Era muy rico. Y sin embargo comenzó a sentirse triste.
Al principio, pareció que se trataba simplemente de aburrimiento. Pero poco a poco la tristeza comenzó a tomar su verdadera cara: la soledad, o peor dicho: el aislamiento. Sí. Se sentía acorralado. Aislado y muy solo. A nada le encontraba gusto. El príncipe asomaba a la vida, y la vida ya comenzaba a no tener sabor para él. Y no era por falta de condimentos, porque su Padre, el rey, trataba de darle todos los gustos. Le había llenado la habitación con toda clase de juguetes raros y costosos. Todos los muebles eran de super lujo. Hasta tenía una mesa para hacer las tareas, cubierta con una fina lámina de plata pulida y brillante. Le habían asignado la mejor sala del tana que daba sobre la plaza del pueblo, habían puesto en la ventana el mejor cristal que se había conseguido en todo el reino. Y sin embargo el príncipe empeoraba de día en día. Fueron consultados los mejores médicos y sabios del país, pero nadie acertaba con la causa de la extraña enfermedad. Hasta que al fin decidieron consultar a un sabio y viejo ermitaño que vivía solo en la montaña. Cuando llegó al palacio pidió quedarse solo con el príncipe en la habitación de la gran ventana. Lo invitó a que se acercara y mirara hacia afuera a través del vidrio. - ¿Qué ves? - Veo a mi pueblo -respondió el joven-. Veo a la gente que va y viene, corre y ríe, llora y canta, trabaja y descansa. Entonces el ermitaño sin decirle nada, tomó la fina lámina de plata que cubría la mesa, y la colocó detrás del cristal de la ventana que quedó convertido en un espejo. Y volvió a preguntarle: - ¿Qué ves? - Ahora ya no veo a mi pueblo contestó el príncipe-. Ahora me veo sólo a mi mismo, y que tengo la cara muy triste. - Has visto -le dijo el ermitaño-. Cuando la plata se interpone entre tú y tu pueblo, entonces hasta el más límpido cristal queda convertido en espejo, y ya no puedes ver a nadie más que a ti mismo. Comparte tu plata y no la tengas inútilmente en tu mesa. Entonces volverás a sentirte unido a los demás, y descubrirás que eres feliz, como cuando eras niño. (M. Menapace). Tristeza, aislamiento, soledad... enfermedades de nuestro tiempo. ¿No será la causa, que tenemos demasiados "espejos" en nuestra vida? Aunque nos cueste creerlo: sólo quien es capaz de compartir puede ser feliz.