Professional Documents
Culture Documents
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de
los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una
más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la
participación virtuosa en otros cuadros de su maestro, sus grandes obras de este
período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos
inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la destreza en los
contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el
extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; las numerosas
tejedurías y los talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de
occidente la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los
Medici habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con
que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo
el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años
decidió buscar un horizonte más prospero.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el
hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para
canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga.
Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre
en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante
dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en un
modelo en barro, destruido poco después durante una batalla.
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile
franciscano que hacia 1496 concluyó su tratado De la divina proporción, ilustrado por
Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con
que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación
debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura
de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el instrumento
fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el
texto estaba para explicar el dibujo, y no al revés, razón por la que Leonardo da Vinci
ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490
comenzaron a perfilarse como una serie de tratados inconclusos que serían luego
recopilados en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño. Incluye trabajos
sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica y
aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además,
una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien
estéril neoplatonismo.
El regreso a Florencia
A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder.
Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y, tras una breve estancia en
Mantua, en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, llegó a Venecia.
Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar
el Friuli, la Signoria de Venecia contrató a Leonardo como ingeniero militar.
Dominaba entonces la ciudad César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Descrito por el
propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, este
hombre ambicioso y temido se estaba preparando para lanzarse a la conquista de
nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los
territorios del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas y proyectando
puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en
desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó
gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a Florencia, que por entonces se
encontraba en guerra con Pisa, y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno
por detrás de la ciudad enemiga para cercarla, contemplando además la construcción
de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar. El proyecto sólo
se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.
Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En
1501 había trazado un boceto de su Santa Ana, la Virgen y el Niño, que trasladaría al
lienzo a finales de la década. En 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el
doble del tamaño de La Última Cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería
inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La
batalla de Anghiari, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su
deterioro. Pese a la pérdida, circularon bocetos y copias que admirarían a Rafael e
inspirarían, un siglo más tarde, una célebre reproducción de Peter Paul Rubens.
También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin
embargo, la cumbre de esta etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por
Leonardo) fue el retrato de Mona (abreviatura de Madonna) Lisa Gherardini, esposa de
Francesco del Giocondo, razón por la que el cuadro es conocido como La Mona Lisa o
La Gioconda. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo
de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura. Como cuadro
y como personaje, la mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y
hasta una ópera; pero es poco lo que se conoce a ciencia cierta. Ni siquiera se sabe
quién encargó el cuadro, que Leonardo llevaría consigo en su continua peregrinación
vital hasta sus últimos años en Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro
mil piezas de oro.
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Trivulzio, quien pretendía
retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una
estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero
tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para
Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de
inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a
Roma, donde se albergó en el belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo
papa León X.
El gran respeto que le dispensó Francisco I de Francia hizo que Leonardo pasase esta
última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un
empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas
páginas para el nunca concluido Tratado de la pintura, cultivó más la teoría que la
práctica, aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y
apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino
duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo
imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el
Louvre de París.