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Lo que el trabajo esconde
La segunda solución consiste en «tomar [...] por objeto el arte tal y como es
vivido por los actores»4. En esta segunda solución, propuesta —obviamente—
por la autora, se trata de repetir, de comentar los propósitos defendidos por los
actores acerca de sus prácticas en su mismo registro de vocabulario, poniendo
a funcionar una especie de hermenéutica del sentido común. Se trata así de
«darse por objeto el decir, no lo que sea el arte sino, qué “representa” para los
actores»5. A la clásica, y un poco paleontológica, «sociología de lo real» («la
cual constituye lo esencial de la ocupación de los sociólogos desde los orígenes
de su disciplina —sueño, así pues, muy reciente—: estadísticas, encuestas de
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opinión, observación de conductas») se opone una «sociología de las represen-
taciones —imaginarias y simbólicas».6
Toda interpretación que osase poner en perspectiva las «representaciones»
de los actores en relación con otros aspectos de la realidad, no señalados por
ellos (y no necesariamente inconscientes o no-conscientes), aprehendidos por
la objetivación etnográfica, estadística o histórica, sería inmediatamente perci-
bido como una violencia ejercida sobre los actores. Pues interpretar es necesa-
riamente colocarse «contra» los actores. La socióloga, sobre todo, lo que no
quiere es oprimir al actor bajo su interpretación sociológica. Ella «considera a
los actores, no como las víctimas de creencias erróneas, sino como los actores
o manipuladores de sistemas de representación coherentes»7. La consecuencia
de una proposición tal es que se pasa, pura y simplemente, de la búsqueda de
la verdad («validez externa») a la de la «coherencia interna relativa a los siste-
mas de representaciones».8
Último ejemplo de sociólogo, y no precisamente de los medianos, que reto-
ma la vulgata etnometodológica sobre los actores. Luc Boltanski escribe que es
necesario que «renunciemos a tener la última palabra sobre los actores, produ-
ciendo e imponiéndoles un informe más fuerte del que ellos mismos están pro-
duciendo. Lo que supone renunciar a la forma en la que la sociología clásica
concebía la asimetría entre el investigador y los actores»9 (subrayado mío). Bajo
la pluma de este sociólogo, al igual que bajo la del etnometodólogo que afirma
—contra la sociología clásica, interpreta el primero— que el actor no debe ser
se permite la copia
Al reducir los objetos legítimos de estudio a los objetos señalados por los actores
sociales acabamos por someternos al sentido común, incluso cuando se pretende
dar razón históricamente, sociológicamente, de esas construcciones «ideológicas»
(versión marxista) o de esas «problematizaciones» (en el lenguaje foucaultiano).
Aquí estaré bastante de acuerdo con el filósofo francés Vincent
Descombes que declaraba a lo largo de una entrevista: «comprendo la tesis
de la “construcción social de la realidad” como un desarrollo patológico de
13 Boltanski [1990: 63]. No hay ninguna originalidad en este género de declaración democrática
que repite lo mismo que los etnometodólogos habían escrito hace ya varias decenas de años: «Para
los etnometodólogos, la ruptura epistemológica entre conocimiento práctico y conocimiento eru-
dito no existe» [Coulon, 1987: 72]. O también: «Para los etnometodólogos no hay una diferencia de
se permite la copia
naturaleza entre los métodos que emplean los miembros de una sociedad para comprenderse y
comprender su mundo social por un lado y, por el otro, los métodos que emplean los sociólogos
profesionales para llegar a un conocimiento, que se pretende científico, de ese mismo mundo»
[Coulon, 1987: 52].
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Otro lugar común —del que me gustaría irónicamente poder situar su fuente
en los tajos de las obras públicas y las construcciones propias de la albañile-
ría— quiere que aquello que ha sido construido pueda deshacerse o hacerse
fácilmente de una forma completamente diferente. Maravillados por la metáfo-
ra de «la construcción» y descubriendo así que la moneda, el sistema capitalista,
la institución del matrimonio o la sexualidad no son más que construcciones
se permite la copia
24 Marx y Engels hablan también de «esta suma de fuerzas de producción, de capitales, de formas
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de relaciones sociales que cada individuo y cada generación encuentran como datos existentes»
[Marx y Engels, 1845-1846].
25 Patrick Pharo [1985b: 63].
Lo que el trabajo esconde
al contrario, sobre la idea de que «una masa enorme de hechos deberían ser
diferentes para que nos veamos (naturalmente) conducidos a adoptar un juego
de lenguaje diferente».27
Porque aquello que ha sido construido históricamente resulta lento de trans-
formar, los actores sociales que pretenden obrar en el sentido de una transforma-
ción del estado de las cosas existente deben hacer prueba de una creencia casi
mística en un devenir y en un progreso futuro que pueden no llegar a ver nunca.
Se le ha reprochado muy a menudo a Marx su mesianismo, pero podemos pen-
sar que si, al respecto, científicamente, se equivocaba, estaba siendo muy realis- 115
ta desde el punto de vista de las condiciones de éxito de una acción colectiva
revolucionaria. Para transformar las «construcciones» de este mundo es necesa-
rio aprender a inscribir el tiempo corto de la biografía individual en los tiempos
largos de los sistemas sociales. Lo que hacemos hoy para orientar la acción en un
determinado sentido podrá servir a los que vendrán después para apoyar sus
acciones, facilitar sus luchas, etc. Se ve que es necesaria una buena dosis de
mesianismo y de fe ingenua —en el buen sentido del término— en el progreso
de la humanidad para lanzarse a una acción de la que tenemos escasas probabi-
lidades de ver acontecer inmediatamente sus efectos positivos.
Bibliografía:
WEBER, MAX (1971), Économie et Société, trad. fr., París, Plon. [ed. cast.: Economía
y Sociedad), Fondo de Cultura Económica, México, 1944].
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