You are on page 1of 3

#1

Hay un plan y se nota.


Demonizar a los opuestos para propiciar una violencia discreta que disuada, que neutralice.
Ahogar la comunicación en el consenso y entorpecer el desarrollo y perfeccionamiento con el
regodeo del nicho, del ghetto.
¿Qué hacer, cuando para toda idea -peligrosa, toda idea- surge un clan que la convierte en
sátira?
¿Qué decir, con la certeza de no hacer más daño que callando?
¿Cómo proponer el vacío, la ausencia o la nada, si en cada hueco anidan la obediencia y la
pereza del consumo?

#2
A veces, la realidad y los hechos parecen un resultado consecuencial, un efecto secundario,
que se desprende del lenguaje y sus relaciones. Por ejemplo:
Una noche después del asesinato de Sharon Tate, los Manson eligieron una nueva casa para
su vandálica cruzada. Todos los testimonios coinciden en que la elección no fue premeditada:
salieron a dar vueltas y pararon en una casa equis. La mujer que mataron se llamaba
Rosemary.
En tales casos, cabe preguntarse: ¿podría ser que los hechos no fueran más que la excusa
para que conozcamos esas relaciones entre la esfera del «hacer» y la esfera del «decir»?
La realidad como espectáculo de una guerra que se libra en el seno del lenguaje: nada mal.

#3
Couch y Coach. El entrenador o mentor, como sillón de descanso.
El respaldo se hace con madera de Aira, el apoyabrazo derecho con Cohen y el izquierdo
con Laiseca. La base se rellena con gomaespuma Saer y de Fogwill casi nada, una intención,
una simulada pose para sentarse.
Sobre el sillón narrativo, descansa el pesado cuerpo del escritor argentino.
«La apología del ojo que ve y refleja el mundo funda el imperialismo de la representación
realista», dijo Libertella.
Bravo.

#4
«Prejuicios», dijo Fogwill en sus póstumos Estados Alterados, que le faltaban a la literatura
argentina para crecer y avanzar: sin prejuicios no se puede pensar y si no se piensa no se avanza.
Por su parte, en un reportaje para la revista El Ansia, Marcelo Cohen manifestó su simpatía por
el arte gramatical y retórico moderno: si bien, decía, el retórico clásico tiene una idea y,
partiendo de verdades evidentes, intenta convencerte de ella a como dé lugar, «para la retórica
moderna no hay verdades evidentes, y defiende el arte de la retórica como búsqueda
consecuencial de una verdad, que puede llegar o no»
Fogwill vio venir antes que nadie las consecuencias de una literatura gregaria y tal vez
previendo la multiplicación de autores, editoriales y libros, nos alertó de la urgente necesidad
de pensar antes de que la prepotencia del hacer nos sumerja en su proverbial chatura. Cohen,
en cambio, nos habló del método: ejercer el pensamiento sin supeditarlo a una conclusión,
permitirle ser una flecha sin blanco, apenas una cierta dirección o, por qué no, un flujo de ideas
que tal vez nunca coagule pero que estimule tanto a seguir pensando como a seguir haciendo.
Los flujos del «pensar» y del «hacer» son necesarios en un cierto equilibrio tanto para el
desarrollo individual de cualquier acción sostenida en el tiempo, como para la evolución de los
estándares de cualquier actividad que pretenda nutrirse colectivamente. La Historia nos enseña
que la condición para que existan esos flujos en cierta armonía -sin obstaculizar sus libres
direcciones- es que no se crucen: que no se trunquen las ideas queriéndolas reducir a lo hacible
y que no se manipulen las prácticas para hacerlas encajar con una teoría.

#5
En una entrevista que le hicieron en 1976, Saer decía que si un escritor argentino vendía más
de tres mil ejemplares, había un error.
La tirada promedio de los libros de literatura argentina según la Cámara Argentina del Libro
fue, en 2016, de 2206 ejemplares.
Nuestra literatura naufraga entre el rechazo sistemático al entretenimiento o al goce, y el
desinterés por prácticas que propicien una verdadera reflexión literaria. Si es una cuestión de
voluntades, de incapacidades, de falta de ambiciones o una mera consecuencia histórica,
importa menos que advertir que el libro, la obra, el texto literario resulta cada vez menos
necesario: mientras que las escrituras son cada vez más íntimas y vitales para los autorxs, la
lectura resulta cada vez menos placentera y/o estimulante para quien lee.

#6
Los textos que importan producen placer, entretienen o estimulan. Los indispensables logran
las tres cosas. Cualquier otro fenómeno que se produzca en la lectura, lo produce el lector.
El lector que hace discurso sobre esos «otros fenómenos» habla siempre de él y nunca del
texto. Cualquier cosa que un lector encuentre en un texto fuera del placer, el entretenimiento
o el estímulo es su propio mérito. Y su propia responsabilidad.

#7
El natural rechazo que suele producirse ante quien cuestiona, en cualquier ámbito, cierta
práctica vigente sin recomendar otra que la reemplace (es decir, que la «supere») encuentra su
justificación en cierta intolerancia a la nada.
La cultura occidental se permite cuestionarse a sí misma únicamente cuando se proporciona
una alternativa superadora para aquello que se cuestiona, lo que, en palabras más amistosas,
equivale a decir que vive en un continuo y constante «es lo que hay, hasta que aparezca algo
mejor».
A cualquier denuncia sobre lo equivocado suele exigírsele, con cierta prepotencia, una
práctica superadora: como si en caso de no haberla, lo equivocado se ganara el derecho a
permanecer por falta de candidatos.

#8
La democracia se basa en el «consenso». Todo lo que sucede «en» la democracia (sus
instituciones, sus normas, sus leyes) se basa en el consenso. Pero el consenso es siempre
excluyente e implica la aceptación de lo que propone el «más fuerte» a la vez que el desprecio
por el disenso, por el desacuerdo, ya que en la práctica «consensuar» significa «desestimar» las
opiniones minoritarias o, simplemente, ignorarlas. El consenso es el chiste, la estafa de la vida
social. Y nos gobierna, gobierne quien gobierne.

#9
¿Por qué la «obra literaria» resulta, las más de las veces, una tímida «domesticación» de la
escritura? Como si la «literatura» fuera algo salvaje que hay que aprender a «domar» para poder
sacar de ella, lo que llamamos «obra». Como si la meta o el objetivo a alcanzar fuera, siempre,
la «legibilidad».

You might also like