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¿CÓMO PUEDO CAMBIAR?

C.J. Mahaney Y Robin Boisvert

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Capítulo 1 – Cómo usar este Libro

¿Cómo puedo cambiar?, como todos los libros en la serie En busca de la santidad, está diseñado para
uso en grupo o individual. La serie es el lógico resultado de cuatro profundamente enraizadas
convicciones:
• La Biblia es nuestra medida infalible para la fe, doctrina, y práctica. Los que resisten su autoridad
serán apartados del camino por sus propios sentimientos y tendencias culturales.
• El conocimiento sin aplicación carece de vida. Para poder ser transformados, debemos aplicar y
practicar la verdad de la Palabra de Dios a la vida diaria.
• La aplicación de estos principios es imposible aparte del Espíritu Santo. Aunque debemos participar
en el cambio, Él es la fuente de nuestro poder.
• La iglesia es el contexto deseado por Dios para el cambio. Nunca fue la intención de Dios que
viviéramos aislados o independientes de otros cristianos.
A través de dedicada participación en la iglesia local, encontramos instrucción, ánimo, corrección, y
oportunidades para seguir adelante hacia la madurez en Cristo.
A medida que estudias estas páginas, confiamos en que cada una de estas convicciones fundamentales
serán reforzadas en tu corazón.
Con la posible excepción de las preguntas para “Discusión en grupo”, el formato de este libro se
presta igualmente para individuos como para grupos pequeños. Se ha incluido una variedad de diferentes
elementos para hacer cada capítulo lo más interesante y útil posible. Para aquellos de ustedes que no se
pueden satisfacer con un tema particular, hemos incluido al final de cada capítulo uno o más libros
adicionales que les ayudarán a crecer en el Señor.
Aunque se te anima a experimentar en tu uso de este libro, la discusión en grupo será mejor servida
cuando los miembros estudien el material por adelantado. Y recuerda que no estudias este libro solo. El
Espíritu Santo es tu tutor. Con su ayuda, este libro tiene el potencial de cambiar tu vida.

Capítulo 2 - Prefacio
Cuando yo estaba en la escuela intermedia, era requisito que todos corriéramos una carrera marcada
con el reloj. Normalmente yo hubiera ejecutado una carrera marginal, si acaso. Pero esta vez decidí poner
todo mi esfuerzo en la prueba.
No me mal entiendas – aunque no soy un atleta sobresaliente, por lo regular mantenía mi paso, y
estaba dispuesto a esforzarme en otros deportes. Pero la carrera larga era diferente. Era difícil. No
compleja-sólo difícil. Quería decir dolor, y a mí no me interesaba el dolor. De hecho, durante una unidad
de carrera larga en mi clase de gimnasia, mis amigos y yo, a escondidas de nuestro instructor, regularmente
trotábamos un curso más corto que nos llevaba por el edificio de la secundaria, por el corredor donde
estaban las clases de mecanografía, y luego salíamos de nuevo al campo. Así ahorrábamos casi cuarta
milla del curso, hasta que el maestro de mecanografía cayó en la cuenta por el ensordecedor ruido de
cascos que disturbaba su clase.
Pero esta vez yo decidí hacer lo mejor que pudiera. De modo que, con toda mi fortaleza interior, me
empujé hasta no más y entregué una carrera extraordinaria. De hecho fue tan extraordinaria, que el
entrenador se enteró y trató de enlistarme para el equipo. Yo le respondí de la misma manera que había
respondido a mamá cuando me sugirió que tomara clases de ballet junto con mis hermanas:
—No gracias. —Pero Robin,—me dijo ella—, los chicos también bailan ballet. —No este chico.
Yo me sentía como que iba a morir después de esa carrera, y por razones obvias. No había hecho nada
para entrenarme para la carrera-no podía molestarme con eso-así que no estaba en forma para perseverar.

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Veinticinco años después, he adquirido un nuevo respeto para la carrera larga. Es una de las mejores
analogías para comprender la vida cristiana, como vemos tan claramente en la Escritura: “Por tanto, también
nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial
del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).
Esta gran multitud de testigos incluye a esos heroicos hombres y mujeres de la historia bíblica-como
Abraham, José, y Moisés-que corrieron fielmente su carrera (Hebreos 10). Aunque en la Escritura hay
otras útiles ilustraciones de la vida cristiana, el tema de la carrera larga nos da mucho para pensar. Una
carrera como esa exige perseverancia. Exige disciplina y entrenamiento. Exige fijar la vista en la meta. Y
aunque no sea particularmente complicada, los corredores de éxito han estado entre nuestros atletas más
inteligentes. Pueden armarse de sus recursos y enfocarlos en la tarea a mano, paso a paso.
Hemos escrito este libro para los corredores-mujeres y hombres cristianos sinceramente interesados
en correr la carrera que les está marcada. A los que han tratado y han fracaso y están a punto de darla por
algo sin esperanza, ofrecemos ánimo. Habiendo nosotros tropezado lo suficiente en el camino, hemos
consistentemente encontrado que Aquel que nos llama a correr es fiel. Su Palabra y su Espíritu nos están
disponibles. No sólo eso, sino que tiene un interés compasivo en nuestro éxito. “No acabará de romper la
caña quebrada”, dijo el profeta Isaías, “ni apagará la mecha que apenas arde” (Isaías 42:3). Cuando estés tan
doblado que estás seguro de partirte en dos, cuando tu fuego esté casi apagado, Él está ahí para revivirlo.
A los que puedan sentirse como que han logrado un cómodo grado de éxito en la vida cristiana,
ofrecemos una exhortación. El profeta advirtió a sus oyentes, “¡Ay de los que viven tranquilos en Sión!”
(Amos 6:1). Una actitud así es extremadamente peligrosa, porque cuando creemos que tenemos
afianzada la santidad, es cuando estamos más inclinados a relajar y confiar en nosotros mismos en vez de
confiar en Dios. En ese punto por lo regular es necesaria una crisis para volvernos a la realidad.
Finalmente, este libro es para los que simplemente desean crecer como cristianos, que están satisfechos
en Cristo pero no satisfechos consigo mismos. Quizás estés frustrado con tu progreso. Quizás no estés
seguro de dónde comenzar. Quizás hayas corrido muchas millas y simplemente necesitas un segundo
aliento. Creemos que este libro ayudará.
En un día cuando con demasiada facilidad se ofrecen soluciones rápidas a problemas que existen desde
mucho tiempo, deseamos recomendar los caminos antiguos, habiéndolos encontrado probados y
verdaderos. No hay atajos hacia la madurez cristiana. No hay un camino sin cruz para seguir a Cristo, no
hay secreto instante para la vida cristiana. Pero como la carrera larga, si el camino de la cruz no es fácil,
tampoco es complicado. Dios nos presenta un camino que es angosto pero recto. Él muestra sus caminos
a los que están sinceramente interesados en seguirlo a Él, y Él se mostrará fuerte a favor de aquellos cuyo
corazón es enteramente suyo.
Nuestro propósito en introducir la doctrina de la santificación (eso es lo mejor que podíamos esperar
hacer en un libro de este tamaño) es que podamos ser transformados según la imagen de Jesucristo (Ro
8:29). Y desde el comienzo damos énfasis al hecho de que el Espíritu de Dios es el que nos transforma
(2 Corintios 3:18). Aunque se requiere de nuestro vigoroso esfuerzo, todo crecimiento es por su gracia.
Con esa maravillosa verdad como nuestro bloque para comenzar, sigamos hacia la meta, cada uno
confiado de que “el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo” (Filipenses
1:6).

Robin Boisvert

“Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados
a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2 Corintios 3:18)

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Capítulo 3 – Atrapado en la trampa de la brecha
“Todos los que están luchando con la ira, por favor pasen al frente. Nos gustaría orar por ustedes.”
Era domingo por la mañana. Yo acababa de enseñar sobre la ira, y quería dar al Espíritu Santo la
oportunidad de obrar en el corazón de los presentes. Pero yo no podía haber anticipado la reacción.
Casi veinte humildes santos pasaron al frente del auditorio-un grupo grande para una iglesia del tamaño
de la nuestra. Pero no fue el número lo que captó mi atención. Fueron las personas. ¡Diecinueve de los
veinte eran madres de niños pequeños! (La ira es un peligro de la ocupación, según la mayoría de las
madres que he conocido.) Como su pastor, yo sabía que todas estas mujeres eran cristianas serias y
dedicadas al Señor. Lo que hizo que pasaran al frente era su intensa frustración al encontrarse atrapadas
en la brecha-una brecha entre el modelo bíblico para el control de sí mismas y su propio fracaso en vivir
según ese modelo.
Ya sea que el problema es la ira, el temor, la preocupación o algo tan común como la pereza, todos
hemos experimentado esa brecha entre lo que somos y lo que debemos ser. La Biblia dice que somos
nuevas creaciones, victoriosos, vencedores. Y no somos sólo vencedores-somos más que vencedores
(Romanos 8:37). A veces hasta nos sentimos así. Pero la mayoría de las veces se nos hace difícil ver más
allá de nuestras limitaciones y perpetuos fracasos. Y siempre parece ser durante estos tiempos de la vida
que Mateo 5:48 surge en nuestro plan de lectura bíblica: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es
perfecto”.
En silencio suspiramos y pensamos, Nunca sucederá.
Yo llamo a este estado de mente la “trampa de la brecha”. Así es como funciona: Como cristianos
todos tenemos cierto conocimiento sobre lo que Dios espera de nosotros. Pero logramos menos de lo
que sabemos que debemos estar logrando. Luego entonces existe una brecha entre lo que sabemos que
se nos exige y nuestro comportamiento en sí. Si la distancia entre lo que sabemos y lo que estamos
viviendo se hace demasiado grande, correctamente se nos puede llamar hipócritas.
Esta brecha es un hecho de la vida cristiana. Para la mayoría de nosotros, no es necesario que nadie
nos diga cuáles son nuestras inconsistencias-estamos perfectamente concientes de ellas. Esa conciencia
debe servir para mantenernos humildes y dependientes de Dios para triunfar. Pero la trampa con
frecuencia nos la tiende nuestra ignorancia de la doctrina de la santificación. En vez de reconocer que la
brecha existe para instarnos hacia adelante en fervorosa confianza en Cristo, permitimos que nos condene
y que detenga nuestro progreso hacia adelante. Somos atrapados a creer que simplemente somos
perdedores, fracasos, que no servimos para nada...y que quizás ni tan siquiera somos cristianos. Algunos
hasta pasan a la inactividad o a la desobediencia. Los que son atrapados en esta trampa (y, hasta cierto
punto, todos lo somos) innecesariamente padecen de desánimo.
Como pastor, una de mis mayores responsabilidades es ayudar a los individuos a salir de la trampa de
la brecha. Con frecuencia me encuentro diciendo a la gente, “No será instante, y le exigirá serio esfuerzo,
pero salir de la trampa de la brecha no es complicado. Y créame, valdrá la pena.”
Quizás tú te has encontrado en la trampa de la brecha. Quizás estés ahí ahora mismo. Si así es, tenemos
confianza de que este libro puede ayudarte a cerrar la brecha entre lo que debes ser en Cristo y lo que eres
en la práctica.
¿Puedes imaginarte una vida en la que rompes los hábitos pecaminosos y haces verdadero progreso
en la santidad? Esa vida es posible. Y este libro está escrito para ayudarte y animarte cuando hagas tuya
esa vida.

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“La vida cristiana se trata de hacernos en carácter intrínseco lo que ya somos en Cristo...El
propósito de estos pasajes (Romanos 6, Colosenses 3:5-14, Efesios 4:22-32) es mostrarnos la
gran brecha que existe entre lo que somos contados o considerados ser en Cristo (justificación) y lo
que en realidad somos en la vida diaria (santificación) para poder instarnos a cerrar la brecha...el
propósito de Pablo es instarnos a hacernos en la vida diaria lo que ya se nos considera ser en
Cristo.” Jay Adams

Entre “Ahora” y “Todavía no”


¿Hay cosas en tu vida en las que sabes que no estás viviendo como Dios espera que vivas? (Describe
brevemente una de esas cosas en el espacio abajo.) Sin duda, una de las cosas más frustrantes de la vida
cristiana es la aparente contradicción entre lo que Dios espera que seamos y lo que nosotros, por
experiencia, sabemos que somos. Observa a los corintios, por ejemplo. En un punto Pablo les asegura,
“ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu
de nuestro Dios” (1Corintios 6:11). Parece un caso cerrado, ¿no? Hasta que leemos la segunda carta de
Pablo a esta iglesia, en la que parece decir casi lo opuesto: “Purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y
el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2Corintios 7:1).
Espero que los corintios estuvieran un tanto confusos. ¿Estaban santificados...o contaminados? En
realidad, estaban santificados y contaminados, y así estamos nosotros. Para poder explicar eso, permíteme
llevarte brevemente por una tangente.
El reino de Dios es tanto “ahora” como “todavía no”. Está presente en ciertos respectos y es futuro
en otros. Nuestro Señor vino proclamando y demostrando que el reino (o dominio) de Dios había
cruzado la historia humana: “Pero si expulso a los demonios con el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes
el reino de Dios” (Lucas 11:20). Sin embargo, el reino de Dios todavía no ha llegado en su plenitud. Eso
no sucederá hasta que Jesús regrese en poder, cuando toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que
Él es Señor. Hasta entonces, sin negar la presente realidad del reino de Dios, oramos fervorosos, “Venga
tu reino” (Mateo 6:10).
En este respecto, el reino de Dios paralela bastante nuestra vida individual. Dios, por medio de la
maravillosa obra de justificación, nos ha declarado justos. Nuestra posición legal ante Él ha cambiado.
Ese asunto ha sido arreglado una vez y por todas en la corte del cielo. Pero, en este lado del cielo, nuestra
transformación interna es un proyecto en progreso. El proceso de santificación me mantiene ocupado
personalmente como cristiano, y también me da suficiente trabajo como pastor.
De modo que ¿tenemos victoria en Jesús o no? ¿Somos vencedores, o somos vencidos? Oscar
Cullman sugiere una analogía de la Segunda Guerra Mundial que creo que nos puede ayudar a comprender
esta aparente contradicción. La historia nos cuenta de dos días importantes hacia el final de la II Guerra
Mundial: D-Day (Día D) y VE-Day (Día VE). El D-Day tuvo lugar el 6 de junio de 1944 cuando las
fuerzas Aliadas desembarcaron en las playas de Normandía, Francia. Este fue el punto decisivo en la
guerra; una vez se llevó a cabo con éxito este desembarco, la suerte de Hitler se selló. La guerra
esencialmente había terminado. Pero la victoria total en Europa (VE-Day) no ocurrió sino hasta el 7 de
mayo de 1945 cuando las fuerzas alemanas se rindieron en Berlín. Este intervalo de once meses se
recuerda como uno de los períodos más sangrientos de la guerra. Se pelearon batallas campales por toda
Francia, Bélgica, y Alemania. Aunque el enemigo había sido herido mortalmente, no sucumbió
inmediatamente.
“Elección divina es la garantía de que Dios se encargará de completar por gracia santificadora lo que
su gracia electora ha comenzado. Este es el significado del nuevo pacto: Dios no sólo ordena
obediencia, Él la da.” John Piper

La cruz fue nuestro D-Day. Ahí el Señor Jesucristo murió para romper las cadenas del pecado de su
pueblo. Por su muerte y resurrección somos justificados. Pero la victoria final espera el regreso de Cristo.
No hay duda de cuál será el resultado de las cosas. Pero todavía nos encontraremos envueltos en
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escaramuzas y batallas hasta que el Señor aparezca en gloria para derrotar para siempre las fuerzas de las
tinieblas.
Esta distinción, si se mantiene en mente, nos puede evitar mucho desánimo. La batalla todavía sigue
atroz, pero la guerra ya se ganó. Una conciencia de la obra acabada de Cristo a nuestro favor es esencial
para levantar el ánimo mientras buscamos la santificación. Debemos estudiar y meditar en la gran doctrina
de la santificación hasta que penetre profundamente en nuestra conciencia.
¿Alguien quiere Listerine?
Aunque estamos totalmente justificados en Cristo (D-Day), de ninguna manera estamos totalmente
santificados (VE-Day). Algunos no han comprendido esto.
El maestro de la Biblia Ern Baxter cuenta de un incidente que ocurrió durante el Avivamiento de la
lluvia al final de los 1940. Había surgido una herética enseñanza llamada “Los manifiestos hijos de Dios”.
Esencialmente era una doctrina que prometía total santificación en esta vida. En su forma más extrema,
incluía la creencia de que una élite espiritual recibiría cuerpos glorificados antes del regreso de Cristo.
Al final de una reunión en la que Baxter predicaba, varios hijos (e hijas) manifiestos aparecieron atrás
del auditorio vestidos con túnicas blancas. Cuando terminó de predicar se deslizaron por el pasillo hasta
el frente de la iglesia y comenzaron a tratar de hacer discípulos para su doctrina de absoluta perfección.
Según él relata la historia, “La señora que era su líder tenía seria necesidad de usar Listerine. Esa no es la
clase de perfección a la que yo añoro.” Más común que el escenario de Ern Baxter son las situaciones
que resultan de un concepto superficial, sencillo de lo que es la santificación.
Cuando yo era recién convertido, conocí a un joven llamado Greg, un admitido ladrón y drogadicto
que al parecer se había convertido cuando estaba en la prisión. Se comportaba con audaz certeza y
caminaba con un ligero contoneo. Más de una vez me dijo cómo había sido “salvado, santificado, y lleno
con el Espíritu Santo.”
Según él lo describía, todo parecía tan sencillo. Un día, cuando era recién convertido, se montó en un
tren, y cuando se bajó horas después había tenido lo que él llamaba una “experiencia santificadora”. Me
aseguró que una experiencia así era un preludio necesario para recibir el bautismo en el Espíritu Santo, y
que una vez eso sucediera, uno estaba listo.
Debo admitir que había ciertas cosas de Greg que decían que quizás no estaba muy santificado. Tenía
una tendencia a pasar juicio y una actitud farisaica. Podía ser imperioso y rencoroso. Recuerdo su
indignada expresión cuando un amigo sin darse cuenta puso algo sobre su Biblia: “¡Oye, disculpa, pero
esa es la Palabra de Dios!” Con todo, él sí que podía citar la Biblia, y parecía entender su asunto de la
santificación.
Qué impresión más desagradable me causó cuando Greg volvió a vender y a usar drogas fuertes.
Los problemas de Greg incluían un incompleto, y por lo tanto incorrecto, entendimiento de la
enseñanza de la Biblia sobre la santificación. Él había hecho lo que muchos hacen al enfocarse sólo en
las citas bíblicas favoritas que parecen validar su experiencia personal.
“La santidad no es el camino a Cristo. Cristo es el camino a la santidad.” Adrián Rogers

La santificación es tanto definitiva (que ocurre en el momento de la conversión) como progresiva. No


sucedió todo en una sola experiencia en el pasado, ni tampoco se debe considerar como algo que sólo
sucede por grados. Fuimos cambiados y estamos cambiando. Sin amenguar el entusiasmo de nuestro exitoso
desembarque en Normandía, seamos sobrios y realistas cuando asesoramos la oposición que se encuentra
entre nosotros y Berlín. No tenemos la opción de subirnos al tren de la santificación, como Greg decía
haberlo hecho. Va a ser una batalla a cada paso del camino.

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Vale la Pena el Trabajo
Para muchos, “santificación” es otra de esas largas palabras teológicas que se oyen con frecuencia pero
que raramente se entienden. Suena erudita e impráctica. Sin embargo es intensamente práctica. La
doctrina de la santificación contesta las preguntas que ha hecho casi todo cristiano en la historia de la
iglesia:
¿Cómo cambio? ¿Cómo crezco? ¿Cómo me hago como Cristo? ¿Cómo salgo de la trampa de la brecha?
Cualquier cosa que pueda contestar esas preguntas vale la pena cierto esfuerzo. El Apéndice A muestra
cómo diversas ramas de la Iglesia han manejado este asunto en el pasado, pero veamos lo que podemos
aprender sobre esta esencial doctrina según se aplica a nosotros hoy.
“¿Nos puede salvar la santidad? ¿Puede la santidad apartar el pecado, satisfacer por las transgresiones, pagar a
Dios nuestra deuda? No, ni una pizca. Dios no permita que yo diga eso nunca. La santidad no puede hacer ninguna de
estas cosas. Los santos más brillantes son todos ‘siervos inútiles’. Nuestras obras más puras no son más que trapos
inmundos, cuando los probamos bajo la luz de la santa ley de Dios. El manto blanco, que Jesús ofrece y la fe pone,
debe ser nuestra única justicia, el nombre de Cristo nuestra única confianza, el libro de vida del Cordero nuestro único
derecho al cielo. Con toda nuestra santidad no somos mejores que los pecadores. Nuestras mejores cosas están
manchadas y contaminadas con imperfección. Todas son más o menos incompletas, sus motivos son equivocados o
su rendimiento es defectuoso. ‘Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de
ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte’ (Ef 2:8,9)” J.C. Ryle

El significado bíblico de la palabra santificar es “apartar; consagrar”. Puede aplicarse a una persona,
lugar, ocasión, u objeto. Cuando algo es santificado, es que se ha separado del uso común y se ha dedicado
a un uso especial. Por ejemplo, en los tiempos de Moisés el Día de la Expiación era apartado (santificado)
a un Dios santo. Ese día se convirtió en un día santo. Una cosa santificada no se hace santa simplemente
por ser apartada; deriva su santidad de aquello a lo que ha sido dedicada. Porque sólo Dios es santo,
solamente Él puede impartir santidad.
Teológicamente la palabra “santificación” ha sido usada para describir el proceso por el que pasa el
creyente a medida que el Espíritu de Dios obra en él para hacerlo como Cristo. El proceso comienza en
el momento en que nacemos de nuevo y sigue mientras vivamos. Está marcado por el conflicto diario a
medida que nos apropiamos de la gracia y la fortaleza de Dios para vencer el pecado que está en nosotros.
Ten en mente que la culpa del pecado ya ha sido quitada por medio de la justificación, como lo explica
Anthony Hoekema: la santificación quita la contaminación del pecado: Al decir culpa queremos decir el
estado de merecer condenación o de merecer castigo porque la ley de Dios ha sido violada. En la
justificación, que es un acto declarativo de Dios, la culpa de nuestro pecado es removida a base de la obra
expiatoria de Jesucristo. Sin embargo, al decir contaminación queremos decir la corrupción de nuestra
naturaleza que es el resultado del pecado y que, a su vez, produce más pecado. Como resultado de la
caída de nuestros primeros padres, todos nacemos en un estado de corrupción; los pecados que
cometemos no sólo son producto de esa corrupción sino que también añaden a ella. En la santificación
la contaminación del pecado está en el proceso de ser removida (aunque no será totalmente removida
hasta la vida que está por venir)
La Biblia también describe la santificación como crecimiento en santidad. Por santidad me refiero a
una devoción a Dios y el carácter que resulta de esa devoción. La santidad incluye amor y deseo de Dios.
También incluye el temor de Dios, que John Murray ha llamado “el alma de la santidad”. Habiendo sido
liberado del temor del tormento eterno, el cristiano teme a Dios al enfocarse no en su ira sino en su
“majestad, santidad y transcendente gloria...”
El temor del Señor tiene en el corazón un efecto purificante y es una precondición para la intimidad
con Dios.
La santidad tiene que ver con más que moralidad y celo. Surge de una unión con Cristo y una pasión
por darle honra. Una persona santa quiere ser como su Señor para darle placer a Él. Quiere sentir lo que
Dios siente, pensar como Él piensa, y hacer su voluntad. En pocas palabras, desea tomar para sí el carácter
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de Dios para que Dios pueda ser glorificado. Ninguna empresa es más de digna de nuestro esfuerzo
durante toda la vida: “Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad (santidad) es útil para todo, ya que
incluye una promesa no sólo para la vida presente sino también para la venidera. (1Ti 4:8).
Tanto Dios como el hombre tienen lugares clave en la obra por gracia de la santificación. Él, por su
admirable gracia, inicia nuestra salvación e imparte el deseo y el poder para vencer el pecado. Al responder
a y confiar en su gracia, nosotros a nuestra vez obedecemos el mandamiento bíblico que dice “lleven a cabo
su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla
su buena voluntad” (Fil 2:12-13).
“La santificación, dice el catecismo Westminster Shorter (Q.35), es ‘la obra de la gracia libre de Dios, por la cual
somos renovados en el hombre entero a la imagen de Dios, y somos capacitados más y más para morir al pecado, y
vivir en justicia.’ El concepto no es que el pecado es totalmente erradicado (eso es decir mucho) o simplemente
contrarrestado (eso es decir muy poco), sino que es un cambio de carácter divinamente forjado que nos libra de
hábitos pecaminosos y forma en nosotros afectos, disposiciones, y virtudes como los de Cristo.” J.I. Packer

El Nuevo Testamento fija un curso para vivir en santidad que es un campo medio (en realidad un
campo más alto) entre el legalismo por un lado y el libertinaje por otro. Esas tradiciones de la iglesia que
han puesto demasiado énfasis en la obra de Dios dentro de nosotros sin esperar que esa obra resulte en
un creciente deseo de santidad, se apartan del camino hacia el libertinaje. “Como les he dicho a menudo, y
ahora lo repito hasta con lágrimas, muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su destino es la destrucción,
adoran al dios de sus propios deseos y se enorgullecen de lo que es su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal” (Filipenses
3:18-19). Por otro lado, hay aquellos que han enfatizado tanto la parte del hombre, que elevan la técnica
sobre la verdad de Dios y acaban en legalismo. (Por supuesto que hay variados grados de estas
derivaciones.)

Cómo Obtener la Perfección


Una pregunta común que oigo a los cristianos hacer es, “¿Hasta dónde puedo esperar que llegue este
proceso de santificación? ¿Algún día estaré completamente libre del pecado?” Es una pregunta que se
hace especialmente relevante cuando leemos una declaración como la de Pablo a la iglesia de los
filipenses: “Así que, ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar. Y si en algo piensan en forma
diferente, Dios les hará ver esto también” (Filipenses 3:15). Jesús lo dijo aún más enfáticamente en un versículo
citado anteriormente: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48).
¿En realidad espera Dios que logremos la perfección? El anhelo por la perfección ha inspirado a muchos
a seguir a Dios. A través de la historia humana poetas y filósofos han expresado el deseo de volver a
lograr una inocencia y pureza perdidas. Los cantantes contemporáneos Crosby, Stills, y Nash celebraron
la experiencia de Woodstock con una canción que decía, “Somos polvo de estrella, somos dorados, estamos
atrapados en la ganga del diablo. Y tenemos que volver al Edén.”
El problema es que no somos perfectos y lo sabemos. En el mundo de fantasía de las películas, Mary
Poppins muy bien puede alegremente referirse a sí misma como “prácticamente perfecta en todo”, pero
no es así en la vida real. Y ciertamente no vamos a lograr la perfección a través de Woodstock.
“Cuando el amanecer de...la santidad de Dios irrumpe en nuestro espíritu, somos liberados de todo pensamiento
superficial e inadecuado sobre nuestra propia santificación. También somos preservados de cualquier enseñanza
barata que nos animara a pensar que hay atajos por los que podemos obtener la santidad con más facilidad. La
santidad no es una experiencia; es la reintegración de nuestro carácter, la reedificación de una ruina. Es labor diestra,
un proyecto de largo alcance, que exige todo lo que Dios nos ha dado para vida y santidad.” Sinclair Ferguson

R.A. Miller señala que la Escritura claramente nos dice que seamos perfectos, mientras que al mismo
tiempo da evidencia de que la perfección no se puede lograr en esta vida. Esto nos presenta un dilema.
No estamos libres para poner manos arriba y admitir derrota. Pero tampoco podemos adoptar una actitud
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respecto a la perfección que diga “puedo hacerlo”, que tiene más en común con el pensamiento positivo
que con la Biblia. La única manera de resolver este dilema es darnos cuenta de que el Nuevo Testamento
ve la perfección de dos maneras. La visión de Pablo para los filipenses era la madurez, no la infalibilidad.
Nota cómo la Nueva Versión Internacional traduce su comentario a la iglesia filipense: “¡Escuchen los
perfectos! Todos debemos tener este modo de pensar” (Filipenses 3:15). Los “perfectos” en este sentido se pueden
describir como “los que han logrado razonable progreso en el crecimiento y la estabilidad espiritual.”
Es algo natural que todo niño quiera ser grande, llegar a adulto. Esto no es menos cierto del creyente.
Antes que adoptar una actitud casual o descuidada respecto al crecimiento, debemos dejar que el llamado
a la perfección nos impulse hacia adelante en una seria búsqueda de ser como Jesús. El propio ejemplo
de Pablo debe ser el modelo para todos nosotros.
No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando
alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya
logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante,
sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.
(Filipenses 3:12-14) Una pegatina para el parachoques del automóvil que una vez fue muy popular
decía, “Los cristianos no son perfectos, sólo son perdonados.” ¿Qué clase de actitud podría reflejar esto?
(Especialmente si el automóvil va a más del límite de velocidad.) “Primero debemos ser hechos buenos antes
de poder hacer el bien Hugh Latimer
Vemos un segundo uso de la palabra perfección en la primera epístola de Pablo a los corintios. “Pero
cuando llegue lo perfecto,” dice él, “lo imperfecto desaparecerá” (1Corintios 13:10). En este sentido, la perfección
es una palabra correctamente restricta a Dios – una perfección que no veremos hasta que Cristo vuelva.
El teólogo Louis Berkhof prefiere hablar de las perfecciones de Dios antes que de sus atributos. Sólo Dios
no tiene faltas. No importa cuánto maduremos en esta vida, jamás lograremos la perfección hasta ese día
cuando Dios nos perfeccione en la gloria.
Siete Razones Para Cerrar la Brecha
Generalmente hablando, el mundo tiene una impresión negativa de la santidad. Muchos la igualan con
una existencia aburrida, que carga con una cruz vacía de gozo. Parece más una justificación de sí mismo
que dice “soy más santo que tú” que la gozosa experiencia que en realidad es. Al terminar, rechacemos
esa idea examinando algunos de los muchos beneficios y bendiciones que ganamos al seguir a Cristo.
Aquí hay siete frutos de la santificación: Dios es glorificado. Cuando nosotros somos santos, damos
peso a lo que decimos que Dios es tan real y maravilloso como decimos que es. Pablo nos dice que las
buenas obras de los cristianos adornan la doctrina de Cristo (Tito 2:10). Hasta los que niegan a Dios son obligados
a admitir su realidad cuando su pueblo anda en sus caminos.
Continúo compañerismo en esta vida con la Trinidad.
“Le contestó Jesús: -El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él” (Juan
14:23). Es un tremendo gozo y consuelo tener la presencia del Padre y del Hijo por medio del Espíritu
Santo. Y Jesús indica que esta presencia es una presencia amorosa, no indiferente ni impersonal. Por
supuesto que junto con su presencia viene su poder, que nos permite vencer los obstáculos de la vida.
“No hay gozo permanente sin santidad... ¡Cuán importante es, entonces, la verdad que santifica! ¡Cuán crucial es la
Palabra que rompe el poder de los tesoros falsos! ¡Y cuán vigilantes debemos ser de alumbrar nuestros caminos y
cargar nuestro corazón con la Palabra de Dios!” John Piper

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Compañerismo con otros cristianos.
Si caminamos en oscuridad, no podemos gozar de auténticas relaciones con otros creyentes. “Pero si
vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia
de todo pecado” (1 Juan 1:7).
El Señor promete darnos compañeros, compañeros de viaje en el camino a la santificación. Por mi
parte, he encontrado que la verdad de Dios combinada con el ejemplo del pueblo de Dios son
absolutamente necesarios para mi crecimiento espiritual. Y cuando he andado en sus caminos nunca me
ha hecho falta ninguno de los dos. Nos necesitamos unos a otros en el contexto de la iglesia para poder
triunfar. La santidad y la comunidad cristiana van mano a mano.
Seguridad de salvación.
Aunque nuestra salvación no se basa en nuestro afán de ir tras la santidad, la seguridad de salvación
seguramente está conectada con ello. En su segunda epístola, Pedro exhorta a sus lectores a hacer todo
esfuerzo por amontonar virtudes espirituales, añadiendo virtud a la fe y entendimiento a la virtud hasta
tener en medida abundante dominio propio, constancia, devoción a Dios, afecto fraternal y amor (2
Pedro 1:5-9). Él advierte que cuando éstos faltan, la persona puede olvidar...
“...que ha sido limpiado de sus pasados pecados. Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del
llamado de Dios, que fue quien los eligió. Si hacen estas cosas, no caerán jamás, y se les abrirán de par en par las puertas
del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2 Pedro 1:9-11)

Evangelismo.
De joven bajo la convicción del pecado, yo traté lo mejor que pude de encontrar faltas a los cristianos
para poder rechazar su mensaje y despacharlos como hipócritas. Pero aunque no eran perfectos, yo no
pude encontrar inconsistencias mayores. La familia grande que me extendió el evangelio hizo más
impacto en mí con su modo de vivir que con sus palabras. El esposo amaba a su esposa, la esposa
respetaba a su esposo, los hijos obedecían a sus padres, y todos tenían gozo. Yo nunca había visto nada
así. Se ha dicho que aunque el mundo no lea su Biblia, ciertamente lee a sus cristianos. Dios usa a gente
santa para alcanzar a otros. No perfecta, sino santa.

Entendimiento, sabiduría, y conocimiento.


Estos tesoros esperan a los que buscan a Dios de todo corazón (Prov. 2:1-11). Se esconden del
perverso, el rebelde, y el necio.

Ver a Dios.
La Escritura nos dice, “Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos
12:14). Aunque el total significado de este pasaje está envuelto en un velo de misterio, la Escritura sí tiene
mucho que decir sobre la “visión beatífica”, o ver a Dios. Ocurrirá después del regreso de nuestro Señor
cuando todo enemigo haya sido vencido y hayamos sido totalmente santificados. En ese tiempo nuestra
visión de Dios será continua e intensa, sin distracción ni la conciencia de sí mismos que causa el pecado.
Entonces conoceremos así como somos conocidos. No que nuestro conocimiento de Dios será
completo, porque Él siempre nos revelará más y más de su infinito y maravilloso ser.
“Dichosos los de corazón limpio,” dijo Jesús, “porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Esta continua
iluminación de su grandeza y bondad ciertamente es la maravilla más sobresaliente que resulta de una
vida de santidad.
Como puedes ver, hay suficientes buenas razones para cerrar la brecha entre lo que Dios espera de
nosotros y nuestra propia experiencia. Fuimos hechos para compartir de su santidad-no sólo en el cielo,
sino aquí en la tierra. Paso a paso, podemos aprender a vencer el pecado y a vivir de una manera que
refleje más y más la gloria y el carácter de Dios.

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En este primer capítulo hemos tratado de estimular tu apetito por la santidad. Comenzando con el
Capítulo Dos, vamos a empezar a formar el marco bíblico necesario para una vida santa y feliz.
Capítulo 4 – Donde todo comienza

No hace muchos años comenzó a circular el rumor de que una popular estrella de rock había “nacido
de nuevo.” La reacción de la comunidad cristiana fue, como era de esperar, de mucho entusiasmo. Pero
cuando se enteró de su supuesta conversión, la estrella de rock pronto puso fin al rumor: “Se informó
que yo nací de nuevo. Eso no es verdad. Lo que dije fue que me había metido a la porno de nuevo.”
Unas pocas letras pueden hacer toda una diferencia.
A veces me hago escéptico cuando oigo vagos informes de que se han convertido figuras públicas.
Aunque el individuo admita haber tomado la decisión de seguir a Cristo, su vida quizás no refleje el
cambio correspondiente. Quizás no haya evidencia de un arrepentimiento, ni ninguna participación en
una iglesia local.
A medida que los ciudadanos ordinarios observan dichas aparentes contradicciones, concluyen
incorrectamente que esto es lo que quiere decir nacer de nuevo.
Charles Colson es una notable excepción al patrón. Un anterior abogado y asistente presidencial en la
administración del presidente Nixon, Colson fue condenado y encarcelado por su parte en el escándalo
de Watergate. Pareció sospechoso cuando, durante ese tiempo, dijo haber entregado su vida a Cristo.
Pero esa no era una trama para reducir su sentencia. La conversión de Colson fue genuina, según dejaba
ver su nuevo estilo de vida. Su libro, Nacido de Nuevo, ofrece un elocuente y poderoso relato de su
auténtico encuentro con el evangelio.
Aunque la frase “nacido de nuevo” se usa comúnmente en la cultura de hoy, sus implicaciones
teológicas han sido oscurecidas. Por ejemplo, cuando el boxeador George Foreman, que se había retirado,
volvió al boxeo, los locutores deportivos dijeron que su carrera había “nacido de nuevo”. A los políticos
que experimentan un retraso y luego vuelven a recuperar la popularidad a veces se les llama nacidos de
nuevo. Y muchas personas piensan de los cristianos nacidos de nuevo como un hiperactivo grupo
marginal dentro de la iglesia, sin darse cuenta de que el nuevo nacimiento ¡es un prerrequisito bíblico
para siquiera ser parte de la iglesia!
“Hacerse cristiano no es comenzar de nuevo en la vida; es recibir una nueva vida para comenzar.”
Thomas Adams

Hasta el cristiano maduro puede faltar en comprender esta crítica frase. Pero si alguna vez esperamos
cambiar como Dios lo quiere, debemos comenzar con experimentar y entender lo que es la regeneración-
el nuevo nacimiento. Aquí es donde comienza el proceso entero de la santificación.
La Educación de un Fariseo
La frase “nacido de nuevo” no se originó con el presidente Jimmy Carter. Se originó con Jesucristo.
Descubramos dónde la introdujo y cómo quiso que se entendiera mientras escuchamos a escondidas
una conversación capaz de doblar el cerebro en el tercer capítulo de Juan.
Nicodemo era fariseo y miembro del concilio judío, el Sanedrín. Era muy respetado en Jerusalén
como teólogo y maestro de la ley. En vista de su posición y prestigio, es sorprendente que Nicodemo
hiciera una visita privada a Jesús.
Después de todo, Jesús carecía de la preparación formal que Nicodemo y sus compañeros tanto
valoraban. Además, este conservador rabí acababa de alborotar el templo al insinuar que tenía autoridad
única de parte de Dios (Juan 2:13-22).
Pero Nicodemo se sintió intrigado por la enseñanza de Jesús, y no podía negar ni rechazar los milagros
que sucedían. Así que, con cierto grado de humildad, el prominente religioso privilegiado dijo al

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carpintero sin preparación académica de Galilea: Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de
Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él (Juan 3:2).
Una cosa se podría decir a favor de los fariseos - es que sabían la importancia de la etiqueta. Al dirigirse
a Jesús como “Rabí”, Nicodemo expresó respeto por su posición como maestro y demostró disposición
para aprender. Pero su próxima frase fue una de las que pronto se arrepentiría: “Rabí, sabemos...”.
No era la manera recomendada para comenzar una conversación con el Hijo de Dios. Jesús pudo
haber confrontado a Nicodemo por su arrogante actitud y pudo haber terminado ahí mismo la
conversación. En vez de eso, decidió ayudar a Nicodemo a ver cuán limitado en realidad era su
conocimiento. ¿Su método? Un rápido juego de Jeopardy (Peligro) bíblico. Categoría: Regeneración, por
$200.
“Raramente tomamos esta enseñanza (de que el hombre no puede entrar al reino de Dios) lo suficientemente en
serio, quizás porque nos quita de debajo de los pies los últimos vestigios de nuestra natural suficiencia en nosotros
mismos. Subraya la enseñanza bíblica de que nuestra salvación es toda por gracia. ¡Lo único que es necesario es lo
que nosotros no podemos hacer!” Sinclair Ferguson

“De veras te aseguro”, le contestó Jesús, “que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (vs. 3).
La declaración del Señor dejó perplejo a Nicodemo. Él preguntó “¿Cómo puede uno nacer de nuevo
siendo ya viejo?” Nicodemo no podía comprender lo que Jesús quería decir, ni tampoco estaba
acostumbrado a que se dirigieran a él de esta manera. Típicamente le tocaba a él dar las respuestas, no
buscarlas a tientas.
Pueda que haya estado en el templo cuando Jesús, a los doce años de edad, maravilló a los sacerdotes
con sus preguntas. Pero Jesús ya no era un adolescente.
“Yo te aseguro”, continuó Jesús, “que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios...no te sorprendas de que te haya dicho: ‘Tienen que nacer de nuevo” (vs. 5,7). Pero Nicodemo se sorprendió.
De hecho, se escandalizó. “¿Cómo es posible que esto suceda?” preguntó.
En este momento Nicodemo necesitaba dos aspirinas. Para añadir a su dificultad tenía un sentido de
humillación, especialmente cuando Jesús dijo, “Te digo con seguridad y verdad que hablamos de lo que sabemos y
damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si les he hablado de las
cosas terrenales, y no creen, ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales?” (vs. 11-12).
“El nuevo nacimiento no es sólo un misterio que ningún hombre comprende, es un milagro que ningún hombre
puede emprender.” Richard Baxter

Es fácil mirar con desprecio al humillado erudito, pero sometámonos al mismo examen:
¿Comprendemos lo que Jesús decía sobre nacer de nuevo? ¿Nos sorprendemos ante las declaraciones
de Jesús? A menos que hayamos llegado al lugar donde, como Nicodemo, preguntamos, “¿Cómo es
posible que esto suceda?”, no es probable que hayamos comprendido totalmente el misterio y el milagro
de la regeneración.
Nada Que Contribuir
Al enfocarte en las partes individuales de la extraordinaria declaración de Jesús, ¿recibes una nueva
percepción? Tienen que nacer de nuevo Lo que Jesús intencionalmente omitió fue toda sugerencia de
que Nicodemo tenía personalmente toda la responsabilidad de nacer de nuevo. De hecho, dijo todo lo
opuesto: “Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu” (Juan 3:6).
Para más estudio: ¿Cómo es que la paternidad de Abraham de Isaac e Ismael muestra el contraste
entre nuestros esfuerzos y los de Dios? (Génesis 21:1-13 y Romanos 9:6-9) No es difícil ver por qué a
Nicodemo le parecieran tan confusos los comentarios de Jesús. Habiendo entendido e interpretado
incorrectamente la ley, los fariseos buscaban establecer su propia justicia ante Dios. Nicodemo habrá
supuesto que nacer de nuevo (cualquiera que sea el significado) tenía que ver con algún esfuerzo o

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contribución de su parte. La mayoría de nosotros supondríamos lo mismo. Y es exactamente esa
suposición lo que Jesús ponía en duda.
“Tienen que nacer de nuevo” no es un mandamiento para creer en Cristo; es una declaración que clarifica
lo que Él debe hacer en nosotros.
“La regeneración es un cambio que Dios hace en nosotros”, escribe C. Samuel Storms, “no un acto autónomo que
nosotros desempeñamos por nuestra propia cuenta” Pausa por un momento para considerar las asombrosas
implicaciones de las palabras de Cristo: Aunque absolutamente esencial para la vida cristiana, la
regeneración no se puede lograr con el esfuerzo humano.
• Dios es el único autor del nuevo nacimiento; no es un esfuerzo cooperativo.
• La regeneración es una experiencia que debemos tener pero que sólo Dios puede dar.
No es por falta de inteligencia que Nicodemo encontró las palabras del Señor tan confusas; es porque
exigían un cambio de paradigma en su modo de pensar. Le revelaron cuán indefenso era y cuánto
dependía de la misericordia del Señor.
Antes de seguir, permíteme clarificar un punto. No estoy disminuyendo la importancia del
arrepentimiento y la fe. Estas deben caracterizar nuestra respuesta a la regeneración, y son esenciales
para la conversión y para nuestra continua santificación. Pero desde mi perspectiva son el resultado del
nuevo nacimiento, no la causa. El teólogo A.A. Hodge nos advierte que mantengamos la perspectiva de
la Escritura: “Haga lo que haga el hombre después de la regeneración, la primera resurrección de los muertos debe
originarse en Dios”.
“Una noche entre semana, cuando estaba sentado en la casa de Dios, no pensaba mucho en el sermón del
predicador porque no lo creía. De repente me llegó el pensamiento, ‘¿Cómo es que llegaste a ser cristiano?’ Yo busqué
al Señor. ‘Pero ¿cómo llegaste a buscar al Señor?’ En un momento la verdad me pasó por la mente como un relámpago
– yo no debí haberlo buscado a Él a menos que haya habido una previa influencia en mi mente para hacer que lo
buscara. Yo oré, creía yo, pero luego me pregunté, ¿Cómo es que llegué a orar? Fui inducido a orar al leer la Escritura.
¿Cómo es que llegué a leer la Escritura? La leí yo, pero ¿qué me llevó a hacerlo? Luego, en un momento, vi que Dios
estaba detrás de todo, y que era Él el autor de mi fe, y así toda la doctrina de la gracia se abrió ante mí, y de esa
doctrina no me he apartado hasta este día, y deseo hacer de esta mi constante confesión, ‘atribuyo mi cambio totalmente
a Dios”.Charles H. Spurgeon
Considera esto con cuidado. Aprecia la radical transformación que se exige, y cuán incapaz e
impotente eres para producirla. La regeneración es la distintiva obra de Dios solamente. Como dice J.I.
Packer, “No es un cambio que el hombre hace algo para efectuar, tal como los infantes no hacen nada para inducir, ni
contribuir, a su propia procreación y nacimiento”. No nacemos “por voluntad humana, sino que...de Dios” (Juan
1:13).
Una nueva, justa naturaleza ha sido impartida, de la que Dios es el único autor.
Además, tenemos la seguridad de que “el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el
día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6). ¡Eso debería producir verdadero regocijo!
Ya no necesitamos preguntarnos si nuestra voluntad y autodisciplina son suficientes. No lo son. Ser
conformados a la imagen de Cristo no depende de nuestra habilidad. Más bien, podemos confiar
respecto a nuestro crecimiento en santidad gracias a la obra definitiva de Dios.
Él ha puesto dentro de nosotros una nueva disposición, una pasión por la justicia. “Esto”, dice J.
Rodman Williams, “es el milagro más grande que cualquier persona puede experimentar”.
Que Haya Vida ¿Qué es lo que en realidad ocurre cuando uno nace de nuevo?
J.I. Packer dice que la palabra regeneración “denota un nuevo comienzo de vida...Habla de una renovación creativa
efectuada por el poder de Dios”. Cuando Dios te regeneró a ti, te llamó a ser algo que no existía
anteriormente. La Biblia lo describe de esta manera: “Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las
tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de
Cristo” (2 Corintios 4:6). El paralelo aquí entre nuestra regeneración y la creación es intencional.
Nuestra regeneración no fue un acto menos creativo de Dios. El mismo Dios que dijo: “Que haya luz”
un día nos habló a nosotros y dijo, “Que haya vida”. ¡Y hubo vida!
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Aunque estábamos muertos en pecado y éramos incapaces de alterar esta condición, ahora hemos
sido hechos vivos a Dios por la regeneradora obra del Espíritu Santo. El teólogo R.C. Sproul explica esto
en mayor detalle: “He aquí la situación: Tú eres un especialista en la juventud que asesora a jóvenes con un raro
desorden mental – están absolutamente convencidos de que se dieron a luz a sí mismos. ¿Qué clase de ansiedades
esperarías que esto produjera en ellos?
(¿Esperarías ver similares ansiedades en los cristianos que no entienden el papel que desempeña Dios en la
regeneración?) El Espíritu vuelve a crear el corazón humano, reviviéndolo de la muerte espiritual a la vida espiritual. Las
personas regeneradas son nuevas creaciones. Mientras que anteriormente no tenían disposición, inclinación, ni deseo
de las cosas de Dios, ahora están dispuestas e inclinadas hacia Dios. En la regeneración, Dios siembra un deseo de sí
mismo en el corazón humano que de otra manera no estaría ahí”. “Un hombre muerto no puede ayudar en su propia
resurrección”, observa W.G.T. Shedd. “Si no hubiera sido por la obra de gracia del Espíritu Santo, quien nos dio una
nueva vida completa con una nueva naturaleza y un nuevo deseo de agradar, servir, obedecer, y glorificar a Dios,
todavía estaríamos espiritualmente muertos y seríamos hostiles hacia Dios”.
La regeneración se distingue de las otras facetas de nuestra salvación. Por ejemplo, aunque la
justificación altera nuestra posición legal ante Dios (o sea, somos declarados justos en vez de culpables),
la regeneración transforma nuestra naturaleza fundamental. Este cambio interno es tan radical y extenso
que ahora se nos describe como nuevas creaciones. La imagen de Dios que se corrompió en la caída del
hombre se vuelve a crear a través del nuevo nacimiento y es progresivamente renovada a través de la
santificación. Pero a diferencia de la santificación, la regeneración no es un proceso. No toma lugar
gradualmente ni por grados. Es una obra soberana e instantánea de Dios en nuestra vida.
“La regeneración es un cambio que se conoce y se siente: se conoce por las obras de santidad y se siente por una
experiencia de gracia”. Charles H. Spurgeon
Por favor no me mal entiendas. No todos son regenerados con todas las dramáticas experiencias que
tuvo Pablo. Aquí estaba un hombre que fue sobrenaturalmente cegado por tres días y a quién se le habló
audiblemente desde el cielo. Pero Pablo no fue la única persona que nació de nuevo en el libro de los
Hechos. Cuando Lidia oyó el evangelio en una reunión de oración para mujeres, “el Señor le abrió el corazón
para que respondiera al mensaje de Pablo” (Hechos 16:14). Eso fue lo único. Los ojos de Pablo fueron
temporalmente cegados, y el corazón de Lidia fue tranquilamente abierto. Diferentes experiencias, pero
el resultado fue exactamente el mismo.
¿Quién es “el que santifica”? (Hebreos 2:11). ¿Para qué etapas de nuestra santificación es responsable
Él? (Hebreos 12:2) Con frecuencia somos tentados a medir la autenticidad de una conversión por las
experiencias que la acompañan. A todos les gusta oír a un líder de pandilla o vendedor de drogas cuya
vida es dramáticamente cambiada. Pero supongamos que tú eres una Lidia.
Simplemente ibas conduciendo el automóvil un día, escuchando una cinta que alguien te había
prestado, y sin nadie como testigo Dios suavemente te abrió el corazón. No oíste ninguna voz, el auto
no se salió de la carretera. Nada dramático. Pero al llegar al trabajo sabías, aunque no lo pudieras explicar,
que algo significante había sucedido. Eras diferente. Habías nacido de nuevo.
Yo he tenido el privilegio de visitar el lugar en Inglaterra donde John Wesley nació de nuevo. Considera
este sencillo relato de ese momento: “Sentí el corazón extrañamente tibio dentro de mí”. No lo que uno
describiría como una experiencia explosiva, pero la validez y el impacto de la regeneración de Wesley no
se puede negar.
En el espacio abajo, o al pie de esta página, traza una sencilla línea de tiempo de tu vida, comenzando
con tu nacimiento y extendiéndola hasta el presente. Luego indica cuándo experimentaste cada uno de
los siguientes: regeneración, justificación, santificación, arrepentimiento, y fe. ¿Cuál sucedió en un punto
específico en el tiempo? ¿Cuáles continúan por el presente?
Ya sea discreto o dramático, cada nuevo nacimiento tiene esto en común: su autoría ha sido exclusiva
y totalmente de Dios. La trama y los personajes son únicos, pero la historia es siempre la misma. Somos
nuevas creaciones. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado.

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Una Resolución Inútil
No es sólo en su evangelio que encontramos a Juan incluyendo notables declaraciones sobre la
regeneración. Terminemos examinando estas asombrosas palabras: Ninguno que haya nacido de Dios practica
el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios. (1
Juan 3.9) ¿Alguna vez has leído este versículo y te has sentido confuso? No es posible que pueda
querer decir lo que dice... ¿no? Pocas personas pueden existir siquiera una hora o dos sin pecar de un
modo u otro. Quizás el verdadero significado del versículo se perdió en la traducción. Por otro lado, nos
preocupamos, ¿y qué si está correcto? Esa no parece ser mi experiencia... ¿eso quiere decir que no he
“nacido de Dios”?
Juan no está sugiriendo que los verdaderos cristianos son incapaces de pecar. Eso es evidente en el primer
capítulo de la misma epístola, donde escribió, “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos y no tenemos la verdad” (1 Juan 1:8). No-el pecado todavía está muy presente, y aunque su dominio
en nuestra vida ha sido destruido, podemos rendirnos ante su influencia en cualquier momento. Pero al
escribir que el que nace de Dios “no puede practicar el pecado”, Juan demuestra que la regeneración nos
ha hecho incapaces de seguir pecando.
El significado de Juan en este pasaje, según Anthony Hoekema, es que el cristiano “no sigue practicando y
gozándose en el pecado, con total abandono...no es capaz de seguir pecando con gozo, de seguir viviendo en pecado”.
John R.W. Stott lo resume más sencillamente: “El creyente puede caer en pecado, pero no caminará en él”. ¿Ves
la diferencia?
“La regeneración ocurre principalmente en el centro del ser del hombre, o sea, en su corazón o espíritu. En este nivel
más profundo de la existencia humana hay un cambio decisivo”. J. Rodman Williams
Supongamos que yo fuera lo suficientemente necio como para probar la aserción de Juan al tomar
esta resolución personal: “En los próximos seis meses trataré de desarrollar un estilo de vida
pecaminoso”. Esto obviamente no es algo que yo desearía ni recomendaría. Sin embargo, no creo que
podría llevar a cabo tal resolución. ¿Por qué? Porque he nacido de Dios. Ahora tengo un nuevo corazón,
una nueva vida, y una nueva inclinación a buscar la santidad y agradar a Dios. Aunque todavía cometo
pecados, por su poder de regeneración soy incapaz de dedicarme al pecado o de seguir en él. Jamás
volveré a poder gozar del pecado como un estilo de vida. Sólo un hecho divino pudo haber logrado un
cambio semejante.
Ya no estamos desvalidos o indefensos en nuestra diaria confrontación con el pecado. No estamos
destinados a andar en continua desobediencia y derrota. Dios interna, sobrenatural, y fundamentalmente
nos ha transformado. Ahora poseemos el deseo y habilidad de agradarlo a Él por el resto de nuestra
vida. Motivados y fortalecidos por la gracia, podemos anticipar una vida entera de cambio progresivo y
definitivo.
Aquí es donde comienza la santificación-en la seguridad y confianza de que hemos nacido de nuevo,
no por nuestro propio esfuerzo sino por el poder y propósito de Dios.
Thomas Adams ha escrito, “Quitemos el misterio del nuevo nacimiento y le hemos quitado su majestad”. ¿Qué
hace misteriosa la regeneración? ¿Es una lucha para ti creer que Dios fue el único responsable por tu
renacimiento? Si Lidia y Pablo representan los extremos de la experiencia de nacer de nuevo, ¿dónde
estarías tú en el espectro?

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Capítulo 5 – Unidos con Cristo
Cuando me convertí en 1972, al comienzo del movimiento carismático y del movimiento del pueblo
de Jesús, no me impresionaban los argumentos lógicos sobre Dios o la vida cristiana. La mía era una
generación irreverente, una generación que “se iluminaba y permanecía iluminada”. Me inclinaba más a
burlarme de cualquier conversación seria sobre el tema de la religión que escuchar.
Lo que yo necesitaba era una experiencia con Dios. Y eso es exactamente lo que recibí.
Conocí a una familia cristiana cuya vida llena de gozo hizo una tremenda impresión en mí. Hablaban
de Jesús como si estuviera presente allí mismo, y se comportaban como si su vida hiciera una verdadera
diferencia para ellos. Al principio pensé que eso era original. Pero luego sentí curiosidad. Me atrajo la
calidad de su vida. Y cuando me explicaron que no siempre había sido así para ellos sino que Jesús había
cambiado su vida, comencé a desear que lo mismo sucediera conmigo
Al decir “vida cambiada” me refiero a la diferencia que Jesucristo hace en la manera, los hábitos, y la
cosmovisión de la persona, hasta en el mismo centro de su naturaleza. Esta familia era prueba sólida de
que Dios sí hace una diferencia. Y cuando yo nací de nuevo y mi vida comenzó a cambiar, también
concluí que Jesús vive.
Pero también aprendí que el cambio tiene que ver con algo más que una sola experiencia. Es necesario
que entendamos cómo es que sucede ese cambio, por qué sucede, y quién hace que suceda. La Escritura
trata directamente con esos asuntos. Aquí es donde vamos si queremos crecer.

Una Carta a Roma


Después que naciste de nuevo, ¿cuál fue lo primero en tu vida que sabías que necesitabas cambiar?
¿Cómo vencemos el pecado y vivimos victoriosamente en Cristo? Los cristianos en todo lugar buscan
respuestas a esta pregunta...muchos de ellos en los lugares equivocados. Como se podría esperar, Dios
ha dado la respuesta en su Palabra. El sexto capítulo de la epístola de Pablo a la iglesia en Roma ha sido
reconocido desde hace mucho tiempo por su esencial contribución a la doctrina de la santificación. En
este capítulo encontramos a Pablo arguyendo a favor de un correcto entendimiento de lo que significa
vivir como cristiano. Pero sería un error tratar de descubrir el significado que Pablo da en Romanos 6
sin tomar en cuenta su contexto, así que un breve repaso de esta epístola está en orden.
Romanos, más que ninguna de las otras epístolas de Pablo, sistemáticamente expone la doctrina de la
salvación. Luego de algunas expresiones de introducción, él suelta una dura condena de toda la raza
humana, mostrando que todos somos culpables como pecadores ante Dios. Luego explica cómo es que
Dios justifica a esos pecadores por medio de la fe en Jesucristo. Esto es lo esencial en los primeros cuatro
capítulos.
En el capítulo 5 Pablo comienza a hablar de la paz y seguridad que nos vienen como resultado directo
de la obra expiatoria de Cristo en la cruz. Ahora tenemos paz con Dios y podemos regocijarnos en la
esperanza de la gloria de Dios. Hasta podemos regocijarnos en las tribulaciones que nos vienen porque
desarrollan nuestro carácter y producen esperanza. El amor de Dios nos ha sido derramado a través del
Espíritu Santo. Y siendo que estas grandes cosas fueron hechas por nosotros cuando éramos sus
enemigos, podemos estar más que seguros de la continua gracia de Dios ahora que somos sus amigos.
En lo que atañe la ley, ésta intervino para que aumentara la transgresión. Pero allí donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos
trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor (Romanos 5:20-21).
A Pablo le gustaría seguir describiendo las bendiciones de la justificación, pero hace una pausa,
dándose cuenta de que la última frase fácilmente podría malinterpretarse. Por tanto comienza el capítulo
6 con un asalto frontal contra los que tratarían de torcer su significado: “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir
en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos
seguir viviendo en él?” (Romanos 6:2).
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“¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que
hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” Pablo el Apóstol (Romanos 6:1-2)
Cuando se predica correctamente, el evangelio de la gracia siempre estará expuesto a la acusación de
que promueve la infracción de la ley. Dondequiera que iba Pablo era acosado por oponentes que lo
acusaban de enseñar que, siendo que estaban perdonados, no importaba cómo vivieran. Así era como
distorsionaban su razonamiento: “Si Dios perdona libremente por gracia (lo que sí hace) y si es verdad
que la gracia de Dios se magnifica en el perdón del pecado (lo que así es), entonces ¿por qué no pecar
más todavía para que fluya más gracia y Dios reciba más gloria?”
“Alto ahí”, dice Pablo. “Ustedes están pasando por alto algo fundamental. Por medio de este evangelio morimos al
pecado. Y si ese es el caso, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?”
Pablo pasa el resto del capítulo 6 contrarrestando esta acusación de faltar en el cumplimiento a la ley,
o antinomianismo. Al hacerlo así, no solamente responde a sus críticos sino que nos da algo de la
enseñanza más rica que se encuentra en el Nuevo Testamento. Pues aquí descubrimos lo que significa
estar unidos con Cristo, un lugar que radicalmente altera nuestra relación con el pecado.
¿Estuviste Ahí?
Todos podemos ver a individuos en el pasado que han influenciado nuestra vida: nuestros padres, un
amigo especial, o quizás una buena maestra de primaria. Pero Jesucristo es diferente a cualquier otro. Es
seguramente cierto que muchos que nunca han nacido de nuevo han sido influenciados por el ejemplo y
la enseñanza de nuestro Señor, pero el Nuevo Testamento siempre ha sostenido que la verdadera fe en
Jesucristo lleva a una relación mucho más penetrante e infinitamente más significante que la simple
influencia moral. Pablo habla de que “estamos en Cristo” y que Cristo “está en nosotros”. Y las implicaciones
de esta misteriosa unión son, sin ninguna exageración, asombrosas.
John R.W. Stott ha escrito, El gran tema de Romanos 6, y en particular los versículos 1-11, es que la
muerte y resurrección de Jesucristo no son sólo hechos históricos y doctrinas significantes, sino
experiencias personales del creyente cristiano. Son sucesos en los que nosotros mismos hemos llegado a
compartir. Todos los cristianos han sido unidos a Cristo en su muerte y resurrección. Además, si esto es
cierto, es inconcebible que sigamos viviendo en pecado.
“¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús, en realidad fuimos
bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de
que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva. En efecto, si hemos estado
unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que nuestra vieja
naturaleza fue crucificada en él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que no siguiéramos siendo
esclavos del pecado”. (Romanos 6:3-6) Que nuestro Señor en realidad conquistó la muerte es una verdad
abrumadora. Pero, tan admirable como es esto, es quizás más notable el hecho de que se nos considera
estar unidos con Él en su muerte, sepultura, y resurrección. Pablo reitera esta verdad en otra epístola: He
sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el
Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. (Gálatas 2:20) Nota las frases “con Cristo” y “en mí” en los
pasajes anteriores. Indican nuestra unión con Jesucristo. Pablo usa el acto del bautismo para recordarnos
estas verdades. Pero lo que está ansioso por demostrar no es el bautismo, sino la fe que lleva al bautismo.
Es sobre esta fe que se basa nuestra presente unión con Cristo.
De modo que, ¿cuáles son las implicaciones de esta relación? De alguna manera estamos conectados
con Jesucristo mismo. Y este es uno de esos casos en los que a quién uno conoce es mucho más
importante que lo que uno sabe - una lección que yo aprendí en un café de Connecticut.
En 1974 Joyce, mi hermana menor, y yo visitábamos a nuestra anciana abuela en Bridgeport,
Connecticut. Un día Joyce sugirió que cruzáramos la calle para ir al café y comprar unos sándwiches.
Pero el vecindario de abuela se había deteriorado, y al nomás entrar vi que habíamos cometido un error.

17
El lugar estaba repleto de adolescentes de dura y amenazadora apariencia. Todo se volvió silencio y todos
los ojos se fijaron en nosotros - y nadie sonreía.
Varios pensamientos se cruzaron por mi mente. ¿Creerán que estamos invadiendo su territorio? ¿Serán lo
suficientemente mayores como para saber que se pueden meter en un gran problema por asesinar?
“¿Cómo puede una persona que vivió hace casi dos mil años radicalmente cambiar una vida humana aquí y
ahora?.... ¿Acaso el Jesús del pasado se convierte, de hecho, en el Jesús del presente? El apóstol Pablo dice que así
es. Y esta es la diferencia entre su influencia y la de cualquier otra persona de influencia. Él nos toca aquí y ahora, no
simplemente con las ondas de las corrientes históricas que una vez puso en movimiento, sino al entrar en unión con
nosotros personalmente.” Lewis Smedes

Todavía me pongo nervioso al pensar en ello. Joyce, por el contrario, estaba tan fresca como una
lechuga. Aunque atractiva y muy femenina, había pasado un par de años como directora en un
campamento de adiestramiento del Cuerpo de trabajo en Montana donde obtuvo valiosa experiencia en
cómo lidiar con delincuentes. Y en años futuros llegaría a prestar servicio como enfermera de salud
pública en Alaska, a atravesar bastante del camino en la cordillera Appalachia, y a trabajar como enfermera
de conmoción y trauma. (Estos son sólo los puntos sobresalientes.) Creo que se podría decir que carecía
de todo miedo.
Pero yo no. Mientras estábamos ahí de pie, rodeados de inminente peligro, Joyce notó mi temor. Me
dijo en un tono que yo juzgué demasiado fuerte, “¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?” Yo no sentí ganas de
contestar, por lo menos en ese momento. De alguna manera nos arreglamos para conseguir los
sándwiches y salimos unos pocos minutos después sin ningún incidente. Ya seguros afuera, yo le dije a
ella, “Joyce, esta es una parte peligrosa de la ciudad. Me alegro que estés conmigo. Necesito la protección."
No es lo que uno sabe, sino a quién uno conoce lo que vale.

El Significado de Unión
Todos los cristianos-no sólo la élite espiritual-están unidos a Jesucristo. Si uno no está unido a Cristo,
no es cristiano.
Nuestra unión con Cristo es una relación viviente que nos da la gracia para vencer el pecado y vivir
vidas victoriosas. Jesús es el autor y consumador de nuestra fe, el capitán de nuestra salvación. Él es el
pionero que ha ido delante de nosotros y hasta ha conquistado la muerte. Sinclair Ferguson lo describe
como el alpinista principal de un equipo que escala el santo monte de Sión. Estamos amarrados a Él. Y
es tan seguro que como Él ha triunfado, así triunfaremos nosotros. Esta relación también se puede ver
en las metáforas que nuestro mismo Señor usa cuando dice, “Yo soy la vid y ustedes son las ramas”
(Juan 15:5). Se nos dice que permanezcamos en Él, pues aparte de Él no podemos hacer nada. La
Versión Reina Valera Revisada también hace resaltar esto: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la
semejanza de su muerte, así también lo seremos en la [semejanza] de su resurrección. . .” (Romanos 6:5). Nuestra
unión con Cristo es dinámica, no estática. Él nos ha injertado a una relación que crece.
Ya sea que nos sintamos unidos con Cristo o no es de secundaria importancia; el hecho es que lo
estamos. Este es nuestro estado como creyentes. ¿Acaso un matrimonio deja de existir sólo porque los
esposos sienten cierta distancia entre ellos? Claro que no. Permanecen legalmente unidos aun cuando su
afecto se enfríe por un tiempo. Los sentimientos - o la falta de ellos - de ninguna manera ponen en peligro
el hecho de nuestra unión con Jesús.
El matrimonio con frecuencia ofrece una bella analogía de nuestra unión con Cristo. En el matrimonio,
dos personas se juntan para formar una nueva entidad, una unión. Retienen sus identidades individuales
al mismo tiempo que emergen de una manera que es única y misteriosa. La mujer toma el nombre de su
esposo, mostrando su sumisión a él. El esposo asume la responsabilidad por el apoyo y protección de su
esposa. Tienen todos sus bienes y responsabilidades en común, y llevan anillos como simbólica evidencia
de su especial relación.

18
Así es cuando nos casamos con Jesucristo. Aunque retenemos nuestra propia personalidad, nuestra
naturaleza cambia dramáticamente cuando compartimos de la divina naturaleza. Ya no somos la misma
persona que éramos antes. Pertenecemos a Cristo, habiendo tomado su nombre. Nos hemos identificado
con Él, deseando ser conocidos como suyos, sin importar el costo. Traemos a la relación todos nuestros
bienes y responsabilidades y así lo hace también Él. (¡Qué mal negocio, al parecer, para el Señor - Él
recibe nuestro pecado y nosotros recibimos su justicia!) Y por último, el bautismo es el “anillo de boda”
que dice al mundo que observa que pertenecemos a Cristo.
Nuestra unión con Cristo es una unión duradera y eterna. Jesús alentó a sus discípulos con la promesa,
“Así ustedes estarán donde yo esté” (Juan 14:3). El significado claro es que un día gozaremos de la presencia
física del Señor, así como ahora gozamos de su presencia espiritual.
Que el cristiano está unido a Jesucristo es un hecho claro. Pero exactamente cómo estamos unidos a
Él es un asunto de profundo misterio. Sabemos que esto lo hace el Espíritu Santo. Cito a Lewis Smedes:
El Espíritu es el lazo viviente entre Él y nosotros. Él toma lo que es de Cristo y lo “baja” hasta nosotros.
El Espíritu siempre es representado en términos personales. Él no es como un tubo por el que la materia
llamada vida nos es derramada a nosotros que estamos al otro lado. Él siempre es un ser viviente,
dinámico creador de vida; Él nos devuelve a nuestro sentido espiritual, nos abre los ojos a la realidad de
Cristo, alimenta nuestra fe, nos disciplina, y sobre todo, nos injerta al Cristo viviente. No hemos sido
eliminados de esta unión, sino que Cristo ha sido añadido. No hemos sido eliminados, sino que hemos
sido cambiados por el Espíritu que ha tomado residencia dentro de nosotros. Además, no se nos ha
entregado una guía ni se nos ha dicho que busquemos nuestro camino al cielo. Al contrario, se nos ha
dado un Guía que nos acompañará hasta ahí personalmente.
¿Vamos a Persistir en el Pecado?
Como notamos anteriormente, Pablo contesta esta pregunta con una resonante negativa. No podemos
persistir en el pecado, arguye él, porque “hemos muerto al pecado”. Desafortunadamente, esta frase ha sido
sujeta a mala interpretación, a veces con catastróficos resultados.
Un popular maestro de la Biblia interpreta la declaración de Pablo como que el pecado ya no tiene
ninguna influencia en el cristiano. Hace la pregunta: Si uno recostara a un muerto en la pared, luego
desfilara ante él a un grupo de mujeres escasamente vestidas, ¿qué efecto tendría esto en él? Ningún
efecto. ¿Por qué? Porque está muerto. El pecado ya no lo puede tentar.
Aunque ciertamente es muy atractiva, esta interpretación contradice la experiencia humana y rinde
incompresible la multitud de advertencias bíblicas de evitar el pecado. Pablo nos insta a no rendir nuestro
cuerpo al pecado (Romanos 6:12-14), una admonición “totalmente innecesaria si hemos muerto al pecado de tal
manera que ahora no respondemos a él.” Los que creen que de cierto modo están más allá de ser tentados
ignoran la advertencia del apóstol a los corintios: “Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de
no caer” (1 Corintios 10:12).
Algunos han tratado de entender la frase de Pablo “hemos muerto al pecado” como un imperativo, un
mandato, algo que el cristiano debe hacer. El próximo paso es insistir que todo cristiano tenga una
experiencia de “muerte al pecado” o de “muerte a sí mismo”: “Necesita morir a sí mismo. Y si no ha
sucedido, es necesario que lo considere que así es hasta que lo sea.”
“Si ustedes se consideran haber muerto en su muerte, y haber resucitado a una nueva manera de vivir en su
resurrección, el pecado ya no los dominará. Ahora viven bajo un régimen de gracia, y la gracia no estimula el pecado,
como lo hace la ley; la gracia libera del pecado y les permite triunfar sobre él.” F.F. Bruce

Si vemos “morir al pecado” como algo que debemos hacer, nos dirigimos hacia serio desánimo...o
algo peor. Yo creo que esta es la razón por la que muchos parecen caer tan de repente. (¿Recuerdas a mi
amigo Greg?) Luchan para mantener una apariencia externa de victoria al mismo tiempo que por dentro

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su vida es una masa de frustración. Luego cuando por fin se les acaba la gasolina, no tienen esperanza
para volver a tratar. Habiendo aportado su mejor esfuerzo, no ven cómo pueden posiblemente lograrlo.
Creo que Sinclair Ferguson tiene la interpretación más correcta de esta muerte al pecado. Él escribe,
“Pablo no nos está diciendo que hagamos algo; él está analizando algo que ya ha tenido lugar”. A pesar de nuestra
continua vulnerabilidad ante la tentación del pecado, se pueden decir dos cosas con certeza de los que
han sido unidos con Cristo.
Nosotros morimos a la paga (o culpa) del pecado.
La Escritura dice claramente que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La muerte es la paga
del pecado. Pero la muerte de nuestro Señor eliminó la paga del pegado. Y porque estamos “en él”,
nosotros también hemos muerto a la paga del pecado. Otra manera de decir esto es, “Por lo tanto, ya no
hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
Hemos muerto al reino del pecado.
Como resultado de nuestra unión con Cristo en su muerte, ya no estamos obligados a pecar. ¡Esto es
emocionante! No es que ya no podamos pecar sino que podemos no pecar. Pablo dice, “Así el pecado no
tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
La esclavitud es un tema prominente en Romanos 6, donde se presentan dos tipos muy diferentes de
esclavitud. Antes de ser cristianos éramos esclavos del pecado. No teníamos otra opción aparte de pecar.
Ahora que estamos en Cristo somos esclavos de Dios. La relación de amo/esclavo que teníamos con el
pecado ha sido rota. Ahora Dios es nuestro amo. Por lo tanto es correcto decir, “No tengo que servir al
pecado hoy. He sido puesto en libertad”. Pero la única persona que puede verdaderamente decir esto es
la persona que es esclava de Dios.
Aunque hemos muerto con Cristo, la Escritura nos exhorta a dar “muerte a los malos hábitos del cuerpo”
para que podamos vivir (Romanos 8:13).
Lo necesario para cambiar
Ya hemos dicho lo suficiente sobre el fundamento para la victoria. ¿Cómo funciona en la práctica?
Yo he tenido muchas oportunidades para confiar en estas verdades en mi propia vida y ministerio
pastoral. En más de una ocasión, hombres que luchaban con fantasías sexuales me han pedido ayuda
para renovar su mente. La lujuria es un asunto completamente antitético a toda la noción de la santidad.
Los que luchan con ella se desesperan por ser liberados. Pero es muy raro que la ayuda duradera llegue
inmediatamente.
Recuerdo a un hombre en sus treinta que demostró la actitud correcta hacia este problema. Su
conciencia había sido despertada y vio su pecado bajo la luz de la santidad de Dios. Porque quería ser
libre para glorificar a Dios, estaba muy motivado y dispuesto a hacer el trabajo necesario para crecer en
santidad. Estos fueron los pensamientos que compartí con él de Romanos 6.
Saber la verdad.
“Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de
modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” (Romanos 6:6).
Debemos primero saber para poder creer. El conocimiento espiritual precede a la fe. Yo le sugerí a
este hombre que comenzara memorizándose el capítulo seis de Romanos. Pablo después declara que “la
mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6). ¿Qué mejor manera de tener una mente
espiritual que llenar la mente con la Escritura?
Es mucho más fácil seguir el ejemplo de Jesús de luchar contra la tentación con la Palabra de Dios
cuando esa Palabra ha sido guardada en el corazón. “En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti”
(Salmo 119:11). Necesitamos tener la verdad en nuestro corazón y en la punta de la lengua. A medida
que nos memorizamos la Escritura y meditamos en ella, seremos transformados de enclenques
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espirituales que se dan por vencidos ante la más mínima tentación, a guerreros espirituales que dicen,
“Morimos al pecado; ¿cómo podemos vivir más en él?”
“No hay nada, quizás, en todo el alcance y esfera de doctrina que, si se conoce a fondo y se comprende, dé mayor
seguridad, mayor consuelo y mayor esperanza que esta doctrina de nuestra unión con Cristo” D. Martyn Lloyd-Jones

Darlo por cierto.


“En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios. De la misma
manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6:10-11).
“Este no es un juego de “hagamos de caso”, escribe el teólogo F.F. Bruce. “Los creyentes deben considerarse ser
lo que Dios de hecho los hizo”. Porque estamos muertos al pecado, la paga y culpa del pecado ya no son un
problema. Tenemos que agradecérselo a Jesús. Pero más allá de esto, ya no estamos obligados a pecar,
¡sino que estamos vivos para Dios en Cristo Jesús! Esta frase nos lleva otra vez a nuestra unión con Cristo
y todas las bendiciones asociadas con ese feliz principio. “Considérense muertos al pecado” usa un término de
contabilidad que también se puede traducir como “estímense” o “calcúlense”. Si yo fuera confiable y le
dijera que he depositado dinero en su cuenta bancaria, usted lo consideraría como hecho. En esencia,
Pablo está diciendo, “No te comportes como perdedor, porque no eres perdedor. Compórtate como el
hijo de Dios que eres”.
Ofrézcanse a Dios.
“No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a
Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia”
(Romanos 6:13).
Tenemos que escoger - muchas veces - todos los días. Podemos ofrecer las partes de nuestro cuerpo
a Dios para usarlas en justicia, o podemos ofrecerlas para uso pecaminoso. Nuestra mente, lengua, ojos,
y otras partes del cuerpo son en sí moralmente neutras. Pero la manera en que decidimos usarlas
determina si honramos o entristecemos a Dios.
Los hábitos pecaminosos no se desarrollan de la noche a la mañana, y raramente cambian de la noche
a la mañana. Sólo pueden ser vencidos a través de la persistente aplicación de la verdad de Dios. Pero
como nota Jay Adams, esto requiere perseverancia: Demasiados son los cristianos que se dan por
vencidos. Quieren el cambio demasiado pronto. Lo que en realidad quieren es el cambio sin la lucha
diaria. A veces se dan por vencidos cuando están a la puerta del éxito. Paran antes de recibir. Por lo
regular se toma por lo menos tres semanas de constante esfuerzo diario para que uno se sienta cómodo
desempeñando una nueva práctica. Y se toma como tres semanas más para hacer de la práctica parte de
uno mismo. Sin embargo, muchos cristianos no continúan ni por tres días. Si no reciben éxito
instantáneo, se desaniman. Quieren lo que quieren ahora mismo, y si no lo reciben ahora mismo, se dan
por vencidos. Una señora que conozco había sido atormentada con temerosos y depresivos pensamientos
que eran resultado de pecados cometidos contra ella en años pasados. Sus pensamientos negativos la
tenían en una cárcel espiritual. Si meditaba en esas anteriores experiencias o se encontraba con una
dificultad presente, una aguja de fonógrafo en su mente bajaba y comenzaba a tocar un viejo disco de
larga duración. Patrones de pensamiento repetidos a través de los años habían hecho profundos surcos
mentales que tocaban las mismas canciones deprimentes una y otra vez.
“Sólo hay estas dos maneras de vivir: la vida de pecado motivada por los sentimientos que se orienta hacia el yo, y
la vida de santidad motivada por el mandamiento que se orienta hacia Dios. Vivir según los sentimientos en vez de los
mandamientos de Dios es un estorbo fundamental para la santidad...Es una astuta ‘artimaña’ de Satanás para tentar a
los hombres a pensar que no pueden hacer lo que Dios exige porque no sienten ganas de hacerlo, o que deben hacer
lo que sienten ganas de hacer y que no pueden evitarlo”. Jay Adams

Pero luego aprendió que no tenía que cantar con el disco. Cristo Jesús murió en la cruz para hacer
pedazos esos discos. A medida que aumentó esa conciencia, ella comenzó a reconocer las canciones
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melancólicas cuando comenzaban a tocar y pronto las reemplazó con nuevos cantos de la Palabra de
Dios.
Cuando la gente oye la verdad librante de que las experiencias pasadas no tienen ya que dictar su
comportamiento presente, surge en su corazón la esperanza. Ya no es nuestro pasado, sino el pasado de
Cristo el factor decisivo en nuestra vida, porque estamos unidos a Él en su muerte y en su nueva vida.
Yo he tenido que aprender que cuando los recuerdos de pecados pasados se me amontonan en la mente,
inmediatamente debo hacer referencia a mi unión con Jesucristo. Ahora, en vez de estar paralizado por
la condenación, típicamente puedo volver esos recuerdos en una oportunidad para dar gracias a Dios por
perdonar mí pecado...aún ese.
Lancaster, Pennsylvania es hogar de un excelente ministerio para madres solteras. The House of His
Creation [La Casa de su creación] fue establecida y dirigida por Jim y Anne Pierson durante muchos años.
En una ocasión Anne me dijo de una recurrente dificultad con que se enfrentaban sus jóvenes. Muchas
de estas chicas habían quedado embarazadas como resultado de pecado sexual, pero habían llegado a
creer en Jesús y a recibir su perdón. Pero como a los cinco meses de embarazo, cuando comenzaban a
sentir a su bebé moverse dentro de ellas, recordaban vívidamente sus antiguos pecados. Cada nueva
patadita o salto interno del bebé multiplicaba su culpa y su desánimo.
“Cree en la Palabra y en el poder de Dios más de lo que crees en tus propios sentimientos y experiencias. Tu Roca
es Cristo, y no es la Roca la que sube y baja, sino tu mar”. Samuel Rutherford
Pero los hermanos Pierson ganaron al acusador en su propio juego. Anne enseñó a las jóvenes a dejar
que el movimiento del bebé sirviera como recordatorio de que Dios en verdad las había perdonado, y
que Él haría que todas las cosas resultaran para su bien. ¡Qué manera tan sabia y creativa de tratar con la
condenación!
Por medio de nuestra unión con Cristo hemos muerto a la paga y al poder del pecado. Su cuerpo
crucificado ha expiado por nuestra culpa, así como su cuerpo resucitado es nuestra promesa de victoria.
Nuestra unión con Cristo es la base para nuestra liberación de la esclavitud del pecado. Es tan inalterable
como inmerecida; tan suficiente como cierta. Si tan siquiera buscamos saber la verdad, considerarla que
así es, y luego ofrecernos en consistente obediencia a Dios, pasaremos de fe a fe, de fortaleza a fortaleza,
y de gloria a gloria.
Capitulo 6 - La Batalla Contra el Pecado
En su libro titulado A Nation of Victims: The Decay of American Character [Una nación de víctimas: El
desmoronamiento del carácter americano], el autor Charles Sykes hace la siguiente observación: “A través
del siglo pasado, el triunfo del pensamiento terapéutico ha sido tan completo que con frecuencia se pasa
por alto; lo que comenzó con el Dr. Freud es ahora lo básico de los programas de charla por la televisión
durante el día, rutina en la política, casi reflexivo en asuntos de justicia criminal y ética”. [1] Ya que haya
oído o no haya oído la frase, sin duda se ha encontrado con el pensamiento terapéutico. Se ve en la sala
tribunal cuando el abogado del asesino en serie pide lenidad a base de que su cliente fue rutinariamente
abusado por su padre alcohólico. Dice que la mayoría de nosotros nos criamos en familias
“disfuncionales”, ofreciendo así una explicación y excusa por nuestro comportamiento. En vez de
enfatizar la responsabilidad personal, subraya la manera en que hemos sido psicológicamente afectados
por nuestro ambiente. Como nota el científico social Dr. James Deese, el pensamiento terapéutico “está
tan arraigado en las actitudes americanas modernas que apenas se puede desafiar.”
Sorprendentemente, la única institución que está mejor equipada para desafiar la tendencia terapéutica
en realidad ha contribuido a su popularidad. Hablo de la Iglesia. En vez de exponer los errores de la
psicoterapia, la Iglesia americana en la mayoría de los casos ha dado una aceptación sin crítico...aunque
hay algunas francas excepciones. En su libro Biblical Medical Ethics, el Dr. Franklin Payne comenta, “La
psicoterapia, como psicología y psiquiatría, necesita el más crítico y detallado examen por los cristianos

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evangélicos...Muchos cristianos son más influenciados por los conceptos de los psicoterapistas seculares que por la
Palabra de Dios.”
“Los cristianos evangélicos y carismáticos tienen fronteras sin protección por las que las ideas psicológicas se
deslizan fácilmente”. William Kilpatrick

He conocido a muchos de los cristianos que el Dr. Payne está describiendo. No hace mucho se me
pidió que predicara en un retiro de hombres en otra iglesia. Al final de una sesión se me acercó un hombre
que se me presentó y luego comenzó a hablarme de su situación difícil. Se había criado en una familia
disfuncional. Era co-dependiente. Padecía de muy baja autoestima. En el espacio de los primeros dos
minutos usó casi todas las palabras psicológicas de moda que existen.
Fue un encuentro incómodo. Yo no estaba ansioso por discrepar con él. Nunca lo había conocido
antes, y quería que él experimentara mi cuidado e interés. Pero a medida que seguía y seguía parecía obvio
que él daba por hecho de que yo estaba de acuerdo con él. Y no era así. ¿Por qué? Aunque él hablaba un
impecable psicoparloteo, su diagnosis omitía toda referencia a la palabra con “P”. . . .
¿Qué cosas en la vida de Jesús podrían hacer que un asesor le recomiende que se una al movimiento
de recuperación?

Pecado.
Dichas omisiones lamentablemente son la norma hoy en la literatura cristiana popular y en los
programas de charla por la radio. Vamos tras una comprensión más profunda de nosotros mismos (como
la define el movimiento de recuperación) en vez de una convicción más profunda del pecado (como la
define la Escritura). Nos interesamos más en nuestras propias necesidades y sentimientos que en el
carácter y los mandamientos de Dios. No es de sorprender que no estemos madurando como Él quiere.

Nuestro Problema Más Serio


Escribiendo hace un siglo, J.C. Ryle ofreció una aguda pero sencilla explicación por las deficiencias
que observó en la Iglesia: “Las confusas o indistintas opiniones sobre el pecado son el origen de la mayoría de los
errores, herejías, y falsas doctrinas de los días presentes...yo creo que una de las principales necesidades de la Iglesia
en el siglo diecinueve ha sido, y es, una enseñanza más clara, más plena sobre el pecado.” Si esto era cierto durante
su generación, cuánto más cierto es hoy.
Pero hemos ido un paso más allá. La enseñanza contemporánea sobre la autoestima ha reemplazado
a la doctrina del pecado. Considera esta declaración de un autor bien conocido: No creo que se haya
hecho nada en el nombre de Cristo ni bajo la bandera del cristianismo que haya probado ser más
destructivo para la personalidad humana, y por tanto contraproductivo al esfuerzo evangelístico, que la
no cristiana, inculta estrategia de tratar de hacer que la gente se dé cuenta de su condición perdida y
pecaminosa. “Decir que nuestra primera necesidad en la vida es aprender sobre el pecado podría sonar extraño, pero
en el sentido deseado es profundamente cierto. Si tú no has aprendido sobre el pecado, no puedes entenderte a ti
mismo, ni a los demás, ni el mundo en que vives, ni la fe cristiana. Y no le podrás encontrar sentido a la Biblia. Porque
la Biblia es una exposición de la respuesta de Dios al problema del pecado humano, y a menos que tengas ese problema
claramente ante ti, seguirás perdiendo el punto de lo que dice...por lo tanto, está claro que necesitamos fijar nuestra
mente en lo que nuestros antepasado hubieran llamado ‘claras opiniones sobre el pecado”. J.I. Packer
Este pastor dice que llamar al pecado “rebelión contra Dios” es “superficial y un insulto al ser
humano”. Su convicción acerca del inherente valor del hombre lo lleva a la singular conclusión de que
una nueva “reforma” está en orden. Mientras que el énfasis de Martín Lutero en la salvación por gracia a
través de la fe transformó a la Iglesia en el siglo dieciséis, dice él, las iglesias de hoy deben reconocer el
derecho sagrado de autoestima que tienen todas las personas.
Yo no pongo en duda la sinceridad del hombre, pero sus declaraciones son falsas. De hecho, son falsa
doctrina. El énfasis moderno en la autoestima se ha convertido en una alternativa inaceptable para las
doctrinas bíblicas de justificación y santificación.
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Justificación. Jesús no murió en la cruz para mejorar nuestra autoestima. Él murió para expiar por
nuestro pecado. Y aún así la cruz nos enseña una crucial lección sobre nuestro valor: Cada uno de
nosotros merecemos la ira de Dios. Como manifestación de la inmerecida misericordia de Dios, la cruz
revela la profundidad y la seriedad de nuestro pecado. Anthony Hoekema señala esto:
En el mundo de hoy hay poco énfasis en la doctrina bíblica del pecado. Pero la persona con un frívolo
sentido del pecado y de la ira de Dios contra nuestro pecado ni sentirá la necesidad de ni comprenderá
la doctrina bíblica de la justificación. Cuando el pecado se ignora, se minimiza, o se redefine ya no vivimos
conscientes de nuestra desesperante necesidad de Jesucristo ni apreciamos lo que Él hizo en la cruz por
nosotros. A menos que comprendamos la naturaleza del pecado y cuán ofensivo es a Dios, jamás
entenderemos por qué la cruz fue necesaria. Jamás nos maravillaremos ante la gracia.
“Con frecuencia he oído decir, ‘Si yo hubiera sido la única persona en la tierra, Jesús con todo hubiera muerto por
mí’. Aunque nuestro Señor hubiera dado su vida por solamente una persona, ciertamente no hubiera sido porque esa
persona fuera tan valiosa, sino porque Dios es clemente. Por lo tanto, algo así apenas debe considerarse como una
fuente de orgullo o de valor propio. Que yo arguya que Jesús hubiera muerto por mí aunque yo fuera la única persona
en la tierra simplemente indica que solamente mis pecados, sin el resto de ustedes para contribuir su parte, eran
suficientes para exigir el severo castigo que Jesucristo asumió en mi lugar. Ante esa realidad, debemos llorar por el
desinteresado sacrificio de nuestro Señor en vez de encontrar en ella una oportunidad más para sentirnos bien con
nosotros mismos”. Dan Matzat
Santificación. Un claro entendimiento de la doctrina del pecado también es imperativo para la
santificación. La Escritura revela que nuestro estorbo más serio para el crecimiento es el pecado contra
Dios. El movimiento de recuperación, por otro lado, insiste en que las necesidades sin atender, el dolor,
las emociones dañadas, o la baja autoestima son la raíz de nuestras dificultades. Las dos conclusiones
están irreconciliablemente opuestas.
No estoy negando la realidad ni la severidad del dolor que experimentamos cuando los demás pecan
contra nosotros. Es crítico que no se me entiendas mal aquí. La Biblia hace numerosas referencias a los
que están afligidos y oprimidos. Pero por favor comprende: El dolor no es nuestro problema principal. Jesús
dijo, “Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los
homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad.
Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona” (Marcos 7:21-23; Santiago 1:14-15).
Demasiados de nosotros “sentimos la realidad de nuestras heridas más que el hecho de nuestro
pecado”. Pero si nosotros genuinamente queremos conformarnos a la imagen de Jesucristo, esto tendrá
que cambiar. Nuestra libertad y madurez dependen de ello. El modelo terapéutico da un mal diagnóstico
de nuestro problema principal, y por tanto prueba ser incapaz de ofrecer una solución eficaz. Pero una
vez que reconocemos el pecado como la fuente de nuestro problema, de repente tenemos una solución
bíblica y esperanza bíblica para cambiar. Esta se llama la doctrina de la santificación.
Poda Tu Propio Césped
La santificación es un proceso de arrepentimiento que dura toda la vida (no de recuperación) y
obediencia (no sanidad interna) que resulta en santidad (no integridad) para la gloria de Dios (no la
satisfacción personal). Esta doctrina es sucintamente expresada en Colosenses 3:1-17. Si todavía no lo
has hecho, por favor toma un minuto para leer ese pasaje antes de continuar.
Es importante ver la transición que Pablo hace en este tercer capítulo. Los primeros dos capítulos de
Colosenses enfatizan la supremacía y suficiencia de Cristo. Él enfatiza esto otra vez al comienzo del
capítulo 3. Pablo conscientemente evitó enseñar a los colosenses sobre la santificación antes de que
primero entendieran la obra de Cristo por ellos y dentro de ellos. Hasta que captaran lo que significa ser
reconciliados con y regenerados por Dios, él sabía que no serían debidamente motivados por la gracia.
Ni nosotros tampoco. Esto es porque el segundo y el tercer capítulos de este libro subrayan la
regeneración y nuestra unión con Cristo. También hemos escrito un libro sobre la doctrina de la
justificación llamado This Great Salvation [Esta gran salvación]. Como Pablo, queremos motivar por gracia.
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Una vez se ha establecido ese fundamento, entonces podemos ir tras la santidad sin desviarnos hacia el
legalismo o el libertinaje.
Pablo define el proceso de la santificación con dos sorprendentes frases: Debemos “abandonar” el
pecado y “revestirnos” de rectitud (Colosenses 3:8,12). Es sólo por lo que Cristo ha logrado en la cruz y
el milagro de regeneración que podemos obedecer estos mandamientos. Y sin embargo esos dos
imperativos sobrenaturales ahora nos dejan sin excusa. Si la gracia no resulta en santidad, entonces no
hemos entendido correctamente lo que es la gracia. Dios totalmente espera que cambiemos, crezcamos,
y maduremos. Como exhorta F.F. Bruce, “Ahora sean (en práctica de verdad) lo que saben que son (por un acto
divino)”.
“Aunque el poder para tener un carácter santo viene de Cristo, la responsabilidad de desarrollar y exhibir ese
carácter es nuestra. Este principio parece ser uno de los más difíciles de entender y aplicar. Un día sentimos nuestra
responsabilidad personal y tratamos de vivir una vida santa en la fortaleza de nuestra propia fuerza de voluntad. El
próximo día, dándonos cuenta de la futilidad de confiar en nosotros mismos, lo entregamos todo a Cristo y
renunciamos a nuestra responsabilidad que está fijada en la Escritura. Necesitamos aprender que la Biblia enseña total
responsabilidad y total dependencia en todos los aspectos de la vida cristiana”. Jerry Bridges
Por favor fíjate que Pablo dice que debemos “abandonar” y “revestirnos”. Tenemos el privilegio y la
responsabilidad de participar en el cambio. Aunque la santificación no es una obra menos sobrenatural
del Espíritu Santo que la regeneración, hay una diferencia fundamental: en la santificación tenemos un
papel crítico. “Dios obra en nosotros y con nosotros”, dijo el gran pastor puritano John Owen, “no en contra de
nosotros ni sin nosotros”.
Frases como “Deja de tratar y comienza a confiar” o “Desiste y deja que Dios” se prestan para
imprimir en placas populares pero expresan una mala teología. Los que dicen que “Todo esfuerzo es
malo” se equivocan tristemente. En realidad, la Biblia nos instruye a que busquemos “la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Esta es esfuerzo motivado por gracia, por supuesto, no obstante
es esfuerzo. Dios no nos ha dicho que oremos o que simplemente confiemos en Él para recibir santidad;
Él dice, “ejercítate en la piedad” (1 Timoteo 4:7). Hemos de obedecer en el poder del Espíritu Santo.
Pablo clarifica esta combinación de la obra de Dios con nuestra responsabilidad cuando escribe, “lleven
a cabo su salvación (no trabajen para) con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como
el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13). Aunque nuestro esfuerzo aparte de la
obra de Dios sería inútil, la santificación no se puede delegar a Dios. Cada uno de nosotros debe podar
su propio césped.
¿Qué forma toma nuestra responsabilidad? ¿Cómo cumplimos con el mandamiento bíblico de
deshacernos del pecado? La Escritura ofrece una estrategia de dos partes.
Estrategia #1: Atacar el Pecado
Me encanta la postura ofensiva contra el pecado del Nuevo Testamento. En ninguna parte es eso más
evidente que en el mandamiento terso del apóstol Pablo a los colosenses: “Por tanto, hagan morir todo lo que
es propio de la naturaleza terrenal” (Colosenses 3:5). En la batalla por la santidad personal, la agresividad es
tanto un mandamiento como una necesidad. Debemos ser implacables. Debemos ir al ataque.
“Necesitamos cultivar en nuestro propio corazón el mismo odio al pecado que tiene Dios. El odio al pecado como
pecado, no sólo como algo inquietante o destructivo para nosotros, sino como algo desagradable a Dios, yace en la
raíz de toda santidad”. Jerry Bridges

Pablo usa aquí una violenta metáfora no simplemente para captar nuestra atención sino para subrayar un
aspecto crítico de la santificación. Hemos de matar cualquiera y toda manifestación de pecado en nuestro
corazón. Debemos tomar la iniciativa para matar el pecado a diario.
Jesús llegó hasta decir, “si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu
cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno” (Mateo 5:29). Él también recomendó amputarse una mano
por la misma razón. ¿Jesús ordenaba una mutilación de verdad aquí? Yo creo que no, porque la mano o
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el ojo no es la causa principal. Jesús a propósito usó imágenes vivas para decir: Debemos reconocer la
seriedad del pecado y tratar decisivamente con él. Resistir el pecado cuando somos tentados no es
suficiente. Debemos dar pasos drásticos para atacar y matar el pecado en nuestra vida. John Owen nos
exhorta a ir tras “una victoria sobre él, e ir tras una conquista completa... el pecado no morirá de otra manera, sino
sólo al ser gradual y constantemente debilitado; si lo excusas, él sana sus heridas y recobra fuerza”. La disciplina
espiritual de dar muerte al pecado, de otra manera conocida como mortificación, es un área muy
descuidada de la verdad. La mayoría de nosotros tenemos tanta familiaridad con este tema como con las
letrinas. “Nuestros padres hablaban de mortificar el pecado”, nota Sinclair Ferguson. And J.I. Packer laments, “It
is a theme on which no contemporary writing of significance seems to be available.” Eso no es
sorprendente, pero es revelador. ¿Puedes imaginarte un libro titulado ¡Muerte al pecado! como un éxito
de librería?
Podemos tomar consuelo para nuestra alma si sabemos algo de la lucha y el conflicto interno. Es el
invariable compañero de la genuina santidad cristiana... ¿Encontramos en lo más profundo de nuestro
corazón una lucha espiritual? ¿Sentimos algo de la carne que codicia contra el espíritu y el espíritu contra
la carne...? ¿Nos damos cuenta de dos principios dentro de nosotros que contienden para dominar?
¿Sentimos algo de la guerra en nuestro hombre interior? Bueno, ¡demos gracias a Dios por ello! Es una
buena señal. Muy probablemente es evidencia de la gran obra de la santificación...Evidentemente no
somos amigos de Satanás...El mero hecho de que él nos asalta debe llenar nuestra mente de esperanza.
J.C. Ryle
La mortificación no es popular porque tiende a ser difícil. Pregunta a la persona que está tratando de
someterse alegremente a un jefe que repetidamente le ha negado un ascenso bien merecido. Pregunta a
la pareja de recién convertidos, que están sin casarse y que ahora deben controlar los deseos sexuales que
han gratificado por años. Pero escucha: esto no es un fin de semana de golf. Esta es una guerra. La
santidad y el discipulado son guerra.
Atacar el pecado no es algo complejo. Y aunque yo quiero decir esto con sensibilidad, también quiero
decirlo con firmeza: Tu habilidad para atacar el pecado no depende de tu pasado. No tenemos ninguna
excusa aceptable para el pecado. Nunca se considera como una debilidad comprensible.
Vivir como cristiano quiere decir vivir en las trincheras. Sinclair Ferguson lo dice tan bien como lo
podría decir cualquiera: “¿Qué es, entonces, esto de matar el pecado? Es la constante batalla contra el pecado que
debemos llevar a diario - negarse a permitir que el ojo desvaríe, que la mente contemple, que los afectos vayan tras
cualquier cosa que nos apartará de Cristo. Es el deliberado rechazo de todo pecaminoso pensamiento, sugerencia,
deseo, aspiración, hecho, circunstancia o provocación en el momento en que nos damos cuenta de su existencia. Es el
consistente esfuerzo por hacer todo lo que está en nuestro poder para debilitar el apretón que tiene el pecado en general,
y sus manifestaciones en nuestra propia vida en particular. No se logra con sólo decir “no” a lo que es malo, sino con
una determinada aceptación de todas las buenas y espiritualmente nutritivas disciplinas del evangelio”.
¿Describe esto tu actitud? ¿Hacia cuál fin están dirigidas principalmente tus energías, recreación o
justicia? ¿Indulgencia a sí mismo o control de sí mismo? ¿Estás preparado para hacer lo que sea necesario
para ganar la guerra? Si así es, ¿cuál es tu estrategia para atacar el pecado en tu vida ahora mismo?
Estrategia #2: Evitar el Pecado
Atacar el pecado no es todo lo que incluye el proceso de santificación. Debemos también evitar el
pecado. Como seguidores de Jesucristo, somos llamados a una vida que se distingue de la cultura que nos
rodea: “Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu,
para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2 Corintios 7:1). ¿Cuáles son estas promesas
que nos motivan a purificarnos y a buscar la santidad? La propia oferta de Dios de estar singularmente
presente entre su pueblo a medida que nos separamos del mundo: “Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16).

26
En un sentido, sería más fácil si Dios nos dijera que nos separáramos físicamente de la cultura. Pero
Dios específicamente prohíbe eso (1 Corintios 5:9-10), y por el contrario nos nombra embajadores
(2 Corintios 5:18-20). Ningún embajador trabaja con efectividad si está aislado. Hemos de relacionarnos
con nuestra cultura sin reflejar nuestra cultura, siempre navegando entre lo secular y lo justo.
Nuestra carne constantemente nos ruega que seamos indulgentes, pero Pablo nos dice “no se preocupen
por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Romanos 13:14). Eso quiere decir distanciarnos de todo
lo que nos pueda tentar para pecar. Pablo dijo lo mismo a los corintios en términos más claros: “Huyan
de la inmoralidad sexual” (1 Corintios 6:18)...no dijo luchen con ella.
Aunque José vivió mucho antes que fuera escrito el Nuevo Testamento, él es un ejemplo de la manera
en que debemos evitar el pecado (Génesis 39:6-20). Por algún tiempo la esposa de su amo había tratado
de seducirlo. Por fin, frustrada por la integridad de él, ella lo asió del manto y le dijo, “¡Acuéstate conmigo!”.
Cuando la tentación llega, tenemos dos reacciones básicas: luchar o huir. Es algo inteligente huir de la
tentación. Es algo idiota quedarse ahí parado y tratar de vencerla con una mirada intensa. Sin embargo,
algunos hubieran respondido a la situación de José de esta manera: “Esforzarse por conocer las maneras,
tretas, métodos, ventajas, y ocasiones del éxito del pecado es el comienzo a esta guerra”. John Owen
Dios, siento que la tentación comienza a desarrollarse. Clamo a ti, Señor. Por favor líbrame de esta
situación.-Yo voy a librarte,- dice Dios. -¡Corre!- -Señor, confío en que tú me librarás. Líbrame ahora
mismo de sentir esta lujuria.- -Esto no sucederá hasta que yo no vuelva, y no voy a volver en los próximos
cinco minutos. Así que ¡a correr, Don Cabeza de Papa!- -Señor, te doy gracias. Tú me has hecho nacer
de nuevo, y yo sé que tu poder obra en mí. Mayor es el que está en mí que el que está en el mundo. Sí,
así es, y el Mayor te está diciendo, ‘¡Muévete!’ ¡Mueve el cuerpo y muévelo ya!- Si tomas en serio la
santificación, no estarás tratando de ver cuánto te puedes acercar a la orilla de la acera. Estarás preparado
para conducir al otro lado de la calle, si es necesario, para evitar el pecado. Y en las áreas en las que sabes
que eres vulnerable, estarás obedeciendo el mandamiento de Jesús: “Estén alerta y oren para que no caigan en
tentación” (Mateo 26:41).
Necesitamos cultivar la habilidad de discernir dónde es que nos inclinamos más a pecar. De esa manera
podremos desarrollar una estrategia para evitar la tentación. Las áreas de vulnerabilidad serán diferentes,
pero cuidarse no es una opción para ninguno de nosotros.
¿En qué área(s) necesitas desarrollar una estrategia para evitar? Quizás puedas comenzar con cualquier
cosa que hayas estado pensando al leer esta sección.
Una Nueva Mudada de Ropa
Como vimos anteriormente en Colosenses, quitarnos el pecado es sólo la mitad de la ecuación. Pablo
nos exhorta, “Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad,
humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12). No sólo debemos quitarnos el pecado, sino que
debemos revestirnos de justicia (Efesios 4:22-24).
“Estos dos factores”, escribe Jay Adams, “siempre deben estar presentes para poder efectuar genuino cambio. El
quitarse no será permanente sin el revestirse. Revestirse es algo hipócrita y temporal, a menos que vaya acompañado
de quitarse...La santificación continúa mientras el creyente a diario se aparta del pecado a la justicia”.
Por ejemplo, si Dios ha expuesto el materialismo o la avaricia en tu corazón, arrepiéntete y luego
comienza sistemáticamente a reemplazarlo con la generosidad. Comienza con pagar fielmente el diezmo
a tu iglesia local; añade a eso las ofrendas, y busca oportunidades de dar en secreto también. Quizás
tiendes a criticar a los demás. Si así es, confiesa el pecado de orgullo y conscientemente enfócate en
animar y honrar a los demás. Si el egoísmo es un tema recurrente, ponte en situaciones que te exijan
servir.
Lo que debe ser inmediatamente obvio es que el carácter no se puede desarrollar ni refinar en el
aislamiento. Para cultivar una vida de justicia y fructífera necesitamos el contexto de una iglesia local. Por
ejemplo, puedo ser un modelo de paciencia...con tal que esté solo. Puedo pasar días estudiando el tema
27
de la compasión sin nunca encontrarme con alguien que necesite cuidado. A menos que tenga interacción
con los demás soy simplemente incapaz de juzgar dónde es que necesito crecer.
El hecho es que hay muy pocos rasgos como los de Cristo que podemos desarrollar aparte de las
relaciones en la iglesia. ¡Necesitamos gente para practicar! Si deseamos cambiar, nos comprometeremos
con una iglesia donde los individuos toman en serio las exhortaciones bíblicas de animar y corregir.
Habrás percibido hasta ahora, luchar contra el pecado no sucede sin esfuerzo. Incluye la genuina
confesión, el arrepentimiento, la obediencia a la Escritura, la responsabilidad ante los demás, y la
consistente práctica de las disciplinas espirituales. También necesitarás valor y perseverancia. “No hay
caminos rápidos ni fáciles hacia la madurez espiritual”, dice R.C. Sproul.
“El alma que busca un nivel más profundo de madurez debe estar preparada para una larga, ardua tarea”. “Es parte
de la sana experiencia cristiana gozar de un continuo grado de liberación de los pecados...Pocas cosas dan al cristiano
tanto alivio y ánimo como el recuerdo de pecados que una vez lo dominaban, pero que ha conquistado por el poder el
Espíritu de Dios”. J.I. Packer
Pero ¿sabes cómo se siente crecer? ¿Sentir el placer y la presencia de Dios? ¿Oír su voz? ¿Saber que
estás contribuyendo al avance de su reino? Nada se compara con esa experiencia. Y esta es la admirable
recompensa de Dios para todos los que están dispuestos a quitarse el pecado y revestirse de justicia.
Permíteme impartir nueva esperanza en ti. No importa lo que hayas experimentado en el pasado, - por
la gracia de Dios - puedes cambiar. Por medio de una determinada estrategia para atacar y evitar el pecado
y al revestirte de justicia, puedes ser una persona dramáticamente distinta para estos días el próximo año.
Capítulo 7 - Las Herramientas Del Oficio (I)
Allá por los días cuando un paquete de cigarrillos todavía costaba 35 céntimos yo fumaba mucho.
Algunos podrían decir que era amigo de la nicotina, un tipo regular al estilo Chesterfield. Yo era un adicto
al tabaco y lo sabía.
Dejar de fumar no era el problema - lo había hecho una docena de veces. Pero cuando el deseo de
fumar se hacía muy fuerte, yo comenzaba otra vez. Así que decidí dejar de comprar cigarrillos. Eso
tampoco dio resultado. Sólo me convirtió en una molestia para mis amigos, ya que siempre estaba
pidiéndoles cigarrillos. En mi punto más bajo, me encontré sacando del cenicero colillas medio fumadas.
Por este tiempo me di cuenta de que el Espíritu Santo me estaba redarguyendo de mis pecados y
acercándome a Jesús. Aunque mi fumar era solamente una de las evidencias de mi estado interno, parecía
simbólico de mi vida entera. Estaba atrapado. Cada vez que había intentado dejar de fumar había
fracasado. No podía ver cómo jamás podría vencer este hábito. Ni tan siquiera estaba seguro de que
quería hacerlo.
Sabía que Jesús iba principalmente tras mi corazón, no mi hábito. Con todo, no me podía imaginar
seguirlo y fumar al mismo tiempo. Así que una noche pregunté a Larry, un creyente a quien acababa de
conocer, si un tipo podía ser cristiano y seguir fumando. Esa era mi versión de la pregunta de los fariseos
para atrapar a Jesús sobre el pago de los impuestos al César. Pensaron que podían atraparlo de cualquier
manera que contestara.
Mi estrategia era algo como esto. Si Larry contestaba, “No - nadie puede ser cristiano y fumar,” yo
solemnemente pronunciaría su respuesta como legalista y contraria al principio de que Dios mira el
corazón. Por otro lado, si decía, “Sí, no hay problema”, entonces yo podía despedir el cristianismo como
un conjunto sin significado de creencias que no tenían ningún poder. Pero la pregunta no era totalmente
cínica. Parte de mí desesperadamente quería creer - y ser libre.
Bueno, Larry me dio una respuesta con la que yo no había contado. “Supongamos”, dijo, “que tú
quisieras animar a alguien a confiar en el Señor. ¿Crees que tendrías más efecto como testigo con un
cigarrillo en la mano o sin uno?”
Hmmmm...buena respuesta. De repente el asunto no era el fumar, sino si yo quería que mi vida
glorificara a Dios o no. En realidad era un asunto de motivo.
28
No soy de la opinión de que a la persona con verdadera fe en Jesucristo se le negaría la entrada al cielo
por tener un paquete de cigarrillos en su bolsillo. Pero eso no tiene nada que ver con el asunto, pues el
propósito de Dios en la santificación es que seamos conformados a la imagen de Jesucristo. Y yo no
puedo imaginarme a Jesús acercarse a la mujer samaritana (Juan 4:7-18) y decir, “¿Tienes fuego? Gracias.
Ahora, hablemos de tu pecado. ¿Cuántos esposos has tenido?”
“Gracia no es simplemente poca severidad cuando hemos pecado. Gracia es el don de Dios que permite no pecar.
Gracia es poder, no sólo perdón”. John Piper

Por cierto, yo ya no soy un tipo regular al estilo Chesterfield. Dios tenía medios disponibles para
ayudarme a dejar el vicio - los mismos medios que examinaremos en estos dos próximos capítulos. Pero,
de primera importancia era mi motivo. Dios siempre ayudará a aquel cuyo motivo es correcto, que en
realidad quiere glorificarlo y hacer su voluntad. Pero no nos dejará usarlo simplemente para mejorar la
calidad de nuestra vida o cambiar nuestras circunstancias. El no busca nada menos que nuestro corazón.
En la santidad, el motivo siempre precede a los medios.
Antes de ahondar más en la próxima sección, repasemos rápidamente lo que hemos aprendido hasta
aquí sobre el plan de Dios para la santificación. Somos nuevas creaciones que gozamos de una viva unión
con Jesucristo. Pero todavía estamos en una batalla. Experimentamos tanto guerra como paz interior;
luchamos con el pecado y reposamos en Cristo.
Un claro entendimiento de esta tensión entre el “ahora y el todavía no” te guardará de ciertas serias
mal interpretaciones. Por ejemplo, sólo porque te encuentras con severas tentaciones y batallas
espirituales no quiere decir necesariamente que has cometido algo malo. Una persona santa no es la que
nunca tiene ningún conflicto espiritual, ni que ya ha alcanzado la perfección. Más bien, una persona santa
es la que se está haciendo más como Cristo a través del proceso de obedecer a Dios en medio de las
luchas cotidianas de la vida.

Aprendamos del Maestro


Como la mayoría de los hombres, yo tengo gran afición por las herramientas. Todavía puedo recordar
mi emoción cuando mis amigos me dieron una caja de herramientas nuevecita, completamente equipada
en la fiesta de mi despedida de soltero. No me aguantaba porque terminara la fiesta para poder jugar con
mis nuevas herramientas. De hecho, estaba tan ansioso que me herí el dedo tratando de abrir la caja.
Cualquier cristiano genuino admitirá que tiene seria necesidad de reparación espiritual. ¡Qué seguridad
tenemos en saber que el Espíritu Santo tiene las herramientas correctas para hacer esas reparaciones -
para santificarnos! Todavía más importante, él personalmente tiene la responsabilidad de enseñarnos
cómo usar esas herramientas para que maduremos y cambiemos. Y Él nos puede enseñar cómo usarlas
sin que nos hagamos daño a nosotros mismos.
“Como la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo es quien cambia nuestra vida. El Espíritu de Dios participa
en nuestra salvación de principio a fin. Ser regenerados (nacidos de nuevo) es nacer del Espíritu. Tanto el
arrepentimiento como la fe - los dos lados de la conversión - son dones que da el Espíritu” Anthony A. Hoekema. Él
está activo en nuestra justificación y en nuestra adopción. Él nos llena, intercede por nosotros, nos sella
en Cristo para el día de la redención, y al final nos glorificará.
“Dios no deja ni tan siquiera el asunto de la conversión finalmente en manos del hombre...Ni tampoco Dios deja al
riesgo incierto nuestro crecimiento y perseverancia y santidad. Más bien, Él dice, ‘Infundiré mi Espíritu en ustedes, y
haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes’ (Ezequiel 36:27). Es el Señor mismo quien obra en nosotros
para querer y hacer su buena voluntad (Filipenses 2:12-13; Hebreos 13:21)”. John Piper

Pero ahora nos ocupamos con el Espíritu Santo en su papel como santificador. Somos los que han
sido “elegidos...según la previsión de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo
y ser redimidos por su sangre” (1 Pedro 1:2). A través del resto de este capítulo y el próximo, examinaremos
algunas de las herramientas con las que Él tan eficazmente obra en nosotros.
29
La Palabra de Dios
La Biblia es la singular revelación de Dios al hombre. Nos dice verdades que jamás podríamos
encontrar en ninguna otra fuente, como la manera en que comenzó el mundo, lo que sucede después que
morimos, y así por el estilo. También nos dice algunas cosas que jamás hubiéramos querido saber: somos
nacidos en pecado, estamos en necesidad de redención, y somos incapaces de agradar a Dios por nosotros
mismos. ¡Alguien ha dicho que la Biblia debe ser la Palabra de Dios porque el hombre jamás escribiría
algo tan desaprobante de sí mismo!
La Biblia no nos adula, ni tampoco enseña - como lo hacen virtualmente todas las religiones - que el
hombre puede perfeccionarse a sí mismo. De hecho, la Escritura es pesimista hasta el extremo respecto
a la innata habilidad del hombre. Es por eso que es una herramienta tan valiosa y esencial en la
santificación del hombre. Jesús mismo confirmó esto cuando oró al Padre, “Santifícalos en la verdad; tu
palabra es la verdad” (Juan 17:17).
El libro clásico de John Bunyan, El Progreso del Peregrino empieza cuando el héroe, Cristiano, encuentra
“el libro”...y ese fue el comienzo de sus problemas. Pero también fue el comienzo del final de sus
problemas. El Espíritu Santo y la Biblia conspiran juntos para convencernos de nuestra gran necesidad de
Dios. Pero tal como descubrió cristiano, ellos nos convencen para poder convertirnos, y nos convierten
para poder transformarnos: Pero tú, permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de
quiénes lo aprendiste. Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la
salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia. (2 Ti 3:14-16)
Como Pablo hace claro en esta carta a Timoteo, la Escritura tiene un singular poder para producir
cambio en el cristiano. Nos enseña las leyes y los caminos de Dios, luego nos reprende cuando no cumplimos
con esa instrucción. Pero también nos corrige. No sólo nos dice que estamos equivocados; sino que nos
vuelve a levantar y nos pone en el camino recto. Finalmente, nos instruye en justicia, enseñándonos cómo
vivir.
¿Alguna vez has notado que se usan muchas vívidas metáforas para describir la Palabra de Dios?
Es nuestro alimento y bebida espiritual. “No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR”
(Deuteronomio 8:3). La escritura es leche para los pequeños y comida sólida para los maduros
(Hebreos 5:12-14).
Es un espejo. “El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y,
después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es” (Santiago 1:23-24). La Biblia nos muestra a nosotros
mismos tal como Dios nos ve. Es una verificación de la realidad, que revela quién y qué en realidad
somos.
Es una luz. “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero” (Salmo 119:105). La Escritura
nos muestra la manera en que debemos vivir y lo que debemos evitar.
Es semilla. “Un sembrador salió a sembrar...La semilla es la palabra de Dios” (Lucas 8:5,11). Cuando se
siembra en el buen terreno de un corazón receptivo, da mucho fruto.
Es una espada. “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos.
Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las
intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).
Lo que todas estas figuras tienen en común (y hay más) es la absoluta necesidad y utilidad de la
Escritura. Nada sobre la Biblia es superfluo, y no necesita suplemento. Es suficiente para todas las cosas
que tienen que ver con la salvación y la santidad, “a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para
toda buena obra” (2 Timoteo 3:17).
En generaciones pasadas, la inspiración e infalibilidad de la Santa Escritura ha sido atacada
repetidamente. Hoy la suficiencia de la Biblia es puesta en duda por los que sugieren, abierta y sutilmente,
que es incapaz de tratar con algunos de los interrogantes más profundos y necesidades más fundamentales
30
de la humanidad. Pero la Biblia de ninguna manera depende de ninguna fuente externa de conocimiento.
Es más que suficiente. Este maravilloso libro es la herramienta principal del Espíritu Santo para
cambiarnos.
¿Cómo ocurre ese cambio? Cuando oímos y aplicamos la Palabra de Dios, que también se conoce
como obediencia. Eso sólo sucederá consistentemente a medida que nos comprometemos con las
siguientes disciplinas: “Algunos amigos míos practican una disciplina de ‘no Biblia, no desayuno’. Algunos la leen por
la noche. Otros pasan momentos con Dios durante el día. Pero yo no conozco a ninguno que tenga un andar
profundamente espiritual que no pase tiempo todos los días con Dios en su Palabra. Es indispensable. Exige de un
compromiso específico”. Jerry White
Apartar un tiempo regular para leer la Biblia...y cumplir con la cita. Lo primero por la mañana es para muchos
el mejor momento. Por supuesto que eso quizás signifique acostarte más temprano para dormir lo
suficiente. Si no estás leyendo tu Biblia regularmente, y no pareces poder ponerlo en tu horario, es porque
algo menos importante se ha hecho muy importante. Averigua lo que es y haz cambios. Sé despiadado.
Según una encuesta de Barna, 73% de los norteamericanos dicen que es importante leer la Biblia. Un
asombroso 93% de hogares en los Estados Unidos tienen por lo menos una Biblia. Pero fíjate con cuánta
frecuencia en realidad se abren esas Biblias...luego marca el cuadrado que refleja más correctamente tu
propio hábito de lectura.
En una semana promedio, los norteamericanos leen la Biblia...
❏ Todos los días 12% ❏ Varios días 15% ❏ Un día 16% ❏ Nunca 57% Una distracción mayor son
las noticias y la información. En esta edad de comunicación instante y global, muchos cristianos pasan
más tiempo con los periódicos, revistas de noticias, y noticieros que con el Señor. Ahora hay más cosas
que nunca para sobresaltarnos, airarnos, asustarnos, y robarnos tiempo precioso. Pero no hay manera
posible para poder controlar o responder a todo lo que está sucediendo. Por supuesto que no estoy
sugiriendo ignorancia o inacción, pero si el periódico o las noticias de la noche invaden tu estudio de la
Biblia, entonces es tiempo que hagas ajustes mayores.
Comprométete a un plan de estudio específico. Leer a través de la NIV Study Bible me ha dado buen resultado
a mí. De esta manera me veo obligado a leer esas porciones de la Escritura que podría considerar menos
importantes o menos interesantes. Se toma una lectura completa de la Biblia para desarrollar una imagen
completa de Dios. Como dijo una vez el difunto A.W. Tozer, “Podemos tener una opinión correcta de la verdad
solamente al atrevernos a creer todo lo que Dios ha dicho de sí mismo”.
Hay un buen número de buenos recursos que pueden mejorar tú tiempo diario con la Palabra. Hemos
puesto unos cuantos en la sección “Lectura recomendada” al final de este capítulo. Variar tu método de
vez en cuando hará más placentera y beneficiosa esta disciplina.
“La palabra escondida comunica el pensamiento de guardar algo para los tiempos de futura necesidad. Hacemos
esto al meditar continuamente en la Palabra de Dios, al pensar constantemente en ella, y aplicar sus verdades a las
situaciones diarias de la vida. Yo personalmente he encontrado que un programa sistemático para memorizar la
Escritura es absolutamente necesario para la continua meditación en la Palabra de Dios. No puedo pensar durante el
día lo que no tengo en mi corazón”. Jerry Bridges

Busca a alguien que te ayude. Tu estudio de la Biblia acelerará grandemente al relacionarte con un mentor
cristiano. Aprenderás mucho simplemente al preguntar, “¿Cómo es que tú estudias la Escritura?”
También te beneficiará (aunque no sin cierta vergüenza) cuando él o ella te pregunte, “Así que... ¿de
verdad lo estás haciendo?” Ser responsable ante otra persona es de gran beneficio. Sólo mira que la
persona que te pide cuentas no tenga similares defectos - ni el don de misericordia.
Guarda la Palabra de Dios en tu corazón memorizándote la Escritura. Pablo indica la transformación interna
que ocurre a medida que comenzamos a dejar que la Biblia dé forma a nuestros pensamientos y actitudes:
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál
es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). La memorización quizás no te sea fácil,

31
pero a medida que tejes la Palabra en la tela de tu vida, estarás bien preparado cuando venga la tentación
o la adversidad.
Una Conciencia Limpia
Esto afirmo. No puedo hacer lo contrario...mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo
y no retraeré en nada, pues ir contra mi conciencia no es ni correcto ni seguro. Que Dios me ayude.
Amén. La famosa defensa de Lutero ante la Dieta de Worms [en inglés ‘lombrices’] (ese era el nombre
del concilio oficial que lo enjuició, ¡en serio!) indica el importante lugar que ocupa la conciencia en la vida
del cristiano. También tiene un lugar importante en nuestra santificación.
Todos nosotros sin duda nos hemos encontrado con esta misteriosa facultad llamada conciencia.
Cuando, en el sexto grado, yo tiré un aro de goma a un grupo de estudiantes por la puerta del aula, no
esperaba golpear a nadie en el ojo. Pero así fue. Y cuando mi compañera de clase gritó de dolor, ni ella
ni ninguno de los demás sabía lo que había sucedido. Pero mi conciencia sí lo sabía e insistió en que yo
tomara responsabilidad por lo que había hecho. Yo luché contra ello, tratando de salir con cualquier
posible excusa, pero fue en vano. Mi conciencia se negó a soltarme del anzuelo. La única manera de
silenciarla fue admitir mi culpa y aceptar las consecuencias.
Este incidente ilustra el rasgo más extraordinario de la conciencia - los juicios que declara son
completamente objetivos e imparciales. En otras palabras, uno nunca puede ganar un argumento con su
conciencia. Siempre está trabajando, hasta en los sueños. Puede funcionar como testigo, al decir lo que ve
u oye. Puede funcionar como abogado, acusándonos por delitos o, en raras ocasiones, defendiéndonos.
También puede funcionar como juez, entregando veredictos categóricos que no pueden ser apelados.
-Mentiste-, proclama la conciencia.
-¡No mentí! Sólo decía la verdad a modo de no causar ningún conflicto innecesario.- -Mentiste.- La
conciencia no discute el asunto. Sólo lo declara. Esta es la razón por la que la conciencia lleva a algunos
a la distracción y por la que harán todo lo posible por apagarla, o amortiguarla con el alcohol o las drogas.
“¡Grande en realidad es el poder de la conciencia! Poderosa es la influencia que puede ejercer en el corazón de los
hombres! Puede infundir terror en la mente de monarcas en su trono. Puede hacer temblar y sacudir a las multitudes
ante unos cuantos valientes amigos de la verdad como una manada de ovejas. Tan ciega y equivocada como la
conciencia con frecuencia es, incapaz de convertir a un hombre o de llevarlo a Cristo, con todo es una parte muy
bendita de la constitución del hombre, y la mejor amiga en la congregación que tiene el predicador del evangelio”.
J.C. Ryle
La palabra en sí quiere decir “saber junto con”. El teólogo Ole Hallesby explica el significado de esta
definición: “Es, entonces, no simplemente un saber, un conocimiento junto con algo o alguien. Tampoco necesitamos
tener duda respecto a junto con qué es lo que el hombre en su conciencia sabe. Entre todas las razas...es una
característica del hombre que él en su conciencia sabe junto con una voluntad que está sobre y por encima de la suya
propia...Esta voluntad, que es la voluntad de Dios, es lo que los hombres llaman la ley o la ley moral, o sea, la ley según
la cual la vida del hombre debe vivirse”. Aunque imparcial, la conciencia no es infalible. Puede estar mal
informada. Puede ser demasiado sensible. O, si ha sido represada rutinariamente, quizás yo sea
absolutamente sensible. La persona que ignora su conciencia se dirige al desastre. Pronto perderá la
habilidad de distinguir entre la iniquidad y la justicia, entre el bien y el mal. Esto explica mucho sobre
nuestra sociedad...y sobre mi primer encuentro con las drogas Cuando yo tenía dieciocho años un amigo
me dio un porro (un cigarrillo de mariguana). Era 1968 y las drogas acababan de comenzar a filtrarse en
los suburbios de Washington, D.C. donde yo vivía. Yo sabía que era ilegal. Yo sabía que era malo. Mi
conciencia me gritaba...pero yo lo hice de todos modos. Un par de días después me fumé otro porro, y
otra vez sonó la sirena de mi conciencia. Sólo que esta vez no era tan fuerte. Después de media docena
de veces, casi ni la podía oír. Como resultado, poco a poco perdí mi compás moral. En esas raras
ocasiones cuando apenas podía distinguir la voz de mi conciencia, la consideraba como una molestia y
una aguafiestas.

32
Si el hombre cauteriza su conciencia pronto la verá como una maldición. Pero Dios no dio la
conciencia para bendecirnos. No siempre trae noticias placenteras. Puede excusar como también acusar,
felicitar como también condenar. Y como dijo Pablo al joven Timoteo, la conciencia es una salvaguarda
esencial de la vida cristiana: Timoteo, hijo mío, te doy este encargo porque tengo en cuenta las profecías
que antes se hicieron acerca de ti. Deseo que, apoyado en ellas, pelees la buena batalla y mantengas la fe
y una buena conciencia. Por no hacerle caso a su conciencia, algunos han naufragado en la fe. (1Timoteo
1:18-19) Puede que la conciencia sea un arma sencilla, pero es altamente eficaz en la batalla contra el
pecado. “No hacerle caso a la conciencia” es lo mismo que cometer suicidio espiritual.
Una conciencia limpia es uno de los beneficios más preciosos del nuevo nacimiento. “Así que, hermanos,
mediante la sangre de Jesús,” dice el escritor de Hebreos, “Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la
plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable” (Hebreos 10:19,22; Hebreos
9:14). ¡Qué gracia la de Cristo de purgarnos con su sangre de las asquerosas manchas de nuestros pecados
pasados! Ahora que tenemos una conciencia limpia, debemos esforzarnos para mantenerla así.
La conciencia funciona como una luz de advertencia en el tablero de mandos de nuestra vida, y
necesitamos poner atención cuando se enciende intermitentemente. El proceso es el mismo que cualquier
mecánico de automóviles seguiría: determinar de dónde proviene la dificultad y luego corregirla. Por lo
regular la solución tiene que ver con confesar el pecado y pedir perdón.
Después de cometer adulterio con Betsabé y de asesinar a Urías, el rey David siguió como si nada
hubiera ocurrido durante meses ignorando la luz roja de su conciencia. Él nos escribe sobre su experiencia
en el Salmo 32.
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso
aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras guardé
silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mí gemir todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como
al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Pero te confesé mi pecado, y no te
oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR’, y tú perdonaste mi maldad y mi
pecado. Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse,
pero a ello no los alcanzarán. (Salmo 32:1-6)
Mientras David guardó silencio su conciencia no calló. El pecado sin confesar lo llevó a la angustia
espiritual y física. Pero el perdón y la liberación le llegaron tan pronto como reconoció su
comportamiento y se arrepintió. El testimonio de David muestra que una conciencia limpia podría curar
muchos de los problemas que tenemos, incluso muchos que son llamados “enfermedades mentales” o
“depresión”.
“Se llegó el momento de que nosotros los cristianos hagamos frente a nuestra responsabilidad con la santidad. Con
demasiada frecuencia decimos que somos ‘derrotados’ por este o aquel pecado. No, no somos derrotados;
simplemente somos desobedientes. Podría ser algo bueno si dejáramos de usar las palabras ‘victoria’ y ‘derrota’ para
describir nuestro progreso en la santidad. Más bien debemos usar las palabras ‘obediencia’ y ‘desobediencia”.
Jerry Bridges

Cuando el cristiano tiene una conciencia saludable, le advertirá antes de iniciar un acto malo. Durante el
acto la conciencia podría guardar silencio. Pero después de verdad se dejará oír. Las palabras, los
pensamientos, las actitudes, y los motivos también pasan bajo su implacable escrutinio. Recuerda - esto
es una bendición.
Una conciencia activa fomenta el examen de sí mismo que marca al cristiano en crecimiento. Es una
tremenda aliada de la verdad. Como se mencionó arriba, el peligro principal es que faltamos en obedecer
a la conciencia y ésta se cauteriza. El cristiano sin una conciencia limpia puede ser chantajeado por el
enemigo. Al haber perdido un equipo de navegación tan crucial, ya no puede discernir el curso correcto,
y corre el riesgo de naufragar. Esto no es algo insignificante.

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Pero una conciencia hipersensible puede ser un problema tan grande como la que se ha cauterizado.
Esto no es raro entre los cristianos serios, especialmente cuando son recién convertidos. Los que tienen
lo que a veces se llama una conciencia demasiado escrupulosa o débil, viven en un continuo estado de
injustificada culpa. “Aquí lo más insignificante puede producir una conciencia malvada, de hecho, una
ansiedad muy insoportable. Puede ser, o un acto insignificante, o un pequeño pensamiento o una palabra
descuidada”. Un pedazo de basura en el suelo que no se recoge se convierte en un pecado mayor porque
“comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace” (Santiago 4:17). O un comentario de improviso que
no es absolutamente correcto se convierte en una mentira premeditada.
“Durante esos ataques de duda, cuando el creyente en un grado excepcionalmente marcado pierde contacto con la
gracia que puede sentir, su vida entera en Dios cae fuera de balance, como quien dice. Todos los valores espirituales
se distorsionan, y tiende a perderlos totalmente de vista. Ya no parece poder beneficiarse de sus anteriores
experiencias cristianas ni de su anterior perspicacia sobre asuntos espirituales. Los asuntos esenciales y los no
esenciales se convierten en una confusa masa en lo que a él respecta. Dios le enseñará en momentos así cuán
impotente es en sí mismo tanto en la moralidad como en la religión”. Ole Christian Hallesby

Como ilustran estos ejemplos, los que tienen una conciencia demasiado escrupulosa yerran al exaltar
la letra del versículo bíblico por encima del espíritu del versículo. Recuerda, Dios está más interesado en
el motivo del corazón que en los detalles externos.
También es posible que falten en distinguir entre la tentación y el pecado. Es cierto que con frecuencia
la una lleva al otro, pero no son lo mismo. La tentación es inevitable, pero no es necesario que dé a luz
el pecado. Como dijo Lutero, “No puedes evitar que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero puedes evitar que
hagan un nido en tu pelo”.
Mi consejo a los que tienen una conciencia hipersensible es que busquen el consejo de un cristiano
maduro - un pastor o el líder de un grupo pequeño que pueda ayudarles a separar lo esencial de lo no
esencial. También la activa participación en el ministerio de grupos pequeños de tu iglesia es indispensable
para mantener una conciencia saludable.

La Oración
La oración es nuestra cuerda salvavidas de comunicación con Dios. A través de la oración tenemos
una avenida para acercarnos a nuestro Padre celestial y expresar nuestra gratitud y comunicarle nuestras
necesidades. Es una oportunidad de múltiples facetas para tener comunión con el Creador del universo.
La oración consistente, persistente nos cambia tan profundamente como cualquier otro medio usado por
el Espíritu Santo.
La Biblia nos anima, “Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren
en oración por todos los santos” (Ef 6:18). Hay por lo menos tres clases de oración que contribuyen
grandemente a nuestra santificación. Examinémoslas individualmente.
La oración como un clamor de liberación del pecado.
Es difícil imaginarse una situación más desesperante que en la que Jonás se encontraba. Habiendo
desobedecido el mandato de Dios de ir a Nínive, acabó en el estómago de un gran pez. La oración era su
única esperanza: Entonces Jonás oró al SEÑOR su Dios desde el vientre del pez. Dijo: ‘En mi angustia
clamé al SEÑOR, y él me respondió. Desde las entrañas del sepulcro pedí auxilio, y tú escuchaste mi clamor’. (Jonás
2:1-2) “No sólo te sientes ahí solo o apartado colgando la cabeza, y sacudiéndola y mordiéndote los puños preocupados
y buscando una salida, sin nada más en tu mente que lo malo que te sientes, cuánto sufres, qué pobre tipo eres.
¡Levántate, perezoso tunante! ¡De rodillas! ¡Levanta las manos y los ojos al cielo!” Martín Lutero
No importa cuán desesperante sea el predicamento, nuestro primer paso para ser liberados del pecado
es siempre hacia el Señor. Este paso se logra a través de la oración. Cuando yo sé que he pecado, la salida
no es complicada - sólo difícil. El Espíritu Santo me dirige a clamar pidiendo misericordia, a confesar mi
pecado, y a pedir perdón.
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La promesa de Dios está clara: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos
limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9). La palabra griega que se traduce aquí como “confesamos” significa
“decir la misma cosa” - estar de acuerdo con Dios de que en verdad hemos pecado. Él ya sabe cuál es
nuestro pecado. Él solamente está esperando que nosotros nos hagamos responsables del pecado. Una
vez lo hagamos, Él promete perdonarnos y purificarnos. Yo encuentro interesante que la base para el
perdón de Dios no es su misericordia, sino más bien su fidelidad y justicia. Podemos someter con
confianza nuestras peticiones a Dios por lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz.
La oración por libertad de pecado es una manifestación de verdadero humildad. Y humildad es
necesaria para experimentar gracia.
La oración es una petición de dirección.
Yo recuerdo los tiempos justo antes de pedir a mi esposa que se casara conmigo. ¡Vaya, si en serio quería
recibir dirección de parte de Dios! Sólo la cantidad de las oraciones pidiéndole dirección debió haber
comunicado claramente al Señor que yo de verdad quería saber cuál era su voluntad.
Recibir dirección tiene que ver con más que solamente la oración, por supuesto. Por ejemplo, exige
de estudio bíblico y fiel aplicación de la sabiduría que ya poseemos. Anticipa que tengamos una sincera
determinación para hacer la voluntad de Dios suceda lo que suceda, y una disposición a oír la multitud
de consejeros que misericordiosamente Él pone a nuestro alrededor. Pero la oración es primordial en la
dirección simplemente porque nos mantiene en constante contacto con Aquel que nos dirige por sendas
de justicia por amor a su nombre (Salmo 23:3).
Nadie puede reducir a una fórmula la verdadera dirección. Consiste en oír y obedecer, una relación
constante reforzada por la comunicación regular, y en reposar en las seguras promesas de Dios. Mi propia
opinión es que el cristiano que se propone a hacer la voluntad de Dios encontrará muy difícil no ver esa
voluntad si es que es una persona de oración.
La oración como sumisión a la voluntad de Dios. En el huerto de Getsemaní, Jesús hizo la oración
más conmovedora de todas: “Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo: pero no se cumpla mi voluntad,
sino la tuya” (Lucas 22:42). Iba acompañada de un fuerte clamor a Dios y una presión tan intensa que
Cristo sudó gotas de sangre. Fue expresada cuando estaba sin la compañía de ningún ser humano, porque
sus amigos más cercanos se habían dormido. Nuestro Señor estaba solo. Aquí, en su hora de mayor
prueba, Jesús nos dio un modelo de verdadera sumisión, una humildad que lo cualificó para heredar la
tierra.
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los aviones aliados hicieron llover sobre Alemania
grandes bombas incendiarias. Ciudades como Dresde y Hamburgo quedaron completamente destruidas.
Uno de los sobrevivientes de Dresde fue John Noble, un ciudadano norteamericano que junto con su
familia fue puesto bajo arresto en su casa cuando estalló la guerra. Tenía 22 años de edad.
Después que se rindieron los poderes del Axis en 1945, John esperaba volver a los Estados Unidos.
Pero los comunistas soviéticos controlaban ahora esa parte de Alemania, y ellos tenían otros planes para
él. Fue encarcelado bajo un pretexto y durante los próximos diez años fue sujeto al más inhumano trato
que uno se pueda imaginar. Sólo una pequeñísima fracción de los prisioneros sobrevivieron. Los que
habían padecido bajo los alemanes y los comunistas dijeron que aunque los nazis eran mucho más crueles
y vengativos en su trato de los prisioneros, los comunistas eran más mortíferos, ya que sistemáticamente
hacían morir de hambre a los que estaban en sus garras.
Aunque Noble se había criado en un hogar cristiano, su fe no se extendía mucho más allá de la
asistencia superficial a la iglesia. Se daban gracias a Dios antes de comer, pero las oraciones, si se hacían,
no salían del corazón. Su padre, un anterior ministro, se había vuelto más y más materialista a través de
los años. Llevó a la familia a Alemania a mediados de los 1930 para dirigir una fábrica de cámaras. Así es
como quedaron atrapados en Alemania cuando las tropas de Hitler comenzaron a marchar.

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En la cárcel a todos los prisioneros repetidamente se les negaba comida por largos lapsos de tiempo.
Luego llegó un devastador período de doce días sin nada excepto un poquito de agua con sabor a café al
día. Muchos de los hombres murieron. Desde su solitaria celda, John podía oír cuando sacaban los
cadáveres arrastrándolos, la cabeza golpeando las gradas. La desesperanza y el desaliento eran como una
nube a su alrededor. Pero durante ese tiempo de lenta y dolorosa muerte por hambre, Dios en su gracia
se reveló a John Noble.
Por supuesto que había orado durante el comienzo de su cautiverio. De hecho, había orado con
frecuencia, pidiendo a Dios comida, seguridad, y liberación. Pero cuando le fue dada fe para confiar en
Cristo, el enfoque de sus oraciones cambió de preservación de sí mismo a una humilde entrega a la
voluntad de Dios. Ahora, ya fuera que viviera o muriera, estaba sometido a Dios. Ya no se pertenecía a
sí mismo. Como resultado, ya no tenía miedo. Una paz que sobrepasaba toda comprensión humana se
apoderó de su alma.
“La oración hará que el hombre deje de pecar, o el pecado tentará al hombre a dejar de orar”. John Bunyan

El padre de John, uno de sus compañeros de cárcel en Dresde, también volvió a dedicar su vida a
Cristo y recibió la misma gracia para orar diciendo, “pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”. Aunque
habían de pasar varios años más en la cárcel, después escribieron de no tener nada de qué lamentarse.
Nunca se sintieron más ricos espiritualmente ni más cerca de Cristo que cuando, naturalmente hablando,
las cosas parecían más inexorables. Y su confianza en Jesús, que era tan preciosa para ellos, les dio el
poder para reclamar la miserable vida de muchos otros. Durante toda su terrible experiencia, la humilde
oración de sumisión a la voluntad de Dios mantuvo su corazón tierno y cerca de Él.
Como puedes ver, la oración - junto con la Palabra de Dios y una conciencia regenerada - son
poderosas herramientas en la mano del Espíritu. Tienen un admirable potencial para conformarnos a la
imagen de Cristo. Ahora que tienes cierta idea de cómo funcionan éstas, hurguemos en el resto de la caja
de herramientas.
Capítulo 8 - Las Herramientas Del Oficio (II)

En el anterior capítulo exploramos tres de las herramientas principales - la Escritura, la conciencia, y


la oración - que usa el Espíritu Santo para llevar a cabo nuestra santificación. Pero nos quedan por lo
menos seis importantes medios. Para poder responder a la obra santificadora del Espíritu, debemos
familiarizarnos con estas otras herramientas esenciales del oficio.

Negarte a Ti Mismo y una Vida de Discipulado


Hace algunos años la compañía Fritos introdujo un ‘chip’ extremadamente picante. Traté de disimular
mi placer de que, siendo que los niños no los soportaban, yo no tendría que compartirlos.
En la tienda mis hijos me preguntaban: “Oye, papi, ¿por qué compramos esa clase? ¡A nosotros no
nos gusta!” Yo sé, pensaba yo. Esa es precisamente la razón. Después de pocos meses, Fritos descontinuó ese
sabor...sin duda bajo órdenes desde arriba.
El famoso líder cristiano chino Watchman Nee escribió una vez, “Recordemos que la única razón de todo
malentendimiento, toda inquietud, todo descontento, es que secretamente nos amamos a nosotros mismos”. Sólo
puedo añadir que con algunos de nosotros, no es secreto. Podemos tratar de esconder nuestro egoísmo,
pero inevitablemente las burbujas surgen a la superficie. Mucho mejor es obedecer el llamado de Jesús y
tratar directamente con este amor de nosotros mismos.
Dirigiéndose a todos, declaró: "Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día
y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará ." (Lucas
9:23-24) Cada día en la escuela de discipulado de Cristo se ofrecen nuevas oportunidades para negarse
a sí mismo. ¿Por qué es tan importante esta muy olvidada clave para la vida cristiana? Porque vence el
egoísmo, haciendo posible que amemos a Dios y a los demás.
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"Hay dentro de cada uno de nosotros un enemigo que toleramos para nuestro peligro. Jesús lo llamó ‘vida’ y ‘el yo’,
o como diríamos nosotros, la vida del yo. Permitir que este enemigo viva es, al final, perderlo todo. Repudiarlo y
renunciar a todo por Cristo es no perder nada al final, sino preservarlo todo para la vida eterna." A.W. Tozer
Una arena en la que el egoísmo se expone muy rápidamente es el matrimonio. Con frecuencia he dicho
a mi esposa (en chiste sólo a medias), “Cariño, no es que no te quiera. Mi problema es que me amo a mí
mismo más”. Afortunadamente, Dios nos da una cruz hecha a la medida para desechar esas actitudes.
No te dejes engañar por la verborrea de los psicólogos que enseñan que debemos primero aprender a
amarnos a nosotros mismo. Ya de por sí nos amamos a nosotros mismos demasiado. De hecho, nos
damos el beneficio de la duda en casi toda posible circunstancia. Culpamos a otros por los conflictos
mientras nos adulamos a nosotros mismos por tener nobles intenciones. Si sólo extendiéramos a los
demás la misma gracia que nos otorgamos a nosotros mismos...qué mundo tan maravilloso sería éste.
Cuando Jesús dijo que uno de los requisitos para la vida eterna era amar al prójimo como a nosotros
mismos no estaba sugiriendo que el amor de sí mismo era de ninguna manera deficiente. Más bien, estaba
diciendo que amemos al prójimo como ya nos amamos a nosotros mismos - y eso es amar mucho. Pero
no vendrá naturalmente. Puede ser una de las cosas menos naturales que hagas. Amar a los demás se
logra sólo cuando practicamos negarnos a nosotros mismos en el camino del discipulado.
La negación de ti mismo y el amor se cruzan en el punto de servir. Jesús nos dio el supremo ejemplo
cuando fue a la cruz en nuestro lugar. Ese fue el supremo acto de servicio sin egoísmo. Pero durante toda
su vida Él puso las necesidades y el bienestar de los demás antes que los suyos. Ya sea lavando los pies
de sus discípulos o dando de comer a las multitudes, nuestro Señor dirigió con su ejemplo. En Filipenses
2 Pablo podría señalar la actitud de servicio, de negación de sí mismo que demostró Jesús como una que
todos los cristianos deben emular.
Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. La
actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como
algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo... (Fil 2:4-7)
"El negarse a sí mismo espera a los hijos de Dios a medida que pasan a sus devociones privadas. Está a la puerta
de testificar y de cualquier otro servicio a nuestro santo Señor. Es un elemento muy doloroso en cada lucha por la
santidad. Negarse a sí mismo es la clave para la solución de numerosos interrogantes que dejan perplejo al creyente
de hoy. Un entendimiento correcto de esta básica exigencia bíblica silenciaría una hueste de errores sobre el
evangelismo, la santificación y la vida práctica." Walter Chantry

Otro libro en esta serie, Disciplines for Life (Disciplinas para la vida), explica en detalle las diversas
maneras bíblicas en las que podemos practicar una vida de discipulado. Los ejercicios espirituales como
el ayuno, la oración consistente, y la confesión exigen esfuerzo. Pero valen la pena; prometen
recompensas ahora y en la vida venidera.
Pruebas en el Camino
Fue uno de los amigos de Job quien correctamente supuso, “con todo, el hombre nace para sufrir, tan cierto
como que las chispas vuelan” (Job 5:7). Esa ha sido nuestra suerte desde la caída. Muchas de esas dificultades,
por supuesto, resultan de nuestro propio pecado e insensatez. En más de una ocasión yo he trazado un
dolor de cabeza a la tensión causada por mi propia necia persistencia en preocuparme. Cuando Clara y
yo experimentamos fricción en nuestro matrimonio, es más probable que mi egoísmo sea el culpable. No
debemos sorprendernos cuando padecemos las consecuencias de nuestro comportamiento pecaminoso.
Sin embargo, el Señor en su gracia puede usar aún esas consecuencias para que crezcamos en santidad si
nos arrepentimos y tratamos de aprender de ellas.
¿Pero qué de esas pruebas - esos escenarios como los de José - por los que no somos responsables?
No es probable que nuestros familiares nos vendan como esclavos, pero hay momentos cuando los
demás pecan contra nosotros, o cuando padecemos aflicciones sólo porque vivimos en un mundo caído.

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José vio el cuadro completo. Reconoció su eterno destino y el destino de los que le rodeaban. Como
consecuencia, pudo apreciar la manera en que Dios soberanamente dirigía las circunstancias de su vida.
Como dijo a sus hermanos, “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó el mal en bien para
lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20).
Cuando las cosas parecen ir en contra nuestra, debemos darnos cuenta de que nuestro Padre tiene un
propósito en mente y está primordialmente interesado en cómo respondemos. De hecho, no es
demasiado decir que Dios trama las dificultades para animarnos a seguir adelante en dependiente
confianza en Él:
Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso
a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar
hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no
sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR. (Dt 8:2-3) ¿Quién humilló y probó a
los israelitas, llevándolos a un lugar de hambre? ¿Fue Satanás? No - fue Dios. ¿Por qué? Para que supieran
cuánto necesitaban de una continua, vital relación con Él. Pausa un momento para dejar que esto penetre
en tu mente: Dios está preparado a sacrificar tu felicidad temporal para lograr su eterno y clemente
propósito en ti. Como cristiano genuino, para ti “Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino
de Dios” (Hechos 14:22). No confundas con la crueldad o el descuido la amorosa disciplina de tu Padre.
"Perdemos mucho consuelo en los momentos de prueba porque tendemos a verlos como evidencia de que Dios
nos ha dejado solos en vez de evidencia de su paternal disciplina y cuidado. Sin embargo, Hebreos 12:7 dice, “Lo que
soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos”. El escritor de Hebreos no cualificó la
dificultad. No sugirió que algunas dificultades son disciplina de Dios, mientras que otras quizás no lo sean.
Simplemente dijo que soportaran la dificultad - toda - como disciplina de Dios. Puedes estar seguro de que cualquier
dificultad que llegue a tu vida de cualquier fuente inmediata, Dios está en soberano control de ella y la está usando
como un instrumento de disciplina en tu vida." Jerry Bridges

José aprendió lo que todos debemos aprender: “que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo
aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Ro 8:28). No algunas cosas, ni tan siquiera casi
todas las cosas. Todas las cosas. Hasta en los casos de violación o de abuso sexual de un niño o defectos
de nacimiento o enfermedades incurables, el soberano Dios siempre tiene un plan de redención que
llevará a su mayor gloria.
Para comprender lo que Pablo dice aquí, debemos enfocarnos en los asuntos de Dios, no en los
nuestros. Su propósito es que seamos conformados a la imagen de su Hijo. Por tanto, las dificultades o
injusticias - aunque no nos parezcan favorables - cualifican como “bien” porque sirven para hacernos
más como Cristo.
Esto no es fácil de aceptar ni de comprender. Yo no te culparía por preguntar, “Pero, ¿cómo puede
Pablo decir que todas las cosas resultan para mi bien? Veo que muchas cosas resultan para mi bien, pero
muchas otras parecen ir en contra mía”. Permíteme tratar de contestar eso con una ilustración.
Antes de la venida de los relojes digitales, el mecanismo interno de un reloj consistía de varias ruedas
dentadas, unas se movían en una dirección y otras en la dirección opuesta. A primera vista parecería
improbable que algo útil pudiera resultar de dicho arreglo. Pero cuando se le daba cuerda al resorte
principal, aunque las ruedas se movieran en dirección opuesta, todas trabajaban juntas para mover las
agujas del reloj hacia adelante.
Así es con el orden providencial de Dios del universo...y de nuestra vida. Necesitamos darnos cuenta
de que Dios está tan interesado en nuestro crecimiento espiritual (santificación) que está dispuesto a
sacrificar nuestra felicidad temporal para asegurarnos las bendiciones eternas. Es fácil ser cristiano cuando
las cosas van bien. Pero en el calor de las circunstancias difíciles, algunos dudan poder mantener su lealtad
a Cristo. Con frecuencia, de cristiano joven, yo leía el relato de cuando Pedro negó a Cristo y me

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preguntaba si yo algún día haría lo mismo. Quizás tú has tenido pensamientos parecidos. Pero el hecho
es que Jesús oró por Pedro y a través de la gracia lo restauró a un lugar de gran utilidad.
La razón por la que perseveramos como cristianos es porque Dios mismo nos preserva: Mis ovejas oyen
mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la
mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El padre
y yo somos uno. (Juan 10:27-30) Es difícil imaginarse una declaración de protección que sea más enfática
y alentadora.
"Las peticiones de Cristo mandan tal ayuda a la fe que se mantiene firme hasta en su hora más oscura. Siempre
que nuestra vida cae víctima de las trampas del diablo como lo fue Pedro, no podemos confiar en nuestra propia
fortaleza, ni tan siquiera en nuestra propia fe, sino sólo en la fidelidad de Cristo en orar por sus hermanos débiles. Ese
conocimiento trae consuelo. También trae seguridad de que nada jamás nos separará del amor de Dios en Cristo."
Sinclair Ferguson

“La doctrina [de la perseverancia] declara que los regenerados son salvos a través de la perseverancia en fe y una
vida cristiana hasta el final, y que es Dios quien los mantiene perseverando”, J.I. Packer.

La Palabra de Dios nos dice que Jesucristo salva “por completo” a todos los que por medio de Él se
acercan a Dios (Hebreos 7:25).
Por tanto, todo cristiano puede tener la seguridad de que perseverará, no por la propia fortaleza ni la
habilidad de ningún individuo, sino porque Dios es fiel para guardarnos.

El Lugar de la Ley
Los cristianos con frecuencia se confunden acerca del lugar que tiene la ley de Dios en la santificación.
Yo he oído a algunos proclamar altamente, sin ninguna cualificación, que la ley ha sido abolida - y que de
buena nos libramos. Y he oído exactamente lo opuesto de otros cuyo plan para reformar a la sociedad
incluye volver a instituir en su totalidad la ley del Antiguo Testamento, administrada al igual que la ley
islámica es puesta en vigencia en algunos países islámicos fundamentalistas hoy. Según lo veo yo, ningún
extremo hace justicia a la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el tema.
Pero antes de pasar más adelante, clarifiquemos lo que queremos decir con “la ley”. Estoy endeudado
con el teólogo Bruce Milne por la siguiente descripción: “Por “ley” aquí se quiere decir las prescripciones morales
fundamentales del Antiguo Testamento resumidas en el decálogo [los Diez mandamientos]. Las leyes ceremoniales del
Antiguo Testamento han sido reemplazadas en el sentido de que Cristo las ha cumplido; la legislación social del Antiguo
Testamento cesó de ser normativa en el sentido de que la iglesia ha reemplazado la teocracia de Israel. Los principios
subyacentes de las leyes ceremoniales y sociales tienen continua relevancia y aplicación”. La definición de Milne
representa la destilación de mucho del bastante razonado estudio teológico. Hace importantes
distinciones entre el uso de la ley ahora y la manera en que se aplicaba durante la época del Antiguo
Testamento. También toma en cuenta la absoluta importancia de la persona y obra de nuestro Señor,
cuya venida, aunque de acuerdo a la ley, resultó en un reconocimiento totalmente nuevo de lo que
significa la ley. La Escritura muestra la transición que hemos hecho de esclavos de la ley a hijos: “Pero
cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban
bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gálatas 4:4-5).
"La ley nos lleva al evangelio. El evangelio nos salva de la maldición de la ley pero a su vez nos dirige de nuevo a la
ley en busca de su espíritu, su bondad y su belleza. La ley de Dios todavía es una lámpara a nuestros pies. Sin ella
tropezamos y caemos y vamos a tientas en la oscuridad." R.C. Sproul
Milne ha refutado a los presuntos reformadores que buscan institucionalizar las leyes mosaicas, pero
todavía es necesario dirigirnos a los que consideran que la ley ha sido anulada y cancelada. ¿Es la ley una
ayuda continua o un estorbo pasado de moda?
La inequívoca respuesta a esta pregunta es...las dos cosas. Si vemos la ley como un medio de aparecer
justos ante Dios (justificación), entonces nos estorbará para lograr verdadera justificación como los
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fariseos. Ellos no vieron que guardar la ley nunca fue con el fin de justificarnos, ni siquiera bajo el Antiguo
Pacto. Por otro lado, si entendemos el propósito de Dios para la ley, entonces permanece un medio útil
en nuestra búsqueda de la santificación.
La ley siempre ha representado el carácter de Dios, reflejando su interés en la santidad. Y los Diez
mandamientos todavía sirven como el eficaz resumen de las expectaciones morales y éticas que Dios
tiene de la raza humana. Hagámonos otra pregunta fundamental: ¿Por qué Dios dio estas “prescripciones
morales” en primer lugar? Si la ley nunca ha tenido el propósito de santificarnos, ¿cuál es su propósito?
Detener el mal.
Según la Escritura, la ley se ha instituido para refrenar la propagación del mal (1 Timoteo 1:9-11). Debido
a que la falta de ley amenaza la santidad individual y de la sociedad, cierta restricción en ello es esencial.
En este sentido la ley de Dios corresponde a la ley criminal secular.

Para mostrarnos nuestro pecado.


“Entonces, ¿cuál era el propósito de la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la descendencia
a la cual se hizo la promesa” (Gálatas 3:19). Como dice la edición New English Bible, la ley fue añadida
“para hacer del mal comportamiento una ofensa legal”, o sea, para hacer que los hombres estuvieran claramente
concientes de la distinción entre el bien y el mal. O como dice William Hendriksen, “para producir dentro de
su corazón y su mente un naciente sentido de culpabilidad.” J.B. Phillips lo expresa bien en su traducción de la
Biblia: “Es el filo recto de la ley lo que nos muestra cuán torcidos somos” (Romanos 3:20). Una vez que haya
expuesto nuestra verdadera naturaleza, la ley puede lograr su próximo crucial propósito.
Traernos a Cristo.
“Antes de venir esta fe”, escribió Pablo, “la ley nos tenía presos, encerrados hasta que la fe se revelara” (Gálatas
3:23). Tratar de cumplir las exigencias de la ley es una tarea inútil. Y eso, de hecho, es la verdadera
revelación que la ley tiene la intención de dar. Existe para mostrarnos nuestra condición pecaminosa,
débil y desesperante. “Así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos
justificados por la fe” (Gálatas 3:24). Una vez hayamos magullado nuestra legalista persona contra las
inflexibles exigencias de la ley, estaremos listos para “volvernos a Dios y a su Hijo Jesucristo buscando
perdón y poder”.
Servir como una guía para una vida santa.. Como las guardas a lo largo de una carretera, la ley está
diseñada para evitar que nos desviemos del camino. También clarifica el camino que debemos seguir.
Torah, la palabra hebrea para “ley”, tiene varios significados, incluso “la clase de instrucción que un buen
padre da a su hijo”. Dios como nuestro Padre quiere evitarnos dificultades innecesarias. Si queremos vivir
sabiamente, guardaremos su ley.
Una vez venimos a Cristo, nuestra relación con la ley cambia radicalmente. Nuestro motivo para
obedecer sus decretos ya no es el temor sino la gratitud. Cuando nos damos cuenta de que el Dios que
nos creó, nos redime, y nos sostiene con inmerecida gracia es digno de nuestra gozosa obediencia,
diremos junto con el salmista, “¡Cuánto amo yo tu ley!” (Salmo 119:97).
Los que consideran la ley fuera de moda e irrelevante posan varias preguntas que valen la pena
responder: “Pero ¿acaso no terminó la ley?”
Sólo como un medio para la justicia. “De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la
justicia” (Romanos 10:4).
“¿No dijo Pablo que no estamos ‘bajo la ley’ (Romanos 6:14)?”
Es verdad que ahora estamos bajo la gracia, no la ley, como la fuerza dominante en nuestra vida. Pero
lo que Pablo quiso decir es que “ya no estamos bajo condenación por nuestro fracaso en guardar la ley”.
“¿No anuló Jesús la ley?”
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“¿Es la ley obligatoria para el cristiano?... ‘No’ en el mismo sentido en que nuestra aceptación ante Dios no
depende de ella. Cristo en su muerte cumplió totalmente con las exigencias de la ley, de modo que nosotros somos
liberados de ella. Ya no tiene ningún derecho en nosotros. Ya no es nuestro Amo. ‘Sí’ en el sentido de que nuestra
nueva vida todavía es una esclavitud. Todavía ‘servimos’. Todavía somos esclavos, aunque hemos sido dados de alta
de la ley. Pero el motivo y los medios de nuestro servicio han sido alterados. ¿Por qué servimos? No porque la ley sea
nuestra ama y tengamos que hacerlo, sino porque Cristo es nuestro esposo y queremos hacerlo. No porque la
obediencia a la ley lleva a la salvación, sino porque la salvación lleva a la obediencia de la ley. La ley dice, Haz esto y
vivirás. El evangelio dice, Tú vives, de modo que haz esto. El motivo ha cambiado”. John R.W. Stott

Absolutamente no. “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles
cumplimiento” (Mateo 5:17). “Lo que Jesús destruyó”, escribe J.I. Packer, “eran inadecuadas exposiciones de la ley,
no la ley en sí (Mateo 5:21-48; 15:1-9). Al dar exposiciones más ciertas, Él en realidad volvió a publicar la ley”. Jesús
clarificó el espíritu de la ley, diciendo en efecto, “No adulterio, ni siquiera en pensamiento. No asesinato, ni siquiera odio”.
Es gran privilegio del cristiano estar libre de la ley. Sin embargo, no debemos interpretar esto como
un comentario despectivo de la ley. La culpa no está en la ley sino en nosotros; es débil porque nuestra
carne es débil. Pero afortunadamente, lo que nosotros no pudimos hacer, Dios lo hizo por nosotros.
En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios
envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera
en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas
demandas de la ley se cumplieran en nosotros, pues no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino
según el Espíritu. (Romanos 8:3-4) .
Podemos resumir nuestra discusión como sigue: La ley todavía está en efecto y tiene un propósito
valioso, pero a través de Cristo nuestro estado bajo la ley ha cambiado para siempre. El papel de Dios en
nuestra vida ahora es principalmente el de Padre, no Juez. Cuando pecamos lo entristecemos y somos
disciplinados, pero no somos repudiados. Su trato con nosotros ahora es el amor castigador de un padre,
no la desaprobación legal de un juez.
La Iglesia.
La vida cristiana es ineludiblemente corporativa. La idea de un hombre santo o de una mujer santa aparte
de una iglesia santa es ajena al Nuevo Testamento. Sin embargo una gran mayoría de norteamericanos
hoy creen que pueden servir a Dios con igual eficacia aparte de la comunidad de creyentes. En las palabras
de un participante en una encuesta de Gallup, “Yo soy mi propia iglesia”.
Una de las desafortunadas consecuencias del “robusto individualismo” norteamericano es una vena
que evita a muchos formar las relaciones duraderas que caracterizan a la iglesia. La resistencia a
comprometerse en nombre de la libertad resulta en un mal desarrollado crecimiento espiritual.
Luego está el temor que paraliza a la gente el momento en que considera participar en la iglesia: “¿Y
qué si se dan cuenta de cómo en realidad soy?” “Todos menos yo tienen su vida en orden”. “Yo no soy
como todos los demás”.
Yo he oído tantos comentarios como éstos que puedo decir con confianza que todos los miembros
de las iglesias tienen (o han tenido) pensamientos parecidos. La respuesta a esos temores es que la iglesia
se compone de personas imperfectas que, con la ayuda de Dios, están aprendiendo a seguirlo. Nadie ya
“ha llegado”. ¿Eres imperfecto? ¡Excelente! Cabrás muy bien.
"La Biblia no sabe nada de solitaria religión. Caballero, ¿usted desea servir a Dios e ir al cielo? Recuerde, usted no
puede servir a Dios solo. Por lo tanto debe buscar compañeros o hacerlos." John Wesley

El egoísmo es otro problema que mantiene a la gente asilada de la hermandad de la iglesia. Algunos
son demasiado ensimismados como para molestarse con interesarse por ninguna otra persona. Pero el
simple hecho es que nos necesitamos los unos a los otros. “Uno no puede decir ser cristiano”, escribe Charles
Colson, “y al mismo tiempo decir que vive fuera de la iglesia. Hacerlo así es en el mejor de los casos hipocresía - en el

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peor de los casos, blasfemia”. La santificación sólo se puede desarrollar en el contexto de la comunidad
cristiana.
No hay substituto para el aliento y la admonición que vienen de los fieles hermanos en la iglesia. El
Nuevo Testamento contiene treinta pasajes con “unos a los otros” mostrando la importancia de las vidas
compartidas. Además, todos nos beneficiamos de las personas que demuestran fe en acción,
enseñándonos así cómo ser buenos esposos, esposas, padres, amigos, o trabajadores. Como se mencionó
en el capítulo anterior, es muy importante formar parte de un grupo pequeño donde uno puede conocer
y ser conocido.
Además de todo esto, es a la Iglesia que Cristo ha dado los dones de apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros. ¿Por qué? Para preparar a los santos para que los santos puedan cumplir con la obra
del ministerio al que son llamados (Efesios 4:11-13). Dios da dirección espiritual para los cristianos
dentro de la iglesia local. Es en la iglesia que recibimos cuidado pastoral y somos preparados para servir.
Podemos dar gracias a Dios por los ministerios de apoyo a la iglesia y el bien que hacen, pero no son
indispensables. La Iglesia sí lo es.
Los sacramentos
Si creciste asistiendo a los cultos de la iglesia, probablemente conoces muy bien los sacramentos.
Aunque las tradiciones cristianas no están de acuerdo con el número o la práctica de los sacramentos,
hay dos - bautismo y comunión - que siempre se han considerado como distintivamente cristianos y
centrales a la vida de la Iglesia. Estos dos son igualmente esenciales en la vida de cada creyente.
Un sacramento en realidad es una promesa de Dios puesta en acción ante nuestros ojos. Se nos dice
que nuestros pecados han sido lavados por la sangre del Cordero. Pero luego se nos invita a dar evidencia
de nuestra fe en esa promesa al seguir a Cristo por medio de las aguas del bautismo. De igual manera, se
nos promete vida eterna y hermandad con Jesús, y luego se nos permite tener comunión con Él cuando
recibimos la propia cena del Señor.
No hay ninguna magia en estos actos. El bautismo no lo hace a uno cristiano. Más bien, sólo los
cristianos cualifican para ser bautizados. Ni tampoco se imparte gracia salvadora a través de la comunión.
Sin embargo Cristo está presente por su Espíritu cuando recordamos su cuerpo inmolado y su sangre
derramada.
Estas ordenanzas tienen gran valor para nuestra santificación. Son vívidos recordatorios
experimentales de las grandes verdades de la fe cristiana - nuestra redención a través de la obra consumada
de Jesucristo y de nuestra inmanente comunión con Él hasta que vuelva por nosotros. O, como lo dice
Sinclair Ferguson, traen “nueva realización de nuestra unión y comunión con Cristo. Nos señalan hacia atrás a su
fundamento y hacia adelante a su consumación en gloria”. Los sacramentos mantienen estas verdades al frente
y en el centro, ayudándonos a mantenernos firmes, lo que es esencial para el crecimiento espiritual.
Alabanza y Adoración
Hace poco asistí a una conferencia sobre asesoramiento bíblico. Aunque la oración de apertura estaba
lejos de ser superficial, ninguno de nosotros nos sentimos particularmente movidos. Sin embargo, la
sesión del día siguiente comenzó con alabanza. Esta vez cuando el dirigente oró antes de comenzar su
mensaje, la alabanza verbal, las manos levantadas y un “Amén” aquí y allá acompañaron cada una de sus
frases. ¿Cuál fue la diferencia? La alabanza nos había dirigido el corazón hacia arriba y nos había
ablandado hacia el Espíritu de Dios.
Entre nuestros grandes privilegios como cristianos, ninguno es más grande que el privilegio de alabar.
Su poder para restaurar la perspectiva apenas se puede sobreestimar. Cuán fácil es en este mundo caído
ponerse “fuera de tono”, perder la conexión con la grandeza y misericordia de Dios. La confianza en sí
mismo por un lado y el desánimo por otro puede evitar que veamos a nuestro Señor exaltado. Pero
cuando comenzamos a alabar...cuando su Espíritu nos levanta los ojos para contemplar de nuevo la
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majestad y maravilla de Dios...se nos vuelve a poner en contacto con las realidades eternas. También al
magnificar a Dios invariablemente nos humillamos, y eso nos pone en una posición perfecta para recibir
gracia. Todos haríamos bien en hacer eco al escritor del himno que dijo, “Ven Tú Fuente de toda
bendición, entona mi corazón para cantarte mi adoración”.
“Vengan, cantemos con júbilo al SEÑOR; aclamemos a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante él con acción de
gracias, aclamémoslo con cánticos. Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el SEÑOR nuestro Hacedor.
Porque él es nuestro Dios y nosotros somos el pueblo de su prado; ¡somos un rebaño bajo su cuidado! Si ustedes oyen hoy su
voz, no endurezcan el corazón...” (Salmo 95:1-2,6-8) Después de invitarnos a cantar, a aclamar, a agradecer,
y a exaltar, el salmista nos insta a inclinarnos en adoración. También nos advierte que no endurezcamos
el corazón cuando oigamos la voz de Dios. La conexión no es simplemente coincidental: Dios con
frecuencia habla a nuestro corazón mientras adoramos. Él nos habla de su majestad, su soberanía sobre
nuestra vida, su cuidado providencial de nosotros, y muchas otras cosas maravillosas. También puede
revelar áreas específicas en las que necesitamos cambiar o aventurarnos a nuevas esferas. Si no
escuchamos, o si endurecemos el corazón como lo hizo Israel tan frecuentemente durante su andar por
el desierto, arriesgamos el disgusto y la disciplina de Dios.
“El combustible para la adoración es una verdadera visión de la grandeza de Dios; el fuego que hace que el
combustible arda candente es el avivamiento del Espíritu Santo; la caldera hecha viva y tibia por la llama de la verdad
es nuestro espíritu renovado; y el calor que resulta de nuestros afectos es la poderosa adoración, que penetra en
nuestras confesiones, añoranzas, aclamaciones, lágrimas, cantos, gritos, cabezas inclinadas, manos levantadas y
vidas obedientes”. John Piper

Como pastor, me doy perfecta cuenta de las luchas con las que se enfrenta la gente a través de la
semana, y de mis propias limitaciones para ayudarles. Pero cuando nos reunimos como iglesia para adorar
los domingos por la mañana, puedo ver cómo consistentemente Dios usa estos momentos para pastorear
a su pueblo. Los desanimados, los solitarios, y los temerosos todos encuentran las fuertes y tiernas manos
de Dios ahí para sostenerlos a medida que lo adoran.
No creo que haya una estrategia pastoral más eficaz para ayudar a las personas que dirigirlas al lugar
donde Dios mismo pueda ministrarles. En el lugar de la adoración, la vida cambia.

Capítulo 9 - Vivir Para Ese Día Final

¿Cuándo fue la última vez que oíste un sermón sobre el infierno? El cielo es un tema mucho más
popular, pero aún eso se ignora en estos días. La tendencia en la predicación contemporánea es enfocarse
no en nuestro eterno futuro, sino en nuestras presentes “necesidades percibidas”. Y aunque pueda que
esos mensajes atraigan a las multitudes, no logran desarrollar madurez ni dar formación a la Iglesia.
Escucha esta excelente observación por Darius Salter de su libro What Really Matters in Ministry:
“La falta de raíces en lo eterno puede ser el mayor defecto de la predicación evangélica que atrae a grandes números
de personas...El principal propósito de predicar no debe ser acumular beneficios en esta vida para los feligreses sino
preparar a los individuos para que comparezcan ante la presencia de Cristo. No hay propósito ni motivación más grande
que saber que todos nosotros nos dirigimos a la eternidad, y muy en breve.” Si alguien fue enraizado y motivado
por lo eterno, éste fue Pablo. Sin descuidar las necesidades prácticas de aquellos a quienes servía, él
constantemente llamaba la atención de ellos a la vida que estaba por venir. Y nos dice por qué en su
segunda Epístola a los Corintios: “Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo” (2 Corintios
5:10).
Este versículo revela uno de los incentivos más apremiantes de la Escritura - y el que se pasa por alto
con más frecuencia - para la santificación. Habla de un día cuando seremos juzgados por la manera en
que hemos vivido como respuesta a la gracia de Dios. A base de esa evaluación, Cristo dará a cada
creyente “lo que se merece”. Uno no necesita meditar mucho tiempo sobre las implicaciones de ese
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versículo para desarrollar un apetito para llevar una vida santa. Tenemos una vida corta en la que podemos
determinar nuestras recompensas eternas...o nuestra pérdida eterna. Es esta urgencia que Pablo buscaba
impartir a las iglesias a las que servía.
“Ha sucedido algo sorprendente entre los cristianos occidentales. Muchos de nosotros habitualmente pensamos y nos
comportamos como si no hubiera eternidad - o como si lo que hacemos en esta vida presente no tuviera nada que ver
con la eternidad...Vivir ajenos a la eternidad nos hace expertos en lo insignificante y novatos en lo significante.
Podemos nombrar esa melodía, nombrar a los jugadores de fútbol, nombrar el estreno de la película de tal actor,
nombrar el principal producto de exportación de tal país, y detallar las diferencias entre modelos de computadoras o
tipos de automóviles. Ninguna de estas cosas es mala, por supuesto, pero es ciertamente revelador cuando
consideramos que la mayoría de los cristianos, cuanto menos el público en general, ni siquiera tiene una idea correcta
de lo que la Biblia dice que nos sucederá después de morir. Nuestra asignatura principal es lo momentáneo y la
secundaria es lo trascendental”. Randy Alcorn

Vivir Según un Calendario de dos Días


De modo que, como prisionero para el Señor, te recomiendo encarecidamente que lleves una vida
digna del llamado que has recibido. (Efesios 4:1)
Todo cristiano genuino ha recibido un llamado de Dios. Este llamado fue concebido en la eternidad
pasada. Antes de crear el mundo, Dios ya nos había escogido para ser suyos (Efesios 1:4). En el
momento de nuestra regeneración experimentamos el efecto de esa decisión. Esto no es un resultado del
esfuerzo humano, ni tampoco es una recompensa por las buenas obras - es totalmente una obra de gracia.
Sin embargo, en respuesta al llamado de Dios tenemos la responsabilidad de vivir de cierto modo.
Este es un asunto que con frecuencia se entiende mal, así que por favor síguelo con cuidado: Nunca
fuimos ni nunca seremos dignos de su llamado. Pablo no nos está exhortando a que de alguna manera
cualifiquemos para nuestro llamado. Eso sería imposible y sería una negación de la gracia. Él lo describe
a los efesios como un llamado “que Dios nos dio” - no algo que ellos habían logrado. “Las riquezas de la gracia
que Dios nos dio en abundancia” (Efesios 1:7-8) incondicional y libremente por medio de la elección, la
adopción, la redención, y la regeneración.
Todo cristiano necesita cultivar una confianza de y seguridad en este llamado. No obstante es nuestro
privilegio y responsabilidad construir sobre ese fundamento por medio del proceso de santificación.
Como Pablo dijo de sí mismo, “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue
infructuosa” (1 Corintios 15:10). Habiendo recibido un llamado del que no éramos dignos, ahora somos
responsables de vivir como dignos de ese llamado.
Pablo vivía intensamente consciente de que todos nosotros un día apareceríamos ante Cristo para dar
cuenta de la manera en que hemos respondido a su llamado. Pero para algunos esto quizás parezca una
contradicción. Si Cristo nos ha perdonado y nos acepta, ¿de qué se trata esto de un juicio?
Pero ¿seremos juzgados por las obras que hemos hecho - o que hemos dejado sin hacer - desde la
conversión? Definitivamente. Todos nosotros daremos cuenta a Dios y nuestra vida será evaluada. Pablo
presenta esto en términos muy vívidos.
Si alguien construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas, o con madera,
heno y paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará
a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno...pero si su obra es consumida por las
llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego. (1 Corintios 3:12-13,15) Es
crítico que captemos esta distinción. Aunque nuestra reconciliación con Dios ha sido asegurada, nuestras
recompensas (o pérdida de las mismas) serán determinadas por el punto hasta el que hemos buscado la
santidad en respuesta a su llamado. No es que Dios esté obligado a recompensarnos - esto, también, es
un acto de pura gracia, como Jerry Bridges tan bien lo describe: “Esta es una asombrosa historia de la gracia
de Dios. Dios nos salva por su gracia y por su gracia nos transforma más y más en la semejanza de su Hijo. En todas
nuestras pruebas y aflicciones, Él nos alienta y nos fortalece con su gracia. También nos llama por gracia a desempeñar
nuestra propia y única función dentro del Cuerpo de Cristo. Luego, de nuevo por gracia, da a cada uno de nosotros los
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dones espirituales necesarios para cumplir con su llamado. A medida que lo servimos, Él hace ese servicio aceptable a
sí mismo por gracia, y luego nos recompensa cien veces por gracia”. Pero yo creo que es seguro decir que la
mayoría de los cristianos tiene la actitud que dice que si tan sólo logro pasar por la taquilla ya me las he arreglado
para la eternidad. Suponen que todos terminarán en los “asientos generales”. Pero eso simplemente no es
bíblico. La Escritura enseña claramente que las recompensas variarán. Pasar por alto esta verdad es
descuidar uno de los principales incentivos para la santificación.
“Habrá grandes recompensas, menores recompensas, y - para algunos - ninguna recompensa. Por lo tanto habrá
mucha diversidad, aunque todos compartiremos de la bendición del mundo venidero. Tal es la gracia y justicia del buen
Señor”. J. Rodman William
Martín Lutero dijo que sólo había dos días en su calendario: “hoy” y “aquel Día”. Cada día nos acerca más
a ese Día. Será un día de regocijo sin paralelo cuando veamos a nuestro Señor cara a cara. Pero también
será un día de intenso escrutinio y examen. Y como explica Randy Alcorn, “Somos nosotros, por virtud de las
decisiones que tomamos cada hora y cada día, quienes determinaremos lo que suceda en ese día”. Dios preguntará:
“En vista de lo que has recibido, en vista de la gracia que yo te extendí a pesar de tu falta de mérito,
¿dónde invertiste tu vida? ¿Cuáles fueron tus prioridades y valores? ¿Me serviste o me usaste? ¿Llevaste
una vida digna de tu llamado?” De nuevo, nuestras respuestas a esas preguntas no determinarán nuestra
reconciliación con Dios, pero tendrán todo que ver con si recibiremos o no las recompensas que Dios
con tanta ansiedad desea darnos.
En su excelente libro Money, Possessions and Eternity, Randy Alcorn escribe sobre este tema que tan
raramente se considera hoy día. Yo encuentro su perspectiva útil en extremo y muy motivadora:
“El cielo será un lugar maravilloso. Pero lo que rara vez consideramos es que en el punto de entrada al cielo la
Escritura claramente nos dice que hay un juicio de los creyentes que determinará por toda la eternidad nuestro lugar o
estado en el cielo...la Escritura simplemente no enseña lo que la mayoría de nosotros parece dar por sentado-que el
cielo nos transformará a todos en seres iguales con posesiones iguales y responsabilidades iguales y capacidades
iguales. No dice que nuestra vida anterior carecerá de eterna importancia. Dice exactamente lo opuesto... Se nos ha
dado justa advertencia de que a cada uno de nosotros nos espera, al final del curso, un examen final. Será administrado
por el director más justo y más estricto del universo. Cuán en serio tomamos esta clara enseñanza de la Escritura se
demuestra con cuán en serio nos estamos preparando para ese día.
Cuando tomamos nuestras clases en la universidad nos preguntamos a nosotros mismos y a otros sobre el profesor:
“¿Cómo son sus exámenes? ¿Toma asistencia? ¿Es estricto para calificar? ¿Qué espera en las composiciones?” Si voy
a salir bien en la clase, debo saber lo que el instructor espera de mí. Debemos estudiar el programa de clase, la Palabra
de Dios, para saber las respuestas a estas preguntas. Y cuando las sabemos, debemos tener cuidado de trazar nuestra
vida de acuerdo a ellas - en vista del largo mañana”.
El regreso de nuestro Señor era un día que Pablo anticipaba añorante. Nosotros deberíamos hacer lo
mismo. Seguros en el hecho de que estamos justificados ante Él, debemos dedicarnos a las buenas obras
que Él ha preparado de antemano, cumpliendo su eterno propósito en el contexto de la iglesia local.
Entonces podremos compartir la confianza de Pablo de que “me espera la corona de justicia que el Señor, el juez
justo, me otorgará en aquel día” (2 Timoteo 4:8). Pero las coronas cuestan mucho. Pablo había vivido digno
de su llamado. Ahora veamos a alguien que no lo hizo.

El Tonto Más Sabio


Examinar la vida privada de figuras prominentes puede hacernos reflexionar mucho. Después de
estudiar cien de los líderes mejor conocidos de la Escritura, el autor Robert Clinton encontró que menos
de 25% de ellos terminó el curso de la vida con su reputación y su liderazgo intactos. Quizás el más
trágico de esos fracasos fue Salomón.
“Salomón comenzó con tanto potencial y promesa. Pronto después de nacer, el profeta Natán anunció que Dios
tenía un nombre específico y especial para él: Jedidías, que quería decir “amado por Dios” (2S 12:25). Cada vez que
alguien usaba su apodo especial era un nuevo recordatorio del afecto de Dios. (Nos podemos imaginar que a los

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hermanos de Salomón a veces se les hacía difícil crecer a su lado.) Resuelto, nunca hacer nada que temería hacer si
esa fuera la última hora de mi vida”. Jonathan Edwards

Como el sucesor de David, Salomón heredó el trono de un próspero reino. Al principio demostró
genuina humildad. Una noche después de ofrecer mil holocaustos, Dios se le apareció en un sueño y le
dijo, “Pídeme lo que quieras”. Salomón, conciente de sus limitaciones como también de sus
responsabilidades, respondió, “No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme...te ruego que le des a
tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá
gobernar a este gran pueblo tuyo?” (1 Reyes 3:7-9). Dios se agradó tanto con la petición que prometió hacer
a Salomón el hombre más sabio (aparte de Jesús) de la historia y prosperarlo y honrarlo sobre todos los
demás reyes. Con la unción de Dios, Salomón pudo dirigir a Israel hacia una prosperidad sin antecedente
ni paralelo.
Pero en el análisis final, Salomón desperdició su llamado. No estamos preparados para la evaluación
final que la Escritura hace de su vida:
Entonces el SEÑOR, Dios de Israel, se enojó con Salomón porque su corazón se había apartado de
él...el SEÑOR le dijo: Ya que procedes de este modo, y no has cumplido con mi pacto ni con los decretos
que te he ordenado, puedes estar seguro de que te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos. (1
Reyes11:9,11) ¿Qué sucedió? ¿Cómo podía un hombre con el singular llamado de Salomón acarrearse
para sí una disciplina tan fuerte? La Biblia no nos deja especulando: “Sus mujeres le pervirtieron el corazón...y
no siempre fue fiel al SEÑOR su Dios como lo había sido su padre David” (1 Reyes 11:4). Aunque amado, llamado,
y singularmente dotado por Dios, Salomón desarrolló un patrón de desobediencia que lo llevó a su
gradual deterioro espiritual. Faltó en obedecer su propio sabio consejo: “Por sobre todas las cosas cuida tu
corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Salomón dejó que sus muchas esposas apartaran su corazón del buen camino (1 Reyes 11:3). ¿Hay
algo que evite que tu corazón esté totalmente dedicado al Señor tu Dios?
En la misericordia de Dios, Salomón se arrepintió antes de morir. Pero el perdón de Dios no pudo
aliviar la agonía de remordimiento cuando meditaba en lo que su vida pudo y debió haber sido.
Sus reflexiones se encuentran en el libro de Eclesiastés, las dolorosas memorias de un viejo que se dio
cuenta que había pasado mucha de su vida en vano. Antes que vivir digno de su llamado, Salomón fue
tras toda forma de placer personal (Eclesiastés 2:10) y encontró que no ofrecía lo que anunciaba. Hay
mucho que podemos aprender de sus palabras finales: El fin de este asunto es que ya se ha escuchado
todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios
juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto. (Eclesiastés 12:13-14)
Mientras Salomón se preparaba para morir, yo creo que estaba dolorosamente conciente de que no
oiría las palabras “Hiciste bien” del capítulo 19 de Lucas. Sólo los que han hecho bien las oirán. Pero su
vida ha sido preservada como una advertencia para que podamos evitar una experiencia similar. No hay
razón para que nosotros terminemos nuestra vida con remordimiento. Al dedicar nuestra vida al proceso
de la santificación, podemos probar ser más sabios que Salomón.
Cómo Hacer las Preguntas Correctas
Un día estaremos ante Dios - no en grupo, sino solos. Entonces Él evaluará todo lo que ha sucedido
en nuestra vida desde la conversión. La Escritura nos da una imagen de ese momento: “Él sacará a la luz
lo que está oculto en la oscuridad y pondrá al descubierto las intenciones de cada corazón. Entonces cada uno recibirá de
Dios la alabanza que le corresponda” (1Co 4:5).
En los términos más gráficos, en el día del juicio Dios preguntará, ‘¿Qué hiciste?’ Él no preguntará, ‘¿Qué te
sucedió?’ David Powlison

Dios anhela presentar recompensas eternas a cada uno de nosotros. Para hacer esto posible, Él nos ha
llamado y nos ha regenerado, ha preparado buenas obras para que nosotros andemos en ellas, y nos ha
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puesto en la iglesia local donde podemos aplicar y obedecer la enseñanza bíblica. Sin embargo, debemos
estar concientes de que Él es un Dios justo...y que califica objetivamente. Cuando venga ese día, no habrá
una segunda oportunidad.
La historia nos habla de un individuo que recibió una segunda oportunidad, más o menos. Randy
Alcorn relata la historia:
Alfred Nobel era un químico suizo que hizo su fortuna al inventar la dinamita y otros poderosos
explosivos, que fueron comprados por los gobiernos para producir armas. Cuando murió el hermano de
Nobel, un periódico accidentalmente imprimió el obituario de Nobel por equivocación. Fue descrito
como un hombre que se hizo rico al hacer posible que la gente se matara unos a otros en cantidades sin
precedente. Desconcertado por este juicio, Nobel resolvió usar su fortuna para recompensar los logros
que beneficiaran a la humanidad, incluso lo que ahora conocemos como el Premio Nobel de la Paz.
¿Cuáles son tres cualidades o logros que te gustaría que resaltaran en tu propio obituario?
Nobel tuvo una rara oportunidad - ver el juicio de su vida al final, cuando todavía estaba vivo y tenía la
oportunidad de cambiar ese juicio.
Pongámonos en el lugar de Nobel. Leamos nuestro propio obituario, no como lo escribirían hombres
no informados o con prejuicios, sino como lo escribiría un ángel desde el punto de vista del cielo.
Mirémoslo detenidamente. Luego usemos el resto de nuestra vida para editar ese obituario hasta que
llegue a ser lo que en realidad queremos que sea. Editar nuestro obituario comienza con estar dispuestos
a hacer ciertas preguntas penetrantes. De hecho, todos los días de nuestra vida deben estar marcados por
un escrutiñador juicio bíblico: “¿Está aumentando mi conocimiento de y pasión por Dios?”
“¿Está aumentando mi conocimiento de y pasión por Dios?”
“¿Pueden los demás confirmar que estoy creciendo en carácter?”
“¿Estoy comprometido con y estoy sirviendo en la iglesia local?”
“¿Esta actividad es digna del llamado que he recibido?”
“¿Qué es lo que estoy haciendo que hace una diferencia eterna?”
Ninguna decisión ni actividad debe estar libre de esta clase de cuestionamiento. “La realidad de nuestro
futuro eterno debe dominar y determinar el carácter de nuestra vida presente, hasta nuestras palabras y
nuestro comportamiento”, escribe Alcorn. Si Dios va a evaluar todos los aspectos de nuestra vida, así
debemos hacerlo nosotros. Esto transformará la manera en que vemos el trabajo, la diversión, la
participación en la iglesia, y las relaciones. Y asegurará que mucho menos arda en llamas en aquel día
final.
Debe ser el negocio de todos los días prepararnos para nuestro último día. El escritor de Hebreos nos
exhorta diciéndonos “Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No
dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que
vemos que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25). Confío en que este capítulo te haya permitido ver el Día
que inevitablemente se acerca. Y oramos que este libro te haya animado y provocado en el proceso de la
santificación.
No es un camino fácil el que has escogido. La santificación será difícil, desafiante, y dolorosa - aunque
nada como el dolor de la desaprobación de Dios. Pero cuando venga el Día y oigas a Dios decir, “Hiciste
bien”, todo sacrificio palidecerá ante tu eterna recompensa. Comparado con eso, no hay nada más que
en realidad sea importante.
Nada.
Darius Salter escribe, “El predicador que mejor prepara a sus oyentes para hacer frente a las presiones de la sociedad
norteamericana quizás no sea el predicador que mejor prepara a su gente para el cielo”. Divide al grupo en dos
partes: los de “mente terrenal” y los de “mente celestial”. Permite que cada grupo piense en tres títulos
relevantes para un sermón que refleje su perspectiva, y luego comparen notas.

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Capítulo 10 - Diferentes Caminos a La Santidad: Un Repaso Histórico
Vale la pena notar cómo es que las diferentes tradiciones en la historia de la Iglesia han entendido lo
que es la santificación. En Spiritual Companions: An Introduction to the Christian Classics, Peter Toon identifica
tres diferentes aproximaciones al camino a la santidad: Griega (oriental), Medieval Occidental (católico
romano), y Protestante.
Griega
La aproximación griega se conoce como deificación - impartir en el alma la divina vida de Cristo a
través del Espíritu Santo...De este modo la comunión y unión con Dios es el propósito de la salvación y
es posible para los seres humanos cuando buscan perder su dependencia en el mundo y en la carne y son
transfigurados por la luz de la gracia de Dios. Este método se puede ver en los comienzos del movimiento
monástico. Durante el tercer siglo, los ermitaños de Egipto reaccionaron contra la negligencia moral que
había comenzado a meterse en la Iglesia. Dos siglos antes, la Iglesia se componía de cristianos judíos y
gentiles cuyas normas de ética eran bastante altas. Pero esas normas comenzaron a decaer a medida que
más y más gente se añadía a la Iglesia. Añade a esto el deterioro moral que acompañó al declive del
imperio romano y podemos ver el problema. El mundo se estaba haciendo rápidamente, en la frase de
Hobbes, “repugnante, bruto, y bajo”. No que la Iglesia necesariamente había bajado sus normas. De
hecho, era moralmente rigorosa en comparación con la Iglesia de hoy. Pero los santos ermitaños dejaron
el mundo romano derrumbante para buscar la salvación en el desierto.
En un compasivo ensayo, Charles Kingsley describe la vida de estos ascéticos como una que consistía
de... “celibato, pobreza, buenas obras con el prójimo, dominio de sí mismo y a veces toda clase de tortura de sí mismo,
para expiar (tanto como se pudiera) los pecados cometidos después del bautismo: y el alimento mental de [éstos] era la
continua meditación sobre la vanidad del mundo, la pecaminosidad de la carne, las glorias del cielo, y los horrores del
infierno: pero con todo esto los viejos ermitaños combinaban - para hacerles justicia - una fe personal en Dios, y un amor
personal por Cristo, que los que los desprecian harían bien en copiar”. Para crédito de ellos, estos ermitaños -
incluso el gran Antonio - servían para detener la expansión de la mundanalidad entre los cristianos, e
inspiraban a muchos a ir en pos de la santidad.
Los extremos métodos de negarse a sí mismos que usaban algunos en esta tradición están bien
documentados. En el quinto siglo, Simón el Estilita (santo del pilar) pasó los últimos treinta y seis años
de su vida sobre un pilar que poco a poco fue alargado hasta que llegó a una altura de sesenta pies. Fue
ampliamente imitado, y en realidad tuvo un influyente ministerio a medida que un permanente tropel de
peregrinos llegaba a visitarlo y a hacerle preguntas. Él dio vida a un movimiento que se esparció desde su
propia Antioquia a “Georgia, Tracia, Macedonia, Grecia y hasta Egipto...ya para el séptimo siglo había tantos
estilistas, que se consideraban como una orden especial de religión”. El singular punto que subrayaron al
confinarse a estos encumbrados pilares era la renuncia del mundo. Si la soledad hubiera sido su propósito
principal, ciertamente hubieran descubierto un modo de obtenerla sin convertirse en semejantes
espectáculos.
En los siglos que siguieron, la aproximación monástica a la vida cristiana (ya sea solitaria o en
comunidad) se expandió y era considerada por muchos como el ideal. Lo que lentamente surgió fue un
punto de vista de dos niveles del cristianismo. Las multitudes eran consideradas como cristianos
ordinarios, seculares en naturaleza, que vivían en el mundo e interactuaban con él. Luego estaban los que
lo abandonaban todo para hacerse monjes. Si uno de verdad quería vencer el pecado, conocer a Dios, y
ser santo, simplemente se suponía que adoptaría una vida monástica.
Es interesante que a principios de mi ministerio, un joven de Egipto vino a pedirme consejo. Tentado
como lo son la mayoría de los hombres por pensamientos y deseos impuros, él insistía en que la única
manera en que podía vencer el pecado era hacerse monje. Parece que la tradición es muy profunda. Pero

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a pesar de estos obvios excesos, la negación de sí mismo del monasticismo ofrecía dos incuestionables
beneficios: recordaba a la gente de su moralidad y avivaba una conciencia del mundo venidero.
Medieval Occidental
La aproximación occidental que continuó [ha continuado] en el pensamiento católico romano es la de
las tres maneras - la purificación/limpieza de pecado; la aclaración/iluminación de la mente; y el ser uno
con Dios por medio de la gracia. Esta es una rica tradición que se extiende a través de la historia de la
Iglesia y que tiene una voz perdurable aun entre los evangélicos protestantes. Los que conocen los escritos
de A.W. Tozer notarán las muchas referencias y alusiones a personas como Nicolás de Cusa, Bernardo de
Clairveaux, y Juan de la Cruz. Lo que más sobresale en esta tradición mística es el ardiente lenguaje de
devoción a Dios y el deseo de tener pureza de corazón. Hay una pasión hacia Dios expresada en estas
obras que revela una profundidad de añoro y una riqueza de experiencia subjetiva. No se pueden leer sin
detener la frenética actividad que caracteriza nuestra ocupada vida para poder escuchar a Dios en medio
de meditabundo silencio. Cuando leo obras de esta tradición invariablemente soy llevado a examinar mi
propio corazón hacia Dios y a arrepentirme de la frivolidad que ahí encuentro.
Pero a pesar de estos puntos fuertes, ciertos distintivos de este camino de contemplación hacia la
santidad deben darnos qué pensar. El énfasis parece estar en buscar un conocimiento directo de Dios.
El crucial papel de Cristo como mediador entre nosotros y el Padre generalmente no se presenta tan
claramente como se presenta en la Escritura. En una crítica de la tradición medieval occidental, John
Calvin escribió que “Sólo los tontos buscan el conocimiento directo de la esencia de Dios”. “Un lenguaje tan fuerte se
justifica”, arguye Sinclair Ferguson, “para proteger la importancia de la obra expiatoria de Cristo”. “Mientras que la
tradición contemplativa da mucho énfasis a la humanidad y pasión de Cristo como tal, el cristianismo reformado da
énfasis central a la transacción que tuvo lugar cuando el Hijo Encarnado de Dios recibió el juicio de su Padre Santo
contra el pecado del hombre. Si pasamos esto por alto, insiste, no hay acceso a Dios, y por lo tanto no hay verdadero
conocimiento, de Dios”. Con estas advertencias en mente, hay mucho que ganar del estudio y la meditación
de los escritos de esta tradición.
Protestante
“La aproximación protestante”, dice Toon, “se ha centrado en la relación entre la justificación y la santificación”. En
realidad no fue sino hasta que la Reforma Protestante enfatizó la justificación por gracia que la
santificación comenzó a verse como algo distinguible de la justificación. Pero aunque las doctrinas se
relacionan íntimamente, hay una gran ventaja en considerarlas por separado.
¿Cómo es que van juntas la justificación y la santificación? Dentro del marco protestante, por supuesto,
hay una variedad de opiniones. Una perspectiva luterana, por ejemplo, ve la santificación simplemente
como un subpunto bajo la justificación. Los luteranos subrayan la necesidad de un completo
entendimiento de la justificación por gracia solamente (vernos cómo Dios nos ve) como la manera de
vencer el pecado y vivir en victoria. Algunos luteranos han sido criticados por hacer que la doctrina de la
justificación parezca más central para la vida cristiana que Jesucristo.
La teología reformada señala nuestra unión con Cristo como la base para la victoria; subraya el hecho
de que Él es el autor y consumador de la fe como también el capitán de nuestra salvación. Por la obra
consumada de Cristo y su presente intercesión, podemos mortificar el pecado inmanente y resistir las
tentaciones del diablo. Esta tradición incluye no sólo a Calvin, sino también a los puritanos ingleses y a
sus herederos.
John Wesley defendió otra postura, enseñando una doctrina de total santificación (no debe confundirse
con el perfeccionismo total) que recalca el lado experimental de la verdad - no sólo el lado objetivo,
lógico. Cualquiera que sepa algo de su conversión comprenderá la base para su doctrina. Ninguno de los
argumentos lógicos para la fe parecían ayudarlo. Pero cuando Wesley se encontró con el Dios viviente,
todo eso cambió. Arnold Dallimore cita del Diario de Wesley: “Sentí mi corazón extrañamente avivado. Sentí que

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confiaba en Cristo, en Cristo solamente para la salvación; y me fue dada una seguridad de que Él había quitado mis
pecados, aún los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte”. La enseñanza de Wesley y los
metodistas del siglo 18 en los Estados Unidos generaron el movimiento de Santidad del siglo 19. Los
adherentes a este punto de vista confiaban en que una experiencia directa, santificadora con el Espíritu
Santo impartiría la victoria subsiguiente a la salvación. Y cuando algunos dentro del movimiento de
Santidad recibieron el bautismo en el Espíritu Santo, la enseñanza de la santidad Pentecostal había
llegado, con su énfasis en hablar en lenguas.
Hay muchas otras variaciones de los temas que acabamos de presentar, pero estas aproximaciones
forman el bosquejo principal de los intentos de la iglesia para entender lo que es la santificación. Tomados
juntos, ilustran el hecho de que nuestra mente no sólo añora estar llena de la verdad acerca de Dios para
poder obedecerle, sino que nuestro corazón desea experimentar su realidad. Aunque estas tradiciones
contienen tanto verdades que se pueden adoptar como excentricidades que se deben evitar, todas han
contribuido algo a la búsqueda de la santidad del alma.
Para una perspectiva completa y balanceada sobre las aproximaciones a la santificación a través de la
historia de la Iglesia, recomiendo Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, editado por Donald L.
Alexander (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988).

Capítulo 11 - El Hombre Viejo y La Carne

Algunos de los términos que usa el apóstol Pablo para hablar de la relación del creyente con el pecado
pueden causar confusión. Me refiero a términos como “viejo hombre”, “nuevo hombre”, “cuerpo
pecaminoso”, “carne”, y otros. Éstos pueden ser difíciles de entender. Añade a esto las variaciones que
los traductores modernos han dado a estas palabras y el tema puede amedrentarnos.
Sabemos que ha ocurrido un profundo cambio en la vida del creyente por medio de la conversión,
pero ¿exactamente cómo es que el creyente cambió?
Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera
su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado: porque el que muere queda liberado
del pecado. (Romanos 6:6-7).
Comencemos tratando de definir nuestros términos. “Viejo hombre” (como se traduce en la Versión
Reina Valera Revisada, 1960) equivale a la “vieja naturaleza”. Este término se refiere a la vida no
regenerada que llevábamos antes de convertirnos. Como ha escrito John R.W. Stott, “la vieja naturaleza
“denota, no nuestra vieja naturaleza no regenerada [la carne], sino nuestra vieja vida no regenerada. No mi ser más bajo,
sino mi antiguo ser. De modo que lo que fue crucificado con Cristo no fue una parte de mí llamada mi “vieja naturaleza”,
sino todo mi ser tal como era antes de ser convertido”. La definición de John Murray concurre: “Hombre viejo’ es
una designación de la persona en su unidad según está dominada por la carne y el pecado”. Es importante que
veamos que el creyente no es al mismo tiempo un “viejo hombre” y un “nuevo hombre”,
alternativamente dominado y dirigido por uno o por el otro. De nuevo, agradecemos la percepción de
Murray: “El hombre viejo es el hombre no regenerado; el hombre nuevo es el hombre regenerado creado en Cristo
Jesús para buenas obras. No es más posible llamar al creyente un hombre nuevo y un hombre viejo, que llamarlo un
hombre regenerado y uno no regenerado. Ni tampoco se justifica hablar del creyente como alguien que tiene en él el
hombre viejo y el hombre nuevo”. Por tanto, términos como “hombre viejo”, “vieja naturaleza”, “vida no
regenerada”, y “antiguo ser” son sinónimos, y todos hacen referencia a la entidad que fue crucificada con
Cristo.
Nótense dos significantes rasgos gramaticales del pasaje de Romanos 6 citado arriba. Primero, el verbo
se usa en el tiempo pasado: “nuestra vieja naturaleza fue crucificada...” La crucifixión del viejo hombre es
un hecho terminado. Segundo, el verbo también está en la voz pasiva, lo que significa que el sujeto (nuestro
viejo hombre) recibe la acción. En otras palabras, la crucifixión del viejo hombre no es algo que nosotros
debemos hacer, sino algo que es hecho para nosotros.
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Otro concepto importante en la doctrina bíblica de la santificación tradicionalmente ha sido designada
por la palabra “carne” (Versión RV). La Nueva Versión Internacional usa “naturaleza pecaminosa”.
Según Stott, “carne” se refiere a una naturaleza “más baja”, esa parte de nuestro ser que se inclina hacia
la rebelión contra Dios. Esta es la parte de ti que desea contar un chisme jugoso; que te insta a volver a
mirar las imágenes indecentes en la pantalla de la televisión. “Cualquiera que sea el nombre que demos a
esta tendencia [“pecado inmanente”, “restos de corrupción”, “vestigios de pecado”, o “mi naturaleza
pecaminosa” debemos recordar que aun después de haber sido regenerados todavía tenemos esos
impulsos pecaminosos, y todavía debemos luchar contra ellos mientras vivamos”. En Romanos 6:6
Pablo llama nuestra naturaleza pecaminosa (e.g. carne) el “cuerpo pecaminoso”. Dice que nuestra vieja
naturaleza fue crucificada con Cristo para que este “cuerpo pecaminoso perdiera su poder...”. Aquí
“perdiera su poder” significa poner fuera de acción, rendir impotente. No quiere decir ser aniquilado,
desaparecer sin dejar ningún rastro. Sino que el dominio de nuestra pecaminosidad sobre nosotros ha
sido roto.
Algunos, al no comprender la distinción entre el “viejo hombre” y la “naturaleza pecaminosa” han
confundido Romanos 6:6 con Gálatas 5:24, que también habla de la crucifixión y del creyente.
Considera dos traducciones de este versículo: Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa
con sus pasiones y deseos. (Gálatas 5:24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
(Gálatas 5:24) Aunque impotentes para tomar nada excepto una postura pasiva tocante al viejo hombre
(Romanos 6:6), sí tenemos una parte activa, como aprendieron los gálatas, en subyugar la carne. Stott
resume esto con característica claridad: Primero, hemos sido crucificados con Cristo; pero luego no sólo
hemos crucificado (v.g. repudiado) con resolución la carne con sus pasiones y deseos, sino que tomamos
nuestra cruz a diario y seguimos a Cristo a la crucifixión (Lucas 9:23). La primera es una muerte legal,
una muerte a la paga del pecado; la segunda es una muerte moral, una muerte al poder del pecado. La
primera pertenece al pasado, y es singular e irrepetible: Yo morí (en Cristo) una vez al pecado. La segunda
pertenece al presente, y es continua y repetible: Yo muero (como Cristo) al yo todos los días. Es con la
primera de estas dos que tiene que ver Romanos 6. Y Gálatas 5 tiene que ver con la segunda.
“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2
Corintios 5:17). Y aunque nuestra naturaleza pecaminosa (la carne, el pecado inmanente, etc.) todavía
está muy presente en nosotros, su dominio sobre nosotros ha terminado.

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