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Clínica del duelo

Lo traumático, lo ominoso y el trabajo del duelo


Por Moty Benyakar

Lo disruptivo. El concepto Trauma ha sido para Freud un pilar en sus postulaciones clínicas. El uso del término a
lo largo de su obra desde diferentes acepciones, no solo remite a su cambio de posición respecto de la primera y la
segunda tópica, sino que habla también de la complejidad teórico-clínica del concepto. Las obras de Freud me
sirvieron de base para enfrentarme con el trauma y el campo de lo traumático. Sin embargo, no podría proponer
un abordaje clínico del trauma sin conjugar los aportes de Ferenczi (1933), Bion (1965, 1966), Winnicott
(1958,1972, 1974, 1988) y Lacan (1962).
Un primer paso que nos permitirá avanzar en este sentido es el concepto de disrupción. Hay una fuerte tradición
que se refiere a cualquier evento fuerte e intenso con la confusa fórmula “situación traumática”. A mi entender es
de suma importancia disponer de un vocabulario preciso que nos permita distinguir las distintas variables en juego
en este tipo de situaciones. Todo evento extraordinario, no habitual o indeseable suele ser calificado de traumático,
asignándole a priori el hecho de producir un efecto devastador en el psiquismo, desconociendo la singularidad y la
especificidad de los diferentes eventos fácticos, la singularidad del sujeto que vive la situación y lo propio de la
relación entre un evento específico y un sujeto singular. Calificar una situación como traumática por la potencia o
intensidad que el consenso social le asigna es adjudicar un rasgo propio del orden psíquico a un evento del orden
de lo fáctico.
No son, entonces, las características de la situación las que determinan lo traumático, sino el particular encuentro
entre una situación y la especificidad con que un determinado psiquismo la vivencia. Postulo esta diferenciación,
más allá de las meras disquisiciones lingüísticas, por su valor en la clínica analítica a partir de la posibilidad de
distinguir los desórdenes por disrupción, a diferencia del reduccionismo presente en el tan mentado síndrome de
estrés postraumático, propuesto por el DSM IV. Así, los Desórdenes por Disrupción son aquellos desórdenes
psíquicos activados por la irrupción de eventos o situaciones fácticas, que producen en el sujeto distorsiones de la
vivencia afectando, de esa manera, las cualidades de la experiencia.

Sobre la “vivencia traumática” y el “vivenciar traumático”. En las conferencias del año 15 Freud distingue
entre la vivencia Erlebnis y el vivenciar Erleben, sin embargo no explicitó su diferencia (Freud 1915). Sosteniendo la
especificidad de los términos, pretendo presentar lo específico y lo común entre los conceptos “vivencia traumática”
y “vivenciar traumático”. La explosión de una bomba, un accidente de tránsito, o cualquier evento disruptivo que
incida en un psiquismo constituido, con defensas adecuadas, podrá provocar una “vivencia traumática”. Puntualizo
así el hecho que una “vivencia traumática” está relacionada a un evento fáctico circunscrito en el tiempo y en el
espacio (Benyakar 1989). A diferencia de esto el “vivenciar traumático” remite a un proceso en el cual el displacer y
la frustración se transforman en constantes procesos de un psiquismo que tiende a estructurarse, con un afecto
que carece de representación. Este modo de vivenciar emerge como traumático al desplegarse lo pulsional del
infans en un medio ambiente en el cual falla la función maternante o mediatizadora.
Enfatizo que en estos casos no hablamos de fenómenos producto de un evento fáctico singular, circunscrito en el
tiempo y el espacio, como lo hacemos al referirnos a la “Vivencia Traumática”, sino a un proceso continuo en la
temprana infancia. El “vivenciar traumático” nos remite a la forma en que se desarrolla el proceso de constitución
del vacío.
Tanto en el Proyecto (1950a [1895]), como en la Interpretación de los Sueños Freud utiliza el término “vivencia” al
referirse a “vivencia de satisfacción”, en términos de la calificación subjetiva de la relación entre un factor interno
(como es la tensión creada por la necesidad) y uno externo (que la satisfará). En el término “vivencia” Freud
articula la relación mundo interno (necesidad)-mundo externo (acto de satisfacer), y la “identidad de percepción”
con la “identidad de pensamiento”.

En diversos trabajos he presentado la noción de vivencia traumática como no perteneciente al orden de lo


reprimido, sino de lo no articulado, a partir de la imposibilidad de ser abordada desde la interpretación analítica. El
trauma no es el residuo irrecordable o inolvidable, sino que es una ausencia de articulación entre afecto y
representación, que no puede ser ubicada ni significada.
La “vivencia traumática” refiere a un psiquismo cuyas características son la integración, continuidad e historicidad,
que es lo que nos permite ese especial contacto entre el mundo interno y la realidad. Cuando un evento disruptivo
invade el psiquismo de tal manera que no permite establecer ningún tipo de relación, se produce ese colapso,
modo en el cual la vivencia traumática se inscribe en el psiquismo.
Me interesa poder dar cuenta de mi concepción acerca de la vivencia traumática, para poder diferenciarla del
proceso de duelo.

Duelo y trauma. Es común la idea de que todo lo terrible, doloroso o penoso es necesariamente traumático. Se
habla de la muerte de la madre de un niño, o la pérdida de un hermano haciendo alusión al trauma padecido,
reafirmando una y otra vez la ecuación pérdida = trauma. Conjugar duelo y trauma es producir una fórmula en la
cual un término neutraliza al otro. En “Duelo y Melancolía” Freud define al duelo como la “reacción ante la pérdida
de un ser amado o de una abstracción equivalente como la patria, la libertad, o un ideal”. Se trata de un trabajo
psíquico autónomo que posibilita la elaboración de la pérdida. La vivencia traumática, en cambio, se caracteriza por
la pérdida de la capacidad de elaboración circunscripta a un determinado momento en presencia de una situación
fáctica dada. Justamente la capacidad para llevar adelante un trabajo de duelo permite que la pérdida no amenace
la vivencia de continuidad del sujeto, y que la constante interacción plástica mundo interno-mundo externo,
pasado-presente-futuro, no se vea desarticulada, como ocurre en la vivencia traumática. En el trabajo del duelo, la
falta en lo real moviliza el orden simbólico, produce desorden, mientras que en la vivencia traumática no hay
posibilidad de articulación entre afecto y representación

Mi experiencia clínica y la revisión de la literatura psicoanalítica me llevaron a conceptualizar el trauma


estableciendo una marcada diferencia entre éste y el proceso de duelo. A diferencia del proceso de duelo, nuestra
labor en relación a la vivencia traumática, será desarrollar un espacio transicional que posibilite la elaboración y
articulación de esta vivencia. Tratando de evitar que quede congelada o petrificada como consecuencia del
enfrentamiento con lo irremediable de la pérdida, ya que lo predominante en la vivencia traumática es la no
articulación entre afecto y representación. En la vivencia traumática la pérdida será la de la posibilidad o capacidad
de articulación entre afecto y representación. Por su dinámica, esta vivencia mantendrá al objeto perdido en un
constante presente psíquico.
El término que he acuñado para enfatizar la cualidad de lo incorporado (a diferencia de lo introyectado) es el
“introducto”, que conserva su carácter de “cuerpo extraño”. Por su cualidad de no transformación se cristaliza al
modo del teratoma, metáfora feliz que Ferenczi utiliza para postular lo traumático como un quiste de tejidos
heterogéneos al tejido en el que anida. Este modo en que lo externo sostiene sus cualidades preceptuales, permite
establecer una diferencia teórica entre la internalización forzada −o pasiva− e introyección −o internalización
activa−. (Benyakar, M. & Lezica, A. 2005).

El “Orden de lo Traumático” nos remite inexorablemente a la forma en que la amenaza opera en el psiquismo. Es
imprescindible dilucidar las cualidades y características de las amenazas para evaluar el material clínico emergente.
Analizar la especificidad de la forma en que opera la amenaza en el psiquismo nos permitirá repensar el “Orden de
lo Traumático” diferenciándolo de lo que pertenece al “Orden de lo Ominoso”. Generalmente se tiende a homologar
ambos conceptos que, a mi entender, pertenecen a un orden estructural y fenomenológico absolutamente
diferente, a pesar de que en la clínica, pueden emerger en forma combinada. Lo ominoso debe ser entendido como
un particular interjuego entre lo no familiar y lo conocido y lo familiar y no conocido. Cuando ese interjuego
aparece en cualquiera de sus dos dimensiones nos encontramos con un fenómeno del orden de lo ominoso, como
amenaza o como evento fáctico. Ambos poseen cualidades disruptivas.

Lo disruptivo de la pérdida puede devenir traumático, ominoso o trabajo de duelo.


Sin la implosión de lo no propio, no se desplegarán fenómenos pertenecientes al orden de lo traumático. En el
orden de “Lo Ominoso” la amenaza surge a consecuencia de que lo percibido fluctúa entre la sensación de lo
propio con lo no propio. Surge el interrogante en que forma se desarrollan cada uno de estos procesos y como se
relaciona lo ominoso con lo traumático.

Acerca de Lo ominoso. Si bien Freud comenzó a elaborar esta obra mientras escribía Tótem y tabú, no es casual
que haya decidido publicarla un año antes de Más allá del principio del placer. Lo ominoso en el espacio originario
es la percepción de lo pulsional como no propio. Es una sensación de extrañeza que emerge de nuestras propias
percepciones internas. En palabras de Piera Aulagnier, podríamos decir que los elementos de cada espacio psíquico
serán heterogéneos respecto a los otros espacios. La labor de representación es la transformación de eso que
emerge heterogéneo en homogéneo a cada uno de los espacios, sosteniendo el principio de continuidad,
coherencia e integración.
Así, la aparición de lo pulsional como heterogéneo puede tener dos destinos, persistir como heterogéneo o ser
metabolizado transformándose en homogéneo.
Ya en 1817 Ernst Theodor Amadeus Hoffman en el cuento el “Hombre de la Arena” −uno de sus Cuentos
Nocturnos−, presenta con virtuosidad literaria la forma en que Nathaniel −el protagonista central− va
desarrollando sus amenazas internas percibiéndolas como amenazas externas hasta llevarlo al suicidio (Hoffman, E.
1817).

El vivenciar será traumático en la medida que el mundo externo, destinado a funcionar como sostén, en lugar de
cumplir una función contenedora permanezca carente de figuras mediatizadoras o factores maternantes
suficientemente buenos. Así lo ominoso se conjuga con el “Vivenciar Traumático”. Por lo tanto a mi entender lo
“esencialmente ominoso”, o sea lo ominoso que emerge desde lo originario, es inherente a la evolución normal del
psiquismo desde las primeras etapas del desarrollo del infans. Estos componentes esencialmente ominosos tendrán
dos destinos. Podrán funcionar como un factor de “violencia primaria”, violencia sana y necesaria para el desarrollo
del infans que posibilitará el desarrollo de un psiquismo con defensas adecuadas, o como “violencia secundaria”,
perjudicial, obstructiva y patogénica que lleva a perpetuar lo pulsional como heterogéneo, produciendo “patologías
del vacío”, producto del “vivenciar traumático”, como los “desórdenes psicosomáticos”, entre otros.

En su artículo “Lo Ominoso” Freud se centró en la aparición del doble, y la compulsión a la repetición. Surge la
pregunta ¿por qué compulsión?, y ¿repetición de qué, por qué y para qué? Cada uno de los caminos para
enfrentarse con estos interrogantes consiste en profundizar en los procesos del psiquismo, y ahondar en las formas
de elaborar lo no propio en propio, que el acaecer pulsional determina.
El intento de metabolización, o sea la transformación, de lo no propio en propio, se convertirá en compulsivo en la
medida que el afecto permanezca carente de representación. El sujeto se transforma en un sirviente de sus propias
pulsiones viviéndolas como extrañas.

En la compulsión el psiquismo vive a lo propio como extraño, y el procesar psíquico es percibido como dictaminado
por esas sensaciones que perduran como extrañas. Por ello entiendo que lo ominoso acrecienta sus cualidades
amenazantes al perdurar como no propio. Se trata de amenazas intra-psíquicas que operan a-posteriori.
A mi entender, la esencia del proceso de repetición está determinada por la búsqueda permanente de la
representación, para así poder metabolizar esas sensaciones, no representadas, poniéndolas en relación y en
sentido.
Estableciendo las diferencias entre el “Vivenciar Traumático” y la “Vivencia Traumática” he tratado de conjugar los
puntos relevantes, que diferencian y articulan entre lo esencialmente ominoso y lo traumático, para poder ser
abordado en los procesos de duelo. De esta forma pretendo continuar dialogando acerca de esta problemática en
el abordaje de la clínica psicoanalítica.

http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=180

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