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Generación del 98

Contexto histórico

Ramiro de Maeztu, retrato de Ramón Casas.

Los años comprendidos entre 1876 y 1898 son de hastío creativo debido al proyecto de la
Restauración de Cánovas durante el reinado de Alfonso XIII. Cuando España pierde en 1898 las
colonias la sociedad vuelve a poner el dedo en la llaga de la Revolución de 1868 (Revolución de
la Gloriosa). La literatura del realismo se halla anquilosada y, pese a su estabilidad, la vida
política se encuentra corrompida por la oligarquía, el caciquismo y el régimen de turno de
partidos, que se está descomponiendo en banderías internas en el seno de los grandes
partidos progresista y conservador, mientras que un tercer gran partido, el democrático,
permanece marginado y ninguneado por el reparto canovista del poder. Las perspectivas
profesionales de los escritores noventayochistas habían alcanzado su cima (o estaban
haciéndolo). Los más viejos se acercan a la edad de Galdós y los más jóvenes a la de Unamuno.
Esto significa, en contraste con la generación del 98, que se habían formado espiritualmente
en los tiempos de la Revolución de septiembre.

Lo importante de considerarlos en conjunto es el hecho de que han vivido dos épocas


emocional e intelectualmente distintas.

La revolucionaria: efervescencia ideológica, afán de reforma y confianza en la virtud correctora


de los programas políticos.

La restauradora: atonía de los espíritus, el apocamiento con que se abordan ineludibles


problemas, la sospecha que inspira toda idea de cambio y la creciente desconfianza en la
política vigente.

Se trata pues de hombres doblemente engañados ya que vieron fracasar dos estructuras
políticas de cariz contradictorio (Revolución y Restauración). De estos dos experimentos
políticos los intelectuales del 98 sacaron una misma conclusión: la urgencia de buscar en zonas
de pensamiento y actividad ajenas a la política los medios de rescatar a España de su
progresiva catalepsia [muerte aparente].

La primera repulsa intelectual tuvo lugar en los albores de la Restauración. En 1876 Francisco
Giner de los Ríos funda la Institución Libre de Enseñanza. Su tarea constituye el repudio
indirecto de la enseñanza oficial, probadamente ineficaz e insuficiente en aquella época, y
sujeta a la agobiante tutela de los intereses políticos y religiosos.

Se planteó entonces el problema de la personalidad histórica de España (así como lo hiciesen


en Francia poco antes tras la derrota de Sedán). Unamuno estudió el casticismo, Ricardo
Macías Picavea la «pérdida de la personalidad», Rafael Altamira la psicología del pueblo
español, Joaquín Costa la personalidad histórica de España…
Análogos europeos

Los autores noventayochescos tienen evidentes paralelos europeos:

El quietismo de Unamuno remite a los problemas vividos por André Gide.

El teatro galaico de Valle-Inclán parece resonar en el teatro irlandés de los años 20.

Azorín reúne la sensibilidad reaccionaria para el pasado cultural (típica de Italia) y teatral.

El periodismo en tanto práctica literaria habitual y la condición intelectual en tanto talante


personal desarrollan una nueva modalidad ensayística, ajustada a una temática en la que la
evocación o lo confesional enmarcan temas de reflexión muy característicos.

La crisis de la novela o del teatro son vividas con peculiar intensidad en la nivola unamuniana,
el desmoronamiento del relato en Azorín o por la peculiar teoría narrativa de Baroja.

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