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Paulatinamente se fueron evidenciando las limitaciones y disfuncionalidades de tal

legislación por lo que el Estado, por realismo político,1 comienza a dejar atrás al
período de prohibición dando paso a lo que se ha denominado como el período de
tolerancia del fenómeno sindical, iniciado con la aprobación en 1824 de la
1Ya que sino, en gráficas palabras de De la Cueva (1981: 250), «el Estado se habría transformado
en una gran colonia penitenciaria» al sancionar y excluir a un numeroso colectivo de sus
ciudadanos por el sólo hecho de buscar defender sus intereses económicos y sociales ante la
abstención estatal en tal terreno.
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Capítulo 1. Breve reseña histórica
Combination Laws Repeal británica, que derogó las antes mencionadas Combination
of Workmen Acts y eliminó las prohibiciones y penalizaciones que atenazaban a la
libertad sindical, dejándola en el plano de las conductas aceptadas aunque no
promovidas, en aplicación del principio de que lo que no está prohibido está
permitido. La segunda mitad del siglo XIX traerá consigo las principales normas
europeas dirigidas a despenalizar el fenómeno sindical (Francia en 1864, Alemania
en 1869, Italia en 1891); abriendo de este modo una etapa de transición que
culminaría en el último período de la evolución jurídica de la libertad sindical: su
reconocimiento como derecho por el ordenamiento jurídico a partir de la Trade
Union Act inglesa de 1871.
El fundamento de esta espectacular evolución jurídica, que -como se ha visto- ya
en 1917 alcanzaba el máximo rango jurídico en la Constitución de Querétaro,
radica en la idoneidad de la actuación organizada de los trabajadores para, en
primer lugar, equilibrar la desigual relación existente entre los asalariados
individualmente considerados y el empresario (función equilibradora); y, por tanto,
en segundo lugar, para encauzar y componer el conflicto de intereses subyacente
a estas relaciones (función pacificadora o compositiva). Con lo que el fenómeno
sindical ha sido un vehículo fundamental para que se tomen en cuenta los intereses
económicos y sociales de los trabajadores, primero en el mundo de las relaciones
laborales y luego, paulatinamente, en los diversos ámbitos en que éstos requieran
de una tutela colectiva, con la traducción en importantes dosis de justicia social
que ello implica (función democratizadora). Pero, además de ello, y en cuarto
lugar, porque la actuación organizada de los trabajadores ha servido para que el
sistema productivo encuentre instrumentos que transformen el conflicto industrial
inmanente en normas sectoriales (aprobadas por los sujetos colectivos) específicas
y adaptadas a las variadísimas circunstancias de las distitas unidades productivas
(función normativa). Finalmente, los hechos han demostrado que la existencia de
una organización sindical fuerte es fundamental para que la aplicación efectiva de
las normas laborales (estatales y pactadas), que de otro modo tienen una tasa de
incumplimiento muy elevada (función de aplicación del Derecho del Trabajo).
De allí que en las sociedades modernas, complejas y plurales, el sindicalismo se
haya convertido en un componente esencial de la democracia, que le da un rostro
más humano y concreto, que canaliza uno de los principales conflictos que
intrínsecamente la circundan y lo convierte en regulaciones específicas y, por tanto,
apropiadas; y cuya vida, no exenta de retos, cambios, crisis y recomposiciones
viene afrontando el nuevo siglo con buena salud, a pesar del fin del modelo fondista,
en el que encontró un ambiente propicio para su desarrollo, y de los consiguientes
retos que el nuevo paradigma productivo, que se asienta en la descentralización
productiva, viene planteándole. En este sentido, hay que concordar con quienes
afirman -de manera concluyente- que hay ciertos derechos como la libertad sindical,
La libertad sindical en el Perú: fundamentos, alcances y regulación
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huelga, seguridad social, que son juzgados básicos quizá porque, a pesar de su
dimensión inmediatamente laboral trascienden el puro ámbito del Derecho del
Trabajo para contribuir a la definición de una forma democrática de organización
social y de distribución del poder en su seno (De la Villa Gil, García Becedas y
García-Perrote Escartín 1991: 64).
Ello se reafirma en las opiniones de los grandes maestros del Derecho del Trabajo
contemporáneo que -como Verdier, Giugni o Lyon-Caen- han sostenido sin paliativos
y respectivamente, que «la libertad sindical es un denominador común de los
regímenes democráticos», que «la efectividad del orden democrático puede ser
medida por la eficacia de la libertad sindical», o que «no hay democracia sin libertad
sindical» (vid. Ermida Uriarte y Villavicencio Ríos 1991: 28). Por ello, también
resulta constatable el hecho de que todos los regímenes autoritarios han desconocido
o restringido al máximo el ejercicio de los derechos colectivos de los trabajadores
enmarcados en la libertad sindical; lo que nos permite afirmar que a menor espacio
para la libertad sindical mayor grado de autoritarismo, o, si se quiere, a mayores
restricciones a la libertad sindical mayor certeza del carácter autoritario del régimen.
Si trasladamos estas coordenadas generales al terreno del Derecho del Trabajo y,
más concretamente, al del Derecho Colectivo del Trabajo, encontraremos que la
importancia del movimiento sindical es mayor aún, puesto que resulta casi un
lugar común reconocer que el surgimiento, desarrollo y consolidación del Derecho
Sindical es paralelo a la historia del movimiento obrero (Giugni 1996: 11); de allí
que los sistemas de relaciones laborales más desarrollados, en donde encuentran
sus mayores y mejores expresiones los institutos de nuestra disciplina, tengan
como sustento movimientos sindicales fuertes y respetados.
En América Latina, el fenómeno del reconocimiento jurídico de la libertad sindical
ha llegado en las últimas décadas a su máxima expresión, puesto que todos los
países que componen esta región,nsin excepción, la han consagrado ya en el
máximo nivel posible: el constitucional.2 Sin embargo, esta altísima consideración
jurídica no nos puede llevar a colegir que correlativamente nos encontramos frente
a una vigencia plena de este derecho en la región, puesto que las leyes y reglamentos
nacionales que regulan su ejercicio concreto, con la honrosa excepción de Uruguay,
lo hacen con marcados tintes restrictivos, poniendo de manifiesto el asfixiante
intervencionismo estatal que caracteriza resaltantemente al modelo latinoamericano
de relaciones laborales (Goldín 1995: 39 y ss.), con sus altas dosis de autoritarismo
2 Sobre el particular, véase Rodríguez-Piñero, Bravo-Ferrer y Villavicencio Ríos (1994).
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Capítulo 1. Breve reseña histórica
(o sus déficit de democracia, si se quiere).3 El Perú tal vez sea una de las muestras
más claras de este doblez, puesto que, como veremos a lo largo de este trabajo,
desde 1979 la libertad sindical es una de las piedras angulares del modelo
constitucional de relaciones laborales; y, sin embargo, las normas de desarrollo
han reducido su espacio de actuación hasta confines en los que muy difícilmente
pueden reconocerse sus manifestaciones esenciales, llevándonos a gozar del
dudosísimo prestigio de estar considerados en el extremo más intervencionista de
la región (Ermida Uriarte 1987a: 17 y ss.).
Esta generalizada postergación constitucional, que repugna a la dogmática jurídica,
responde en buena parte al modesto papel que desempeñan las normas laborales
en el mundo de las relaciones laborales: la eficacia y aplicación de estas normas,
sobre todo de las que consagran derechoss (y la Constitución es la principal de
ellas) es genéticamente baja (Giugni 1996: 14)4 y depende principalmente de la
correlación de fuerzas que existe entre el Estado, las organizaciones sindicales y
las empresariales; o, más sintéticamente, está referida al poder de las
organizaciones sindicales. Por ello, se ha sostenido con certeza que en todas partes
la eficacia de las normas depende mucho más de los sindicatos de lo que éstos
dependen de la eficacia de aquellas, y que cuando las organizaciones sindicales
son débiles -y su fuerza y debilidad dependen en gran medida de factores no
controlables por el Derecho ni las leyes del Parlamento, por bien intencionadas
que sean y por

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