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NOTICIAS |EUROPA

Durmiendo con el enemigo…


ideológico
Por KATRIN BENNHOLD 3 de mayo de 2018
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Helmut Lethen y Caroline Sommerfeld en su apartamento en Viena, Austria. Ellos
representan a dos generaciones y dos posturas intelectuales en el actual debate
político. CreditAkos Stiller para The New York Times
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VIENA — Cuando ella dice identidad; él escucha exclusión. Cuando él


dice diversidad; ella escucha islamización.
Él la acusa de olvidar la historia; ella lo acusa de obsesionarse con ella.
Él la llama racista; ella le dice masoquista nacional.

Helmut Lethen, de 79 años, y Caroline Sommerfeld, de 42, son


escritores. Representan a dos generaciones y dos bandos intelectuales en
una Alemania cada vez más dividida. Son enemigos políticos.

Y están casados.

Su matrimonio es excepcional, incluso incomprensible, pero también es


un laboratorio para ejercer la tolerancia y una ventana para ver cómo
piensa el otro. A diario, y de manera íntima, tienen un diálogo que no se
practica en su país.

Es una historia de amor muy alemana (aunque la pareja vive en Austria,


donde él imparte clases), que está muy relacionada con el
quincuagésimo aniversario del movimiento contracultural que sigue
siendo un hito de la historia mundial de la posguerra —y del ascenso del
movimiento contracontracultural de la actualidad—.

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Mayo de 1968 fue importante en Europa, impulsado de igual manera por
la población joven, la liberación sexual, el desacuerdo con la guerra de
Vietnam y el descontento general con el poder establecido de la época.
Además, produjo casi la misma trayectoria para sus baby boomers,
desde estudiantes revolucionarios en ciernes hasta élites liberales
conservadoras.

Alemania no fue la excepción, como tampoco lo fue Lethen.


Lethen, quien entonces era un estudiante activista, jugueteó con el
comunismo y se rebeló contra las élites de la posguerra en Alemania que,
como lo dijo él, “aún apestaban a nazis”, solo para hacerse parte de la
corriente cultural principal del país.

Sommerfeld, filósofa por derecho propio, siguió otro movimiento


contracultural: en el verano de 2015, mientras cientos de miles de
refugiados llegaban a Alemania, descubrió la “nueva derecha”, la punta
de lanza intelectual de un movimiento nacionalista que considera que el
islam y la globalización son amenazas existenciales.

Su esposo había celebrado la llegada de los refugiados: “Creo que es la


primera vez en nuestra historia cultural en que le hemos dado la
bienvenida a lo extranjero de esta manera”, comentó.

Sin embargo, Sommerfeld se sintió “ansiosa” y “repelida”.

Hoy, espera que su propio movimiento marginal toque una fibra en el


espíritu cambiante que haga eco en Alemania y más allá, así como lo hizo
el de su esposo en su momento.

“Somos el megáfono de una mayoría silenciosa”, afirma.

Lethen rechaza esa analogía.

“A nosotros nos movía un anhelo por el mundo, veíamos hacia el futuro”,


dijo. “A ellos los mueve el anhelo de regresar al vientre de la tradición
teutona. Es una nostalgia por un pasado que jamás ocurrió”.

Sus diferencias ideológicas son tan marcadas que parecen imposibles de


reconciliar dentro de una relación nacida del romance que comenzó
cuando ella era estudiante universitaria y escribió una tesis
titulada Cómo ser moral. Llamó la atención de Lethen en su seminario.
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A través del libro más reciente de Lethen, una obra ampliamente elogiada sobre la élite
cultural del régimen nazi, se puede obtener una lectura de la extrema derecha intelectual
por la que su esposa aboga.CreditAkos Stiller para The New York Times
Después de compartir una cama durante dos décadas, el interés en Kant,
en la jardinería y la crianza de sus tres hijos, aún charlan.

“La familiaridad con el otro lado es buena”, dijo ella.

“Hablar es mejor que no hacerlo”, dijo él.

Solo en eso están de acuerdo.

Sommerfeld, quien celebró la victoria electoral de Donald Trump con


champaña, es coautora de un libro llamado Viviendo con la izquierda.
(Lethen lo llama “Viviendo con Lethen”).

Ella lo describe como un libro de autoayuda para la derecha extrema, en


el que les ofrece consejos a los lectores acerca de cómo rebatir los
argumentos de izquierda y cómo provocarlos (comparando a los veinte
millones de personas que murieron bajo el mandato de Stalin con los
seis millones de judíos que fueron asesinados por los nazis).
En cuanto al libro más reciente de Lethen, un volumen aclamado por los
críticos acerca de la élite cultural bajo el gobierno nazi, también puede
leerse como una carta dirigida a la extrema derecha intelectual. Entre las
dedicatorias está un agradecimiento a Sommerfeld, “quien hizo vibrar
este libro”.

El libro habla sobre cuatro luminarias alemanas —un director musical,


un actor, un cirujano y un profesor de Derecho— que, a diferencia de
muchos otros, decidieron quedarse en la Alemania nazi y ayudaron a
legitimarla.

Siempre le había causado conflictos: “¿Cómo pudieron llegar a una


alianza de la alta cultura con ese Estado asesino?”, preguntó Lethen.

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Sommerfeld es coautora del libro "Living with the Left". Ella lo describe como un libro de
autoayuda para la extrema derecha, en el que ofrece consejos sobre cómo contrarrestar los
argumentos de las personas de izquierda y cómo provocarlas. CreditAkos Stiller para The
New York Times
El padre de Lethen se había unido al partido nazi de Hitler en 1928 y
también a los movimientos a favor de ese grupo. Jamás habló al respecto
después de la guerra. Lethen dijo que en nueve años de bachillerato en la
década de los cincuenta ninguna clase de Historia mencionó el
Holocausto. Aprendió sobre los campos de concentración en el cine,
donde vio Noche y niebla, un documental francés, en 1957.

Ha cargado con el recuerdo como si tuviera “piedras en el pecho”.

El movimiento estudiantil de la década de los sesenta, dijo, tenía como


meta “abrir los archivos silentes de nuestros padres”. Se convirtió en
miembro de un grupo disidente maoísta, una de muchas organizaciones
pequeñas comunistas cuyos líderes después se convirtieron en
académicos, profesores o políticos de centroizquierda.

Después de dar clases en una universidad holandesa durante dieciocho


años, regresó a Alemania para enseñar en la Universidad Rostock en la
antigua Alemania Oriental y conoció a Sommerfeld en uno de sus
seminarios.

El padre de ella también maduró en 1968. Recuerda que sus padres


organizaban reuniones políticas en su sala. También recuerda cómo la
pareja de su abuela, un exnazi, jamás tuvo permitido entrar a su casa.

“Mis ideas tomaron forma gracias a la generación del 68”, dijo. “Eran
mis padres, mis profesores, mis maestros. Todo lo que leí en la escuela
estaba teñido por sus ideas”. Eso incluye la acción de rebelarse contra la
generación anterior y la corriente cultural principal.

Incluso los métodos de la nueva derecha se inspiran en gran medida en


el movimiento de 1968: provocar con el lenguaje; organizar
manifestaciones pacíficas; infiltrar a las editoriales de extrema derecha
en las ferias de libros; romper tabús como ponerle una burka a la estatua
de la emperatriz María Teresa I en Viena; forjar vínculos internacionales
con movimientos similares.

Una vez, Lethen se sintió tan exasperado que escribió cinco condiciones
como base para una charla entre ellos. Tres de ellas tenían que ver con
reconocer el Holocausto y los crímenes de los alemanes durante la
Segunda Guerra Mundial. Ella los rechazó todos. No porque niegue el
Holocausto, dice, sino porque rechaza la noción de que debería definir la
identidad alemana moderna.

Quiere salir de “esta obsesión patológica colectiva con el Holocausto, que


es la base de todo el discurso moral de la generación del 68”, dijo.

“Quiero decir: ‘Queridas personas de izquierda, esta obsesión con esos


doce años es toda suya. Pueden regocijarse en ella, pero es algo con lo
que no quiero lidiar cada minuto del día’”, mencionó. “¿Por qué no
podemos enfocarnos en los aspectos positivos de nuestra historia?”,
preguntó.
“Es algo positivo lidiar de manera honesta con la historia”, insiste su
esposo.

Desde entonces, el terreno común se ha resumido a lo esencial: una


suposición de buena voluntad y racionalidad. Además, se enfocan en las
cosas que comparten —sobre todo el bienestar de sus tres hijos—. Tienen
una regla: ninguno tiene permitido llevar a sus hijos a marchas políticas.

“Estamos comprometidos, en las buenas y en las malas”, dijo


Sommerfeld, mientras bebía el té herbal que su esposo acababa de
prepararle para calmar su garganta irritada.

No quedó claro si hablaba de su matrimonio o d

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