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CAPÍTULO 10
ENTORNO SOCIO-ECONÓMICO E
INSTRUMENTOS POLÍTICO-INSTITUCIONALES:
HACIA UNA GOBERNANZA URBANA A FAVOR
DE LOS VALORES PÚBLICOS92
10.1. Introducción
El propósito de este capítulo es intentar caracterizar el contexto socio-económico desde el
que operan los Gobiernos de las ciudades y, sobre todo, identiicar algunos de los principales
instrumentos político-institucionales con los que cuentan los Gobiernos locales para lidiar
con los desafíos que les plantea ese entorno.
Se han seleccionado tres transformaciones del contexto socio-económico de los Go-
biernos locales que inciden de forma directa sobre el Gobierno y las políticas urbanas: la
urbanización, la globalización económica y el cambio cultural. Aunque estos cambios están
interconectados entre sí, se lleva a cabo un análisis separado de cada uno de ellos, y se seña-
lan algunos de los principales problemas que plantean para la gobernanza. Concretamente
se tratan las siguientes cuestiones:
• el surgimiento de las metrópolis policéntricas y los problemas que esta forma urbana
plantea en términos de gobernanza metropolitana;
• asociados también al desarrollo urbano y, en particular, a la ciudad dispersa, se abor-
dan los problemas relativos a la sostenibilidad medioambiental;
92 Este capítulo es una versión revisada de la ponencia presentada en el curso de verano de la Universidad
Complutense de Madrid Ciudadanía y servicios públicos en los nuevos ayuntamientos, en la mesa redonda
dedicada a «La investigación universitaria sobre servicios públicos y gobierno local: el estado de la
cuestión», San Lorenzo de El Escorial, 13 de julio de 2016.
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93 Un ejemplo de una selección de transformaciones del entorno de los Gobiernos locales que afectan a
la gobernanza local es el propuesto por Denters y Rose (2005) donde subrayan tres grandes macro-
tendencias: la urbanización, la globalización y la europeización, a las que añaden las transformaciones
que afectan al surgimiento de nuevas demandas sustantivas y de participación. En cuanto a las
transformaciones de la gobernanza local véase el repaso exhaustivo realizado por John (2001) donde se
tratan las cuestiones de los sistemas de Gobierno local, los regímenes locales, la europeización de los
Gobiernos subnacionales, la privatización y el nuevo management público, la regionalización, el liderazgo
local y la revisión de la democracia local. Este trabajo sigue estas mismas líneas de relexión apoyándose
en esos y otros estudios para hacer un estado de la cuestión sobre esta materia.
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(3) Las metrópolis policéntricas como nodos de redes globales de ciudades: los efectos económicos y sociales de
la globalización sobre las ciudades y las políticas urbanas
Las metrópolis policéntricas operan como nodos de redes globales de ciudades y, como seña-
lara Manuel Castells (2002 y 2010), las interdependencias entre estas áreas territoriales son
un relejo de una tendencia más amplia hacia la globalización.
La globalización y el cambio tecnológico, en particular el asociado a la velocidad del
procesamiento de la información, están ejerciendo numerosos efectos económicos y sociales
en las ciudades. Entre otros se incrementa la competencia entre ciudades: estas compiten
con aquellas que están localizadas al exterior de la región metropolitana y también con las
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distintas localidades situadas al interior de una misma región. Las ciudades se vuelven me-
nos seguras desde el punto de vista económico, pues operan en un entorno de competencia
global donde las empresas abren y cierran rápidamente, con los consiguientes efectos en la
economía de la ciudad. En las naciones desarrolladas no es inusual que las ciudades indus-
triales entren en declive como consecuencia del desmantelamiento de la industria a favor de
ciudades de otros países que ofrezcan mano de obra más barata u otras ventajas para las em-
presas. Al mismo tiempo, las grandes ciudades de servicios ven crecer su poder económico,
atrayendo inversiones y empleos muy cualiicados pues, como señala Saskia Sassen (1991), la
globalización eleva la escala y la complejidad de las transacciones económicas, alimentando
así el crecimiento de las funciones de las sedes de las multinacionales y el incremento de
los servicios para las empresas, especialmente los servicios corporativos avanzados. En este
sentido, podría decirse que la región metropolitana de Madrid tiene en las empresas del
IBEX-35 —buena parte de cuyos cuarteles generales radican en esta ciudad— su principal
fuente de riqueza, no solo por el empleo directo que generan sino por todos los servicios
avanzados que requieren estas empresas y que se localizan en esa región.
En este contexto, las ciudades, al igual que las empresas, compiten las unas con las otras
con objeto de maximizar su posición económica. Los Gobiernos locales aunque tengan po-
deres limitados —como lo son también hoy día los de los Estados en el marco de la Unión
Europea— poseen, sin embargo, recursos para mejorar la posición económica de la ciudad,
entre otros el control del suelo, pudiendo así atraer capital y fuerza de trabajo a su ciudad.
Los Gobiernos de las ciudades se ven así abocados a poner en marcha las que Paul E. Pe-
terson (1981) denomina «políticas de desarrollo», esto es, aquellas que refuerzan la posición
económica de una comunidad en su competencia con otras comunidades. Son políticas que
fortalecen la economía local, potenciando la base iscal local y generando recursos adicio-
nales que pueden ser utilizados para el bienestar de la comunidad. Suelen contar con el
apoyo de la mayoría y reciben la oposición de aquellos cuyos intereses parciales entran en
conlicto con los intereses de la comunidad. Con la globalización, por tanto, los Gobiernos
locales se convierten en actores destacados en la esfera de la política económica y su agenda
de gobierno —sus prioridades, en deinitiva— resultan relevantes a efectos de mejorar, man-
tener o empeorar la posición económica, el prestigio social o el poder político de la ciudad
en su conjunto. La competitividad, junto con la sostenibilidad, pasa de este modo a formar
parte también del mainstreaming de las políticas urbanas. Un ejemplo de la importancia que
tienen las políticas urbanas para la economía lo muestran las demandas del alcalde de la
ciudad de Londres por ocupar una posición relevante entre quienes negocien el Brexit con
la Unión Europea, pues la posición de la City puede verse muy afectada por esta cuestión;
o las ofertas de los diferentes líderes territoriales del resto de Europa que se han apresurado
a ofrecer sus ciudades como un lugar óptimo donde relocalizar las actividades que Londres
pueda perder.
La globalización no solo afecta a la economía de la ciudad sino que también incide en su
cohesión social. Las ciudades experimentan importantes cambios demográicos que afectan
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a todo tipo de aspectos, entre otros a: la estructura de las familias —descenso del porcentaje
de población adulta casada, incremento de hogares de divorciados y solteros, descenso de la
proporción de familias tradicionales (pareja con hijos), incremento de hogares monoparen-
tales y de nuevas formas de convivencia, etc.—; el incremento de la población nacida en el
extranjero pues, de hecho, las ciudades son las puertas de entrada de la migración interna-
cional y donde sus efectos se observan de manera más intensa; la creciente diferenciación de
la composición étnica de la población conforme se asienta de forma duradera la población
inmigrante y se integra en las ciudades; el incremento de la población activa femenina; el
aumento del envejecimiento de la población, etc., asuntos todos ellos que no solo inciden en
las políticas sociales sino también en el conjunto de las políticas urbanas. Pero, de todos los
cambios asociados en parte a la globalización cabe destacar por su inluencia en la cohesión
social y territorial el del incremento de la pobreza y la desigualdad. La globalización con sus
impactos económicos favorables para unas ciudades y desfavorables para otras hace crecer las
desigualdades entre ciudades. Si se adopta una escala europea pueden apreciarse mejor estos
desequilibrios. Por otra parte, también crecen las desigualdades dentro de las metrópolis po-
licéntricas entre unos y otros núcleos de población. En las grandes ciudades centrales crecen
las desigualdades entre barrios e incluso dentro del propio espacio central. Ello en parte es
debido a la dualidad laboral que se produce en las grandes metrópolis de servicios, donde
conviven segmentos de población muy cualiicados y en ocasiones con salarios inimaginables
con otros grupos de baja cualiicación o subempleados, con bajos salarios, empleo temporal
y a tiempo parcial que atienden en condiciones de trabajo muy desfavorables los servicios
requeridos por las empresas así como los servicios personales demandados por la población
más cualiicada (Hamnett 2001). El incremento de las desigualdades entre las ciudades y
en el interior de las ciudades —incluido el surgimiento de nuevas formas de marginación,
exclusión social y polarización—, hacen también que la cohesión social y territorial sea otro
de los valores clave del mainstreaming de las políticas urbanas.
(4) Posmodernización, descenso del capital social y culturas urbanas: los impactos del cambio cultural en la
democracia local
Desde el punto de vista cultural cabría destacar varias transformaciones que inciden sobre el
Gobierno local: la posmodernización, el aumento de la soisticación de la opinión pública, el
descenso del capital social y la creciente importancia que adquiere la cultura y los estilos de
vida como elemento de diferenciación social.
Las teorías sobre el cambio cultural señalan que en las sociedades industriales avanzadas
—que han disfrutado durante décadas de paz, prosperidad económica y robustos Estados
de bienestar—, se ha venido produciendo un desplazamiento en las prioridades de los ciu-
dadanos desde los valores materialistas, relativos a la seguridad física y económica, hacia
otros valores posmaterialistas, que ponen mayor énfasis en la libertad, la manifestación de la
personalidad y la calidad de vida (Inglehart, 1977).
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yor compromiso cívico suelen obtener también mejores resultados en cuestiones como los
niveles de instrucción de su población, las tasas de desempleo, la intensidad de la pobreza
urbana, el control de la delincuencia, el consumo de drogas, e incluso los estados de salud de
sus habitantes, entre otros aspectos (Putnam, 2000).
Si el capital social va en descenso se pierde con él un elemento clave para el funciona-
miento de la democracia; pero si además este se distribuye de forma desigual entre segmen-
tos sociales —es mayor en los que disponen de niveles de instrucción más elevados— y en el
espacio, entonces las desigualdades sociales y territoriales crecerán. No todas las comunida-
des locales poseen el mismo nivel de capital social, siendo más elevado en las zonas suburba-
nas que en las ciudades centrales, o en las áreas con mayores niveles de renta que en las más
deprimidas. De este modo, las variaciones entre comunidades locales en cuanto a su capital
social incidirán en los problemas que aborden las autoridades locales y en sus capacidades
efectivas para afrontarlos, ahondándose así en la desigualdad.
A las diferencias territoriales de carácter económico y a las relativas al capital social, se
suman las culturales. En la posmodernidad las diferencias sociales están basadas cada vez
en mayor medida en la cultura y en los estilos de vida. Encontramos nuevas culturas: las
de las mujeres, las de los jóvenes, las de los grupos étnicos, las de los grupos religiosos, las
relacionadas con las aiciones a las que se dedica el tiempo libre, etc., que conviven en un
mismo espacio urbano e incluso lo segmentan territorialmente. Ello aporta un beneicio
importante en términos de pluralismo y riqueza cultural. Sin embargo, las sociedades están
cada vez más fragmentadas y en ellas aparecen nuevas clases y segmentos de clase basados en
la posición ocupada por los individuos ante el proceso productivo —la vieja estratiicación
de clases—, su posición ante el consumo de bienes y servicios —incluidos los de carácter
colectivo, que tan relevantes son para interpretar los conlictos urbanos (Castells, 2001)—,
sus diferentes niveles de capital social y sus características culturales y estilos de vida.
De igual modo, son sociedades en las que predomina también el individualismo y dis-
tintas formas de expresionismo. Por una parte, desde un expresionismo «instrumental»,
centrado en la vida privada, la orientación medios-ines y la acumulación de bienes y ob-
jetos materiales; hasta un expresionismo «humanista», que persigue la autorrealización en
la vida pública, centrado en los bienes e interacciones sociales y en la acumulación cultural
(Kaase y Newton, 1995). Por otra parte, gracias a los medios de comunicación y las nuevas
tecnologías los ciudadanos están permanentemente informados y conectados y disponen de
medios propios de expresión. Las demandas hacia los Gobiernos locales se fragmentan, sien-
do en ocasiones difíciles de conciliar; la inmediatez con las que se reclaman las soluciones
aumenta; y las oportunidades de expresar y comunicar las diferencias fuera del control de
un número reducido de canales de comunicación también se incrementan, convirtiéndose
los propios individuos en receptores y productores de mensajes. Gobernar la fragmentación
deviene así en uno de los principales desafíos de los Gobiernos y, en particular, de los loca-
les, debido a la conluencia en un reducido espacio de una gran multiplicidad de segmentos
sociales.
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(2) La integración de las políticas y los aspectos sustantivos de las políticas urbanas
La derivada principal de la urbanización para las políticas públicas urbanas tiene que ver
con la cuestión de la sostenibilidad ambiental. La globalización, sin embargo, incide en las
políticas urbanas en lo relativo a la búsqueda de la competitividad y la promoción de la
cohesión social y territorial del tejido urbano. A estos aspectos sustantivos, habría que aña-
dir la derivada principal del cambio cultural sobre las políticas urbanas, que es de carácter
procedimental y tiene que ver no tanto con el qué si no con el cómo se gobierna: más trans-
parencia, más participación, más rendición de cuentas, etc. Sobre esto último volveremos
después. En deinitiva, se trata de promover políticas que tengan entre sus metas esenciales
lograr una ciudad más competitiva, sostenible e integrada social y territorialmente —y más
democrática—; o lo que es lo mismo: para el éxito de la gobernanza urbana es imperativo
un esfuerzo adicional de integración de políticas.
La integración de políticas es un instrumento que se ha ido transformando a lo largo del
tiempo (Meijers y Stead, 2004). Inicialmente, integración de políticas era prácticamente si-
nónimo de coordinación de actividades, yuxtaposición de programas, incluso de gestión in-
tergubernamental al interior de una o de un sector de políticas, para ir complicándose hasta
llegar a conceptualizaciones más actuales, que pretenden algo más que superar las visiones
estancas por políticas, y se plantean la integración entre sectores de políticas, la incorpora-
ción de los agentes privados a los procesos clave de las políticas públicas, la transversalidad
o mainstreaming en pro de una meta concreta (igualdad de género, o la sostenibilidad, por
ejemplo)94, etc.
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De forma simple, lo que se pretende con la integración es poner de relieve las externali-
dades, los costes y las oportunidades que las políticas públicas se plantean mutuamente, con
objeto de clariicar el panorama a la hora de formular y planiicar las acciones, minimizar
los impactos negativos y los conlictos entre las metas de las políticas, generando sinergias
y promoviendo alternativas que permitan ganancias en varias políticas sectoriales de forma
simultánea, impactos acumulativos, etc.
La integración de las políticas no es tarea sencilla (Naciones Unidas, 2015). El drama
de la gestión pública es que hay que juntar luego lo que se dividió primero funcional y/o
jurisdiccionalmente. Es la tensión clásica entre división y especialización del trabajo para
lograr mayor eiciencia y la necesidad de coordinarse para ganar en eicacia. A problemas
clásicos soluciones clásicas. La integración de políticas requiere de tres requisitos: un punto
de vista que permita apreciar la situación —y la necesidad de actuar en consecuencia—,
una unidad —económica— adecuada para organizar el proceso y una idea clara de lo que
se quiere conseguir. El punto de vista es el de dirección general; la unidad económica varía
dependiendo del tipo de políticas; y la idea, los ines, derivan del propio mandato político
—de qué se pretende— y del estado del arte —de qué conocimiento aplicable existe según
qué objetivos para poder planteárselos con ciertas garantías—.
Para integrar políticas públicas hace falta un punto de vista de conjunto, estratégico.
No es de extrañar que los principales promotores de la necesidad de integrar las políticas
sean los organismos internacionales y la propia Unión Europea, con un gran hincapié en las
políticas medioambientales (Jordan y Lenschow, 2010; Persson, 2004). Estas instituciones
están en una posición desde la que «pueden ver», diagnosticar y prescribir. Es un problema
de perspectiva, de contar con un observador inteligente que junte las piezas sueltas del puzle
en pro de un in. En gestión local de políticas, el único actor que puede permitirse tener
esa visión es el alcalde; en gobernanza metropolitana, cualquiera que pueda observar ese
espacio: los presidentes regionales, los alcaldes de las grandes ciudades o los responsables
públicos y analistas de políticas territoriales que operen a escala nacional o europea.
La unidad económica básica para integrar políticas, en el caso de las redistributivas y
de bienestar social, es el hogar. La empresa es la unidad económica fundamental para las
políticas regulativas, iscales, distributivas, que pretenden impulsar e inluir en los sectores
de la economía. El territorio es la unidad económica para ordenar e integrar las políticas en
la gobernanza urbana. Tanto en el hogar, como en la empresa y en el territorio, se pueden
apreciar los impactos acumulados que producen las acciones dispersas de los actores públicos
y privados y evaluar los resultados en términos de bienestar, competitividad y desarrollo,
respectivamente. Si sirven como unidades de análisis y evaluación, sirven también como
unidades de planiicación e integración de políticas.
Esto plantea una enorme ventaja. El territorio —cuyas fronteras las pone el analista don-
de le convenga y el planiicador hasta donde llegue su jurisdicción—, es una unidad versátil
y apropiada para evaluar y promover la integración de políticas. El territorio permite «aterri-
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La cuestión aquí no es ya contar con los privados para gestionar los programas y los
servicios públicos, sino lograr que los privados en la búsqueda de sus propios ines tengan en
cuenta los de la ciudad o que, cuanto menos, no vayan en contra de las metas de la ciudad.
En ocasiones, los privados operan en contra simplemente porque nadie se lo ha hecho ver,
con lo que no pueden corregir su comportamiento. Otras veces, no perciben la conexión
entre su interés y el de la ciudad, aun cuando al ligar ambos, sus intereses privados podrían
salir reforzados. Hace falta pedagogía. En otras circunstancias, en suma, los privados inten-
tan imponer su interés sobre el de la ciudad, perjudicándose incluso a sí mismos —sobre
todo en el largo plazo— y desde luego al interés general, máxime cuando recurren a la
corrupción y a la compra de voluntades entre autoridades públicas, altos funcionarios, direc-
tivos de otras corporaciones privadas, etc. Muchos privados desconocen que negociar con las
autoridades es más barato que corromperlas y, sobre todo, más seguro. Los últimos avances
en la gestión privada no parecen haber avanzado al mismo ritmo que en la gestión pública,
y el conocimiento que había, al proliferar las empresas «huecas» que eliminan toda huella
de identidad con la irma, toda traza de cooperación entre departamentos y toda visión que
no sea el corto plazo, cada vez se aprovecha menos. Peor aún para la gobernanza local es la
desaparición progresiva de los capitanes de empresa, sustituidos por directivos que saltan
de acá para allá a golpe de «bonus»: al problema de la calidad del liderazgo local se le añade
ahora el de la calidad del liderazgo empresarial.
En todo caso, procurar alianzas inteligentes entre las autoridades locales y los privados es
una necesidad y esas alianzas son uno de los instrumentos básicos para la gobernanza local.
La teoría de los regímenes locales (Stone, 1989) subraya cómo la competencia económica
entre ciudades favorece, especialmente en las grandes urbes, que emerjan coaliciones públi-
co-privadas estables y de largo plazo que resultan cruciales para la adopción de decisiones
públicas locales.
El concepto de «régimen local» hace referencia a «los mecanismos informales por medio
de los cuales los organismos públicos y los intereses privados operan conjuntamente con
objeto de elaborar y llevar a cabo decisiones gubernamentales» (Stone, 1989). En estas coa-
liciones los operadores que representan los intereses privados pueden incluir a sindicalistas,
a miembros de los aparatos de los partidos y del tercer sector, pero el grupo principal lo
forman los líderes empresariales por la importancia que tiene la inversión privada en la eco-
nomía local y en las políticas públicas.
En una coalición típica de este tipo se produce una división del trabajo entre los empre-
sarios y los políticos. Los primeros adoptan decisiones sobre los recursos privados —cuánto
invertir, dónde, en qué sector, mediante qué mecanismos, etc.— y los segundos operan con-
trolando mediante los instrumentos del Estado: regulaciones, incentivos, vetos, inluencia
sobre la opinión pública, etc. Cada quien puede operar por separado, por supuesto, pero
para conseguir sus objetivos más importantes necesitan cooperar (Stone, 1989). Los políti-
cos locales pretenden inluir sobre la marcha de la economía de la ciudad, pero cuentan con
instrumentos de política pública limitados y el efecto que consiguen suele ser inferior al que
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pretenden o tardan mucho tiempo en alcanzar. Los empresarios, por su parte, no controlan
directamente las decisiones políticas que determinan sus negocios, por ejemplo, el uso del
suelo, la continuidad y/o revisión de los proyectos iniciados en legislaturas anteriores, el des-
tino de las ayudas públicas, etc.
El «régimen local» es, sobre todo, un mecanismo de coordinación no gubernamental que
pretende compensar las debilidades de ambos, de la autoridad política y de los empresarios
(Stone, 1989). Ayuda a la gestión de los conlictos y a promover respuestas adaptativas a los
cambios sociales, algo crucial en las políticas de ciudad que tienen que congeniar cambios
sociales rápidos con proyectos de transformación del tejido urbano de largo recorrido. Estas
coaliciones no son fáciles de construir y menos aún de mantener, porque implican costes
—y no solo beneicios— para los participantes, limitan la libertad de acción de quienes se
adhieren a ellas, y se tensionan con el cambio de las mayorías políticas, la circulación de las
élites en los grupos empresariales, etc.
Generalmente, estas coaliciones se vinculan a las políticas relativas al desarrollo econó-
mico local y a la promoción de la competitividad de la ciudad. Sin embargo, su utilidad
desborda este ámbito sustantivo. Esa dependencia mutua entre autoridades políticas y
empresarios se traslada también a cuestiones como la sostenibilidad ambiental, la cohesión
social, el transporte, la cultura y muchos otros asuntos públicos; entre ellos destaca el de la
seguridad pública, en el que la colaboración entre autoridades y empresarios para prevenir y
atajar fenómenos como la radicalización política violenta es crucial.
La necesidad de lograr fórmulas de concertación para hacer viables las políticas no se
agota incluyendo únicamente a las empresas, hay que buscar acuerdos también con otros
niveles de gobierno, con organizaciones no gubernamentales, con comunidades de vecinos,
con los hogares, etc. De este modo, la composición de cada régimen local puede variar de
forma sustancial de una política pública a otra. Cosa distinta es que existan también algu-
nos solapamientos entre los integrantes de diversos regímenes, dado que los mismos actores
e instituciones operan de forma simultánea en varios de ellos.
Los regímenes locales, tal como los presenta la teoría, no son instrumentos angelicales.
Debe subrayarse que presentan sesgos hacia los intereses y preferencias del sector privado
(Stone, 1989) y necesitan, para no escorarse demasiado y acabar dejando los intereses gene-
rales de la ciudad en una posición secundaria, cuando no preterida, de un liderazgo local
fuerte y muy capaz, entre otros requisitos.
Debe evitarse que los regímenes locales se conviertan en «máquinas de crecimiento», esto
es, en coaliciones de actores privados que maximizan su interés en contra de los de otros
grupos sociales, en particular de los vecinos, y de los intereses de la ciudad en su conjunto
(Logan y Molotch, 1987). Tras la burbuja inmobiliaria, por ejemplo, encontramos en opera-
ción poderosísimas máquinas de crecimiento, donde el poder político de distintos niveles de
gobierno durante sucesivos periodos parecía estar a su servicio. Esas máquinas de crecimien-
to nada tienen que ver con los regímenes locales de los que estamos hablando.
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La clave para una narrativa de las políticas urbanas está en el escenario —setting—, es
decir, en la forma en que se encuadra la situación y en la inluencia que ejerce ese marco en
las posiciones que se adoptan respecto a las soluciones y alternativas de política pública que
se presentan, los personajes que aparecen, su carácter, etc. Al variar el encuadramiento se
generan tramas ad hoc y moralejas a la medida.
Si una política o una operación urbanística se encuadran, exclusivamente, en términos
de su contribución a la competitividad de la ciudad, los actores principales son las autorida-
des y los inversores, que además son actores «buenos», positivos, que generan oportunidades
de negocio, empleo, riqueza, futuro, etc. La trama pondrá de relieve la dureza de la negocia-
ción, el «patriotismo» de los inversores —que bien pudieran haber elegido otra ciudad para
sus inversiones, claro está—, las cesiones «arrancadas» por el Gobierno a los privados en
favor del mayor interés de la ciudad, con lo que la moraleja, el proyecto aprobado por el Go-
bierno, es la solución lógica, clara, unívoca, deseable y apropiada. ¡Qué gran representación!
Sin embargo, si el marco de la narrativa se amplía y se incluyen otros referentes como los
aspectos relativos a la sostenibilidad ambiental y a la cohesión territorial y social —algo que
no es tan habitual—, los personajes cambian, aparecen rápidamente las externalidades ne-
gativas, los costes ocultos de estas operaciones y, lo más importante, la verdadera estructura
de ganadores y perdedores. Los «buenos» ya no son tan buenos, dejando ver con claridad
que gran parte del negocio se hace a costa de trasladar costes a los contribuyentes —actuales
y futuros—, de provocar nuevos desequilibrios en el tejido urbano de los que habrá que
ocuparse, de promover sectores con empleos de baja calidad, escaso valor añadido, etc., y,
sobre todo, mostrando que los beneicios se concentran mucho, en muy poco tiempo y en
muy pocas manos.
Desde el punto de vista de la gestión de políticas en las metrópolis globales, por mu-
cho que existan narrativas por políticas, hacen falta elementos comunes para todas ellas,
una suerte de discurso en torno al mainstreaming de políticas urbanas —competitividad,
sostenibilidad, cohesión social y territorial y buen gobierno—, de modo que la ciudadanía
pueda juzgar los proyectos, las acciones y las decisiones que se ventilan en la ciudad desde
un panorama de interés general, desde una perspectiva de gobierno de la ciudad, dejando en
evidencia cuán cerca o lejos se sitúan las posiciones de quienes promueven dichos proyectos,
acciones y decisiones, de lo que a todos conviene o, al menos, de lo que conviene a la mayo-
ría la mayor parte del tiempo.
Siendo importante dotarse de una narrativa de las políticas urbanas, lo es aún más contar
con un discurso global, político, sobre la propia ciudad y sus metas. Este elemento resulta
clave para aclarar su posicionamiento en la red de ciudades, diferenciarse, cooperar, etc. El
discurso sobre la ciudad y su comunicación adecuada ayuda al benchmarking entre ciudades,
a generar una marca de la ciudad —marketing de ciudad—. El líder local es el principal res-
ponsable de componer y difundir, como se ha dicho antes, un discurso integrado en torno a
la ciudad, sus políticas, sus anhelos, etc., que ayude a ordenar las expectativas de los actores,
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de los inversores y de los propios ciudadanos. Ese discurso debe permitir valorar verdadera-
mente qué se puede y debe esperar de una ciudad. Algo no estamos haciendo bien cuando
personajes como Sheldon Adelson y otros menos conocidos, pero tan poco recomendables
como aquel, han pretendido, han logrado y aún pretenden utilizar el espacio urbano de las
principales ciudades españolas para sus típicos proyectos de saqueadores globales, siempre
de la mano de grupos locales y a la sombra de operadores de los principales partidos polí-
ticos, por si faltaba algo. Sin una arquitectura discursiva bien integrada y que tenga efectos
pedagógicos, los ciudadanos quedan expuestos a mecanismos de participación, a discusiones
en la esfera pública, a debates en los medios sobre proyectos que afectan a su futuro que
están viciados de partida, manipulados por spin doctors de todo pelaje, por grupos de interés
que tratan de evitar el empoderamiento de los ciudadanos, haciendo pasar sus visiones de
la ciudad y sus políticas urbanas como las únicas viables, serias y responsables. Toda esta
arquitectura discursiva, pedagógica, que deiende el interés general, de ahora y de las gene-
raciones futuras, es una seña de identidad para un liderazgo local potente, estratégico, de
la ciudad. Sin un discurso claro sobre la ciudad y las políticas urbanas en los juegos de la
gobernanza, el líder local y el Gobierno de la ciudad está en la peor posición posible: la de la
miseria intelectual.
La composición del discurso sobre la ciudad, la narrativa de las políticas y, en conjunto,
una buena política de comunicación institucional para la ciudad no se improvisan. Hacen
falta más recursos para ello, expertos de área, gabinetes de comunicación profesionales, etc.,
que proporcionen al Gobierno los argumentos, los encuadramientos adecuados, los mensajes
oportunos y organicen su difusión a los distintos públicos que necesitan recibirlos.
(6) Representación, participación y rendición de cuentas: aspectos procedimentales de las políticas urbanas
El modelo tradicional de representación política local tiene el siguiente fundamento:
• Los ciudadanos expresan abiertamente sus necesidades y demandas.
• El ayuntamiento, como órgano de representación de la ciudadanía, adopta sus deci-
siones de política pública conforme a las preferencias de los electores.
• Y el alcalde y los concejales delegados de servicios, con el apoyo de la Administración,
ejecutan las políticas consecuentemente (Denters y Rose, 2005b).
En las ciudades de mayor tamaño, este modelo de democracia representativa se ha veni-
do complementando con mecanismos de participación, tanto territoriales como sectoriales,
donde los ciudadanos organizados a través del tejido de asociaciones locales, vecinales o
funcionales, canalizan sus demandas a las autoridades, reciben información de estas e inter-
cambian propuestas con el Gobierno local.
El modelo tradicional de representación política y de participación ciudadana sigue
vigente y, sin embargo, las relaciones de los ciudadanos con los Gobiernos locales están cam-
biando. Las formas tradicionales de participación política electoral y de partidos están en
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declive. Como regla general la participación electoral tiende a bajar y también desciende
la participación a través de instituciones como los partidos, los sindicatos, las asociaciones
vecinales, etc. La participación política convencional se resiente. Los ciudadanos buscan,
cada vez más, hacer oír su voz de forma directa, comunicar sus demandas a la autoridad
al margen de los canales electorales y asociativos. Desconfían de los intermediarios. Se ha
erosionado también su conianza en la autoridad, y buena muestra de ello son las cada vez
mayores exigencias en materia de transparencia y rendición de cuentas. Los ciudadanos no
solo otorgan importancia a los aspectos sustantivos de las políticas —esto es, a qué opciones
de política pública se adoptan y qué eicacia tienen las políticas en alcanzar sus metas—,
sino que valoran también los procedimientos a través de los cuales se llevan a cabo esas
políticas. De hecho, la presión por obtener explicaciones por parte del Gobierno se va tras-
ladando de los resultados que obtiene a los procedimientos que emplea. Esto es lógico: los
resultados importan solo a algunos —beneiciarios, perjudicados, etc.—, los procedimientos
nos importan a todos.
Este panorama obliga a renovar la democracia local reforzando la función representa-
tiva de las autoridades locales, tanto del Gobierno como de la oposición, para garantizar
una representación efectiva y responsable de las distintas sensibilidades e intereses de los
ciudadanos y un control más eicaz del ejecutivo local. La vía más directa para ello es que
los partidos cuiden sus élites locales, revisen los sistemas de reclutamiento y selección, los
procesos y programas de formación de candidatos que emplean y, lo más importante, los
sistemas para la renovación de los mismos, etc. Asimismo, la función de control al Gobierno
se facilita si se dispone de programas de gobierno detallados —no confundir con progra-
ma electoral— publicados y revisados de forma permanente, de modo que la oposición, los
periodistas y cualquiera que lo desee pueda ver qué se pretende hacer, qué se está logrando,
cuánto falta por hacer, etc., a lo largo de la legislatura.
Por otra parte, requiere también de la introducción de nuevos canales de participación
que complementen a los tradicionales, por ejemplo:
• Desarrollar sistemas que permitan incorporar la participación en las primeras etapas
del proceso de elaboración de las políticas, así como en otras fases de estas a través de
consultas, de la codecisión y la coproducción.
• Introducir diversas formas de democracia plebiscitaria, incluidas consultas populares,
ya sean en formatos tradicionales y/o electrónicos, estos últimos con las debidas reser-
vas y garantías y teniendo en cuenta los efectos de la brecha digital.
• Recurrir al empleo de encuestas representativas, grupos de discusión y otras técnicas
de investigación de mercados que ayuden a la participación directa de los individuos
sin la mediación de entidades ciudadanas.
• Promover los consejos de usuarios de servicios, las cartas ciudadanas, así como la
creación de grupos especíicos de participación de carácter territorial, funcional o por
servicios, más que de carácter indiferenciado (Denters y Rose, 2005b).
209
INVESTIGA
Por una parte, el empleo simultáneo de todas estas herramientas genera un problema
de integración de demandas de primer orden, que no es fácil de resolver y que pone de
maniiesto el hecho sustancial de que la democracia participativa debe entenderse como un
complemento de la representativa y no como un sustituto de aquella y menos aún como una
forma de evadir la responsabilidad de los representantes o, peor aún, como una herramienta
de manipulación deliberada.
Por otra parte, las formas más conocidas de participación siguen estando vigentes y las
nuevas no son más que herramientas adicionales para mejorar la calidad de la participación
allá donde sean necesarias. Ello obliga a planiicar y gestionar cuidadosamente la partici-
pación en cada caso, sopesando las metas que se persiguen —informar, escuchar o inter-
cambiar con los ciudadanos—, seleccionando los métodos más adecuados en función de los
objetivos, garantizando una participación equitativa y estimulando la participación de los
grupos en desventaja, siempre menos propensos a participar.
En otro orden de cosas, y en línea con la preocupación ciudadana por una mayor trans-
parencia, es imprescindible también reforzar los mecanismos de lucha contra la corrupción,
para prevenirla, detectarla y denunciarla. Los Gobiernos locales tienen en su mano desarro-
llar instrumentos como:
• Reforzar los códigos éticos y de comportamiento para las autoridades y los burócratas.
• Poner en marcha unidades antifraude que controlen el destino de las ayudas, subven-
ciones, etc., que distribuye la Administración local.
• Implantar sistemas de delación anónima que puedan emplear tanto los ciudadanos
como los propios empleados públicos.
• Registros públicos de contratos con empresas, de acceso lo más libre posible.
• Introducir registros exhaustivos de regalos y favores.
• Organizar y mantener un registro de cabilderos.
• Publicar las agendas diarias de los electos y los altos cargos, detallando con quien se
reúnen y por qué.
• Promover la introducción de nuevos tipos en el código penal, y que se tipiiquen
como acoso las presiones impropias a las que se ven sometidas las autoridades y los
altos funcionarios por parte de los privados en asuntos urbanísticos, en negociación
de contratos de servicios, etc. No hay corrupción sin corruptores.
Y por supuesto mantener todos los que ya se estén aplicando: registros de intereses, decla-
raciones de bienes a la llegada y a la salida, periodos de carencia para el desempeño de cargos
y funciones en empresas relacionadas con el cargo ocupado, etc.
Finalmente, la participación y la transparencia exigen de un considerable esfuerzo de
comunicación institucional para informar a los ciudadanos, alejado de la propaganda, como
corresponde a una ciudadanía crecientemente soisticada. La participación requiere de una
ciudadanía bien informada y educada donde la opinión pública pueda ejercer su papel de
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CIUDADANÍA Y SERVICIOS PÚBLICOS LOCALES. UN ESTUDIO EN LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS DE MADRID Y CASTILLA Y LEÓN
crítica autorizada95. La comunicación debe ser especialmente intensa con los sectores sociales
más vulnerables los cuales, en general, son menos propensos a participar. De hecho, una de
las principales fuentes de desigualdad que más diiculta la participación de los grupos en
desventaja es precisamente el déicit de información y la capacidad para procesarla.
10.4. Conclusiones
Por una parte, a lo largo de este capítulo hemos intentado caracterizar el entorno de los
Gobiernos locales, viendo más concretamente cómo los cambios en el contexto socioeco-
nómico de las ciudades afectaban a la gobernanza metropolitana, las políticas urbanas y
la gestión interna de los Gobiernos locales. Asimismo, hemos intentado identiicar algunos
de los principales instrumentos político-institucionales de los que disponemos para lidiar
con los desafíos que plantea ese entorno. Desde luego, el contexto socioeconómico de las
ciudades es más complejo y está caracterizado por más transformaciones de las que hemos
seleccionado. Por otra parte, los impactos de esos cambios tienen más ramiicaciones de las
aquí contempladas y la relación de los instrumentos mencionados tampoco es exhaustiva.
Ahora bien, creemos que se puede convenir en que tanto los cambios señalados, como sus
impactos y los instrumentos político-institucionales abordados son de carácter estratégico,
afectan al menos a los Gobiernos de las ciudades de los sistemas democráticos y forman
parte de tendencias de larga duración. Ninguno de ellos es nuevo, los venimos experimen-
tando desde hace tiempo y, a la par, son actuales y seguirán formando parte de la agenda
de las ciudades en un futuro próximo. De hecho, la teoría y las investigaciones que aquí se
sintetizan vienen dando oportuna cuenta de ellos desde hace décadas.
La parte del estudio a la que hemos querido dar más énfasis es la relativa a los instru-
mentos político-institucionales; en este sentido, el trabajo presentado tiene tanto un carácter
positivo como normativo. En ocasiones, la teoría de la Administración pública realiza pres-
cripciones a partir de una selección de los comportamientos que observa en los adminis-
tradores de los asuntos públicos. A ello no hemos podido sustraernos en este trabajo. La
cuestión, para no caer en la crítica de los proverbios de la Administración (Simón, 1946) ge-
nerando una suerte de principios universales del buen gobierno de las ciudades96, es disponer
95 Sobre el papel de la opinión pública como crítica autorizada véase Wilson (1887). No deja de resultar
sorprendente que desde los estudios de Administración pública cada vez se preste menos atención al
papel y gestión de la opinión pública, cuando este ha sido uno de los temas recurrentes de los estudios
de Administración pública en trabajos clásicos, como puedan ser, además del artículo fundacional de
Wilson, el manual de White (1926) o el libro de Simon, Smithburg y homson (1950).
96 De hecho, de universales no tienen nada: ¿cuántas grandes ciudades disponen de un liderazgo local como
el aquí recomendado? y ¿cuántas de ellas han dispuesto de él de forma prolongada? Más bien se trata de
instrumentos contingentes que difícilmente se presentan de manera simultánea y, más raramente aún, de
forma duradera.
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INVESTIGA
de algún criterio que nos informe sobre la validez de los comportamientos prescritos. Ese
criterio no puede ser otro, si se nos permite parafrasear a Bozeman, que el de determinar
el grado en que los valores públicos están teniendo éxito o están fallando. Nos alineamos
así con la propuesta de gestión pública de este autor, que toma como punto de partida los
valores públicos, siendo el ideal del interés público su objetivo inal (Bozeman, 2007). En
última instancia buscamos una gobernanza urbana exitosa en la promoción de los valores
públicos y en el interés de la ciudad o, al menos, en la que el mercado y el Estado cometan
menos fallos públicos.
Se trata de instrumentos contingentes que difícilmente se presentan de manera simultá-
nea y más raramente aún, de forma duradera.
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CIUDADANÍA Y SERVICIOS PÚBLICOS LOCALES. UN ESTUDIO EN LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS DE MADRID Y CASTILLA Y LEÓN
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