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Aspectos Elementales de la Fe Salvífica

Benjamín Barrera Bautista

Seminario Reformado Latinoamericano

Licenciatura en Estudios Teológicos

Medellín, Colombia

2016
Aspectos Elementales de la Fe Salvífica

Benjamín Barrera Bautista

Monografía de grado para optar el título de Licenciado en Estudios Teológicos

Asesor
Alejandro Castiblanco
Magister en Ciencias Teológicas

Seminario Reformado Latinoamericano

Licenciatura en Estudios Teológicos

Medellín, Colombia

2016
Las palabras simples e incautas de este escrito son el resultado del gran amor de
Dios, el cual ha librado mi alma de la muerte, dándome luz en medio de mis densas tinieblas.
Gloria a Dios, porque todo don y toda buena dadiva provienen de Él, siendo yo una simple
herramienta suya.
CONTENIDO

Pág.

Introducción 1

I. Qué es la Fe. 3

II. El Objeto de la Fe. 8

III. El Obstáculo de la Fe. 11

IV. El Origen de la Fe. 14

Palabras finales. 18

Bibliografía. 20
Introducción.

Cuando Nicodemo vino de noche a Jesús (Juan capítulo 3), este reconoció las grandes
señales que Jesucristo realizaba, pero no obstante, Nicodemo atribuyó tales señales como
obras de un maestro de Dios. El Señor Jesucristo respondió abriendo el tema de la necesidad
de nacer de nuevo para entrar al Reino de Dios. Frente al desconcertado asombro de
Nicodemo, Jesucristo explica que el nuevo nacimiento es realizado por el Espíritu de Dios.
Jesucristo expone la ignorancia e incredulidad de Nicodemo, explicándole ahora de la
necesidad de creer en el Hijo para salvación: “El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.”
(Jn 3: 18). Existe una condición al hombre para su salvación: creer en Jesucristo.

En la narración siguiente de Nicodemo y Jesús, Juan el Bautista les explica a sus


discípulos que “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo
no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn. 3: 36). El hombre es responsable
ante Dios de su vida en la tierra, estando la ira de Dios sobre los hombres a causa de su
pecado y de su rechazo al Hijo de Dios. Luego que Juan el Bautista fue encarcelado,
Jesucristo vino a Galilea, predicando: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha
acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mc. 1: 15). Nuevamente, hay una demanda
para el hombre en a obedecer a Dios, siendo el hombre juzgado por no cumplir con las
exigencia santas y justas de Dios.

El apóstol Pablo, predicando a los gentiles en Atenas, les dice: “Pero Dios, habiendo
pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo
lugar, que se arrepientan” (Hc. 17:30). La responsabilidad del hombre es arrepentirse de sus
pecados, y buscar al verdadero Dios; el Señor Jesucristo. A pesar de la impotencia del hombre
en cumplir su responsabilidad de arrepentirse y creer en Jesucristo, esto no lo inhabilita en
su responsabilidad, siendo el hombre condenado eternamente por el Señor Jesucristo:
“cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de
fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de
nuestro Señor Jesucristo;” (2 Tes. 1: 7-8).

En contraste con los insubordinados de Dios y Su exigencia a los hombres, hay


quienes sí responder positivamente a este llamado de Dios por medio de Su Palabra,

1
identificándose los cristianos por arrepentirse de sus pecados y creer en el Salvador y Señor
Jesucristo. Antes los creyentes eran iguales a los gentiles; incrédulos y desobedientes a Dios,
pero ahora, los hijos de Dios están unidos a Cristo, y han sido salvados de la condenación
eterna, siendo esto posible por la fe en Jesucristo: “Porque en el evangelio la justicia de Dios
se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Rom. 1: 17).
Aquellos que antes eran el objeto de la ira de Dios, por la fe en Jesucristo ahora están en paz
con Dios, siendo embajadores del mensaje de reconciliación: “Así que, somos embajadores
en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Cor. 5:20).

La fe en Jesucristo es una parte esencial en la doctrina de la salvación. Por la fe el


hombre es; justificado por Dios, siendo capacitado para vivir en santidad y perseverar hasta
el fin de la carrera cristiana, guardando las promesas y la Palabra de Dios. La fe es el conducto
por el cual Dios da bendiciones espirituales a Sus hijos, iluminando sus corazones para la
comprensión de las Escrituras y obediencia. Siendo la fe fundamental para vivir en paz con
Dios, el cristianismo predica al mundo el Evangelio, esperando más hombres con la fe
salvífica. Por consiguiente, al ser la fe céntrica en la doctrina cristiana, y en especial en la
doctrina de la salvación, el objeto de estudio de este escrito es la fe salvífica siguiendo la
enseñanza de las Sagradas Escrituras. El propósito de este estudio es hacer una exposición
de los aspectos elementales de la fe salvífica, teniendo la necesidad de relacionar este tema
principal con doctrinas co-dependientes. El contenido del estudio inicia con qué es la fe,
siguiendo con el objeto específico de la fe, pasando luego con el obstáculo de la fe, el origen
de la fe, y para culminar, unas palabras finales. Se espera que esta exposición acerca de la fe,
vigorice la doctrina bíblica y aliente a los creyentes en concentrar su esperanza en la gloriosa
obra redentora del Señor Jesucristo.

2
I. Qué es la fe.

El objeto de estudio de este escrito es la fe en su campo soteriológico, siendo esta una


de las joyas de la cristiandad, y uno de los temas de más fascinación para muchos creyentes.
Para poder adentrar a las grandes verdades de este tópico, primeramente es preciso conocer
qué es la fe. ¿Cómo se puede hablar de la fe, sin saber qué es la fe? Se habla de la fe de forma
común y constante en la cristiandad, por lo que el concepto teológico se perdió por su uso
popular, siendo ahora una palabra religiosa, desaprovechando el valor y transcendencia que
tiene para el pensamiento cristiano. Para contrarrestar toda confusión y ambigüedad acerca
de lo que es la fe, se tratará este primer punto, conforme a las Santas Escrituras, y en especial,
al Nuevo Testamento.

Diversos doctores de las Escrituras han estudiado la fe salvífica desde la revelación


de Dios, la Biblia, y en el intento de definir la fe, han surgido diversos conceptos que
simplemente muestran como un espejo lo que está en las Escrituras. El autor de la epístola
de los Hebreos, en los versos 1 al 3 del capítulo 11, ofrece una definición de fe, diciendo que
esta es la seguridad de lo que se espera, es decir, una convicción en las promesas y en el
testimonio de Dios, creyendo el cristiano a Dios y a Su Palabra. De forma general, parece
que la fe es solamente un estado de seguridad y certeza en Dios, pero es más que esto.
Examinando Hebreos 11, como en el Nuevo Testamento, se aprende que la fe además de
tener convicción, es conocimiento y confianza. Por ende, como una vez enseñó Charles
Spurgeon, la fe es “conocer, creer, y confiar”, siendo estos tres elementos los puntos de
desarrollarlo de qué es la fe.

La fe es conocer. Antes de tener confianza y creer en Dios y Su Palabra, es necesario


tener un conocimiento del Dios único, y Su plan de redención. Siendo la fe un asentimiento
intelectual y una esperanza por aquel intelecto, la fe obtiene aquel intelecto de la doctrina
escritural. Una fe sin un conocimiento en las Escrituras, no es fe verdadera, puesto que, la fe
inicia desde la recepción cognitiva de la doctrina bíblica, utilizando el Espíritu Santo el
conocimiento recibido para producir en el corazón del hombre una aprobación y una certeza
a la fuente del conocimiento; Dios y Sus Escrituras. Esta gran verdad se repite de un lugar a
otro, como se ve en las palabras del Señor Jesucristo: “De cierto, de cierto os digo: El que
oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5: 24). En este versículo, se

3
muestra en las palabras de Jesucristo, el procedimiento elemental para llegar a creer,
considerando que nadie puede creer en Jesucristo si no oye Sus palabras. Es decir, es
necesario tener conocimiento en la Palabra de Dios, para creer y tener vida eterna.

Este mismo procedimiento es considerado por el apóstol Pablo en Efesios 1: 13 “En


El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra
salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa,”. El
“mensaje de la verdad”, el Evangelio, es el conocimiento que recibe el hombre previamente,
para luego el hombre creer en aquel mensaje. No se puede creer en algo que no se conoce,
por lo tanto, es esencial tener conocimiento del Evangelio para la salvación, siendo el primer
impedimento de la fe, la ignorancia. En la epístola a los Romanos se acentúa esta realidad de
la obtención intelectual: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Rom.
10: 17).

Sabiendo estas cosas, el acto de comunicar el mensaje de la verdad adquiere un valor


importante, considerando que aquel mensaje, la doctrina escritural, debe ser correctamente
expuesto haciendo al hombre responsable de obedecer y creer en aquel mensaje. Dios es
infinitamente poderoso para salvar, y Él no se limita por la cantidad de conocimiento que
tenga un hombre, pero si aquel conocimiento; sea mucho o poco; tiene en su esencia mentira
y doctrina adulterada, no se decir que es fe salvífica. De ahí que tiene que haber un celo por
la forma en cómo se enseña la verdad; con respeto y temor. Con preocupación el apóstol
Pablo muestra en la epístola de Gálatas 3:1-2, que el oír con fe la verdad; el Evangelio de
Jesucristo; justifica para recibir el don del Espíritu Santo y la salvación, siendo anatema
cualquier otro evangelio (Gal. 1: 18). Hay un peligro en privar al hombre en conocer el
Evangelio cuando se sacrifica e ignora la doctrina bíblica, de modo que se estaría impidiendo
obtener al hombre el verdadero conocimiento para fe y salvación.

Además del apóstol Pablo, hay otro quien conoce la necesidad del verdadero
conocimiento para fe y salvación, y ese es Satanás. El poderoso Evangelio de Dios ha sido
privado a los hombres, los cuales están bajo el dominio del dios de este mundo; Satanás;
impidiendo así comprender la obra de redención de Dios (2 Cor. 4: 4). El engañador quiere
condenar al mundo con pecado y mentira, siendo este el mayor enemigo a la verdad. Si en el
hombre no hay conocimiento de la verdad de las Santas Escrituras, la vida de los hombres es

4
entonces una tragedia que terminará en la condenación. Por tal razón, es de urgencia
incrementar y ayudar en la comunicación de la verdad libertadora, la doctrina poderosa que
ilumina al hombre: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el
que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Cor. 4: 6).

La fe es creer. Después que el hombre ha recibido el mensaje escritural, ahora aquel


mensaje debe estar presente en el intelecto del hombre, creyendo el hombre a las Escrituras
o continuando siendo incrédulo. El núcleo de la fe es creer, pero aquella acción de creer no
sale del hombre, ni de la capacidad del hombre, ni de ningún mérito del hombre, más bien,
creer es un don de Dios, el cual se aplica al hombre por medio del Espíritu Santo conforme
a Su designio y perfecta voluntad. Aunque el origen de la capacidad de creer es importante,
este tema se desarrollará posteriormente, hablando por el momento; en qué consiste creer.

El hombre tiene la obligación de creer lo que enseña las Escrituras, de lo contrario, el


hombre no es acepto ante Dios, como dice la Escritura “Pero sin fe es imposible agradar a
Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay” (Heb. 11: 6). El autor
de Hebreos da un ejemplo de la relación entre la fe y las Escrituras, siendo la fe, la razón de
poder creer doctrinas escriturales, las cuales no pueden ser creídas desde la lógica humana:
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que
lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” (Heb. 11: 3). ¿Quién estaba presente en el acto
creativo de Dios? ¿Quién es testigo de la narración del Génesis? El ser humano está limitado
en hallar sentido a ciertas doctrinas que son más grandes que la mente del hombre. Es por tal
razón que la fe es la capacidad de creer en la Escritura sin objeción alguna, como lo afirma
Machen: “Asentir a ciertas proposiciones no es el todo de la fe, pero es un elemento
absolutamente necesario de la fe”1.

Un aspecto especial de creer en las Escrituras, es el tener seguridad de la veracidad


de las promesas que aún no se han cumplido, las cuales por la fe se esperan. En Hebreos, el
autor da una serie de ejemplos donde la fe, ha cambiado la conducta de los creyentes. Se tiene
a Sara, esposa de Abraham, la cual estando en edad avanzada igual que su esposo, recibió la
promesa de Dios de concebir un hijo a pesar de que ella era estéril. Sin embargo, Sara “recibió

1
Machen, G. ¿Qué es la fe? Página 37.

5
fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel
quien lo había prometido.” (Heb. 11: 11). Sara creyó la promesa de Dios, tuvo fe, y Dios
capacito a Sara a través de su fe para cumplir Su promesa. La fe es aquello que da seguridad
al creyente del cercano cumplimiento de las promesas de Dios, formándose en el hombre
una propensión a las cosas celestiales y una abnegación a lo de esta tierra (Heb. 11: 13).

Habiendo visto el creer en relación del hombre con las promesas de Dios, ahora es
preciso ver que Dios asegura recibir y aceptar a todo aquel que crea. El creer por fe además
de tener un parte práctica en el creyente como se con Sara, es particularmente importante ver
que en la parte soteriológica es central el creer para ser aceptado por Dios. Cuando el Señor
Jesucristo resucitó de los muertos, Tomás, uno de los apóstoles, dudaba de las noticias de la
resurrección, pero cuando le apareció Jesucristo, Tomas respondió diciendo “¡Señor mío, y
Dios mío!” (Juan 20: 28), luego de esto, Jesucristo mostro la fe vacilante de Tomas al
bendecir a aquellos que creerán a pesar de no haber visto. Para Dios son infinitamente
estimados aquellos que creen, siendo los creyentes recibidos positivamente por Dios, como
dice en Romanos 10: 11 “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será
avergonzado”.

Parte del mensaje del Evangelio es la promesa de salvación por creer en Jesucristo,
como Pablo y Silas mostraron de forma sencilla a un guardia de la cárcel, diciendo: “Cree en
el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Heb. 16: 31). Creer en Jesucristo cambia la
vida de los hombres, teniendo gozo por la salvación recibida inmerecidamente, como más
adelante de la narración se dice del guardia: “Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se
regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (Hch. 16: 34). Aquella condición de creer
para salvación la aprendieron los apóstoles por parte de Jesucristo, consistiendo la
predicación del Señor en gran parte, en el arrepentimiento y en creer en Su Evangelio: “Jesús
vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido,
y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mar. 1: 14-15). Se
deja claro que la fe no puede ser sin el elemento de creer, teniendo esto una connotación en
la parte de la salvación y en la parte práctica del hombre.

La fe es confiar. Este último punto de lo que es la fe, se relaciona con los dos
anteriores; conocer y creer. Conforme a lo que conoce el creyente acerca de la doctrina

6
bíblica, su fe aumenta expresándose en una mayor esperanza. Confiar es un elemento natural
de la fe, comenzando esta esperanza desde el momento en que se inicia a creer, para continuar
en la perseverancia de la vida cristiana. Con lo expuesto previamente, tiene más claridad las
palabras del primer verso de Hebreos 11: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve.” (Heb. 11:1). Hay quienes creen superficialmente lo dicho por
las Escrituras, no superando el asentamiento del nivel intelectual, a causa de fundamentarse
de la propia capacidad aprehensiva, pero la verdadera fe no se fundamenta en su propio
testimonio cognitivo, fortaleciéndose por el testimonio de otro; Dios en Su Escritura. Se
puede mostrar la fe en relación con la convicción como Berkhof lo hace: “Una fe fundada
sobre la confianza en ese otro más bien que sobre la investigación personal”2.

La confianza de la fe permanece a causa de algo que está fuera de sí; Dios. La fe del
hombre encuentra apoyo en Dios; Su Deidad, Sus obras, y Sus promesas. El conocimiento
bíblico que tiene el hombre debe hacerle enfocar su mirada y esperanza en el Dios de la
Escritura, siendo Dios y Sus obras, la razón de vivir para el creyente. Esta gran verdad la
expone el rey David en el salmo 9, el cual, luego de recordar las obras y las promesas de
Dios, dice luego: “En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Jehová, no
desamparaste a los que te buscaron.” (Sal. 9: 10). Los creyentes conocen a Dios por medio
de Su Escritura, la cual da testimonio de Dios, alimentando la fe del creyente. Como dice
David, aquellos que conocen a Dios, confían en Dios. La esperanza que surge desde la fe, es
aquella “certeza de lo que se espera” y “convicción de lo que no se ve”. Como dice el apóstol
Pablo, la esperanza es un aguardar lo que no se ve en el presente; las promesas de Dios (Rom.
8: 24).

Recordando la pregunta del comienzo “¿Qué es la fe?”, la fe, como hace un momento
se desarrolló, es: conocer, creer y confiar. Estos tres elementos se relacionan entre sí,
funcionando en conjunto en la fe salvífica del hombre, como en aquella fe cotidiana y
práctica. Teniendo claro qué es la fe, ahora sigue el crucial tema del objeto de la fe.

II. El objeto de la fe.

2
Berkhof. Teología Sistemática. Página 591.

7
¿Cuál es el objeto de la fe? La fe no puede ser independiente de su elemento
intelectual, por consiguiente, la fe tiene el conociendo que el Dios Trino es el ejecutor y autor
de la salvación del hombre. Las tres personas de la Trinidad; el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo; participan de forma unánime, voluntaria y activa en la historia de la redención y en
la ejecución de esta redención sobre el hombre. Esto está en consonancia con las Escrituras,
como se muestra en las palabras del apóstol Pedro, el cual dice de los creyentes: “elegidos
según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados
con la sangre de Jesucristo” (1 Ped. 1: 2). La obra conjunta de la Trinidad se destaca
igualmente en las palabras del Señor Jesucristo al instituir el bautismo: “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo” (Mt. 28: 19).

En consecuencia, es correcto decir que el objeto de la fe es Dios, creyendo el hombre


en Él con convicción y esperanza. A pesar de ser verdad esto, el panorama del Nuevo
Testamento tiene un acento en mostrar a Jesucristo como el objeto céntrico de la fe. A pesar
de que las tres personas de la Trinidad son iguales en poder y divinidad, Jesucristo es
prominente en la obra salvífica. En Juan 3: 1-21, Jesús le expone a Nicodemo la voluntad de
Dios en encarnar al Hijo en el mundo para que el mundo sea salvado por la fe en el Hijo,
habiendo condenación con el que reúsa creer en el Hijo. De igual modo, se lee en Hebreos la
centralidad de Jesucristo al ser este “el autor y consumador de la fe” (Heb. 12: 2) y en la
epístola a los Efesios se tiene a Jesucristo como la única entrada que hay para ir al Padre
“porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.”
(Ef. 2: 18). Se infiere por estos versos que “la verdadera fe cristiana no solo significa creer
ciertas cosas: también significa creer en, confiar en y entregarse plenamente a un Persona, a
nuestro Señor Jesucristo”3.

Notablemente hay un énfasis de llevar a la fe a fijarse en Jesucristo como su objeto


de convicción y entrega, no obstante, es necesario conocer las razones principales de porqué
la persona del Hijo es resaltada de esta forma. Elementalmente, se tiene dos razones: 1) El
Señor Jesucristo es el clímax de la revelación de Dios, y 2) El Señor Jesucristo el autor de la

3
Lennox y Gooding. Conceptos Bíblicos Fundamentales. Página 106.

8
eterna salvación. Comprender estas dos razones dará mayor claridad del porqué la
prominencia del Señor Jesucristo.

El Señor Jesucristo es el clímax de la revelación de Dios. Dios en Su amor y


misericordia con el hombre, se ha revelado desde los comienzos de la creación. Aquella
revelación es la Escritura, la cual Dios de forma orgánica ha inspirado, utilizando a diversos
autores, en diversos tiempos y contextos. La revelación de Dios se ha formado
progresivamente, como una cortina que se corre para mostrar el conocimiento acerca de Dios
y la verdad. A pesar de esto, la revelación de Dios se encontraba incompleta hasta que se
encarnó Jesucristo, como cumplimiento y clímax de la revelación de Dios, no habiendo
después de Él más revelación que dar. El autor de Hebreos inicia su epístola con este tema,
diciendo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1: 1-2).

Como lo considera F. Bruce, Hebreos habla de dos etapas de revelación; el Antiguo


Testamento por sus profetas y el Nuevo Testamento por el Hijo4. Siendo el Antiguo
Testamento las promesas de Dios, fue necesario que Jesucristo descendiera a la tierra para
traer el cumplimento de tales promesas que encuentran claridad y sentido solo por medio de
lo que Jesucristo ha hecho y hará. El centro de toda la Palabra de Dios es Jesucristo, como Él
mismo lo dice: “era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de
Moisés, en los profetas y en los salmos” (Luc. 24: 44).

Hablando F. Bruce acerca de esto, dice: “Su palabra no fue completamente


pronunciada hasta que vino Cristo, pero cuando Cristo vino, la palabra hablada en él fue, por
cierto, la palabra final de Dios”5. En el Antiguo Testamento, para señalar el momento
escatológico del cumplimiento de las promesas se utiliza la expresión en español “en los
postreros días” (Nm, 24: 14, Dt 4: 30, Is. 2:2, Ez. 38: 16). Estando en el Nuevo Testamento,
el autor de Hebreos utiliza la misma expresión para indicar que Jesucristo es el cumplimento
de las palabras de la primera etapa de revelación: “en estos postreros días nos ha hablado por
el Hijo” (Heb. 1:2) Unos versos más adelante, el autor de Hebreos nuevamente indica que se

4
F. F. Bruce. Comentario, la Epístola a los Hebreos. Página 2.
5
Ibid.

9
está en la “culminación de los siglos” indicando nuevamente que la obra de Jesucristo en la
tierra es la culminación y el clímax de la revelación de Dios.

El Señor Jesucristo, el autor de la eterna salvación. La participación de Jesucristo


en la obra redentora no se limita a ser una herramienta utilizada por Dios Padre para la
salvación de los hombres, si esto fuera así, se despreciaría la gloria y la transcendencia de la
muerte y resurrección de Jesucristo, como Calvino bien lo dijo: “Cristo no es solamente el
instrumento, sino también la causa y la materia de nuestra salvación”6. Con palabras más
castizas, el Señor Jesucristo es el autor de la salvación siendo que por medio de ÉL, por causa
de Él, y Él mismo, hay eterna salvación para el hombre. Juan Calvino continua diciendo que
“si nosotros conseguimos la justicia por la fe, la cual reposa en Él, debemos también buscar
en Él la materia de nuestra salvación”7.

La muerte expiatoria de Jesucristo, y Su resurrección, resalta el gran acto de Dios para


salvar a los pecadores, posicionando a Jesucristo como suficiente para justificar a los
hombres, e interceder por ellos eternamente: “Y en ningún otro hay salvación” (Hch. 4: 13),
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”
(1 Tim. 2: 5), “habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos
los que le obedecen” (Heb. 5: 9), “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.”
(1 Jn 5:11). Por lo tanto, tener fe en Jesucristo es imprescindible siendo Él Señor de la Vida,
teniendo los hombres paz con Dios por medio de Su cruz (Col. 1. 20). Conviene distinguir
entonces que la fe tiene su valor por su unión a Cristo, de ahí que la salvación no es por causa
de la fe en sí misma, sino la fe en Cristo, como lo dice el Dr. Machen: “Nuestra salvación no
depende de la fuerza de nuestra fe; la fe salvadora es un canal, no una fuerza. Si realmente
has entregado toda tu vida a Cristo…le perteneces a Él para siempre”8.

6
Calvino. Institución de la religión cristiana. Página 393.
7
Ibid.
8
Machen. ¿Qué es la fe? Página 231.

10
III. El obstáculo de la fe.

Para continuar con el tema del obstáculo de la fe, hay que iniciar desde el punto de
la composición de la fe. Haciendo un recuento, la fe se compone de tres elementos básicos;
conocimiento, aceptación, y convicción. Cuando el conocimiento de la Palabra de Dios llega
al intelecto del hombre, aquel conocimiento en la mayoría de las ocasiones no produce un
asentimiento que crece hasta llegar a una obediencia y certeza. Contrario al resultado
esperado, la información recibida por el hombre es ignorada y tratada con incredulidad.
Existe entonces un obstáculo en el hombre que impide que la fe en Cristo brote de forma
innata. Aquel impedimento es el hombre mismo, en particular; su naturaleza depravada. Toda
la humanidad es mala, enteramente pecadora, como dice el apóstol Pablo “por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3: 23). Ante Dios, todos los hombres
están infectados de corrupción e iniquidad desde lo más íntimo de su ser, siendo faltos de
toda justicia: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo
conocerá?” (Jer. 17: 9).

En el hombre hay una voluntad y una mentalidad manchada por el pecado, siendo el
corazón del hombre “engañoso y perverso”. Para el hombre natural, pecar es algo inherente,
siendo esto parte de constitución caída: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era
mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de
continuo solamente el mal.” (Gen. 6: 5). Williamson comenta que “el hombre es corrupto y
está contaminado en cada parte de sí (…) no puede hacer nada que no sea pecado desde el
punto de vista de Dios”9. En efecto, el hombre genera una aversión a todo bien y una
propensión al mal. Esta situación es expuesta clara y extensamente por las Escrituras, las
cuales dicen que estos “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto
a las criaturas antes que al Creador” (Rom. 1: 25). El hombre se ha pervertido de su estado
original a tal punto, que ni siquiera quiere, ni puede, buscar y adorar al verdadero Dios.

Entonces, por iniciativa humana, se rechaza a Dios; “No hay quien entienda, No hay
quien busque a Dios.” (Rom. 3: 11), “Dice el necio en su corazón: No hay Dios.” (Sal. 14:
1). Aquella oposición a Dios se expresa al quebrantar Su ley: “Todos se desviaron, a una se
han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Sal. 14: 3). En

9
Williamson. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster. Página 91.

11
consecuencia por la condición del hombre, estos tienen “corrompidas todas las facultades y
partes del cuerpo y del alma”10. Existen dos razones principales, por las cuales se explica la
causa de que el hombre corrompido no tiene libertad ni voluntad para buscar ni hacer el bien:
1) El hombre está bajo el dominio esclavizaste de Satanás. 2) El hombre está atado por su
propia concupiscencia. Estos dos puntos son ampliados a continuación.

El hombre está bajo el dominio esclavizaste de Satanás. En el comienzo de las cosas,


cuando aún no se había adentrado el pecado en la creación buena de Dios, el hombre fue
engañado por la serpiente, la cual es Satanás, y este con mentiras indujo a Adán y a Eva a
pecar en contra de Dios. El hombre abandonó a Dios al desobedecer Su ley que había dado
de no comer “del árbol de la ciencia del bien y del mal”, poniendo Adán y Eva su confianza
en las palabras de Satanás. Luego de esto, la advertencia de Dios se cumplió, y el hombre
perdió su estado original de bondad, pasando a ser desterrado de la presencia de Dios para
entrar a estar bajo los dominios de Satanás. Fue desde ese momento en que el hombre recibió
un nuevo amo; Satanás. Al perder su identidad y relación con Dios, el hombre no puede decir
que Dios es su padre, heredando ahora de la serpiente una nueva identidad; la satánica.
Respecto a esto, Jesucristo hablando con los judíos les dice que “sois de vuestro padre el
diablo”, señalando la filiación que hay entre el pecador y Satanás. En el pasaje (Juan 8: 31-
59), Jesucristo hace la distinción de ser hijo de Dios e hijo del diablo, donde aquellos que son
hijos de Dios, obedecen Su Palabra y aceptan al Hijo, pero los del diablo hacen las mismas
obras del diablo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre
queréis hacer.” (v. 44).

La doctrina de la cautividad del hombre bajo Satanás se encuentra también en Efesios


capitulo dos. El aposto Pablo está recordando a los creyentes de Éfeso la condición previa
que tenían antes de ser creyentes: “estabais muertos en vuestros delitos y pecados (…)
conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia”. Los “hijos de desobediencia”, los cuales son los hombres naturales, están a
la servidumbre del “príncipe de la potestad del aire”, el mismo que engaño a los primeros
padres en el Edén. Los esclavos de Satanás no pueden liberarse por sí mismos, porque el
entendimiento de estos está enceguecidos (2Co. 4:4), de igual modo, estos se deleitan en su

10
Williamson. Comentario de la Confesión de Fe de Westminster. Página 94.

12
estado de cautividad, obedeciendo con diligencia a sus inclinaciones pecaminosas (Ef. 4:
22).

El hombre está atado por su propia concupiscencia. La concupiscencia es una palabra


que es utilizada para referirse a deseos intensos llenos de vileza y maldad, asociado en
ocasiones con una pretensión sexual. En particular, estos deseos son el fruto del estado caído,
que es representado como el “viejo hombre”. Estos deseos pecaminosos del viejo hombre
son antagónicos a la condición del “nuevo hombre”, habiendo un enfrentamiento entre el
Espíritu y la carne caída, caso que viven los creyentes, los cuales renuevan su mente para
contrarrestar los deseos del viejo hombre. En el caso de los no creyentes, no existe esta lucha.
Los hombres naturales llenan su mente de concupiscencia y lascivia, porque estos no pueden
contradecir su propia naturaleza perversa, como Jesucristo dijo: “De cierto, de cierto os digo,
que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn. 8: 34). Mientras que los
creyentes tienen convencimiento de pecado, provocando que mortifiquen la maldad que aún
tienen, los impíos viven sin temor de Dios, quebrantando Su Ley sin ningún remordimiento
sincero.

El puritano, Thomas Watson dice: “los pecadores quieren ser esclavos, no desean
obtener la libertad: besan sus cadenas”11. En Tito 3: 3 se lee que los hombres son “esclavos
de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros.”. Los incrédulos son prisioneros de sus propios deseos, al tener
un deleite en el pecado como también en no poder dejar de pecar. Mientras llega la
consumación de la redención del cuerpo, los cristianos tienen la posibilidad de pecar como
también de no pecar, pero este no es el caso de los impíos, los cuales no pueden dejar de vivir
sin la práctica del pecado. Es entonces, la voluntad del hombre, una voluntad ficticia, siendo
que así como ellos obedecen al dominio de Satanás, además dentro de ellos hay un fuego por
pecar que no pueden negar: “La voluntad del hombre tiene una arraigada enemistad con la
santidad; es como un tendón de hierro que rehúsa doblegarse a Dios”12.

Consecuentemente a esto, Dios y las cosas espirituales no son una posibilidad para el
hombre. Así como el caballo es controlado por su amo, siendo que el amo lleva al caballo a

11
Watson. Tratado de Teología. Página 272.
12
Ibid.

13
donde quiere, de igual forma, el hombre está bajo las cuerdas del diablo que lo llevan a pecar
contra Dios. Así como el león no puede dejar de matar para comer carne, el hombre no puede
vivir sin pecar, a causa de sus concupiscencias. Siendo así las cosas, las facultades
espirituales del hombre no pueden comprender las cosas espirituales de Dios, estando el
hombre muerto para con Dios: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de
discernir espiritualmente.” (1 Cor. 2:14). Como resultado, a la luz de las doctrinas expuestas,
se concluye que el hombre es totalmente incapaz de hacer algún bien espiritual, lo que
significa que el hombre no puede engendrar ni ejercer la fe salvífica por sí mismo.

IV. El origen de la fe.

La humanidad caída, al encontrarse en un estado de pecado y muerte, no puede


entender y creer el mensaje de salvación de Dios. Conociendo, pues, las implicaciones de la
condición humana, se hace la intrigante pregunta ¿Cómo se origina la fe en el hombre? Dios
durante los tiempos ha hecho un llamamiento general a los hombres para que estos se
arrepientan y crean en Jesucristo, resultando personas que responden de forma positiva y
completa. A diferencia de un llamamiento general, hay quienes reciben un “llamamiento
eficaz” el cual además de presentar el mensaje de Jesucristo, Dios interviene en el hombre
para que este tenga la capacidad de corresponder a tal mensaje. Este es el tema del presente
punto; explicación del llamamiento eficaz para conocer cuál es el origen de la fe.

El Señor Jesucristo hablando del Reino de los cielos, utiliza una parábola para
explicar que el Reino actúa como un rey que invita muchas personas a participar de la boda
de su hijo. Entre los invitados hay quienes no son dignos de estar presentes, los cuales son
desechados por el rey. Así mismo sucede hoy en la predicación pública que hace la Iglesia
por todo el mundo; “porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22: 14). Las
palabras de Jesucristo destacan un rasgo de la obra de Dios por medio de la Iglesia; de la gran
cantidad de personas que se les ha mostrado el evangelio, son pocos los que se han
convertido. Por la perfecta y santa voluntad de Dios, Él ha decidido quienes tendrán un
llamamiento eficaz para salvación: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas
les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Rom. 8: 28). El
Nuevo Testamento utiliza de forma exclusiva la expresión “llamados” para referirse a los que

14
han sido salvados, indicando que los salvados lo son por causa de un llamado especial que es
realizado por Dios (Rom.1:6 -7, 9: 26, 1 Cor. 1: 2, 9, 24, Gal. 5: 13, Ef. 4: 1-4, Col. 3: 15,
Heb. 9: 15, 1 Ped. 3: 9, 1 Jn 3: 1, Jud. 1:1, Ap. 17: 14).

La Escritura muestra que el agente de este llamamiento especial es Dios mismo,


siendo el llamamiento la apertura de la aplicación de la obra redentora de Dios: “Ninguno
puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere.” (Jn. 6: 44). El paradigma de que el
hombre por sí mismo puede buscar al Dios verdadero es anti-bíblico, como lo indica Jesús
en Juan 6: 44, que ninguno puede conocer a Jesucristo a menos que el Padre previamente
haya intervenido en el hombre. En 1 Corintios 1: 9 dice que “fiel es Dios, por el cual fuisteis
llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. El llamamiento salvífico de
Dios se caracteriza por ser soberanamente selectivo y precedente sobre el hombre, no como
otros que desdeñan el operar de Dios a una simple persuasión moral compuesta por amenazas
y promesas que influyen en el alma del pecador. Siendo que todos los “llamados” son
inequívocamente salvados, Dios activamente opera en las personas, lo cual es contrario a una
supuesta persuasión que no reconoce la prominente obra de Dios. Como dijo Thomas
Watson: “Dios no solo persuade, sino que capacita”13, siendo el llamamiento divino una
preparación poderosa “que la voluntad humana no tiene fuerza para resistirlo con eficacia”14.

Siendo Dios el agente del llamamiento, este utiliza como instrumento Su propia
Palabra. Dios ha decretado que todos los que son eficazmente llamados, lo sean por el oír
con fe la Palabra de Dios. Ahora bien, Dios ha escogido quienes serán los llamados, pero
asimismo, Dios ha escogido los medios para hacer aquel llamamiento, los cuales siempre
tendrán como instrumento la Escritura, la poderosa palabra inspirada que da la sabiduría
necesaria y suficiente para la salvación: “así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de
Dios” (Rom. 10: 17). Hay, por lo tanto, una necesidad de traer a los hombres el conocimiento
de la verdad: Las Escrituras, siendo estas iluminadas por el Espíritu de Dios. Por el contrario;
sin la doctrina bíblica, el hombre no podrá invocar el nombre del Señor: “¿Y cómo creerán
en aquel de quien no han oído?” (Rom. 10: 14b). En efecto, la respuesta a esto es “Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Mc. 16: 15), “como está escrito:

13
Watson. Tratado de Teología. Página 395.
14
Ibid.

15
¡Cuan hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”
(Rom. 10: 15).

Con la predicación de la Escritura, se hace un llamado a los hombres en arrepentirse


del pecado y creer en Jesucristo como Salvador y Señor, pero el llamamiento eficaz además
de tener un llamado externo, se compone por uno interno. El llamado interno es aquel que
realiza el Espíritu Santo, iluminando el corazón del hombre, y capacitándolo para responder
al llamado externo: “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré
ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne.” (Ez. 36: 26). El
nuevo nacimiento o la regeneración, tiene lugar en el llamamiento eficaz. Sin la obra
regeneradora del Espíritu de Dios, no hay posibilidad alguna de obtener respuesta por parte
del hombre, estando este muerto en sus pecados: “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por
el Espíritu Santo.” (1 Cor. 12: 3). Esto se cumple como se ve con el ejemplo de Lidia, la cual
necesitó de la intervención de Dios para poder comprender y creer en la palabra predicada
del apóstol Pablo “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo
decía.” (Hc. 16: 14).

La voluntad del recién regenerado es liberada del dominio del pecado y de Satanás,
pudiendo ahora el hombre volverse de su pecado y creer en Jesucristo como su salvador.
Murray comenta que el llamamiento “por cuanto es eficaz, conlleva en sí la gracia operativa
por la que la persona llamada es capacitada para responder al llamamiento y recibir a
Jesucristo tal como es libremente ofrecido en el evangelio”15. Como se lee en la conversación
entre Jesús y Nicodemo (Jn. 3: 1-21), en ninguna parte Jesucristo de forma imperativa le
exige a Nicodemo creer, como si existiera una “gracia preveniente” la cual prepara a los
hombres de antemano para responder al evangelio. Por el contrario, Jesucristo le expone a
Nicodemo la necesidad del nacimiento previo del Espíritu para poder entrar al Reino de Dios:
“lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (v. 6).
Ante la consternación de Nicodemo al escuchar de estas cosas, Jesucristo deja claro que el
actuar del Espíritu es independiente y autónomo de la voluntad humana: “El viento sopla de
donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel
que es nacido del Espíritu.” (v. 8).

15
Murray. La Redención, consumada y aplicada. Página 96.

16
Otro aspecto importante; es que el llamamiento eficaz se realiza solamente por la
perfecta voluntad de Dios, y no en base a algún mérito humano. El apóstol Juan en el prólogo
de su evangelio, dice que los que creen en Jesucristo “no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn. 1: 13). También se enseña en
la segunda epístola a Timoteo que Dios “llamó con un llamamiento santo, no conforme a
nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes
de los tiempos de los siglos” (1:9). Es la Gracia y la Misericordia de Dios, la razón por la
cual Dios decidió llamar poderosamente a algunos hombres, siendo estos separados desde
antes para esta salvación. La regeneración entonces no es producto de ninguna obra ni justicia
humana: “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”
(Tito 3: 5). Se lee en la Confesión Bautista de Fe de 1689 que el llamamiento eficaz “proviene
solamente de la gracia libre y especial de Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre, ni
por ningún poder o instrumentalidad en la criatura, siendo el hombre en esto enteramente
pasivo al estar muerto en delitos y pecados.”16.

Se finaliza de este último punto, concluyendo que la fe es engendrada por Dios y no


por alguna aptitud humana. Se necesita de la intervención de Dios para que el corazón del
hombre resucite, y pueda comprender las cosas espirituales de Dios con fe. De lo contrario,
se permanece en la misma situación de Israel en el desierto, los cuales a pesar de haber visto
grandes señales y maravillas de Dios, permanecieron en dureza de corazón: “Pero hasta hoy
Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.” (Dt. 29: 4).
Así es el hombre caído; réprobo es en comprender las maravillas de Dios, pero los que han
recibido la gracia salvífica saben que tienen fe porque Dios ha tenido misericordia con ellos:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”
(Ef. 2. 8). Ahora, los creyentes reconocen su dependencia de Dios, como el rey David dijo
en uno de sus salmos: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” (Sal. 119: 18).

Palabras finales.

El predicador Charles H. Spurgeon una vez dijo que “la fe es la cosa más sencilla, y
tal vez, en razón de su sencillez, sea la cosa más difícil de explicar”. La fe es uno de los temas

16
Confesión Bautista de Fe de 1689. Capítulo X, párrafo 2.

17
céntricos de la cristiandad, haciendo parte de la gloriosa doctrina de la salvación, área de la
cual su conocimiento fortalece la fe diaria de los creyentes, ante un mundo ahogado por las
tinieblas. La fe salvífica es lo que divide la humanidad en dos tipos de personas; los réprobos
y los hijos de Dios. Por la fe, el holocausto de Abel fue aceptado por Dios, mientras que Caín
fue reprobado. Luego de esto, Caín dio frutos de su corazón depravado, matando al justo
Abel, el cual aún muerto, su sangre es estimada por Dios (Gen. 4: 8-10, Heb. 11: 4). La
salvación por la fe en Jesucristo divide la vida de los hombres, pasando de las tinieblas a la
luz, de la mentira a la verdad, de la ira de Dios por el pecado a la justificación en Cristo:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí.” (Gal. 2: 20).

Como se ha dicho, es importante conocer qué es la fe, la cual entre sus elementos
principales es la esperanza y la convicción en las promesas y en Palabra de Dios. La Palabra
de Dios instruye y exhorta en los cristianos a causa de la fe en estos, los cuales se mantienen
firmes ante las pruebas y tentaciones que tienen que pasar por su instancia en este mundo de
tinieblas; “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de
fuego del maligno.”(Ef. 6: 16). Por la fe, como dice el apóstol Juan, los creyentes vencen al
mundo; representación y símbolo de maldad: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence
al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence
al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”(1Jn 5.4-5)

La fe debe provocar en el creyente gran gozo y gratitud a Dios, conociendo el don tan
preciado que Dios misericordiosamente ha otorgado: “No puede el hombre recibir nada, si
no le fuere dado del cielo.” (Jn. 3: 27). La fe es una bienaventuranza que debe humillar al
hombre y glorificar a Dios, siendo que al que obra, “no se le cuenta el salario como gracia,
sino como deuda”, pero el hombre es salvo no por obra alguna, sino por la fe: “Porque si
Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios.” (Rom
4:2). La fe tiene implicaciones prácticas, así como el autor de Hebreos después de haber
dado una extensa exposición de la fe, luego invita a los lectores que ejerciten aquella fe que
ya se les ha concedido, entregando a Dios las pruebas que asedian y vivir la vida cristiana
con paciencia, y esto gracias Jesús, “el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto

18
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de
Dios.” (Heb. 12: 2). Así como Abraham rehusó dudar, se fortaleció en la fe en Dios,
reconociendo que Dios es poderoso para cumplir lo que había prometido (Rom. 4: 20-22).
Igualmente ahora, el creyente cree en esperanza contra esperanza, guardando la fe ante el
esperado día de la “manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito.
2: 13).

Otro aspecto para analizar; es el tema desarrollado del obstáculo de la fe. Es terrible
y descarado querer dar al hombre cierto merito por su fe que ha sido dada por gracia. La
Escritura repite en mostrar la obra monergista de Dios en la salvación, pues “la fe es un don
de Dios”, y los hombres no quieren ir a la luz a menos de que Dios les dé un nuevo corazón
(Eze. 36:26). No sobra repetir que la fe es por gracia “Y si por gracia, ya no es por obras; de
otra manera la gracia ya no es gracia” (Rom. 11: 6). No se puede ser siervo del pecado, y
engendrar la fe, como si esta fuera un producto de la libertad caída del hombre, como san
Agustín dice “El hombre no está libre de la servidumbre de la justicia más que por el albedrio
de su voluntad, pero del pecado no se ha liberado más que por la gracia del Redentor”17.
Quienes niegan la doctrina bíblica que ha sido expuesta, están implicados en negar dar a Dios
la gloria que le corresponde. Dios no puede aumentar ni disminuir Su Gloria porque Él es el
Dios eterno, pero es responsabilidad del hombre el reconocerlo en todas Sus obras, siendo
que Dios ejecuta Su salvación para “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 1: 6).

Para concluir, la fe debe ser ejercitada y fortalecida en la esperanza que proporciona


las Escrituras, pero esta misma fe debe relucir públicamente para la gloria de Dios. Que los
hombres vean la maravillosa fe que ha sido dada al pueblo de Dios, confesando cada cristiano
que el nuevo corazón que tienen es por la obra misericordiosa de Dios. Gloria a Dios, que a
pesar de la inutilidad de los hombres, estos son resucitados de la muerte según el designio de
Su voluntad.

Bibliografía.

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 Berkhof, Luis. Teología Sistemática. México: TELL, 1983.

17
Calvino. Institución de la religión cristiana. Página 178.

19
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Verdade, 2013.
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