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Modesto plan de paz para Euskal Herria con algunas

ideas básicas sobre el tema de su eventual


independencia, escrito por un dramaturgo

Alfonso Sastre | Escritor

Toda titulación mía para la escritura de este breve y ambicioso plan se reduce al hecho
de que el uso continuo y prolongado de nuestro oficio acaba haciendo de los
dramaturgos «expertos en conflictos», sobre todo familiares y sociales, pero también
históricos y políticos. A eso se limita, digo, toda mi autoridad para escribir esta
propuesta de paz para el País Vasco, Euskal Herria.
Yo pienso que un plan veraz y verificable para que esa paz, por la que ya se oye, aunque
sea silencioso, un gran clamor, sea efectiva, sólo puede partir de que se establezca por
unos poderes públicos, hoy vigentes, pero quizás «iluminados» por un recuperado
pensamiento verdaderamente progresista, la mera posibilidad legal, democrática, de
que los territorios vascos hasta hoy administrados por los estados español y francés
pudieran constituirse algún día, si la voluntad de los ciudadanos vascos llegara a
expresar esa voluntad, en un Estado nuevo e independiente. Nada más, pero también
nada menos que eso.
Circunscribiendo ahora la cuestión a España, se trataría de que esos sectores de
vanguardia de la Administración española decidieran apostar por la reescritura del o de
los pasajes reformables (ahí llegaría el turno y la tarea de un «pensamiento
constitucional») de la actual Constitución Española, para retirar de ella el carácter
metafísico –poco menos que sagrado– de la actual Unidad de España, y la garantía
armada (policíaca y militar) de esa unidad metafísica; y, en fin, la consiguiente apertura
a otras formas (democráticas) de «unidad política», pues la paz que reclamamos los
ciudadanos para ya mismo no comporta la rotura de nada; formas que se pueden estimar
próximas o emparentables con las vigentes hoy en países como Suiza, Alemania o el
Reino Unido.
El dramaturgo sólo con su imaginación dialéctica puede pasar de aquí, y han de ser
algunos políticos abiertos e inteligentes y algunos pensadores constitucionalistas quienes
–con el apoyo popular correspondiente en España– puedan proceder a esa reescritura,
que comportaría una Reforma Constitucional; la cual es una conditio sine qua non de la
anhelada paz; a una reforma, digo, de esos aspectos metafísicos y armados (policíacos y
militares) de la actual Constitución. Para establecer que esa reforma sea una condición
necesaria para la suspensión definitiva de las acciones armadas de ETA me baso en que
esa condición se desprende de la lectura de sus comunicados, o, al menos, de su
interpretación dramatúrgica.
La amnistía para todos los presos políticos y el cese de la lucha armada revolucionaria
(que en su nivel operativo actual está procurando, no dudo que contra la voluntad de
quienes la practican, alimento social a las ideas españolas más conservadoras y

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retrógradas) serán momentos esenciales de este proceso de paz escrito por un modesto
dramaturgo.
En este texto, como se verá, hemos recuperado del acervo de la lengua castellana el
término «confederanza» para aplicarla aquí a las naciones hoy existentes, tres de las
cuales son negadas como tales por los sectores españoles más reaccionarios, portadores
aún del viejo y polvoriento estandarte del Imperio español y de su pretérita y añorada
«grandeza». Podría decirse que los tatarabuelos de los actuales militantes de la derecha
española declarada son los Reyes Católicos. Esta «confederanza» comportará ya la
existencia, en su marco político, de Estados soberanos. Pero hagamos, antes de seguir, la
siguiente observación, quizás un tanto petulante, en la que me temo que se le vea un
poco o un mucho el plumero a la vanidad propia de las gentes de teatro: Yo pienso que
todo lo que no sea seguir, al menos aproximadamente, el calendario que voy a proponer
será mera palabrería y, como se dice popularmente, «mear fuera del tiesto».
He aquí nuestra Hoja de Ruta, que se desarrolla, cronológicamente, en dos fases, a
saber: El primer momento de la primera fase –el momento fundamental y
fundamentante– ha de ser, como queda dicho, una breve y sustanciosa «reforma
constitucional», que comportaría una reescritura de unas líneas de la Constitución
española de 1978.
En el segundo, por una parte se produciría un «adiós a las armas» (no un «hasta luego»)
de ETA; y, por la otra parte, una Amnistía para todos los presos políticos y de
intencionalidad política («terroristas» en el lenguaje policíaco y judicial, usual de la
prensa).
Habría empezado, venturosamente, la paz, y esa fecha se escribiría con letras de oro.
En la segunda fase –¡ya en paz!– se desarrollaría un gran debate político con vistas a la
legalización de la existencia en los territorios del Estado español de cuatro naciones,
una mayor, España, y tres menores, Euskal Herria, Països Catalans –con un subdebate del
más alto nivel entre Catalunya, Valencia y Baleares, asesorado por especialistas,
asimismo del más alto nivel– y Galiza, que hoy forman partes provinciales del «Reino de
España», ello, contra toda congruencia, al mismo nivel que provincias inequívocamente
españolas como Murcia. Será el momento de corregir esta chapuza teórica y práctica
posfanquista.
En el siguiente momento –y ya estamos poniendo a prueba nuestra anunciada
«imaginación dialéctica»– se establecería al fin esa «confederanza», para lo cual no
habría que esperar a la proclamación de una República, pues el «Reino de España», a
pesar de todas sus limitaciones, podría asumir esta trascendente responsabilidad
histórica. En esta «confederanza», las tres naciones menores figurarían ya con la entidad
de «Estados soberanos».
Ello no significaría, como aseguran patéticamente las Derechas neo-franquistas, la
«ruptura» («España rota y roja») ni la «liquidación de España y de su glorioso pasado»,
sino justamente su verdadero engrandecimiento hasta el nivel histórico que al gran
poeta peruano César Vallejo le hizo exclamar desde lo más profundo de su corazón:
«niños de España, si España cae –digo, es un decir–, ¡cómo vais a cesar de crecer!».
(Palabras que, desgraciadamente, fueron proféticas). España, digo, alcanzaría una
verdadera grandeza sobre una superficie territorial más reducida; una grandeza
antifascista que la elevaría al rango de «creadora de justicia» y «patria de las
libertades» en la Península Ibérica, en la que convivirían a partir de entonces, ojalá
fraternalmente, cinco estados libres, contando naturalmente con la hermana República

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portuguesa.
Es evidente que hasta ahí no podrá llegar el actual «Reino de España», con su rey
borbónico-franquista, y que para entonces habrá llegado el trascendental momento de
plantear la «cuestión republicana» en ese proceso de progresión hacia los nuevos
tiempos: el magno momento de la proclamación de una tercera República española, por
la que ya se está trabajando, y tres pequeñas repúblicas que hoy son regiones periféricas
de España, y con ello la ocasión del arrumbamiento, por fin, de un sistema anacrónico –
monárquico– y que tan sólo ha sido parcheado de «demócrata» y «constitucional».
Habría llegado al fin, decimos, el momento de iniciar una gran empresa histórica, que
sería acometida bajo la denominación política, que aquí queda propuesta, de
Confederanza de Repúblicas Ibéricas. (Algún día habrá que hacer todo esto, pero ya hay
que hablar claramente de ello; y eso es lo que yo estoy intentado hacer en estas
páginas).
Por fin, habría quedado abierta la posibilidad de que alguno o todos estos estados
accedieran a una definitiva independencia –repúblicas soberanas–, si así lo reclamara la
voluntad popular de los ciudadanos vascos, catalanes o gallegos, que entonces se
vincularían a España de un modo o de otro, en virtud de los tratados que se suscribieran
entre las partes. (Es de recordar que el «Estado de las Autonomías» actual no es otra
cosa que una descentralización administrativa y además, como ya se ha dicho,
homogeneizadora de lo evidentemente heterogéneo, y en realidad sólo aceptable, y con
muchas reservas y matices, para las anteriores «regiones y provincias españolas», que
sólo reclamaban en algún caso cierta autonomía para su administración. La idea infame
del «café para todos» recuerda un episodio que no dice nada a favor de la inteligencia
de quienes perpetraron ese grave percance de la razón histórica).
En cuanto a la República vasca, en las circunstancia futuras que hoy estamos
prefigurando, se abriría ante ella –siempre en el marco de la voluntad popular– la triple
tarea que la conduciría a la reunificación (en siete provincias), la completa
euskaldunización, y el socialismo en su nuevo cuño, a la altura de los tiempos.
Digamos para terminar:
Arriba la paz. Abajo la pacificación. La paz es necesaria, urgente y posible, aunque, hoy
por hoy, para los gobernantes de España, la reclamación ferviente y sincera de la paz
sea, como hasta hoy lo es, una idea subversiva. La paz, para serlo verazmente –para ser
propiamente paz–, tiene que ser algo radicalmente distinto que un «cese de la violencia»
por medio de una «pacificación» armada –una paz a tiros–, empresa policíaca que en
este caso se ha evidenciado inútil a lo largo de muchos años, de modo que ha quedado
claro una vez más que los hechos tienen la cabeza dura, y que en este país es cierto que
padecemos un serio conflicto político y no las gratuitas acciones de una errática banda
de guerreros idealistas o –como siguen afirmando las derechas españolas desde su
fanatismo «patriótico»–: de «una banda de asesinos sedientos de sangre siempre
deseosos de matar a su prójimo, que es lo único que saben hacer». Ciertamente hay que
partir de la realidad para plantear y tratar de resolver los grandes conflictos que en ella
se producen. El conocimiento de esta gran verdad forma parte de nuestro oficio
dramatúrgico, y a ello me he referido al principio.
P.S. para nuestra esperanza.
Un Partido Socialista Obrero Español renovado y audaz, en la línea que parece haber
iniciado, aunque tímidamente, el Partit Socialista de Catalunya, podría acometer (en
ausencia de una Izquierda Unida o una Corriente Roja u otras organizaciones de

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izquierda revolucionaria que en España tuvieran el respaldo popular y la fuerza
necesaria para ello, pero deseablemente con el apoyo de todas estas fuerzas) esta
trascendente y benemérita empresa histórica en la que el socialismo español recuperaría
–y además gloriosamente– su perdido y maltrecho prestigio. En tal caso, el comienzo de
este venturoso camino hacia la paz se produciría en una mesa de negociación entre, por
un lado, un PSOE liberado de su vergonzante dependencia del PP y, por otro,
representantes de una «izquierda abertzale» no por ilegalizada menos legítima.
Aquí acaba mi modesta aportación a este magno proyecto. Otras veces me he ofrecido
también –y ahora reitero ese ofrecimiento– para contribuir de cualquier modo a las
conversaciones iniciales, aunque nada más fuera como «señora de la limpieza» de la
habitación en la que se reúnan los especialistas ad hoc, dado que, al fin y al cabo,
hablando en serio, yo no soy más que un poeta muy preocupado y algo pensativo.

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Caminos de libertad: sobre lo posible y sus ritmos (I)

Alfonso Sastre | Dramaturgo

Prefacio o postfacio. Este pequeño prefacio es, en realidad, un postfacio porque lo


escribo después de haber escrito los dos artículos (I y II) que ahora doy a GARA. «Algo se
mueve, ¡aleluia!», es la exclamación que podría resumir mi ánimo de hoy a la hora de
escribir esta presentación.
Contra mi hipótesis de un posible PSOE de nueva factura -o de un partido socialista
renovado que surja en sus filas- se alzan, ya lo sé, los berridos «nacional-españoles» que
siguen emitiendo, y ahora han reiterado, los rubalcabas y sus consortes en el poder que
impiden escuchar las voces de muchos socialistas inteligentes y honestos, algunos en los
niveles dirigentes y muchos en sus bases, aunque unas pocas de esas voces, más o menos
tímidamente, ya empiezan a oírse y a mí me gustaría que también a ser oídas.
Cuando escribo esta nota (7 de setiembre, 2010), en el campo de la izquierda acaban de
aparecer opiniones clarividentes que llegan de sectores tan distintos como el que ocupa
Brian Currin en el campo mundial y el que ocupan honestos periodistas que ya gozan de
gran prestigio como las de Iñaki Iriondo y Floren Aoiz; opiniones estas dos, publicadas
también en GARA, que yo suscribo en su totalidad, la primera en cuanto que es una feliz
sátira de la consigna preprogramada de la «insuficiencia» del reciente comunicado de
ETA; y la segunda en cuanto que es un desvelamiento de las interioridades reales y
verdaderos objetivos, no confesados, de la «guerra antiterrorista» (condenas incluidas)
que el Poder quiere «vendernos» y que las personas honestas e inteligentes, que por
serlo no comen en ese pesebre ni en ningún otro, se niegan lógicamente a «comprar». Yo
añadiría mi propia exclamación a esas propuestas de «guerra contra el terrorismo»
enmascaradas de fervientes apuestas por la paz; y esta exclamación sería muy sencilla:
«¡A otro perro con ese hueso!», porque muchas de esas gentes que se presentan con aire
de inocentes humanistas deseosos de paz, la verdad es que sienten muy poco entusiasmo
por aportar su granito de arena a esta gran tarea de la paz, y hasta se diría que lo que
sienten es una gran inquietud, y hasta terror -¿hay un «terrorismo de la paz»?, ¿la paz es
una noción terrorista?- ante la posibilidad de que la paz llegue a ser un hecho que acabe
con su chiringuito político actual. Sin embargo están ocurriendo cosas importantes en la
línea de que se abran caminos para las nuevas libertades. Y vamos a nuestros artículos,
que empiezan así:
Estaba yo meditando aún sobre el tema de mi reciente «Modesto Plan de Paz», publicado
en GARA, cuando he recibido una breve carta que me ha hecho reconsiderar algunos
matices de este problema. El autor de este mensaje es un patriota vasco a quien tengo
en gran consideración, entregado durante toda su vida a tareas intelectuales y políticas
que apuntan hacia el objetivo de la libertad de su país; y en él valora muy positivamente
mi Plan, advirtiendo, eso sí, la ironía que pueda observarse en mi planteamiento. Ello
me mueve a estimar la importancia que tienen esos matices para evitar que lo que haya
de ironía en mi escrito pueda inclinar a cierto escepticismo que puede darse si nos
planteamos como objetivamente insalvable y resistente a todo cambio el actual
«cerrilismo» de la mayoría de los ciudadanos españoles que tienen voz y voto, con
quienes habría que contar, claro, para que pudiera ponerse en marcha nuestro Plan

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sobre el llamado «problema vasco» que, en realidad, como ya se ha dicho lúcidamente
hace tiempo, es «un problema español», y muy complejo ciertamente. ¿Es una fantasía
pensar que en España puede «surgir» y desarrollarse un planteamiento autocrítico y
radical en esa línea? Ciertamente ese «cerrilismo» parece, hoy por hoy, una posición
cerrada y mayoritaria de la población española, de manera que nuestro Plan quedaría
abortado ab initio, y, de ser así, ¿para qué seguir lucubrando sobre ello?
Pero vamos a lo que vamos; y es que resulta que se puede tener alguna confianza en que
se produzcan hechos tan inesperados y hasta «imposibles» como los que tendrían que
darse para que nuestro Plan se pusiera en marcha, y que las voluntades populares vasca,
catalana y gallega digan claramente lo que tengan que decir para que una situación tal
salga a la luz y entonces estas tres naciones administradas (dos de ellas básicamente,
desde hace mucho -se diría que «desde siempre»-, por los estados español y francés)
puedan alcanzar en un futuro más o menos previsible su soberanía plena, o sea, su
independencia, que siempre será «relativa» porque la realidad de la Historia es un juego
de «relaciones» de una índole o de otra.
Volviendo ahora a lo del cerrilismo, es decir, al pensamiento «cerril» que Lenin definió
como el «chauvinismo de gran potencia», la base teórica de mi Plan reside en el hecho,
que creo fácilmente verificable, y ya verificado por el marxismo («materialismo
histórico»), de que en la Historia y en la Naturaleza se producen «saltos» («salto
cualitativo»), a pesar de que Leibniz afirmara, y además lo dijera en latín, que «natura
non facit saltus».
Refiriéndonos sólo a episodios históricos próximos en el espacio y recientes en el tiempo,
encontramos ejemplos que documentan lo que estamos diciendo; de manera que se
puede pensar seriamente que en España puede «nacer», si no es que está naciendo ya,
una pléyade de nuevos líderes para una izquierda española renovada, incluyendo en ella
a un PSOE que superara sus actuales vergüenzas y dependencias de las derechas más
recalcitrantes, y que entonces sería capaz de aceptar y asumir la necesidad de proceder
a una reforma de la actual Constitución española (que fue escrita bajo el temor a los
espadones del franquismo), lo que haría posible la paz, «hoy imposibilitada pero no
imposible». El «chauvinismo de gran potencia» es en Francia tan o más cerril que el
español, y sin embargo en su marco el General De Gaulle -un gran espadón y muy de
derechas, pero inteligente- renunció a imponer la «pacificación» de aquellos territorios
y fue capaz de abrir paso a la paz entre Argelia (la nación argelina, su pueblo) y Francia,
a pesar de los berridos de esa «pacificación», que vociferaban «Algérie française». En
cuanto al PSOE, podemos recordar, en honor a su memoria, la herencia de Pablo Iglesias,
que supo -y lo hizo- analizar correctamente el conflicto en Marruecos, y los intereses
«españoles» implicados en él.
Sobre el tema de la posibilidad de ciertos procesos históricos ha sido notable un artículo
firmado por Txetxu Aurrekoetxea, de EA, en este mismo diario, en la misma fecha que
mi Plan, y titulado «Una declaración de paz sería posible», afirmación que es muy
cierta, con la única condición -y ahí puede residir el problema- de que las formaciones
de la izquierda abertzale, que nunca han perdido su legitimidad, recuperen su legalidad,
para lo que, así mismo, habría que superar el obstáculo del cerrilismo al que antes nos
hemos referido.
Así pues, esa declaración es posible, en efecto, una vez resuelta su condición política
previa -un Parlamento con la suficiente presencia independentista-; y entonces esa
declaración se enfrentaría seguramente a un proceso que habría de conducir o no, según
las leyes democráticas (en el caso, cada vez más raro, de que éstas fueran respetadas

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por el «Poder democrático»), a la independencia de estas naciones hasta hoy
«provincializadas». Aquí, en el mejor de los casos, viene a cuento el tema de la
distancia que, históricamente, se produce entre las «declaraciones» de independencia
(«Gritos» en la terminología cubana del siglo XIX), y la instauración de esa
independencia en la realidad histórica. Por ejemplo, en Cuba, entre el «Grito de Yara»
(Céspedes), sin duda glorioso, y la independencia de Cuba con relación a España,
pasaron treinta años, y eso con el apoyo militar estadounidense y en tiempos en los que
el viejo Imperio español se había desmoronado y el Estado español, exangüe, era poco
más que un recuerdo ruinoso del pasado.
Ahora por cierto se está conmemorando el Bicentenario de los «Gritos» que se dieron -de
las declaraciones de independencia que se hicieron- en la América Latina por la
independencia de aquellos países, y es de recordar que Bolívar estimó como primera
declaración de independencia de aquellos países la carta que en el siglo XVI le escribió
Lope de Aguirre al Rey Felipe II en el siglo XVI. Hasta los menos estudiosos de estos
temas sabemos que entre las «declaraciones» de hace unos doscientos años y las
independencias respectivas hubo procesos de lucha muy largos y muy complejos.

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Caminos de libertad: sobre lo posible y sus ritmos (y II)

Alfonso Sastre | Dramaturgo

En la cuestión de los tiempos -de los ritmos- en que se desarrollan los procesos de
libertad, yo creo, a pesar de lo dicho, que no ha de verse como un fatalidad que estos
procesos hacia una mejor situación («la libertad») tengan que producirse lentamente en
el curso de generaciones.
Los plazos tan largos que alimentan la funesta idea de la «imposibilidad» de los nuevos
tiempos han sido frecuentemente el fruto podrido de los problemas internos que surgen
no por la acción de las fuerzas opresoras exteriores sino por las divisiones y las rencillas
que oponen a los oprimidos unos contra otros. La unidad de los pueblos hubiera acortado
mil veces esos plazos largos y deprimentes, incluso desesperantes. En el caso de Irlanda,
el gran escritor y patriota Jonathan Swift tuvo que sentir una y otra vez más cólera
contra sus compatriotas que contra los ingleses dominadores de su patria por esa razón,
y esto no ocurrió ayer, porque recordemos que él vivió entre 1667 y 1745. ¿Cuántos años
han pasado desde entonces? ¿Cuánta sangre ha corrido en Irlanda, y todavía no ha
cesado de correr, en un proceso que todavía no está terminado en el norte de Irlanda?
Pues bien, ese largo proceso irlandés no fue tan largo porque exista una ley histórica que
lo determine así, sino que fueron los propios irlandeses (ya sus líderes, ya sus bases, ya
una articulación de lo uno y lo otro) los responsables, en gran parte, de muchas de sus
desventuras y de aplazamientos de sus libertades, hasta el punto de que se produjera la
imagen pesimista y falsa de que la independencia de Irlanda era una tarea imposible,
cuando la verdad era que la posible solución de los problemas siempre estaba a mano:
en la asunción de una «unidad popular» operativa para la liberación; unidad que
respetara, claro está, las legítimas diferencias existentes, entre ellas nada menos que la
existencia de las clases y la importancia de su lucha. Ahora, tratando del caso de Euskal
Herria, que a nosotros nos preocupa de modo muy especial, resulta que,
paradójicamente, un gran obstáculo para conseguir esa soberanía reside, además de en
el «cerrilismo español» desde luego, en el carácter acomodaticio y oportunista del PNV
que, ciertamente, es un gran obstáculo para la unidad de los vascos por su
independencia. Y conste que admiramos a grandes patriotas que ha producido y produce
esa formación política, como el grande e inolvidable Telesforo Monzón, y otros vivos y
activos hoy, cuyos nombres no voy a traer a colación aquí pero en los que habita y
gravita gran parte de nuestra actual esperanza.
En el campo del pensamiento, está pendiente -que yo sepa- un gran debate sobre la
noción de «utopía» y su relación con la de «posibilidad». La base de ese debate será,
supongo, una crítica científica, dialéctica, de realidades hoy históricas que en su día se
estimaron como imposibilidades metafísicas, absolutas (hoy se hablaría de su «no
sostenibilidad», que es una máscara actual de posiciones «posibilistas» reductoras de
una posible grandeza del futuro como la que se proclama cuando se dice hoy que «otro
mundo es posible»). Eran, pues, posibilidades que se negaban como si fueran
«imposibles» cuando, en realidad, estaban «imposibilitadas», 1) ya por el estado de la
ciencia y la técnica en cada momento, 2) ya por los intereses económicos de los
capitalistas encaramados en el Poder. (Ejemplo de lo primero: el vuelo de grandes

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máquinas más pesadas que el aire cargadas de viajeros. Ejemplo de lo segundo: la
jornada de trabajo de ocho horas).
En suma, puede decirse ya que hay mucho menos «imposible» de lo que parece y que se
acepta como tal. Las nuevas nociones de Utopía son aperturas del campo de la
posibilidad, hasta hoy injustificadamente reducido cuando se denunciaban los errores
propios de un subjetivismo desmedido poniendo en contra un pensamiento «objetivista»
que en realidad comportaba una gran reducción de las verdaderas virtualidades de la
«realidad actual» en cada instante.
Así es que hoy se puede trabajar razonablemente en campos antes prohibidos como
«utópicos» en el sentido peyorativo que entonces se daba a la palabra utopía desde un
«cientifismo» no sometido a crítica. Ahora ya se sabe que con frecuencia «lo imposible
de hoy es lo posible de mañana y lo real de pasado mañana», y ello es más evidente aún
cuando eso que se presenta interesadamente como «imposible» se fundamenta en una
tercera «razón», la menos razonable de todas: 3) la mística de ciertas ideas cerriles
como, en nuestro caso, la de «la sagrada unidad de España».
Sobre dos recientes episodios. Nuestro tema viene tomando gran cuerpo durante los
últimos años, y hay pasos en ese sentido muy recientes como estos dos:
1.- Un comunicado del «tándem» izquierda abertzale-Eusko Alkartasuna, que salió a la
luz, al parecer, a través de una filtración pero cuyo contenido no se desmiente. En él se
pide o se va a pedir a ETA que declare «una tregua permanente y verificable»
internacionalmente, sobre unas condiciones «mínimas», en las que, por ejemplo, la
amnistía para los presos políticos se reduciría a un acercamiento de esos presos a
prisiones cercanas al domicilio de sus familias. [Sobre el tema de lo que se puede
«ceder» en esta situación por parte de la izquierda abertzale, ello está bastante claro
en una respuesta que a Carlo Frabetti (que lo ha referido en su artículo de GARA «La
transición vasca») le ha dado «un miembro de Batasuna». La pregunta se concretaba en
la cuestión de «hasta dónde estaban dispuestos a ceder», y la respuesta se produjo con
estas certeras palabras: «Cederemos en la medida en que las circunstancias nos indiquen
que podemos ceder sin renunciar a nuestros objetivos». A Frabetti le parece que estas
palabras contienen «todo un programa político» y que éste es «el único deseable, el
único posible». Yo acabo de definir mi propia posición al considerar «certeras» estas
palabras].
2.- El último comunicado de ETA a través de la BBC y GARA (*). A mí este comunicado me
ha parecido muy positivo, pero estimo que no es todavía el gran «Adiós a las armas» al
que yo me he referido en mi «Modesto Plan». A estas alturas me gustaría saber si ha sido
acertado por mi parte atribuir a ETA que la condición para que ese «Adiós-y-no-hasta-
luego» se produjera tendría que darse, como yo he inducido de mis lecturas de sus
comunicados en los últimos tiempos, una reforma constitucional como la indicada en mi
Plan. Que ETA se manifieste hoy sobre este punto concreto me parece muy importante
para que se arroje una buena luz sobre la doble cuestión de la posibilidad de un feliz
desenlace del conflicto y, en definitiva, sobre los posibles ritmos del proceso en sus
distintas fases.
Epílogo. Cuando escribo estas últimas líneas prolifera la resonancia que ha tenido, que
está teniendo, la última declaración de ETA, y creo que empieza a abrirse paso, (mal
que bien, en determinados sectores del Poder más o menos distantes de su cumbre, en
la que habitan tristes figuras como las de Zapatero -que «amenazó» con ser otra cosa-,
Rubalcaba o Ares), un nuevo espíritu que podría renunciar definitivamente a las

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exigencias dogmáticas del viejo cerrilismo y arribar a cierta recuperación de la herencia
de lo que la derecha llamó siempre la «anti-España» (que éramos nosotros, españoles
malditos); anti-España que supo manifestarse con vigor en doctrinas altamente
humanistas y antiimperialistas avant la lettre, como el «Derecho de Gentes»; o que
denunció en su momento valerosamente, como lo hizo el gran Bartolomé de las Casas,
«la destrucción de las Indias» por los conquistadores españoles de América.
La solución del actual conflicto, que parece interminable, tendría que contar,
efectivamente, con esta «agitación de la vida española» (Unamuno), que haría volver a
esta caricatura que hoy es España por las rutas que en determinados momentos fueron
sus verdaderos «timbres de gloria». Porque España -¡qué duda cabe!- es la horrenda
figura del Duque de Alba y su Tribunal de la Sangre, pero es también la del celeste poeta
que fue San Juan de la Cruz, y -¡cómo no!- la de aquel miliciano medio analfabeto que
(como nos contó César Vallejo en su libro «España, aparta de mí este cáliz») «solía
escribir con su dedo gordo en el aire: Biban los compañeros».
(*) Nota de la redaccción: Tal y como se citaba en la primera parte, el artículo fue
escrito el 7 de setiembre y, por lo tanto, el comunicado de ETA referido como último es
el del día 5 de este mes.

[Artículos publicados los días 22 de agosto de 2010, 20 de septiembre de 2010 y 21 de


septiembre de 2010 en el diario “Gara” de Donostia (Basque Country)]

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