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ARAMAYO
JAVIER MUGUERZA
CONCHA ROLDAN
(Editores)
LA PAZ Y EL IDEAL
COSMOPOLITA
DE LA ILUSTRACIÓN
temos
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Gráficas Molina
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quier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva
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I.ELTEXTODEKANT:
PROBLEMAS E INTERPRETACIONES
lPazperp.,
2 Metafísicasección segunda, proemio.
de las costumbres, primera parte («Teoría del Derecho«), sección ter
cera, conclusión.
3Pazperp., sección segunda, segundo artículo definitivo.
*Metafís. de las cost., § 62.
A MODO DE INTRODUCCIÓN
10 Paz perp., Apéndice I («De la garantía de la paz perpetua«). Cf. asimismo los
opúsculos sobre filosofía de la historia, en particular la Idea de una historia uni
versal desde un punto de vista (o en clave) cosmopolita, de 1784.
" En el referido artículo de la Rev. de Est. Polít., pp. 61-62.
A MODO DE INTRODUCCIÓN
4 Cfr. el séptimo principio de sus «Ideas para una historia universal en clave cos
mopolita» (Ak. VIII, 24-25) o la observación final de su «Probable inicio de la his
toria humana» (Ak. VIH, 121): «dado el nivel cultural en que se halla todavía el
género humano, la guerra constituye un medio indispensable para seguir haciendo
avanzar la cultura», en I. Kant, Ideas para una historia universal en clave cosmo
polita y otros escritos sobre filosofía de la historia (versión castellana de Concha
Roldan y Roberto R. Aramayo), Tecnos, Madrid, 1987/1994, p. 74.
5 Cfr. K. U., V, 263 [citamos la versión castellana de Manuel García Morente].
Todos los autores citados hasta el momento comparten idéntico parecer al defen
dido por los antiguos, sobre todo en la época de los cesares, parecer del que supo
ne un buen exponente Juvenal, quien en sus Sátiras dejó escrito lo siguiente:
«Nunc patimur longae pacis mala, Luxuria incubuit victumque ulciscitut orbem»
(VI 293-294).
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«No hay que esperar que los reyes filosofen o que los filósofos
sean reyes, mas tampoco hay que desearlo; porque detentar el poder
corrompe inexorablemente el libre juicio de la razón» (Ak. VIH, 369).
Kant no cita a Platón, pero se refiere a él en un tono de complicidad
para el lector avisado8. Kant había leído en la Politeia: «Si los filó-
8 La referencia obligada para este caso es el escrito publicado anónimamente por
Ludwig Heinrich Jakob bajo el título de Antimaquiavelo, o sobre los límites de la
obediencia ciudadana (Halle, 1794).
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sofos no llegan a ser reyes en los Estados o los actuales reyes y deten
tadores del poder no filosofan sinceramente y con fundamento, aunán
dose el poder político y la filosofía, no hay término alguno para el
mal, tanto para las naciones como para el género humano» (473c-d).
La rectificación kantiana del principio del rey-filósofo se fundamenta
en su propia teoría de la separación de los poderes en la república, y
luego habremos de volver sobre ella. De momento nos interesa repa
rar en la concepción platónica de la paz; Kant se había referido a la
República en la Crítica de la razón pura9, declarándola un paradigma
con el que juzgar su propia filosofía política y del derecho. Es más,
su doctrina de las ideas y su teoría de la razón se desarrollan recu
rriendo directamente a Platón. Nuestro interés aquí por Platón no se
basa en la búsqueda de una fuente histórica, sino en su relevancia
para el análisis del pensamiento kantiano. La filosofía práctica de
Platón representa en éste un elemento constitutivo, aun cuando haya
experimentado toda una metamorfosis.
La polis platónica descansa en la división del trabajo; en el trato
con la naturaleza no humana se manifiesta como algo favorable el
hecho de que los hombres configuren una simbiosis, cuyos miem
bros se especialicen en determinados trabajos necesarios y ejecuten
éstos para los restantes miembros de la comunidad simbiótica. La
sociedad se vuelve por ello un cuerpo humano más extenso. Se des
plegará la lógica interna del crecimiento y de la organización esta
mental, en la que cada uno hace lo suyo (suum quisque), con un domi
nio cognoscitivo orientado hacia el bien; imperio cognoscitivo: la
separación del poder político respecto de una instancia más alta, cual
es el conocimiento del bien, no es posible (tal como Kant querrá sos
tener frente a Platón dentro de un nuevo contexto). La polis es una
configuración autárquica, un mundo autosuficiente. El hecho de que
existan otros Estados es una pura contingencia para la que, pese a
todo, la polis está preparada. El segundo estamento, el de los guar
dianes armados, no se ocupa tan sólo del mantenimiento de la ley en
el interior, sino de precaverse también contra posibles peligros pro
venientes del exterior. La polis misma es un Estado pacífico y evita
toda guerra injusta en base a su dinámica interna, pues lo que resulta
bueno y justo en sí mismo, también lo es para propios y extraños; la
una pacífica liga europea, cuya defensa será asumida por Kant con
una locución casi más estereotipada contra el reproche de que seme
jante foro sea una quimera13.
Ensoñación, quimera: tales son los eslóganes que quienes con
forman la praxis a la experiencia lanzan contra una mera teoría sin
vigor para la práctica. Kant, el platónico de la razón práctica, se sitúa
en esta nueva gigantomaquia sobre la cima de la pura teoría. Sin
embargo, tal como el Abbé de Saint Pierre concibió su paz perpetua,
tampoco es realizable en opinión de Kant, pues, aun cuando la idea en
cuanto tal sea racionalmente necesaria, no deja de estar mal empla
zada. El tratado kantiano se propone la tarea de desarrollar o, mejor
dicho, constatar la necesidad ética de tal empresa y, por otra parte, pro
porcionar las condiciones bajo las cuales la inobjetable idea del abad
no es ninguna quimera. «Tanto el Abbé de Saint Pierre como vos mismo
os habéis aprestado a viajar por el país de las quimeras», escribe
Sylvestre Chauvelot a Kant en 179614. El tratado de 1795 fue conce
bido justamente para responder a este reproche. La tesis kantiana viene
a contestar así: los Estados feudales que el abad tenía en mente son
incapaces de cimentar constitucionalmente una política de paz; la repú
blica burguesa, sin embargo, está concebida en su estructura interna de
tal modo que eluda por principio la guerra ofensiva; en cambio, el espí
ritu de comercio burgués conduce hacia la paz, pues el comercio pre
supone la cercanía o incluso contraposición pacífica de los pueblos.
15 Cfr. esta sentencia de Fichte: «el hombre no puede ser heredado, ni comprado,
ni regalado...» (cfr. Johann Gottlieb Fichte, Gesamtausgabe der Bayerischen
Akademie der Wissenschaften, hrsg. von R. Lauth u. H. Jacob, Stuttgart/Bad Cannstatt,
1964 ss., vol. I, p. 173; cfr. Reivindicación de la libertad de pensamiento -ed. de
Faustino Oncina-, Tecnos, Madrid, 1986).
16 Cfr. la bibliografía brindada por Jochen Hennigfeld, «Der Friede ais philoso-
phischen Problem. Kants Schrift Zum ewigen Frieden», en Allgemeine Zeitschrift
für Philosophie 8 (1983), pp. 24-25. Geismann (op. cit., pp. 369-376) interpreta
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21 Sobre la filiación francófila que los coetáneos de Kant podrían detectar en este
artículo preliminar, cfr. Domenico Losurdo, op. cit., pp. 157-181.
22 Se introduce aquí una idea que ya había sido expuesta con anterioridad (cfr. el
apéndice I del Weimarer Reinschriftfragment editado por Lehmann), pero que no se
había aplicado a las leyes universales de la razón («Estas son las leyes permisivas
de la razón...» -Ak. VIII, 373). No se recurre a la introducción de las leyes permisi
vas realizada poco antes en los artículos preliminares.
23 De modo similar se dice respecto a la división tripartita entre derecho civil,
derecho de gentes y derecho cosmopolita: «Esta división no es arbitraria, sino nece
saria con respecto a la idea de una paz perpetua» (Ak. VIII, 349). Aquí la triada no
es entendida como una división racional necesariamente a priori, sino en cuanto al
contenido de la relación recíproca entre los hombres, la de los Estados entre sí y la
de los hombres para con los Estados. Allí no tiene una función principio-teorética
en el escrito y la dudosa (cfr. el § 25 del manual de historia de la filosofía de Johann
Gottlieb Buhle, Lehrbuch der Geschichte der Philosophic, Góttingen, 1798) posi
ción sistemática de la ley permisiva es indicada como de pasada en una nota.
24 Como ilustración de una concepción atemporal de una ley permisiva cabría
recordar que, mientras en algunos recintos ciertas acciones son preceptivas, en otros
están prohibidas y en una zona intermedia se ven permanentemente consentidas.
25 Cfr. Ak. VIII, 347-348.
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26 Cfr. Ak. VIII, 372: «toda falta ha de ser enmendada de inmediato y con impe
tuosidad». En su respuesta al tópico de Kant August Wilhelm Rehberg había enfa-
tizado esta «antinomia» (esa colisión de las leyes constatada por Quintiliano) con
la que ya estamos familiarizados: «Contra un sistema de determinaciones positiva
mente demostrables a priori del derecho natural aplicado al mundo del hombre, no
puede derivarse ninguna otra cosa salvo la total disolución de la actual constitución
civil»; la «teoría de las revoluciones» es una consecuencia inexorable del sistema
del derecho natural (cfr. Dieter Henrich -Hrsg.-: Kant, Gentz, Rehberg, Über Theorie
und Praxis, Frankfurt, 1967, p. 128).
27 Cfr. Reinhard Brandt, «Das Erlaubnisgesetz, oder: Vernunft und Geschichte in
Kants Rechtslehre», en Rechtsphilosophie der Aufklarung (Symposium celebrado
en Wolfenbüttel durante 1981), hrsg. von R. Brandt, Berlin/New York, 1982,
pp. 250-255. Rousseau termina su escrito editado postumamente (1782), el «Jugement
sur le projet de paix perpétuelle», con el problema que Kant intenta solucionar con
la ley permisiva: Las ligas entre naciones sólo podrían imponerse con revoluciones
«et sur ce principe qui de nous oseroit dire si cette Ligue Européenne est a désirer
ou a craindre? Elle feroit peut-étre plus de mal tout d'un coup qu'elle n'en pré-
viendroit pour des siécles» (cfr. J. J. Rousseau, op. cit., vol. Ill, p. 600). Kant parece
haber tomado nota del escrito; en un anexo de las Lecciones de Antropología de
mediados de los años ochenta (¡y no antes!) se indica textualmente: «Por eso dice
Rousseau mismo: Es mejor ser su [de los príncipes -RB] enemigo que su ciudadano.
Pues las naciones se vuelven bárbaras en su interior mismo a causa de estas gue
rras» (Antropología-Mrongovius, 129; dentro de poco en el vol. XXV de la edición
de la Academia). La afirmación parece hacer referencia a la siguiente cita del
«Jugement»: «Enfin chacun voit assés que les Princes conquerans font pour le moins
autant la guerre a leurs sujets qu'á leurs ennemis et que la condition des vainqueurs
n'est pas meilleur que celle des vaincus» (cfr. J. J. Rousseau, ed. cit., vol. Ill, p. 593).
En la Antropología-Mrongovius se acoge positivamente el plan de paz y con el pen
samiento puesto en un poder que «tiene un fuerte control» (129) sobre las senten
cias legales de un derecho de gentes. Falta la vinculación a una organización repu
blicana de las naciones implicadas. Esto último vale también para la «Idea para una
historia universal en clave cosmopolita» de 1784; aquí la liga de naciones no es con
seguida por las naciones, sino que, por el contrario, las naciones consiguen una fuerza
legal interior satisfactoria únicamente a través de la intervención de un cuerpo de
Estado poderoso (cfr. Ak. VIII, 24). Rousseau aparece nombrado todavía junto al
«Abbé de St. Pierre».
44 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
considerar la «naturaleza de las cosas» por motivos de prudencia, «los cuales obli
gan a ir a donde uno no quiere». Aquí se apela bajo la denominación de naturaleza
humana a que «en ella siempre está vivo el respeto por el derecho y el deber» (Ak.
VII, 313), por lo tanto, justamente la parte racional de los ciudadanos, que no acep
tarán a la larga la injusticia permanente por motivos morales. A fin de cuentas es
indiferente para el cálculo prudencial de los gobernantes, respecto del nolentem
trahunt, si los arrastra al patíbulo la razón de los maltratados ciudadanos o su meca
nismo de inclinación.
36 En la teoría kantiana del bien supremo hay al menos una muy esperanzadora
garantía de la realización de nuestros fines propuestos por la razón; cfr. u. a.V 107
ss. (K.p.V. «Dialéctica de la razón práctica»). En ambos casos se trata de un ámbito
esencial para la realizabilidad de nuestros fines moralmente necesarios de la acción,
un ámbito que ya no depende del poder del que actúa.
37 Este término no es utilizado por Kant ni en las obras publicadas ni en la corres
pondencia.
LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
para los individuos, con la habitual hipostatación retórica: «El que una nación entera
deba determinar invadir un país vecino a causa del saqueo, es imposible, mientras
en un Estado, en el cual todos son iguales, la rapiña no se convierta en el botín de
guerra de unos Pocos, sino que se reparta a partes iguales entre Todos, pues la pro
porción que le corresponde a cada individuo no merecería nunca más las penas con
llevadas por la guerra» (cfr. J. G. Fichte, ed. cit., vol. VI, pp. 273-274, El destino del
hombre).
42 Cfr. J. J. Rousseau, ed. cit., vol. Ill, pp. 428-431 (Del Contrato Social, III, 15).
El motivo apremiante del debate kantiano está dado por un artículo de Biester en su
Berlinischer Monatsschrift, cfr. HeinerF. Klemme, op. cit., pp. 114 y 132-133.
43 En G. Cavallar, op. cit., p. 151, queda oscuro lo que hay que entender bajo este
concepto. Dreier (cfr. op. cit., pp. 474-478) intenta buscar una aclaración; con todo,
no me parece posible comprender la «llamada discrepancia 'platónica' entre el ideal
(esto es, la respublica noumenon) y la realidad que renquea constantemente detrás»
(p. 476) como una referencia de la representación, porque el pueblo que se repre
senta no es idéntico con la república ideal.
44 De ahí el criterio jurídico: «lo que el pueblo en su conjunto no puede acordar
sobre sí mismo, tampoco puede acordarlo el legislador sobre el pueblo» (Ak. VI,
327). La posibilidad de una determinación semejante de la voluntad general garan
tiza que en ella también están representadas las personas jurídicas, las cuales están
excluidas de la participación real por motivos naturales (todos los menores de edad
por naturaleza, como por ejemplo niños y mujeres) o a causa de su estatus no-autó
nomo en la sociedad. Si la voluntad general no es representativa, como es el caso
50 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
de las antiguas democracias (cfr. Ak. XXIII, 167) o del contrato social rousseau-
niano, entonces los ciudadanos que votan formulan en el poder legislativo siempre
sólo su voluntad particular como general; la voluntad de la minoría vencida y de los
ciudadanos pasivos ya no está representada con ello en la ley.
45 Cfr. especialmete Ak. VII, 90 nota; cfr. también la cita del manuscrito-
Antropología de Kant no editada en la publicación del libro de 1798: «La respuesta
a la pregunta de si la guerra debe tener o no lugar, la determinan en lo sucesivo los
gobernantes que detentan el poder» (Ak. VII, 410). La cuestión no se refiere a una
ley universal, sino que se restringe al poder legislativo a la hora de tomar una de-
46 El primer crítico en este sentido es Platón mismo, cfr. Nomoi 732 e. August
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ción de esta (no denominada así por Kant) antinomia entre Estado
mundial y estado de guerra es la confederación pacífica de Estados
libres y autónomos.
El derecho de gentes se funda también —contrariamente a lo que
sucedía en el Abbé de Saint Pierre— «en un federalismo de Estados
libres» (Ak. VIII, 354), no de Estados despóticos. El interés propio
de los príncipes, que había sido apelado hasta ese momento en los
planes de paz y de confederación, se manifiesta como una base ina-
propiada para la sociedad de naciones. A los príncipes les resulta fácil
disponer de los recursos para llevar a cabo la guerra: el ejército per
manente, un tesoro o crédito estatal; y no sabrán renunciar a este
medio para dar pábulo a su ambición, puesto que pueden sustraerse
muy cómodamente a las miserias de la guerra50.
Kant apuesta por las repúblicas y especialmente por Francia. Si
la fortuna favorece que un pueblo poderoso e ilustrado se convierta
en una república, éste puede servir como núcleo de una coalición
federativa con otros Estados (Ak. VIII, 356). A partir de aquí se exten
derán planetariamente las ligas pacíficas de Estados republicanos51.
(La razón no experimenta ninguna simpatía por el poligenismo de
las asociaciones republicanas; al igual que la constitución del mundo
tiene lugar a partir de un centro identificable aun en el espacio infi
nito, tal como la humanidad se remite a una pareja originaria, así se
origina la sociedad de naciones a partir de la federación con una pri
mera república que, como Kant quiere, no cabe localizar en los
Estados Unidos de América, sino en Francia52. El nuevo mundo no
está más allá del océano, sino que comienza —por fidelidad a la cita—
con los cañonazos de Valmy en Europa; con ello, no sólo no hay plu
ralidad geográfica de nuevos comienzos, sino tampoco temporal).
De parte de la Naturaleza descansa el argumento anunciado ya
al principio, con el que Kant recoge el problema de la degeneración
moral de los seres humanos en el estado de paz. La Naturaleza separa
a los pueblos y con ellos a los Estados por medio de la diversidad de
lengua y religión y por medio de ello proporciona tensiones cons
tantes y «el más enérgico celo» que resulta de ello (Ak. VIII, 367);
la guerra puede acabar sin que el espíritu mercantil corrompa moral-
mente a los seres humanos y los convierta en beast of burden52.
El derecho cosmopolita. Como ha quedado claro, no es posible
un Estado mundial basado en razones jurídicas. El derecho interna
cional se restringe al derecho de hospitalidad, al cual puede aspirar
cualquier ser humano en cuanto persona y poblador de la tierra (en
la terminología de la Metafísica de las costumbres, es propio del tuyo
y mío internos poder residir en alguna parte de este globo)54, el cual,
sin embargo, no fundamenta ningún derecho de expansión y coloni
zación ulterior. El forastero tiene un derecho de visita, nada más55.
Con ello se salva la vida del huésped voluntario o involuntario, pero
no se constituye ninguna paz entre los pueblos.
La siguiente idea afirmativa aparece por el lado de la Naturaleza.
La Naturaleza reúne a los seres humanos y fomenta con ello la paz
entre los pueblos gracias al egoísmo recíproco. «Se trata del espíritu
comercial que no puede coexistir con la guerra» (Ak. VIII, 368). La
libre circulación de mercancías sólo es posible —tal y como reza el
argumento tan a menudo citado— en la paz; por consiguiente, la paz
es favorecida como premisa del enriquecimiento y por ello consigue
aquí, también merced a una astucia de la Naturaleza, lo que la razón
práctica exige de los seres humanos56.
Por parte de la antropología se construyen, por lo tanto, dos argu
mentos complementarios que apoyan la idea de la paz. Los ciudada
nos no votarán por la guerra (ofensiva), para alejar de sí los perjui
cios que conlleva; y el comercio sólo es posible bajo las condiciones
de paz. El secreto está, por lo tanto, en el cálculo de perjuicios y pro
vecho del antiguo tercer estado57, que ahora se ha convertido sin más
ni más en la burguesía. El Abbé de Saint-Pierre apela al verdadero
interés de los príncipes; pero su razón de estado no era refutable por
su ratio, sus passions no se dejaban conducir a sus reales y verdade
ros intereses. Kant señala que las pasiones del ciudadano son idénti
cas con sus intereses y que la presunta razón de estado es absorbida
por su racionalidad; el ciudadano se muestra apasionado por evitar
la guerra y está interesado en la instauración de una paz general.
56 La función de paz del comercio que une a los pueblos se opone a la «conducta
inhospitalaria de los Estados civilizados, especialmente los comerciantes, de nues
tra parte del planeta» (VIII 358). Las dos formas en las que Kant describe el comer
cio, corresponden a las fases históricas de las relaciones extraeuropeas, tal y como
las describe Urs Bitterli en Alte Welt neue Welt, Munich, 1986: Hasta entrado el siglo
xvm fueron colonizados los continentes recién descubiertos y explotados para la
importación de materias primas, pero se cambió de opinión en la segunda mitad del
siglo xvm: Se confiere valor a las relaciones comerciales bilaterales para obtener el
provecho mutuo y para aumentar el bienestar común, se desiste de la fundación de
colonias y se busca el encuentro con los llamados salvajes para humanizarlos. Cfr.
en particular las aclaraciones a De Gérando: «Con Voltaire se vuelve De Gérando
vehementemente contra los crímenes de los poderes coloniales europeos [...]. De
acuerdo con Dalrympe y De Brosses, pero también con los escritos del economista
inglés Adam Smith, ve De Gérando en el inicio y mantenimiento de las relaciones
comerciales el medio más adecuado, no sólo para conseguir la paz entre los pue
blos, sino también para aspirar a la civilización y con ello al bien general» (p. 198).
Como complemento resulta interesante ver la división del colonialismo en cuatro
épocas, que Cavallar (cfr. op. cit., pp. 227-234) realiza en compañía de otros auto
res; cfr. la blibliografía ofrecida en la nota 4 de la p. 227.
57 Para la organización de estamentos antes de 1789, cfr. la tríada de Consejo de
finanzas (tercer estado, pagador de impuestos), Intelectual y Oficial en el escrito de
la Ilustración de 1784 (cfr. Ak. VIH, 36-37). Cfr. al respecto Reinhard Brandt,
D'Artagnan und die Urteilstafel. Über ein Ordnungsprinzip der europaischen
Kulturgeschichte (I, 2, 3/4), Stuttgart, 1991, pp. 40-43.
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58 Cfr. I. Kant Menschenkunde —hrsg. von Fr. Ch. Starke—, Leipzig, 1831,
p. 291.
¡ 6 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
con los temas ya tratados del escrito de la paz. Por una parte, se rela
ciona la libertad de publicación antes de Kant y en Kant con la liber
tad del comercio; por otra parte, se coloca la libertad de pluma en
una tradición, que separa la información pública y la formación del
juicio de los tres restantes poderes como un cuarto poder.
Shaftesbury escribe en su ensayo Freedom of Wit and Humour:
«El ingenio representa su mejor solución. Libertad y comercio han de
ser una y la misma cosa. El único peligro es el del embargo. Tanto
aquí como en el caso de los negocios. Las imposiciones y las restric
ciones no sirven sino para mermar su potencialidad. Nada le resulta
tan ventajoso como un puerto franco»60. Kant retoma el motivo de la
analogía de la libertad de comercio y libertad de publicación en la
Contienda entre las facultades: El comerciante dice al ministro: «Haga
buenos caminos, acuñe buena moneda, proporciónenos un derecho de
cambio ágil y todo eso, pero respecto a lo demás, ¡déjenos hacer! Una
respuesta similar sería la que habría de dar la Facultad de filosofía,
cuando el gobierno le preguntase sobre la doctrina que ha prescrito al
estudioso en general: limitarse a no estorbar el progreso del conoci
miento y de las ciencias» (Ak. VII19-20 nota). Ningún embargo, nin
gún monopolio de comercio61 y ninguna censura por parte del gobierno.
Si se reclama la libertad de opinión y de publicación de los eruditos,
se le presenta esta exigencia al promotor-naturaleza de la paz, junto a
la de una política económica liberal.
El segundo punto se refería al principio de la división de pode
res. El que la posesión del poder corrompe irremediablemente el libre
juicio de la razón, se hace valer contra el concepto platónico de una
unidad necesaria de ambos. En la doctrina kantiana misma de la divi
sión de poderes no aparece ninguna unión de ambas cosas, aunque
su reclamación de la libertad de pluma se encuentra en la tradición,
que en el siglo xix condujo consecuentemente a la idea de un cuarto
poder. En el «Contrato social» de Rousseau se expone claramente la
conexión, no de la prensa sino de la opinión pública, con la división
de poderes, y desde luego con la indicación de que el legislador se
ocupe en secret de esta instancia en el Estado; quizá se acordaba Kant
62 Cfr. J. J. Rousseau, ed. cit., vol. Ill, p. 394 (Du Contrat social, II, 12). Para la
localización histórica cfr. J. Habermas, op. cit, pp. 110-116.
63 Platón, Politeia, 473 d.
64 Cfr. D. Herrich, op. cit.
O B S E RVA C I O N E S C R I T I C O - H I S TO R I C A S 5 9
VI. Anti-Maquiavelo
70 Esto coincide con la concepción originaria del apéndice titulado «Sobre la con
fluencia de la moral y la política con objeto de la paz perpetua» (cfr. Gerhard
Lehmann, «Ein Reinschriftfragment zu Kants Abhandlung vom ewigen Frieden
(1795)», en Beitrage zur Geschichte und Interpretation der Philosophic Kants, Berlín,
1969, pp. 53 y 59. 1969, 53 y 59).
71 Considerándolo con más detenimiento, la incompatibilidad de una máxima con
la publicidad es un criterio con respecto al derecho (Ak. VIII, 381), mientras que las
máximas que necesitan publicidad también armonizan con la política (Ak. VIII,
386); política entendida aquí no sólo como doctrina del derecho en ejercicio (Ak.
VIII, 370), sino como tarea de armonizar en las medidas con la finalidad de los ciu
dadanos (aquí: el «público»), es decir, la realización de la propia representación de
felicidad (Ak. VIII, 386).
72 En este punto de la polémica de Kant con los partidarios alemanes de Burke,
cfr. Faustino Oncina, op. cit., pp. 175 y 192, nota 27.
73 La designación de un principio jurídico como trascendental es singular y nece
sita de una explicación (en muchas publicaciones se considera la filosofía práctica
de Kant generalmente como parte de la filosofía trascendental; bajo estas falsas pre
misas, la discusión del «concepto trascendental del derecho público» (Ak. VIII, 381)
pasa naturalmente desapercibida y necesita de interpretación). Kant mismo presenta
LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
la abstracción de toda materia del derecho como fundamento para el uso del con
cepto, de manera que resta la forma de la publicidad, «cuya posibilidad contiene en
sí una pretensión de derecho» (Ak. VIII, 381). En los Principios metafísicos de la
doctrina del derecho no se utiliza para este estado de cosas el concepto de lo tras
cendental; necesita también de una condición suplementaria, para no otorgar tam
bién, por ejemplo a la matemática, el estatuto de un conocimiento trascendental.
74 Cfr. K.r.V, A 820, B 848; cfr. también los comentarios de Kant en la carta a
Jacob Sigismund Beck del 1 de julio de 1794 (Ak. XI, 496).
75 Cfr. al respecto Ak. ,V 213 (en el § 8 del «Segundo momento» de la «Analítica
de lo bello»; a este segundo momento pertenece también el § 9).
O B S E RVA C I O N E S C R I T I C O - H I S TO R I C A S 6 3
I. INTRODUCCIÓN
II. PLANTEAMIENTO
1 Mis citas de las obras kantianas van en el texto mismo y se refieren a la edición
de la Academia (volumen, página, líneas). Para un estudio analítico, H. -G. Schmitz:
«Moral oder Klugheit? Überlegungen zur Gestalt der Autonomie des Politischen im
Denken Kants». En Kant-Studien, 81 (1990). 413-434.
LA CONEXIÓN DE LA POLÍTICA CON LA ETICA 67
su teoría, lugar a una discrepancia que fuera algo más que un simple
hecho, en principio incorrecto.
La armonía posible viene, pues, del primado de la Moral. La
Moral debe guiar a la Política. Reconoce, desde luego, Kant que
«lamentablemente, la práctica contradice con frecuencia la proposi
ción: "la honradez es la mejor política"» —ello sería, valga comen
tar, algo así como un simple encantamiento de la serpiente por la
paloma...— Pero sí vale, en cambio: «la honradez es mejor que toda
política» y es «su ineludible condición» (370, 23-27). La paloma,
pues, por difícil que ello sea, debe guiar a la serpiente. Así y sólo así
se obtiene la armonía.
sión» ...En todo caso, nos desborda todo ese tipo de reflexión teórica
(380, 15-21).
Más sano es, concluye, no negar validez objetiva a los princi
pios del Derecho, sino orientar por ellos las relaciones de los pue
blos, «objete lo que objete la política empírica» (380, 26). Y aquí
inserta la expresión ya citada, según la cual «la verdadera Política no
puede dar un paso sin rendir tributo a la Moral» (380, 27-28). ¿Ha
quedado justificada...?
Este debate del «político moral» (con el que se identifica Kant)
y el «moralista político» (al que es fácil dar el nombre de Machiavelli)
termina para Kant con una victoria sin concesiones. La paloma
—podemos decir si volvemos al símbolo inicial— vence; y se com
promete a servir de guía a la serpiente. Pero no es difícil conjeturar
que los partidarios de la serpiente no lo verán así. Y quizá el mismo
Kant no estaba tan tranquilamente contento con su victoria, puesto
que añadió:
aunque la Política es en sí un arte difícil, su conjunción con la Moral no
es ningún arte; ya que ésta corta el nudo que aquélla no podía desatar en
cuanto surgen desavenencias entre ambas [380, 28-32].
Ya sólo añade Kant que deja para otra ocasión el explicar y desa
rrollar este principio. Es lástima. Porque, a mi entender, esta última
es la formulación en la que más ha conseguido acercar Moral y
Política. Sigue siendo el filósofo ético quien habla; sigue tratándose
de traducciones del imperativo categórico al terreno político. Pero
tengo la impresión de que, esta vez, el político pragmático podría
quedar más cerca de aceptar de grado la norma que se le brinda.
Veámoslo algo más de cerca. Sujeto del principio kantiano son
«máximas» de actuación que puede un político proponerse para obte
ner determinados fines. Tampoco esta vez el enunciado kantiano (uni
versal) es simplemente convertible. No mantiene, por tanto, Kant que
no puedan ser morales máximas de un político que no necesiten de
la publicidad. «Necesitar» (bedürfen) de la publicidad para la efica-
LA CONEXIÓN DE LA POLÍTICA CON LA ETICA 73
cia («para no fallar en los fines que se proponen») viene a ser una
garantía de que no se esconde en ellas engaño ni injusticia para nadie.
Pues, al conocer tal intención, el amenazado se pondría en guardia y
podría frustrarla. Es algo como lo que hoy solemos llamar «transpa
rencia en las actuaciones públicas».
En el fondo de un principio así sigue estando el imperativo cate
górico, que pide la universalizabilidad de las máximas como garan
tía del respeto a la dignidad humana. Pero mediante la explicita-
ción de la necesidad de publicidad, se añade la apelación a un posi
ble consenso fáctico de todos los interesados —algo que en el
procedimiento de decisión ética individual es meramente presu
mido por el individuo que toma la decisión—. Aun sin contar con
que el «moralista político» vaya a comprometerse con el impera
tivo categórico, podría en ciertos casos apreciar como pragmática
mente razonable la propuesta kantiana. Cabe replicar, desde luego,
que el acuerdo no es grande, puesto que su «racionalidad» no coin
cidirá con la pedida por Kant. El esfuerzo de aproximación tiene
un límite.
hubiera sido todavía peor!) Pero el Poder se hace Leviatán —el dis
curso de Kant no lo ha mencionado, pero ello está en su trasfondo4.
Y Leviatán es duro para los humanos. Y cuenta con el fiel servicio
de la serpiente (el «moralista político»).
Así las cosas, algo importante ocurre en la historia política
humana, cuando, al menos, se va dejando oír la voz de la paloma (el
«político moral», al que Kant ha encarnado sin demasiado éxito dia
léctico). Nada hay más deseable para el bien de esa historia que tal
voz vaya teniendo más y más audiencia, con presentaciones que mejo
ren la kantiana. Y quizá no es demasiado optimismo esperar que,
efectivamente, irá siendo así.
de la política». Frente a ataques como éste hay que comenzar por res
ponder concediendo: sin duda, tal sobreentendido existe y, además,
con cierta molesta frecuencia se trata de la verdad (no pocas veces,
los políticos son corruptos o incompetentes básicos con sorprendente
carisma). Sin embargo, cuidado, pues, si no me equivoco, la mala
fama de la política es, en realidad, la mala fama de la democracia.
En tales alegatos se tiende a olvidar que la corrupción ha exis
tido también en cualquiera de los otros regímenes políticos que regis
tra la historia y que sólo su crítica minuciosa y, a veces, con buenos
argumentos, ha sido una posibilidad, por lo demás, a menudo reali
zada, de los regímenes democráticos.
Por eso, luego de aceptar cualquier ataque que evoque la dema
gogia y corrupción propias de las diferentes democracias reales, hay
de inmediato que agregar: los regímenes políticos emanados de cons
tituciones democráticas son compatibles con el hecho que los ciuda
danos, cegados por alguna manipulación, no defiendan sus propios
intereses y hasta defiendan las posiciones más contrarias a ellos; no
obstante, estamos ante la única clase de régimen político en la que
existe la posibilidad de que los ciudadanos también puedan criticar
en público esas manipulaciones y defender efectivamente lo que ellos
consideran sus intereses más legítimos.
De ahí que el ataque, más que en contra de una constitución o
de un régimen democrático, haya que dirigirlo tal vez en contra de
una constitución o de un régimen democrático convertido en un feti
che cuyo proceder se piensa en tanto perpetuum mobile: sin duda, un
régimen democrático, como cualquier régimen político, no consti
tuye un artefacto que, una vez puesto en marcha, funciona indefini
damente con energía propia; por el contrario, se trata de un «arte
facto» que, aunque formal, o precisamente, por formal, necesita a
cada paso de la energía externa material que le pueda otorgar la pobla
ción sujeta a ese régimen.
La expresión «energía externa material» refiere en este contexto
a las creencias, deseos y sentimientos, propios de una población, así
como a sus intereses y formas de vida: nadie defiende un régimen
político que no considere como una fuente de bienes inmediatos y
mediatos, quiero decir, ningún pueblo defiende un sistema político
que no considere que sea, además de virtuoso, materialmente bene
ficioso, esto es, que realice más o menos plenamente alguna forma
de la «buena vida». Esta «energía externa material» es, pues, lo que
Hegel llamaba «Sittlichkeit», conjunto de valores efectivamente vivi
dos en un pueblo, junto con sus costumbres, rutinas..., que podría
expresarse también con la expresión de Wittgenstein, «forma de vida»,
SOBRE LA CONSIGNA «HACIA LA PAZ, PERPETUAMENTE
Según Adam Smith las leyes del mercado parecen hallarse subrepti
ciamente regidas por una especie de mano invisible, una secreta instan
cia que se las ingenia para rentabilizar del mejor modo posible nuestras
motivaciones egoístas, logrando que, al perseguir cada cual su propio
beneficio, este objetivo redunde a su vez en provecho de toda la comu
nidad. Kant rebautizará este misterioso mecanismo con el nombre de
insociable sociabilidad. Como buen lector de Mandeville, también pre
ferirá un próspero panal de «abejas» antes que una idílica Arcadia de
pacíficas «ovejas» en donde, a la par que los conflictos, brille por su
ausencia cualquier atisbo de progreso en todos los órdenes. Sin el anta
gonismo de nuestras inclinaciones nunca llegaríamos a desplegar todas
nuestras potencialidades. Ahora bien, este mecanismo ajeno a nuestra
voluntad —que muchas veces ha sido comparado con la hegeliana astu
cia de la razón—, lejos de invitarnos al conformismo, dentro del plan
teamiento kantiano constituye un acicate para la paulatina transforma
ción del orden establecido. Ese plan oculto de la Naturaleza, detectado
por su filosofía de la historia, tiene como principal misión hacer que no
descarguemos en el Destino toda nuestra responsabilidad. En defini
tiva, se trata de apostar en términos pascalianos entre la desesperación
y la esperanza: uno ha de creer que todo aquello cuanto debe hacer
resulta factible por definición, acuñándose así la divisa kantiana del
«debo, luego puedo».
«El confín divino de la moral no retrocede
ante Júpiter (el confín divino del poder),
porque éste se halla sometido al Destino».
(Zum ewigen Frieden, Ak., VÜJ, 370)
I. PROEMIO ROUSSEANIANO
1 «El abad de Saint Pierre escribe sin elegancia ni persuasión algunas y, sin
embargo, no ceso de leerlo. ¿Por qué? Pues porque su razonamiento siempre resulta
eficaz; porque su política está tan bien fundamentada sobre la moral que la mayo
ría de sus máximas de Estado representan consejos de la virtud». Cfr. Fragments et
notes sur l 'Abbé de Saint Pierre, en J. J. Rousseau, Oeuvres completes, Seuil, Paris,
1971, vol. II, p. 374.
2 Cfr. op. cit., p. 369.
3 Cfr. Extrait du projet de paixperpétuelle de M. L'Abbé de Saint Pierre, ed. cit.,
vol. n, p. 343.
4 Cfr. op. cit., p. 344.
5 Ibid.
LA VERSION KANTIANA DE «LA MANO INVISIBLE» 103
8 Cfr. Extrait du projet de paix perpétuelle de M. L 'Abbé de Saint Pierre, ed. cit.,
vol. II, p. 334.
9 Cfr. Jugement sur le projet de paix perpétuelle, ed. cit., vol. II, p. 348.
10 Cfr. Que l'état de guerre nait de l'état social, ed. cit., vol. II, p. 386.
LA VERSION KANTIANA DE «LA MANO INVISIBLE» 105
11 Cfr. Jugement sur le projet de paix perpétuelle, ed. cit., vol. II, p. 350
12 Cfr. Opúsculos satíricos y filosóficos (pról. de Carlos Pujol; trad, y notas de
Carlos R. de Dampierre), Alfaguara, Madrid, 1978, pp. 246-248. (Debo a la Dra.
Concha Roldan el haberme hecho reparar en estas páginas de Voltaire.)
13 Cfr. ibid., p. 248.
14 Cfr. ibid.
15 Cfr. Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, Ak.,
VIII, 24; en I. Kant, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros
escritos sobre filosofía de la historia (versión cast, de Concha Roldan y Roberto R.
Aramayo), p. 14.
106 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
19 Cfr. Religion innerhalb der Grenzen der blofien Vernunft, Ak. VI, 100.
20 Cfr. Reí, Ak. VI, 34. En este pasaje me ha hecho reparar el profesor Antonio
Pérez Quintana.
21 Atributo de ciertas divinidades de la mitología grecorromana, cuya misión con
sistía en llevar los mensajes y dispensar los favores del Olimpo; con él transformaba
Mercurio las tinieblas en luz, fuente de prosperidad y bienestar. Esta insignia de
Mercurio fue considerada por los gentiles como símbolo de la paz y luego fue uti
lizada como emblema del comercio.
22 Cfr. Refl. 1464, Ak., XV, 644; fragmento 168 de mi Antología de Kant (ed. de
Roberto R. Aramayo), Península, Barcelona, 1991, p. 114. Quiero aprovechar para
enmendarme la plana y subsanar un error en esta versión castellana. Allí traduje
Merkur por azogue (mercurio), creyendo que Kant se refería mediatamente con ello
a la fabricación de un espejo. Asociación tan alambicada no podía sino ser errónea.
Sólo ahora caigo en la cuenta de que nos hallamos ante un término bien distinto,
cual es «caduceo» (Merkurstab), que Kant ha consignado mediante abreviatura,
como en tantas otras ocasiones de su Nachlafi.
23 Cfr. B. Mandeville, La fábula de las abejas o Los vicios privados hacen la pros
peridad pública (comentario crítico, histórico y explicativo de F. B. Kaye; versión cas
tellana de losé Ferrater Mora), Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 14.
108 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
que necesita de un señor», dado que «reclama sus derechos sin gus
tar de reconocer los de los demás»28. En una de sus Reflexiones sobre
Antropología Kant dejó escrito lo siguiente:
El ser humano es una criatura que necesita de un señor. Esto le degrada
entre todos los animales que no precisan de señor alguno para mantenerse
en sociedad. La causa estriba en su libertad, en que no se ve propulsado
por el instinto natural, que uniformiza a todos los miembros de una espe
cie, sino por antojos y ocurrencias que no propician unidad alguna. Precisa,
pues, de un señor que le llame al orden, siendo así que verse dominado
y limitado es lo que más detesta. Se somete en aras de garantizar su pro
pia seguridad, aparentando acatar de buen grado la autoridad que le pro
tege frente a los otros; sin embargo, siempre anhela en secreto sustraerse
a sí mismo de esa autoridad y conservar una libertad sin ataduras, gus
tando al mismo tiempo de que los demás se sometan a la coacción de la
ley en sus relaciones con él. Se da perfecta cuenta de la equidad de la ley,
no deseando sino constituir una excepción a ella29.
28 Cfr. Refl. 1464, Ak., XV, 630; Antología de Kant, ed. cit., p. 114.
29 Refl. 1500, Ak. XV, 785-786; Antología de Kant, ed. cit., p. 117.
30 Cfr. Idee..., Ak. VHI, 23; ed. cast, cit., p. 12.
31 Cfr. Zum ewigen Frieden, Ak. VIII, 352; cfr. Federico II de Prusia/Voltaire,
Antimaquiavelo (ed. a cargo de Roberto R. Aramayo), Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1995, p. 16.
110 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
32 Cfr. Zum ewigen Frieden, Ak. VIII, 353n, así como sus correspondientes
Vorarbeiten, Ak. XXIII, 166.
33 Cfr. Der Streit der Fakultaten, Ak., VH, 87n.
34 Cfr. Zum ewigen Frieden, Ak. VIII, 380.
35 Cfr. Zum ewigen Frieden, Ak. Vin, 370.
36 «Cabe preguntarse si existe algo sistemático que articule la historia del obrar
humano. Toda ella se deja guiar por una idea rectora: la del derecho» (Refl. 1420,
Ak., XV, 618; Antología de Kant, ed. cit., p. 113).
37 Cfr. Metaphysik der Sitien, Ak. VI, 489.
LA VERSION KANTIANA DE «LA MANO INVISIBLE» 111
señor aún más poderoso: la justicia. Pero lo que nos interesa resaltar
ahora es esa plena identificación de la justicia con el destino que
vemos establecida en el texto recién citado. Al final de su Teoría y
práctica Kant da en llamar a los Jefes de Estado «dioses de la Tierra»
y les advierte que la naturaleza de las cosas podría llevarles por la
fuerza hacia donde no se quiere ir de buen grado, citando el celebé
rrimo adagio estoico de fata volentem ducunt, nolentem trahunt3*,
esto es, «el destino sirve de guía a quien lo acata, pero arrastra tras
de sí a quien se le resiste».
Dentro del escenario kantiano que venimos reconstruyendo, los
diosecillos del Olimpo de la política quedan sometidos a una deidad
que se halla por encima del mismísimo Zeus, cual es ese imperio de
la justicia que Kant viene a identificar con el omnímodo destino de
los estoicos. El soberano que no se revele como un buen vasallo de
semejante señor tendrá que atenerse a las consecuencias. Aquel sobe
rano que no acometa de buen grado las reformas pertinentes para ir
adaptándose a los imperativos del derecho y la justicia, estará propi
ciando con sus omisiones el advenimiento de una revolución.
38 Cfr. Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt aber
nichtfür die Praxis, Ak. VIII, 313; en I. Kant, Teoría y práctica (versión castellana
de Manuel Francisco Pérez López y Roberto R. Aramayo), Tecnos, Madrid, 1986,
p. 60.
39 Cfr. La filosofía del Estado en Kant, La Laguna, 1952, pp. 95 y ss. Queriendo
rendir un modesto homenaje a su autor, estas páginas fueron añadidas a la lección
inaugural del seminario que dio lugar al volumen colectivo editado por Javier
Muguerza y Roberto R. Aramayo, Kant después de Kant (En el bicentenario de la
«Crítica de la razón práctica», Tecnos, Madrid, 1989.
112 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
l
gado a decir, adoptando la perspectiva de una inexorable lógica jurí
dica y otra muy distinta lo que apuntó desde la peculiar atalaya del
filósofo de la historia.
Desde un punto de vista estrictamente jurídico, la rebelión repre
senta pura y simplemente algo absurdo y sin sentido40. Ciertamente,
no cabe instaurar una instancia judicativa que pueda mediar entre los
ciudadanos y su soberano, a fin de resolver semejante contencioso
por la vía judicial. Ésa es la razón de que, incluso ante una flagrante
infracción de la ley por parte del gobernante, al subdito no le resulta
lícito sino quejarse y denunciar esta injusticia, pero sin resistirse a
ella41. Ahora bien, si proseguimos nuestra lectura, comprobaremos
que al final de todo este razonamiento, el autor de la Metafísica de
las costumbres concede su beneplácito a los procesos revoluciona
rios: «toda vez que la revolución haya tenido éxito y fundamente una
nueva constitución, la ilegitimidad de su origen y ejecución no puede
exonerar a los subditos de la obligación de someterse como buenos
ciudadanos al nuevo orden de cosas, ni tampoco pueden negarse a
obedecer lealmente a la autoridad que detenta ahora el poder»42. Este
aserto es bien coherente con lo que se nos ha dicho al comienzo del
capítulo en cuestión, donde se ha declarado al origen del poder
supremo como algo inescrutable para el subdito, el cual no debe suti
lizar a este respecto, debiendo resultarle indiferente que la violencia
se halle en la base del pacto de sumisión al poder supremo43.
En Hacia la paz perpetua, Kant dictamina que «en la guerra nin
guna de las dos partes puede ser declarado enemigo injusto (porque
esto presupone ya una sentencia judicial), siendo su desenlace (al
igual que ante los llamados juicios de Dios) lo que decide de qué lado
está el derecho»44. ¿Y acaso no es una guerra lo que declaran los revo
lucionarios al poder establecido? En el primer Apéndice del ensayo
cuyo bicentenario celebramos ahora se nos dice: «si mediante la vio
lenta impetuosidad propia de una revolución, provocada por una mala
49 Cfr. Streit der Fakultaten, Ak., VII, 86-87; ed. cast, cit., pp. 89-90.
50 Cfr. Streit der Fakultaten, Ak. VII, 85; ed. cast, cit., p. 88.
51 Esto lo sabemos gracias a una carta de Marcus Herz fechada el 9 de julio de
1771 (cfr. Ak. X, 126).
LA VERSION KANTIANA DE «LA MANO INVISIBLE» 115
52 Cfr. Refl. 6864, Ak. XIX, 185; en Antología de Kant, ed. cit., p. 74.
53 Cfr. Streit der Fakultaten, Ak. VII, 86; en Ideas..., ed. cast, cit., p. 91.
54 «Puede que uno de los mayores anhelos del criticismo fuera el saber distinguir
las vanas ilusiones de los auténticos ideales, el contar con una piedra de toque para
poder discriminar entre quimeras o espejismos y aquello que merezca ser catalo
gado como una verdadera meta práctica, es decir, entre las ensoñaciones fantasio
sas y los quiliasmos inspirados por la esperanza. Esta piedra de toque la encontró
en el sentimiento moral del entusiasmo, en esa simpatía llena de apasionamiento
merced a la cual un espectador desinteresado sabe distinguir al mercenario de aquel
otro que lucha por el derecho del pueblo y está defendiendo un ideal moral. La faena
del entusiasmo no consistirá, en definitiva, sino en tomar el pulso a esa esperanza
que oficia como una suerte de «apercepción transcendental» en la que podríamos
bautizar como Crítica de la razón ucrónica; esa obra que, haciendo honor a su título,
Kant no cesó de redactar a lo largo de su vasta producción, esbozando continua
mente sus líneas maestras» (cfr. Roberto R. Aramayo, Crítica de la razón ucrónica.
Estudios en torno a las aporías morales de Kant —pról. de lavier Muguerza—,
Tecnos, Madrid, 1992, p. 30.
55 El título del mismo podría ser el de «La "piedra filosofar del formalismo ético»,
pues eso es lo que viene a representar para la ética de Kant el entusiasmo. Se trata
de una categoría moral (muy emparentada con el juicio estético de lo sublime) que
nos descubre algo descartado por sus premisas morales: el hecho de que un acto
«patológicamente» determinado entrañe abnegación y desinterés, en lugar de ser
egoísta. Y, por si esto fuera poco, este tipo de acciones también generan en el obser
vador más o menos imparcial aquel mismo respeto que nos inspiraba la ley moral
(cfr. «La pseudoantinomia entre autonomía y universalidad: un diálogo con Javier
Muguerza y su imperativo de la disidencia», en El individuo y la historia, Paidós,
Barcelona, 1995).
116 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
Así las cosas, casi es preferible contar con una comunidad com
puesta por demonios antes que por ángeles, dando por buena la fábula
de Mandeville. Como ya hemos visto, Kant prefería un enjambre de
abejas egoístas, cuya laboriosidad esté acicateada por la envidia y el
afán de dominio, antes que un rebaño de arcádicas ovejas donde reine
la más adocenante de las concordias. Las pasiones constituyen el motor
de todo progreso y la génesis del orden social más loable, al rentabili-
zar con provecho «el mecanismo natural de contrarrestar las inclina-
70 Cfr. Zum ewigen Frieden, Ak. VIII, 369. Cfr. Roberto R. Aramayo, «De la
incompatibilidad entre los oficios de filósofo y Rey, o del primado de la moral sobre
la política», presentación a I. Kant, Por la paz perpetua (versión castellana de Rafael
Montestruch y nota preliminar de Juan Alberto Belloch), Ediciones del Ministerio
de Justicia e Interior, Madrid, 1994, pp. xxx-xxxix.
120 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
con la esperanza de que las cosas vayan a ser como debieran, dado que
todo es posible todavía; nada nos impide proponernos arribar algún día
hasta ese cielo estrellado que colma nuestro ánimo de admiración, desa
filándonos a emprender viaje y surcar indefinidamente esa galaxia de uto-
pemas ucrónicos que nos acerca hasta él o, mejor dicho, no deja de inci
tarnos a «hacer camino» por el sendero de la ética, una senda cuyo hori
zonte se torna bien distinto según se trate del alba o del ocaso77.
77 Cfr. Roberto R. Aramayo, Crítica de la razón ucrónica, ed. cit., pp. 57-58.
6. LOS «PROLEGÓMENOS» DEL PROYECTO
KANTIANO SOBRE LA PAZ PERPETUA*
Concha Roldan
Instituto de Filosofía del CSIC
I. ANTECEDENTES EN LA «LETRA»
DE LA PAZ PERPETUA KANTIANA
17 «Mon dessein est de proposer des moyens de rendre la Paix perpétuelle entre
tous les États Chretiens», cito por la reimpresión de la Ed. de S. Goyard-Fabre, Fayard
1986, p. 9. A partir de ahora, citaré por esta edición, mencionando el número de página.
18 Así enuncia estas proposiciones en el prefacio de su Proyecto (p. 11 de
la ed. mencionada): «Io. La constitution présente de 1'Europe ne scauroit jamais
produire que des Guerres presque continuelles; parce qu'elle ne scauroit jamais
procurer de süreté suffisante de l'execution des Traitez. 2o. L'Equilibre de puis
sance entre la Maison de France et la Maison d'Autriche ne scauroit procurer de
süreté suffisante ni contre les Guerres Etrangéres, ni contre les Guerres Civiles,
et ne scauroit par consequent procurer de süreté suffisante soit pour la conser
vation des États, soit pour la conservation du commerce»; entre las pp. 22 y 48
procura demostrar estas proposiciones, oponiendo el imperio de la ley frente a
la fuerza y reflexionando sobre los graves inconvenientes que representan los
poco sólidos tratados y ligas temporales realizados hasta la fecha; en su opinión,
una Sociedad permanente lo suficientemente potente sería garantía suficiente de
134 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
solidez, evitando las guerras entre ellos por un arbitraje perpetuo y disfrutando
de las ventajas de un comercio perpetuo entre las naciones de la unión.
19 «Les mémes motifs et les mémes moyens qui ont suffi pour former autre
fois une Societépermanente de toutes les Souveraneitez d' Allemagne, sont éga-
lemente en nótre pouvoir, et peuvent suffire pour former une Societé permanente
de toutes les Souveraneitez Chrétiennes» (p. 51). Sobre este punto —desarro
llado entre las páginas 51 y 80— volveremos más adelante a través de la crítica
de Leibniz.
20 Saint-Pierre se está refiriendo a la obra de Maximilien de Béthune, duque
de Sully, al servicio del rey mencionado, a quien atribuye su obra titulada
Mémoires des sages et royales oeconomies d'Estat de Henry le Grand (1638).
Según Sully, el rey Enrique IV habría sido el autor de un «gran proyecto» que
contemplaba la constitución de una república europea formada por quince
Estados. No hay duda de que en el espíritu de Sully este proyecto «federativo»
estaba destinado a conjurar la amenaza que los turcos hacían pesar sobre
Europa; con toda seguridad, veía en el proyecto también el medio coyuntural de
oponerse al imperialismo de los Habsburgo (Sully quiere mantener las estructu
ras económicas del momento y justifica sus tendencias conservadoras afirmando
que se trata de un estado querido por Dios; considera que la Providencia ha dado
a las diversas naciones aptitudes diferentes y admite una división internacional
del trabajo en la que Francia se enriquecería sobre todo por la venta de produc
tos agrícolas; la influencia de Jenofonte y las preocupaciones de orden moral
explican que Sully desee hacer de Francia más bien un estado agrario que indus
trial). Pero debajo de una vocación histórica puramente circunstancial, el texto
de Sully traza las líneas maestras de un cuerpo «europeo», primer paso de un
internacionalismo necesario para pensar la paz del mundo.
21 «Si la Societé Européenne que je propose peut procurer a tous les
Souverains Chretiens süreté suffisante de la perpetuité de la Paix au dedans et
au dehors de leurs États, il n'y a aucun d'eux pour qu'il n'y ait beaucoup plus
d'avantages a signer le traite pour l'étabfissement de cette Societé, qu'á ne le pas
signer»22 (p.
Cfr.95).
op. cit. p. 15. Previamente ha escrito: «Tout le Projet se réduit done
a un simple argument, que voici:
LOS «PROLEGÓMENOS» SOBRE LA PAZ PERPETUA 135
cuitad en formar el cuerpo europeo que la que hubo otrora para formar el cuerpo
germánico, para ejecutar en una mayor dimensión lo que antes se ejecutó en una
dimensión más reducida; por el contrario, me pareció que habría menos obstácu
los y más facilidades para formar el cuerpo europeo [...] Los mismos motivos y
los mismos medios que bastaron otrora para formar una sociedad permanente de
todas las soberanías de Alemania [...] pueden bastar para formar una sociedad
permanente de todas las soberanías cristianas de Europa» (Projet pour rendre la
paix perpétuelle en Europa a Utrech, Tours, 1986, pp. 12-13, cit. por E. Garzón
Valdés, «La paz republicana», en Kant: de la Crítica a la filosofía de la religión,
Anthropos, Barcelona, 1994, p. 162).
35 Cfr. «Leibniz' Einstellung zum Projekt des ewigen Friedens ais politi-
sche Voraussetzung für eine europáische Einheit», en Leibniz und Europa. Akten
des VI. Internationalen Leibniz-Kongresses, Hannover 1994, II Teil, pp. 248-
253. Cfr. asimismo «Las raíces del multiculturalismo en la crítica leibniziana al
proyecto de paz perpetua», en Saber y conciencia. Homenaje a Otto Saame, ed.
Comares, Granada, 1995, pp. 369-394.
36 Cfr. al respecto mi artículo «El papel pacificador de la ciencia en
Leibniz», Theoria, en prensa.
37 Se refiere a Emeric Crucé, y el título completo de su obra fue Le nouveau
Cynée ou Discours des ocasions et moyens d'établir une paix genérale et la
liberté du commerce par tout le monde (1623). Tomando como protagonista a
Cynéas, confidente del rey Pyrrhus, Crucé expone un programa de paz univer
sal. Dicho programa está unido, de manera muy original para la época, a las con
diciones económicas del país. Por ello, se sitúa mucho más cerca de
Montchrestien, inventor de la economía política (su Traite d'économiepolitique
había aparecido en 1615), que del humanismo erasmiano. Pero Montchrestien
era belicista; las guerras eran, según él, uno de los medios de consolidar la uni-
LOS «PROLEGÓMENOS» SOBRE LA PAZ PERPETUA 141
42 Cfr. carta cit. a Grimarest, loe. cit., p. 44. Todavía más irónicamente
escribiría a Conrad Widou, senador de la república de Hamburgo, el 30 de octu
bre de 1716, poco antes de morir: «Si el abad de Saint-Pierre pudiera volverlos
a todos Romanos y hacerles creer en la infalibilidad del Papa, no habría necesi
dad en absoluto de otro imperio que aquel del Vicario de Jesucristo».
144 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
5' Cfr. OC II, p. 348 (cfr. ed. cast, cit., pp. 38 y ss.).
52 «Convengamos, pues, en que el estado relativo de las potencias de
Europa es propiamente un estado de guerra, y que todos los Tratados parciales
entre algunas de estas potencias son más treguas pasajeras que auténticas paces»
(Extrait..., OC II, p. 337; ed. cast, cit., p. 7).
53 Cfr. trad. Abellán, p.41.
54 El opúsculo Que l'Etat de guerre natt de l'état social enuncia con toda
claridad su crítica a la postura hobbesiana, concluyendo «No hay guerra entre
los hombres, sólo hay guerra entre los Estados» (OC II, p. 383; ed. cast, cit
p.53).
148 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
55 OC II, p. 349.
56 Cfr. A. Truyol y Serra, art. cit. en nota 7, p. 53.
57 OC II, p. 335; ed. cast, cit., pp. 2-3.
58 Cfr. S. Goyard-Fabre, op. cit., 170.
LOS «PROLEGÓMENOS» SOBRE LA PAZ PERPETUA 149
4. EL PLANTEAMIENTO KANTIANO
63 «A partir de una madera tan retorcida como de la que está hecho el hom
bre no puede tallarse nada enteramente recto», afirmará en Ideas para una his
toria universal en clave cosmopolita, Ak. VIII, 23 (ed. cast, de Roberto R.
Aramayo y Concha Roldan, Tecnos, Madrid, 1987, p. 12).
64 Cfr. ibid., Ak VIII, 28 (ed. cast. pp. 19-20.
65 Cfr. ibid., Ak. VIII, 20 (ed. cast. pp. 9-10).
66 Cfr. ibid., Ak. VIII, 27 (ed. cast. p. 17).
LOS «PROLEGÓMENOS» SOBRE LA PAZ PERPETUA 1:
2 Kurt von Raumer, Ewiger Friede. Friedensrufe und Frieáensplane seit der
Renaissance, Karl Alber, Freiburg/München, 1953; H. Durchhardt, Gleichgewicht
der Krcifte, Convenance, europaisches Konzert: Friedenskongresse und
Friedensschlüsse vom Zeitalter Ludwigs XIV bis zum Wiener Kongrefi,
Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1976; Z. Batscha/R. Saage,
Friedensutopien. Kant, Fichte, Schlegel, Górres, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1976;
M. Buhr/S. Dietzsch, lmma.nu.el Kant, Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer
Entwurf. Texte zur Rezeption 1796-1800, Reclam, Leipzig, 1984; Anita y Walter
Dietze (Hrsg.), Ewiger Friede? Dokumente einer deutschen Diskussion um 1800,
Gustav Kiepenheuer Verlag, Leipzig/Weimar, 1989; G. Cavallar, Pax Kantiana.
Systematisch-historische Untersuchung des Entwurfs «Zum ewigen Frieden»
(1795) von ¡mmanuel Kant, Bóhlau Verlag, Wien-Kóln-Weimar, 1992.
3 El ensayo fue rechazado previamente en tres ocasiones por el editor del
Philosophisches Journal, Niethammer, quien instó, una vez tras otra, a Schlegel
a introducir modificaciones (E. Behler, Einleitung a Kritische Friedrich-Schlegel-
Ausgabe —a partir de ahora FS—, Bd. VIII, Munchen, 1966, p. XXVII ss.).
158 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
los hombres y en todos los tiempos. Aquellas creencias no contienen nada más
que el vehículo de la religión, que es accidental y puede variar según los tiem
pos10y Über
lugares»
den(P, 367). und Charakter des Krieges gegen die Franzósische
Ursprung
Revolution, Berlin, 1801, en Dietze, op.cit., p.410.
11 Batscha/Saage, op. cit., p. 32; Cavallar, op. cit., p. 127, y «Kant's Society
of Nations: Free Federation or Worl Republic?», en Journal of the History of
Philosophy, XXXII/3 (1994), p. 461-482,
164 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
mes es, así pues, el ideal hacia el cual la humanidad debe tender
sin cesar, porque su consecución significaría para ella la felicidad
(Glück) absoluta» (JG, 25-26). Kant ofrece el razonamiento inverso,
pues la felicidad, administrada por la política, promete un vergel
para el despotismo. Como fuente de legitimación de un Estado va
ligada al paternalismo: «El mayor despotismo pensable... es el
que está dado por un gobierno constituido sobre el principio de la
benevolencia para con el pueblo, comportándose como un padre
con sus hijos; es decir, por un gobierno paternal (imperiumpater-
nale) en el que los subditos —como los niños menores de edad,
que no pueden distinguir lo que verosímilmente les es útil o
nocivo— están obligados a comportarse de un modo meramente
pasivo, para esperar la manera de ser felices del juicio del jefe del
Estado y de que éste lo quiera, o sea, de su simple benevolencia»12.
El concepto de progreso que maneja Gorres se asemeja al de
Condorcet, cuya mención abre y cierra el escrito13. Su optimismo
ingenuo espera, bajo la férula de Francia, una «paz duradera» (JG,
26). Con simpleza contrasta el pasado tenebroso con el esplendor
del presente y el futuro iluminados por el sol de la razón, una razón
con pasaporte francés. La redención, la salvación ha arribado gra
cias a la Revolución Francesa «tras milenios ahitos de horror y mise
ria humana» (JG, 23). En el nombre de la paz alienta la guerra por
mor de la «felicidad de los pueblos». La revolución mimetiza de este
modo estrategias del Antiguo Régimen. La política que así auspicia
este republicanismo sectario se asienta en la candida convicción de
la paloma de contarse entre un pueblo de ángeles, cuando, en reali
dad, está incubando el huevo de la serpiente, cebando al Estado con
armas ideológicas para que su engorde culmine la «grande Nation».
12 Über den Gemeinspruch, AK VIII, 290-291. Cf. KrV A316 B373; KpV V,
28, 63; VI, 98; VIII, 28.
13IG, 21, 63. La fascinación por Condorcet también está presente en Friedrich
Schlegel, quien inmediatamente antes de su Ensayo sobre el republicanismo
reseña el libro del francés ([Über] Esquisse d'un tableau historique desprogrés
de l'esprit humain. Ouvrage posthume de Condorcet (1795), en FS VIII,3-10.
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 165
21 RPP, 226; FDN,439, 447-448, 452. Cf. Fichtes Briefentwurf An den Kaiser
Franz IL aus dem Jahre 1799, en: Transzendentalphilosophie ais System, hrsg.
v. A. Mués, Hamburg, 1989, p. 313-320. Kant se aleja del platonismo político en
el Suplemento segundo. Artículo secreto para la paz perpetua de su opúsculo
(P, 368-369).
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 173
23III. Bd., diciembre 1800, p. 712-790. A partir de ahora nos referiremos a ese
ensayo con la abreviatura
24 Examina HJ. penetrante varios factores explicativos de este pro
de una manera
ceso degenerativo: el entusiasmo revolucionario, el despliegue de la fuerza armada,
el desarrollo de nuevos recursos financieros y económicos, el servicio militar
universal y el desprecio por los derechos —«esta única garantía cierta de la paz»,
afirma Gentz muy kantianamente— hasta hacerlos desaparecer (HJ, 788-790).
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 175
que otros políticos creen que la guerra tendría un fin si todos los
Estados poseyeran (besafien) una constitución republicana. Me
había propuesto discutir exhaustivamente este sistema, que fue
introducido hace algunos años en Alemania por la autoridad de
un gran hombre y que, en efecto, guardaba una relación directa
con el tema del presente ensayo». Gentz se refiere al primer artículo
con bastante desdén y cree incluso poder ahorrarse una discusión
minuciosa, pues lo achaca a un manifiesto error de Kant: «Tras
una profunda reflexión me convencí de que de hecho esto hubiera
sido un esfuerzo baldío, una pérdida de tiempo. Se ahorra un sin
número de tópicos, si se abandona a su propio destino un error
que, según todo lo que nos ha enseñado la razón y la experiencia,
no puede ni siquiera conservar la apariencia exterior de la ver
dad» (HJ, 788).
Reproduce la virtualidad del republicanismo con las siguien
tes palabras: «la guerra tendría un fin, si todos los Estados pose
yeran (besafien) una constitución republicana». Pero Kant no
afirma esto en absoluto. No mantiene que los ciudadanos no opten
nunca por la guerra, sino sólo que se pensarán mucho romper las
hostilidades: «Si es preciso el consentimiento de los ciudadanos
(como no puede ser de otro modo en esta constitución) para deci
dir si debe haber guerra o no, nada es más natural que se piensen
mucho (bedenken sehr) el comenzar un juego tan maligno, puesto
que ellos tendrían que decidir para sí mismos todos los sufrimientos
de la guerra...; por el contrario, en una constitución en la que el
subdito no es ciudadano, en una constitución que no es, por tanto,
republicana, la guerra es la cosa más sencilla del mundo, porque
el jefe del Estado no es un miembro del Estado sino su propieta
rio» (P, 351). Kant argumenta desde el interés material bien enten
dido de los ciudadanos, desde consideraciones pragmáticas.
Cautamente habla de la «perspectiva», de la «expectativa», de la
«vista» (Aussicht) que tiene puesta la constitución republicana en
la consecuencia de la paz perpetua: «La constitución republicana,
además de tener la pureza de su origen, de haber nacido en la pura
fuente del concepto de derecho, tiene la vista (Aussicht) puesta en
el resultado (Folge) deseado, esto es, en la paz perpetua (de la cual
aquél es el fundamento (Grund))» (P, 351). No se arroga, pues
entonces se situaría extramuros del criticismo, la plena intelec
ción de los nexos causales de los procesos históricos. Concluye,
por tanto, en que es más probable que el republicanismo, en opo
sición al despotismo, promueva la paz. Exige el consentimiento
de los ciudadanos vía representantes para decidir la guerra (AK
176 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
30 HJ, II. Bd., mayo 1800, p. 61-62. Kant le recriminaba al sistema británico
su poco genuino parlamentarismo, en la medida en que el legislativo se dejaba
manipular por el ejecutivo, para quien la pretendida separación de poderes era
una mera coartada con miras a reinar despóticamente con una falsa aura parla
mentaria: «A buen seguro, ofendería a la grandeza del pueblo británico el afir
mar que se hallan bajo una monarquía absoluta, pues, bien al contrario, pretende
que su constitución limita la voluntad del monarca por medio de las dos Cámaras
del Parlamento, en tanto que representantes del pueblo, pero, como todo el mundo
sabe muy bien, el influjo del monarca sobre esos representantes es tan grande e
indefectible que, en dichas Cámaras, sólo se acuerda cuanto él desea y propone
a través de sus ministros, aunque algunas veces propone acuerdos a sabiendas de
que le serán discutidos (v.g., la trata de negros) e incluso hace que se le opon
gan, para dar una prueba de aparente libertad parlamentaria. Esta fraudulenta
presentación de su naturaleza hace que no se busque una constitución verdade
ramente ajustada a derecho, puesto que se cree haberla encontrado en un ejem
plo ya existente y una publicidad engañosa embauca al pueblo con el espejismo
de una monarquía limitada por leyes que dimanan de él, mientras que sus repre
sentantes, sobornados por las corruptelas, lo someten subrepticiamente a un
monarca absoluto».
En una nota a pie de página agrega: «¿Qué es un monarca absoluto? Aquel
que cuando ordena: "¡Que haya guerra!", la hay en seguida. ¿Qué es, por el con
trario, un monarca limitado! Aquel que ha de consultar previamente al pueblo si
debe o no haber guerra y, al contestar el pueblo: "no debe haber guerra", no la
hay. Pues la guerra es un estado en el que todas las fuerzas del Estado han de que
dar bajo las órdenes del soberano. Ahora bien, el monarca británico ha llevado
a cabo muchas guerras sin el consentimiento del pueblo para ello. Por consi
guiente, este rey es un monarca absoluto, aunque no debiera ser tal de acuerdo
con la constitución; sin embargo, el monarca siempre puede pasar por alto esa
constitución, dado que, al dispensar todo tipo de cargos y prebendas, puede ase
gurarse el asentimiento de los representantes del pueblo. Claro está que seme
jante sistema de corrupción ha de sustraerse a la publicidad para tener éxito, ocul
tándose por ello bajo el muy transparente velo del secreto» (AK VII, 90-91).
31 También Kant se desmarca del modelo de Dante de la monarquía universal
180 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
—«fusión por una potencia que controlase a las demás...»— por su ineficacia y
su despotismo o anarquía (P, 367).
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 181
33 Refiriéndose a la sociedad civil, dice: «no puede unir a los hombres sin sepa
rarlos, ni separarlos sin consolidar abismos entre ellos, sin interponer entre ellos
murallas divisorias» (Diálogos para francmasones, en G.E. Lessing. Escritos
filosóficos y teológicos, Ed. Nacional, Madrid, 1982, p. 615). Y poco antes: «el
medio [las constituciones políticas] que une a los hombres para asegurar, mediante
esa unión, su felicidad, al mismo tiempo los separa» (p. 614).
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 18 3
mas para elegir los medios adecuados a sus propósitos interesados». El político
que se aviene a la condición limitativa de la moral es candido como la paloma,
puesto que interioriza las «leyes incondicionalmente obligatorias según las que
debemos actuar», esto es, la máxima de la voluntad buena. Pero sólo esta condi
ción no lo convierte en político. Hay que añadirle un plus que explica el peligro
de corrupción de la razón, ya que el político es primordialmente astuto (klug)
como la serpiente (P, 370). El suplicio de Tántalo radica en reconciliar ambas
dimensiones en la praxis. Un primer paso consiste en eliminar la concepción de
la moral y del derecho como mera teoría o como «prácticas». El político incli
nado a concebirlos como una hipótesis o un enunciado teórico que debe ser com
pulsado empíricamente, apelará a una nutrida serie de hechos que desmentirán
el status teórico del derecho y la moral, y que abocarán al pesimismo en lo que
se refiere a su viabilidad. Mediante la reducción del imperativo a una idea teó
rica, se consigue plegarla a la noción de experiencia, a las prácticas, pues la teo
ría surge a expensas de las prácticas (Theorie aus Erfahrung): «Estos astutos
políticos (staatsklugen), en vez de conocer la práctica (Praxis), de la que se ufa
nan, saben de. prácticas (Praktiken), estando dispuestos a sacrificar al pueblo y
al mundo entero, si es posible, con sus halagos al poder dominante (para no per
der su provecho particular)» (P, 373). Kant se esmera en deslindar entre la pru
dencia política (Staatsklugheit) que tiene como fundamento jurídico la instaura
ción de la federación de pueblos, y las estratagema y subterfugios (Klügelei) de
la pseudopolítica (Afterpolitik), cuyos modos de casuística enumera: 1) Reservatio
mentalis. 2) Probabilismo. 3) Peccatum Philosophicum (peccatillum, bagatelle)
(P, 385). Kant remite al consejero áulico Garve para ejemplificar las máximas
que despliegan esos modos casuísticos. La referencia a Garve no es inocente,
pues es el tutor de Gentz, otro consejero áulico, y puente entre éste y Burke
con su traducción en 1773, de un enorme impacto en Alemania, del ensayo del
último Philosophical Inquiry into the Origin of Our Ideas on the Sublime and
Beautiful de 1756 [cf. J. Whiton, «Friedrich Gentz and the Reception of Edmund
Burke in postrevolutionary Germany», en German Life and Letters, A6IA (1993),
pp. 311-318],
DE LA CANDIDEZ DE LA PALOMA A LA ASTUCIA DE LA SERPIENTE 189
pasaje: «Das reprásentative System der Demokratie ist das der Gleichheit der
Gesellschaft oder die Republik» (XXIII, 342). Es evidente que el cauto Kant
—como haría después Hegel—, sin mentir jamás, sabe decir medias verdades
que no asusten en demasía a un Poder cuya eficiente censura se había manifes
tado ya en toda su crudeza sólo dos años antes de ZeF.
2 Ya antes de ZeF, en 1791, el General Dumouriez declaraba a la Asamblea
Nacional Francesa: «Las leyes constitucionales que estáis elaborando echarán
los cimientos de la felicidad y la fraternidad de las naciones. Esta guerra será la
última» [en Anita y Walter Dietze (eds.), Ewiger Friede? Dokumente einer
deutschen Diskussion um 1800 Munich, 1989, p. 55]. La idea, o el pium deside-
rium, se repetirá ad nauseam. Sin ir más lejos, en el Himno de la Internacional:
«Agrupémonos todos en la lucha final...».
3 Fr. v. Gentz, Über den ewigen Frieden [1800], en Kurt v. Raumer, Ewiger
Friede. Friedensrufe und Friedensplcine seit der Renaissance, Friburgo/Br,.
1953, esp. pp. 483-492.
196 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
así también los seis Artículos Preliminares y, sobre todo, los tres
Definitivos (Republicanismo, Federalismo y Hospitalidad) de
Zum ewigen Frieden precisan para su realización de una garantía,
de una señal o Geschichtszeichen, según la cual se advierta que,
además de su pensabilidad-posibilidad (esto es: su no contradic-
toriedad), la Paz —como el Oráculo deifico de Heráclito—
semainei, «lanza destellos», impulsándonos así a «actuar como si
existiera algo que quizá no exista» (MSR, VI, 354). Pues bien
podría resultar al cabo que lo único «perpetuo» (en el sentido de
fortwahrend) sea, no la Paz (ésta, por ser eterna, quedaría mayes-
tática, radiantemente inmóvil, al otro lado del tiempo), sino el
camino hacia ella. Pero ese camino es un sendero de guerra.
El Escolio I de la obra de 1795 se abre con una figura tan fas
cinante como equívoca, expresada mediante un oxímoron, una
antítesis aparentemente inconciliable. Allí se nos dice, en efecto,
que la garantía de la paz eterna viene dada por «la Naturaleza,
esa gran artista (natura daedala rerum)» (VIII, 360). La expre
sión es de Lucrecio, que entiende esa figura como: «naturaleza
que ordena todas las cosas»6. Y ya es significativo que Kant pida
ayuda al respecto a un materialista mecanicista que, sin embargo,
hace de la Naturaleza una hipóstasis divina y la tiene por princi
pio de orden. Con todo, no es la primera vez que Kant juega con
la concepción sutil de que el mecanismo de la naturaleza irradia
Zweckmassigkeit, «conformidad a fin»7. Ya en la primera Crítica
se entreveía la activa latencia de una freiwirkenden Natur, «(la
cual hace posible todo arte y quizá la razón misma)» (KrV B
654/A 626), y que estaría secretamente en la base de la «idea de
un mecanismo» (KrV B 614/A 646). Pero es sobre todo en el
Apéndice —¡adviértase el paralelismo estructural con la
Garantieerklarungl— de la Teleología de la tercera Crítica
(§§ 80 y s.) donde, a través del juicio reflexionante y el
Hinzudenken («añadir lo que falta, pensando»: remediar una
falta, mediante el trabajo activo del pensar. Esto es: aquí aparece,
ad-viene a nosotros un concepto sintético, mediador entre
Denken y Erkennen; un término ya presente en Idee de 1784
[Tesis IX] y que se repetirá en Zum ewigen Frieden), donde se
dúo ha de vivir a pesar de tener todas las razones del mundo para
dejar de hacerlo (y sólo entonces tiene su acción valor moral),
«viviendo» así en una suerte de Eternidad personalmente repre
sentada, en una suerte de Vida del Espíritu lograda a base de
humillar su individualidad patológica, de igual modo la Especie,
transformada a la fuerza por la Naturaleza en Cultura, ha de aca
bar por forzar a la Fuerza misma, transfigurándose así en
Humanidad (se supone que mediante la autorrepresión de los
Estados-Naciones, que ahogarán constantemente sus «buenos
motivos», sean los que fueren —cf. el Primer Artículo Preliminar
de Zum ewigen Frieden— para entrar en guerra: Paz exterior a
base de interiorizar el conflicto).
La síntesis de ser y deber-ser, de Naturaleza mecánica y de
Cultura, en una palabra no puede ser el vínculo añadido «desde
fuera»; así pues, es necesario que ni en lo más recóndito del
«ser», o, digamos, de la Naturaleza mecánica, se anuncie una
redención. Para empezar, de sí misma, de su inerte condición de
partes extra partes. Es necesario pues que el monótono e inerte
curso mecánico se repliegue y combe, obedeciendo así la
Naturaleza una orden, una astucia ínsita en ella, pero que no es
de ella (igualmente el Cristo habría renegado, ya de siempre, de
su voluntad, poniéndose en manos del Padre: un mismo pliegue,
una misma re-flexión sangrienta articula todas las coyunturas del
sistema kantiano). Y como el Hijo, también la Madre ha de
doblegarse, ha de sacrificarse bajo un Poder superior (dicho sea
de paso, éste es un viejo mito que llega al menos hasta El tiempo
y el otro, de Levinas). Pero esa abnegación tiene su cruel contra
partida, su despótica compensación. En una violenta cadena
sacrificial, aquello que está a la vez bajo el poder de la Naturaleza
«libre» se doblega ante ella, que es así despótica con los anima
les (destinados a morir en favor de la especie) y madrastra con
los hombres, a los que mueve a guerra en favor de la Cultura. Por
lo demás, Kant no explica cómo es que la Vieja Magna Mater se
ha metamorfoseado en madrastra: pero es obvio que para un buen
cristiano —y más para alguien que, en sus concepciones teológi
cas, en vez de seguir un ortodoxo luteranismo se acerca, sin sos
pecharlo, en su rigorismo a las posiciones de un criptojudío,
barruntado por el fino olfato del joven Hegel bernés—, la
Naturaleza nunca podría haber entrado in illo tempore en nupcias
con el Padre, sino a lo sumo presentarse como un travestimento
de Éste. En efecto, ya en la primera Crítica se nos declara que,
con respecto al pensamiento regulativo, teleológico: «tiene que
IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
gía con la doctrina del genio, y tan peligrosa como ésta: pues es
«necesario» el azar para que, al romperse la legalidad anterior
—convertida ya en rutina—, surja otra nueva, más vigorosa y
fresca (sea dicho de paso: quizá aquí, a través de esta extensión
jurídico-política a la doctrina del genio, se encuentre un secreto
lazo de unión entre la libertad trascendental, que corta el tiempo
mecánico, muerto, y abre cadenas significativas, y el héroe-artista
nietzscheano de la Segunda Consideración Intempestiva).
De todas formas, es obvio que ya en estos mismos pasajes se
da cuenta Kant del gravísimo peligro que conlleva una anexión,
un pactum unionis internacional por analogía con el configurador
de una natio como cives. Pues un pueblo sí puede decirse, por
boca de sus miembros: «Es solí unter uns kein Krieg sein», «Que
no haya más guerra entre nosotros» (VIII, 358), integrándose así
voluntariamente en un Estado y sometiéndose a un Poder
(Gewalt) común pero articulado, a fin de allanar pacíficamente
los conflictos. ¿Por qué? ¿De dónde procede esa Befugnisl Todos
los miembros vienen aquí implícitamente considerados como
autóctonos, nacidos de la misma tierra en la que están enterrados
sus muertos —y por ende, ligados en una misma creencia o
Glaubensart—. Aquí es posible entonces, en estrecho parale
lismo con el sentimiento moral del respeto, reprimir el primitivo
status naturae (ese ansia de libertad externa y de dominio sobre
las cosas y sobre otros hombres) para sujetarse a la Ley. Así, de
consuno, los individuos se transfiguran en personas (en princi
pio, representantes por igual del Estado: origen de la necesidad
de la representatividad democrático-republicana) y todas ellas
juntas se aunan —muy spinozistamente— en una única Persona
moral: el Estado-Nación (o más exactamente: el Estado-Persona
que se sirve de la Nación, o sea, de territorio y subditos como ins
trumento para perseverar en su ser: para su autoconservación y
pujanza. De nuevo se apunta aquí una contradicción —difícil
mente salvable— en el intento kantiano de conciliar la libertad
rousseauniana y la sumisión hobbesiana). Pero los distintos
Estados-Personae son, en cambio, literalmente independientes
unos de otros. En este sentido, bien puede hablarse de un status
naturae interestatal, una suerte de bellum omnium contra omnes,
siguiendo das Ideal des hobbes10. De ahí que sea imposible la
señala que «aun para el salvaje» —uno diría, más bien: precisa
mente para el salvaje— el «objeto de la más grande admiración»
es el guerrero (KU §28; V 262), es decir: el hombre que expone
su vida con plena reflexión, domeñando así el instinto primigenio
de la autoconservación. Por eso, sigue Kant: «Incluso en la con
dición más civilizada de todas (allergesittetsten) sigue dándose
esta preferente estimación (el término alemán es más fuerte:
Hochachtung, "alta consideración", F. D.) por el guerrero» (ib.).
En el parangón entre el estadista (Staatsmanns) y el general
(Feldherrn: el señor de la guerra) siempre saldrá perdiendo el pri
mero. Tal es el dictamen del juicio estético. Es más, en un ritmo
ascendente no exento de patetismo, dice Kant que «la guerra
misma, cuando es llevada con orden y respeto sagrado de los
derechos civiles tiene algo de sublime en sí (etwas Erhabenes an
sich) y, al mismo tiempo, hace tanto más sublime el modo de pen
sar (Denkungsart: ¡pero eso es lo que se propone Kant en todos
los órdenes de su filosofar: un cambio en el Denkungsarñ, F. D.)
del pueblo que la lleva de esta manera cuanto mayores son los
peligros que ha arrostrado y cuanto más se ha podido, valeroso,
afirmar en ellos» (V, 263). La verdad es que la primera cláusula
de este apasionado canto a la guerra parece difícilmente compa-
ginable con la segunda, a menos que aceptemos una división
interna al Estado: dos tipos de ciudadanía. Pues bien podríamos
pensar —con Federico II, de cuyas palabras se hace eco Kant en
esta peligrosa loa—" que el burgués se queda en su casa, tran
quilo —ruhig in seiner Hauslichkeit, dice Federico II—, mientras
que en interés suyo y por la gloria del Monarca se bate el «pue
blo», el cual, dado que no debiera estar constituido por mercena
rios (según el Tercer Artículo Preliminar de la paz eterna: VIII,
345), tendría que estarlo por voluntarios. Pero, ¿de dónde proce
dería ese «cuerpo de defensa» sino de la base «natural» de la
nación, del Volk, que redime así su baja estofa al exponer
—y entregar— su vida en beneficio del burgués? Sólo que esta
inaceptable escisión entre pueblo y burguesía —inaceptable para
nosotros, no para Kant ni para el Rey Grande— se aviene además
muy mal con lo que nos sigue diciendo el filósofo en el §28 de la
13 Cf. Karen Landgren, States in Armed Conflict 1989, Uppsala, 1991 (cit. en
Johan Galtung, The emerging conflict formations. Dialektik, 1993/2, p. 46).
NATURA DAEDALA RERUM
4 Cf. Max Weber, Economía y Sociedad, Cap. IX. Hoy se puede ver una recons
trucción precisa en Stefan Breuer, Burokratie und Charisma, WbG, 1994.
222 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
ción de un sistema de Estados fundado en moral, esto es, elevado sobre las
reglas del derecho.
224 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
sCf. Stephan Breuer, Burokratie und Charisma, WbG, 1994, 33, p. 59.
LA GUERRA EN EL PENSAMIENTO KANTIANO 225
9 Ésta es la idea de guerra que Kant tiene en mente desde sus primeros escri
tos. Cf. Begriff der negativen grófien, Ak. II, 199, donde queda claro que se trata
de una guerra mecánica. Incluso la guerra que puede ser sublime, exige ese orden
estricto de la guerra racionalista, basada en maniobras precisas y ordenadas, que
pueden hacer de frío contrapunto con el hecho crucial de que allí está jugando la
muerte su partida. La más soprendente de esta relación entre la guerra clásica y
el racionalismo, se da en el §103 de Lebendige Krafte, de 1746, donde se com
para la demostración de una proposición por una gran cadena de proposiciones
anteriores mediante un método estricto de análisis a la «astucia militar de un ejér
cito que produce una ilusión en sus enemigos al ocultar su debilidad dividién
dose en muchos escuadrones y extendiendo mucho sus banderas». (Ak. I, 113).
Las virtudes de la guerra que Kant contempla no son el arrojo personal, la rabia
o el coraje, todas ellas pasiones que caracterizarán la guerra nacional y la gue
rrilla o guerra pequeña, como este concepto se tradujo en Europa. Su virtud es
el Mut, el valor, que «reposa sobre principios fundamentales y es una virtud»
(Anthropologic, Ak. VII, 256). Supone por tanto esta escisión humana sublime
de aceptar un orden estricto intelectual y reflexivo que también te dice que es un
orden de muerte. Esta reflexión dual te impone al mismo tiempo huir y quedarte.
Para las relaciones entre la guerra y el duelo, que luego tendrá importancia en
Clausewitz, cf. Anthropologic, § 77, Ak. VII, 259.
226 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
nTodavía en 1793 Kant hará uso del ingenioso Swift para describir este equi
librio. Se trata del cuento en el que un ingeniero construye una casa según las
leyes perfectas del equilibiro, pero tan extremo y delicado que al ponerse sobre
ella un gorrión se vino abajo (Ak, VIII, 311. cas. 59).
l3Ranke tiene una observación cercana: «el genio que parece guardar siempre
a Europa de la suerte de caer bajo una tendencia violenta y unilateral [...] ha
sabido salvar siempre con fortuna la libertad y la independencia de sus nacio
nes» (op. cit., p. 75).
LA GUERRA EN EL PENSAMIENTO KANTIANO 229
V. GIRO REVOLUCIONARIO
15 El proceso de Civilización.
232 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
I9E1 texto no deja lugar a dudas: «organizar internamente cada Estado de manera
que no sea su jefe (a quien la guerra no le cuesta nada realmente, porque traslada
su coste a otro, esto es, al pueblo), sino el pueblo, a quien sí le cuesta, el que
tenga la última palabra sobre si debe haber guerra o no (para eso sin duda ha de
presuponerse necesariamente la realización de aquella idea del contrato origi
nario)» (VIII, 310, cast. 57).
LA GUERRA EN EL PENSAMIENTO KANTIANO
11 Sobre la polémica de Kant con los teóricos del Derecho natural, véase
Maximiliano Hernández Marcos, La Crítica de la razón pura como proceso civil.
Sobre la interpretación jurídica de la filosofía trascendental de I. Kant, Tesis
Doctoral, Universidad de Salamanca, 1994, esp. el capítulo 2.
12 Kant, Über den Gemeinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, taugt
aber nicht für die Praxis (1793), AA vol. 8 (1912), pág. 297 (trad. cast, de R.
Rodríguez Aramayo, En torno al tópico: «tal vez eso sea correcto en teoría, pero
no sirve para la práctica, en Kant, Teoría y Práctica, Tecnos, Madrid, 1986,
p. 36). Sobre la idea del contrato en Kant, A. Cortina, «El contrato social como
ideal del Estado de Derecho. El dudoso contractualismo de I. Kant», en Revista
de Estudios Políticos 59 (1988), pp. 49-64 y el Estudio Preliminar a Kant, Metafísica
de las Costumbres, Madrid 1989, esp. pp. lix-lxx.
13 Kant, ibidem, 302 (trad, cast., p. 43). En el no reconocimiento del contrato
como un factum se apoya Kant para negarle al pueblo capacidad para rescindir
el contrato cuando aquél considere que se ha violado.
14 Ibidem, p. 302 (trad, cast., p. 44).
EN TORNO AL CONCEPTO DE CIUDADANO EN KANT 247
15 Ibidem.
16 Kant, Reflexion 7734, AA vol. 19, p. 503.
17 Kant, Metaphysik der Sitien (como en nota 1), p. 314 (trad, cast., pp. 143-
144). En Über den Gemeinspruch se recogía esta formulación en p. 290 (trad,
cast., p. 27).
248 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
3 Vid. Hegel, Filosofía real, FCE, Madrid, 1984, 156-160. La misma contra
posición entre memoria y recuerdo resulta hoy —como toda la terminología filo
sófica tradicional y en general un uso culto, racionalista o jurídico, del lenguaje
cotidiano— insidiosamente subvertida por la tecnologización de la memoria,
que está alcanzando dimensiones inéditas y previsiblemente sólo iniciales. Cf.
a este respecto lacques Derrida, Mémoires pour Paul de Man, Galilee, Paris,
1988, pp. 108 ss.
SIN COSMOS NI POLIS
5 HEJ, pp. 139 s. Kant desde luego fue muy matizado en este punto, como mues
tra su discusión con Christian Garve en la 1.a Parte de En torno al tópico: «tal vez
eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica» (1793), trad, por R.
Rodríguez Aramayo y otros en Kant. Teoría y práctica, Tecnos, Madrid, 1986.
6 En la Filosofía de la Naturaleza el Sol es degradado de forma primigenia y
noble del Espíritu —según la romántica concepción schellingiana— a su expre
sión indiferenciada e inerte. Cf. Filosofía real, 249.
SIN COSMOS NI POLIS 269
7 Aun así Kant critica duramente en el mismo lugar a los «políticos morali
zantes», que remiten al futuro como una coartada para el bloqueo real de una
mejoría real de la sociedad. Sólo que la distinción entre éstos y un hipotético
político kantiano no es fácil de precisar más allá de definiciones éticas.
270 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
8 Vid. HEJ p. 175. Además hasta el siglo xix no se dio un capitalismo inde
pendiente del Estado en Alemania. A finales del siglo xvm es el Estado quien,
al ordenar la explotación minera de la cuenca del Ruhr, sienta las bases del pode
río industrial germano. La antigua oligarquía predominaba entonces en la mine
ría, la cerámica, el vidrio y el textil. Vid. Werner Sombart, El burgués, Alianza,
Madrid, 1979 (4914), pp. 90-99, 291-298.
9 Esta inversión se da ya antes de Marx en Feuerbach, que es el inspirador
principal de la Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel (1843) por Marx, según
he mostrado en las notas al tomo 5 de las Obras de Marx y Engels (ed. M. Sacristán):
Karl Marx, Manuscritos de París, Anuarios Francoalemanes, Crítica, Barcelona,
1978, 4-132. Habría que tener en cuenta además al menos a Arnold Ruge.
SIN COSMOS NI POLIS
de ella sino como ley. La ética normativa sólo imita esta legali
dad, irrealizándose en un reino de principios; a la vez que se
mimetiza a la forma de la ley (de modo anticuado, sustancia-
lista), pertenece íntegra a un ámbito restringido de la realidad,
producido institucionalmente. La trascendencia corresponde
ahora a las instancias dominadoras, que operan sin considera
ciones éticas bajo la ley del mercado, sin que éste necesaria
mente las exprese. La identidad del mercado universal consti
tuye una homogeneidad dispersante, en la que los mismos
individuos se definen por posiciones de mercado, cuyo conte
nido es arbitrario con respecto a la norma. Y el formalismo kan
tiano alcanza un extremismo completo hasta reducir el princi
pio de la libertad a puro esquema aleatorio sin reserva. La instancia
que sustenta nuestros actos no puede seguir siendo concebida ni
con la generalidad del concepto ni por recurso al esquema gene
ral de las leyes naturales. Tampoco una refundación de la ética
en los sujetos singulares como tales podría contar con un sin
gular compacto para establecer cualquier generalización sobre
esa base. Formalismos como la teoría del preferidor racional des
pliegan el esquema de una generalidad de actores anónimos y
dispersos, perdida la íntima consistencia nouménica y trascen
dental kantiana, incluso cuando busca en el adjetivo «racional»
un último anclaje aristotélico.
«Todo lo cual sugiere una especie de hipótesis histórica más
general, a saber: que conceptos como angustia [Heidegger] y alie
nación [Hegel] (y las experiencias correspondientes, como en El
Grito [de Edvard Munch]) han dejado de ser adecuados en el
mundo postmoderno. Las grandes imágenes de Warhol —la misma
Marilyn o Edie Sedgewick— , los notorios casos de autodestruc-
ción y quemarse en público a finales de los sesenta, así como las
grandes experiencias dominantes de las drogas y la esquizofrenia
parece que han dejado de tener nada en común con la histeria y la
neurosis de la épr>ca en que vivió Freud o con esas experiencias
canónicas de aislamiento y soledad radicales, de anomía y de rebe
lión privada, la locura del tipo Van Gogh, que dominaron la época
de apogeo del modernismo. Se puede caracterizar este desplaza
miento en el dinamismo de la patología cultural como uno en el
que la alienación del sujeto es suplantada por su fragmentación»10.
Antonio Valdecantos
Universidad Autónoma de Madrid
* Una primera versión de este escrito fue expuesta en las jornadas conmemo
rativas del segundo centenario de La paz perpetua de Kant celebradas en el Instituto
de Filosofía del CSIC (Madrid) en abril de 1994. Antoni Doménech, Carlos Pereda
y losé Luis Villacañas me hicieron objeto de valiosos comentarios y críticas, que
les agradezco. El texto que leí entonces fue pasando por sucesivas revisiones y
ampliaciones hasta alcanzar un tamaño poco aconsejable para lo exigido en este
volumen. Entre otros materiales, ha tenido que ser omitida una larga serie de con
sideraciones sobre la plausibilidad de comprender la filosofía política como un
género literario o conjunto de géneros literarios. Espero ofrecer en otro momento
una exposición más amplia y documentada de lo que aquí defiendo.
1 Me referiré invariablemente el título Zum ewigen Frieden como La paz per
petua. No sólo parece la versión española más consagrada, sino que me permite
276 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
Weber sobre «El sentido del "estar libre de valores" de las cien
cias sociológicas y económicas». Contrariamente a lo que fue un
supuesto común de la filosofía práctica tradicional, Hume creía
que de un enunciado con «es» no puede inferirse ningún enun
ciado con «debe» porque ello sería el producto de confundir las
fuentes de ambas expresiones (según Hume, la razón y el senti
miento respectivamente). Al revés de lo que suponían las ciencias
morales y sociales anteriores a él, Max Weber sostuvo que los
sociólogos deben abstenerse de proferir juicios de valor porque
ello resulta contrario tanto a la lógica de la ciencia como al «des
tino» del científico en el Occidente racionalizado. Aunque las tesis
de Hume y de Weber han tenido y tienen adversarios muy encar
nizados, nadie duda hoy a la hora de tomarlas en serio (para Putnam,
incluso, la idea de una dicotomía entre los hechos y los valores ha
llegado a convertirse en una «institución cultural»)4. Pero Hume
y Weber fueron, en su día, innovadores no poco audaces. Cualquier
filósofo moral anterior a Hume habría visto con escándalo la prohi
bición humeana de inferir enunciados normativos a partir de enun
ciados fácticos; la idea de que debe hacerse o es bueno hacer aque
llo que exige la naturaleza de las cosas rectamente entendida —algo
asequible a cierto tipo particular de conocimiento de «hechos»—
fue durante siglos una institución cultural sagrada. Cualquier cul
tivador de las ciencias morales (o históricas, o sociales, o «del
espíritu») anterior a Max Weber se habría mesado con horror los
cabellos ante la prohibición weberiana de emitir juicios de valor
en el seno de la ciencia; la idea de que el conocimiento de la socie
dad o de la historia está uncido al carro del progreso moral o social
(o de que el conocimiento del pasado se halla al servicio de la per
fección del presente) fue durante los siglos xvm y xix una de las
instituciones culturales más poderosas de Occidente. Las tradi
ciones prehumeanas y preweberianas fueron —con terminología
6 Emplearé TPP como abreviatura tanto del singular como del plural de «teo
ría política positiva», y lo mismo haré con TPN para las teorías políticas nor
mativas. En rigor, debería escribir TT.PP.PP. y TT.PP.NN. para referirme a los
respectivos plurales, aunque quizá lo único que lograría con ello es fatigar toda
vía más la vista del lector, que espero no se pierda entre mi proliferación de siglas.
284 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
divergente con ella11.) Una buena TPP es como una red bien entre
tejida de conceptos, tesis y argumentos, pero su triunfo no suele
ser el triunfo del tejido en su conjunto. Lo que el teórico ha unido,
muy a menudo lo separa la experiencia, y el éxito de una teoría
consiste a menudo en el éxito de un concepto o de unos pocos con
ceptos de la misma, que pasan a incorporarse a la experiencia polí
tica en forma de intuiciones extrateóricas («vulgarizándose») o
constituyen un patrimonio común de toda (o casi toda) teoría polí
tica futura. Naturalmente, este triunfo de partes «descontextuali-
zadas» de la teoría no es algo que les ocurra en exclusiva a los
conceptos; también las tesis y los argumentos (o, al menos, la
forma o el «estilo» de estos últimos) pueden desprenderse de la
armazón originaria en que fueron concebidos y tener éxito con
tra la propia concepción o pretensión del teórico. Importa desta
car esta última circunstancia, que creo nos obliga a distinguir las
condiciones de éxito de una teoría con respecto a la previsión de
triunfo de una teoría por su autor. Todo teórico imagina la utopía
conceptual de un éxito pleno de su teoría —de una recepción com
pleta y sin fisuras por la experiencia, que pasaría a ser exhausti
vamente modelada por ella— pero el éxito de una teoría equivale
a su fracaso parcial. Y, si las teorías triunfan sólo parcialmente y
lo hacen contra la previsión de éxito de sus autores, entonces
resulta que el éxito de una TPP es constitutivamente una conse
cuencia lateral de la misma, y más en particular, un subproducto
de la acción de ir buscando un encaje perfecto con la experiencia.
He supuesto hasta ahora que las teorías políticas positivas bus
can la conformidad con la experiencia, en un sentido que, según
hemos visto, nos lleva a tener que abandonar casi por completo toda
epistemología empirista. Pero cuanto se ha visto sólo es aplicable
a un tipo de teorías políticas positivas. Porque las teorías de que
venimos hablando no son ciertamente las únicas, ni siquiera las más
numerosas ni las más interesantes. Las llamaremos teorías positi
vas reconstructivas12. Pasaremos ahora a ocuparnos de la otra fami
lia de las teorías positivas, las que llamaremos «revisionistas».
cias acerca del poder (en ello reside nada menos que la legitimi
dad) y de información sobre las condiciones de la acción política
individual y colectiva. Y las teorías positivas revisionistas son —
al igual que las reconstructivas— un elemento a veces muy impor
tante en las creencias de los agentes sobre esa realidad, de modo
que su cambio es inevitablemente un cambio de la realidad. Habría
entonces distintos tipos de teorías normativas, y las positivas
(¿siguen siéndolo?) revisionistas serían un caso particular de ellas.
Ciertas teorías normativas se proponen cambiar instituciones, o
reglas o valores orientadores de la acción, mientras que otras se
encaminan a modificar las creencias de los agentes sobre la acti
vidad política, y esa sería la única diferencia.
Conviene notar a propósito de todo lo anterior algo en lo que
no será difícil convenir. Si las teorías positivas revisionistas son
normativas en el sentido apuntado —quedando con ello puesta en
tela de juicio su «positividad»—, entonces hay otro sentido, aná
logo al anterior, en que también son normativas las teorías posi
tivas reconstructivas. Una conclusión así nos llevaría a declarar
que todas las teorías positivas son, cada una a su manera, norma
tivas, de modo que la distinción terminaría por borrarse irremisi
blemente. Pero, en cualquiera de los casos, lo que importa desta
car es que la aceptación o rechazo por la experiencia no puede ser
anticipada por la teoría: es un fenómeno de recepción y una con
secuencia lateral de la misma. El teórico está incapacitado para
buscar deliberadamente este efecto y ha de atenerse a la fidelidad
a los hechos como ideal regulativo.
Las teorías políticas positivas afirman que el mundo es de
determinada manera y se proponen, mediante el recurso a la expe
riencia, que el mundo les dé totalmente la razón. Sin embargo,
este propósito no se logra nunca ni puede lograrse: el mundo no
está hecho de tal modo que pueda dar la razón a los autores de teo
rías políticas. Quienes sí aprueban o rechazan estas teorías son los
únicos seres capaces de aprobar o rechazar las tesis y los argu
mentos comprendidos en esas teorías y de usar o desechar los con
ceptos que ellas manejan. Tales seres coinciden con uno de los
objetos prioritarios de estudio de las teorías políticas positivas
(quizá con su único objeto de estudio): los agentes, individuales
o colectivos, capaces de conducta política. Los agentes o actores
políticos —que, desde luego, forman parte del mundo— pueden
dar el triunfo a una teoría política positiva de dos maneras dis
tintas: admitiéndola como verdadera por creer que proporciona
una buena elaboración de las intuiciones sobre la política que ellos
294 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
sueñan con una teoría normativa perfecta que colme sus aspira
ciones más exigentes. Pero quizá no es sensato albergar la espe
ranza de éxitos así. Adecuadamente instruidos, los autores de teo
rías políticas de tipo normativo podrían acostumbrarse a rebajar
un poco sus expectativas y a conformarse con un cumplimiento
tan sólo parcial, aunque razonable, de estos propósitos máxima-
listas.14 Lo que ocurre es que parece muy difícil imaginar a un teó
rico político minimalista:15 ¿acaso puede darse por contento el
autor de una teoría normativa si su teoría conduce a los resulta
dos apetecidos a causa de que se han producido acciones movi
das por razones contrarias a las proporcionadas por la teoría o
incompatibles con ellas?, ¿estará satisfecho quizá con acciones
rectamente movidas por las razones pertinentes pero que desem
bocan en consecuencias abominables para la teoría?
Difícilmente las posibilidades últimamente mencionadas pue
den representar un éxito, siquiera parcial, de teoría normativa
alguna. Para la teoría política marxiana, el logro de una sociedad
sin clases y sin Estado que resultase de una revolución proletaria
debida a la adhesión consciente a un credo religioso milenarista
no será verosímilmente un éxito. Para la teoría política de El
Federalista, la acción política eficaz, y conducente a resultados
favorables, de individuos que se rigieran por la máxima de
Mandeville «vicios privados, beneficios públicos» no sería, desde
luego, un caso de éxito. Las teorías políticas normativas parecen
estar pensadas de tal modo que, o triunfan del todo —cuando la
cadena razones-acciones-resultados se revela irrompible— o, en
cualquiera de los otros casos, fracasan completamente.
ten a esas utopías aunque, en cierto sentido del que en seguida nos
ocuparemos, presuponen que se las admita como tales.
Si esta visión es adecuada, creo que puede contribuir a colo
car el problema de la DHV en un campo de discusión distinto de
los usuales. En cuanto uno abandona la suposición de que los
hechos y los valores se expresan en enunciados y prefiere verlos
encarnados en teorías, y en cuanto se examinan las condiciones
de éxito y fracaso que esas teorías se imponen a sí mismas y el
modo como realmente triunfan o fracasan, se vuelve difícil pres
tar adhesión a los argumentos jorísticos y paratácticos habituales.
Pero antes conviene detenerse un poco en lo que alguien podría
considerar apresuradamente una consecuencia perversa de lo que
llevo dicho. Si medimos las teorías políticas por sus éxitos —o,
lo que es lo mismo, por su grado de fracaso parcial— y procla
mamos que las condiciones de triunfo que las teorías se imponen
a sí mismas son sólo quimeras conceptuales que nunca se reali
zan, quizá se gane con ello algo de conocimiento sobre los efec
tos de las teorías en la realidad, pero acaso se pierda algo que es
esencial en los argumentos jorísticos y paratácticos habituales y
que no sería bueno perder del todo. Quizá se consiga entender
mejor un mundo en el que hay, entre otras cosas, teorías, pero
acaso se corra el riesgo de perder de vista (o de despreciar) lo que
ocurre cuando un teórico imagina o enuncia una teoría, algo que
no tiene mucho que ver con que las teorías formen o no parte del
mundo, pero sí con que el mundo (diversamente observado o ima
ginado) forma parte de las teorías. Quizá se aprovechen, en suma,
las ventajas que tiene el examinar a las teorías y a sus autores en
tercera persona (o en una perspectiva externa), pero a costa
de despreciar por completo la perspectiva interna o de la primera
persona.
Propongo que pensemos en un teórico político —positivo o
normativo; ahora se puede prescindir de la distinción— que cobrara
consciencia de las condiciones reales de éxito y fracaso de las teo
rías políticas y que quisiera extraer de ello alguna consecuencia
para su quehacer teórico. Nuestro héroe (porque se trataría desde
luego de un héroe) iría elaborando su teoría conforme a los crite
rios habituales de éxito y fracaso y en cierto momento de su ingrata
tarea se percataría de que esos criterios no funcionan en absoluto
en la realidad. Podría ocurrir, desde luego, que renunciara a cam
biar de perspectiva y prefiriera seguir aferrado a su utopía con
ceptual, pero vamos a imaginar que desea lo contrario. Imaginemos
que nuestro teórico está de acuerdo con todo lo que llevamos visto
E N T R E L E V I AT Á N Y C O S M O P O L I S 3 0 5
16 Ésta es, creo, una situación de «doble vínculo» semejante a las expuestas
por Bateson y sus discípulos. Vid. G. Bateson, D. D. lackson, J. Haley, I. Weakland,
«Toward a Theory of Schizophrenia», Behavioral Science, 1 (1956), pp. 251-
264, y P. Watzlawick, I.H. Beavin, D. D. lackson, Teoría de la comunicación
humana. Interacciones, patologías y paradojas, Herder, Barcelona, 1981,
pp. 196-203.
306 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
17 El anterior argumento es una adaptación del que Emilio Lamo (en polémica
con autores tan variopintos como Ernest Nagel, Agustín García Calvo y Herbert
Simon) ha elaborado contra la pretensión de que los resultados de la ciencia social
puedan llevar incorporados el modo como el conocimiento de ellos altera la rea
lidad. Vid. E. Lamo de Espinosa, La sociedad reflexiva. Sujeto y objeto del cono
cimiento sociológico, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1990, pp.
150-162.
ENTRE LEVIATÁN Y COSMOPOLIS
muertes. Y estos males son tan grandes como grande es la utilidad que
se sigue de una doctrina de los deberes bien enseñada20.
física moral dualista (lo que hará que nos decidamos por ciertas
teorías y políticas y desechemos otras) o sostenemos una metafí
sica moral gradualista (lo que determinará igualmente el sentido
de algunas de nuestras decisiones ulteriores). O el mundo se com
pone de dos grandes reinos poblados respectivamente por Hechos
y por Valores o se compone de uno solo entre cuyos elementos
constituyentes hay meras distinciones graduales. Pero me parece
que entendemos mejor la manera como realmente se elabora la
experiencia y se decide sobre ella si en lugar de adoptar una meta
física moral comprendemos que estamos condenados a utilizar
alternativamente las dos en litigio. Puede que esto sea derribar un
edificio robusto y no edificar en el solar que queda libre, pero
quizá es imprudente erigir cimientos sobre arenas movedizas.
Ciertamente, la idea del juicio y de la deliberación política que se
desprende de lo que he tratado de exponer no casa bien con el pro
pósito de darle al ciudadano contemporáneo una guía para sus
decisiones prácticas. Más que aminorar sus perplejidades, hace
todo lo posible por aumentarlas. Puede acusárseme con justicia
de que mi esquema es inútil —quizá contraproducente— para ver
tebrar apuestas normativas plausibles en las sociedades actuales,
y lo único que puedo replicar es que la deliberación política fun
ciona de tal modo que los cambios del cuadro metafísico em
pleado tienen siempre consecuencias en los juicios particulares
que se llevan a cabo dentro de él y que esas consecuencias son
impredecibles por quien propone una revisión del cuadro. Estoy
muy lejos, por tanto, de poder determinar qué ganancias concre
tas procuraría mi esquema si sustituyese a los tradicionales, aun
que me atrevo a conjeturar, si no su fecundidad para inducir deli
beraciones novedosas, sí su eficacia para corregir y mejorar las
ya conocidas.
13. COSMOPOLITAS DOMÉSTICOS
A FINALES DEL SIGLO XX
Javier Echeverría
Universidad del País Vasco
I. EL COSMOPOLITISMO DE KANT
1 Usaré textos extraídos de las Ideas para una historia universal en clave cos
mopolita y de sus escritos conexos, partiendo de la edición castellana de Roberto
Rodríguez Aramayo y Concha Roldan, Tecnos, Madrid, 1987, así como textos
de la edición castellana de loaquín Abellán, Sobre la paz perpetua, Tecnos,
Madrid, 1985.
326 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
2 Sólo haré una afirmación en contra de esa Naturaleza idealizada y de sus pre
tendidas intenciones, altamente inverosímiles, a mi modo de ver. Postularé que,
incluso en el caso de que esta tesis kantiana se glose de la manera más favorable
posible, es decir, como una filosofía del «como si», aun así sería preferible seguir
la regla heurística opuesta a la hora de reflexionar sobre las acciones humanas y
su historia; es decir, que sería preferible una filosofía del «como si no». Es mejor
para los seres humanos, sobre todo a la hora de no hacerse grandes esperanzas
sobre su propio destino, partir de la base de que no existe Naturaleza alguna, ni
mucho menos intenciones de dicha Naturaleza. La libertad es un bien demasiado
precioso como para fundarlo en la Naturaleza. La libertad no es un bien natural
del ser humano: es uno de los mejores exponentes del artificio social, como tam
bién lo es la idea de una Naturaleza.
3 Habiendo surgido durante este Seminario el debate sobre si Kant oscila o no
entre la federación de Estados y el estado cosmopolita, menciono aquí todo el pasaje
que me parece determinante al respecto, con el cual Kant termina su Segundo Artículo
Definitivo para la paz perpetua: «Los Estados con relaciones entre sí no tienen otro
medio, según la razón, para salir de la situación sin leyes, que conduce a la guerra,
que el de consentir leyes públicas coactivas, de la misma manera que los individuos
entregan su libertad salvaje (sin leyes), y formar un Estado de pueblos (civitas gen
tium) que (siempre, por supuesto, en aumento) abarcaría finalmente a todos los pue
blos de la tierra. Pero, si por su idea del derecho de gentes no quieren esta solución»,
«en ese caso, el raudal de los instintos de injusticia y enemistad sólo podrá ser dete
nido, en vez de por la idea positiva de una república mundial, por el sucedáneo nega
tivo de unafederación permanente y en continua expansión, si bien con la amenaza
constante de que aquellos instintos estallen» (op. cit., p. 26).
COSMOPOLITAS DOMÉSTICOS A FINALES DEL SIGLO XX 327
4 Contrariamente a ello, diré que las disposiciones del ser humano siempre
están socialmente determinadas, y que por lo tanto nunca son naturales ni origi
narias. Todo lo más habrá predisposiciones heredadas biológica y socialmente,
lo cual es muy distinto.
5 E incluso morir, cabría añadir.
328 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
una sinopsis muy breve, han dado lugar a una nueva forma de cos
mopolitismo, el cosmopolitismo doméstico, que va a ser el centro
de mi exposición.
El ámbito social que más se asemeja en la actualidad al agora
clásica, y desde luego también a las plazas públicas medievales,
a las Cortes barrocas y a la calle decimonónica, es sin duda el
espacio televisivo o, en general, el de los medios de comunica
ción. Todo lo que tiene alguna relevancia social ocurre allí, tarde
o temprano. Los gobernantes, los parlamentarios, los pontífices,
los generales e incluso los jueces han pasado a ser actores televi
suales de sus propios discursos, ahora basados más en la imagen
y en el gesto que en el contenido de lo dicho. Ahora bien, la pecu
liaridad de esta Nueva Agora consiste en que dichos oficios o pro
fesiones tienen que compartir el escenario televisivo con otros
actores representantes de muy diversas profesiones y oficios: can
tantes, deportistas, bailarines, humoristas, magos, artistas, cien
tíficos, intelectuales, comerciantes, empresarios, médicos, natu
ralistas, cocineros, jugadores, delincuentes, policías, modelos y
cabareteras también tienen a la pequeña pantalla como su ámbito
principal de actuación pública. Por eso es una verdadera Agora o
plaza pública, y no simplemente una Corte, un Parlamento o una
Iglesia.
La importancia de una u otra profesión, así como la relevan
cia respectiva de cada nombre propio, dependen estrictamente de
las cuotas de aceptación y de audiencia, lo cual suscita una com
petencia generalizada por ganar el favor de los telepolitas, es decir,
de los ciudadanos que prestan soporte a la nueva ciudad desde sus
casas. En la Nueva Agora los futbolistas no son menos importan
tes que los políticos, ni los cantantes o los artistas desmerecen de
los intelectuales, de los sacerdotes o de los militares por su influen
cia social. La pretensión de universalidad puede darse, como tra-
dicionalmente a lo largo de la Historia, en el ámbito de la Política,
de la Cultura, de la Religión, del Arte y de la Ciencia. En virtud
de esa pretensión de universalidad y de trascendencia se han ido
construyendo a lo largo de los siglos otros tantos Templos de la
Universalidad, fomentados desde los Estados o desde los grandes
poderes, es decir de arriba a abajo, como veremos que propugnó
Kant. Lo peculiar de la nueva polis consiste en haber devorado
todos esos Museos y Teatros de la Universalidad, planteando la
cuestión de la universalidad en el terreno justo, que no es otro que
el de los individuos. De entre las múltiples formas sociales que
los seres humanos han producido a lo largo de su historia, la indi-
334 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
8 Curiosamente, pocas páginas más arriba Kant había afirmado que «sobera
nía popular es una expresión absurda» (op. cit., p. 22)
COSMOPOLITAS DOMÉSTICOS A FINALES DEL SIGLO XX 343
*E1 texto que sigue forma parte del más amplio «Carta a tres amigos vascos»,
que aparecerá incluido como Apéndice en mi próximo libro Decir que no (Ensayos
sobre la relevancia ética de la negación). Las citas de La paz perpetua recogi
das en el mismo se reproducen de la traducción del opúsculo kantiano por Francisco
Rivera Pastor, Madrid, 1933. Las del ensayo de Alasdair Maclntyre «¿Es el patrio
tismo una virtud?» proceden de la traducción de Tomás Fernández Aúz en Bitarte.
Revista cuatrimestral de humanidades, 1, 1993, pp. 67-85.
348 LA PAZ Y EL IDEAL COSMOPOLITA DE LA ILUSTRACIÓN
nidad, esto es, a ese «derecho del hombre» que invoca Kant al
final de su opúsculo y cuyo respeto considera un deber moral
incondicionado, o sea, un imperativo categórico. Maclntyre no ha
sido nunca lo que se dice un entusiasta de los derechos humanos,
de los que ya en After virtue se tomó la licencia de proclamar que
«no existen tales derechos y creer en ellos es como creer en bru
jas y unicornios». ¡Como si el problema de los derechos huma
nos fuera un problema «ontológico» o «epistémico» —el pro
blema, a saber, de si tales derechos existen o no existen y podemos
o no podemos creer en ellos— en lugar de lo que rigurosamente
es en tanto que problema «ético», a saber, el problema de si esta
mos o no estamos dispuestos a luchar por instaurarlos! Ahora bien,
tratándose como se trata de un problema ético, la universalidad
de esos derechos, sin embargo, no es algo a conseguir a golpes de
exhortación moral como pretendería el universalismo ético y, más
que la universalidad de iure asegurada por los bienintencionados
filósofos morales que teorizan acerca de los mismos, lo que inte
resa asegurar es la universalidad defacto que realmente los con
vierta en derechos a través y por medio de su «positivación jurí
dica», universalidad que sólo cabe conquistar por recurso a la
práctica política. De donde no se sigue, claro está, que la ética
nada tenga que decir a este respecto, ocupándose, por ejemplo, de
hacer ver que la reflexión en torno a la virtud no está bajo ningún
concepto obligada a detenerse en las mezquinas «fronteras de la
comunidad» tal y como las entiende el comunitarismo a lo
Maclntyre. Pues también la humanidad podría y debería ser enten
dida como una comunidad, esto es, como una «comunidad de
comunidades» si se quiere decir así, lo que por lo pronto vendría
a significar una comunidad de naciones, sean éstas o no Estados,
pero también sin duda de culturas, lo que a su vez cabría enten
der en el sentido, peligrosamente «geoestratégico», de un Samuel
Huntington, o en el para mí mucho más grato del «cosmopolitismo
multicultural» de un Thomas McCarthy. La ética comunitaria, por
lo tanto, puede y debe extenderse a la humanidad entendida, en
un sentido nada metafísico, como la spaceship Earth de Kenneth
Boulding, la «aeronave espacial Tierra» dentro de cuyo pasaje ha
de tener cabida no sólo la totalidad de la comunidad presente de
la especie, sino asimismo su memoria histórica y la planificación
racional de su futuro. Y, como ya se dijo más arriba, no necesita
en modo alguno constreñirse al éthos comunitarista de Maclntyre
—válido sólo en relación con quien sea «uno de los nuestros»,
como en la película de gángsteres de Scorsese— ni mucho menos,
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nosotros por Las Casas), bien sea por resistirse a hacerla consis
tir en un simple producto de la dialéctica amigo-enemigo que lleva
a preferir lo peor de las propias tradiciones a lo mejor de las tra
diciones ajenas (el drama de un Jovellanos ejemplificaría bien este
caso), bien sea, en fin, porque en el seno de la propia identidad
nacional se reproduce de algún modo aquella dialéctica de amis
tad y enemistad, originándose así un conflicto, incluso cruento,
de identidades (el secular enfrentamiento de las dos Españas, que
desembocó en la tragedia de nuestra última guerra civil, consti
tuiría la mejor, quiero decir la peor, muestra que se me ocurre de
un tal conflicto de identidades, en que los patriotas de ambos ban
dos competían hasta en patriotismo). Algunos intelectuales patrio
tas de aquella época trataron de superar el conflicto fratricida pro
pugnando una «tercera vía» que, al permitirles no alinearse ni con
uno ni con otro de los dos bandos en discordia, equivalía de hecho
a una proclamación de neutralidad, pero también los hubo que,
así el viejo Unamuno poco antes de su muerte, propugnaban la
alterutralidad, esto es, el intento desesperado de abrazar a la vez
las posiciones de uno y otro bando, como una fórmula, conmo-
vedoramente paradójica, de concordia. Y, en otro orden de cosas,
también el individuo inserto en una realidad plurinacional puede
verse obligado a complejizar su propia identidad personal, adop
tando simultáneamente diferentes «posiciones de sujeto» —sin
tiéndose, por ejemplo, catalán y español a un mismo tiempo—, y
hasta a multiplicar su yo en formas, a veces arduas y hasta dolo-
rosas, de «yo múltiple», en que el conflicto de lealtades puede lle
var incluso a la escisión esquizofrénica, como en el caso de no
pocos ciudadanos vasco-españoles desgarrados por su parigual
repudio del terrorismo etarra y el terrorismo de Estado. Y ése es
también, sin duda, el caso —para no salir de nuestra cultura his
pánica— de la «subjetividad del converso» en la España que dis
curre del Renacimiento al Barroco o, en nuestra América, el de la
subjetividad mestiza, así el caso de los historiadores mestizos de
la Conquista, como los mexicanos Fernando de Alva Ixtlilxóchitl
o Hernando Alvarado Tezozómoc y Garcilaso de la Vega el Inca
en el Perú.
En todos esos casos, la lealtad patriótica del individuo puede
ser requerida desde una pluralidad de instancias o de «voces»,
para decirlo con Albert Hirschman, que convierten al individuo
en «polifónico», individualismo polifónico éste que sería la corres
pondencia —a nivel individual— del cosmopolitismo multicultu
ral al que antes aludimos, el cual vendría a su vez a ser la lógica
LOS PELDAÑOS DEL COSMOPOLITISMO
una forma de Imperio más despótica que ninguna de las hasta ahora
conocidas, aunque de los telepolitas dependería que, por el con
trario, se orientase hacia un tipo de sociedad planetaria en la que
sean posibles cotas de participación y democracia directa como
nunca se habrían dado en la historia: «En Telépolis no sólo es posi
ble técnicamente que el poder se haga presente en todo momento
en los domicilios de los ciudadanos, sino que (si los instrumentos
de comunicación fueran bidireccionales) también sería factible la
posibilidad inversa [...]. La moderna tecnología comunicativa per
mite, en efecto, que cualquier ciudadano pueda emitir su opinión
teniendo garantizado, por una parte, que su mensaje va a llegar al
destino preciso sin interferencia ni modificación alguna, y tam
bién por otra el anonimato, caso de que libremente prefiera de este
modo manifestar aquella opinión [Echeverría menciona, entre
otros, el recurso al correo electrónico; pero de formas menos evo
lucionadas de democracia telemática, como la posible emisión de
voto —tras la retransmisión de un debate parlamentario televi
sado— gracias a algún artilugio acoplado a nuestro aparato recep
tor, yo mismo he dicho alguna vez que no cabría esperar que con
tribuya a garantizar la «igualdad política» más de lo que la
instalación de cajeros automáticos en los Bancos garantiza la igual
dad económica] [...]. Lo que resulta factible (de acuerdo con las
bases tecnológicas para promover la profundización en la demo
cracia telepolitana) esla participación permanente y activa de los
ciudadanos en cuantas cuestiones se sientan concernidos». Por
esta vía, la telépolis podría llegar incluso a convertirse en una tele
acracia, en cuyo caso la denominación más apropiada para ella
tal vez hubiera de ser la de «caópolis» por contraposición a la cos
mópolis. Pero me pregunto si para semejante acceso a la telépo
lis no se seguiría precisando de algún modo la mediación de lo
que —echando mano de un grecismo un tanto macarrónico—
cabría llamar ahora la prosépolis (esto es, la comunidad de los
cercanos o los «próximos» con los cuales poder comunicarnos,
como comienza a ser cada día más difícil hacerlo, a través de los
medios todavía a nuestro alcance de «prosecomunicación» en
cuanto diferentes de los de «telecomunicación»). Ello acaso requiera
aún de nosotros, si no ya las virtudes del patriota —pues, en la
hipótesis en la que nos movemos, las identidades nacionales podrían
muy bien haber cedido definitivamente el paso a nuevas formas
de identidad postnacional—, al menos sí las del prosepolita. Es
decir, las del individuo que para llegar a considerarse parte de la
comunidad humana, de la humanidad, necesita a su vez humani-
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