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«Es tan abundante y fértil esta tierra de cualquier cosa que en ella se siembra, que de
una hanega de trigo salen ciento y cinquenta, y á veces docientas, y lo ordinario es
ciento, con no haber arados con que labrar la tierra, sino unas palas agudas con que
los indios la revuelven»
(de Zárate, 1555, tomo I, cap. 8).
«La agricultura quechua típica está caracterizada por el apego a una tecnología
tradicional elemental y a una división del trabajo (…) igualmente superada. (…) La
herramienta más complicada utilizada por los agricultores quechua, no es más que un
primitivo bastón cavador, cuya sola concesión a la modernidad es de ser provisto con
una cuchilla de hierro»
(Mishkin, 1946).
Es en Garcilaso (1609) que encontramos una descripción escrita precisa del empleo
de la taclla : «Traen por arado un palo de una braza en largo [1,5 m aprox.]; es llano
por delante y rollizo por detrás; tiene cuatro dedos de ancho; hácenle una punta para
que entre en la tierra; media vara [45 cm] de la punta hacen un estribo de dos palos
atados fuertemente al palo principal, donde el indio pone el pie de salto, y con la
fuerza hinca el arado hasta el estribo. Andan en cuadrillas de siete en siete y de ocho
en ocho, más y menos, como en la parentela o camarada, y, apalancando todos
juntos a una, levantan grandísimos céspedes, increíbles a quien no los ha visto. Y es
admiración ver que con tan flacos instrumentos hagan obra tan grande, y la hacen con
grandísima facilidad, sin perder el compás del canto. Las mujeres andan
contrapuestas a los varones, para ayudar con las manos a levantar los céspedes y
volcar las raíces de las yerbas hacia arriba, para que se sequen y mueran y haya
menos que escardar. Ayudan también a cantar a sus maridos, particularmente con el
retruécano hailli» (V, 2).