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COMENTARIO BÍBLICO

HEB 9, 11-14
CARTAS CATÓLICAS Y HEBREOS

Jairo Manríquez Espinoza


Viernes 11 de mayo de 2018
INTRODUCCIÓN

Una simple ojeada a la Carta a los Hebreos le dice a los lectores que su contenido
está sustentado por numerosas citas del Antiguo Testamento; además, el escritor
constantemente exhorta en forma pastoral a los lectores; y por último, el desarrollo de
la parte doctrinal sigue una secuencia lógica. El escritor de Hebreos apela a sus
lectores por medio de citas de pasajes familiares del Antiguo Testamento. Tal vez
estos pasajes habían sido memorizados por los lectores, y cuando ellos oían la lectura
de la Carta a los Hebreos en un servicio religioso, podían relacionar su contenido con
1
lo que sabían. Las Escrituras del Antiguo Testamento eran, por lo tanto, de gran
importancia para el escritor y los lectores de esta epístola. En las palabras del escritor:
“La palabra de Dios es viva y eficaz. Más penetrante que cualquier espada de dos
filos” (4,12). Y esa palabra ha sido citada, aludida y usada en Hebreos más que en
cualquier otro libro del Nuevo Testamento.

Uno de esos grandes temas que expone la Carta es el hecho de que Jesús es nuestro
Sumo Sacerdote. Lo que la humanidad necesitaba era un sacerdote perfecto y un
sacrificio perfecto, alguien que fuera capaz de ofrecerle a Dios un sacrificio que
abriera el camino de acceso a Él de una vez para siempre. Eso, decía el autor de la
Carta a los Hebreos, es exactamente lo que Cristo ha hecho. Él es el Sacerdote
perfecto porque es al mismo tiempo perfectamente humano y perfectamente divino.
En su humanidad lleva al hombre a Dios, y en Su divinidad trae a Dios al hombre. No
tiene pecado. El Sacrificio perfecto que presenta a Dios es el Sacrificio de Sí mismo,
un Sacrificio tan perfecto que no necesita repetirse nunca. A los judíos les decía el
autor de Hebreos: “Han pasado la vida buscando al Sacerdote perfecto que puede
ofrecer el Sacrificio perfecto y darles acceso a Dios. Lo tienen en Jesucristo, y sólo en
Él”. A los griegos, el autor de Hebreos les decía: “Están buscando el camino que os
lleve de las sombras a la realidad; lo encontraréis en Jesucristo”. Y a los judíos les
decía: “Están buscando el Sacrificio perfecto que abra el camino a Dios que han
cerrado sus pecados; lo encontrarán en Jesucristo”. Jesús es el único que da acceso a
la realidad y a Dios. Ese es el pensamiento clave de toda esta carta y sobre todo del
fragmento que analizaremos que es Heb 9, 11-14. Veamos ahora cuál es el contexto
en el que se inserta este fragmento y qué puede dejarnos a nosotros como enseñanza.

1
I.- CONTEXTO DEL FRAGMENTO
Considero que para poder comprender el pasaje de Heb 9, 11-14 es necesario comprender tanto su
contexto anterior como el contexto posterior que se encuentran a lo largo de los capítulos 8 y 9 de
la Carta, que son la parte central de la misma.
Recogiendo la afirmación final del capítulo 7, la sección central (8, 1-9, 28) nos invita a considerar
el camino que siguió Cristo para llegar a su posición actual de sumo sacerdote agradable a Dios.
Este camino es el de una ofrenda sacrificial de un género totalmente nuevo, gracias a la cual Cristo
llegó verdaderamente a la “perfección”. Transformación personal, ofrenda realizada, camino
seguido: son tres formas diferentes de expresar lo que tuvo lugar en un acontecimiento único, la
pasión de Cristo.

a) El autor ha hablado ya de ello anteriormente (cf. 5, 1-10), pero en una perspectiva de continuidad 2
con el sacerdocio antiguo y, por consiguiente, sin subrayar explícitamente las diferencias. Recoge
ahora este tema y advierte de antemano a sus oyentes que ha llegado al “punto capital de la
exposición” (8, 1). No nos extrañemos de esta valoración, después de haber advertido cómo en el
esquema de la mediación sacerdotal el momento decisivo es el de la frase ascendente. Todo depende
de la eficacia de ésta.

Para evocar la actividad sacrificial de “todo sumo sacerdote”, el autor se contentó en 5, 1-4 con unas
cuantas expresiones poco precisas, que le permitieron señalar la semejanza con el misterio de Cristo,
ya que también Cristo “ofreció” (5, 7). Ahora entra en más detalles y pone de relieve los contrastes.
La “liturgia” que pertenece a Cristo es “muy diferente” de la del antiguo culto (8, 6), El autor va
examinando sucesivamente: a) el nivel en que se efectuaba el culto antiguo (8, 4-5); b) la alianza
que estaba ligada al mismo (8, 7.13); c} la organización concreta de ese culto (9, 1-10). Y luego, en
orden inverso, a las instituciones antiguas opone: c') el desarrollo del sacrificio de Cristo (9, 11-14);
b') el fundamento de la nueva alianza (9, 15-17); a') el nivel alcanzado por Cristo (9, 24-28),

Se advertirá que las dos subdivisiones que conciernen al tema de la alianza (b y b') evocan a la vez
a la antigua y a la nueva alianza: la primera subdivisión (8, 7-13) en una perspectiva de oposición y
la segunda subdivisión (9, 15-23) en una perspectiva de semejanza.

b) Las subdivisiones más significativas son las del centro (c: 9,1-10 y c': 9,11-14), ya que tratan del
tema principal: la actividad sacrificial. El autor recuerda el antiguo sistema de separaciones rituales:
se designó un lugar sagrado, que tenía una parte santa, la “primera tienda” (9,2) y una parte
“santísima” (9, 3) o “santuario”, considerado como la habitación de Dios1. El pueblo no era admitido
en ninguno de estos dos lugares, ya que no tenía la “santidad” requerida. Los sacerdotes podían
entrar en la “primera tienda”2 (9, 6) que es como el camino de acceso al “santuario”3, pero no podían

1
La descripción principal del tabernáculo del desierto se encuentra en Éxodo 25-31 y 35-40. Dios le dijo a Moisés:
“Hazme un santuario para que more entre ellos” (Ex 25,8). Se construyó con las ofrendas voluntarias de la gente (Ex
25, 1-7), que dio con tal generosidad que hubo que decirle que ya no hacía falta más (Ex 35, 5-7).
2
En la “tienda” o “Lugar Santo” había tres cosas. I.- El candelabro de oro. Estaba colocado en el lado Sur; hecho de un
talento de oro puro labrado a martillo; sus siete lamparillas se alimentaban con aceite de oliva puro, y siempre estaban
encendidas. II.- En el lado del norte estaba la mesa de los panes de la proposición. Estaba hecha de madera de acacia
cubierta de oro, y tenía un metro de largo, setenta y cinco centímetros de ancho y noventa centímetros de alto. Sobre
ella se colocaban todos los sábados doce panes, en dos filas de seis, hechos con la harina más pura, que sólo los
sacerdotes podían comer cuando se colocaban nuevos el sábado siguiente. III.- Estaba el altar del incienso. Era de
madera de acacia recubierta de oro, de medio metro cuadrado por un metro de alto, y en él se quemaba incienso todas
las mañanas y tardes, lo que simbolizaba las oraciones del pueblo que se elevaban al cielo.
3
En el Lugar Santísimo estaba el Arca de la Alianza, en la que se guardaban tres cosas: la urna de oro que contenía
maná, la vara de Aarón que reverdeció y las Tablas de la Ley. Estaba hecha de madera de acacia recubierta de oro por
dentro y por fuera. Tenía dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto. Recordamos que
se calcula que el codo tendría 45 centímetros. La cubierta se llamaba El Propiciatorio, y sobre ella había dos querubines

2
entrar en éste. Sólo estaba autorizado a ello el sumo sacerdote, debido a su consagración especial,
pero se le imponían incluso severas restricciones: sólo entraría una vez al año y para una ofrenda
sacrificial (9, 7). La ceremonia a que alude el autor es la del día de la Expiación (el Yom kippur de
Lev 16), cumbre de la liturgia judía4.

La cuestión que se plantea es la del valor de mediación que puede tener esta liturgia solemne. En
efecto, de esto depende el juicio que hay que dar de todo el sistema. Si se ha establecido una relación
auténtica con Dios, entonces el sistema es excelente; pero, en caso contrario, no podrá constituir más
que una solución de espera, que habrá que abandonar cuanto antes, apenas se haya encontrado otra
mejor. El diagnóstico del autor es implacable: la liturgia de la antigua alianza era incapaz de
establecer una mediación. Lo demuestran las mismas prescripciones del ritual, ya que, tanto antes
como después del sacrificio, se exigía mantener todas las separaciones. Hay que señalar que estas
prescripciones, formuladas en la Biblia, forman parte del texto inspirado. Por tanto, es el mismo
Espíritu Santo el que, a través de ellas, revela que la liturgia antigua no conseguía su fin (9, 8). 3
Llevaba a un callejón sin salida.

De hecho, no era en la morada de Dios en donde entraba el sumo sacerdote judío, sino en una
construcción humana, material (cf. 9, 1.24); Y Dios no habita en las construcciones humanas (cf.
Hch 7, 4s; 17,24). La “primera tienda”, por desgracia, no podía dar acceso a otra cosa, ya que
también era obra de los hombres. Se impone una conclusión: “aún no estaba abierto el camino hacia
el santuario, mientras subsistiera la primera tienda” (9, 8).

c) El motivo más profundo de esta situación sin salida radica para el autor de la Carta a los Hebreos
en la naturaleza de los sacrificios ofrecidos (9, 9). Aun cuando se hubiera conocido el camino
verdadero, no habría sido posible tomarlo para acercarse a Dios, ya que no había sacrificios dignos
de ser presentados al Señor; y no es caminando como uno avanza hacia Dios, sino ofreciendo. La
crítica que hace el autor de los sacrificios antiguos es muy significativa. Abre una perspectiva
inesperada sobre el fin de la ofrenda sacrificial. Espontáneamente concebimos esta ofrenda como un
medio de agradar a Dios y de atraernos sus favores. Intentamos alcanzar de algún modo que Dios
cambie de actitud para con nosotros. El autor nos invita a tomar la perspectiva contraria: demuestra
que el efecto del sacrificio tiene que ser transformar al oferente, no a aquel a quien se ofrece. Las
antiguas ofrendas rituales carecían de valor porque eran “incapaces de perfeccionar en su conciencia
al que da culto” (9, 9); no eran más que “ritos exteriores” (literalmente: "ritos de carne"), asociados
a todo un sistema de observancias relativas a los alimentos, las bebidas y las abluciones (9, 10).

Pues bien, lo que el hombre necesita para poder entrar en relación con Dios es una transformación
profunda de su ser, que lo haga perfecto en su conciencia. Y en este nivel eran completamente
ineficaces los ritos antiguos. El autor completará luego su pensamiento en Heb 10, 4-6, citando el
salmo 40: las ofrendas de animales inmolados, en que consistían los sacrificios antiguos, no podían
realizar una mediación. Efectivamente, ¿qué relación puede haber entre la sangre de una bestia
inmolada y la conciencia de un hombre? La misma Carta responde: “Es imposible que sangre de
toros y machos cabríos borre pecados” (10, 4). Por otra parte, ¿qué posibilidad de comunión personal
hay entre un animal muerto y el Dios viviente? En varias ocasiones había expresado el Antiguo
Testamento el disgusto de Dios por este género de culto (p. ej. Heb 10,5-7; Sal 40, 7-9). Por tanto,

de oro con las alas extendidas. Era allí donde estaba la misma presencia de Dios, porque Él había dicho: “De allí me
declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el Arca del
Testimonio” (Ex 25, 22).
4
Desconocida antes del destierro, esta fiesta del Yom Kippur pasó a ser antes de la era cristiana (y todavía hoy) la más
importante de las fiestas judías. A veces se la llama simplemente “el día”, o también “el día de ayuno” o “el día del
perdón”. Aquel día era el único del año en que el sumo sacerdote penetraba en la parte más santa del templo, en el “santo
de los santos”, lugar de la presencia de Dios, primero con la sangre de un toro, para ofrecerla por sus propias faltas, y
luego con sangre de un macho cabrío, como ofrenda por el pecado del pueblo (cf. Lv 16). Aquel “día”, por la mediación
de la sangre ofrecida por el sumo sacerdote, el pueblo tenía la certeza de que sus pecados habían sido perdonados.

3
no se establecía ningún contacto por un lado ni por otro. Finalmente, el sistema antiguo se quedaba
en la etapa de las separaciones: separación entre el pueblo y el sacerdote, separación entre el
sacerdote y la víctima ofrecida, separación entre la víctima y Dios. Eran necesarias las separaciones,
ya que el sacerdote no podía ofrecerse a sí mismo a Dios; como pecador, era a la vez indigno e
incapaz. De aquí se seguía que quedaba sin establecerse la mediación. El culto antiguo seguía
estando necesariamente limitado a un nivel figurativo y terreno, como indica el autor en la primera
subdivisión (8, 5). La alianza que estaba ligada al mismo era necesariamente defectuosa, como lo
indica en la segunda subdivisión (8, 7-9). Al no estar basada en un acto de mediación realmente
válido, la alianza antigua adolecía del mismo mal que el culto, el de una irremediable exterioridad.

III.- TEOLOGÍA
La repetición es la madre del aprendizaje. Esta es una regla básica que el escritor de la Carta a los 4
Hebreos aplica consistentemente. Él introdujo el tema de la entrada del sumo sacerdote al Lugar
Santísimo en 9,7; la desarrolla en 9, 11–12; y la resume en 9, 25. Cristo ofreció su propia sangre
para obtener redención para su pueblo.
11Cristo se presentó como sumo sacerdote de los
bienes futuros, oficiando en una Tienda mayor
y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12Y penetró en
el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos ni de novillos,
sino su propia sangre. De ese modo consiguió una liberación definitiva.

Estos dos versículos constituyen una oración hermosamente construida y equilibrada. El


pensamiento básico es que Cristo pasó a través del tabernáculo o la Tienda (v. 11) y entró en el
santuario o Lugar Santísimo (v. 12). Los expositores han quedado perplejos acerca de la identidad
de la tienda: ¿a qué se refiere el escritor de Hebreos cuando escribe la frase un tabernáculo mayor y
más perfecto? Notemos los siguientes puntos mientras buscamos una respuesta.

a. La venida. El escritor regresa a su tema de que Jesús es sumo sacerdote (2,17; 3,1; 4,14; 5,5-10;
6,20; 7,26–28; 8,1–2). El introduce intencionalmente a Jesús como Cristo (no como Jesús como
Hijo) para demostrar que él es el Mesías, Aquel cuya venida Israel aguardaba. Y declara que la
llegada de Cristo sin duda ya ha tenido lugar, puesto que Cristo se ha hecho presente como sumo
sacerdote. El texto puede ser traducido de dos maneras. Algunas traducciones leen: “Cristo vino
como sumo sacerdote de las cosas que ya están aquí”. Otras traducciones tienen la lectura “de las
cosas por venir”. Una traducción se relaciona con el presente, la otra con el futuro. ¿Cómo
resolvemos la dificultad? En otras palabras, ¿cuál de las dos traducciones merece la preferencia? La
lectura cosas por venir es similar a la redacción de Heb 10,1. Es posible que un escriba que estaba
copiando 9,11 haya sido influido por la lectura de 10,1. ¿Cuáles son estas realidades que Cristo ha
provisto? El escritor de la Carta no lo dice. Pero presumimos que él sugiere que son la estrecha
comunión que Dios tiene con su pueblo, el conocimiento de Dios y de su ley en los corazones y
mentes de su pueblo, y la remisión del pecado que Dios le ha otorgado a su pueblo (8,10–12). Las
bendiciones que Cristo ha traído desde su venida son innumerables; por esta razón el escritor habla
en términos generales y escribe “las realidades que ya están aquí”.

b. El destino. Cristo “pasó a través de la Tienda mayor y más perfecta no hecha por el hombre”.
Debemos notar que el escritor sagrado ha elegido el título oficial de Cristo y no el nombre personal,
Jesús. Él pone el énfasis, por lo tanto, en la función oficial de Cristo como sumo sacerdote. Notamos
también que 9,11 tiene un paralelo en 8,1-2, “Tenemos tal sumo sacerdote, que se sentó a la diestra
del trono de la Majestad en el cielo, y que sirve en el santuario, el verdadero tabernáculo establecido
por el Señor, no por el hombre”. Y 9,11 tiene otro paralelo en 9, 24: “Porque Cristo no entró en un
santuario hecho por el hombre, que era sólo una copia del verdadero; él entró en el cielo mismo,
para presentarse ante Dios a favor nuestro”. Estos pasajes revelan que “el tabernáculo mayor y más

4
perfecto” está en el cielo, es decir, ante la presencia de Dios. No hemos de tomar literalmente las
palabras pasó a través, como si Cristo hubiese pasado a través del tabernáculo hacia otro lugar. En
4, 14 el escritor de Hebreos dice que “tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos”. El
desea comunicarnos el pensamiento de que Jesús ha ido al cielo. El escritor se expresa con bastante
precisión el decir que el tabernáculo mayor y más perfecto no ha sido hecho por el hombre, “es decir,
que no es parte de esta creación”. En los primeros siglos de la era cristiana, los intérpretes de la
Biblia pensaban que la palabra tabernáculo de 9,11 significaba el cuerpo de Cristo, pero el escritor
de Hebreos elimina esta posibilidad por medio de su comentario explicativo de que el tabernáculo
“no es parte de esta creación”. Toda cosa perteneciente a la creación, aun el cielo visible, queda
descartada por el comentario preciso del escritor. La morada de Dios en el cielo, donde los ángeles
rodean su trono y la innumerable multitud de los santos canta su alabanza, es increada; no pertenece
a la creación revelada a nosotros por Dios mediante su Palabra y obra. El tabernáculo que Moisés
erigió y Dios llenó con su gloria (Ex. 40, 35) difiere del “tabernáculo mayor y más perfecto” que
está en los cielos. El tabernáculo celestial da a los santos libre acceso a Dios porque ningún velo 5
separa a Dios del hombre. Cristo abrió el camino a Dios en base a su obra como mediador hecha en
la tierra.

c. El medio. ¿Cómo entró Cristo en el cielo? ¡Por medio de su muerte en la cruz! El escritor lo
expresa de esta manera: “No entró por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino que
entró al Lugar Santísimo una vez para siempre por medio de su propia sangre”. La expresión machos
cabríos y becerros es un recordatorio del Día de la expiación. En ese día, una vez el año, el sumo
sacerdote entraba al Lugar Santísimo con la sangre de un becerro y de un macho cabrío. El sumo
sacerdote tenía que rociar la sangre del becerro como expiación por los pecados del pueblo (Lv 16,
11–17). La implicación es que la sangre de los animales lograba el perdón y la reconciliación.

¡Cuán diferentes son las cosas con el gran sumo sacerdote Jesucristo! Cristo “entró al Lugar
Santísimo una vez para siempre por medio de su propia sangre, habiendo obtenido una redención
eterna”. Él es sumo sacerdote y sacrificio al mismo tiempo. Él es el representante del pueblo ante
Dios. El derrama su sangre a favor de su pueblo. Obviamente, el escritor describe la obra expiadora
de Cristo de modo figurado. Es decir, cuando Jesús murió en la cruz, él no entró en el Lugar
Santísimo del templo. Y cuando exclamó: “¡Consumado es!” (Jn 19, 30), no necesitó llevar su sangre
al tabernáculo celestial. Cristo completó su obra expiadora en la cruz del Calvario. Al sufrir y morir
en la cruz, él entro, en cierto sentido, en el Lugar Santísimo del templo. Dios confirmó esto rasgando
el velo del templo en dos, desde arriba hasta abajo (Mc 15, 38).

d. El propósito. El propósito de la muerte sacrificial de Cristo está resumido en la cláusula habiendo


obtenido una redención eterna. Tras su entrada figurativa en el Lugar Santísimo del templo de
Jerusalén, él logró de una vez para siempre, en virtud de su propia sangre sacrificial vertida en la
cruz, una redención de validez permanente para todo su pueblo. Cristo obtuvo esta redención para
sí mismo, es decir, para beneficio de su pueblo. El compró a su pueblo con el precio de su sangre;
los redimió con su muerte. La redención de ellos llegó a ser eternamente válida cuando Cristo entró,
hablando figuradamente, en el Lugar Santísimo. “Al traer muchos hijos a la gloria”, escribe el
escritor de Hebreos, “era conveniente que Dios… perfeccionara al autor de la salvación de ellos
mediante el sufrimiento” (2,10).
13Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de una becerra santifican con su
aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14¡cuánto más la sangre
de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las
obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!

Estos dos versículos señalan contrastes, algo característico de la epístola a los hebreos. El escritor
expresa un hecho que tiene que ver con los sacrificios de animales de la era de Antiguo Testamento.
Dios había estipulado por ley cómo los pecadores podrían ser purificados y restaurados a la santidad.

5
El había promulgado estas leyes para santificar a los que estaban ceremonialmente contaminados.
Pero el mero cumplimiento de estas leyes afectaba al pecador solamente en lo externo, no en lo
interno. Aquellos que eran rociados, tal como dice el texto, eran purificados en cuanto a sus cuerpos.
Sus conciencias, sin embargo, quedaban sin ser afectadas.

En el versículo precedente (v. 12) el escritor había ya mencionado “la sangre se machos cabríos y
de becerros”. La referencia apunta, por supuesto, a las estipulaciones que el sumo sacerdote debía
cumplir en el Día de la Expiación (Lv 16). Además, el escritor también describe ahora la práctica de
rociar a la persona impura con el agua de la purificación (Nm 19). Una becerra alazana en perfecta
condición, que nunca hubiese estado uncida a yugo, debía ser sacrificada y quemada, el sacerdote
debía arrojar madera de cedro, hisopo y lana escarlata sobre la becerra. Las cenizas eran luego
reunidas y guardadas para su uso en la ceremonia del rociamiento del agua de la purificación.
Cualquiera que hubiese tocado un cadáver era considerado inmundo por siete días. Las cenizas de
la becerra incinerada eran puestas en una urna; se echaba agua fresca sobre dichas cenizas; y con el 6
hisopo mojado en el agua, la persona inmunda era rociada los días tercero y séptimo. Las
interpretaciones alegóricas de este pasaje (Nm 19) son numerosas. Por ejemplo, la becerra simboliza
la propagación de la vida; las cenizas son un antídoto contra la contaminación; los colores de la
becerra alazana y de la lana escarlata representan vitalidad; la madera de cedro representa la
durabilidad; y el hisopo es el emblema de la limpieza. Sin embargo, las dilucidaciones fantasiosas
son muy subjetivas y al fin y al cabo de poco valor. Hacemos bien en considerar el propósito del
escritor al introducir al asunto de “la sangre de machos cabríos y las cenizas de una becerra”.

El escritor contrasta dos hechos: los actos ceremoniales cumplidos por el creyente para obtener
purificación y el derramamiento de la sangre de Cristo. La observancia religiosa del Día da la
Expiación, aunque significativa en sí misma, promovía no obstante una percepción externa de los
sacrificios. Esto se hizo especialmente evidente en el hecho de rociar el agua de la purificación sobre
la persona declarada inmunda a causa de una contaminación. La persona que hubiera tocado un
cadáver era considerada inmunda, pero el agua de la purificación la santificaba. El concepto de que
la inmundicia era algo externo y no interno prevalecía. Jesús reprochó una vez a los fariseos cuando
dijo: “Ahora bien, vosotros, los fariseos, limpiáis la parte exterior de la taza y el plato, pero por
dentro estáis llenos de codicia y de maldad” (Lc 11, 39).

El argumento que el escritor desarrolla procede de la menor a lo mayor. La parte menor es el acto
ceremonial de usar la sangre de machos cabríos y becerros y las cenizas de una becerra para purificar
externamente a un pecador. La parte mayor es que la sangre de Cristo limpia la conciencia del
pecador para hacer de él un siervo obediente a Dios. El pecado es, incuestionablemente, un asunto
interno que procede del corazón del hombre. El escritor de Proverbios llama al corazón “el manantial
de la vida: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, vienen los malos pensamientos, la
inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, el adulterios, la codicia, la malicia, el engaño, la
lascivia, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la insensatez” (Mc 7, 21–22). El acto de limpiar al
hombre del pecado debe comenzar con su ser interior: o, como lo dice el escritor de Hebreos, con
“nuestras conciencias”. ¿Cómo son limpiadas nuestras conciencias? Llamo la atención a las
siguientes frases.

a) “La sangre de Cristo”. Aunque la sangre de los animales servía en cierto sentido la misma función
que la de la sangre de Cristo, el contraste introducido por el “cuánto más” es tan inmenso que no
podemos hablar de una comparación. La sangre de Cristo es el agente que purifica la conciencia del
hombre, que separa de “los actos que llevan a la muerte”, y que hace al hombre dispuesto y deseoso
de servir a Dios. La sangre de Cristo limpia al hombre del pecado. Robert Lowry cantaba:

¿Qué más puede dar perdón?


Sólo de Jesús la sangre;
¿Y un nuevo corazón?

6
Sólo de Jesús la sangre.

b) “Mediante el Espíritu eterno”. Algunas traducciones escriben la palabra Espíritu con mayúscula
y otras con minúscula. En el griego original todas las letras eran escritas de modo uniforme, de
manera que no podemos determinar si el escritor quiso significar la una o la otra. ¿Qué podemos
aprender del contexto teológico de este pasaje? ¿Qué dicen las Escrituras? Una vez más, no podemos
estar seguros en cuanto a la intención del escritor al considerar el resto de la Escritura. Los cuatro
Evangelios nada dicen acerca del papel del Espíritu Santo en el sufrimiento de Cristo. Por otra parte,
cuando Jesús predicó en la sinagoga del pueblo donde se había criado, Nazaret, él leyó de la profecía
de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4, 18; Is 61,1; y véase Is 42, 1). Dice Donald
Guthrie: “La afirmación de Hebreos es una lógica deducción del retrato que de Jesús hacen los
Evangelios”. Aunque hubiésemos estado más seguros si el escritor hubiese escrito “Espíritu Santo”
en vez de “Espíritu eterno”, sabemos que Jesús era sin duda guiado por el Espíritu Santo. Por
ejemplo, Lucas escribe: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue llevado por el 7
Espíritu al desierto, donde por cuarenta días fue tentado por el diablo” (Lc 4,1–2).

c. Cristo “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”. Como sumo sacerdote, Cristo se presentó a sí
mismo como sacrificio. Se ofreció a sí mismo a Dios espontáneamente y sin mancha. Pero a
diferencia del sumo sacerdote aarónico, que tenía que sacrificar un animal para quitar su propio
pecado, el Cristo impecable (sin pecado) ofreció su cuerpo por los pecados de su pueblo. El puso su
vida por sus ovejas. Tal como lo testifica Juan al describir la muerte de Jesús en la cruz, éste “inclinó
su cabeza y entregó el espíritu” (19, 30). Jesús enfrentó la muerte voluntaria, determinada y
conscientemente y se ofreció a sí mismo a Dios. ¿Por qué se ofreció Cristo a Dios? Para “purificar
nuestras conciencias de los actos que llevan a la muerte”. En 6,1, el escritor había introducido la
frase “de obras que llevan a la muerte”. Esta formulación implica los efectos destructores que el
pecado tiene en la vida del creyente. Es decir, la sangre de Cristo limpia eficazmente la conciencia
del creyente, apartándolo de una vida que lleva a la muerte espiritual y llevándolo a una vida vivida
en amor y obediente servicio a Dios. El creyente obedece los mandamientos de Dios no por
obligación sino por un sentido de gratitud por lo que Cristo ha hecho por El. El creyente, salvado de
una vida de pecado que lleva a la muerte, vive ahora una vida de servicio para su Dios vivo.

Consideraciones doctrinales en 9, 11–14

La doctrina bíblica de la expiación enfrenta la oposición formulada por aquellos que describen a
Dios como un Dios de amor. Ellos sostienen que Dios no podría haber exigido que Cristo derramase
su sangre para aplacar a un Dios airado. Se oponen a la “teología de la sangre” porque, dicen ellos,
la misma va en contra del amor de es un pecador que, a causa de su pecado, está condenado ante
Dios. Por su propia voluntad Cristo tomó el lugar del hombre pecador y pagó por él el castigo
correspondiente. Al derramar su propia sangre, Cristo se esforzó para obtener redención eterna, es
decir, para “traer salvación a aquellos que le están esperando” (9, 28). El escritor de Hebreos sin
lugar a dudas enseña la doctrina de la expiación. Él dice: “Cristo entró en el Lugar Santísimo una
vez para siempre por medio de su propia sangre” (9,12).

En esta sección y en otras partes de su epístola, el escritor de Hebreos enseña la singular doctrina de
que Cristo fue sacerdote y sacrificio. Cristo fue sujeto y objeto al mismo tiempo: sirvió al altar como
sacerdote y fue puesto sobre el altar como sacrificio. Cristo derramó su sangre en la cruz del Calvario
y entró figuradamente como sumo sacerdote en el Lugar Santísimo del templo. La Escritura enseña
que la ofrenda de su sacrificio fue completada en la tierra; en su capacidad de sumo sacerdote, Cristo
entró en “el tabernáculo mayor y más perfecto” del cielo, o sea, ante la presencia de Dios. El escritor
de Hebreos elimina detalles de las leyes que tenían que ver con el Día de la Expiación y con las
purificaciones ceremoniales de personas declaradas inmundas. El omite a propósito estos detalles
para poner en claro relieve el contraste entre la observancia externa de ceremonias religiosas y la

7
transformación interior del hombre purificado por la sangre de Cristo. Esa es, para él, la diferencia
que hay entre la vida en los días del antiguo pacto y la vida en la era del nuevo pacto.

Palabras, frases construcciones griegas en 9, 11–14

Versículo 11

παραγενόμενος—este participio aoristo medio (deponente) del verbo παραγίνομαι (arribo, aparezco)
demuestra que Cristo sirvió como sumo sacerdote antes de su ascensión al cielo. El participio, al
expresar una connotación temporal, señala todo el ministerio de Cristo. La preposición παρά (junto
a) fortalece el verbo principal γίνομαι y le da dirección.

γενομένων—este participio aoristo medio de γίνομαι (soy, devengo) tiene una variante en cierto
número de manuscritos importantes. La variante es μελλόντων—participio presente activo de μέλλω 8
(estoy a punto de). La primera variante, sin embargo, parece tener una mejor representación
geográfica de manuscritos y es por la tanto la preferida. Véase también 10, 1 por una formulación
similar de la segunda lectura.

χειροποιήτου—adjetivo compuesto formado por el sustantivo χείρ (mano) y el sustantivo ποιητής


(hacedor). Este adjetivo aparece seis veces en el Nuevo Testamento y es habitualmente utilizado al
hablar de edificios, es decir, templos (Mc 14, 58; Hch 7, 48; 17, 24; Ef 2, 11; Heb 9, 11-24).

Versículo 12

τὰ ἅγια—el adjetivo sustantivizado en neutro plural y precedido por el artículo definido representa
al santuario y aun al Lugar Santísimo en el tabernáculo y en el templo.

λύτρωσιν—este sustantivo transmite el significado de rescate, liberación y redención y aparece tres


veces en el Nuevo Testamento (Lc 1, 68; 2, 38; Heb 9, 12). En el contexto de Heb 9 esta palabra
connota tanto rescate como redención. Véase también 9, 15.

Versículo 13

εἰ—esta partícula introduce una cláusula condicional de acción simple que expresa certeza. La
apódosis de esta larga oración se encuentra en 9, 14.

ῥαντίζουσα—este participio presente activo femenino del verbo ῥαντίζω (yo rocío) modifica al
sustantivo σποδός (cenizas), que es femenino. Quizá lo mejor sea vincular al participio solamente
con el sustantivo cenizas y no con el precedente τὸ αἷμα (sangre).

Versículo 14

πόσῳ μᾶλλον—la combinación de estas dos palabras siempre introduce el así llamado dativo de
grado de diferencia. La diferencia está en la comparación mencionada en las dos partes de la oración
condicional, comenzando con εἰ γάρ (porque si).

αἰωνίον—algunos manuscritos tienen la variante ἁγίου (santo) que quita la ambigüedad creada por
la lectura eterna. Sin embargo, la evidencia de los manuscritos carece del peso necesario para darle
a la lectura santo autenticidad.

καθαριεῖ—el tiempo futuro del verbo καθαρίζω (limpio, purifico) expresa certeza ya que su
cumplimiento es esperado.

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ἡμῶν—determinar si la lectura debiera ser ἡμῶν (nuestro) o ὑμῶν (vuestro) no es fácil, ya que la
evidencia de los manuscritos está dividida igualmente. Quizá al uso que el escritor hace de las
exhortaciones en el contexto más amplio favorezca la traducción nuestro. En términos generales, si
bien la diferencia misma es insignificante, el escritor tiende a incluirse a sí mismo cuando se dirige
a los destinatarios de su epístola.

CONCLUSIÓN

Este fragmento que hemos analizado debe llevar a una conclusión que se convierta
en algo práctico para la vida. Por eso hemos pensado hablar sobre la sacralidad de la
Eucaristía. También aquí, en el pasado reciente, de alguna manera se ha malentendido 9
el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. Es verdad, y sigue siendo siempre válido,
que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en
Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de
esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sagrado ya no exista, sino que
ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los
Hebreos nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, “sumo
sacerdote de los bienes definitivos” (Heb 9, 11), pero no dice que el sacerdocio se
haya acabado. Cristo “es mediador de una alianza nueva” (Heb 9, 15), establecida en
su sangre, que purifica “nuestra conciencia de las obras muertas” (Heb 9, 14). Él no
ha terminado con lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un
nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos
en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al
final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo (cf. Ap 21, 22).
Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los
mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se
requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Muchas veces se piensa que ser cristiano consiste en la observancia de leyes, ritos y
prescripciones y olvida que lo más importante es la transformación del corazón
mediante el amor. Esta es la gran enseñanza que nos deja Hebreos y que podemos
aplicar en la cotidianidad.

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