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Definiciones de la meditatio
7
Sobre las ediciones y traducciones ver A. M. M. Fernández-Gallardo, La Scala claustralium de Guigo II
el Cartujo, Experiencia y método de la Lectio Divina, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1994, p. 25– 28.
8
Cfr., Gn. 28, 13.
9
Cfr., en el Dictionnaire de spiritualité, el artículo “Echelle spirituelle”, IV, p. 62-86.
10
Cfr., A. M. M. Fernández-Gallardo, op. cit., p. 19.
11
Guigo II, Scala claustralium, c. II, p. 34. Traducción de A. M. M Fernández-Gallardo, ocso.
12
Cfr., F. Oñoro, A la escucha del Maestro, CELAM, Santafé de Bogotá, 1996, p. 12.
13
Cfr., A. Ernout y A. Meilllet, Diccionario etimológico de la lengua latina, Paris, 1930, p. 600.
14
Scala, c. II, p. 34.
15
Idem., c. XII, p. 45.
esfuerzo de la mens. Este término que aparece tres veces en la Scala16, se utiliza
como sinónimo de anima, pero para señalar particularmente su parte superior en
cuanto sede de las facultades superiores: memoria, inteligencia y voluntad. A la mens
son inherentes la ratio y la intelligentia, esta distinción es fundamental para
comprender la gnoseología, de cuño agustiniano, del cartujo.
La meditatción es una acción de la mens, es una investigación, una búsqueda
estudiosa y un esfuerzo de penetración racional. La facultad de la mens que realiza
esta operación es la ratio. En cuanto es un esfuerzo racional tiene un carácter
esencialmente cognoscitivo, esta ordenada al conocimiento, a la notitia. Y como el
objeto natural del conocimiento es la verdad, la meditación investiga la verdad oculta,
occultae veritatis notitiam, la médula debajo de la corteza17.
Una breve referencia a la segunda definición, nuestro autor afirma que la lectura
es exterius exercitium y la meditación interiorem intellectum, esto también responde a
la tradición agustiniana y a su itinerario: de lo exterior a lo interior y de lo inferior a lo
superior. Después de un examen atento en la lectura “el alma se dice para sí: puede
que haya aquí algo bueno, entraré en mi corazón y trataré de ver si puedo comprender
y encontrar...”18. Sin la meditatio la lectura de la letra exterior no aprovecha para nada
y es poco sabrosa al que lee “si una glosa no extrae del corazón el sentido interior”19.
Estas definiciones se sitúan en la tendencia del siglo XII que da primacía al
elemento racional y reflexivo sobre los demás componentes tradicionales de la
meditatio, sin que éstos queden negados, como lo veremos más adelante. Así por
ejemplo, Hugo de San Víctor, en su De meditatione, sostiene que la meditación
versa sobre tres objetos: los seres creados, la Escritura y las costumbres; es decir, la
filosofía, la teología y la ética. La primera brota de la admiración, la segunda de la
lectio, y la tercera de la circunspección 20. Y San Bernardo define a la consideratio
como “una reflexión (cogitatio) intensa sobre la materia a investigar (ad vestigandum),
una aplicación del espíritu en busca de la verdad”21. También lo esencial en las
definiciones de Guigo, es que la meditatio es “investigación racional de la verdad”, en
ella el alma considerat..., cogitat..., pertractat...22.
Es oportuno hacer algunas consideraciones. Primero, la meditación no es
necesariamente asunto de ciencia; puede suceder, y de hecho sucede, que al ocupar
demasiado el pensamiento, la ciencia inspire al hombre demasiada confianza en sí
mismo y le impida alcanzar la dulzura deseada del conocimiento y de la experiencia.
Siguiendo la tradición paulina23, el cartujo afirma que los filósofos encontraron con la
ayuda de su razón la esencia del verdadero bien, pero habiendo conocido a Dios no lo
glorificaron, y presumiendo de sus propias fuerzas se envanecieron. Por eso no
merecieron recibir lo que alcanzaron a ver: “...es que les venía del estudio de las
disciplinas humanas, y no del espíritu de Sabiduría, único que da la sabiduría, es decir,
la ciencia sabrosa que alegra y reconforta con su sabor inestimable el alma en la que
se encuentra”24.
Sería erróneo inferir de estas palabras un desprecio de la razón y de las ciencias,
como si la devoción fuera proporcional a la ignorancia. Para un cristiano, para un
monje, con vocación de teólogo, resulta necesario “utilizar” la razón, las ciencias y las
16
Cfr., Idem., c. II y V.
17
Cfr., Idem., c. III, p. 35.
18
Idem., c. IV, p. 35.
19
Idem., c.VIII, p. 41.
20
Cfr., Hugo de San Víctor, De meditatione, SCr 155, Paris, 1969, p. 44 y ss.
21
San Bernardo, Cons II, 5, en Obras completas de San Bernardo II, BAC., Madrid, 1984.
22
Scala, c. V.
23
Cfr., P. E. Gómez, “La relación fe-razón el algunos textos de San Pablo”, Revista de la Sociedad de
Investigaciones Filosóficas 1 (2000), p. 9 y ss.
24
Scala, c. V, p. 38.
artes para su meditación de la Palabra. En la época de Guigo el instrumental era el
trivium y el quadrivium, y cuanta más ciencia se ponía al servicio de la fe, tanto más se
acrecentaba la devoción.
La segunda observación se refiere al significado del término razón. Para un
teólogo del siglo XII la razón especula y reflexiona, espejea y refleja la realidad. No se
trata de la racionalidad ideal de la ciencia moderna, ajena a la verdad, ante la cual se
ha dado primacía al conocimiento experiencial: al conocimiento por connaturalidad,
que se manifiesta en los sentimientos íntimos; o al conocimiento místico o
suprarracional, al que se llega por el amor o por la experiencia religiosa. De estos tipos
de conocimiento, lo racional queda excluido, oponiendo las nociones de razón y
corazón.
La noción de corazón también ha sido devaluada; del concepto bíblico-medieval
como totalidad de lo humano, se llega a la identificación del corazón con el
sentimiento. Por la devaluación del concepto de ratio se ha perdido la densidad del
concepto de cor.
La meditación no se identifica con la lectio, pero tampoco se independiza de ella,
como ocurrirá más tarde con la devotio moderna: “la meditación sin lectura es
errónea”25. Tampoco se identifica con la contemplatio; una cosa es la investigación
racional y otra la experiencia mística esponsal y gratuita más alla de la facultad
racional, en el “acies mentis”26. En ella se reúnen los dos elementos del alma: mens y
cor, cima y fondo, vista y gusto, intelligentia y amor. El acies mentis es el secretum
cordis donde el anima sponsa se derrama en lágrimas por la visita del esposo27. Pero
esto corresponde ya a otro escalón donde se necesita ser ayudado para subir, por una
iluminación nueva, gracias a la cual la inteligencia se eleva a la contemplación por
encima de sí misma. Pero este estado no es permanente, el esposo se retira para
evitar la confusión atribuyendo el consuelo a la naturaleza y no a la gracia 28, con lo
que “creeríamos tener aquí una ciudad permanente y buscaríamos menos la futura”29
En este viaje de “intronáutica” deberemos recobrar el “cor rationale”30, instrumento
para conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios 31. En la meditatio se
encuentra comprometida la persona entera, inteligencia y corazón 32, es una reflexión
interior, ex corde33, e intelectual, ductu rationis.
Descripciones de la meditatio
25
Idem., c. XIV, p. 47.
26
Cfr., Idem., c.XIV, p. 48.
27
Cfr., Idem., c. VIII.
28
Cfr., Idem., c. X, p. 42.
29
Idem., C. X, p. 43.
30
Cfr., J.R. Pérez, Fides quaerens intellectum y la cuestión de la metafísica en San Anselmo de
Cantorbery, Córdoba., 1981, en M. Corti y J.R.Pérez, El corazón racional, Amor y Verdad III, Ed. Alfa-
Beta, Córdoba del Tucumán, 1995.
31
“Disce cor Dei in verbis Dei”, San Gregorio Magno, Ep. 4,31.
32
Cfr., G. M. Colombás, La Lectura de Dios. Aproximación a la lectio divina, Ediciones Monte Casino,
Zamora, 1999, p. 48.
33
Scala, c. VI, p. 39.
34
Idem., c. XII, p. 45.
En la segunda descripción recurre a la acción de nutrirse: “la lectura pone, por así
decirlo, el alimento sustancial en la boca, la meditación lo mastica y tritura” 35, el c. IV
concluye: “Así, deseándose explicar esto (Mt. 5,8) más plenamente, empieza a
masticar y a triturar este racimo, poniéndolo, por así decirlo, en el lagar, mientras incita
a su razón a buscar en qué consista esta pureza y cómo poder adquirirla”36.
Muchos autores medievales comparan la meditatio con la ruminatio, por ello nos
detendremos un momento en esta imagen. En la antigüedad cristiana el término griego
melete, o el latino meditatio tenía dos sentidos; primero aprender un texto de memoria
a base de repetirlo en voz alta; y segundo recitar de memoria un texto determinado 37.
Meditar era dedicarse a un ejercicio de memoria total que inscribía el texto sagrado en
el cuerpo y en la inteligencia, lo que permitía llegar a un recuerdo continuo de Dios, la
“memoria Dei”.
Este ejercicio de memoria no es un invento cristiano sino algo que se practicaba
en el mundo antiguo, tanto en las escuelas filosóficas de los paganos, como en las
yeshivot judías. Se trataba de asimilar mejor lo que leían, asimilarlo por completo,
mediante una especie de masticación y digestión comparable con la de los
rumiantes38.
Desde la época patrística este es uno de los elementos esenciales de la lectio,
escuchemos a Casiano:
“Debemos preocuparnos de aprender de memoria las divinas Escrituras y
rumiarlas incesantemente en nuestra mente. Esta meditación ininterrumpida
nos reportará dos frutos principales. El primero será que, mientras que la
atención esta ocupada en leer y estudiar, se halla libre de los malos
pensamientos. El segundo es que, después de haber recorrido varias veces
ciertos pasajes, nos esforzamos por aprenderlos de memoria; y cuando no
habíamos podido antes comprenderlos –por estar nuestro espíritu falto de
libertad para ello-, luego, libres de las distracciones que no solicitaban, los
repasamos en silencio, sobre todo durante la noche, y los intuimos más
claramente...”39.
Más que una técnica meditativa los medievales enseñan a hacer eficaz la
meditatio, y aseguran que lo es, cuando se percibe el gustus, el cual, prescindiendo de
símbolos, significa “comprender las Escrituras y, a la vez, los misterios de Dios”.
Gustar es comprender.
“Meditar, -señala Jean Leclercq- es unirse estrechamente a la frase que se
recita, ponderar todas las palabras, para alcanzar la plenitud de su significado;
es asimilarse el contenido de un texto por medio de una especie de
masticación, que nos toma todo su sabor; es el gustar, como dicen san
35
Idem., c. III, p. 35.
36
Idem., c. IV, p.36.
37
Cfr., G. M. Colombás, op. cit., p. 95.
38
En Lev. 11,3 y Deut.14, 6 se coloca a los rumiantes entre los animales puros.
39
Casiano, Conl, 14, 10.
40
Guillermo de Saint-Thierry, Carta a los hermanos de Monte Dei, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1995,
nº 122, p. 73.
Agustín, san Gregorio, Juan de Fécamp y otros con una expresión
intraducible, con el palatum cordis o in ore cordis”41.
Un ejemplo de meditatio
41
J. Leclercq, Cultura y vida cristiana. Iniciación a los autores monásticos medievales, Ediciones
Sígueme, Salamanca, 1965, p.94.
42
Cfr., Scala, c. XIII.
43
Cfr., F. Ruppert, “Meditatio-Ruminatio. Une méthode traditionnelle de méditation”, Collectanea
Cisterciensia 39 (1977), p. 81-93.
44
Scala, c. XIII, p. 45.
45
Guillermo de Saint-Thierry, op. cit., n. 121, p. 73.
46
Cfr., Guillermo de Saint-Thierry, Epistola 72.
47
Cfr., J. Leclercq, op. cit., p. 95.
santo varón, que cerraba sus ojos para no ver las vanidades (S. 118, 37), ni
mirar imprudentemente lo que después podría llegar a desear a pesar suyo”48
A modo de conclusión
En la Meditación X, Guigo nos ofrece una síntesis que reúne los elementos que
hemos señalado en este viaje de “intronáutica”, en torno al segundo escalón de la
Scala, intentando mostrar la función de la meditatio en la lectio divina del siglo XII:
“El pan del alma es Cristo...si no meditas frecuente y piadosamente eso
mismo en lo que crees, si no lo trituras y revuelves, por así decirlo, con los
dientes, es decir, con los sentidos de tu alma, no traspasará tu garganta, o
dicho de otro modo, no llegará hasta tu inteligencia...Por medio de la
inteligencia, el alimento espiritual pasa al sentido amoroso del corazón, para
que no pierdas lo que has comprendido, sino que lo recojas con diligencia por
el amor...Esta es la manducación espiritual del Cuerpo de Cristo: tener en él
una fe pura, buscar siempre por una meditación estudiosa el contendido de
48
Scala, c. V, p. 36.
49
Idem., c. V, p. 37.
50
Ibidem.
51
Ibidem.
52
Idem., c.VIII, p. 41.
53
Idem., c VI, p. 39.
54
Ibidem. Esto nos trae a la memoria el Apocalipsis 10, 10: “Yo tomé el pequeño libro de la mano del
Angel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo
en mi estómago”.
55
Cfr., Idem., c. XIII, p. 47.
56
Cfr., Idem., c XIV, p. 47.
esa fe, encontrar con la inteligencia lo que buscamos, amar ardientemente el
objeto de nuestro descubrimiento, imitar en la medida de lo posible, al que
amamos; llegar por la adhesión a la unión eterna”57.
Recordemos la invitación que nos hace, en el mismo siglo, un manuscrito anónimo
de la abadía premostratense de Cuissy:
“Hermanos, leed la Escritura porque es luz y puerta de vida. Que su lectura os
sea grata y os agrade su santa palabra. De ella brota una fuente que sana el
corazón. Es palabra que rompe la dureza interior. La Escritura le devela
siempre al creyente los secretos celestes. Sus santas palabras fluyen
suavemente como río sobre la hierba. Al leerlas y meditarlas, cada uno
recuerda cómo se avanza hacia la vida dichosa y cuáles son los caminos de
los santos y la fuente del bien. Algunos, al leerlas, se vuelven a menudo
sabios”58.
57
E, Colledge y J. Walsh, op. cit., p. 182 -188. Traducción de A.M.M. Fernández-Gallardo.
58
Citado en Iniciación a la Lectio Divina, IITD, Madrid, 1996, p. 107.
59
Scala, c.XIV, p. 49.