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inferir: ■ «s^“
LOS IROQUESES
por RAMON F. \'ASQUEii
POR
RAMON R VASQUEZ
PROLOGO DEL Dr.
NERIO ROJAS
S diciones
A n to n io Z a m o r a
73uenos j4ir-&s
Primera edición, julio de 1959
ESTUDIO PRELIMINAR
La e t n o l o g ía ju r íd ic a . L as c o n t r ib u c io n e s i® L e w is H .
M organ ........................................................................... 17
SEGUNDA PARTE
N e r io R o ja s.
Julio de 1959.
r-
I
ESTUDIO PRELIMINAR
Los gráficos han sido tomados de "Hie League
of the Ho-Dé-No-Sau-Nee or Iroquois” , de
Lewis H. Morgan.
j...
CASA COLECTIVA IROQUESA
según sus j>alabras, hay “una falta notable de conciencia del yo, de
toda experiencia acabada de su individualidad”
Si fuera verdad que en la mentalidad del hombre “primiti
vo” (12) la reflexión hállase totalmente ausente, tanto como la cu
riosidad por la explicación causal de los fenómenos que percibe, y,
en consecuencia, la conciencia del “yo” —lo que, aparentemente,
concilia con las exigencias y fisonomía propias de las sociedades
comunitarias, universalmente difundidas durante cierto período de
la organización social— ¿cómo se conciliaria tal hecho con la pre
eminencia de un jefe, es decir, de una individualidad? La exalta
ción de un individuo a la jefatura, en tales organizaciones, ¿no pre-
supone, acaso, el reconocimiento de su personalidad, inseparable de
Íar‘‘cbncienaa deT y tf? ror lo demas, a este respecto, parece más
convincente la enseñanza que, desde el .punto de vista psicológico,
proporciona Paul Lacombe: “En todo hombre — dice— hay un sa
bio rudimentario” <13); concepto sobre el cual advierte, fundada
mente, Lord Averbiuy: “La cabal comprensión de la mentalidad
“primitiva” es problemática. La total condición mental del “salva
je” es tan diferente ¡de la nuestra, que, frecuentemente, es muy difí
cil seguir lo que está pasando por su mente o comprender los mo
tivos por los cuales se halla influenciada. Muchas cosas aparecen
como naturales y casi evidentes para él, aimque producen una im
presión diferente en nosotros” (i^). <
En lo referente a gobiernos unipersonales autocráticos, los an-
tecedeñtei" etnográficos e históricos tampoco' corroboranTa hipó
tesis kelseniana.''/Por lo pronto, el gobierno por un jefe en los agre
gados sociales gentilicios y matrilineales, no existe, y en los que ya
rige la línea paterna, la amplitud de facultades que se le atribuye
es, a menudo, sólo aparente. El mismo Howitt, citado por el emi
nente filósofo, reconoce que en los grupos australianos, a cuyo es^
tudio se ha dedicado preferentemente, se comprueba la prioridad y
preeminencia ^ asambleas populares, integradas por ancianos, co-
mo fuente de Atondad Las jefaturas son accidentales, deter-
miñidis por la necesidad, particularmente por exigencias de la gue
rra y de la caza; o constituyen, en definitiva, órganos ejecutivos
destinados al cumplimiento de las disposiciones de las referidas
asambleas. Tasmanianos, bosgemanes, tapayos, beduinos, chorotes,
comanches, dayackes, entre otros tantos grupos de organización so
cial variada, cuentan, es verdad, 'é ^ jefes. pero sujetos a .deposición
por incapacidad o mala conducta: lo que presupone quedaJautorida^
no reside en ellos. El “beanna” de las tribus australianas; el “esta-
rosta” de los eslavos; el “tracatecútli” azteca — antes de la usurpa
ción de los Moctezumas—, nombres de ancianos antes que rit»
jefes; reverenciados, como tales, desde remotos tiempos; culto que
20 R amón F. V ásquez
L a E t n o l o g ía y la C o r r ie n t e A n t ie v o l u c io n is t a
i.
32 R amón F. V ásquez
E ly S. P arker
La obra de M organ
G iu se p p e M azzarella, el R enovador
Post, cuya tesonera labor, que se extiende desde 1875 a 1895, in
formada en una vastísima erudición y movida por la potencialidad
de una prodigiosa intuición, le permitió determinar, tras la reunión
y clasificación de numeroso material etnográfico-jurídico, los linea-
mientos principales de la evolución del derecho y formular una pre
misa que, no obstante su deficiencia, continuó como tal para investi
gaciones posteriores y más completas: la concerniente a los “Tipos
fundamentales de la organización social”; en cierto modo vislumbra
da por Maine. Post, no sólo coordinó y sistematizó el copioso mate
rial de la etnología descriptiva, incluyendo el concerniente a los
pueblos “salvajes” — con lo que inició el estudio de la prehistoria del
derecho—, sino que procedió a la comparación de los fenómenos et
nográficos, dando preferencia a las normas constitucionales y jurídi
cas, y, después de desarrollar su conocida teoría sobre sus cuatro
' ‘Tipos”, señaló los caracteres generales y específicos de cada uno y
las relaciones de sucesión entre ellos. Proporcionó, de tal suerte, es
timables antecedentes para ulteriores estudios; en los cuales descue
llan los del activo y erudito profesor alemán Kohler, ampliados por
sus discípulos. Sus indagaciones acerca de la estructura de la fa
milia “primitiva” y de las formas matrimoniales (^22)^ descubren,
desde un comienzo, el propósito de desentrañar la historia y el des
arrollo del derecho, valiéndose de la confrontación de las nrácticas
jurídicas de numerosos pueblos, que cumpiló bajo la deno»ninación
de Jurisprudencia etnológica, título de su trabajo más import&ate(i23),
Débense a Giuseppe Mazzarella, prestigioso profesor de la Uni
versidad de Catania, los últimos notables progresos alcanzados por
la disciplina que me ocupa. El ilustre investigador italiano no esca
tima elogios a la obra fecunda y trascendental del sabio alemán (124)
— ni a la de Morgan—, pero impugna, con sobradas razones, su cla
sificación, en cuanto reconoce cuatro “tipos sociales fundamentales”,
porque, como lo demuestra, ella no responde a la realidad; señala su
error en lo que respecta a la prioridad atribuida al parentesco con
sanguíneo; apunta la deficiencia de su método que, predominante
mente comparativo-inductivo, se concreta a confrontar fenómenos ju
rídicos heterogéneos; advierte la ausencia de un término o esquema
sistemático de referencia, que impide formular conclusiones armóni
cas y precisas y, finalmente, observa que Post consideró a las insti
tuciones como unidades de comparación, sin tener presente que era
menester descomponerlas en sus elementos simples o irreductibles:
las prácticas jurídicas.
En las objeciones formuladas por Mazzarella a la teoría postia-
na, y en otros innumerables trabajos, campea, desde un comienzo,
Su preocupación por hallar un método certero de investigación que
permita determinar, no ya el proceso formativo del derecho, sino su
Los I r o q u e s e s 43
i
44 R amón F. V ásquez
resumen, éstas son las conclusiones del autor de Loa Tipos Sodaíés
y el Derecho: a) La familia ambiliana constituye la forma de agre
gación elemental de los pueblos gentilicios puros que practican el
m,atriarcado. b) Dicha familia se estructura durante el período ma
triarcal de la fase gentilicia pura de la evolución jurídica, c) Las
variaciones de su carácter fundamental (subordinación del marido
a la famiila de isu mujer) son proporcionales a las variaciones de la
intensidad del gentilismo y de la pureza del matriarcado, d) Si los
factores causales en la formación del matrimonio ambiliano, actúan
como tales factores en la formación del ambilianismo, aquél debe ser
considerado como agregación familiar del mismo carácter, en la épo
ca gentilicia pura” (131).
Se infiere, pues, de lo expuesto — aunque tan poco—, que en lo
referente a los alcances y dignidad de la etnología jurídica (132)^
variados y fundados aportes de Mazzarella sean realmente renovado
res, no sólo por la sistematización de los materiales reimidos por sus
predecesores, enriquecida con la cosecha de búsquedas propias, co
mo las referentes al análisis severo y desapasionado del proceso for-
mativo del matrimonio y de la familia, desde las formas primitivas
hasta las más recientes, sino, principalmente, por la eficacia del mé
todo de su creación. En tal sentido, dan cuenta de su fecunda obra,
las numerosas publicaciones qué he mencionado en las notas (133),
☆
(1) ■Cita de Harry Alpert, en Durkkeim, pág. 22. Pánuco, México, 1945.
(2) Emilio Durkheim, D e la división du trayail social, París, 1922, y hst
SoáoloÉÍa y las reglas del método sociológico, Madrid, 1912, y Santiago de Chi
le, 1937. Se informó, particularmente, en Espinas — D es sociétés amálales,.
París, 1877— ; en Augusto Comte y en su maestro E. Boutroux.
(3) Ernesto Naville, Les philosophies negatives, pág. 5, París, 1905.
,(4) Buenos Aires, 1930, pág. 279.
(5) Se emplearán ambos vocablos indistintamente, no obstante las di
ferencias que se han señalado entre la “ gens” y el “clan” ; por lo demás, ex
plicables, ya que el primero reconoce su antigüedad con relación a la estructiu’a
en la cual la descendencia sigue la línea paterna, como en la romana, mientras
que el otro es de uso general en las obras de los antropólogos ingleses. Mazza-
rella, por su parte, usa el de “ gens” como genérico. R. H. Lowie escogió el de
“ Sib”, materno o paterno (Prim itive Society, N. York, 1920). Ver, además,
The orígin oi the State, N. York, 1927, y The crom indians, N. York, 1935.
(6) Desde antiguos tiempos, se reeditan las discrepancias que, en cuanto
al carácter y alcances de la sociología, actualizan Simmel, Vierkand, Giddings,.
Sighele, Zorokin, Max Weber, Manneheim y Grisberg, entre otros; divergen
cias que no olvida el justiciero homenaje que José María Bolaño (hijo) rinde
a Durkheim en el Estudio Preliannar que precede a la oportuna publicación de
Sociología y íilosoíta sobre la base de varios estudios del maestro. Estas son sus
palabras: “ Cualquiera sea la orientación ulterior de la sociología, su compleja
problemática no podrá ser examinada sin conocer a fondo las investigaciones,
realizadas por Durkheim en sus temas fundamentales, tendientes a delimitar
su ámbito propio y concretar su metodología. Estas circunstancias bastan por sí
solas para hacerle acreedor al título de padre de la moderna sociología” (Bue
nos Aires, 1951. Ed. Guillermo Kraft). No obstante el tiempo transcurrido,
mantienen actualidad, en el sentido expuesto, las confrontaciones y críticas de
F. Squillace en su erudita obra Las doctrinas Sociológicas (Madrid, s/f.. La
Estampa Moderna), y de Icilio Vanni, en Della consuetudine nel sao rapponti
col D iritto e colla Legislazione y Saggi di Filosofía Sociale e Giuridica, Bo-
logna, 1911.
(7) En Filosofía del Derecho, de Gíorgio del Vecchio y Liñs Recassens
Siches; pág. 437. Ed. México, s/f.
(8) Por Carlos Cossio.
(9) Ed. Bs. As., 1935, págs. 32 y 35.
(10) Ob. cit., págs. 15 y 20.
(11) Ob. cit, págs. 15 y 20.
(12) No explica qué entiende por hombre “primitivo” . En este ensayo se
empleará dicho vocablo como sinónimo de anhistórico y ágrafo.
(13) La p^chologie des individus et des sociétés, pág. 203; París, 1906.
,(14) The origin oí civilization and the prirrátive condition oi man, Londres,.
1912. Por lo demás, con respecto a la mentalidad “primitiva” , volveré más
adelante.
(15) The nativa tribes oí ^oath east Australia, pág. 305, Londres, 1904.
U6) Histoire Romaine, T. 1’ , pág. 305, Lib. 2’ , París, 1882-1889.
(17) Spencer y Guillen, The naífve tribes o í Central Australia, págs-, 9
y sigs., Londres, 1899.
(18) Ni rey ni emperador.
(19) Prólogo a Des clarts aax empires, pág. X ; París, 1923.
(20) D es clara auz empires, ya citada. Ver, además, Moret, Aux temps dea
Pharaons, París, 1908; Rois et D ieta d’Egypt, París, 1911, y F. Davy, La Fot
Jurée, 1922.
• (21) Luis Gumplowicz, La lucha de razas, Madrid, s/f. (La España Mo
derna), y Derecho político íilosófíco, Madrid, s/f.
(22) Las “ supervivencias” de Tylor, Frázer, Me. Lennan, entre otros; in-
48 R amón F. V ásquez
nale, Psichiatria e M ediana Legale, año 1931, X V III); 'Le Fonti dell Aniico Di-
ritto Indiano, Roma, 1951; L’Orígine del Prestito nell Dirítto Indiano; Rev.
italiana de Sociología, vols. VII, VIII y IX, en que se divide la historia del an
tiguo derecho indiano en seis épocas, la última iniciada en el siglo VI, de nues
tra era; y Le Antiche istituzioni processuali delFIndia, vol. 2'? ds Siudi di etno-
lo¿ia giarídica, en Rev. italiana de Sociología, 1908, 1910.
(37) La Strutura della Fairúglia Aatbüiana, Roma, ( “ Comitato Italiano per
lo Studio dei Problemi della Popolazíone), págs. 4 y 9. i a Condizione ¿iuridica
del manto nella íamiélia matriarcale, 1899.
(38) L e iorm e di aggregazione sociale nell’India dal V° al Ví/P Secóle
delTera Cristiana, pág. 17, Roma, 1911; Entre las valiosas fuentes de Mazzarel-
la, hállanse los numerosos trabajos del eminente filólogo alemán Julius Joly,
concernientes a investigaciones en los textos jurídicos sánscritos. Entre otros:
Outlinea ai an H istory of the Hindú Law Partition, Inheritance and Adoption;
Institutes Natada, Londres, 1876.
(39) Mind of primitive man, N. York, 1938; El arte primitivo, México-
Bs. As., 1947; Race, Language and Calttzre, N. York, 1940 y Evolutíon or Dií-
íasion, en American Anthropologist, VoL XXVI, 1924.
(40) Evolutíon in Cultural Artthiopology, en American Anthropologist, 48
■y The Matrilineal Complex: A reply to Leslie "White, California, 1919 (Cali
fornia Publications in American Archaeology and Ethnology, Vol. XVI, N"? 2);
Primitive Society, N. York, 1920; TheO rigin o i State, N. York, 1927; Primiti
ve Religión, N. York, 1924; Historia de la Etnología, México, 1943.
(41) A. A. Goldenweiser, Early Civilization, N. York, 1922; History, Psy-
chology and Culture, N. York, 1933.
(42) W. Foy, Prefacio a M ethode der Ethnologie, de Graebner; Heidel-
berg, 1911.
(43) Ob. cit., El mundo del hotxAre primitivo, en Rev. de Occidente, Ma
drid, 1925.
(44) The Origin and Growth of Religión, N. York, 1931; The Cultural
HiatoricaJ M ethod oí Ethnology, N. York, 1939, y ob. cit.
(45) The Diffusion oi Culture, N. York, 1927.
(46) W. H. Rivers, The History of Melaneñan Society, Cambridge, 1914;
The Genealogical Method oí Atühropological Inquiry, en Sodological Review,
Vol. 111, 1910. Survival in Sociology, en la Rev. dt., Vol. VI, 1913.
(47) Pioneers in American Anthropolgy, the Bandelier Morgan Letters,
1973-1883; Vols. I y II, Alburquerque, 1940, citada en obras varias. Diffusion.
Evolutionism: One Arttievolutionist Fallacy, en American Anthropologist, Vol.
47, N*? 3 (julio y setiembre de 1945). Evolution in Cultural Anthropology. A
Rejoinder, en la misma revista, VoL 49, N'? 5 (jvilio y setiembre de 1947); Evo-
lutionary Stages, Progress and ihe Evolutíon Culture, en Southwestem Journal
o( Anthropology, VoL 3, N'^ 3, 1947, en varios comentarios.
(48) Decadence, en Enciclopedia of the Sodal Sciences, Vol. 5, 1937.
(49) ConUguratíons of Culture Gratrth, California, 1944; Antropología Ge
neral, México, 1945; Cultural and Natural Axeas of Native North America,
University of California Publications, etc., Vol. XLVUI, 1939.
(50) Lecomte du Nouy, E l Destino Humano, pág, 160, Bs. As., 1948.
(51) A. C. Haddon, Evolution in A lt, Londres, 1914, y The Races oí Man
an Their distribution, N. York, 1925.
(52) V. G. Childe, The Darvn oí European Civilization, N. York, 1939;
What happened in History, N. York, 1946; Man makes himself, Londres, 1951, y
Los Orígenes de la Civilización.
(53) Nueva York. 1927.
(54) En El arte primitivo, México, 1947. Primitive Art, N. York, 1955,
entre otros trabajos.
(55) Primitive M entality, N. York, 1923. How Natives think, N. York,
1926.
(56) Sociedades Precapitaíistas, México, 1954.
(57) E l Horrare y sus Obras, pág. 51Í, México, 1952.
(58) Ob. cit., pág. 517.
50 R amón F. V ásquez
LOS IR O Q U E SE S
V
C a p ít u l o P r im e r o
El Hábitat
Parte de las gentes que dejaron tan importantes pruebas de
cultura y que ocuparon el actual territorio de los Estados Unidos
de América y sur de Canadá, han sido agrupadas en varias familias
lingüísticas; dentro de cada una de las cuales abunda diversidad de
dialectos. La determmacion de sus respecnvos tlabitaés, proporcio
nará al lector una ligera visión del escenario y de los protagonistas
nativos del drama que, en dicha región del Nuevo Mundo, promo
vieron, aunque con procedimientos diferentes, los invasores holan
deses, franceses e ingleses. Quedarán, así, ubicados los que son ob
jeto de este trabajo y se explicará por qué éstos, no obstante su des
favorable posición, concluyeron por imponerse a los demás y aven
tajarlos en la conquista de la estabilidad y del progreso.
En el este del Hudson, en una tierra accidentada y áspera, pero
surcada por abundantes corrientes de agua qué desembocan en el
Atlántico, y en la parte norte. Estado de Maine, cubierta de lagos
y bosques y florestas que atenuaban las inclemencias del invierno
y el rigor de los vientos; en esa tierra, hoy asiento de populosas y
pujantes ciudades, se establecieron numerosos grupos tribales —
unos, poderosos; otros, secundarios— , que han sido comprendidos
en una misma familia lingüística bajo la denominación de algon-
quinos, distribuidos en la forma siguiente: Al sudeste del Canadá
y en los territorios de los actuales Estados de Maine, New Hamp-
shire, Vermont, Massachusetts, Connecticut y Rhode Island, es de
cir, abarcando Nueva Inglaterra, los abnaki, mismac y pequots,
entre otros. Al sur del San Lorenzo, los mahicanes; al este y oeste
del Hudson, los wappinger y los munsee, respectivamente; éstos in
tegrando la Confederación de los delawares; aquéllos formando par
te de otra Confederación con los manhatan, que dieron su nom
bre a la isla, que significa “Isla de las Colinas”, según Buámell. Más
al sur, dominando la costa y en las proximidades del Neuse, en Ca
58 R amón F. V ásqüez
LA COMUNIDAD DOMESTICA
El clan — La f r a t r ía — La t r ib u — El t o t e m is m o —
La v iv ie n d a — La a l im e n t a c ió n
(•) Las divisiones y nombres de los clanes y fratrías, los proporciona Mor
gan en "La Sociedad Primitiva”, t. 1, págs. 103 y slgs.
Los I r o q u e s e s 63
El “tótem” desempeña su papel trascendental. De animales de
la región fueron tomados. Lobo, oso —que aparecen en todas las.
tribus—, castor, ciervo, becasina, garza, halcón, tortuga y anguila,,
son los nombres totémicos individuales y colectivos de los grupos
gentilicios y religiosos, que alternan con otros de las fratrías. Su
influencia mística supera a la derivada de la consanguinidad, al
punto de que con relación a ellos se regulan las relaciones matri
moniales y se determina el parentesco. Más aún: el derecho suce
sorio, la represión de los delitos y, en definitiva, la vida de “esta
sociedad doméstica”, según expresión de Durkheim, reconocen al
“tótem” como fimdamento de las prácticas jurídicas que la regu-'
lan. Por tanto, si el común entroncamiento de los componentes de
un agregado ciánico deriva de su identidad totémica, queda de
mostrado, una vez más, que el principio del tótem — la forma ele
mental de la vida religiosa, de acuerdo con la tesis del celebrado
sociólogo en Foniíes eíementeáres de la vie religietíáe— trascien
de de la vida exclusivamente familiar.
Dentro de la comunidad de cada casa, la importancia de la fa
milia restringida es, pues, secimdaria, carece de autonomía.^'Los.
sujetos activos del poder o jurisdicción son las mujeres y los hom
bres solteros; y, tanto, que cuando los últimos son exaltados a la dig
nidad de “sachems” o jefes, sus electores continúan reservándose la
facultad de deponerlos por inconducta o mal desempeño de sus
funciones.^ cohesión de la comunidad es, en consecuencia, consi
derable, y cadente su carácter matriarcal~y gentilicio. Se explica,,
p ^ lo mismo; que la”solidaridad de los componentes de los grupos
comunales, concordantemente con la estructura apuntada, sea visi
blemente intensa y endeble la individualización del poder confe
rido al “sachem”. Finalmente, las prácticas reguladoras de la acti
vidad de los referidos agregados, no descubren, hasta aquí, estratifi
cación de clases sociales (^i).
Finalmente, cabe agregar que lo expuesto corrobora las con
clusiones de Goldenweiser en cuanto señalaba que dentro del clan s&
distinguen los parientes verdaderos y se regula la transmisión de la
herencia con relación a ellos (22) j aunque, por mi parte, no comparto
su tesis en lo referente a la sucesión entre consanguíneos.^Por lo
pronto, esto no es verdad con respecto a los hijos adoptivos, cuyo-
parentesco artificial, jurídico, no les priva de la vocación hereditaria,
que se les reconoce, equivalente a la de los legítimos. ^
í
í
L
■64 R amón F. V ásquez
La v iv i e n d a
La a l im e n t a c ió n
EL MATRIMONIO
Y SU PAPEL — D iv o r c io — C aso s j u d ic ia l e s r e s u e l t o s p o r l o s
El nombre
El d iv o r c io
i
68 R amón F, V ásquez
C a p ít u l o IV
Todos los niños de una misma casa colectiva son, entre sí, her
manos — con los agregados de “mayor” y “menor”— y, concordante-
mente, hijos o hijas de sus propias madres y de las hermanas de és
tas, es decir, de las que nosotros denominamos tías. En cambio, loa
hombres pertenecientes a la generación de la propia madre de un
iroqués, de una misma casa, es decir, los hermanos de la última,
mientras permanecen solteros, son para él sus tíos, y las esposas de
éstos “tías-madres”, y los hijos de éstos, sus primos.
Padre de un iroqués no es solamente el suyo propio sino, tam
bién, cada un.0 de los hombres de la generación del mismo, perte
neciente a su agregado doméstico, es decir, sus hermanos, pues a pesar
de que éstos son de un clan diferente, todos ellos podrían ser, legal
mente, maridos de su verdadera madre. En cambio, los esposos de
las hermanas de su propia madre —sus otras madres— a pesar de
convivir en la misma casa colectiva, son sus padrastros. El iroqués
reconoce como hijos, además de los propios, a los de sus hermanos,
mientras que los de sus hermanas son sus sobrinos o sobrinas. La
esposa e hijos del hermano de su padre, son, respectivamente, su
madrastra y sus hermanos. En cambio, los hijos de las hermanas de
su padre son sus primos; los hijos de éstos, sobrinos o sobrinas y nie
tos los hijos de los últimos. Finalmente, conadera como nietos y
nietas a los que son tales para sus hermanos y hermanas, además de
los suyos propios. Tales son los principales grados de parentesco, su
ficientes para la finalidad de este trabajo í®®).
El sistema en examen hállase, pues, informado en el' derecho
materno y corresponde al tipo denominado clasificatorio, cuya an
tigüedad, aunque no su universalidad, describiera Morgan y confir
mara Mazzarella en estas palabras: “II mérito principale de Mor
gan e constituito della scoperta della parentela clasificatoria, dalla
determinazione dell’area diffusione di essa, dalFaccertamento del
nesso genetico che la lega con la parentela discrittiva, dal riconos-
cimento dei rapporti di connessione intercedente fra il sistemi clas-
sificatori e le forme meno evolute delF organizazione familiare” (3^).
Por último, los indicios de irn parentesco bilatCTal incipiente; el afian
zamiento del derivado de la adopción — artificial, jurídico— y la.
franquicia concedida al padre, aunque excepcionalmente, dentro del
sistema sucesorio, para disponer de sus bienes personales en favor
de sus hijos, que no son legalmente sus herederos, constituyen anun
cios de que la familia restringida individtial se halla en los comien
zos de su formación, aunque manteniéndose los lineamientos y de
nominaciones correspondientes a un régimen anterior. Así, si se
denomina “padre”, no sólo al verdadero, sino también al hermano de
éste — Há-nih—, es porque el vocablo deriva de su aplicación, en
Los I r o q u e s e s 71
La a d o p c ió n
“ sach em ”
D erecho s u c e s o r io
La s u p u e s t a s u c e s ió n al cargo de “sach em ”
INSTITUCIONES PENALES
E l d e l it o — La r e p r e s ió n — I n s t it u c io n e s procesales —
ORALroAD EN LOS JUICIOS
I n s t it u c io n e s procesales
☆
C a p í t u i .0 VII
INSTITUCIONES POLITICAS
in s t it u c io n e s p o l ít ic a s
Oso: 3
Lobo: 3
Tortuga: 3
Tribu de los Onondagas; <
Castor: 1
Ciervo: 3
Agachadiza: 1
Oso: 2
Lobo: 1
Tortuga: 2
Tribu de los Cayugas: Ciervo: 1
Agachadiza: 2
Garza: 2
82 R amón P. V ásquez
Oso: 1
Lobo: 1
Tribu de los Sénecas: Tortuga: 2
^achadiza: 3
Halcón: 1
L a C o n f e d e r a c ió n
C o n se jo F ederal
V o t a c ió n . — U n a n im id a d . — T r a s c e n d e n c ia h is t ó r ic a .
— P roclam a de W a s h in g t o n .
Carácter g e n t il ic io de las in s t it u c io n e s p o l ít ic a s
IROQUESAS
☆
C a p ít u l o VIII
INSTITUCIONES RELIGIOSAS
Para los iroqiieses, cada cosa, inanimada o no, posee una esen
cia espiritual, que se manifiesta en las fuerzas y leyes de la natura
leza (9^). Es éste el principio del culto totémico, cuyo arraigo sólo
declina a la llegada de los europeos.
Además de los totems propios de los clanes, el individuo posee
el suyo particular, el “oki”, que, representado materialmente, lleva
consigo en todos los movimientos y actos de su vida
No obstante el largo tiempo transcurrido desde las correrías
de los iroqueses, como tribus independientes, hasta la constitución
de la Confederación, y, desde ésta, hasta el sojuzgamiento europeo,
dicho culto persiste bajo la forma preferentemente zoolátrica. Oso,,
lobo, tortuga, castor, lobo, anguila, ciervo, becasina, garza, halcón,,
gavilán y otras aves, son los exponentes de la fauna regional que
alternan, como “totems”, con otros tomados de la flora, de accidentes
geográficos y de cosas inanimadas. Sin embargo, se descubre cierta
modificación en sus creencias religiosas originarias, así como en su
antiguo rituaL Junto a ideas imprecisas y a supersticiones múltiples,,
a veces infantiles, destácase el culto a las fuerzas y elementos de la
naturaleza, con una marcada inclinación al politeísmo.
En forma análoga a la de numerosas agrupaciones indias, apa
rece la concepción de im Gran Espíritu, de origen misterioso, al que
es extraña la formación del universo, pero al cual se le adjudica la
creación del mundo animal y vegetal y la adaptación de los elemen
tos de la naturaleza a las necesidades himianas. Revestido de ca
racteres antropomórficos, es invisible, pero hállase presente en todas
partes, vigilando, cuidando y organizando la vida de la raza roja,
pues Él es el Dispensador de la felicidad.
Al Creador del hombre, el Gran Espíritu, que es imnortal, ro
dean numerosas deidades, que ejecutan sus designios. Estas care
cen dé la jerarquización y distribución que ofrece el Olimpo de las
antiguas mitologías no americanas. Las rogativas al Gran Espíritu
se supone que sólo le llegan mediante el humo del tabaco, pues las
divinidades son sordas.
96 R amón F. V ásquez
L as txjmbas
El c x jl to a l So l y al F ite g o
E l C o n se jo de los L a m e n t o s <’ )
(•) “Hen-nun-do-nuli’—seb” .
Los I r o q u e s e s 99
Sa c e r d o t e s
I
guiendo el método inductivo de Bachofen y sus sucesores, de que
el derecho materno es, aun desde el punto de vista de las creencias
*■ religiosa^ por lo menos tan antiguo como el patriarcal. La impor-
I tancia del papel protagónico de las mujeres en los mitos, tal como
’■ el desempeñado en la leyenda de la Bella Doncella y de las Tres
Hermanas, corrobora el aserto,
i Por último, el estudio realizado en este capítulo concurre a de-
i; mostrar por qué la mitología, fuente principal informativa de Ba-
I chofen, nunca puede proporcionar, por sí sola, los elementos de jui-
: ció indispensables para el cabal conocimiento del derecho antiguo,
'■ aimque sus aportes sean valiosos.
☆
C a p ít u l o X
Y LA o r a t o r ia — El “w a m p u m ”
L a O r a t o r ia
H o s p it a l id a d
E l “W am pum ”
☆
(1) El Tahuantinsayu, Los Aztecas y Loa Mayas.
(2) Doctor Carlos F. Meló. Fué su continuador el doctor Alfredo L. Pa
lacios, quien en su prólogo a mi trabajo Los Mayas, sugirió el tema que trato
en las conclusiones de este ensayo.
(3) Entre otros: W. Beauchamp, The Iroquois Ttail, N. York, 1892; E.
Chadwick, The People oi the Longhouse, Toronto, 1897; J. V. H. Clark, Onon-
da¿a or remrn/scences oí earlier and later times, Siracusa, 1849; Colden C.,
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Publicaciones del “Museum of the American Indian — Heye Foundation”;— :
Particularmente de Alauson Skinner, An antique tobacco puch oi the iroquois,
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tion — Bureau of American Ethnology: John Swanton, Early history oi the
Greek indians and their neighbours, Washington, 1922; David I. Bushnell, Na-
iive rillages and villages sites east oí the Mississippi, Washington, 1919; y
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ber, Handbook o the Indians o Cáliíorma, Bureau of American Ethnology,
1925.
(4) Nueva York, 1904.
(5) Ancient Society, Nueva York, 1877; La Sociedad Primitiva, La Pla
ta, 1935.
(3) Aunque en algunos rige la linea paterna; Sioux, Punkas, Omohas,
Kaus y otros grupos algonquinos.
(7) A ellos me he referido en Los Aztecas.
(8) H. Beauchat, Manual de Arqueolo¿a Americana, pég. 177, Madrid,
1918. Véase sobre lo mismo: Foster, ob. cit, págs. 97 y sigs.; Gerard Fowke,
Arcbeological Imrestigations, en Boletín 76 del Smithonian Institutión, Was
hington, 1922. Sobre trabajos en cobre: Donald Cadzow, Native Copper ob-
jets oí de Copper Eskino, Museum of the American Indian — Heye Founda
tion— , N. York, 1920. Sobre trabajos en piedra: W. H. Holmes, Introductory
— The litic industries, en Handbook of aboriginal American Antiquities, Smi-
thonian Institutión, Vol. 60, N. York, 1919. — Con respecto al origen de los
“ mounds”, se han sostenido las más variadas teorías, ya examinadas en ante
riores ensayos. Agrego, ahora, las del Pbro. doctor Mariano Soler^ en Las
Ruinas de Palmira, Montevideo, 1899, y la de J. Antonio Villacorta en su ma
gistral obra Prehistoria e historia de Guatemala, Guatemala, C. A., 1938.
(9) Véase la distribución, en detalle, en Native Villages and Villages
sites east oi the Mississippi, de David I. Bushnell, en el Boletín 69 del Smith
sonian Institutión — ^Bureau of American Ethnology— Washington, 1919; en
Villages oí the Algonquian, Siouan and Gaddoan, tribes west oí the Mississippi,
del mismo autor, en el Boletín 77 de la mencionada publicación, y en Handbook
oí aboriginal Arnerican Antiquities, de W. H. Holmes, Boletín 60, Washington,
1919. Debo advertir que estudios posteriores han impuesto algunas rectifica
ciones que no afectan, en lo fundamental, la distribución general.
Los I r o q u e s e s 109
(10) Bushnell, ob. cit., y L. H. Morgan, Lea¿tie oí the Iroquois.
(11) De los cuales se han descubierto cementerios, diversos lugares en
que mantenían sus “vivacs” y objetos de piedra y de cobre. Véase A Montauk
Cementery ai Easthamptün, Long Islaitd, de Foster H. Saville, en “Indian No
tes and Monographs del Museum of American Indian —^Heye Foundation— ,
Vol. 2<>, N. York, 1920.
(12) Las divisiones y subdivisiones de estos numerosos grupos, así como
la trayectoria de sus movimientos e indicación de los lugares en que finalmen
te se establecieron, pueden verse en el erudito trabajo de Reginald Pelhan Bol-
ton, New York City iti Indian Possession, en “Indian Notes and Monographs
del Museum of the American Indian” — Heye Foundation— , Vol. 2’ , N'? 7, N.
York, 1920, y en John R. Swanton, Early History oí the Cresk Indians and
their Neighbours, publicado en el Boletín 73 del Smithonian Institution, con
magníficos mapas. Washington, 1922.
(13) Su sistema jurídico es objeto de otro trabajo en preparación.
(14) Siouan and Caddoan Ttibes West oí the Mississippi, pág. 2.
(15) Morgan, ob. cit., capítulo 1’ , quien la remite al año 1609, fecha del
descubrimiento de los holandeses; Bushnell, ob. cit, pág. 15.
(16) Con exclusión de representantes pares — “sachems”— en el Consejo
Federal.
(17) En su lata acepción.
(18) Sénecas: ocho; Cayugas: ocho; Onondagas: ocho; Oneidas: tres;
Mohawks: tres; Tuscaroras: ocho. Véase Morgan: Leagae, etc., págs. 225 y
376; La Sociedad Primitiva, pág. 115.
(19) Sin embargo, tal denominación la ha reiterado la Corte Suprema Fe
deral de los Estados Unidos desde Marshall.
(20) Morgan, en su primer trabajo, denominó “Liga” a la Confederación.
Otros agregados tribales pertenecientes a la misma familia lingüística permane
cieron independientes. Los Tuscaroras, repito, se incorporaron más tarde.
(21) Al examinar las relativas a la elección de los “sachems” y jefes, se
verá que ellas armonizan con la conclusión formulada.
(22) Cita de Lowie, en Historia de la Etnología, pág. 344.
(23) Con respecto a las viviendas —las “ Casas Largas”— , ver, preferente
mente, L. H. Morgan, Hoases and houae-liie oí the American Aborigines; Hou-
ses oí the Mound Bailders y The Leagae oí Iroquois, Apéndice, nota 124, pá
ginas 287 y sigs.; Dunker y S. Slujfter, Long Island Society Metztmres, y David
I. Bushnell, Native viílages and village sites east oí the Mississippi; Boletín 69
del Smithonian Institution, pág. 49 y sigs.; Washington, 1919.
(24) Rene Ménard et Claude Sauvageot, i a íaaúlle daña L’Antiquité —
VHabitation, pág. 70, París, s/f.
(25) L o s clanes, fratrías y tribus se distinguen también por un nombre.
(26) De matrimonios por grupos, según Morgan; estructura que ha sido
refutada, en los últimos años, particularmente por M. W. Thomas en Organi-
sation an group ntarriage in Australia, Londres, 1906.
(27) Herbert M. Lloyd, en sus notas a League oí the Iroquois, proporcio
na antecedentes de numerosos casos resueltos por las Cortes de Paz para In
dios. entre 1886 y 1887 (Apéndice B ). Ed. N. York, 1904.
(28) La Struttura Delta Fanadia Ambiíiana.
(29) “ Sindiásmica” para él; “ semundiana”, según Mazzarella, aunque con
la variante de permanencia del marido en la vivienda de la mujer.
(30) F. Engels, Orígenes de la Familia, de la Propiedad y del Estado, pág.
31, ed. Bs. As, 1924. Ver El Tahaantinstiyu, Los Aztecas y Los Mayas, del
autor de este ensayo.
(31) League of the Ho-Dé-NoSau-Nee or Iroquois, N. York, 1940; The
Law oí descent oí the Iroquois, en “Proceedings of American Association for the
Advancement of Science” , Vol. XI, 1856 y Anáent Society.
(32) La Sociedad Prirrútiva.
(33) Véase la nomenclatura coi^leta en el cuadro comparativo con el de
algunos pueblos de la India meridional, y las denominaciones indígenas, en
la pág. 92 de La Sociedad Primitiva, teniéndose presente las notas de Lloyd, en
The League, etc.
110 Ram ón F. V ásquez
☆
CINTO DE CUERDAS CUERDAS DE WAMPUM
DE WAMPUM
SEGUNDA PARTE
CONCLUSIONES Y
SUGERENCIAS
C a p ít u l o XI
ring (^8). “Toda sociedad lleva impreso en su frente el sello del país
donde se ha desarrollado, porque la vida del organismo social co
mo la de todo organismo — observa Scheffel— es por mitad el re
sultado de la acción externa de la naturaleza ambiente”
Bien sé que para negar consistencia a la tesis formulada, se
recurrirá al socorrido argumento de la supuesta inferioridad del
indio; a su presunta incapacidad mental y social y a su carencia
de conciencia Mas sin ánimo de abrir aquí im debate al respecto,
bastará que, por ahora, replique con esta verdad: “El indio ame
ricano ha sido capaz de desarrollar en el curso de los milenios, las
grandes culturas que son propias de él y que no son inferiores a las
grandes culturas del viejo mundo, muy distintas de ellas; y a pesar
de no haber inventado una escritura que pudiera competir en cuan
to a su alcance cultural con la del Asia Pero que no se olvide que
tampoco los griegos y romanos inventaron su earritura, sino que la
tomaron de los semitas del Aáa Oriental”
Pero el problema del indio, repito, y su aporte al desarrollo
ulterior de las sociedades que se constituyeron en las que fueran
sus tierras, y aún a la evolución de las ideas de los sojuzgadores,
ya reviste en nuestros días significación trascendental, no obstante
la gravitación de antiguos prejuicios. Así, con sobrados fundamen
tos, Merle Curti, en una enjundiosa obra, no vacila en reconocerlo
en algunos pasajes de la misma. Estos son elocuentes: “En verdad
la presencia de los indios fué im factor notable en la herencia inte
lectual y emocional trasmitida por los colonos. La simple sentida
proximidad de los pieles rojas ejqplica muchas diferencias en ideas y
actitudes entre los americanos coloniales y sus padres y hermanos
europeos” Y más adelante: “El hecho de que los ingleses, ho
landeses y alemanes no alcanzaran el mismo grado de fusión cul
tural y racial con los indios que los españoles y franceses, tuvo con
secuencias de largo alcance. Entre otras cosas, impidió a los ribe
reños recién venidos la comprensión de las grandes diferencias que
existían en los niveles y características culturales de las diversas
tribus; a sus ojos todos eran pieles rojas por igual. De este modo,
las ideas de los blancos acerca de los indios fueron desviadas por
'mucha información falsa, fantasías y prejuicios. El concepto indio
del carácter colectivo de la propiedad de la tierra, por ejemplo, ca
reció de sentido para un pueblo que se estaba tornando rápidamen
te consciente de los derechos de la propiedad individual y comen
zaba a mostrar un espíritu de competencia en la agricultura al igual
que en las otras formas de la empresa económica. En general, los
blancos entendieron poco del culto de^ los nativos por la naturaleza,
del poético amor del indio a la tierra tal como era más que co
132 R amón F. V ásquez
☆
C a p ít u l o XII
che corrono come assiomi, e che sono ben lontani dalla veritá; pre-
giudizii, pero, que hanno spesso una disastroza ed efficace azione nel-
le politica, nella economia, nella morale dei contemporanei. E utile
trattare questo argomento di palpitante attualita che si delinea sot-
to il titolo di razze inferiori a razze superiori, perché dalla discus-
siones scaturisce a luce meridiana la vanitá di quelé che Giambat-
tista Vico chiamó bellamente la “boria delle nazioni”
Más explícitamente, concordando con Lacom.be, ya citado, y
con Levy Bruhl agrega, con respecto al referido tema, Carson
Ryan, Director del Instituto de Educación de Estados Unidos, en
cuanto al indio: “La inferioridad presunta no descansa sobre base
científica. La experiencia lo confirma. En las escuelas de la Reser
va de Pima (Arizona) los niños indios obtienen las mismas califi
caciones que los blancos” De las equivalentes posibilidades men
tales del indio, no ya cuando era señor de su tierra, sino tras las
opresiones y deformaciones que le impuso el europeo, dan acababa
cuenta Gardlaso de la Vega Inca, Ruy Díaz de Guzmán, el pri
mer historiador argentino; Ely Parker, en los Estados Unidos de
América; Benito Juárez, de pura sangre zapoteca, en México, y la
pléyade de mestizos que honran las artes, las letras, las ciencias y
la función pública, como Salcamayhua, Huaman Poma, el Padre
Molina, Mediz Eolio, Félix Cosío, José Gabriel Cosio y Carrillo
Puerto, entre muchos más. Por lo demás, el concepto “raza”, del
cual tanto se ha abusado hasta conducir a la justificación de los
crímenes nazistas, particularmente con los judíos, considerados de
“raza inferior”— aunque se les deba el origen del vocablo, que es
semita— , dicho concepto, repito, no sólo carece de precisión en
cuanto a su significado, sino que se lo ha aplicado en forma tan
contradictoria, que los más eminentes biólogos y antropólogos con
temporáneos rechazan hasta su uso, porque según expresión de Hux-
ley, “estorba el progreso de la antropolo^a” (®°). La aplicación p>seu-
do-científica del término “raza” como concepto biológico a los pro
blemas históricos y sociales, ha sido definitivamente proscrijyta. El
propio Spengler censuró ese uso discrecional, considerando que “ra-
nada tiene que vSr con los torpes tópicos de ario y semita pres-
tados de la lingüística” Y el eminente experimentador en cues
tiones de genética, el norteamericano H. P. Müller — lo señala Lips-
chutz (82)— al discutir los conceptos raciales hoy aplicables en la
práctica nacista, dice que “No hay ni una jota de evidencia genéti
ca en favor de las ideas raciales” (83) del vocablo no debe
«ervir para diferenciar estructuras biológicas diferentes, como se ha
hecho, con prescindencia de los factores históricos, culturales y so
ciales, es decir, con un sentido determinista de “fatalidad biológica
lieredada”. Por raza sólo puede entenderse “el hecho de que exis
L o s I r o q u e s e s 139
cial, tronco de la que sobre ellos fundó España. Ese mérito perte
nece a la civilización incana. Ea menester reivindicarlo, porque es
una justicia y una rehabilitación exigida por la verdad histórica. Si
los quichuas no nos hubiesen preparado el terreno para recibir al
germen de la vida social y cristiana, hoy no tendríamos ese germen
ni sus resultados, como no lo han tenido las Pampas, ni Arauco ni el
Chaco. La civilización esjjañola absorbió, devoró y después de ha
berse opilado con las opulencias del banquete que halló servido,
quedó como las boas, en el sopor de una digestión difícil y enfermiza.
Ella, empero, nada creó sino los puertos marítimos improvisados
por el comercio ewopeo y cuyo desenvolvimiento verdadero no pro
cede sino del impulso dado por la guerra de la emancipación. Los
telares, la agricultura, la metalurgia, la minería, la irrigación, la vi
da civil, las artes, las postas, todo estaba ya formado” (^29)^ López,
penetrando en la organización económica, social y política del
Tahuantinsuyu, descubre que aún perduran sus principios en la
conciencia y en el espíritu de millones de peruanos y bolivianos;
que una lengua, el quichua, y una organización secular, el “ayllu”, no
han muerto. Así llega su premonición que, muchos años después, ha
bría de interpretar, cabalmente, en sus comienzos, el Aprismo, que
apareció como llamado a realizar lo que parecía una utopía, como
ya lo tengo dicho
Finalmente, Ricardo Rojas, con notable amplitud y singular
videncia, persigue con su prédica, sostenida por más de cuarenta
años, la revaluación de nuestro p>asado, tras ahincadas indagaciones
en la historia, las letras, las artes y los sistemas jurídicos indianos.
Aunque éstos no constituyeron temas preferentes de sus múltiples
estudios, los conocía cabalmente, y señalaba sus proyecciones en el
tiempo. En largas y repetidas pláticas con que me honró, pude com
probar cómo refirmaba sus advertencias iniciales y el rico caudal
de su versación en esa materia. No pocas directivas le debo; tan va
liosas como las que me proporcionara, cuando escribía El TsSman-
tkmxyu, otro maestro inolvidable, de quien tuve el honc» de ser
secretario en años ya lejanos: Estanislao S. Zeballos.
H. G. Wells, en su profecía para el año 2116, presenta un
mimdo socializado, no sólo económicamente, sino integralmente, en
el cual The hiatory of Ufe wilí pasa into a new pbase, a phase wñh
a common oonsdoúanea snd o coinmon De cumplirse el
vaticinio, por más que una d:e las premisas en que se apoya no res
ponda a la verdad histórica (132)^ ^o es dudoso que el proceso ha
llaría en América, antes que en ninguna otra parte, circunstancias
propicias para su desarrollo, ya que en ella, según se ha visto, la pre
eminencia de las ideas y normas de conducta que le son esenciales,
sólo requerirán la reactualización, aunque con mayor universalidad.
L o s I r o q u e s e s ' 147
blos indios, desde la época colonial, que ellos deben ser considera
dos “como comunidades políticas, que retienen sus derechos natii-
rales”, “según el derecho de gentes”, porque “un poder débil no cede
su independencia — su derecho a la autonomía— al asociarse con
uno más fuerte para aceptar su protección”. Denominando a tales
comxmidades “naciones”, concluyó negando al Estado de Georgia
el derecho de interferir en las leyes o en el territorio de los che-
rokees, doctrina que dicho tribunal ha mantenido posteriormente.
Marshall analizó, hasta la minucia, los tratados concertados con los
cherokees — los de Hopewell y Holston (este último en 1791)— ,
e insistiendo en la necesidad de respetarlos, a pesar de que los mis
mos habían, combatido bajo el pabellón inglés durante la Revo
lución, formuló, entre otros enunciados, los siguientes; “El recí
proco deseo de establecer una paz y la amistad permanente y de
concluir con todas las causas de la guerra, está honestamente re
conocido, y, tendiente a ese deseo, el primer artículo declara que
deberá haber perpetua paz y amistad entre todos los ciudadanos de
los Estados Unidos de América y todos los individuos integrantes
de la Nación Cherókee”. “El segundo artículo — agrega— repite el
importante concepto de que la Nación Chsrokee hállase bajo la
protección de los Estados Unidos de América y no de cualquier
otro soberano”. Y, después de recordar cómo los cherokees han da
do fiel cumplimiento a los referidos tratados y mantenido el reco
nocimiento del gobierno de los Estados Unidos, expresa: “Este tra
tado, reconociendo, explícitamente, el carácter nacional de los che-
rokes y sus derechos a un gobierno propio, garantizando así sus
tierras, asumiendo el deber de protección, y, por supuesto, empe
ñando la buena fe de los Estados Unidos para esa protección, ha
sido, frecuentemente renovado y se halla en pleno vigor^. Luego,
añade esta declaración trascendental: “Los tratados y leyes de los
Estados Unidos contemplan el territorio indio como completamen
te separado del de los Estados; y proveen que todo tráfico con ellos
debe ser realizado, exclusivamente, por el gobierno de la Unión”
Los fimdamentos de Marshall han sido reiterados en otros pro-
ntmciamientos. Tales los recaídos en el juicio “United States v. Ka-
gama, alias Pactah Billy, tin indio, y Hahawaha, alias Ben, im in
dio” en los cuales declaró la Corte Suprema — 1886— esto que
ya adelanté: “Estas tribus indias se hallan bajo la tutela de la Na
ción. Sus comunidades, dependientes de los Estados Unidos.. . No
deben lealtad a los Estados y no reciben de ellos protección alguna.”
La U. S. Office of Indian Affairs y “The National Indian Ins-
titute”, dependientes del Departamento del Interior, realizan, en el
sentido apuntado, intensa labor concurrente, atendiendo y resolvien
do los problemas agrarios, culturales y del trabajo, y persuadidos de
L o s I r o q u e s e s 151
Utica de los Estados Orados sobre los gobiernos tribales y ¡os intereses comti-
nales de los indios, Washington, 1943; Censas oí indians in Cortada, Departa-
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Wisconsin Press, 1940; y publicaciones del Instituto Indigenista Interaraerica-
no, entre otros.
-,(148) A. Lipschutz, ob. cit, pág. 415.
(149) The Indian Act, Otawa, 1940.
(150) Esta reconoce como punto de partida al consagrado en el 'aparta
do VII, primera parte, del art. 21 de la Constitución.
\ (151) Alma de América, págs. 12 y 13. Ed. Losada, Bs. As., 1941.
(152) Casa Blanca, Washington, junio 22 de 1942.
' (153) El Mercurio, Santiago de Chile, del 30 de mayo de 1943, pág. 27. Cita
de Lipschutz, ob. cit., pág. 441.
(154) Vico.
í (155) Benedetto Croce, Teoría e historia de la Historiografía, pág. 21, Bue-
r nos Aires, s/f. Ed. Imán.
i U56) Toynbee, ob. cit.
¡ (157) Ed. El Ateneo, 1958.
1^ (158) Martínez Luján A. en Resurrección, Bs. As., 1923.
(159) Ob. cit. Particularmente, en el t. 3"? y 5*?, 1? y 2^ parte.
(160) Historia de la Etnolo^a, pág. 139.
rr (161) H. Bergson, L’Evolution Créatrice, París, 1907.
I (182) Mediz Bolio, La tierra del íaisán y del venado. El principio de los
tiempos del sol, pág. 33, Bs. As., 1922.
5 (163) Redescubrimiento de América, pág. 231, Ed. Rév. de Occidente, Ma-
t drid, 1930.
(164) Redescubrimiento de América, pág. 231, Ed. Rev. de Occidente. Ma
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(165) América Hispana, pág. 51, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1932.
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