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La eficacia es la aptitud que poseen los actos jurídicos para producir las consecuencias; que
conforme a su naturaleza deben producir, dando nacimiento, modificando, extinguiendo,
interpretando, o consolidando situaciones jurídicas o derechos de los administrados.
Es evidente que todo acto humano, expreso o tácito, está vertebrado por su sentido teleológico^
por su dirección finalista, por su intención; que todo acto humano, de la causa al fin, busca la
producción de unos efectos leterminados; que todo acto humano, en suma, postula una singular y
concreta eficacia. Y esto, que se predica do cualquier acto, es particularmente aplicable al acto
administrativo. No- podía ser de otro modo, cuando la Administración es esencialmente actividad,
cuando la Administración se desgrana, siempre y en todas partes, en un número incontable de
actos, de realizaciones, para la consecución de los intereses públicos que tiene confiados. La
extensión y complejidad, siempre ín crescendo, de los fines que sirve, la inaplazabilidad de su
cumplimiento, el carácter público que ofrecen, obligan a la Administración a actuar, y a actuar sin
dilaciones, incluso con escaso o ningún tiempo para la premeditación, para la reflexión. No es azar
que de labios de Bonaparte, el máximo político de la Administración moderna, brotara la frasf :
á'abotd je m'engage, puis jf'v pense- Y parece escrito para la Administración el famoso dicho
goethiano : Im Amfang war die. Tat, en el principio era la acción