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Concepto terminológico
Según el diccionario enciclopédico La Rousse, el significado de la palabra dignidad es: "...calidad de
digno; que merece algo, en sentido favorable o adverso; correspondiente, proporcionado al mérito y
condición de una persona o cosa...".
Pero en este aspecto y a los fines de profundizar el significado de este vocablo y lograr una mayor
comprensión del origen e importancia del concepto de dignidad humana, debemos remitirnos a la
concepción de Kant (El filósofo de Könisberg), en sus obras "Fundamentación de la metafísica de las
costumbres" y "principios metafísicos del Derecho" utiliza, como soporte de la dignidad de la persona
humana el argumento según el cual "Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino
en la naturaleza, tienen, cuando se trata de seres irracionales, un valor puramente relativo,
como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres irracionales se llaman personas porque
su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado
como medio y, por tanto, limita, en este sentido, todo capricho (y es objeto de respeto).
Estos no son pues, meros fines subjetivos, cuya existencia, como efectos de nuestra acción, tiene un
valor para nosotros, sino que son fines objetivos, esto es, realidades cuya existencia es en sí misma,
un fin...".
Ese elemento teleológico, no puramente negativo, consustancial a la dignidad de la persona humana
es la que permite afirmarla como sujeto. La dignidad significa para Kant -tal y como expresa en la
"Metafísica de las costumbres"- que la persona humana no tiene precio, sino dignidad: "Aquello -dice
Kant- que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor
relativo o precio, sino un valor intrínseco, esto es, dignidad".
También es importante recordar lo expresado por el filósofo Jacques Maritain en su obra "los
derechos del hombre y la ley natural", en esta nos explica el significado de la dignidad del hombre
según la perspectiva de la filosofía cristiana, expresando "...decir que el hombre es una persona, es
decir que en el fondo de su ser es un todo, más que una parte.
Este misterio de nuestra naturaleza es el que el pensamiento religioso designa diciendo que la
persona humana es la imagen de Dios. El valor de la persona, su libertad, sus derechos, surgen del
orden de las cosas naturalmente sagradas que llevan la señal del Padre de los seres. La persona tiene
una dignidad absoluta porque está en relación directa con lo absoluto...".
Continua este autor diciendo en su particular estilo literario que "...supongo que admitís que existe
una naturaleza humana, y que esta naturaleza humana es la misma en todos los hombres. Supongo
que admitís también que el hombre es un ser dotado de inteligencia, y que en tanto tal, obra
comprendiendo lo que hace, teniendo por lo tanto el poder de determinarse por sí mismo a los fines
que persigue. Por otra parte, por tener una naturaleza, por estar constituido de una forma
determinada, el hombre tiene evidentemente fines que responden a su constitución natural y que
son los mismos para todos...".
La historia de la dignidad debería tener en cuenta dos aspectos: por un lado lo que los filósofos han dicho de
la dignidad, y por otro lado lo que la humanidad ha hecho con la dignidad. Aunque ambos aspectos van de la
mano, aquí nos limitaremos al aspecto conceptual.
La noción de dignidad (no la palabra) está presente en la humanidad desde que el hombre es hombre. El
carácter sacral de toda vida es algo presente en la práctica totalidad de las culturas. Pero en Grecia comenzó
la reflexión sistemática sobre el hombre y su excelencia, nacida de la admiración, expresada en el famoso coro
de Antígona, en las sentencias de Protágoras o las ideas de Demócrito. Así, mientras en Platón el hombre
poseía una excelencia especial por poseer un alma inmortal, proveniente del mundo de los arquetipos, en
Aristóteles la vida intelectiva del hombre era especialmente digna por poseer y resumir en sí las formas de
vida anteriores (vegetal y sensitiva). Estas intuiciones fueron recogidas por pensadores romanos como Séneca
(el hombre es una cosa sagrada para el hombre) y Cicerón. El estoicismo fue una de las escuelas filosóficas
donde la dignidad humana cobró mayor conciencia.
En el judaísmo el hombre poseía una excelencia especial por ser imagen y semejanza de Dios, según la
expresión Bíblica. Ya en el cristianismo, a lo anterior se añade que el hombre es la única criatura que Dios ha
querido por sí misma. Además, a esto se añade una ampliación efectiva del concepto de dignidad a todos los
seres humanos, puesto que la muerte de Cristo en la cruz por todos supone la supresión real de cualquier
distinción radical entre seres humanos. Siguiendo esta estela de ideas, para San Agustín el hombre posee una
excelencia especial por el destino eterno que le aguarda. Pero será Santo Tomás quien asociará la noción de
dignidad a la de persona, indicando que la dignidad es una cualidad que reside en el ser de la persona. Ya en
el Renacimiento, el conocido texto de Pico de la Mirándola, sobre la dignidad afirma que el hombre está por
encima de los otros seres porque con su libertad decide lo que quiere ser. Kant, en fin, define la dignidad como
lo opuesto a lo que tiene precio, considerando la dignidad de las personas como aquello que las hace ser fines
en sí mismas y no meros medios.
En la tardomodernidad la excelencia del hombre se ve rebajada por autores como Nietzsche, y redescubierta
en los especialmente oprimidos por autores como Marx. Ya en el Siglo XX, Heidegger, Sloterdijk y Habermas
han entablado un debate diacrónico en torno a los conceptos de humanismo y dignidad, y su relación con las
biotecnologías. En nuestro siglo el estructuralismo, que niega la noción de humanidad y de hombre, se
encuentra con serios problemas a la hora de hablar de dignidad. Quizá como reacción surgió el personalismo,
corriente filosófica convencida de la distinción radical entre las personas (quién) y las cosas (qué), y cómo las
segundas están en función de las primeras.
La dignidad de la persona como valor central, emanan de los valores como la justicia, la vida, la
libertad, la igualdad, la seguridad y la solidaridad, que son dimensiones básicas de la persona, que en
cuanto tales se convierten en valores y determinan la existencia y legitimidad de todos los Derechos
reconocidos por el ordenamiento jurídico.
Por otra parte esos valores -justicia, vida, libertad, igualdad, seguridad- están indisolublemente
unidos por su raíz y fundamento: el valor de la dignidad de la persona humana. De ahí que la
legitimidad y fundamento de un concreto derecho humano, el mismo que se encuentra en
interrelación a todos los valores mencionados.
Esa necesaria unión sistemática de los valores entre sí es patente en el Ordenamiento Jurídico, los
mismos que le son asignados el carácter de inviolable. Además que no constituyen categorías
axiológicas cerradas y estáticas, sino que se hallan abiertos a las continuas y sucesivas necesidades
que los hombres experimentan en el devenir de la historia. de ahí surge, también la intrínseca unión
existente entre el objeto de los derechos y el fundamento de los mismos -la dignidad humana.
Así, entre estos valores, implícitos reconocidos por la Constitución Política Peruana, los valores
entrelazados e indesligables, por cuanto se refieren a la persona humana encierra el significado de
todos los demás valores en cuanto que supone que a todas y cada una de las personas les sea
atribuido y garantizado lo que le corresponde -lo suyo-, lo que le corresponde por su especial
dignidad. Si del valor dignidad derivábamos el valor justicia, del valor justicia podemos ahora, a su
vez, inferir otros cuatro valores; pues si la definición clásica de justicia connotaba "dar a cada cual lo
suyo", he aquí cuatro dimensiones que son "lo suyo" para todo persona humana: vida, igualdad,
libertad y seguridad:
a) El valor vida.- Además de la perspectiva biológica, común a la de los otros animales y las plantas,
posee otra dimensión específica de la vida humana, que tiene el calificativo de racional, social,
histórica, espiritual, etc., y en ella radican los demás valores: libertad, seguridad, etc. Es decir,
mientras los demás seres vivientes a lo sumo llegan a un determinado nivel de conciencia, el ser
humano al ser capaz de autoconciencia, autoposesión o autodominio, puede acceder a los demás
valores citados: seguridad, igualdad, libertad, etc. Valores que, en cuanto
inspiran acciones concretas, dignifican a quienes pretenden alcanzarlos.
Desde esta perspectiva integral, el valor vida inspira o está presente, es la que hace posible el ejercicio
de la libertad en sus diferentes manifestaciones, y que no puede ser cercenada sin que deje de
producirse injusticia.
A su vez este derecho, nos plantea una serie de problemas o interrogantes éticos y jurídicos,
relacionados con el comienzo de la vida, su transcurso y el final de la misma. Da cuenta de ello, las
discusiones que surgen para determinar con exactitud el comienzo de la vida humana, se reconoce
su origen desde la concepción), mas aún, en la actualidad, donde los constantes e impresionantes
avances de la ciencia y la medicina, nos plantean nuevos problemas, como la clonación, la
fertilización in vitro, y la tan polémica biogenética. Sumado a las ya clásicas discusiones en cuanto
al aborto, eutanasia, etc.
Actuales cuestiones estas, que llevan a los juristas a replantearse teorías estructuradas, relacionadas
con, la vida humana artificialmente producida, (procreación artificial), la naturaleza y el sentido del
sufrimiento y la muerte; y también lo que es "vida digna".
b) El valor libertad.- Es quizá sobre el que más se ha insistido por parte de filósofos, poetas, profetas
y políticos. La libertad puede ser definida, en términos muy amplios, como la exención de una
necesidad para el cumplimiento de un fin. La libertad puede ser contemplada desde dos perspectivas
diferentes: negativa una, positiva la otra. Desde una perspectiva negativa se habla de la libertad
negativa, que consiste en la ausencia de coacción. Supone la existencia de un ámbito para poder
actuar sin que existe en el mismo la interferencia ni de otros sujetos ni del Estado. Su antivalor es la
coacción, que supone la interferencia grave y deliberada por parte de otra persona, ya física, ya
jurídica, por virtud del cual el sujeto no puede actuar cuándo y cómo desea. La dimensión positiva de
la libertad significa la posibilidad de participación de forma racional y libre en la vida social.
La libertad tiene sustancialmente tres manifestaciones que juegan siempre en toda afirmación
concreta de una libertad:
Exención o independencia o autonomía, por la que se constituye una esfera de autonomía privada,
de decisión personal o colectiva protegida frente a presiones que puedan determinarla.
Poder hacer, esto es, capacidad positiva, para llevar a cabo esas decisiones y actuar eficazmente en
la vida social.
Libertad de elección, entre hacer o no hacer, o entre varios "haceres" posibles.
Lo que se entiende por "dignidad" ha sufrido un cambio substancial desde que este valor surgió en la
sociedad de la antigua Roma hasta que fue incorporado en la cultura cristiano-occidental: pasó de
una conquista individual a ser inherente a la condición humana.
En la sociedad romana preimperial la dignidad respondía a méritos en una forma de vida, ligada por
una parte a la esfera política y por otra a una recta moral. En Roma la condición principal para adquirir
dignidad era la acción política, la pertenencia al Senado, junto con la integridad moral. Pertenecer a
la nobleza romana, tener entre los antepasados héroes troyanos, reyes, o -como César- una diosa
confería más brillos a esa dignidad. El romano defendía su dignidad, luchaba por ella, la asentaba y
lucía. Ésta no tenía un orden rígido: podía aumentarse, rebajarse, perderse, restituirse. La dignidad
era un logro personal que, por un lado, daba derecho a un poder y, por otro, por el impulso interior
a ser moralmente intachable, exigía un deber.
La dignidad obligaba y lo hacía más cuanto mayor era su grado. A esa forma de vida pertenecían la
magnanimidad, disciplina, austeridad, moderación y serenidad de mente. La dignidad era elitista: no
todos los ciudadanos gozaban de las condiciones para llevar esa forma de vida portadora de dignidad;
además, no se concebía sin libertad: era incompatible con la condición de esclavo. Según Cicerón
autor, la dignidad debe apoyarse en el dominio sobre sí mismo, el abandono de toda liviandad y del
actuar impulsivo.
Para el cristiano la dignidad del hombre tiene el triple fundamento en su origen divino, en su calidad
de imagen y semejanza de Dios y en su finalidad en el Creador mismo. La dignidad queda así definida,
para todos los hombres por igual, en relación directa con Dios, con independencia de toda otra
condición: raza, nacionalidad, sexo, edad, creencias, condición social. Esa dignidad dota al hombre
de ciertos derechos inalienables y de ella nacen las tareas de protección y respeto.
La evolución de este concepto a través de la historia del pensamiento occidental lleva a la conclusión
de que la dignidad humana no puede ser fruto de una conquista, pues serían muchos los que,
conforme al parámetro establecido, no la alcanzarían. La dignidad es intrínseca a la persona humana
en razón de lo que es específico de su naturaleza: su ser espiritual. Esta dignidad es más que moral,
más que ética, más que psicológica: es constitutiva del ser humano y su naturaleza es ontológica. No
se la puede dar él a sí mismo ni podemos hacerla depender de su vida moral, tampoco se la puede
dar el Estado -como sucedía en Roma- o la sociedad, aunque a ellos corresponda reconocerla y vigilar
que no haya violaciones.
En el lenguaje habitual, "dignidad" es un atributo o condición propia del ser humano. Sólo las
personas tienen "dignidad". Forzando la expresión, se podría preguntar si obras de arte u obras del
espíritu en general, o asociaciones humanas determinadas, no tienen también "dignidad". Es fácil ver
que en cualquiera de esos casos el término "dignidad" se estaría aplicando como una derivación o
extensión de la dignidad que es atributo de los seres humanos que dieron origen a la obra o a la
asociación. Siempre se ve que son las personas las que tienen dignidad y no sus obras o asociaciones.
Si observamos las cualidades de hombres o cosas nos encontramos con que pueden hallarse en
mayor o menor grado. Por ejemplo, las magnitudes: hay cuerpos más grandes o más pequeños, más
livianos o más pesados, más veloces o más lentos. Pero también nos parece que colores, olores o
sabores pueden ser más o menos intensos. En alguna forma, toda la naturaleza sensible está sujeta
a medida, sus propiedades son cuantificables. En otro orden de cosas, que no son propiamente
medibles, también reconocemos una suerte de magnitud: nos parece que el talento matemático, el
musical, el literario, entre otros, pueden ser mayores o menores, aun cuando su estimación se parece
muy poco a una simple medición. En el ámbito de las cosas morales también reconocemos gradación:
hay personas más o menos valerosas o veraces. Incluso frente a un complejo conjunto de cualidades
morales podemos decir que hay personas que nos parecen más respetables que otras. A primera
vista, entonces, todo parece susceptible de gradación, cualquiera condición que conozcamos se
puede mostrar o poseer en grados diversos.
Pero cuando hablamos de la "dignidad humana" hay un elemento central que no puede ser sometido
a comparación, que no reconoce propiamente gradación. Esto es lo que expresaría la intuición de
Kant de que hay algo que es propio, lo íntimo de cada hombre/ mujer, y que no puede ser utilizado
como medio, como instrumento, sino que es siempre un fin en sí. Hay algo que provoca repulsión en
el intento de poseer integralmente a un hombre como esclavo, a un niño como objeto de placer o a
un organismo humano como donador de órganos.
Esa dignidad propia del hombre no existe en grados diversos. Sería absurdo decir que los hombres
son más o menos explotables, más o menos usables, como se pueden usar las cosas en general. Esa
dignidad "nuclear" o fundamental se tiene o no se tiene. No puede haber hombre que no la tenga.
Ella se adquiere con la existencia y se pierde con la muerte.
Ser persona no es algo agregado, no es una cualidad o característica del ser humano: es la manera
que tiene el ser humano de existir, de ser. La dignidad no está ligada a sus cualidades morales, físicas
o intelectuales, sino simplemente a que este "es", al hecho de que como individuo de la especie
humana tiene un lugar absolutamente especial en la creación.
La persona humana en cuanto organismo biológico está sujeta a leyes de origen, desarrollo y
decadencia. Durante este trayecto es válido que ella no puede ser usada como instrumento y que es
digna de acogida y de respeto. Desde el primer instante de su existencia la persona es con otros, los
otros son responsables ante ella, deben acogerla, no pueden manipularla como si fuera un
instrumento. Es en sí misma un fin y demanda de toda acogida y protección.
El deber humano más elemental es ayudar al hermano a vivir la última llamada que recibe en esta
tierra. Si la vocación personal tiene un sentido central en nuestras vidas, ella lo tiene máximamente
en el momento en que la vida camina a apagarse. Cuando no quedan casi los rasgos de las cualidades
que le han dado relieve al individuo, es donde resplandece más la pura dignidad. Donde se hace
enteramente pasivo es donde resplandece el valor de la acogida como condición fundamental del
trato de las personas. Donde el hombre se hace impotente para reivindicar su derecho, resplandece
la fuerza de nuestra responsabilidad hacia él. Acogida y responsabilidad son dos pilares de la sociedad
humana. La muerte de cada ser humano nos trae una lección de esas virtudes.
El ser humano ha hecho un gigantesco esfuerzo intelectual a través de su historia para encontrar una
definición de sí mismo capaz de dar sentido, dirección y significado a su dolor, sufrimiento y muerte.
Esta ha sido una constante histórica en toda religión y en todo credo.
Muchas han sido las definiciones filosóficas del ser humano: animal racional, político, social, de
trabajo, lingüista, estructural, proletario, técnico y algunas más. Lo cierto es que ni una sola ni todas
juntas dan todavía razón del ser humano, todas dejan fuera un inmenso campo de valores sin definir.
Esas definiciones son "aspectuales", esto es, recurren a sólo un aspecto del ser humano. No es que
el ser humano no quiera entrar en alguna de estas definiciones, es que para entrar en alguna tendría
que renunciar a su estatus trascendental, tendría que dejar de ser persona.
El ser humano es más que todas estas definiciones. Más que su biología, más que su psicología, más
que sus facultades y, por tanto, más que su razón y que su voluntad: su definición trascendental es
el punto de apoyo de su dignidad. Este estatus no puede dárselo el ser humano a sí mismo. La
"inhabitación" de este Alguien en el espíritu humano hace al ser humano abierto al Absoluto por el
mismo Absoluto y, por consecuencia, abierto a los demás. Es esta presencia del Sujeto Absoluto en
el espíritu de todo ser humano lo que constituye la conciencia, el poder del ser humano, la razón de
ser de toda su dignidad.
Algo hay en la persona que no se reduce a la manipulación por leyes físicas y químicas: este "algo" es
lo que hace a la persona "más que materia." El ser humano es incomparablemente muchísimo más
que el contenido de la información genética de sus 30.000 genes, estimados por el proyecto del
genoma. No existe el ser persona clausurada en sí misma.
Esta es la razón por la cual ninguna definición aspectual del ser humano puede ser punto de apoyo
para la dignidad humana, porque todos estos estratos, parte constitutiva del ser humano, son
distintos e incluso antitéticos entre unos seres humanos y otros.
El estado de conciencia del ser humano, nos dice el filósofo F. Rielo, no acaece con el tiempo, ni con
el desarrollo o madurez biológicos, ni con el cúmulo de experiencias; antes bien, la persona humana
es un ser consciente, intelectivo, volitivo y libre desde el primer momento de su concepción. Otra
cosa es el ejercicio experiencial de la conciencia y de la libertad, con sus dos funciones de la
inteligencia y la voluntad en su complejidad sicosomática, sometidas al desarrollo y madurez en el
tiempo biológico. El ser humano posee, no obstante, vivencia primordial de su conciencia y de todo
lo que le constituye como persona desde el momento de su concepción, y esta vivencia trascendente
está presente en toda experiencia vivencial y experiencial en el desarrollo integral durante su vida en
este mundo.
El "yo inhabitado por el Sujeto Absoluto", nos sigue diciendo F. Rielo, contiene en sí estos factores
determinantes de unidad mucho antes de las primeras experiencias fácticas que acuden a nuestro
recuerdo, pues nuestro "yo genetizado" es antes que nuestra efectiva capacidad del recuerdo, de
nuestra memoria, de nuestra imaginación, de nuestros sentimientos, de nuestros afectos y, cómo no,
de nuestra cultura, de nuestra educación, de nuestras formas de pensar y de actuar, de nuestros
conocimientos científicos.
El "yo" no surge con la experiencia ni con el razonamiento ni con el lenguaje ni con la cultura; al
contrario, es esto lo que en el proceso viador surge de un yo sicosomatizado que, genetizado por la
presencia del Sujeto Absoluto, está capacitado para ello, dentro de un límite formal abierto al límite
trascendental.
El valor de la vida humana no deriva de aquello que un sujeto hace o realiza, sino simplemente de su
existencia con su ser constituido en relación con el Sujeto Absoluto. En consecuencia, sea joven o
adulto, sano o enfermo, embrión o neonato, genio o idiota, el valor de todo ser humano es
totalmente independiente de la cualidad de sus prestaciones y de su vida. Lo que verdaderamente
cuenta es su ser en relación con el Sujeto Absoluto.
Mientras que toda relación con el otro es reveladora de mí ser persona, la relación con Dios es
constitutiva. Cada uno de nosotros existe como persona porque su ser está en relación con el misterio
trascendente del Ser. Si bien es verdad que cada uno se humaniza en el momento en que es acogido
en una red de relaciones interhumanas, es también verdad que la acogida por parte del otro no
constituye a la persona en su ser ni en su valor. El otro no me atribuye ser y valor, sino que lo
reconoce, porque mi ser y mi valor están constituidos por mi relación con la alteridad fundante, con
el Sujeto Absoluto.
Más allá de cualquier cualidad o defecto, los seres humanos tienen, sin excepción, la misma dignidad.
Esta dignidad les viene no de aquellos aspectos biológicos, psicológicos o sociales que precisamente
diferencian unos seres humanos de otros, sino de aquello que les es común y constitutivo, su filiación
con el Sujeto Absoluto.
CONSIDERACIONES SISTEMÁTICAS.
La dignidad es, en primer lugar, una palabra que usamos con sentido: no es una palabra vacía de
contenido, como pretendería una filosofía del lenguaje anclada en el neopositivismo de Carnap. Por
otro lado, no es baladí notar que la “dignidad” es un sustantivo abstracto, carente de subsistencia
propia por ser una cualidad (accidente) del ser, y que por tanto lo realmente existente son las
personas dignas.
“Dignidad” proviene de la palabra latina dignitas, que tenía en muchas ocasiones el sentido de honor
y estaba asociado frecuentemente a determinados roles sociales. Al parecer, la palabra también
deriva de la raíz protoindoeuropea dek-, cuyo sentido es el de aceptar. El diccionario de la RAE asocia
a la palabra dignidad las nociones de mérito y excelencia. Cuando hablamos de dignidad no siempre
la aplicamos a las personas, puesto que hablamos de cosas dignas, de lugares dignos, de cargos
dignos, etc. Si hubiera que buscar sinónimos a la dignidad cuando se aplica a las personas, éstos
podrían ser sacralidad, indisponibilidad, inviolabilidad, intangibilidad, etc. Se denota con ello que la
dignidad es algo absoluto, que no depende nada más que de ella misma.
Existen dos sentidos fundamentales de dignidad: la dignidad de lo que somos (dignidad ontológica) y
la dignidad de lo que hacemos (dignidad moral). La dignidad de lo que somos, la dignidad ontológica,
es el valor que toda persona tiene y el respeto que toda persona merece por el mero hecho de ser.
En este sentido, todos los seres humanos son iguales en dignidad, nadie la puede otorgar ni suprimir,
y no es susceptible de aumento o disminución. En este sentido, nadie es indigno. Sin embargo, según
lo que vamos haciendo en la vida, nos comportamos confirmando o negando esta original dignidad,
y en este segundo sentido el hombre se va haciendo más o menos digno según sus actos,
dependiendo del reconocimiento de los demás, y siendo una dignidad susceptible de incremento o
disminución. Es a lo que llamamos dignidad moral.
La mayor parte de especialistas en ética coinciden en la dignidad del ser humano, aunque se oyen
propuestas de negar al ser humano su dignidad, el carácter inviolable de su vida, como es el caso del
conocido bioeticista Peter Singer. Una cuestión ulterior es la cuestión del fundamento de la dignidad.
La mayoría acepta que el ser humano merece un respeto especial (negarlo autoinvalida la pretensión
de decir algo que merezca la atención y el “respeto” de los demás). Ahora bien, ¿por qué tenemos
especial valor y merecemos respeto, independientemente de lo que hagamos con nuestra vida? La
cuestión es la misma para todos los seres humanos, y no hay ninguna categoría especial de ser
humano (anciano, enfermo terminal, embrión, discapacitado, obrero, extranjero, mujer, etc.) que
requiera una fundamentación especial de su dignidad (quizá sí de la defensa de su dignidad cuando
se ve cuestionada, pero no de su fundamentación)
La filosofía analítica o bien niega el sentido de la palabra dignidad, por tratarse de un sinsentido
carente de referente empírico, o bien legitima su uso por entrar en un determinado juego de lenguaje
sancionado por una forma de vida, sin ir más allá. La fenomenología, de modo similar, describe
esencias, pero se despreocupa en general por la cuestión del fundamento (puesto que tal cuestión
sería un elemento teórico “impuro” y debería estar ausente de toda auténtica descripción). El
procedimentalismo, en el fondo y aunque no quiera reconocerlo, debe aceptar la dignidad como
punto de partida y no como punto de llegada, puesto que para constituir la comunidad de diálogo se
requiere que previamente reconozca al otro como interlocutor válido y esté dispuesto a escucharle
(en otras palabras, que le respete su dignidad). La hermenéutica, en fin, también puede encontrar un
fundamento de la excepcionalidad del hombre si cae en la cuenta de que el ser humano es el único
ente que se autointerpreta, y esta autointerpretación que hace de sí mismo decide sobre lo que es.
En el fondo, los distintos filósofos que hemos visto de pasada continúan dando una fundamentación
válida de la dignidad humana: el ser humano posee una dignidad porque está sobre todo cuanto le
rodea (sea porque es la forma de vida más compleja de cuantas huellan la tierra, sea porque con la
fuerza de su pensamiento se coloca en un lugar superior, sea porque con su voluntad libre escoge el
camino que quiere recorrer en la vida). La persona es digna, como bien vio la escolástica clásica, por
poseer una naturaleza superior, y en virtud de la cual el individuo no está sometido a la especie.
Dignidad es excelencia y la naturaleza del hombre (su esencia en tanto que principio de operaciones)
le concede una excelencia que no está presente en el resto de entes que nos rodean, aunque esta
naturaleza tenga sus funciones de modo latente (como el embrión, el discapacitado o el que duerme).
En este sentido, los relatos religiosos son un potente aliado en la defensa de la dignidad de las
personas, cuando se afirma que el ser humano es el único ser vivo al que Dios ha querido por sí
mismo, y en cuya vida se halla una imagen y semejanza suya.
Cuando en julio de 1994 se dio a conocer el Acuerdo sobre la Protección de los Derechos Humanos
y de la Dignidad Humana en lo que atañe a los usos en la Biología y en la Medicina, se produjo una
lluvia de protestas. Esta convención, elaborada como un desarrollo ulterior a la Convención del
Consejo de Europa para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales
(EMRK) con fecha del 4 de noviembre de 1950, con el objetivo de determinar a nivel europeo el
marco legal para regular la aplicación de los adelantos en la Biología y Medicina Humanas, fue
criticada sobre todo en Alemania por no contener suficientes garantías de protección para el hombre,
motivo por el que no fue consideraba conciliable con la dignidad humana. El acuerdo no contiene
reglamentaciones de protección definitivas referentes a este complejo temático. Se estipula que los
Estados que no impongan Iímitaciones legales -o en caso de ser insuficientes las existentes- en el
campo de la Biomedicina tendrán que elaborar líneas directivas para una nueva legislación. En el
preámbulo de la convención se subraya que el hombre, tanto como individuo como como miembro
de la especie humana, ha de ser respetado y su dignidad, salvaguardada. Una proposición análoga
había sido convalidada por el Tribunal Constitucional ya en 1992. Así, el artículo 13 del acuerdo
prohíbe intromisiones en el genoma humano que tengan por finalidad modificar las cualidades
genéticas de las generaciones venideras.
A continuación se trata de enjuiciar algunos ejemplos de la Genética Humana y de la Medicina de la
Reproducción en base al criterio de la dignidad humana, siendo siempre aquí de importancia decisiva
los motivos que se e exponen en pro o en contra de su violación.
La investigación con embriones supone un campo problemático en el que la dignidad humana juega
un importante papel. La investigación con embriones sobrantes es imprescindible para conseguir
conocimientos científicos, po1" ejemplo en la investigación básica del sida o del cáncer. Como en el
Derecho alemán la protección de la dignidad afecta ya al embrión 22, se considera improcedentes
los experimentos arbitrarios con embriones para fines de investigación, puesto que al fin y al cabo
estos embriones sirven a vidas extrañas, en favor de las cuales se sacrifica vida humana en un estadio
temprano de desarrollo. La dignidad del embrión puede colisionar con la dignidad del investigador,
al que, en virtud de su autonomía, le tendría que ser posible investigar con embriones, sobre todo si
la investigación en que éstos se utilizan tiene el importantísimo objetivo concreto de salvar vidas
humanas en un futuro.
- El diagnóstico predictivo
Otro de los aspectos problemáticos en la temática de la dignidad humana surge en conexión con el
diagnóstico predictivo. El conocimiento de la predisposición genética tiene efectos personales y
sociales para la persona y para sus familiares. En virtud de su dignidad y de su derecho personal
genero I, el individuo tiene el derecho a no conocer su propia predisposición genética. Este derecho
colisiona, sin embargo, con el derecho a conocer que tienen aquellas otras personas sobre las cuales
podría influir la predisposición genética de dicho individuo, o, incluso, poner en peligro sus vidas.
También aquí colisionan dos principios de la dignidad humana, que deben de ser sopesados. Otro
punto problemático es el uso de los resultados de las pruebas genéticas. Aquí, el derecho del afectado
a determinar libremente si quiere o no ser informado - Io cual también supone un derecho a guardar
secreto- puede colisionar con el interés justificado de terceros a ser informados. El derecho individual
de una persona a no ser informada sobre la posibilidad de que su familia sea víctima de una temida
enfermedad, y en caso de aparecer, cuándo, puede resultarle personalmente beneficioso. Por otra
parte, si esta persona desea una información, será inevitable que durante los exámenes médicos
también se haga referencia a personas totalmente sanas, o, incluso, a familiares no participantes en
dichos exámenes o consultas, y que, quizás por su parte, rio hubieran deseado acceder a tal
información.
- La clonación de personas
DIGNIDAD PROFESIONAL.
Concepto.
Ejercer una profesión es reconocer en los usuarios personas con dignidad, inteligentes, libres
y con destino trascendente. Así, respetar la dignidad personal del usuario es contribuir al
cumplimiento de sus objetivos, actuar profesionalmente para que su realización, en lo que
toca a cada profesional, se alcance lo más pronto y total posible. La dignidad personal del
usuario se ve también ofendida cuando es considerado, por el profesional, como objeto de
lucro. Pero el profesional no sólo debe respeto a la dignidad personal de su usuario, sino a
su propia dignidad, la cual debe mostrarse en su capacidad de apertura a las demás personas,
en no permitir desmedro de su propio "status" por acciones cometidas al margen de la ética
profesional. Se irrespeta la dignidad del profesional cuando se vea él solamente su capacidad
de producción económica y su utilidad material, aunque muchas veces, es el mismo
profesional quien, por su actuar, permite que se le irrespete así.”
Cuando existe una relación entre una persona y otra existe una apropiación y vinculación con
la otra persona, pues se pretende hacer propio el valor de la otra persona, alcanzar algo
significativo de manera mutua; sin buscar el propio bien sino el del otro. Se trata de una
necesidad innata del otro y la búsqueda del logro mutuo para su desarrollo, pues una
persona no es autosuficiente. Una persona con capacidad de amar, es aquella que reconoce
el valor del otro y respeta su dignidad haciendo propia su aspiración.
La base de la conducta del médico debe ser el bien y la verdad. Se encuentra en la obligación
de defender al paciente, su dignidad, su salud y su vida cuando se encuentra ante situaciones
inmorales como: intervenciones quirúrgicas innecesarias, aborto, eutanasia, etc. Como parte
de los derechos de los pacientes que se ha vuelto una obligación médica, y que forma la
piedra angular de la relación médico-paciente, está: la confidencialidad, la cual implica un
compromiso con el paciente puesto que se trata de la información personal médica y debe
cumplirse siempre como respeto a la dignidad del mismo. Como médico debemos dar
seguridad de que esa información no se hará pública y que sólo funcionará para llegar al
mejor diagnóstico posible del paciente.
Además, como otro derecho importante de los pacientes y necesario dentro de la relación
entre el médico y el paciente, se encuentra: el consentimiento informado, el cual se basa en
la noción de la dignidad individual de cada paciente. Este permite a los pacientes realizar sus
propias decisiones acerca del tratamiento o estudios que se realizarán de sus cuerpos. Su
realización y aceptación por parte del paciente, asume que existe una adecuada relación
entre ambos. Aunque esta capacidad de realizar decisiones en muchas ocasiones se ve
comprometida por inconciencia, sedación, dolor extremo o alteraciones mentales, ya sean
temporales o permanentes. En la práctica médica, no podemos ignorar que los seres
humanos son creación de Dios y que estamos hechos a su imagen y semejanza, por lo tanto
no se debe ser indiferentes ante la dignidad de nuestros pacientes y actuar sin buscar su
mayor bien. Así como el paciente tiene sus derechos dentro de esta relación, el médico
también tiene los suyos: cooperación, verdad, honorarios justos y gratitud, y respe
A pesar que la dignidad de la persona encuentra todo su significado durante su vida, llama
poderosamente la atención que la mayor parte de artículos profesionales escritos sobre la
dignidad lo sean referidos al final de la vida. Así una gran mayoría de artículos de revistas
profesionales de enfermería que contienen el descriptor "dignidad" lo sean en referencia a
los cuidados paliativos, o los cuidados al final de la vida.
Dice Barrio que el discurso proclive al derecho a una «muerte digna» da por supuesta una
identificación, sumamente problemática, entre dignidad y salud, o incluso calidad de vida (y,
correspondientemente, entre falta de salud e indignidad). El dolor, la enfermedad o la
muerte son males físicos, pero no son una indignidad, ni destruyen el valor intrínseco de la
persona que los padece.
Un buen médico es aquel que acepta y comprende sus limitaciones, que no se cree
autosuficiente y que está dispuesto a aprender más de los profesionales y trabajadores de la
salud que los rodean, a los cuales debe respetar. Si se dedica a la enseñanza, debe hacerlo
con veracidad, sinceridad y sencillez.
Una forma para apreciar la significación de un concepto ético es imaginar las implicaciones
de su ausencia. La práctica clínica ha de ser especialmente sensible a estas vulneraciones.
Algunas son fruto de la aplicación de estereotipos o de prácticas discriminatorias (sexismo,
racismo). Incluso como ha descrito Delás, el lenguaje médico o sanitario infravalora al
paciente, utilizando términos poco respetuosos con su dignidad. Expresiones como
"Sintronero" en referencia al consumo de un determinado fármaco, "Pastillero", en relación
a una conducta adictiva, o frases usuales tales como "manejo del paciente" o "controlado
por el servicio" son ejemplos de ello. Son expresiones que reducen a la persona a una
patología, la cosifican, vaciándolas de contenido moral.
Por otra parte, la taxonomía de las violaciones de la dignidad propuesta por Mann (citado
por Gallagher) ofrece las cuatro categorías siguientes:
- A. No ser visto. Ocurre cuando una persona se siente que no le han reconocido ni se
han reconocido suficientemente. Este autor cita situaciones en las que no hacen caso,
no se le habla a la gente, con un contacto visual excesivo o evitado.
- B. Ser visto, pero solamente como miembro de un grupo. Se ignora al individuo y solo
se le reconoce la pertenencia a un grupo o raza.
- C. Violaciones del espacio personal. Para evitarlas se hace necesario la obtención de
permiso para determinadas pruebas o exploraciones, o intromisiones en la esfera
íntima.
- D. Humillación. Este tipo de violación de la dignidad se relaciona con las críticas y
separación del grupo, y la acentuación de la singularidad personal (exageración de
defectos por ejemplo).
Los rasgos de un cuidado humanizado, según Howard, citado por Escuredo son el
reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo ser humano, la identificación de cada
persona como un ser único, el reconocimiento de sus diversas dimensiones, es decir, su
dimensión holística, lo que implica el abandono de posturas reduccionistas que convierten
al paciente en una patología, un tratamiento o un conjunto de signos y síntomas.
El componente siempre humano del cuidado debe reservar un espacio para confortar al
paciente y para que este reciba un trato digno. Por ello es precisa también más investigación
sobre la maximización y salvaguarda de la dignidad del paciente.
CONCLUSIONES:
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS