondas mecánicas vibrando en un sólido semirrígi
do o hemos de expresar la luz en términos de electricidad y magnetismo, cuyo
sentido desconocemos? El descubrimiento de Maxwell planteó este dilema por
primera vez ante la faz del mundo, si bien él reforzó la creencia en la
existencia de un éter luminífero: estaba claro que dicho éter, además de
transportar la luz, habría de desempeñar funciones eléctricas.
Inglaterra aceptó a la primera los resultados de Maxwell; pero en el
continente no despertó el interés que merecía hasta que en 1887 Heinrich
Hertz, utilizando la corriente oscilatoria producida por la chispa de una
bobina inductora, produjo y detectó ondas eléctricas en el espacio, demos
trando experimentalmente que poseían muchas de las propiedades de la
luz. Si existe éter, éste está ahora abarrotado de «ondas inalámbricas»,
Utilizando procedimientos matemáticos derivados de los de Lagrange y Hamil-
ton, Maxwell halló para un medio no-conductor estas ecuaciones:
<PF <PG <PH
k \ i -------- + V ’F = 0; fcji--------- - + V !G = 0; fcu,---------+ V ¡H = 0,
dt1 dt1 dt'
las cuales determinan la propagación de una perturbación que se mueva a una
velocidad de v = l / ^ / |i k. Puede verse una exposición elemental en mi Theory of
Experimental Electricity.
LA F IS IC A EN EL SIGLO XIX 271
Accióh química
mente en el agua, mientras que los metales son insolubles; el aire y otros
gases por el estilo son muy poco solubles, mientras que el amoníaco y el
cloruro de hidrógeno se disuelven libremente.
La solución puede estar acompañada de cambios físicos. El volumen
total puede resultar menor que la suma del elemento diluido y del disol
vente, y en el proceso puede absorberse o producirse calor. La mayoría
de las sales neutras producen frío al disolverse en agua, pero algunas, como
el cloruro de aluminio, desarrollan calor. También lo desarrollan general
mente los ácidos y álcalis.
Muchos químicos habían estudiado estas reacciones y vieron que eran
de naturaleza compleja, que comprendían mezclas y combinaciones quími
cas, aunque la variación constante en su composición, tan distinta de las
proporciones fijas de otros compuestos químicos, daban a entender que
intervenían relaciones especiales. Pero hasta el siglo xix no se abordaron
los fenómenos de la disolución como problemas aparte.
El primero que estudió sistemáticamente la difusión de las sustancias
disueltas fue Thomas Graham— 1805-1869— , cuyos experimentos sobre la
difusión de los gases mencioné antes. Graham observó que los cuerpos
cristalinos, como la mayoría de las sales, al disolverse en el agua pasan
libremente a través de membranas y se extienden con relativa rapidez de
una parte del líquido a la otra. En cambio, las sustancias que no forman
cristales, como la goma o la gelatina, al disolverse tienen un índice de
difusión sumamente lento. Graham dio el nombre de «cristaloides» a la
primera clase de cuerpos, y de «coloides», a la segunda. Al principio se
pensó que los coloides eran siempre sustancias orgánicas; pero hay muchos
cuerpos inorgánicos, como el sulfuro de arsénico, e incluso algunos meta
les, como el oro, que pueden adoptar el estado coloidal a base de trata
miento especial.
Ya describí el invento de la célula de Volta y los estudios a que dio
origen inmediatamente sobre las propiedades eléctricas de las soluciones.
En 1833 demostró Faraday que al pasar una determinada cantidad de
electricidad por un electrólito se producía siempre en los electrodos un
desprendimiento de iones, igualmente determinado. Si imaginamos que la
corriente es transportada por el movimiento de los iones, quiere decir
que cada ion de la misma valencia química lleva igual carga y, por con
siguiente, que la carga de un ion univalente representa la unidad natural
o el átomo eléctrico.
En 1859 dio Hittorf un paso más en esta materia. Una solución entre
electrodos insolubles se disuelve desigualmente en las regiones próximas
a los dos electrodos al pasar la corriente. Hittorf se dio cuenta de que
este hecho suministraba un medio de comparar experimentalmente las
velocidades con que se mueven los iones contrarios, ya que el electrodo
de donde parten los iones más rápidos disolverán más cantidad de elec
trólito. Así podía determinarse el índice de velocidad de los iones opuestos.
En 1879 inventó Kohlrausch un medio satisfactorio de medir la resis
tencia eléctrica de los electrólitos. No podían usarse corrientes continuas
LA F IS IC A EN EL SIGLO XIX 275
( - r - ',+ - ? ) < » - » = « •.
Significado de la biología
ver la química orgánica, que surgió por primera vez como ciencia concreta
aparte en el siglo xix.
Química orgánica'
H H
II
Fisiología
jas, a finales del siglo xix se atribuyeron también a acción refleja: así lo
hicieron, sobre todo, J. M. Charcot— 1825-1893—y sus discípulos. En el
siglo xx se han ido acumulando más datos sobre estos problemas.
El fisiólogo más eminente de Alemania durante los primeros años del
siglo xix fue Johannes Müller, que recogió todos los conocimientos que
pudo haber a mano en su famoso Esbozo de fisiología, aparte de la labor
ingente que realizó personalmente en el estudio de la actividad nerviosa.
Hizo el descubrimiento no poco útil de que la clase de sensaciones que
experimentamos no depende del modo de estímulo de los nervios, sino
de la naturaleza del órgano sensorial; así, por ejemplo, todos los varios
estímulos que actúan sobre el nervio óptico o la retina, como la luz, la
presión o la excitación mecánica, producen sensaciones visuales. Este
hallazgo proporcionó la base fisiológica a la tesis filosófica, contemporánea
de Galileo, de que los sentidos humanos por sí solos no nos suministran
un conocimiento real del mundo exterior.
A pesar del éxito que tuvo esta obra, aun los científicos que estaban
haciendo progresar la fisiología a base de experimentación física y química
se inclinaban a pensar que quedaban por explorar muchos fenómenos que
escapaban a estos métodos. Otros, que se interesaban principalmente por
la morfología, adoptaron una mentalidad vitalista más radical. Así ocurrió
especialmente en Francia, donde, pese a los experimentos de Majendie, el
clima científico era más de historia natural que de fisiología; concreta
mente, el naturalista Cuvier volcó su influjo en favor del vitalismo.
El discípulo más famoso de Majendie fue ClaudeBernard— 1813-
1878— 5. Aunque rivalizaba con su maestro en habilidad experimental,
reconocía también la necesidad del pensamiento y de la imaginación para
planear, o diríamos planificar, la labor a desarrollar en el laboratorio.
Bernard se concentró principalmente en la actividad del sistema nervioso
sobre la nutrición y la secreción; en su estudio combinó la investigación
experimental sobre los nervios con el trabajo químico directo. Así llegó
a preludiar muchos de los resultados del ramo moderno de la bioquímica.
Müller trata en su libro los cambios químicos que experimenta el ali
mento en el estómago, como si éstos constituyeran todo el proceso de la
digestión. En 1833, el cirujano del ejército americano, Beaumont, publicó
muchos hechos nuevos sobre la digestión, hechos que él había observado
en un paciente que tenía una herida producida por una bala de fusil,
que le había abierto un agujero en su estómago. Bernard reprodujo estas
mismas circunstancias en animales y demostró que el jugo pancreático
desintegra las grasas que el estómago descarga en el duodeno, las des
compone en ácidos grasos y en glicerina, convierte la fécula en azúcar
y disuelve las materias nitrogenadas o proteínas.
Dumas y Boussingault sostuvieron que existía un contraste completo
entre el funcionamiento de las plantas y el de los animales. Las plantas
absorben cuerpos inorgánicos y los transforman en sustancias orgánicas.
5 M ic h a e l F o s te r, Claude Bernard, Londres, 1899.
LA BIOLOGIA EN E L SIGLO XIX 285
Microbios y bacteriología
que es más benigna, no cogían las viruelas; por su parte, Edward Jenner,
médico rural de Berkeley, estudió el asunto científicamente e ideó el pro
cedimiento de la vacunación, gracias al cual, mediante la inoculación del
virus, una vez rebajado a viruela vacuna por su transmisión a un ternero,
se inmuniza uno parcial o totalmente contra las formas más virulentas de
esa enfermedad. De este descubrimiento arrancan nuestros conocimientos
sobre inmunidad. Algunos organismos patogénicos producen sustancias
venenosas o toxinas, descubiertas en 1876 en materias en proceso de
putrefacción. Para 1888 se habían descubierto ya toxinas procedentes
de bacterias, a base de filtrarlas de los líquidos en que se cultivaban. En el
caso de difteria se inyecta a un caballo en dosis gradualmente crecientes
la toxina obtenida del cultivo de la bacteria; entonces los tejidos del
caballo fabrican una antitoxina. El suero extraído del caballo así inmuni
zado protege a los seres humanos expuestos a la infección y ayuda a resta
blecerse a los que ya sufren de difteria. En otros casos se han esterilizado
los cultivos de bacterias y con ellos se han preparado vacunas, que inmu
nizan parcial o totalmente contra la enfermedad producida por las bacte
rias vivas. En 1884 descubrió Metschnikoff los «fagocitos», los glóbulos
blancos de la sangre, capaces de liquidar algunas bacterias nocivas.
El principio de atentación establecido por Jenner lo hicieron extensivo
a otras enfermedades Burdon-Sanderson, Pasteur y otros. En el caso con
creto de la rabia o hidrofobia demostró Pasteur que generalmente la
inoculación daba resultado aun después de la infección. De esta manera
se redujo a un 1 por 100 de los casos tratados la mortalidad causada por
esta horrible enfermedad, antes incurable. El microscopio no descubre
ninguna bacteria en'ffeta infección. El causante de la enfermedad es un
virus mucho más pequeño que las bacterias ordinarias.
Con frecuencia el historial de los microorganismos patogénicos es su
mamente accidentado; los hay que pasan varias fases de su existencia
cambiando de huéspedes. Sólo a fuerza de experimentos esmeradísimos,
a base de inocular los microorganismos a animales vivos, se logra inves
tigar sus propiedades. A veces los mismos huéspedes donde se alojan
permanecen indemnes ante el microbio invasor y esa inmunidad dificulta
enormemente acertar con la pista que debe seguirse para localizar el foco
de la infección. La historia de la conquista final de la malaria o fiebre
intermitente constituye un ejemplo magnífico de las dificultades y peligros
que acechan al investigador de las enfermedades infecciosas 9. El organismo
causante de la malaria fue descubierto por un cirujano militar francés,
Laverán, hacia 1880. Cinco años más tarde demostraron unos investiga
dores italianos que se transmitía al hombre por la picadura de ciertos
mosquitos; entre 1894 y 1897 comprobaron Manson y Ross que se tra
taba de una clase especial de mosquito, el anofeles, infestado previamente
por unos parásitos, que resultaron ser el microorganismo en cuestión en
una primera fase de su desarrollo. Por tanto, el medio propio de atacar
de raíz los estragos del paludismo consiste en destruir las larvas de esos
insectos desecando las tierras pantanosas o cubriendo con una capa fina
de petróleo todos los charcos de agua estantía donde puedan criarse.
De manera parecida se localizó la fiebre maltesa o mediterránea, com
probando que se debía a la acción de un microbio que pasa parte de su
vida en las cabras, las cuales la transmiten al hombre a través de su
leche, mientras ellas parecen gozar de perfecta salud. La forma en que se
descubrió la conexión existente entre la peste bubónica, las ratas y las
moscas y otros parásitos, que contribuyen a transmitir la infección de
las ratas a los seres humanos, ofrece un ejemplo más de los caminos
indirectos por donde pueden introducirse en el cuerpo los gérmenes infec
ciosos y de los procedimientos para combatirlos con la máxima eficacia,
una vez que se conoce su historial.
En 1893 hicieron Lóffler y Frosch el primer estudio a fondo de un
virus ultramicroscópico. Examinando la linfa procedente de un animal
afectado de glosopeda comprobaron que después de pasar por un filtro
capaz de cerrar el paso a las bacterias ordinarias seguía afectando en
serie a cierto número de otros animales. Dedujeron que se trataba de un
microorganismo reproductor y no de un veneno inanimado. No estaba
claro si esos virus ultramicroscópicos, que así se colaban por el filtro
y que causan tantas enfermedades en animales y plantas, eran bacterias
de estructura de partículas. En todo caso tienen que ser aproximadamente
d e dimensiones moleculares; se ha sugerido que posiblemente representen
un nuevo tipo de materia viva no celular.
Durante la segunda mitad del siglo xvm y todo el xix avanzó a pasos
agigantados la exploración sistemática del globo; ésta se emprendió en
gran parte con verdadero espíritu científico. En 1784 se empezaron a hacer
en Inglaterra mediciones trigonométricas, cuando el Ordnance Department
midió una línea base sobre Hounslow Heath. Así fue posible trazar bue
nas cartas oceanógraficas y mapas esmerados, como los que inició el
cartógrafo francés d ’Anville.
Quiero mencionar la labor del barón Von Humboldt— 1769-1859— ,
naturalista y explorador prusiano, que estableció en París su residencia
favorita, donde ayudó a Gay-Lussac en sus estudios sobre los gases (pá
gina 238). Pasó cinco años explorando el continente de Sudamérica y los
mares e islas del golfo de Méjico. En las observaciones recogidas durante
esta expedición basó él el requerimiento de que se considerase la me
teorología y la geografía física como ciencias de precisión. Von Humboldt
fue el primero que trazó el mapa de la superficie terrestre siguiendo las
líneas de temperatura media igual— líneas isotérmicas— , con lo que esta
bleció un sistema para comparar los climas de los diferentes países. Escaló
el Chimborazo y otros picos de la cordillera de los Andes para estudiar
la relación en que disminuía la temperatura a medida que se ganaba altura
sobre el nivel del mar. Examinó el origen de las tormentas tropicales
y de las perturbaciones atmosféricas; observó la situación de las zonas
de actividad volcánica y sugirió que correspondían a resquebrajaduras de
la corteza de la tierra; investigó la distribución de la fauna y flora en
función de las condiciones físicas; estudió las variaciones que se notaban
en la intensidad de la fuerza magnética desde los polos al ecuador, e inventó
el término «tempestad magnética» para designar un fenómeno que registró
él mismo por primera vez.
El interés que despertó la obra y personalidad de Humboldt impulsó
la exploración científica entre las naciones de Europa. En 1831 comisionó
Inglaterra al Beagle para realizar aquella memorable expedición con el
LA BIOLOGIA EN E L SIGLO XIX 295
Geología
diados del siglo xix se sostenía con toda seriedad que los fósiles, que pa
recían tener una historia muy distinta, habían sido ocultados por Dios
—o acaso por el diablo—en el suelo para probar la fe de los hombres.
Ya en fechas muy remotas habían adquirido los hombres algún cono
cimiento de las rocas, metales y minerales en la explotación de las minas.
Leonardo da Vinci y Bernard Palissy vieron en los fósiles los restos de
animales y plantas, como indudablemente habían hecho algunos filósofos
griegos; pero, en general, se consideraban los fósiles como un capricho
de la naturaleza— lusus naturae—, como productos de una misteriosa vis
plastíca, es decir, de la tendencia de la naturaleza a forjar de varias mane
ras ciertos tipos favoritos. Sólo algunos observadores aislados, como Niels
Stensen— 1669— , vieron la posibilidad de tomarlos como guías docu
mentales para trazar la historia de la Tierra, aunque las ideas de Niels
no encontraron aceptación general. La colección que legó John Woodward
— 1665-1728—a la Universidad de Cambridge contribuyó mucho a impo
ner la idea de que los fósiles eran de origen animal o vegetal. En 1674
demostró Perrault que la lluvia bastaba a explicar de sobra las corrientes
de fuentes y ríos n; por su parte, Guettard— 1715-1786— indicó cómo
influían en la superficie del suelo los fenómenos atmosféricos. Pero aun
así se forzaban los hechos para encajarlos en los cuadros de las cosmo
gonías bíblicas, con sus referencias a cataclismos originarios de tipo acuoso
o ígneo— una alternativa que originó una controversia entre los llamados
neptunistas y vulcanistas— .
El primero que combatió sistemáticamente esas concepciones fue James
Hutton— 1726-1797— . Hutton publicó su Theory of the Earth en 1795.
Una vez más el contacto práctico con los procesos naturales preparó el
terreno para el cultivo científico. Para mejorar la agricultura de su peque
ño patrimonio en Berwickshire estudió los cultivos granjeros domésticos
en Norfolk y los métodos agrícolas extranjeros de Holanda, Bélgica
y norte de Francia. Durante catorce años reflexionó sobre las zanjas y
acequias, pozos y cauces de ríos que le eran familiares; luego regresó
a Edimburgo, donde echó los cimientos de la moderna ciencia geológica.
Hutton se dio perfecta cuenta de que lo mismo la estratificación de las
rocas que la incrustación de los fósiles eran procesos que continuaban
realizándose en los mares, ríos y lagos. Decía Hutton: «No hemos de
recurrir a ningún poder extraño a las fuerzas naturales del globo, ni debe
mos admitir acción ninguna fuera de aquellas cuyos principios conocemos»,
estableciendo así un precepto sano de la ciencia, que pretende evitar toda
hipótesis innecesaria.
Sin embargo, no se aceptó generalmente la «teoría uniformista» de
Hutton hasta que Werner señaló la sucesión regular de las formaciones
geológicas, William Smith asignó edades relativas a las rocas basándose
en sus contenidos fósiles, Georges Cuvier reconstruyó los mamíferos ex
tintos con los fósiles y huesos encontrados en las cercanías de París, Juan
11 F. D. Adams, Science, LXVII, pág. 500, 1928, citado en Isis, núm. XIII, pá
gina 180, 1929.
LA BIOLOGIA EN EL SIGLO XIX 297
Historia natural
Sin embargo, la mayor parte de las nuevas variedades las obtenían los
jardineros cruzando ejemplares de diferentes variedades y hasta de distin
tas especies. En este último caso era cosa sabida que los híbridos general
mente resultan menos fecundos que las especies de pura raza y a veces
son totalmente estériles.
Darwin
El hombre que tuvo esta ráfaga de intuición estaba bien equipado para
sacar de ella todo el partido posible; a ello le habían preparado su heren
cia y su ambiente. Charles Robert Darwin— 1809-1882—fue hijo de un
habilísimo y acaudalado médico rural, Robert Waring Darwin, de Shrews-
bury. Tuvo por abuelos a Erasmus Darwin, a quien mencioné anterior
mente, y a Josiah Wedgwood, el alfarero de Etruria, que era también un
hombre de agudeza y recursos científicos. Los Wedgwood constituían una
302 H ISTORIA DE LA CIEN CIA
Este es precisamente el punto en que resulta más discutible la validez del pre
tendido principio de la selección natural, como la principal fuerza directriz de la
evolución de las especies. En líneas generales, la supervivencia de los mejor dotados
constituía una explicación plausible de la evolución, pero fallaba al aplicarla en
concreto a ciertas diferencias específicas. La filosofía de Darwin nos convenció
de que toda especie tiene que “imponerse” en la naturaleza si quiere sobrevivir,
pero nadie podía explicarnos cómo esas diferencias—con frecuencia tan acusadas
y arraigadas—que reconocemos como específicas capacitan de hecho a las especies
para “imponerse”
fin de su vida su viva controversia con Weismann ’5, mientras que los
reformadores políticos han prestado oídos sordos, hasta en nuestros pro
pios días, a unos principios tan contrarios a sus presupuestos. Y, sin
embargo, está claro que el aceptar la no heredabilidad de los caracteres
adquiridos significa que la naturaleza es algo más que «nodriza», y la
herencia, algo más que el medio ambiente. Las mejoras de las condiciones
de vida pueden beneficiar y benefician de hecho a los individuos, pero
no pueden hacer nada para mejorar las cualidades innatas de una raza
si no es mediante el proceso indirecto de selección natural o artificial.
Tal vez los mecanismos concretos ideados por Weismann para explicar
la herencia no pasaban de ser más que ingeniosas especulaciones, pero,
al menos, sirvieron para orientar las investigaciones de muchos de sus
seguidores hacia el estudio de los procesos exactos que presiden la for
mación de las células germinales y el desarrollo de las células somáticas,
procedentes de las germinales. Estas nuevas investigaciones empezaron en
el siglo xix, pero sus resultados más impresionantes datan de fecha poste
rior; será, pues, preferible abordar todo este tema en el capítulo IX.
También se inició en el siglo xix otra controversia, que desembocó en
nuevos conocimientos Los defensores del darwinismo puro, como Weis
mann, llegaron a mirar la selección natural como la causa omnisuficiente
para explicar la adaptación y, a través de ella, la evolución. Además se
daba por supuesto que las variaciones sobre las que actuaba la selección
natural eran esos pequeños cambios que ocurren, por ejemplo, en la gama
continuada de la estatura de los hombres. Dado un número suficiente
mente amplio, siempre será posible encontrar hombres cuya talla difiere
sólo en milímetros, partiendo de una estatura media y prolongando las
hileras ascendente y descendente a uno y otro lado del centro. Esa era
la clase de pequeñas variaciones sobre las que se creía operaba la
selección hasta producir con el tiempo debido nuevas variedades y especies.
Pero antes del comienzo del nuevo siglo algunos naturalistas, espe
cialmente De Vries y Bateson, aprovechando la experiencia almacenada
por granjeros, cultivadores y horticultores como punto de partida para
sus experimentos, encontraron que esas ideas estaban en pugna con los
hechos. Con frecuencia se producen grandes mutaciones y hasta se fijan
nuevas variedades de golpe, sobre todo después de los cruzamientos. Luego,
ya en 1900, se redescubrió la obra olvidada de Mendel y se abrió un
nuevo capítulo. Parecía que estas nuevas ideas podían explicar la evolu
ción, en caso de que no pudiera hacerlo el principio de selección de las
pequeñas variaciones. Ya veremos más adelante hasta qué punto se vio
cumplida esa esperanza.
Antropología
Entre todas las ramas del saber en las que inyectó Darwin nueva savia,
ninguna se benefició tanto como la antropología o estudio comparado de
la humanidad. De hecho, no creo excederme mucho al afirmar que la
moderna antropología surgió del Origen de las especies. El estudio, ya
clásico, que hizo Huxley sobre el cráneo humano se inspiró en la contro
versia darwiniana y marcó el principio del procedimiento para medir
exactamente los caracteres físicos, un procedimiento del que tanto depende
hoy día la ciencia. Estas ideas sobre la selección natural y sobre la evolu
ción subtienden toda la obra posterior.
Sin embargo, hay que reconocer que también habían contribuido otros
factores a preparar el terreno para el desarrollo de la antropología. El
mismo afán por lo nuevo, la misma curiosidad insaciable, el mismo instinto
de adquirir y coleccionar, que tanto contribuyeron a importar a los jar
dines, parques y museos de Europa plantas y animales de otros climas,
fueron trayendo los productos artísticos e industriales de otras gentes
y los objetos de culto de otras religiones en todas las fases de su desarrollo.
Para cuando los antropólogos se encontraron en disposición de em
prender su tarea tenían ya a mano gran parte del material necesario, que
para entonces se había vulgarizado y, en parte, se había clasificado, y sólo
esperaba el soplo carismático de la nueva reinterpretación para revelar
nuevos aspectos de su sentido íntimo.
Darwin no examinó detalladamente el problema de la humanidad en
su Origen de las espacies, contentándose con indicar que sus conclusiones
sobre las especies en general tenían evidentemente aplicación al caso hu
mano. Después de examinar exhaustivamente los datos anatómicos, Huxley
afirmó en 1863 que el cuerpo y el cerebro del hombre se diferenciaban
menos de los de algunos monos, que los de los monos entre sí '7. En conse
cuencia, volvió a resucitar la clasificación de Linneo y colocó al hombre como
representante de la primera familia del orden de los primates. Psicológi
camente es mayor la distancia entre el hombre y el mono, pero los anima
les vertebrados desarrollan unos procesos mentales correspondientes a los
humanos, aunque menos vigorosos y complejos. Así lo proclamaron Brehm,
en su Thierleben, y Darwin, en sus obras posteriores '8. En cambio, Wallace
seguía sosteniendo que al hombre había que asignarle un puesto aparte
y considerarlo «no sólo como la cabeza y el punto culminante de la gran
escala de la naturaleza orgánica, sino como un ser perteneciente de alguna
manera a un orden nuevo y diferente» l9.
Al dividir a la humanidad en variedades o razas se han tenido en
cuenta, sobre todo, los caracteres físicos, si bien, por otra parte, se ha
17 T. H. H Man’s Place in Nature, Londres, 1863.
uxley,
The Descent of Man; The Expression of the Emotions in
" C h a r l e s D a r w in ,
Man and Other Animáis.
” A. R. W a lla c e , Natural Selection, p á g . 324.
310 H ISTORIA DE LA CIENCIA
teoría de Newton sobre los colores era una aberración6. No quería ver
los hechos comprobados a base de experimentos cuidadosos ni las conclu
siones que de ellos se seguían. Opinaba que los sentidos deben revelarnos
a la primera la verdad sobre la naturaleza y que la imaginación y el sen
tido estéticos deben penetrar directamente en el santuario de las cosas.
Así ideó su teoría sobre el color, en la que la luz blanca era la base fun
damental: una teoría que no podía resistir el análisis físico más somero
y que no tenía más punto de apoyo que las diatribas de Goethe contra
Newton y la connivencia transigente de los hegelianos. Con esto no es de
extrañar que los científicos se acostumbraran a no darse por enterados de
los escritos de los filósofos. Pero no podía durar mucho aquella separa
ción total, y una vez más empezó la ciencia a influir en el pensamiento
general de la época.
En Inglaterra surgió una nueva variante de una controversia antigua:
Whewell sostenía la naturaleza apriorística de las matemáticas, mientras
que Herschel y John Stuart Mili afirmaban que los axiomas de Euclides,
como aquel de que dos rectas paralelas prolongadas hasta el infinito no
se encuentran jamás, son inducciones sacadas de la experiencia7. Kant
atribuía el valor de estos axiomas a nuestra constitución mental; actual
mente pueden considerarse dichos axiomas como meras definiciones del
tipo de espacio que nos'proponíamos investigar en nuestra geometría. Se
pueden establecer otros axiomas que conduzcan a una geometría de espa
cios no euclidianos. De hecho, los trabajos realizados por Lobatchewski,
Bolyai, Gauss y Riemann fueron revelando gradualmente que lo que llama
mos espacio es un caso particular dentro de una variedad general de
posibles estructuras rie cuatro o más dimensiones. Nuestra mente puede
elaborar los axiomas de esos otros tipos de espacio y deducir sus propie
dades. Es cierto que, según la experiencia, el espacio que observamos es
aproximadamente tridimensional y euclidiano, pero Einstein, que lo estu
dió más a fondo, demostró que no es así exactamente, sino que puede
adaptarse a cualquiera de las muchas otras clases de espacio, a juzgar
por nuestros medios actuales de precisión. Así, la controversia entre Whe
well y Mili, como tantas otras, se fundió en una solución que contiene
la esencia de ambas alternativas.
Whewell distinguió entre los axiomas necesarios de la matemática
y las hipótesis puramente probables de las ciencias naturales; reconocía
que éstas se basaban en la inducción experimental; pero, siguiendo a Kant,
afirmaba que en todo acto cognoscitivo interviene un factor formal o men
tal en cooperación con elementos derivados directamente de las sensacio
nes. La postura de Mili obedecía, en parte, a que los empiristas de su
tiempo seguían combatiendo consciente o inconscientemente el antiguo fan
tasma de las ideas innatas de Platón— procedentes de un mundo suprasen-
sitivo— . Parece que esta misma preocupación atávica fue la que desorientó
4 H e l m h o l t z , loe. cit., p á g . 33.
7 W . W h e w e l l , P h ilo sophy o f th e In d u c tiv e Sciences, Londres, 1840, y H istory
o f th e In d u c tiv e Sciences, Londres, 1837; J. S. M i l l , Logic, Londres, 1843.
320 H ISTORIA DE LA CIENCIA
Materia y fuerza
Desde el punto de vista filosófico tal vez pueda decirse que el primer
efecto importante particular de las nuevas adquisiciones de la ciencia física
se debió a la demostración, realizada por Lavoisier, de la permanencia
de la materia a lo largo de todas las reacciones y cambios químicos. La
idea de materia adquirida por el sentido del tacto es uno de los primeros
conceptos que brinda a la ciencia el sentido común y que condujo al
concepto metafísico de sustancia como algo extenso en el espacio y per
manente a través del tiempo. Vimos en capítulos anteriores que en ciertos
períodos de la historia la experiencia de la solidez de la materia dio
origen repetidas veces a las filosofías materialistas. Lavoisier demostró cien
tíficamente que a través de todos los cambios y desapariciones aparentes,
producidos por la acción química, permanece idéntica la masa total, me
dida a peso; con ello reforzó inmensamente la concepción del sentido
común de que la materia es una realidad última, ya que el hecho de
perdurar en el tiempo es una de las señales que atribuye el sentido común
a la realidad.
Pero lo que produjo un impacto más hondo en el pensamiento filo
sófico en los dos primeros tercios del siglo xix fue la impresión general
que causaron los éxitos de las ciencias físicas. La teoría atómica de Dalton,
la reducción de los fenómenos electromagnéticos a leyes matematicas, la
322 H ISTORIA DE LA CIENCIA
La teoría de la energía
Psicología
La mente humana puede estudiarse por vía racional y por vía empírica.
Tomando por base determinado sistema metafísico del mundo—como,
por ejemplo, el de la Iglesia romana o el del materialismo alemán—puede
deducirse por razón el lugar que le corresponde en él a la mente humana
y las relaciones que la vinculan con él. Por otra parte, si no partimos de
ningún sistema concreto, podemos investigar los fenómenos mentales por
vía de observación empírica y acaso por vía de experimentación. Este
estudio empírico puede realizarse por dos procedimientos: por introspec
ción sobre nuestros propios actos mentales y por observación y experimen
tación objetivas de la actividad mental nuestra y de los demás. Este último
procedimiento convierte a la psicología en una rama de las ciencias
naturales.
Al principio del siglo xix fue característico de Alemania el cultivo
de la psicología racional; dentro de sus universidades se la combinaba
con la cosmología y la teodicea para formar con esa trilogía un amplio
estudio metafísico. Para entonces había aparecido ya en Inglaterra y Es
cocia la psicología empírica, donde se siguió el método introspectivo, que
imperó durante los dos tercios del siglo, sobre todo en manos de James
Mili y de Alexander Bain. En Francia se había iniciado el estudio de la
mente en sus manifestaciones externas, enfocándolo como problema fisio
lógico y patológico, lo mismo que el análisis de sus signos externos, como
el lenguaje, la gramática y la lógica” .
En cuanto empezaron a aplicarse los métodos científicos a otras mate
rias distintas de las que habían constituido su campo propio en sus comien
11 J. T . M e r z , lo e. c it., v o l. I I I , p á g . 2 0 3 .
CIEN CIA Y FIL O SO FIA EN EL SIGLO XIX 327
zos, todos los países se apresuraron a sustituir la psicología racional por la
empírica. Así la cultivó Herbart en Alemania, en oposición a la filosofía
sistemática idealista reinante, si bien siguió basando su psicología tanto
en la metafísica como en la experiencia. Por otra parte, se la utilizó, sobre
todo en las obras de Lotze, como base de lanzamiento para una discusión
de la hipótesis materialista, hecha más a fondo y con más profundidad de
la que pudiera encontrarse en los escritos de Vogt, Moleschott y Büchner.
Los alemanes acogieron con cierta sorpresa esta «ciencia del alma sin
alma», es decir, esta psicología—Seelenlehre— sin un sistema metafísico
preconcebido— téngase en cuenta que los pensadores alemanes, desde Leib-
niz en adelante, siempre se esforzaron por construir una amplia teoría racio
nal del universo antes de estudiar ninguna de sus partes— . En cambio,
la psicología empírica encajó como anillo al dedo en la mentalidad de
«sentido común» de los ingleses y escoceses. Como tantas veces antes,
demostraron, una vez más, su gran capacidad para seguir una línea de
pensamiento particular, siempre que resultase práctica, sin preocuparse
por sus evidentes implicaciones lógicas en otras materias. La mayoría de
los psicólogos británicos dejaban la teología a los teólogos y la metafísica
a los metafísicos, por más que los métodos que utilizaban, dentro de ser
empíricos, eran introspectivos. Naturalmente, su postura fue todavía más
fácil cuando introdujeron los procedimientos experimentales. La psicología
francesa, sobre todo manejada por fisiólogos y físicos, se puso a la cabeza
de los métodos científicos experimentales y, por supuesto, no corría el
menor peligro de dejarse dominar por los sistemas metafísicos. Cuando la
psicología adquirió carta de ciudadanía internacional, como las demás cien
cias, tal vez fue el pegam iento francés el que más hizo sentir su influencia.
Las ciencias físicas, incluyendo la fisiología y la psicología experimen
tal, adoptan una actitud analítica; abordan los problemas estudiando su
cesivamente sus diferentes aspectos—mecánicos, químicos, fisiológicos—
y descomponiendo cada uno de ellos en sus elementos y conceptos sim
ples, como células, átomos, electrones, y en sus relaciones mutuas. Pero la
biología parece indicar que cada ser vivo es un todo orgánico, lo cual es
mucho más notorio en el ser humano: todo hombre siente en sí mismo la
conciencia hondamente arraigada de la unidad de su ser. Esto mismo cons
tituye una dificultad para la ciencia, ya que ésta sólo estudia las relacio
nes que puede comprobar cualquier observador inteligente, y, en cambio,
la mente humana sólo es accesible plenamente al mismo individuo. De
aquí que no se pueda investigar adecuadamente con métodos científicos
esa conciencia de unidad. En fisiología y en psicología experimental es
preciso suponer que los animales están sujetos a los principios físico-quími
cos, que sus actividades pueden explicarse a base de ellos y que el hom
bre es una máquina, pues partir de cualquier otro supuesto es condenarse
a no progresar. Pero cuando los pseudológicos continentales pretendían
concluir que esta provechosa hipótesis de trabajo representaba la realidad
y que el hombre no era más que una máquina, los ingleses vieron, con su
característico sentido común, que aunque esa conclusión estaba de acuerdo
328 H ISTORIA DE LA CIENCIA
con una serie de hechos, no lo estaba con otra, y se sentían tan felices
considerando al hombre como una máquina en el laboratorio fisiológico,
como un ser dotado de libre albedrío y de responsabilidad en sus con
tactos con él en los negocios de la vida corriente y como un alma inmortal
en los actos religiosos. Cada una de estas concepciones constituía una
buena hipótesis de trabajo dentro de su propia finalidad. Entonces, ¿por
qué no servirse de cada una de ellas en su propio tiempo y lugar? Algún
día pudieran coordinarse a la luz de ulteriores conocimientos, y entretanto,
todas ellas ayudaban a ir haciendo cosas. Esta mentalidad, característica
mente inglesa, se manifestó no sólo en la época de Newton y en los albo
res de la psicología moderna, sino en otros muchos problemas científicos
y filosóficos desde el siglo xix en adelante. Aunque para la mente conti
nental parece una actitud ilógica, puede que sea la postura científica
correcta. Ella adopta las teorías como hipótesis de trabajo mientras pro
ducen resultados útiles, y con tal que den juego práctico, no hace ascos
a servirse simultáneamente de dos teorías diferentes, por más que en el
estado de los conocimientos actuales puedan parecer incompatibles. Si
llega un momento en que se comprueba que cualquiera de ellas es real
mente incompatible con los hechos—o con las convicciones más íntimas—
se la puede dar de mano en el acto sin dificultad. Actualmente, la física,
que es hasta ahora la más racional de las ciencias, utiliza dos teorías
fundamentales, al parecer incompatibles entre sí, lo que parecería justificar
la actitud mental británica.
Alexander Bain— 1818-1903—fue uno de los primeros que se sirvió de
los conocimientos científicos de su época para estudiar empíricamente los
procesos mentales por el método introspectivo. Se atuvo a la teoría de
Locke— de que los fenómenos mentales pueden reducirse en último térmi
no a sensaciones—y adoptó la «psicología de asociación» de los escritores
británicos desde Hume hasta James Mili, según la cual se supone que las
ideas más elevadas y complejas se han compuesto por asociación de ele
mentos más simples. Bain reforzó estos principios con argumentos tomados
de la fisiología, aunque no acertó a apreciar plenamente el influjo que
tuvieron las investigaciones francesas relativas a la psicología morbosa
sobre la teoría de los actos mentales normales; por otra parte, terminó
lo más fundamental de su obra antes que la teoría de la evolución pusiese
de relieve las influencias opuestas de la herencia y el ambiente.
Aun después que la psicología empezó a buscar la ayuda de las ciencias
naturales, durante algún tiempo se notaron en su aplicación ciertas dife
rencias racionales características. En Francia e Inglaterra se usaron los
métodos científicos—observación, hipótesis, conclusiones, comparación de
éstas y comprobación con ulteriores observaciones y (posteriormente) con
la experimentación directa— . En cambio, en Alemania aún intentaban los
psicólogos construir su «ciencia del alma» a base de sistemas metafísicos,
a pesar de que se había desacreditado un tanto la filosofía idealista hege-
liana y no se la utilizaba ya como guía ni fundamento. Viendo que las
ciencias naturales estaban en auge y que Johannes Müller y Liebig aplica
CIEN CIA Y FIL O SO FIA EN E L SIGLO XIX 329
11 M e r z , lo e . c it., v o l. I I I , p á g . 2 1 1 .
330 H ISTORIA DE LA CIENCIA
Biología y materialismo
Ciencia y sociología
Evolución y religión
Evolución y filosofía
El estado de la biología
Mendel y la herencia
Entre otras pruebas más recientes podemos mencionar las que recogió
F. O. Bower, las cuales parecen demostrar que ciertas diferencias ambien
tales continuadas durante mucho tiempo pueden producir en los helechos
caracteres hereditarios6.
Surgió otra dificultad. Parece que las variaciones dependen de ciertos
elementos que se perdieron y no se recuperaron. Escribe Bateson:
Incluso en la drosofila, en la que se han identificado cientos de factores gené
ticamente distintos, son muy pocas las nuevas cualidades dominantes o adquisi
ciones positivas que se ven; y estoy seguro de que ninguna de ellas sería viable
en condiciones naturales... [Pero] mis dudas no afectan a la realidad o verdad
de la evolución, sino al origen de las especies, que es una cuestión técnica, casi
doméstica. Cualquier día pudiera traernos la solución de este misterio. Los descu
brimientos de los últimos veinticinco años nos permiten por primera vez discutir
estos problemas de una manera inteligente y sobre la base de hechos reales.
No dudo ni puedo dudar de que tras el análisis vendrá la síntesis7.
Herencia y sociedad
11 W i l l i a m B a t e s o n , loe. cit., p á g . 35 9 .
358 HISTO RIA DE LA CIEN CIA
Indica Bateson que otras naciones han producido con más escasez hom
bres insignes y atribuye el hecho a sus cualidades biológicas. No puede
darse por zanjado este difícil problema; puede ocurrir que las naciones
que parecen inferiores no estén aún industrializadas; pueden permanecer
pobres por determinadas circunstancias históricas y ofrecer menos opor
tunidades para la aparición y autorrealización de hombres capaces. Es
cierto que el ambiente no puede crear la capacidad, pero sí ahogarla. En
todo caso, hasta ahora ni los sociólogos han estudiado adecuadamente los
factores biológicos ni los políticos les han dedicado la menor atención en
la práctica.
El resultado de la investigación genética consiste en hacer ver que la sociedad
humana puede, si quiere, controlar su composición más fácilmente de lo que en
un principio se había supuesto... Pueden adoptarse medidas para eliminar ciertas
tendencias consideradas como inadaptadas y ciertos elementos indeseables en la
población 1!.
Biofísica y bioquímica
neutrales. Así protegen los tejidos contra la acción de los ácidos, mante
niendo un estado prácticamente neutro; de aquí su nombre de «amorti
guadores».
Durante el primer cuarto del siglo xx se hicieron notables progresos
en el estudio de los problemas de la nutrición, sobre todo cuando se
comprobó que podía darse una dieta más que suficiente para suministrar
toda la energía necesaria y, sin embargo, insuficiente para mantener el
desarrollo y crecimiento. Quedaron como experimentos clásicos los que
realizó Sir Frederick Gowland Hopkins en 1912. Demostró Hopkins que
cuando se alimenta a las crías de ratas con alimentos químicamente puros
paran de crecer; pero en añadiendo pequeñas dosis de leche fresca, se
inicia nuevamente el crecimiento. Se ve, pues, que la leche contiene
«factores alimenticios complementarios», que dijo Hopkins, indispensa
bles para el crecimiento y la salud. Gracias a los trabajos de investigación
realizados posteriormente se han ido descubriendo muchas clases dife
rentes de esos factores, conocidos generalmente con el nombre de «vita
minas». La A y la D se encuentran principalmente en las grasas animales,
como en la mantequilla, aceite de hígado de bacalao y en las verduras,
aunque las dos se hallan repartidas en forma algo diferente. La vitamina A
protege generalmente contra las infecciones y también contra cierta en
fermedad de los ojos. Posteriormente se la distinguió de la D, la cual es
necesaria para la debida calcificación de los huesos de los animales en
fase de crecimiento. Fue un verdadero descubrimiento el día en que se
demostró que aplicando luz ultravioleta al niño o al alimento que se le
administraba se obtenía el mismo efecto antirraquítico que con la vitami
na D. Varios investigadores independientes aislaron en 1927 la sustancia
química causante de ese efecto, extrayéndola de materias alimenticias
activas; también estudiaron su conversión en vitaminas bajo el influjo
de la luz ultravioleta. Es un alcohol compuesto llamado ergosterol; pronto
se lo empezó a fabricar de la levadura y a irradiarlo convirtiéndolo en
una especie de «luz solar embotellada». La vitamina B se encuentra en
la cáscara exterior de varios granos, en la levadura, etc.; protege contra la
neuritis y contra la enfermedad del sistema nervioso conocida con el
nombre de beriberi, que suele darse en los pueblos orientales, cuya base
alimenticia principal la constituye el arroz descascarillado. La vitamina C
se halla en los tejidos de las verduras frescas y en ciertas frutas, especial
mente en el limón; es necesaria para prevenir el escorbuto. Estudios poste
riores realizados en América pusieron en la pista de una quinta vitamina
relacionada con la conservación de la fecundidad. Casi siempre basta una
pequeña cantidad para producir los efectos característicos. Andando el
tiempo se fueron subdividiendo estas vitaminas en dos o más, con lo que
aumentó el número total de vitaminas conocidas.
También se comprobó que los órganos secretorios tienen en la econo
mía animal mucha más importancia de la que se creía en un principio.
Aparte de los órganos cuyas secreciones están a la vista, como las glán
dulas salivares, hay otros que vierten sus productos en la sangre, sumi
NUEVOS AVANCES EN BIOLOGIA Y ANTROPOLOGIA 363
nistrando así a las diferentes partes del cuerpo las sustancias necesarias
para la salud y el desarrollo.
Por mucho tiempo permaneció en el misterio el mecanismo y la fun
ción y funcionamiento de esas glándulas de secreción interna. Se creía
antes que la secreción pancreática se debía a un reflejo nervioso; pero
en 1902 descubrieron Bayliss y Starling que era efecto de una sustancia
química formada por la acción de un ácido en el intestino y transportada
al páncreas a través de la sangre. Le dieron el nombre de «secretina»
y se produce normalmente en el curso de la digestión, cuando entran en
el intestino los contenidos ácidos del estómago y necesitan la acción del
jugo pancreático. El descubrimiento de la secretina dirigió la atención
a otras secreciones internas similares; cada una de ellas se produce en
un órgano determinado y la sangre las transporta a otros, donde se mani
fiestan sus efectos. Hardy propuso el término genérico «hormonas»—del
griego ormao, despertar la actividad—para designar estas sustancias;
Bayliss y Starling adoptaron el término, que pronto se aclimató en la lite
ratura fisiológica.
A comienzos de 1922 Banting y Best obtuvieron del páncreas de oveja
un extracto, que luego inyectaron en unos perros, a los cuales se les había
producido la diabetes eliminándoles el páncreas; el extracto redujo a lí
mites regulares la concentración anormalmente alta de azúcar en la san
gre, al restablecer el poder de utilizar el azúcar. Este extracto es una
hormona, a la que se dio el nombre de insulina. Actualmente se la prepara
en gran escala y se la emplea con éxito para aliviar la diabetes humana.
La secreción de la glándula tiroides es necesaria para la salud corpo
ral y mental. Su ausewcia en los pequeños retrasa el desarrollo y produce
esa variedad de la memez denominada cretinismo, mientras que el pa
ciente adquiere una apariencia física característica. La deficiencia del tiroi
des en los adultos origina el estado conocido con el nombre de mixedema.
Estas condiciones pueden curarse tratándolas con extracto de tiroides,
como indiqué en el capítulo VII. En cambio, el exceso de esta hormona
origina la enfermedad de Graves o tumor exoftálmico. Kendall aisló en
1919 el principio activo de la glándula, conocido con el nombre de tiro-
xina; Harrington, por su parte, determinó su constitución química en 1926
y la sintetizó en el laboratorio. La tiroxina contiene gran cantidad de yodo;
se ha comprobado que las dietas deficientes en yodo pueden producir en
fermedades, mientras que, a veces, la simple administración de sales de
yodo puede producir el mismo efecto que el extracto tiroidal. También se
ha demostrado, gracias a los experimentos realizados en la alimentación
del ganado y demás animales de granja, que la economía animal necesita
yodo y otros minerales como constitutivos de su alimento.
Hacía siglos que se conocían los efectos resultantes de la extirpación
de las glándulas sexuales, pero sólo en estos últimos años se ha estudiado
a fondo este tema. Puede decirse que este trabajo lo inició en 1910 Steinach
con sus experimentos; por ellos se vio que las ranas castradas pueden
recuperar las cualidades perdidas por la extirpación con sólo inyectarles
364 H ISTORIA DE LA CIENCIA
rias partes del cuerpo para su salud y desarrollo, pero en pequeñas canti
dades. Se ha especializado tanto el estudio de las endocrinas, que son las
hormonas producidas por las glándulas de secreción interna, que se ha
llegado a constituir la nueva ciencia de la endocrinología, limítrofe de la
fisiología y de la patología 23.
Recientemente ha ido en rápido aumento nuestro conocimiento de
las hormonas sexuales. Anteriormente hablé de los primeros trabajos sobre
la hormona testicular; más adelante, Alien y Doisy descubrieron nuevos
métodos con que demostrar que en las ratas privadas de sus ovarios se
puede restablecer el estro o ciclo sexual con extracto de ovarios. En 1927,
Aschheim y Zondek encontraron en la orina de los animales preñados una
buena fuente de «estrógenos». Se han aislado e identificado químicamente
cuatro estrógenos íntimamente relacionados; también procede del ovario
otro activísimo, llamado estradiol. También se encuentra en el cuerpo
lúteo otra sustancia parecida, que se forma en el ovario después de expul
sado el óvulo, e interviene en la preparación y mantenimiento de la
preñez. Se han identificado también cuatro hormonas andrógenas o mascu
linas, químicamente parecidas. En 1930 observó Marrian que se encuentran
en los animales de ambos sexos hormonas masculinas y femeninas—tam
bién se han descubierto en las plantas— ; una misma sustancia puede
actuar como hormona masculina o femenina, según las circunstancias. Las
seis hormonas mencionadas antes son esteróles, derivados del fenantreno
hidrocarbonado; están íntimamente relacionados con la vitamina D, que
es ligeramente estrogénica, y con las sustancias provocadoras del cáncer,
que Kennaway y otros aislaron del alquitrán. Sin embargo, para la acti
vidad estrogénica no es necesaria la estructura del esteral, ya que Dodds
y sus colegas sintetizaron sustancias de fuerte poder estrogénico de un
tipo de hidrocarburos mucho más simple.
Los estudios sobre las hormonas sexuales y la secreción de la pituitaria
contribuyeron a hacernos comprender el complicado esquema hormónico
del ciclo sexual femenino, abriendo de paso valiosas posibilidades tera
péuticas. Ciertas pruebas útiles de la preñez dependen de reconocer en la
orina las sustancias hormónicas puestas en circulación procedentes de la
placenta.
Recientemente se han hecho preparados activos de las hormonas de
la corteza de la glándula suprarrenal; Kendall ha descubierto' que contie
nen una mezcla de sustancias parecidas al esterol, que la corteza parece
fabricar o almacenar. La deficiencia de las glándulas suprarrenales se
conoce médicamente con el nombre de «enfermedad de Addison»; la
extirpación experimental de la corteza produce la muerte en pocos días.
En 1924 extrajo Collip por primera vez en forma activa la hormona
de las glándulas paratiroides; se vio que, al parecer, era de naturaleza
proteínica. Regula el metabolismo del calcio y del fósforo. Su falta ori
gina el empobrecimiento del calcio de la sangre, el cual puede producir,
24 L o v a t t E v a n s , loe. cit.
370 HISTORIA DE LA CIENCIA
ciencias que le sirven de base. Podemos tomar como ejemplo los fenóme
nos gástricos25. Esta historia reciente se basa en el trabajo antiguo de
William Beaumont sobre los procesos gástricos de un hombre .herido por
una bala— 1833—, en las investigaciones de Bernard sobre el tubo ali
menticio y en los experimentos posteriores de Pavlov sobre las glándulas
digestivas, donde se empalman la fisiología, la patología y la terapéuti
c a 26. Con la aparición de la radiología y el uso introducido por Cannon
en 1897 de una papilla oscura con bismuto, se hizo posible a los médicos
el seguir la trayectoria alimenticia con una exactitud que antes hubiera
sido imposible.
El influjo que ejerce la dieta en la salud se ve claramente en la obra
de Minot, de Harvard, el cual descubrió en 1926 que la anemia, que
antes solía ser fatal, podía curarse y controlarse con sólo alimentar al
paciente con hígado o inyectarle su extracto. En 1948 se aisló su factor
determinante, que es la vitamina Bi2; su estructura contiene un núcleo
de pirrol con un átomo de cobalto, en vez del hierro de la hematina
y del magnesio de la clorofila. En la anemia maligna, la defectuosa secre
ción gástrica impide la absorción de la vitamina. Otro ejemplo, en que se
ve cómo la medicina práctica empalma con la fisiología teórica, lo tenemos
en el calambre de los mineros: el duro trabajo a temperaturas altas les
hace sudar profusamente y perder mucha sal con el sudor; al beber en
esas condiciones agua fresca, los fluidos del cuerpo adquieren un estado
demasiado diluido, que les produce calambres paralizantes. Los mineros
y fogoneros sienten ansia natural por los alimentos muy salados; última
mente, por indicación de los fisiólogos, han empezado a beber una débil
solución de sal, con lo que han podido evitar los calambres.
Los virus27
servan su poder infeccioso por un tiempo que puede llegar hasta la hora,
suspendidos en gotas de agua flotantes en el aire. El virus de las plantas
que produce la necrosis del tabaco es un ejemplo de infección aereotrans-
portada. A veces necesitan los virus una herida de entrada, verbigracia,
un rasguño en un animal o un magullamiento en una raicilla de una
planta. Algunos virus vuelan a bordo de insectos, como la mosca verde
o «aphis», que se alimenta de las rosas; la mayoría de los insectos de
transporte extraen la savia y la infección gracias a su larga trompa chupa
dora. Las epidemias virulentas de los tomates y plantas ornamentales son
transmitidas por insectos del género tisanóptero, mientras que los virus
de la enfermedad del «salto» de las ovejas y la del «agua roja» en el
ganado vacuno son transportados por garrapatas. Kenneth Smith descubrió
una enfermedad de las plantas, cuya transmisión requiere la cooperación
de dos virus, uno transportado por insectos y otro de otra forma. Con esto
no hago más que citar algunos ejemplos, pero éstos bastan para hacernos
ver la variedad y complejidad del mundo de los virus y de sus relaciones.
En muchos casos, tanto de plantas como de animales, se desconoce
aún el método de transporte. Reviste especial dificultad el problema que
nos plantea la glosopeda. En algunas epidemias no parece existir ninguna
conexión mecánica entre un brote epidémico y otro. Al parecer no inter
vienen los insectos corrientes; la infección puede propagarse en contra
del viento, por lo que no parece probable su transmisión aereotransportada.
A veces se puede echar la culpa a algún animal, como conejos, ratas,
erizos; pero alguien ha sugerido la posibilidad de que el virus viaje
en las patas de las bandadas migratorias de los estorninos procedentes del
continente. Esta hipótesis se ve corroborada por el hecho de que esas
plagas repentinas ocurren raras veces en Escocia, a donde no arriban los
estorninos migratorios.
Inmunidad
Oceanografía
Genética30
presentan cierto parecido con los caracteres especiales de los monos antro-
poides modernos, lo cual indica que la bifurcación, en la que se separó
la línea que condujo a los homínidos de la que condujo a los monos antro-
poides, debió ocurrir en los primeros tiempos del Mioceno.
Los monos fósiles descubiertos recientemente en Africa del Sur corro
boran las posibilidades de que los driopitecinos sean los antepasados de
los homínidos, aunque todavía quedan lagunas, que sólo podrán llenarse
mediante nuevos descubrimientos paleontológicos. Pero los nuevos mate
riales que se poseen sobre el grupo de los pitecántropos más bien apuntan
a su condición de homínidos; en particular, los huesos de las extremida
des se parecen a los del hombre moderno. Es probable, por consiguiente,
que el grupo pitecantrópico haya servido de base para el desarrollo de otros
tipos ulteriores humanos; el tipo neandhertal de fines del musteriense
sería una línea aberrante de ese grupo.
Si consideramos los fósiles en general, observamos que así como en
las rocas del Cámbrico, verbigracia, las del norte de Gales, se hallan ejem
plares de la mayoría de los grupos principales, así empiezan a faltar los
restos fósiles en cuanto se baja de los comienzos del Cámbrico. La vida
hubo de aparecer en la Tierra entre el período Cámbrico— hace tal vez
quinientos millones de años— y los tiempos en que se formaron las rocas
más antiguas, a las que las pruebas radiactivas atribuyen unos dos mil
millones de años3S. Aún está sin resolver el problema del origen de la
vida. Spallanzani y Pasteur desecharon la generación espontánea de bac
terias y demás gérmenes (págs. 212, 290). Se ha sugerido que la materia
viva pudo arribar a la Tierra procedente de otros planetas. Pero ningún
organismo vivo podía haber resistido las intensas y mortales radiaciones
de onda corta a que estaba sometido el espacio y de las que nosotros
estamos protegidos ahora por el oxígeno de la atmósfera. Por tanto, hay
que admitir que la vida tuvo que empezar en la Tierra. El descubrimiento
de virus, de cuerpos mucho más pequeños que las bacterias y mucho más
simples, como es de suponer— es decir, materia viviente a escala casi mole
cular— , vuelve a poner sobre el tapete la eterna cuestión. Lo único que
podemos hacer es preguntamos; ¿Cuáles son las exigencias ambientales
de los cuerpos simples, como los virus? ¿Pueden encontrarse esas condi
ciones en la materia inorgánica primordial? El microscopio electrónico pu
diera ayudar a resolver la incógnita, pero ahí queda ésta por ahora¡
El sistema nervioso
El estudio del sistema nervioso constituye una de las ramas más im
portantes de la fisiología. Lo mismo en un organismo que en una nación,
la eficiencia y el progreso están en función de la colaboración entre
las unidades; ahora bien, los nervios son los órganos de comunicación
y enlace entre las unidades y, por tanto, los agentes principales de la
í! C. F. A. P a n t in , Nature, 12 julio 1941.
NUEVOS AVANCES EN BIOLOGIA Y ANTROPOLOGIA 379
Psicología
Antropología física
* Posteriormente se demostró que lo de Piltdown fue puro fraude. (N. del T.)
" Presidential Address, Secticm H, Bñtish Association, 1911.
NUEVOS AVANCES EN BIOLOGIA Y ANTROPOLOGIA 387
Antropología social
“ Cfr., por ejemplo, Darwin and M odern Science, Cambridge, 1909; The Study
o f Religions, por J a n e E l l e n H a r r i s o n , pág. 494.
388 HISTORIA DE LA CIENCIA
lible o por una Iglesia inerrante. El papel y el deber del hombre se redu
cía a aceptar su credo y a obedecer sus preceptos.
Pero, como decía Miss H arrison45:
La religión comprende siempre dos factores: uno teórico, o sea, la idea que
tiene el fiel de lo invisible, su teología, o su mitología, si preferimos llamarla así.
Otro práctico, o sea, su conducta frente a lo invisible, su ritual. Nunca o casi
nunca aparecen totalmente separados ambos factores, sino que se combinan en
proporciones muy variadas. Hemos visto que en el siglo pasado se consideraba
la religión principalmente en su aspecto teórico o doctrinal. Por ejemplo, para la
mayoría de las personas cultas la religión griega se reducía a su mitología. Y, sin
embargo, el más somero examen basta a demostrar que ni los griegos ni los ro
manos tuvieron credos, ni dogmas, ni creencias rígidas, ni fórmulas intocables.
Lo tínico que encontramos en los Misterios Griegos*1 es lo que yo llamaría el
confíteor, la "confesión general”, la cual no es precisamente confesión de fe, sino
reconocimiento de los ritos que se celebran. Cuando se estudió la religión de los
pueblos primitivos se vio en seguida que no poseen prácticamente ningún credo
definido, aunque naturalmente abundan ciertas creencias vagas. Lo que domina
e impera es el ritual.
Al principio fue el estudio de los salvajes el que nos forzó a reconocer ese
predominio y prioridad del ceremonial sobre el dogma, pero muy pronto y feliz
mente vimos que encajaba plenamente en la moderna psicología. La opinión po
pular decía: primero pienso y luego actúo en consecuencia. La psicología cientí
fica moderna dice: yo actúo (o mejor: reacciono a un estímulo exterior) y luego
pienso en consecuencia. Así se establece la serie recurrente, en la que la acción
y el pensamiento se convierten sucesivamente en estímulos de nuevos actos y
pensamientos.
exacta entre las tres, parece que la magia fue la matriz primitiva de la
que emergieron la religión y la ciencia.
Una vez que el salvaje, en su afán de imponer su voluntad, desarrolla
un rito, lo toma como base para construir sobre él y a la luz de sus ideas
primitivas su propia mitología. El desconoce nuestra distinción entre
subjetivo y objetivo: todo cuando experimenta—sensaciones, pensamientos,
sueños y aun recuerdos—es real y objetivo, aunque puede poseer diferen
tes grados de realidad.
Razonaba Spencer que cuando un salvaje sueña con su difunto padre
busca una explicación y al efecto inventa el mundo de los espíritus. Pero
los hombres primitivos no poseen esa dialéctica sofisticada de Spencer.
Para él, el sueño es algo real; tal vez no tan real como su madre, que
aún está viva, pero de todos modos real. No tiene que buscar explicacio
nes a la cosa: la acepta como una verdad, creyendo que su padre sigue
viviendo de alguna manera. Siente dentro de sí un poder vital: no puede
palparlo, pero es real; también debe haberlo poseído su padre, ya difunto.
Al morir su padre abandonó su morada corporal, pero retorna en sueños:
debe ser un aliento, una imagen, una sombra, un espíritu. Es una mezcla
de esencia vital y fantasma separado47.
Tylor48 hizo ver cónjo los esfuerzos de un salvaje por clasificar Jos
objetos comunes, para llegar así a concebir la noción de clase, le llevan
a imaginar que una especie es una familia de seres, con su propio dios
tribal como protector y con un nombre que contiene de alguna manera
mística la esencia común de la tribu. También el número lo mira el sal
vaje como parte de un mundo suprasensible y esencialmente misterioso
y religioso. «Podemos^ocar y ver siete manzanas, pero el mismo siete,
ese ente maravilloso que pasa de un objeto a otro, confiriéndole su sie-
teidad..., es un ciudadano auténtico del mundo superior.»
En esta atmósfera confusa, suprasensible de sueños y fantasmas, de
nombres, imágenes y números, se desarrolla la experiencia mística del
rito, de la magia y de la danza rítmica. Los elementos actúan y reaccionan,
y entre esa amalgama de sentimiento y acción tal vez llega a formarse el
salvaje cierta noción de un dios.
La más impresionante colección de datos sobre antropología social se
encuentra en el gran libro de J. G. Frazer, The Golden Bough. En 1890
se publicó la primera edición en dos volúmenes, la segunda apareció en 1900
y con el tiempo los dos volúmenes crecieron hasta doce. En esta obra
monumental describe Frazer las costumbres, ritos y creencias primitivas,
con ejemplos recogidos de inscripciones arqueológicas, de historiadores
antiguos y medievales, de exploradores, misioneros, etnólogos y antropólo
gos modernos, que constituyen fuentes de valor vario. A diferencia de al
gunos autores, que sostienen que la magia es la fuente común de la ciencia
y de la religión, Frazer opina que se suceden en fila. Cuando ve el hombre
,7 Korperseele o Psyche. Cfr. W u n d t , Volkerpsychologie, Leipzig, vol. II, 1900,
página 1; J ane H a r r iso n , loe. cit., pág. 501.
“ Primitive Culture, vol. II, 4.a ed., Londres, 1903, pág. 245.
390 H ISTO RIA D E LA CIENCIA
Ahora resulta fácil comprender por qué habían de desear los salvajes parti
cipar de la carne de un animal o de un hombre, considerado por él como divino.
Al comer la carne del dios se asimila sus atributos y poderes. Cuando se trata
de un dios del trigo, éste constituye su propio cuerpo; cuando es un dios del vino,
el jugo de la uva es su sangre; y así, al comer el pan y beber el vino, el fiel
participa del cuerpo y sangre reales de su dios. Por eso el beber vino en los
ritos de un dios de la vid, como Dioniso, no era un acto de francachela, sino
un solemne sacramento ”.
Mientras las creencias cambian, los antiguos ritos persisten, hasta que
dar sublimados en los sacramentos de religiones más depuradas. Entonces
llega la reflexión crítica de un filósofo romano o de un reformador pro
testante. Dice Cicerón:
Cuando llamamos Ceres al trigo y Baco al vino empleamos una figura de
lenguaje corriente, pero ¿nos imaginamos que puede haber nadie tan estúpido que
crea que se está alimentando de un dios?
” The Golden Bough, 3.a ed., Parte V; Spirits of the Com and Wild, vol. II,
páginas 167 y sigs. Para un breve resumen del tema, véase Primitive Sacramentalism,
por H. J. D. A s t l e y , Modern Churchman, vol. XVI, 1926, pág. 294.
” Loe. cit., págs. 356 y sigs.
NUEVOS AVANCES EN BIOLOGIA Y ANTROPOLOGIA 393
difusión de las religiones orientales que inculcaban la comunión del alma con
Dios y su salvación eterna como los ideales únicos por los que valía la pena vivir
y en cuya comparación apenas contaba la prosperidad ni aun la misma existencia
del Estado... Esta obsesión duró un milenio. La renovación del derecho romano,
de la filosofía aristotélica, del arte y literatura antiguos al finalizar la Edad
Media fue la señal clara de que Europa volvía a sus ideales nativos de vida y
conducta, y a una visión del mundo más sana y varonil. Se había cerrado el largo
paréntesis en la marcha de la civilización. Por fin retrocedía la marea oriental
que invadiera a Europa.
Los que ven la cosa de diferente manera pueden observar con razón
que en este pasaje se comete petición de principio. Si resultase ser cierta
la hipótesis implícita de los valores místicos, entonces la comunión del
alma con Dios sería de hecho más importante que los estados y nacionali
dades. Pero cualquiera que sea el punto de vista que se adopte sobre estos
ideales antagónicos de vida, por fuerza ha de merecer la atención y respeto
de todos la opinión de un hombre como Frazer, que contribuyó en tan
gran escala al progreso de esta rama del saber.
Hay otra cuestión más profunda e importante y es el alcance o la
repercusión que puede tener la moderna investigación histórica y antropo
lógica sobre el problema del origen y sentido del mismo cristianismo: es
una cuestión muy d e b a tía aún y en la que con harta frecuencia influyen
en el razonamiente de una y otra parte los prejuicios heredados o adqui
ridos de unos y otros. Salta a la vista que gran parte de la doctrina del
cristianismo tradicional es eco de creencias similares profesadas por las
religiones anteriores o contemporáneas a su aparición y que muchos ritos cris
tianos son la réplica de otros misterios paganos equivalentes. Sostienen
algunos que esas semejanzas indican que hay que clasificar al cristianismo
entre las religiones de misterio del siglo i. Otros apuntan que acaso sean
exageradas las consecuencias deducidas de la reciente antropología. Es
cierto que se ha hecho nueva luz sobre la conexión existente entre las
religiones de misterio y los cultos anteriores y más primitivos; pero el
hecho mismo de la existencia y carácter de las religiones de misterio siem
pre fue conocido de los historiadores y teólogos. Las semejanzas de forma
no implican necesariamente identidad de origen y de sentido.
Sea cualquiera el punto de vista—ortodoxo o heterodoxo— que adop
temos sobre el cristianismo, hemos de admitir que la antropología mo
derna ha contribuido a hacernos comprender mejor las relaciones y con
tactos entre la psicología y la religión fundamental—que consiste en la
conciencia directa de un poder divino invisible— , y también entre las
creencias primitivas y las formas más desarrolladas de la teología.
CAPITULO X
La nueva física'
Radiactividad '*
A la observación original de Becquerel sobre las propiedades radiac
tivas del uranio siguió pronto el descubrimiento de que los rayos de uranio
producen conductividad eléctrica en el aire y en otros gases, igual que
los rayos X. También se descubrió que los compuestos del torio poseían
propiedades similares. En 1900 emprendieron un examen sistemático de
estos efectos sobre los elementos químicos, sus compuestos y los pro
ductos naturales, los esposos Curie. Hallaron que la pechblenda y otros
varios minerales que contienen uranio eran más activos que este mismo
elemento. Diferentes investigadores separaron químicamente los compo
nentes de la pechblenda, utilizando como guía la misma radiactividad,
y aislaron las sales de tres sustancias activísimas denominadas radio, polo-
nio y actinio. La más activa de ellas, el radio, fue separada por los Curie
con la colaboración de Bémont. La cantidad de radio contenido en la
pechblenda es infinitesimal: después de una operación tan larga como
aburrida, en que trataron muchas toneladas de mineral, sólo sacaron de él
una fracción pequeña de gramo de una sal de radio.
En 1899 hizo otro descubrimiento el profesor Rutherford, de Montreal,
que fue después Lord Rutherford of Nelson y profesor en Cambridge:
halló, en efecto, dos elementos en las radiaciones de uranio: uno no
podía penetrar más allá de una quinta parte de milímetro de una chapa
de aluminio, mientras que el otro la atravesaba hasta medio milímetro
antes de reducirse su intensidad a la mitad. El primer elemento, que
Rutherford denominó rayo » (alfa), producía efectos eléctricos marcadí
simos; el segundo, el más penetrante, o rayo 0 (beta), es el que ataca la
placa fotográfica a través de la pantalla opaca. Más adelante se detectó
un tercer elemento, el rayo f (gamma), de radiaciones más penetrantes
aún: como que puede atravesar láminas de plomo de un centímetro de
espesor y tener todavía fuerza para impresionar las placas fotográficas
y el electroscopio. En relación con su actividad general, el radio produce
estos tres tipos de radiaciones mucho más libremente que el uranio y resul
ta mucho más manejable para su investigación.
Los rayos beta, de penetración media, pueden ser desviados fácil
mente mediante un imán; Becquerel los desvió también mediante un campo
eléctrico, demostrando terminantemente que eran partículas proyectadas
14 E. R u t h e r f o r d , Radio-activity, Cambridge, 1904 y 1905. J. C h a d w ic k , Radio-
activity, Londres, 1921.
LA NUEVA ERA DE LA F IS IC A 403
cargadas de electricidad. Los estudios ulteriores hicieron ver que los rayos
beta se comportan en todo como los rayos catódicos, aunque poseen velo
cidades mayores que ninguno de los rayos catódicos examinados hasta
el momento, velocidades que oscilan entre el 60 y el 95 por 100 de la
luz. Por consiguiente, los rayos beta son corpúsculos negativos o elec
trones.
Los campos magnéticos y eléctricos, con potencia suficiente para
desviar considerablemente los rayos beta, no afectan a los rayos alfa,
que, en cambio, se absorben fácilmente. Ya hacia 1900 se consideraba
altamente probable que los rayos alfa fueran partículas de carga positiva
y de mayor masa que la de las partículas que constituyen los rayos nega
tivos beta; pero aún se tardó algún tiempo en demostrar experimental
mente que se desviaban bajo la acción del imán y de la electricidad y que
lo hacían en dirección contraria que los rayos beta. Los experimentos
llevados a cabo por Rutherford en 1906 con las partículas alfa dieron
como valor de la razón efm entre la carga y la masa 5,1 por 103. Recuérdese
que el valor correspondiente del ion de hidrógeno en los electrólitos líqui
dos es aproximadamente de 104. Como hay pruebas (que daremos más
adelante) de que las partículas alfa se componen de helio, se deduce que
son átomos de helio, de peso atómico 4, con doble carga iónica univalente
y con velocidad aproximada diez veces menor que la de la luz.
Los rayos gamma, que son los más penetrantes, no pueden ser desvia
dos por fuerzas magnéticas ni eléctricas. Se diferencian específicamente
de los otros tipos; se componen, igual que los rayos X, de ondas de la
misma naturaleza que las de la luz, aunque de longitud mucho menor, que
midieron A. H. Compjgn y C. D. Ellis y Fráulein Meitner. Es más, parece
que se componen, como los rayos X, de constitutivos monocromáticos
característicos del cuerpo emisor.
Sir William Crookes observó en 1900 que precipitando el uranio de
una solución mediante carbonato amónico, y disolviendo el precipitado en
cantidad sobreabundante del elemento reactivo, quedaba una pequeña can
tidad de residuo insoluble. Crookes llamó uranio X a ese residuo y al
examinarlo fotográficamente vio que era intensamente activo, mientras
que el uranio disuelto por segunda vez resultaba fotográficamente inerte
Becquerel obtuvo resultados parecidos y comprobó que dejándolo aparte
un año, el residuo activo terminaba por perder su actividad, mientras
que el uranio inactivo recuperaba sus propiedades radiactivas originales.
Rutherford y Soddy descubrieron en 1902 el efecto correspondiente
en el torio, comprobando que se le podía mermar parte de su actividad
precipitándolo con amoníaco. Al evaporarse el líquido filtrado dejaba un
residuo sumamente radiactivo. Pero al cabo de un mes había desaparecido
esa actividad, mientras que el torio recobraba la que tenía al principio.
Se vio que el residuo activo o torio X era una sustancia química distinta,
pues sólo se la lograba separar completamente con amoníaco. Otros reac
tivos, que precipitan el torio, no lo separan del torio X. De estos hechos
se concluyó que los compuestos X son cuerpos separados, producidos
404 H ISTORIA DE LA CIENCIA
Figura 12
pre que hay radiactividad, hay cambios químicos con aparición de cuerpos
nuevos; 2) esos cambios químicos no consisten en la combinación, sino
en el desprendimiento de partículas individuales; 3) la actividad es pro
porcional a la masa del elemento radiactivo, lo mismo esté en estado libre
que en combinación, por lo que las partículas desprendidas deben ser
átomos y no moléculas, y 4) la cantidad de energía liberada es miles de
veces mayor que la que puedan producir las reacciones químicas más vio
lentas conocidas hasta ahora.
Como resultado de sus experimentos sobre las emanaciones y la acti-
vidad almacenada producida por ellas, Rutherford y Soddy explicaron
en 1903 todos los hechos conocidos, proponiendo la teoría de que la
radiactividad se debe a la desintegración explosiva de los átomos elemen
tales. De repente explota acá y allá un átomo entre millones y millones de
ellos: emite una partícula alfa, o una partícula beta y un rayo gamma, de
jando atrás un átomo diferente. Al desprenderse de una partícula alfa, el
nuevo elemento tendrá de peso atómico cuatro unidades menos, que son
las que corresponden a un átomo de helio.
Presento a continuación el árbol genealógico de la familia del radio,
tal como se lo trazó al principio. De entonces acá ha habido que modifi-
N úm ero P eso Tiem po
atóm ico atóm ico de dedesintegración Radiactividad
la m itad
Radio F ( P o I o
nio) ................ 84 210 136 días alfa
las partículas alfa emitidas. Así se puede calcular la vida del radio. El
cálculo demuestra que una masa de radio se reduce a la mitad en mil
seiscientos años.
C. T. R. Wilson inventó otro procedimiento. Si se disparan partículas
alfa a través de aire saturado de vapor de agua producen iones, los cuales
hacen de núcleos de condensación. Así se forman en el aire estelas de
nubes, marcando la trayectoria de cada partícula alfa. Esas estelas pueden
fotografiarse.
Los estudios de Rutherford sobre la radiactividad terminaron por de
mostrar la posibilidad de transmutar la materia, sueño dorado de los
alquimistas medievales. Hasta más tarde no se descubrió forma humana de
acelerar, y mucho menos de controlar, esos cambios. Dependen d.e fenó
menos casuales que tienen lugar dentro del átomo y su frecuencia se ajusta
a las leyes tan conocidas de probabilidades. Pero en 1919 descubrió Ruther
ford que al bombardear ciertos elementos, como el nitrógeno, con rayos
alfa se producen transformaciones atómicas. El nitrógeno tiene 14 de peso
atómico; su átomo se compone de tres núcleos de helio, que pesan 12,
y de dos núcleos adicionales de hidrógeno. Al recibir el impacto de la
partícula alfa se estremece el núcleo de nitrógeno, y los núcleos de hidró
geno, que es uno de sus componentes, salen disparados con gran velocidad.
Aquí, pues, se vio por primera vez la posibilidad de inducir a voluntad la
escisión del átomo o una transmutación en una dirección determinada;
en los últimos años este proceso ha adquirido grandes ptoporciones. Pero
es más fácil destruir que construir: no se seguía, por tanto, que pudiése
mos fabricar átomos más pesados y complejos con otros más ligeros y sen
cillos. Los hechos demostraban que los átomos complejos radiactivos emi
tían energía; así que se pensó en un principio que la marcha de la evolu
ción de la materia seguía una dirección única, en la que entraba la
desintegración de átomos complicados, que se descomponen en otros más
sencillos y en energía. Pero estudios posteriores dan a entender que así
como los átomos pesados desprenden energía al escindirse, los átomos
ligeros la emiten al formarse (véanse págs. 414, 445).
trones negativos sobre la partícula alfa tienen que ser demasiado pequeñas
para producir semejante dispersión; en cambio, puede explicarse el fenó
meno si suponemos que un átomo, un cuerpo complejo de estructura
abierta, tiene una carga positiva concentrada en un núcleo diminuto, co
ronado de electrones negativos girando en torno a él en el espacio. Como
un átomo normal es neutro eléctricamente, la carga positiva del núcleo
debe ser igual y contraria a la de todos los electrones juntos, y como la
masa de los electrones es pequeña comparada con la masa total del átomo,
casi toda ésta debe estar concentrada en el núcleo.
Conforme a las ideas generales corrientes en la época en que se formu
ló esta teoría, el átomo semejaba al sistema solar, en el que un núcleo
pesado o sol forma el centro, mientras que los electrones planetarios, más
ligeros, recorren sus órbitas en torno a él. Nagaoka había estudiado en 1904
la estabilidad de un sistema de ese tipo, pero Rutherford fue el primero
que aportó las pruebas experimentales en apoyo de esa idea. Los trabajos
de Lenard sobre la absorción de los rayos catódicos y otros experimentos
posteriores demostraban que, en la suposición de que el átomo se parece
a un sistema solar en miniatura, en el que los electrones hacen de planetas,
los espacios vacíos del átomo deben ser proporcionalmente tan grandes
como los espacios vacíos del firmamento. Es posible que en esta teoría
sobre los electrones plailetas nos hayan llevado más allá de lo que dan
de sí los hechos los prejuicios arraigados en nosotros por la física tradicio
nal de Newton; en todo caso, y por lo que atañe a la penetración de los
rayos catódicos y de las partículas radiactivas, hay que reconocer que el
átomo es ciertamente una estructura sumamente abierta.
Una carga eléctrica en movimiento transporta consigo un campo de
fuerza electromagnética, y ésta tiene que poseer inercia, ya que tiene
energía. Por eso, la carga eléctrica tiene algo que actúa como masa y acaso
pertenezca a la esencia de esa sustancia sublatente que llamamos materia.
Si representamos el electrón en forma de pequeña esfera envolviendo
a la carga, la masa electromagnética responde al campo creado fuera de
la esfera. Analizando la cosa matemáticamente demostró Thomson que,
a menos que la carga se mueva a grandísima velocidad, la masa eléctrica
vale 2e2/3 r, siendo e la carga y r el radio. Suponiendo, pues, que toda la
energía electromagnética está fuera del electrón, se puede calcular el radio
a base de los valores conocidos de la masa y de la carga; por los cálculos
parecía poderse fijar el radio del electrón alrededor de unos 10—13 centíme
tros. Reduciendo el radio r, es decir, concentrando la carga, se podía
aumentar la masa efectiva23. El núcleo del hidrógeno es una unidad posi
tiva y se llama «protón». Su masa representa prácticamente la masa total
del átomo y es 1.800 veces mayor que la masa del electrón negativo. Por
tanto, si suponemos que toda la masa es eléctrica y que el núcleo es una
esfera que envuelve una carga de electricidad positiva reducida a un
punto, el radio del núcleo será 1.800 veces menor que el de un electrón,
es decir, que será del orden de los 5 por 10~17 centímetros. Debemos
insistir en que estos cálculos sobre esas magnitudes se basan en un supues
to arbitrario sobre la distribución de la carga eléctrica. Actualmente care
cen de valor apodíctico.
Estos conceptos prestaron sus servicios en su tiempo, pero posterior
mente se modificaron. De todos modos aún puede considerarse que el
átomo de hidrógeno consta de un núcleo o protón único, positivo, y un
único electrón negativo, sea lo que sea, exterior de alguna manera al nú
cleo. El núcleo del helio se representa con cuatro protones unidos entre
sí por dos electrones. Como el peso atómico del hidrógeno es de 1,008
y la masa atómica del helio, medida por Aston, es de 4,002, la formación
de este núcleo complejo implica la destrucción de una masa de (4 por
1,008) — 4,002, o sea, alrededor de 0,03, y la correspondiente emisión
de energía. La desintegración radiactiva de los átomos pesados, como los
del uranio, produce un rendimiento de energía; se supuso, por tanto, que
todos los átomos contienen imas reservas de energía de la que disponen
al escindirse. Pero el razonamiento que acabamos de hacer demuestra
que la resolución del helio en hidrógeno implicaría absorción de energía
—es decir, habría que realizar un trabajo para romper el núcleo del
helio— . Parece, pues, que los núcleos atómicos ligeros desprenden energía
al formarse, mientras que los núcleos pesados la desprenden al escindirse.
Así puede explicarse que los átomos pesados sean radiactivos y que no
exista, en estado natural, ningún átomo más pesado que el de uranio: y es
que sería inestable24. Como los rayos alfa son ráfagas de átomos de helio,
es probable que dichos átomos sean algunas de las piezas constitutivas
que entran en la composición de los núcleos de otros átomos más pesados.
Los mismos átomos de helio, cada uno de los cuales está formado por
cuatro protones o núcleos de hidrógeno, están demasiado firmemente
trabados para separarse ni siquiera para correr la aventura de una par
tícula alfa. Es probable, pues, que otros átomos se compongan de un
núcleo complejo en el que se concentre un número de unidades positivas,
probablemente núcleos de helio con protones de hidrógeno— esto en algu
nos casos— unidos entre sí por cierto número más pequeño de electrones
negativos, lo cual dejaría al núcleo de n—número atómico de Moseley—
una carga positiva indiscutible. Fuera de ese centro hay otros electrones
y en los átomos neutros n representa también el número total de esos elec
trones exteriores, ya que su carga negativa total debe neutralizar la carga
positiva igualmente neta del núcleo.
Dado que los átomos pueden ionizarse y recibir una, dos, tres y posi
blemente cuatro unidades de carga, conforme a su valencia química, se
ve que se puede añadir o quitar al átomo un pequeño número de elec
trones sin alterar fundamentalmente su naturaleza. Podemos suponer que
esos electrones ocupan los anillos exteriores, mientras que otros forman
Teoría de Bohr
Niels Bohr, natural de Copenhague, pero que trabajaba en el labora
torio de Rutherford, en Manchester, fue el primero que aplicó, en 1913,
la teoría cuántica de Planck a la estructura atómica, basando sus cálculos
en la teoría planetaria de los electrones, que entonces aceptaban gene
ralmente los físicos.
Ya para entonces se sabía que en el espectro complicado del hidró
geno aparecen ciertos caracteres regulares si se consideran no las longi
tudes ordinarias de sus rayas luminosas, sino el número de ondas por
centímetro. Se había hallado que todos esos números, llamados de «vibra
ción», pueden expresarse como la diferencia entre dos términos. El primer
término, denominado «constante de Rydberg», por el nombre de su des
cubridor, es de 109,678 ondas por centímetro25.
Ahora bien, esas relaciones son totalmente empíricas. Se obtuvieron
a base de tantear opilaciones y reglas aritméticas hasta que se encontró
una que encajaba en los resultados experimentales. Ahora, Bohr pudo
explicarlas recurriendo a la teoría cuántica. Indicó que si la «acción» se
absorbe en unidades sólo sería posible un determinado número entre todas
las órbitas que podría recorrer un electrón. En la órbita más pequeña, la
«acción» sería de una unidad o h; en la siguiente órbita, 2h, y así sucesi
vamente.
21 Los otros términos se sacan de la constante de Rydberg, dividiéndola por 4
(2 por 2), 9 (3 por 3), 16 (4 por 4), y asf sucesivamente. Restando estos términos
de la constante R, obtenemos números de vibraciones
R _ 3R R _ ZR
R 4 4 ’ 9 _ 9 ’ etC'
Se ha comprobado que estos números corresponden a los números de vibración de
las rayas de hidrógeno de la parte ultravioleta del espectro.
Si volvemos a empezar con el primer término derivado, un cuarto de 109.678,
que es 27.420, y restamos de él los términos derivados más altos, hallamos otra
serie de números
R R 5R R R 3R
etc.
4 9 36 ' 4 16 16
Se ha comprobado que esos números corresponden a las rayas visibles del hidró
geno, conocidas con el nombre de serie de Balmer. Todavía encontró Paschen
otro grupo derivado de un noveno de R en el infrarrojo.
418 H ISTORIA DE LA CIENCIA
Supuso Bohr que el único electrón del átomo de* hidrógeno tiene
cuatro posibles órbitas estables, correspondientes a las unidades crecientes
de acción, como se ve en la figura 13, en la que los círculos representan
las cuatro órbitas estables, y los radios, los seis saltos posibles de una
órbita a otra. Aquí Bohr abandonó la dinámica de Newton. Es curioso
que pueda aplicarse la ley de la proporcionalidad inversa a la raíz cua
drada; que pueda aplicarse, digo, a los electrones, que se supone giran
orbitalmente en torno al núcleo de los átomos, y que las mismas órbitas
presenten relaciones totalmente nuevas. Un planeta podría girar alrededor
del Sol en cualquiera de las infinitas órbitas posibles, aunque de hecho
sigue la trayectoria real correspondiente a su velocidad. En cambio, Bohr
supone que un electrón sólo puede seguir unas pocas rutas. Si abandona
una tiene que saltar instantáneamente a la otra, sin pasar, al parecer, por
el espacio intermedio. Esta hipótesis condujo a resultados teóricos que
se ajustaban a las reglas empíricas que entonces se aceptaban para los
números «de vibración»26. Más aún, se puede calcular el valor absoluto
de la constante R en 109,800 ondas por centímetro, lo cual coincide nota-
Figura 13 .
Mecánica cuántica
Relatividad33
Fue mérito del astrónomo danés Olaus Rómer el haber descubierto
en 1676 que la luz necesita tiempo para propagarse. Observó, en efecto, que
los intervalos entre los eclipses sucesivos de uno de los satélites del planeta
Júpiter eran más largos cuando la Tierra se alejaba de éste y más cortos
cuando se acercaba, y calculó la velocidad de la luz en 192.000 millas por
segundo.
Cincuenta años más tarde el astrónomo real, James Bradlcy, obtuvo
resultados coincidentes estudiando la aberración de la luz procedente de
las estrellas fijas. Vista desde una estrella distante, situada en el mismo
plano de la órbita de la Tierra, ésta parecía oscilar de lado a lado una
vez al año en un movimiento de vaivén continuado por seis meses conse
cutivos. Los rayos disparados desde la estrella sobre la Tierra deben apun
tar siempre un poco más alto, igual que apuntamos algo más alto sobre
una perdiz o un faisán al remontar su vuelo. Así, si hoy dispara la estrella
su fuego a la derecha de la verdadera posición de la Tierra, al cabo de
seis meses debe apuntar a la izquierda. Esto significa que los rayos que
nos permiten ver la estrella desde la Tierra en distintos tiempos no son
paralelos entre sí, sino que la estrella da la impresión de retroceder y de
avanzar enelespacio amedida que transcurre el año. Por este movimiento
aparentepuedecalcularse la razón entre la velocidad de la luz y la de la
Tierra en su movimiento de traslación.
Fizeau fue el primero que calculó la velo
cidad de la luz a base de cortas distancias
dentro de la superficie terrestre. Esto fue en
1849. Hizo pasar un rayo de luz por una de
las ranuras de una rueda dentada reflejándolo
sobre su misma trayectoria en un espejo colo
cado a tres o cuatro millas de distancia. Cuan-
| do la rueda estaba parada, el rayo pasaba de
- s vuelta por la misma ranura y se lo podía ver
1 al otro lado; pero si se hacía girar rápida-
s . mente la rueda, se podía encontrar cierta ve-
_. ,.
rigura 14
locidad, a la cual quedaba bloqueada la luz
por el próximo diente de la rueda. Se ve clara
mente que el tiempo empleado por la rueda
en girar esa pequeña fracción de revolución era el que tardaba la luz en su
viaje de ida y vuelta al espejo.
“ A. E in s t e in , Vier Vorlesungen iiber Relativntalstheorie, Braunchweig, 1922;
The Meaning of Relativity, Londres, 1922. A. S. E d d in g t o n , The Mathematical
Theory of Relativity, Cambridge, 1923 y 1924.
LA NUEVA ERA DE LA F IS IC A 425
0
E
Figura 15
34 M. E. I. G. de Bray , "The Velocity of Light”, ¡sis, núm. 70, 1936, pág. 437.
426 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
más despacio, también irían más despacio los átomos de nuestro cerebro
y tampoco nos daríamos cuenta.
Pero como el movimiento es tan sólo relativo, el observador de tierra
se mueve con respecto a nosotros a la misma velocidad que nosotros
respecto a él. Por consiguiente, al medirlas encontraríamos que sus medi
das de longitud, masa y tiempo han cambiado para nosotros, como las
nuestras para él. Nos parecería que había experimentado una ridicula
contracción en la dirección del movimiento, que su peso era despropor
cionado a su talla y que su cerebro y su cuerpo se movían con una lenti
tud absurda. Entretanto, él pensaría lo mismo sobre nosotros. Ninguno
caería en la cuenta de sus propias imperfecciones, mientras que cada cual
vería claramente los cambios lamentables que experimentaba el otro.
No puede decirse que ninguno de estos observadores esté equivocado.
En realidad, los dos tienen razón. La longitud, la masa y el tiempo no son
cantidades absolutas. Sus verdaderos valores físicos son los que indican
las mediciones. El hecho de que no sean los mismos para todos sólo
demuestra que únicamente se los puede definir con relación a un observa
dor concreto. Las nociones de longitud, espacio y tiempo absolutos, de
un tiempo que fluye con una medida eternamente fija, son conceptos meta-
físicos, que fantasean tjiucho más de lo que indica y autoriza la observa
ción y la experimentación.
Sin embargo, filosóficamente es probable, como indicó Bergson, que
el único tiempo que vivimos en realidad, el tiempo que mide lo que pasa
en el sistema en que uno se mueve o con el que se mueve, tenga impor
tancia especial e incluso excepcional. Pero físicamente, el espacio y el
tiempo, tomados e n ^ u realidad concreta individual, son cantidades rela
tivas que dependen de la posición del observador. Por otra parte, sugirió
Minkowski en 1908 que los cambios de tiempo y espacio se pueden com
pensar mutuamente, de forma que su combinación se mantiene idéntica
para todos los observadores incluso dentro de este mundo nuevo. El espa
cio que estamos acostumbrados a imaginar tiene tres dimensiones—lon
gitud, anchura y espesor— ; ahora, según Minkowski, debemos considerar
el tiempo como una cuarta dimensión dentro de la combinación espacio-
tiempo, en la que un segundo corresponde a los 299.800 kilómetros que
recorre la luz en ese tiempo. Lo mismo que en el espacio continuo de la
geometría euclidiana siempre es idéntica la distancia entre dos puntos, se
mida como se mida, así en este nuevo continuo espacio-tiempo puede
decirse que entre dos acontecimientos media un «intervalo», tanto espa
cial como temporal, el cual tiene un auténtico valor absoluto, lo mida
quien lo mida. Nos da la impresión de que aquí pisamos terreno firme
dentro de un mundo cambiante y nos sentimos impulsados a buscar otras
cantidades que continúen siendo absolutas en este reino de la relatividad.
Entre las cantidades que ya conocemos mantienen su valor absoluto: el
número, la entropía termodinámica y también la «acción», que es el pro
ducto de la energía por el tiempo, que nos da el cuanto.
430 H ISTORIA DE LA CIENCIA
Relatividad y gravitación
“ Véase más arriba, en las notas 2 del capítulo V y 1 del capítulo VI, Lagrange,
Laplace y Hamilton. Einstein desarrolló ecuaciones generales que se reducían a las
de Laplace en el caso especial en que no hay materia ni energía en el punto pro
puesto, y a las de Poisson cuando la energía se presenta totalmente en forma de
materia.
En relatividad general el movimiento de una pequeña partícula dentro de un
campo estático está determinado por la ecuación diferencial lagrangiana
d I 8L dL
= 0,
dt \ 8xr dx,
aunque aquí la L no representa, como en la dinámica clásica, una simple diferencia
de términos entre la energía cinética y la potencial.
LA NUEVA ERA DE LA F IS IC A 433
La física reciente
Atómica nuclear
Afirmé anteriormente que así como las estelas nebulosas que trazan
las partículas electrizadas positivamente, emitidas por las sustancias radiac
tivas, son generalmente rectilíneas, así se observan ocasionalmente cambios
bruscos de dirección. Rutherford dedujo en 1911 la aparición de estas
curiosas desviaciones de ciertas observaciones menos directas e imaginó
que el corazón del átomo consiste en un núcleo positivo y diminuto, que
repele la partícula alfa al chocar con ella45.
Al principio se concibió el átomo como un sistema planetario con
una corona de electrones negativos girando alrededor del núcleo por rutas
newtonianas; pero, como ya expuse, con la invención y aplicación de la
teoría cuántica se produjo una revolución en los conceptos atómicos. Los
rasgos principales de la nueva teoría quedaron establecidos en el período
ya historiado. Pero en los años siguientes se produjo una segunda revolu
44 Radar, Governments of the United States of America and Great Britain, 1945.
45 N. F e a t h e r , Nuclear Physics, Cambridge, 1936; Lord R u t h e r fo r d , The Ne-
wer Alchemy, Cambridge, 1937; G . G am ow , Atom ic Nuclei, Oxford, 1937; E. N. da
C. A n dr ade , The A tom and its Energy, Londres, 1947; Sir G e o rg e T h o m so n , The
Atom, Oxford, 1947.
LA NUEVA ERA DE LA F IS IC A 439
y pasan por el cátodo perforado. Este haz fino es conducido entre dos
láminas aisladas, E\ y conectadas con los polos opuestos de una batería
de 200 a 500 voltios, de donde se lo proyecta en un espectro eléctrico.
Luego se aísla una parte del espectro mediante dos diafragmas y después
se la pasa entre los polos de un electroimán M. Dos láminas F de latón
enterradas protegen los rayos contra cualquier campo eléctrico extravia
do; los rayos, después de dar una imagen enfocada del orificio, inciden en
la placa fotográfica. Las desviaciones producidas por las fuerzas eléctricas
y magnéticas enfocan los rayos de diversas velocidades, pero del mismo
valor e/tn— que es la razón entre la carga y la masa—sobre un mismo
punto de la placa.
Tomando como ya conocida una raya del espectro y comparándola
con otras de campos magnéticos y eléctricos desconocidos, se puede deter
minar la masa relativa de los proyectiles atómicos. También se puede calcu
lar la masa relativa por la fuerza del campo eléctrico: para ello se man
tiene constante el campo magnético y se va ajustando el eléctrico hasta
que las rayas desconocidas ocupan la posición primera de la raya conocida. En
cualquiera de estos dos métodos se pueden comparar las masas de las
partículas desconocidas con las conocidas; este instrumento sólo mide lo
relacionado con la masa; se le puede llamar con toda razón espectrógrafo
46 F. W. A ston, A tes Spectra and Isotopes, Londres, 1933.
440 H ISTORIA DE LA CIENCIA
topo. Lewis logró aislar el agua pesada; es como un 11 por 100 más densa
que el agua ordinaria y tiene diferentes puntos de congelación y ebullición.
Ahora que se dispone del deuterio, puede determinarse con más precisión
la masa del hidrógeno neutro— ’H— , y se ha comprobado que tiene 1,00812.
También pueden detectarse en la cámara de niebla de Wilson otros rayos
penetrantes que están cruzando la atmósfera sin cesar. Parecen ser de
origen cósmico y fueron objeto de intensos estudios en los últimos años,
especialmente por parte de R. A. Millikan y de sus colegas49. Puede de
cirse que el tema lo inició Góckel en 1909; más tarde lo continuaron
Hess y Kolhorster; todos ellos comprobaron que el electroscopio dispa
raba más de prisa cuando se lo subía en un globo que cuando descansaba
en tierra, lo cual indicaba en el primer caso un aumento en el número de
rayos ionizantes. En 1922 se reprodujeron estos experimentos a 55.000 pies
de altura, y en 1925, Millikan y Cameron sumergieron unos electroscopios
a 70 pies de profundidad en agua, libre de radio, y fueron notando una
constante disminución en el índice de descargas. Años más adelante otros
investigadores bajaron a mayores profundidades. Esos rayos, pues, tienen
más poder de penetración que todos los de la Tierra. El efecto magnético
que ejerce la Tierra sobre esos rayos es incompatible con la idea de que
procedan de la alta atmósfera. Más aún, esos rayos tienen la misma inten
sidad noche y día; por consiguiente, no proceden del Sol. Y siguen
apareciendo en el hemisferio Sur incluso cuando ya no es visible la Vía
Láctea; por tanto, tampoco pueden generarse en nuestra galaxia; deben
proceder, pues, de otros cuerpos más lejanos o del espacio libre.
Al principio se calculaba a bulto la energía de estos rayos, por su poder
de penetración; el jWmero que la midió con más precisión fue Cari An-
derson y Millikan, haciéndolos pasar por un campo magnético de gran
potencia y observando sus desviaciones. Su energía ascendía a unos
6.000 millones de electrón-voltios en una raya bastante definida. Con este
aparato descubrió Anderson en 1932 partículas positivas con la masa de
electrones negativos, cuya existencia había pronosticado teóricamente Dirac.
Se les dio el nombre de positrones. Se recordará que anteriormente la
partícula positiva más pequeña que se conocía era el núcleo del átomo
de hidrógeno, es decir, el protón, con una masa unas 2.000 veces mayor
que la del electrón; así cambió una vez más radicalmente nuestra idea
sobre la materia.
Al pasar por la materia, los positrones, como las otras partículas elec
trizadas, originan ondas electromagnéticas, y en los rayos cósmicos, sus
frecuencias son más altas aún que las de los rayos X y gamma, oscilando
entre las 10“ y las 1024 por segundo— las de la luz visible son del orden
de las 1014— . Estas frecuencias no se miden directamente, sino diviendo
la energía por la constante h de Planck.
Siguiendo las líneas directrices de la teoría cuántica, propuso Compton
® R. A. M il l ik a n , Cosmic Rays, Cambridge, 1939. R. A. M ill ik a n y H. V. N e -
her, Energy Distribution of Incoming Cosmic Ray Particles, American Philosophical
Society, 1940.
442 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
pregnada en sal de litio, pueden verse las estelas opuestas por un micros
copio. Parecidas transformaciones se observan en el boro y especialmente
en un isótopo más ligero del uranio.
Cuando los esposos Curie-]oliot bombardearon directamente estos
átomos ligeros con rayos alfa, obtuvieron nuevas sustancias radiactivas.
Así, después de bombardear por cierto tiempo el boro con rayos alfa, se
vio que empezaba a emitir una corriente de positrones. Su actividad dege
nera, igual que la radiactividad normal, en progresión geométrica, redu
ciéndose a la mitad en once minutos. Esta transmutación puede expresarse
en esta ecuación química:
,0B + “He -*• UN — ,3N + neutrón.
Química55
bre las bases establecidas por Couper y Kekulé, demostrando que la rosa-
nilina, la magenta, etc., tienen por padre común a un hidrocarbono, el
trifenilmetano. Este trabajo puso en la pista de otros muchos tintes y de
otros productos intermedios, necesarios para sintetizarlos. Luego Griess
produjo compuestos del tipo «diazo», que contienen el grupo azoico
—N : N—, los cuales apuntaban a una nueva serie de colorantes azoicos.
El colorante alizarina, de rojo turco, se obtuvo sintéticamente en 1868;
le siguieron otros derivados del antraceno. Hacia 1897 apareció en el
mercado la indigotina industrial, extraída de la fenilglicina, y empezó a ba
rrer del mercado el índigo y a arruinar a los plantadores indios.
Si los colorantes tienen su importancia industrial, las drogas, puestas
al servicio de la medicina, tienen más influencia todavía en el bienestar
de la humanidad. Se inició la era de las drogas orgánicas sintéticas con
varios productos para rebajar la fiebre, como la antipirina— 1883— ; la
fenacetina, analgésica— 1887— , y el ácido acetilsalicílico o aspirina— 1899— .
Estos descubrimientos abrieron el camino a la moderna escuela de la
quimioterapia, fundada principalmente por Paul Ehrlich— 1854-1915— ,
el cual preparó un medicamento contra la «enfermedad del caballo» y un
compuesto arsenicado, llamado «salvarsán»— 1912— , el cual destruye la
espiroqueta «pálida», que j^g la causante de la sífilis en el hombre. En 1924
preparó Fourneau un complejo derivado de la carbamida, que destruye
el parásito de la enfermedad del sueño. Años más tarde se fueron descu
briendo otras drogas sintéticas basadas en la sulfamida—paraminofenil-
sulfonamida—y otras sulfonamidas, como la sulfaperidina, preparada por
May y Baker y patentada como M. y B. 693: eran especialmente eficaces
contra las infecciones Tfacterianas—estreptococos y neumococos— en hom
bres y animales la sulfaguanidina constituyó un remedio específico con
tra la disentería.
En un principio se carecía de base teórica en que apoyar la eficacia
de estas drogas; pero en 1940 demostraron Fildes, Woods y Selbie que la
sulfamida destruía otra sustancia muy afín, el ácido paraminobenzoico,
imprescindible para el desarrollo de las bacterias patógenas. Este hallazgo
marcó la dirección que debía seguirse en ulteriores investigaciones, a saber:
estudiar el metabolismo de las bacterias hasta descubrir las sustancias que
necesitan para vivir y el modo de privarlas de ellas 63.
Sir A. Fleming fue el primero que descubrió la penicilina, en 1929:
derivada de un hongo—penicillium— , del que tomó su nombre, fue pos
teriormente objeto especial de estudio por Florey y otros investigadores
de Oxford, los cuales demostraron que era más enérgica que las mismas
sulfamidas 64.
En 1945 se descubrió en los Manchester Laboratories of Imperial
Chemical Industries una droga que hoy se conoce con el nombre de palu-
drina y que resultó eficaz contra la malaria. También se trabajó en la
a Reports of Medical Research Council, 1930-40; J. R. Agrie. Soc., 1940.
° Britcdn To-day, vol. LXXIX, 1942, pág. 15.
" Ibident.
454 HISTO RIA DE LA CIENCIA
CH.OH
H O .C .H
Figura 18
EL UNIVERSO ESTELAR
El sistema solar 1
Las estrellas
Estrellas dobles
Estrellas variables
tonces pueden obedecer a que la estrella brillante queda eclipsada por una
compañera invisible, la cual intercepta parcial o totalmente su luz a inter
valos fijos determinados por la revolución que efectúan ambas estrellas
alrededor una de otra. A veces puede comprobarse esta interpretación
espectroscópicamente, observando cómo se desplazan periódicamente las
rayas del espectro a medida que la estrella brillante se acerca o se dis
tancia radialmente de la Tierra. Muchas veces se ha podido trazar una
descripción completísima del sistema, dibujando la gráfica de la variación
de la luz en relación con el tiempo y en combinación con las mediciones
espectrales, como ocurrió, por ejemplo, con las estrellas Algol y Beta de
la Lira.
El número de estrellas dobles es inmenso; pero también pueden com
probarse y examinarse por los mismos procedimientos otros sistemas más
complejos de estrellas múltiples. Así, por ejemplo, se ha podido ver por
el espectroscopio que la célebre «Estrella Polar» consta de dos estrellas
que giran una en torno de otra en cuatro días, y de otras dos, de las cuales
una tiene un período de traslación de doce años y la otra de unos vein
te mil.
Hay otras estrellas variables, como la Delta de Cefeo, cuyos cambios
difícilmente pueden explicarse por eclipses. A intervalos de horas o de
días adquieren una luminosidad varias veces superior a su brillo mínimo.
Cuando esas estrellas «cefeoideas» son de período corto acusan una rela
ción concreta entre su período de variación y su luminosidad o magnitud
absoluta— dicha relación la descubrió Miss Leavitt, de Harvard, en 1912— .
Hertzsprung y Shapley supieron apreciar desde el primer momento el
valor de este descubrimiento— ambos astrónomos trabajaban entonces en
Mount Wilson— . Es éste un fenómeno tan regular, que se puede utilizar
la medida del período de otras estrellas similares, situadas a distancias
desconocidas, como base para calcular sus magnitudes absolutas. Luego
observando su magnitud aparente se tiene una pista para determinar su
distancia. Así se tiene otro método, que puede aplicarse a aquellas estrellas
que por estar demasiado distantes no presentan paralaje.
La galaxia
sólo poco a poco se van deformando por la acción de las estrellas más
próximas. Se puede calcular la frecuencia probable de esos influjos; con
ello, y teniendo en cuenta la forma actual de sus órbitas, se puede deducir
su edad probable. 2.°) Los grupos de estrellas brillantes al moverse por el
espacio van perdiendo pequeñas porciones de su materia y se puede
calcular el tiempo necesario para producir la dispersión de materia que
se haya observado. 3.°) Las energías motoras de las estrellas, al igual que
las moléculas de un gas, deben tender a cierto equilibrio; ahora bien,
Seares comprobó que las estrellas próximas al Sol casi han alcanzado ya
esta fase. Los resultados obtenidos por estos tres métodos coinciden en
atribuir a las estrellas de nuestra galaxia la edad media aproximada de
cinco mil a diez mil millones de años.
Para mantener una vida tan larga se necesita un suministro enorme
de energía radiante, mucho mayor de la que puede esperarse de las con
tracciones producidas por la gravitación e incluso de la misma radiactivi
dad. La teoría de Einstein condujo, naturalmente, a la idea de que esa
fuente de energía podría proceder de la aniquilación recíproca de los
protones positivos y de los electrones negativos, que es la idea que sugirió
Jeans en 1904 para explicar la energía radiactiva6. Esta teoría ha sido ela
borada detalladamente. Es indudable que las estrellas pierden masa. La
radiación ejerce una présión de valor conocido y por lo mismo posee un
momento o una velocidad masa calculable. El Sol irradia una energía
de 50 caballos por cada pulgada cuadrada de su superficie, lo cual signi
fica que el Sol en conjunto está perdiendo masa al ritmo de 360.000 millo
nes de toneladas por día; por otra parte, la cancelación recíproca de
protones y electrones^jarece sugerir el mecanismo adecuado capaz de pro
ducir esa pérdida. El índice de pérdida del Sol tuvo que ser mucho más
rápido cuando era mayor y más joven; así puede fijarse un límite superior
a su edad, y ese límite se encuentra aproximadamente a unos 8.000 millo
nes de años. Esto se ajusta perfectamente a los cálculos independientes
hechos para las estrellas, pero ofrece sus dudas a la luz de otros estudios
posteriores.
Evolución estelar
La relatividad y el universo
leza, por fuerza tiene que afectar profundamente nuestras ideas sobre el
mundo físico. Hemos sustituido la fuerza de atracción con que explicá
bamos la gravitación por la teoría de las pistas o trayectorias naturales,
que nos aparecen curvas en los campos gravitatorios, y esa sustitución no
sólo nos lleva a resultados ligeramente diferentes según los experimentos
exactos ya descritos, sino que nos fuerza a cambiar totalmente nuestras
ideas sobre los límites del universo.
Con el espacio euclidiano y el tiempo newtoniano nos habíamos hecho
a concebir naturalmente el mundo de la existencia como algo infinito:
el espacio se extiende indefinidamente más allá de las estrellas más leja
nas, así como el tiempo fluye uniforme y eterno antes y después de cual
quier ser existente.
Pero si nuestro nuevo continuo espacio-tiempo resulta curvo en virtud
de la presencia de la materia, entramos en otro orden de ideas. El tiempo
puede seguir fluyendo de eternidad en eternidad en una serie interminable
de momentos; pero la curvatura del espacio delata un universo finito en
sus dimensiones espaciales. Cabalgando sobre un rayo de luz por siglos
y siglos llegaríamos a topar con un límite o tal vez a encontrarnos en
nuestro punto de partida. Según calcula el doctor Hubble, el espacio
total del universo es alrededor de 1.000 millones de veces mayor que la
parte que puede abarcar el gran telescopio de Mount Wilson, el cual
registra unos dos millones de nebulosas fuera de nuestro sistema estelar.
Según esto, la luz tardaría en dar la vuelta al cosmos algo así como
cien mil millones de años (10n). Einstein describió un espacio tridimensio
nal curvado de manera que lo llamaríamos cilindrico en dos dimensiones.
El tiempo es como el eje de ese cilindro. De Sitter imaginaba el espacio-
tiempo en forma de esfera. Si avanzamos hacia la periferia, trazando
esferas cada vez más amplias, llegamos a una de dimensiones máximas,
en la que el tiempo visto desde la Tierra parece haberse parado. Dice
Eddington: «Aquí, como en el té del ‘sombrerero loco’ de Alice, siempre
son las seis y no puede ocurrir absolutamente nada por mucho que espe
remos.» Pero si pudiésemos llegar a ese paraíso tan conservador y tran
quilo, todavía encontraríamos que seguía corriendo el tiempo, tal como
allí se lo experimenta, sólo que en otra dirección—si es que esto puede
tener algún sentido— .
De Sitter llamó la atención sobre un ligero indicio de ese ralentando
que experimenta el tiempo observado desde la Tierra. Algunas de las
nebulosas espirales constituyen los cuerpos más lejanos que conocemos.
Sus rayas espectrales aparecen desplazadas, en comparación con las mismas
rayas de los espectros terrestres, y según comprobó Hubble, por lo menos
en la gran mayoría de los casos, esas desviaciones se producen en la direc
ción del rojo. Generalmente se interpretó este fenómeno como si se de
biese a las increíbles velocidades de recesión—mayores que cualesquiera
otras de cuantas se han observado en los cuerpos celestes—y a veces
se imaginó que este fenómeno denotaba la expansión del universo. Pero es
muy posible que lo que aquí se observa es el retardamiento de las vibraciones
E L UNIVERSO ESTELA R 473
Astrofísica reciente7
mayor parte de las estrellas que se han estudiado. Robert Atkinson y Fritz
Houtermans observaron en 1929 que es muy posible que las altísimas
temperaturas del interior del Sol fuesen capaces de romper el mismo
núcleo, si éste no se encontrase protegido por su cojín de electrones y se
hallase totalmente al descubierto.
La teoría cuántica favorece también la idea de que la materia estelar
está ionizada. Eggert fue el primero que indicó esta posibilidad— 1919— ;
luego Saha, en 1921, la hizo extensiva a las capas exteriores: así iniciaron
las ideas modernas sobre los espectros estelares.
Teniendo en cuenta todos los nuevos conocimientos atómicos y reco
giendo la teoría de Lañe, los astrónomos suponen actualmente que las
partículas estelares se comportan como gases perfectos, incluso en las
estrellas densas, que describí más arriba. Lo que pasa en esas estrellas
tan densas es que los átomos están al desnudo, totalmente despojados de
sus electrones, con lo cual tanto sus núcleos como los electrones sueltos
actúan como partículas aisladas.
Sir R. H. Fowler aplicó a los fenómenos de las estrellas densas los
principios de la mecánica ondulatoria, siguiendo las directrices trazadas
por Fermi y Dirac. Esa aplicación se basa en la ley cuántica de Pauli,
según la cual dos electrones de un mismo átomo no pueden ocupar la misma
órbita. Pero dentro de una materia muy densa algunos electrones se ven
forzados a ocupar órbitas de alta energía; entonces aumenta enormemente
la presión necesaria para reducir el volumen, con lo que disminuye la
temperatura interna precisa para contrarrestar la presión en cualquier
estrella dada—digamos, unos 20 millones de grados para el centro del Sol— .
Más allá de nueSfta Vía Láctea, a distancias inconmensurables, flotan
otras galaxias, que nosotros vemos como nebulosas espirales. Según cálcu
los obtenidos a base de las observaciones realizadas con el telescopio de
reflexión de Mount Wilson, California, de 100 pulgadas, resulta que hay
unos 10 millones de nebulosas visibles: las más lejanas tal vez disten
de nosotros unos quinientos millones años de luz. Actualmente se está
construyendo un reflector de 200 pulgadas, que alcanzará una distancia
doblemente mayor y descubrirá ocho veces más nebulosas, suponiendo
que estén esparcidas con cierta uniformidad por el espacio y que no se
produzca absorción de luz. Recuérdese que los rayos cósmicos, que des
cribí más arriba, proceden de esas zonas exteriores a nuestro sistema, sea
del espacio interestelar, sea de nebulosas espirales.
Ya dije que las rayas del espectro de las nebulosas espirales se des
plazan hacia el rojo, en comparación con las correspondientes rayas
terrestres. Esto indica que las nebulosas se alejan y por cierto con una
velocidad que aumenta proporcionalmente a la distancia: hoy se acepta
este fenómeno como un indicio de la expansión del universo. La teoría
espacial de De Sitter, que viene a empalmar con la de Einstein mediante
las investigaciones matemáticas de A. Friedmann y del Abbé G. Lemaitre,
exige también la expansión del universo: podemos, pues, afirmar que en
esto están de acuerdo la observación y la teoría.
476 HISTO RIA DE LA CIENCIA
G eo log ía 12
La filosofía en el siglo X X
fueron aprendiendo unos tras otros esa lección, y cómo ésta, a su vez,
amplió y profundizó sus fronteras. Pero esos efectos legítimos del desarro
llo cientifico distan mucho de convertir esa teoría en sistema filosófico
y menos en la base y en el sentido de la realidad. La biología y la paleon
tología indican que durante varios millones de años se produjo una evo
lución desde un antepasado simple hasta muchas especies diferenciadas
y complejas; pero los filósofos evolucionistas, desde Herbert Spencer en
adelante, dieron por supuesto que ese progreso constituía una ley universal
del ser. Gracias a esto, el evolucionismo, que en un principio se maridó
con el determinismo materialista, durante algún tiempo se transformó
en una filosofía optimista. Aunque la muerte supusiese el fin personal de
cada individuo, éste podía consolarse con la idea de que formaba un
eslabón de una cadena que avanzaba en constante progreso dentro de la
naturaleza orgánica y acaso también dentro de la estructura cósmica.
En años más próximos a nosotros han aparecido nuevas tendencias en
la filosofía evolucionista, especialmente un afán por utilizar la biología
como una válvula de escape a esa concepción mecanicista de las cosas que
parece imponer la física. Bergson avanzó todavía más en un esfuerzo por
liquidar no sólo la física, sino hasta la lógica, con sus principios fijos2.
Bergson ve en la vida la corriente universal del devenir, en la que toda
división es una ilusión y"en la que la realidad puede ser objeto de viven
cia, pero no de razonamiento. Acepta la doctrina de las causas finales,
pero unas causas que, a diferencia del finalismo predeterminado de los
antiguos, se van moldeando constantemente a medida que avanza la evolu
ción creadora.
De aquí que Bergssn exalte el instinto y la intuición por encima de la
razón, la cual, a su juicio, se desarrolló por selección natural en vistas
a sus ventajas meramente prácticas en la lucha por la vida. Semejante
razonamiento parece haberse de aplicar con más fuerza aún al instinto,
el cual es de hecho fortísimo en aquellas necesidades primitivas y prác
ticas que tienen el máximo valor en el orden de la supervivencia. Al pare
cer, la razón y la fecunda combinación de ésta con la intuición, a las que
se debe el progreso del saber, resultan útiles principalmente en una fase
posterior y para fines que a simple vista tienen poco que ver con la
selección natural: así, por ejemplo, son necesarios ciertamente para la
ciencia, incluso para la elaboración de la teoría de la selección natural
que invocaba Bergson y para la filosofía, aun para esa variedad filosófica
de la evolución creadora que formuló el mismo autor.
En el pragmatismo de William James se refleja otra forma de filoso
fía evolucionista, según la cual la utilidad es la prueba de la verdad de
una creencia. El pragmatismo soslaya el agnosticismo científico y el reli
gioso; resuelve la dificultad sobre la validez de la inducción con la obser
vación de que la admisión de su validez es la condición slne q m non
para poder sobrevivir. A menos que utilicemos nuestras observaciones
Lógica y matemáticas6
Inducción
La inducción constituye la parte de la lógica que se ocupa de los pro
cesos mentales por los que deducimos leyes generales partiendo de fenó
menos particulares, y reviste importancia especial para la ciencia experi
mental. A ella dedicaron su atención muchos filósofos, como vimos en
capítulos anteriores; entre ellos acaso los más famosos hayan sido Aristó
teles y Francis Bacon.
Bacon llegó a exaltar la experimentación hasta el punto de sostener
que pueden establecerse leyes generales con absoluta certeza por un pro
ceso casi mecánico. Httme, que era más escéptico, observó que si utili
zamos la inducción para obtener conocimientos nuevos, es decir, si que
remos que llene su cometido específico, nos exponemos a que nos conduzca
a veces a resultados erróneos, y, por tanto, las leyes establecidas por in
ducción no pasan de ser más o menos probables y nunca pueden crear cer
teza. Pero, pese a tjjime, la mayoría de los hombres de ciencia y algunos
filósofos siguen considerando la inducción como un camino para llegar
a la verdad absoluta. Hasta Mili sostuvo esta opinión al fundar la induc
ción en una «ley de causalidad», cuya existencia creía ver demostrada
por una larga serie de ejemplos en los que se probaba que determinados
acontecimientos procedían de ciertas causas. Whewell indicó que la expe
riencia por sí sola puede probar ciertas reglas generales, pero no univer
sales; pero afirmando al mismo tiempo que podía alcanzarse la universa
lidad mediante el empleo adicional de ciertas verdades necesarias, tales
como las reglas aritméticas y los axiomas y deducciones de la geometría.
Naturalmente, esto se escribía antes de la época del espacio no euclidiano9.
A pesar de las reservas de Whewell, probablemente Mili expresaba la
creencia general de su tiempo. Escribía Henri Poincaré ,0:
Pour un observateur superficie! la verité scientifique est hors des atteintes
du doute; la logique de la Science est infallible et, si les savants se trompen t
quelquefois, c’est pour avoir méconnu les régles.
’ Posiblemente Whewell estaba en lo cierto por lo que respecta a la aritmética;
parece que ¡as relaciones de los números enteros siguen representando la verdad
absoluta. Tal vez podemos aceptar el dicho de Kronecker: “Die ganzen Zahlen hat
Gott gemacht; alies anderes ist Menchenwerk" (“Los números enteros los hizo
Dios; todo lo demás es obra del hombre”).
10 H. P o in ca r é , La Science et l'Hypothése, P a rís , pág. 1.
490 H ISTO RIA DE LA CIEN CIA
Una inducción feliz nos suministra una hipótesis de trabajo; cuando ésta
se ve confirmada por la observación y experimentación se acepta como teoría,
la cual termina al fin por adquirir categoría de ley natural.
Hasta fines del siglo xix aproximadamente perduró la tendencia a exage
rar el alcance filosófico de las leyes naturales, tendencia debida en gran parte
a los enciclopedistas franceses del siglo xvm. Después, por influjo de Mach
principalmente, osciló el péndulo del pensamiento científico en la dirección
contraria, de forma que las leyes naturales se redujeron a meros signos ta
quigráficos de la experiencia y de la rutina de la sensación.
Hoy día se adopta una posición intermedia entre estos dos extremos. Así,
por ejemplo, en 1920 hizo N. R. Campbell un análisis crítico sobre el sen
tido de las hipótesis, leyes y teorías, en el que adujo razones para creer que,
a pesar de que comúnmente se miran con cierto aire de desprecio las teorías
en contraposición a los hechos sólidos, ninguna ley empírica que se base
únicamente en los hechos puede inspirar suficiente confianza, como la ins
pira, en cambio, la explicación racional de la ley mediante una teoría acep
tada ,9. Una ley así puede ser algo más que la mera rutina de ciertas sen
saciones.
Campbell distingue dos clases de leyes: 1.a Asociaciones uniformes de
propiedades, como las connotadas por los conceptos de «hombre» o «plata».
2.a Relaciones entre los conceptos, expresadas generalmente en forma mate
mática 20. Mili y sus seguidores sólo se ocupan de la segunda clase de leyes:
«Llenan gruesos volúmenes explicando cómo se descubrió la ley de que la
chispa produce explosión en los gases; en cambio, no creen que merece la
menor atención el averiguar cómo descubrimos las leyes sobre la existencia
de los gases, chispas y explosiones— cuyo conocimiento presuponen en sus
tratados— ; y, sin embargo, estas leyes revisten una importancia casi infi
nitamente mayor para la ciencia» 21. Los que no han dedicado su vida a la
labor científica apenas pueden darse cuenta de la importancia relativa de
las diferentes leyes.
El examen crítico del proceso inductivo, desde el trabajo de Hume hasta
el de Keynes, ha puesto de manifiesto que la ciencia inductiva sólo puede
sacar conclusiones más o menos probables, por más que muchas veces no
parezca darse cuenta de sus limitaciones. A veces hay un cúmulo de pro
babilidades enorme a favor de una determinada conclusión general, pero
sin llegar nunca al límite infinito de la probabilidad, que es la certeza.
Hace sólo unos pocos años teníamos por completamente cierta la ley de la
gravedad de Newton y la permanencia de los elementos químicos, y de hecho
era tan abrumadora la probabilidad en pro de esos principios que hubié
semos apostado mil contra uno por su verdad. Y, sin embargo, Einstein y
19 N . R . C a m p b e ll, P hysics, T h e E lem ents, pág, 153.
:0 Ibíd., p ág . 43.
11 lb id ., pág. 101.
494 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
otros existen entre sus partes ciertas relaciones que corresponden a las de
nuestra maqueta.
Este nuevo realismo arranca de Locke, que fue el primero que recurrió
a la psicología e inició las investigaciones de los problemas filosóficos de
alcance limitado. También los realistas modernos han abandonado la cos
tumbre de empezar presuponiendo ciertos sistemas filosóficos completos
para deducir de ellos determinadas aplicaciones especiales. Ahora recurren
a las matemáticas, a la física, biología, psicología, ética, a cuantos cono
cimientos tienen al alcance, y se aplican a estudiar los problemas uno a
uno por separado, y sólo poco a poco tratan de encajar sus resultados en
un conjunto armónico, procediendo igual que procede la ciencia inductiva.
De esta manera, lo mismo en filosofía que en ciencia, la única piedra de
toque para reconocer la validez de un sistema es su autoconsistencia.
Matemáticas y naturaleza
menos de dos o menos de tres. Pero no podemos demostrar que esas series
tengan límite, y entonces puede ocurrir que esas definiciones no tengan
ningún sentido. Por otra parte, si definimos esas expresiones irracionales
no como límites de ninguna serie, sino como las series mismas, nos salen
unas cantidades que poseen una estructura interna inesperada, pero que,
sin embargo, existen ciertamente, y que puede demostrarse que guardan
entre sí y con otras cantidades matemáticas las mismas relaciones que esas
mismas expresiones irracionales, antes mencionadas, conforme a su defi
nición comente. Podemos, por consiguiente, sustituir las definiciones an
tiguas por las nuevas.
Demostró Whitehead que pueden aplicarse también a la geometría y a
la física los principios que se descubrieron originalmente para las canti
dades matemáticas irracionales. Consideremos, por ejemplo, la dificultad
antigua que presentan los puntos. Para algunos efectos resultaría útil de
finir el punto como el límite de una serie de esferas concéntricas cada vez
más pequeñas, encajadas una dentro de otra. Pero el volumen, por pequeño
que sea, es siempre volumen, y así esta definición está en pugna con la
que necesitamos para otros efectos, según la cual el punto tiene posición,
pero no magnitud.
Si definimos el punto no ya como el límite de una serie de volúmenes,
sino como la misma serie, en la que el punto así definido constituiría lo
que generalmente se llama centro del sistema, obtenemos cantidades que
guardan entre sí, como puede hacerse ver, las mismas relaciones que guar
dan los puntos cuando se definen en cualquiera de los dos modos más
tradicionales. De esta manera se soslaya el conflicto de las otras defini
ciones discrepantes, sin que se perjudique en nada desde un punto de vista
matemático la compleja estructura interna que adquiere el punto con la
nueva definición, ya que la ciencia no se ocupa de la estructura interna,
sino de las relaciones recíprocas externas.
Así es como Whitehead hizo ver la conexión entre lo que podemos per
cibir y no podemos utilizar matemáticamente, como el volumen real, la
vara, la partícula, y lo que podemos manejar matemáticamente, pero no
podemos percibir, como el punto sin volumen, la línea sin anchura, que
son los términos en que debe expresarse la geometría y la física.
Estas consideraciones me traen a la memoria los métodos de la termo
dinámica, establecidos hace ya tiempo, en que se prescinde de la estruc
tura interna y de los cambios de los sistemas como si no interesasen,
como en realidad no interesan. Sólo se tiene en cuenta el calor y las de
más formas de energía que entran o salen del sistema. La teoría molecular
nos describe la naturaleza interna del sistema, pero la termodinámica no
tiene nada que decir en favor ni en contra de esas descripciones. A efectos
termodinámicos igual serviría cualquier otra teoría que diese las mismas
relaciones externas. Tenemos buen ejemplo de esto en la teoría sobre la
solución30.
La desaparición de la materia
Hacia fines del siglo xix se empezó a notar señales de que las par
tículas duras y macizas de Newton—que, convertidas en átomos decimo
nónicos, presentaban para Clerk Maxwell la marca de mercancías manufas-
turadas—no bastaban a dar razón de los hechos. Los átomos remolino de
Kelvin y los centros de tensión etérea de Larmor fueron otros tantos in
tentos por expresar en términos más fundamentales lo que hasta entonces
se había considerado como conceptos científicos últimos.
La prueba de Maxwell demostrando que la luz es radiación electro
magnética presagió el fin de la teoría del éter luminífero, sólido y elás
tico; lo mismo que al identificarse los corpúsculos de J. J. Thomson con
los electrones de Lorentz y Larmor, se convertía la materia en electricidad.
No cabía duda de que el mundo se hacía cada vez menos inteligible. Se
habían imaginado los humanos que comprendían perfectamente lo que
significaba todo eso de átomos macizos y de ondas transversales en el
502 H ISTORIA DE LA CIENCIA
éter espacial: ahora tenían que reconocer que sabían muy poco sobre la
naturaleza intrínseca de la electricidad o sobre el sentido de las ondula
ciones electromagnéticas.
En la fase que siguió a ésta, las nuevas teorías físicas manejaron los
electrones y protones con creciente éxito. Nos acostumbramos tanto a bara
jarlos mentalmente que nos familiarizamos plenamente con su concepto,
hasta que Bohr y Sommerfeld casi nos convencieron de que sus maravi
llosos modelos atómicos representaban la realidad física, aunque no la me
tafísica, naturalmente. Sólo que antes que acabasen de persuadimos del
todo se vino abajo su teoría: allí estaba Heisenberg para demostrar con
sus trabajos que en esa concepción de los electrones planetarios se habían
colado muchos supuestos arbitrarios, y que habíamos estado aplicando a la
física atómica las ideas preconcebidas de la astronomía newtoniana. Todos
nuestros conocimientos sobre los átomos sólo afectan en realidad a lo que
entra o sale de ellos. Para nosotros el átomo no es más que un emisor
o un captador de radiaciones; sólo podemos detectarlo y estudiarlo en
sus momentos de emisión discontinua de energía. Para nosotros el átomo
es radiación: eso es todo lo que sabemos de él. Mirándolo desde otro án
gulo, de Broglie y Schrodinger lo resolvieron a él o a sus partículas en
sistemas ondulatorios por un proceso equivalente matemáticamente al de
Heisenberg: y las ondas pudieran ser puras alternativas de probabilidad.
Pero no debemos olvidar las lecciones de la historia. La termodinámica
se desentendió de las concepciones atómicas; Ostwald terminó por pro
poner que se descartasen tales concepciones en favor de la energética poco
antes que la nueva física empezase a utilizar las ideas atómicas de una for
ma desaforada. Es posible que algún día logremos tener algún nuevo in
dicio sobre el problema de la estructura del átomo. Pero ya hay señales
de que nos estamos acercando al límite de los modelitos físicos de la natu
raleza. De momento se ha impuesto la nueva mecánica cuántica, y nos ve
mos obligados a expresar e interpretar los fenómenos en forma de ecua
ciones matemáticas.
Partiendo de la antigua idea de sustancia, se fue resolviendo la materia
primero en moléculas y átomos, y luego éstos en protones y electrones.
Ahora ha habido que descomponer éstos en fuentes de radiación o en
grupos ondulatorios: en una simple serie de fenómenos que brotan del
centro hacia el exterior. Desconocemos totalmente lo que hay en el inte
rior; no sabemos nada sobre el medio que transmite las ondas—supo
niendo que las ecuaciones ondulatorias impliquen de hecho ondas trans
mitidas por un medio— . Parece además que existe un tope fundamental
que hace imposible llegar a conocer con exactitud esos sistemas ondula
torios que constituyen los electrones. Si con las ecuaciones en la mano
calculamos la posición exacta de un electrón, su velocidad resulta una
incógnita; y si calculamos ésta, no podemos fijar exactamente aquélla.
Esta incertidumbre está vinculada a la relación existente entre el volumen
del electrón y la longitud de onda de la luz que nos permite observarlo.
Con longitudes de onda larga no se puede obtener una determinación pre
LA FILO SO FIA C IE N T IFIC A Y SUS P E R S P E C T IV A S 503
Sin embargo, como sigue diciendo Ritchie, «el hecho importante es que
el método «mecánico» nos ha suministrado algunos conocimientos, y en
realidad casi todos los que poseemos». Para investigar con éxito las cues
tiones fisiológicas y, tal vez, aun las psicológicas, es preciso dar por su
puesto que se podrán abordar los problemas inmediatos por vía mecá
nica, física o química, pero sin que esa suposición previa prejuzgue en
nada nuestro enfoque sobre toda la cuestión filosófica e incluso biológica.
Los neovitalistas seguirán objetando que los procesos vitales están organi
zados con vistas a asegurar la conservación y reproducción del estado nor
mal de cada organismo de un modo que supera las fuerzas y recursos de
la fisicoquímica. Otros, como el profesor J. S. Haldane, pueden responder
que si bien el mecanicismo no basta a damos la explicación completa,
31 Scientific Method, pág. 177.
LA FILO SO FIA C IEN T IFIC A Y SUS PE RSPEC TIV A S 505
El concepto de organismo
Cosmogonía
sible, pues, que sean muy raras, ya que no únicas, en el universo actual
las condiciones necesarias para la vida, tal como nosotros la conocemos.
Así podemos considerar la vida o bien como un accidente sin importancia,
como un subproducto dentro del proceso cósmico, o como la manifestación
suprema del magno esfuerzo de la evolución creadora, que sólo encontró
un hogar acogedor en la Tierra en una coincidencia casual de las coor
denadas de tiempo y espacio. La ciencia puede señalarnos estas dos pers
pectivas de la vida, estas dos posturas; lo que no puede es decidir sobre
ellas, al menos en la fase en que se encuentra actualmente.
Y ¿qué hay sobre el futuro del universo? El principio de la disipación
de la energía, establecido por Kelvin, y el constante aumento de la entropía
hacia su máximum, propugnado por Clausius, parecen apuntar hacia un
estado final de equilibrio muerto, en el que el calor se encontraría difun
dido uniformemente y la materia en reposo eterno. Las concepciones re
cientes presentan algunas modificaciones de detalle, pero sin cambiar los
resultados. La materia activa se convierte en radiación que terminará por
andar a la deriva en un espacio de proporciones tan inmensas que nunca
llegará a saturarse de radiaciones, ni, por tanto, dará lugar a una nueva
precipitación de la materia. Según los cálculos de Jeans, las probabilidades
contra la supervivencia de un solo átomo activo ascienden a la cantidad
fabulosa de 1 o420000000000 contra uno. Parece que el universo va rodando
en marcha descendente hacia una radiación uniformemente repartida.
Pero el mero hecho de seguir rodando aún, aunque sea cuesta abajo,
indica que empezó a rodar en un momento dado; no puede haber estado
rodando eternamente; de lo contrario ya habría llegado a su estado final
de equilibrio. Dice jeans:
Todo apunta con claridad abrumadora hacia un acontecimiento o serie de
acontecimientos definidos: hacia una creación realizada en un tiempo o tiempos
que no pueden distar infinitamente de nosotros. El universo no pudo brotar ca
sualmente de sus componentes actuales, ni es posible que se haya mantenido
siempre en el mismo estado que ahora, pues en cualquiera de estos dos casos sólo
quedarían para estas fechas átomos muertos, incapaces de desintegrarse en radia
ciones; ya no habría ni luz solar ni luz estelar, sino sólo el brillo mate y frío
de las radiaciones dispersas uniformemente por el espacio. Por cuanto alcanza a
ver la ciencia de nuestros días, esa es la meta final hacia la cual avanza toda la
creación y a la que terminará por llegar al fin de su carrera *.
traciones casuales de energía radiante podrían saturar una parte del es
pacio y cristalizar en una nueva materia, acaso en una de nuestras nebu
losas espirales. ¿No seremos nosotros por ventura y todas nuestras mi
ríadas de estrellas el resultado de un acontecimiento casual de este tipo?
Por fantásticamente abrumadoras que sean las probabilidades de Jeans
contra esta posibilidad, la infinidad es todavía mayor. Por muchísimo que
haya que esperar a que le toque a uno la lotería, mientras se cuente con
un número infinito de sorteos no hay que desesperar. Es posible que una
de las infinitas casualidades que pueden ocurrir en el transcurso de un
tiempo infinito, una «nueva concentración fortuita de átomos», pueda ex
plicar el modus operandi, la forma en que se realizó la creación pasada
y la forma en que pudiera producirse un nuevo alumbramiento después
de que nuestro universo actual se haya convertido, al parecer para siem
pre, en un «resplandor frío de radiaciones».
No podemos afirmar que esto sea probable, pues aquí estamos reba
sando ya los límites del conocimiento. De hecho pudiera ocurrir lo que
suele suceder con un enjambre de moléculas; es decir, que lo más probable
es que se interponga cualquier otra casualidad que impida esa contingencia
improbable. Pero todo esto es especular en el vacío.
hecho particular pueden ser tan grandes que puedan equivaler a una certeza
práctica. Pero la ciencia no puede predecir ningún acontecimiento futuro
sin recurrir a las leyes de la probabilidad.
Podemos aplicar a ello las constantes regulares de la ciencia mediante
nuestro procedimiento de observación y experimentación. La luz es una
perturbación irregular, pero la reducimos a regularidad al examinarla al
prisma o al retículo; en cambio, el átomo puede examinarse produciendo
en él una fuerte interferencia, que necesariamente ha de trastornar su
estructura normal; es posible que cuando Rutherford creyó descubrir el
núcleo, lo que hizo, en realidad, fue inventarlo. La sustancia se desvanece
y nosotros nos ponemos a formas ondas en la teoría cuántica y curvaturas
en la de la relatividad. La forma o el esquema mental con que estamos
acostumbrados a representarnos la naturaleza es precisamente la que
aceptamos con más facilidad como base de nuevas ideas, las cuales, al
ver que encajan en el esquema, las convertimos en «leyes de la natura
leza»—es decir, en leyes subjetivas alumbradas a la luz subjetiva de nues
tros conocimientos físicos— . De esta manera, el método epistemológico
nos induce a estudiar la naturaleza de las estructuras mentales que hemos
aceptado. Podemos predecir a priori ciertas características que debe poseer
cualquier conocimiento, ^precisamente porque está incorporado a nuestra
estructura mental, si bien los físicos pueden redescubrir a posteriori esas
características.
Lo mismo ocurre con las matemáticas que empleamos—las cuales no
pertenecen a nuestro esquema físico hasta que nosotros las incorporamos
a él— . El éxito de las operaciones que nos permiten introducir las mate
máticas en nuestro esquema físico depende de la amplitud de nuestras
experiencias y de las relaciones que puedan surgir entre ellas. Desde el
punto de vista matemático, el proceso que es preciso emplear es el con
tenido en la «teoría de grupos» o de «estructura de grupo».
Las leyes ultramicroscópicas de la estructura atómica—fusionadas aho
ra con la mecánica ondulatoria cuántica—convergen hacia las leyes mo
lares de la física clásica— expresadas ahora en términos de relatividad—
a medida que se multiplica el número de partículas y que precisa tratarlas
estadísticamente; las leyes ultramicroscópicas abarcan teóricamente todo
el campo de la física y nos suministran un marco de hechura atómica para
nuestros conocimientos.
Afirma Miller que si llega a prosperar cualquier tipo de filosofía subje
tiva, acabará por destruir gradualmente la ciencia de la observación. En
el recorrido que ha hecho durante estos dos mil años desde el raciona
lismo hasta el empirismo, la ciencia ha pasado por tres fases. La ciencia
griega se propuso elaborar definiciones por vía de comprensión intelec
tual o racional. Creía que las definiciones describían una forma, una
estructura universal, de carácter trascendental, que ella consideraba como
algo eterno, inaccesible a las cambiantes realidades de los episodios particu
lares. En los siglos xvn, xvm y xix la ciencia abandonó el trascendenta-
Iismo griego, retuvo su carácter universal y modificó su racionalismo, no
518 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
* The Logic of Modern Physics, Nueva York, 1928. The Nature of Physical
Theory, Princeton, 1936.
LA FILO SO FIA C IE N T IFIC A Y SUS PE RSPEC TIV A S 519
tanto es así que a medida que las piezas del rompecabezas iban ajustando
llegó a considerarse la autocoherencia como la única prueba de la validez
de un sistema. En cambio, ahora se ha producido un viraje, acaso tem
poral, pero clarísimo: la incoherencia o inconsistencia que ha introducido
la ciencia en el pensamiento general ha invadido, no la superestructura,
claro está, pero sí los conceptos físicos primordiales que sirven de cimiento
a la misma ciencia.
En estos últimos años la investigación física está pasando por una fase
peculiar o, digamos, extraña desde el siglo x v ii . Todavía se utiliza, y con
resultados muy valiosos, en la dinámica de Newton y en el electromagne
tismo de Clerk Maxwell su estructura clásica. Pero han fallado sus leyes
en los descubrimientos más espectaculares de nuestros días— es decir, los
relativos a la estructura del átomo— , y nos vemos en la precisión de acep
tar las ideas de la relatividad y de los cuantos. Como dijo Sir William
Bragg, usamos la teoría clásica los lunes, miércoles y viernes, y la cuántica
los martes, jueves y sábados. Por de pronto ha habido que tirar por la
borda la cohesión sistemática y echar mano de una u otra teoría, según
el tema de que se trate, para obtener resultados prácticos. Probablemente
estas discrepancias son inherentes en mayor o menor grado a toda gran
revolución intelectual, como ocurrió, por ejemplo, en la lucha por la su
premacía entablada entre las ideas de Aristóteles y las de Galileo; de ser
así, el caso presente viene a ilustrar esa tendencia en su forma más aguda.
Posiblemente nos quede margen para lucir un tercer sistema los domingos,
que Bragg dejó al descubierto.
La ciencia tiene que admitir la validez psicológica de la experiencia
religiosa. Para algunas personas la aprehensión mística y directa de Dios
resulta claramente tan real como la conciencia de su propia personalidad y
su percepción del mundo exterior. Este sentido de comunión con la divi
nidad, junto con el respeto, temor y adoración que Ella inspira, es lo que
constituye la religión—para algunos es una visión fugaz de un momento
de exaltación, pero para los santos es una experiencia tan normal, pe
netrante y permanente como el respirar— . Ni es necesario, ni siquiera po
sible, definir lo que significa Dios; los que le conocen no necesitan su
definición.
La humanidad niña o débil necesita imágenes con que vestir su visión,
y así crea ritos y acepta dogmas, teologías o, si se quiere, mitologías. Esos
sistemas lo mismo pueden ser verdad que mentira, pero la religión tiene
existencia autónoma, independiente de cualquier sistema doctrinal. Estos
están expuestos a la crítica histórica, científica y filosófica, y muchas veces
han salido mal parados de sus ataques. Pero la religión verdadera es algo
más profundo, fundado en la roca inconmovible de la experiencia directa.
Puede haber personas daltónicas, pero las hay que distinguen los vivos
colores del amanecer. Algunos pueden carecer del sentido religioso, pero
otros «viven, se mueven y existen» en la gloria trascendente de la divi
nidad.
Algunos hombres precisan dogmas de alguna clase para su vida reli
LA FILO SO FIA C IE N T IFIC A Y SUS PE RSPEC TIV A S 521
Por su parte, algunos filósofos, como Eddington, creen que con haberse
comprendido mejor la teoría del conocimiento y las últimas adquisiciones
en el campo de la física fundamental, se ha cuarteado la base que encon
traba el deterninismo filosófico en la ciencia.
Sea de esto lo que fuere, los hombres empiezan a ver con mayor cla
ridad lo mismo la fuerza de la ciencia que sus limitaciones. Puede ser que
la ciencia sea intrínsecamente determinista—salva la excepción posible de
la teoría atómica y de la mecánica cuántica— . Pero eso es porque esen
cialmente se ocupa de los fenómenos regulares de la naturaleza, y sólo
puede trabajar donde halla regularidad. En muchas páginas de este libro
hemos tenido oportunidad de insistir en que los conceptos de la ciencia
son sólo esquemas, no realidades. Permítaseme esta nueva cita de Ed
dington;
Generalmente se reconoce el carácter simbólico de las entidades de la física;
hoy día se formulan los esquemas de la física, de forma que se vea casi a simple
vista que sólo representan aspectos parciales de algo más vasto... El problema del
mundo científico forma parte de un problema más amplio; el problema de la
experiencia en toda su amplitud... Todos sabemos que hay zonas del espíritu
humano inaccesibles al mundo de la física. En el sentido místico de la creación
que nos circunda, en las expresiones del arte, en el anhelo hacia Dios, el alma
se eleva, encontrando en ello la culminación de algo que lleva grabado en su
naturaleza... Tanto en las exploraciones intelectuales de la ciencia como en las
exploraciones místicas del espíritu, la luz alumbra nuestro camino y a sus ecos
responde el sentido de finalidad vibrante en nuestra naturaleza. ¿No podemos
dejarlo estar así? ¿Es necesario realmente introducir el cómodo término “rea
lidad” ?
realidad tiene que ser algo así como ellos nos la pintan. Pero no pasan de
ser esquemas o modelos, que además sólo pueden estudiarse por secciones
y cortados a medida de nuestra mentalidad. Mirado mecánicamente, el
hombre es naturalmente una máquina, pero mirado espiritualmente puede
seguir siendo una mente racional y un alma viviente. La ciencia, consciente
de su auténtico alcance, no intenta ya sujetar el espíritu humano con las
cadenas de las leyes naturales, sino que lo deja volar libremente al con
tacto con lo Divino, según el instinto y la luz de su conciencia.
El reseñar las reacciones que han provocado los conocimientos moder
nos en los sistemas teológicos y en las Iglesias que los mantienen como
dogmas tiene ya menos interés fundamental que los problemas implicados
en las cuestiones mucho más profundas sobre la realidad y la religión, de
que nos hemos ocupado. El entrar en esas otras controversias de orden
práctico y activo se sale tal vez del ámbito propio de este libro. Sin em
bargo, nos fue imposible silenciarlas al estudiar los tiempos pasados, y acaso
podamos añadir una palabra con respecto al presente y al futuro sin
ofensa de nadie, aunque tal vez sea imposible evitar en absoluto cierto
tinte de parcialidad nacido de la propia opinión o convicción.
La gran extensión que han alcanzado no sólo los conocimientos cientí
ficos, sino las mismas mentalidades científicas, las cuales, aunque más bien
favorecen la religión en'lo que tiene ésta de fundamental, están en pugna
con la actitud mental de ciertos sectores religiosos, ha contribuido en gran
parte a aumentar la desbandada de los fieles de las Iglesias cristianas orga
nizadas—una desbandada característica de la época presente— . Un número
creciente de personas de mentalidad crítica y de mentalidad despreocu
pada no quieren sabwr nada de las Iglesias, dejando en ellas a los que por
una razón o por otra aceptan las doctrinas tradicionales literalmente y con
todo fervor de corazón. Entretanto los menos dotados intelectualmente y
los menos instruidos, que constituyen mayoría en cualquier sector de la
comunidad, adquieren cada vez más fuerza, tanto en el rango eclesiástico
como en el civil, con el consiguiente aumento de autogobierno y de repre
sentación popular51. Así va engrosando cumulativamente la bola de nieve
de la segregación, separando cada vez más a los hombres de distintas ideas,
incluso en los países anglosajones, donde hasta ahora no se habían tra
zado las líneas divisorias con el rigor extremado con que las habían mar
cado las naciones en que predomina el catolicismo romano. Cuando uno
intenta conciliar el pensamiento teológico con los conocimientos modernos
se ve combatido por ambos flancos: «¿Qué tienen que ver los conoci
mientos modernos y la crítica con la fe revelada en otro tiempo a los
santos?», pregunta un anglocatólico prominente. «¿Cómo se atreven a lla
marse cristianos y pretender profesar la religión unos hombres que inter
pretan en sentido simbólico parte de su credo?», preguntan a una voz los
51 Sobre el efecto que produjo en Holanda un régimen de gobierno eclesiás
tico más democrático al favorecer el “fundamentalismo” a expensas del “moder
nismo”, véase K i r s o p p L a k e , The Religión of Yesterday and Tomorrow, 1925, pá
gina 63.
524 H ISTO RIA DE LA CIENCIA
dispares y surge la unidad del fondo del caos. De esta manera la ciencia
física va ampliando constantemente nuestros conocimientos sobre los fenó
menos del mundo natural y sobre las relaciones existentes entre los con
ceptos, inmediatos o últimos, que utilizamos para interpretar esos fenóme
nos. En las tierras recién conquistadas va levantando más templos para
la mente humana; pero también, a fuerza de profundizar en las excava
ciones, da la impresión a los ojos de la presente generación de haber mi
nado o al menos puesto al descubierto sus cimientos, y de haber tocado
el fondo desconocido latente bajo ellos, el cual presenta forzosamente un
carácter diferente del de la superestructura. Como dijo Newton, «el come
tido de la filosofía natural consiste en deducir conclusiones de los fenó
menos... y en deducir las causas por sus efectos, hasta llegar a la causa
realmente última, la cual ciertamente no es mecánica». En los electrones,
grupos ondulatorios y cuantos tocamos ideas que ciertamente tampoco
son mecánicas. Nos sentimos reacios a renunciar a un mecanismo con
ceptual familiar que por espacio de dos siglos y medio logró interpretar
la estructura del mundo natural con éxito tan pasmoso. Dentro de sus
propios dominios la ciencia continuará utilizando ese mecanicismo para
seguir promoviendo el dominio del hombre sobre la naturaleza y para
lograr perspectivas aún más amplias e intuiciones más penetrantes en
la maravillosa complejidad de las interrelaciones existentes entre los fenó
menos naturales. Es posible que lleguen a superarse las dificultades ac
tuales y que los físicos lleguen a elaborar un nuevo esquema atómico que
satisfaga a la razón durante algún tiempo. Pero tarde o temprano fallarán
todos los mecanicismos inteligibles y nos encontraremos cara a cara con
el tremendo misterio de la «realidad».
APENDICE
por
I . B ernard C ohén
O B R A S D E O R IE N T A C IO N Y B IB L IO G R A F IC A S: O B R A S G E N E R A L E S
La base de este libro'es otro compendio más detallado del mismo autor
enriquecido de bibliografía y de notas importantes:
O. N eugebauer , The Exact Sciences in Antiquity, Copenhague, Ejnar
Muksgaard, 1951, publicado también por Oxford Univ. Press y Prin-
ceton Univ. Press; ed. revisada por Providence, R. I., Brown Univ.
Press, 195%»
H ellen istic Science a n d cu ltu re in the last three centuries befare C.,
Cambridge, Harvard Univ. Press, 1959.
L E C T U R A S P A R A E L C A P IT U L O II: E D A D M E D IA
Complementada con:
G eorge Sarton, In tro d u ctio n to th e H isto ry o f Science, 3 volúmenes
en 5, que'abarca desde Homero hasta fines del siglo xiv, Baltimore,
Williams and Wilkins, 1927-31-47.
L E C T U R A S A L C A P IT U L O III: E L R E N A C IM IE N T O
Véase también:
C harles S inger and D orothea W aley S inger , “The Jewish Factor in
Medieval ThougM”, págs. 173-282, en T h e Legacy o f Israel, ed. por
Edwyn R. Bevan and Charles Singer, Oxford, Clarendon Press, 1927.
Sir I saac N ewton , O pticks, con un prólogo de Albert Einstein, una in
troducción de Sir Edmund Whittaker, un prefacio de I. Bernard Co
hén y un índice analítico preparado por Duane H, D. Roller, Nueva
York, Dover Publications, 1952.
I. B ernard C ohén y R obert E. Sc hofield , editores, Isaac N e w to n ’s Pa-
pers a n d L etters on N atural T heology, a n d R e la te d D ocum ents, con
prólogos aclaratorios escritos por Marie Boas, Charles Coulston Gil-
lispie, Thomas S. Kuhn y Perry Miller, Cambridge, Harvard Univ.
Press; Cambridge, Univ. Press, 1958.
E. N. da C. A ndrade, “Robert Hooke”, conferencia de Wilkins pronun
ciada el 15 de diciembre de 1949, Proc. R o y. Soc. A , 201, 1950, pá
ginas 439-73; “Newton and the Science of bis A ge” , P roc. R o y, Soc.
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A. E. B el l , C hristian H ygens and th e D evelo p m en t o f Science in th e
S e v e n te e n th C entury, Londres, Edward Arnold; Nueva York, Long-
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I. B ernard C ohén , T h e B irth o f a N ew P hysics, Garden City, Nueva
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Sir John C raig , N e w to n a t th e M in t, Cambridge, University Press, 1 9 4 6 .
M a r g a r e t ’E s p i n a s s e , R o b e rt H o o ke, Londres, William Heinemann, 1 9 5 6 .
StR H aro ld H a r t l ey , ed„ N o te s and R eco rd s o f th e R o ya l S o ciety o f
L o ndon, núm. del tercer centenario, vol. 15, 1960.
Contiene un ensayo sobre los orígenes y fundación de la Royal
Society (por Douglas McKie), y estudios sobre el Rey Carlos II de
Inglaterra, “Fundator et Patronus” de la misma sociedad (por E. S. de
Beer) y sobre los siguientes Fellows fundadores: John Wilkins (por
E. J. Bowen y Sir H. Hartley), John Wallis (por J. F. Scott), Jonathan
Goddard (por W. S. C. Copeman), Sir William Petty (por Sir Irvine
Massey y A. J. Youngson), Thomas Willis (por Charles Symonds).
Sir Christopher Wren (por Sir John Summerson), “Wren the Mathe-
matician” (por Derek T. Whiteside), Laurence Rooke (por C. A. Ro-
nan), The Hon. Robert Boyle (por John F. Fulton), Robert Hooke
(por E. N. da C. Andrade), William, Viscount Brouncker (por J. F.
Scott y Sir H. Hartley), Sir Paul Neile (por C. A. Ronan y Sir H. H art
ley), William Ball (por Angus Armitage), Abraham Hill (por R. E. W.
Maddison), Henry Oldenburg (por R. K. Bluhm), Sir Kenelm Digby
(por John F. Fulton), William Croone (por L. M. Payne, Leonard G.
Wilson y Sir H. Hartley), Elias Ashmole (por C. H. Josten), John
Evelyn (por E. S. de Beer), Sir Robert Moray (por D. C. Martin),
Alexander Bruce (por A. J. Youngson).
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The Free Press, 1957); basada en la monografía del autor que se ha
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T h e R oyal Society , N e w to n T ercentenary C elebrations, 15-19 July 1946,
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Contiene conferencias, discursos y ponencias sobre varios aspec
tos de la vida y obra de Newton por E. N. da C. Andrade, G. M. Tre-
velyan, Lord Keynes, J. Hadamard, S. I. Vavilov, N. Bohr, H. W. Turn-
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APENDICE 537
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Glasgow, Blackie and Son, 1945.
L E C T U R A A L O S C A P IT U L O S 1X -X I: E L SIG L O X X
Heráclides de Ponto, 75. Hoff, Van’t, 272, 275, 281, 395, 452,
Heráclito, 47, 50, 54, 298. 501.
Herbarios, 86, 152-53. Hofman, 452.
Herbart, 327-380. Hogben, L., 14.
Herculano, 86. Hohenheim, von. Véase Paracelso.
Hércules, constelación, 461; columnas, Holbach, 225.
74. Holbrook, John, 124.
Herder, 337. Holmyard, E. J., 102.
Herencia, 297-308, 310-13, 348-58, 380- Homberg, W„ 208.
85; de caracteres adquiridos, 307- Hombre, origen, 296-97, 309-10, 385-
08, 212-13, 353-58; estudio estadís 86, 513; ¿máquina?, 283, 383-85,
tico, 351-53; y sociedad, 354-58. 327-28, 331-32, 341-42, 345-46, 496-
Hereford, Roger de, 107. 97.
Hermes, Trismegisto, 81, 110. Homero, 41-44, 57.
Herodoto, 41, 43, 58, 391. Homo sapiens, 386.
Herófilo, 77, 78. Honigschmit, 407.
Herón, de Alejandría, 79, 434. Hontman, 173.
Herschel, Sir J. F. W., 267, 315, 319. Hooke, Robert, 149, 168, 180, 190, 246,
Herschel, Sir William, 268, 459. 247, 286.
Hertwig, 306. Hooker, Sir W. J., 295, 303, 304.
Hertz, G., 419. Hopkins, B. S., 450.
Hertz, Heinrich, 271, 396, 436, 437. Hopkins, Sir F. G„ 362, 365.
Hertzsprung, 458, 460. Hormonas, 363, 364, 368.
Horrocks, 173.
Hesíodo, 41.
Hess, 441. “~- Horsley, 379.
Horticultura, 297-98, 350.
Heycock, 263.
Hibridización, 297-98, 348. Hounslow Heath, 294.
Hicetas, 139. Houtermans, 475.
Hidrofobia, 290-91. Hubble, 461, 469-71.
Hückel, 277.
Hidrógeno, 168, 209-10, 211, 261-62,
Hudson, C. S., 455.
269, 415-16, 416-19, 47^; hidroge Huevo, desarrollo, 57-58, 62-63, 148.
nados y no hidrogenados, 474; ter
Huggins, Sir William, 268, 269.
mómetro, 261; concentración de io Humanismo, 12, 127.
nes, 360, 361. Humboldt, Barón von, 294.
Hidrografía, 214-15, 294-95. Hume, David, 219-26, 321, 328, 337,
Hidrostática y dinámica, 73, 74, 135, 489, 493, 496, 507, 515.
188. Humores, del cuerpo, 65.
Hidroxil, 281. Hurst, C. C., 354, 355.
Hierón, rey de Siracusa, 73. Husserl, 482.
Hierro, 29, 209. Hutton, 135, 296.
Hígado, 285, 370. Huxley, Leonard, 305.
Hilbert, 434. Huxley, Thomas Henry, 295, 301-09,
Hildegard, Abadesa, 110. 337, 339, 385, 387.
Hinshelwood, 449. Huygéns, C„ 180-90, 246, 254, 467.
Hiparco, 18, 68, 138, 458; y Aristar
co, 18, 74-78. I-am-hotep-(Imhotep), 38.
Hipatía, 95. Iatroquímica, 143.
Hipócrates, 58, 63, 99, 142; juramento, Ibn-al-Haitham, 104, 121.
58. Ibn-Junis, 104.
Hipólito, 94. Ibn Sina, 104.
Hispano-arábiga, filosofía, 105-06. Ictiología, 374.
Hisinger, 242. Idealismo, 57, 59-60, 65, 91, 108, 217-
Hittorf, 274, 394, 396. 18, 317-19, 497-98.
Hitzig, 379. Identidad, su filosofía, 317.
Hobbes, Thomas, 165, 176, 216. Iglesia de Inglaterra, 524.
558 H ISTO RIA DE LA CIEN CIA
Pearson, Karl, 344, 351, 355, 377, 480, Platón, 18, 25, 58-60 y ss., 91 y ss.,
496-97. 482, 486.
Peces, 51, 52, 295-96, 374; migrato Pledge, 14.
rios, 374, Plinio el Viejo, 86, 100, 142.
Pechblenda, 402. Plomo, peso atómico, 407-08; carbo
Pedernal, instrumentos, 27. nato, 102-03.
Pedro de Maharn-Curia, 121. Plotino, 92.
Peet, 38-39. Plutarco, 46, 75, 86, 139, 391.
Peloponeso, 41; guerra, 58. Plutón, planeta, 457-58.
Pemberton, Henry, 179. Plutonio, 44Í-47.
Péndulo, 180, 186. Pneurna: animal, 78; espiritual, 87.
Penicilina, 453-54. Pneumática, bomba, 168.
Pepsina, 288-89. Poincaré, H., 489, 491.
Peptonas, 282.
Poisson, 207, 229, 233.
Peregrinus, 152.
Polar, estrella, 460.
Pérgamo, 79.
Periódica, ley, 239, 408, 414-16, 439- Polares, moléculas, 450-51.
40. Polarización, dieléctrica, 250, 269-70;
Perkin, W. H., Sr„ 452. electrolítica, 241; de la luz, 189-90,
Perkin, W. H., Jr., 452. 247-48.
Permeabilidad, magnética, 250-51. Polineuritis, 367.
Perrault, 296. Polipéptidos, 282.
Perrin, 86, 359, 396. Poliploidea, multiplicación de cromo
Persia, 90, 100. somas, 374-375.
Polo, Marco, 124.
Peso atómico, 236, 239-40, 400-02, 409-
Polonio, 402.
10, 439-41. Pólvora, 120-21.
Peso y masa, 183-85. Pollo, desarrollo, 62-63, 148.
Pesos y medidas, 33-34, 233-34. Pompeya, 86.
Petrarca, 127. Pope, Sir William, 281.
Petróleo, sintético, 450; yacimientos, Population, Essay on, 301.
475. Porfirio, 92, 94-108.
Petty, Sir William, 311, 333. Poroso, tapón, experimento, 260-62.
Pfeffer, 257, 277. Portsmouth, Conde de, 178, 194, 204.
Physiologus, 96. Poseidón, 44.
Picart, 181. Posidonio, 69, 78, 84, 129.
Pickering, E. C., 459. Positivos, rayos atómicos, 400-02, 439
Pico della Mirandola, 139. y ss.
Picton, 360. Positrón, 441, 443.
Piero da Vinci, 132. Potasio, 239; ferrocianuro, 409.
Pike’s Peak, 442. Potencial, 207; eléctrico, 245; termo-
“Pila”, uranio, 447. dinámico, 261-62.
Piltdown, 386. Pragmatismo, 481.
Pirotecnia, 143-44. Precesión de los equinoccios, 76.
Pisa, 132, 145, 152, 159. Previsión de la vida probable, 506-07.
Pitágoras y pitagóricos, 18, 47-49, 50, Prévost, 268.
52, 71, 75, 138-39, 190, 431, 487. Priestley, J., 144, 209, 231, 292, 361.
Piteas, 74. Primarias, cualidades, 161, 165, 199-
Pitecántropos, 378. 200, 217-18.
Pituitaria, glándula, 369. Primitiva, religión, 31, 32, 42-43, 387-
Plaga, epidemia y ratas, 291-92. 93.
Planck, 23, 50, 192, 206, 411-12, 417, Prímula, de la tarde, 351, 353.
518. Princeton, 371.
Plancton, 295, 374. Principia, de Newton, 182-83, 188, 207-
Planetaria, atmósfera, 457. 08.
Plaskett, 473. Probabilidad, 169, 208, 217-18, 256,
INDICE DE AUTORES Y MATERIAS 565
Tales, 18, 46, 54, 66, 71, 144. Thorndyke, Lynn, 83, 128, 170.
Tulio, 239. Thorpe, Sir E., 209, 279, 452.
Tammuz, 390. Thot o Thoth, 37, 81, 110.
Tangente, galvanómetro, 252. Tiberio, 85.
Tannery, Paul, 53. Tiempo, 166, 196-97, 220-21, 234, 427-
Tarn W. W„ 68, 76, 391. 28, 429-30, 505-06, 512.
Tartaglia, 134. Tierra, edad, 265-66, 324-25, 326, 477,
Tartárico, ácido, 280-81.
513; corteza, 478; forma, 35, 37-38
Taxila, 39.
48-49, 64-65, 74, 76, 78-79, 109-lül
Taylor, B., 206.
129; movimiento, 48-49, 75-76, 138*
Taylor, E. G. R„ 35, 129, 478. 139; volumen, 78.
Taylor, Sir Geoffrey I., 435.
Tierra del Fuego, 295.
Taylor, H. O., 90. Tigris, río, 33, 36.
Telegrafía sin hilos, 269-71, 400, 436- Tilden, 454.
38. Timeo, 60, 81, 84.
Telégrafo, 228, 244-45.
Tinte, colorantes, 50, 102-03, 452-53.
Telescopio, 157-58, 159, 189, 458, 472, Tipos, químicos, 144-45, 281.
475. Tiroides, glándula, 287-88, 363, 368-69
Temperatura, 144-45, 157-58, 231, 259- Tirol, 143.
62, 268-69, 435, 462-63, 464 y ss. Tiroxina, 363.
Tendencias generales del pensamiento Tito, 105.
científico, 314-21. Tolman, 476.
Teodoro, 47.
Tolomeo, Claudio, 18, 68, 76, 79-80,
Teófilo, obispo, 77, 95. 103, 112, 128, 138, 140-41.
Teofrasto, 67, 195. Tolomeos, reyes de Egipto, 58, 76, 78,
Teología y religión, 520. 391.
Teosofía, 110.
Tomás de Aquino. Véase Aquino.
Termo, botella, 261-62. Tombaugh, 456.
Termodinámica, 259-66, 324-25, 326,
Torio, 502, 504, 505.
500-02, 512.
Termoiónica, 398, 436. Torre, Antonio della, 133.
Termómetro, 144-45, 157-58, 168, 230, Torrieelli, 149, 169.
260-61, 268-69. Torsión, balanza, 205, 232-33.
Termoquímica, 254. Tortura, su legalidad, 171-72.
Ternate, 303. Toscanelli, 133.
Terremotos, 478-79. Totemismo, 339-40, 388, 391-92.
Tertuliano, 109, 496. Touraine, 162.
Tétano, 368-69. Tournefort, 211.
Textual, crítica, 118-19. Townsend, Sir J. S. E„ 396, 397, 398.
Thénard, 279. Toxinas, 290-91.
Thibaud, 442. Traducciones del árabe y griego al la
Thomas, E. C., 225, 320. tín, 111-13.
Thompson, Benjamín (Conde de Rum- Transmutación, 81-83, 101-03, 104, 407-
ford), 252. 08, 415-17, 444 y ss.
Thompson, J. W., 107. Travers, 273.
Thomsen, Julius, 254. Trigo, variedades, 350.
Thomson, Sir G. P-, 423, 438. Trigonometría, 76, 79-80, 294.
Thomson, James, 262. Tripsina, 288-89.
Thomson, J. A., 308, 384. Trivium, 97, 107.
Thomson, Sir J. J„ 22, 185, 192, 316, Tsai Lun, 128.
394 y ss., 401, 413, 414-15, 423, 428, Tschermak, 348.
439-40, 501. Tsetverikov, 377.
Thomson, M. R., 308. Tuberculosis, 289-90.
Thomson, S. H„ 120. Tucídides, 58.
Thomson, William (Lord Kelvin), 253, Turcos, 127.
259-62, 322, 325, 501. Turner, William, 152.
IN D ICE DE AUTORES Y MATERIAS 569
Tycho Brahe, 77, 155. Vida, condiciones de, 457, 470-71,
Tylor, 337, 387, 389. 513-14; probabilidad de, 256-57,
310-11, 506-07; en otros mundos,
Ubaldi, 134. 457; su origen, 377, 378.
Ueberweg, 320. Viéte, 163.
Uexküll, von, 383. Vilmorin, 352.
Ultramicroscopio, 359. Vinagre, 102-03, 209-10.
Ultravioleta, luz, 268-69, 362, 399-400, Vinci, Leonardo da, 74, 131-36, 145,
436. 157, 159, 296.
Unidades, 234; electromagnéticas, 250- Vinci, Piero da, 132.
52. Vinogradsky, 293.
"Uniformitaria”, teoría, 135-36, 295-97. Virchow, Rudolf, 286.
Universales, de Platón. Véase Clasifi Virgilio, 85, 293.
cación. Virtuales, velocidades, 134-35, 206.
Universidades, 107, 177, 315. Viruela, 290-91.
Universidades alemanas, 315, 326. Virus, 370-72, 291-92.
Universo, estelar, 456-79; dimensiones, Vis medicatrix naturae, 57.
476; expansión, 475-76; futuro, 265- Vis viva, fuerza viva, 180, 252.
66, 267, 514-15, 516; vibrante, 475. Viscosidad, 257-58.
Uranio, 396, 402, 404-07, 447-48. Visión, teoría, 104-05, 189-90, 328-30.
Urano, 208. Vista, sensación, 329-30, 507-08.
Urea, 279. Vitales, espíritu, 87.
Urey, 400. Vitalismo, 25, 212-13, 282-83, 287-89,
Uruk, 35. 383-84, 503 y ss.
Ussher, arzobispo, 336. *_ Vitaminas, 362, 365, 366-68, 370, 453-
Utilizable, energía, 261-66, 470-71. 54.
Vitriolo, ácido sulfúrico, 143-44, 193-
Vacunación, 290-91. 94.
Valencia, química, 239, 280, 360-61, Vitrubio, 85.
419, 450-51. Vivisección. Véase Animales, experi
Valentine, Basil, 143. mentos.
Valles ribereños, 33, 37, 38-39. Vladimir de Kiev, 106.
Van’t Hoff, 272, 275-76, 281, 395, 452, Vogt, 212, 323, 3?7, 330, 377.
501. Volcanes, 85-86, 294-95.
Vapor, máquinas, 79, 228, 252; su pre Volta, 240-41.
sión en las soluciones, 275-76. Voltaire, 205, 215, 222-23, 314-15.
Variables, estrellas, 459-61. Vórtices, remolinos, 164, 196, 501.
Variaciones, 302, 308, 310-12, 347-48, Vries, de, 307, 347-48, 351-52.
351-58.
Waage, 272.
Varley, 396.
Waals, van der, 258, 277.
Varrón, 85. Waard, 169.
Vasco de Gama, 129. Waddington, C. H., 374.
Vasomotores, nervios, 284-85. Wagget, P. N., 336.
Velocidad de escape, 457; de los iones, Wald, 366.
275-76, 398; de las moléculas, 255- Walton, 445.
58. Wallace, A. R., 302, 309.
Venus, planeta, 35, 173, 215, 456. Ward, James, 340.
Verbal, inspiración, 295-96, 336, 524- Washburn, 440.
25. Waterston, J. J.. 255-56.
Vesalio, 145, 147, 150. Watson, J. B., 257, 381,
Vespucio, Américo, 133. Watt, James, 210, 228.
Vesubio, 86. Weber, E. F„ 285.
Vía Láctea, 158, 441, 460-61. Weber, E. H., 285, 329, 331, 380.
Vibración, número, 417. Weber, W. E., 250.
Vickery, 455. Wedgwood, Josiah, 301.
570 HISTO RIA DE LA CIENCIA