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de la noche
Carlos Mastronardi
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con la edición impresa. Se han
eliminado las páginas en blanco.
NOTA SOBRE LA 2a EDICIÓN
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sible suelen ser bienes ulteriores, derivados.
C. M.
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LUZ DE PROVINCIA
A Eduarda Beracochea
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Preparando cada uno los colores del campo,
capaz el brazo, justa la boca, el pecho en orden.
Para el ganado buenos pastajes y agua libre,
creciendo en paz la bestia, la tierra dando al hombre.
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los anhelos atados a un destello del campo,
el riesgo, siempre hermoso, y el valor que no brilla.
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Calles de intimidad sin nadie, olvido y sol,
y siempre unas bandadas atristando el oeste,
y ese vals de retreta, pobre encanto en la noche:
nos busca su florido pesar, su voz nos quiere.
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Después, las almas libres; me acuerdo que pasaban
con haciendas cerriles o ganaban los montes.
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La dicha entretuvimos mirando unas amigas.
Lentas, bajo sombrillas de colores, llegaban
a pasar con nosotros un cariñoso día
de manos ocurrentes y flores visitadas.
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descuidada y ociosa de unas tierras tupidas,
la luz extraordinaria y ociosa de otras albas.
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De nuevo me convida la mansa luz agreste,
y el rocío en los huertos que guardan la frescura.
Me ofrezco a unos lugares de follaje y silencio,
al escondido tiempo de las quintas profundas.
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y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.
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TEMA DE LA NOCHE Y EL HOMBRE
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aquí viene y se borra de mis frases,
la sombra dolorida de seguirlo.
Cumpliendo oscuridad, perdido en sus regalos,
el que pasa sin lucha y sin nombrar a nadie.
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ROMANCE CON LEJANÍAS
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ÚLTIMAS TARDES
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La alta mujer, la rosa desganada,
tal vez aquella tarde
miraba desde un tiempo recóndito y futuro,
y un lúcido silencio se volvía,
un desierto esplendor, un descuidado mundo.
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LOS SABIDOS LUGARES
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Tras la festiva voz, ruinoso el pecho
y apagado el anhelo. Digo ahora
que no fui el laborioso de mi empresa
por no reconocerme en tiempo y luces.
Junto a las claras dignidades, burla,
eso que en mí no es ángel ascendía.
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A LA ESTRELLA DE GÜIRALDES
Seña de eternidad,
cierta en su vida más que en esta imagen.
Ya se ha vuelto un virtuoso del espérame,
como luna en las aguas y brisa del poniente.
Ahora he visto un ángel tejiendo la mañana
para sus campos de pasión sin dueño.
Con su emoción regula
el destino suspenso de las aves
y el porvenir aéreo de las flores.
Una estrella insistente sobre el llano
hoy es su explicación y comentario.
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Una música criolla se estaba por las calles
de la ciudad porteña,
cantos de bebedores clareaban las tabernas
y era la medianoche de los poetas
y el brazo que se daba al compañero
y el diálogo volado por el júbilo.
El amistoso estaba
con la mirada grande, con la vehemencia próxima,
como yo de mi sombra.
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LAS HUELLAS DEL FUTURO
A L. Riedel Ratisbona
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—más vivaces y firmes que las almas —,
bajo el imperio de los negros campos
que entraban con el vaho de la hora fría.
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LA DÁDIVA SIN ROSTRO
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las victorias de tus manos
y tu manera de mirar un niño.
La luz, en sucesiones de alabanza,
venía a querer lo tuyo. Y es grato recordar
que tu nombre juntaba las palomas,
cuyo blancor suspenso
era como tu atmósfera y tu elogio.
Resplandecías entonces para crear mi pasado,
oh destruida, oh razón de este momento!
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LA ROSA INFINITA
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en que había una morocha prendada de un pai-
[sano.
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Aquí rememoro un galope
cortando la sensible medianoche
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría.
También las sucesiones afectuosas
de los brazos ligados,
y las glicinas, en el segundo patio,
junto a la cadena del pozo,
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras
para ayudarlo a Dios.
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Y campanadas lentas,
en la suspensa tarde del domingo,
confirmaban la paz de nuestras almas.
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LOS BIENES DE LA SOMBRA
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y deslumbró los términos de la noche silvestre.
Rostros como labrados en tormentas y estíos
por una vez salieron del fondo de los campos
para asomarse a presenciar la Patria.
Entonces vi magníficos jinetes
cuyo tropel cruzó el galano pueblo;
supieron de jornadas elocuentes,
y en sus ojos cerriles puso asombro
un fulgor de vivaces antorchas y descargas
que en la inocencia del anochecer
al distraído espacio se elevaba
desde el claro y parejo caserío.
Estos hombres de aspecto extraordinario
que fueron ruda escolta de la columna cívica,
más altos y alegóricos que las banderas iban
en sus caballerías resonantes.
Y recuerdo que a veces,
tras el párrafo excelso del tribuno,
estiraban un grito ya perdido,
un selvático grito venturoso,
que los próximos campos devolvían.
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en cuya hondura ensimismada el tiempo,
que persigue su pura esencia errante,
se originaba de un zorzal oculto:
su dulce voz decía
la delicia variable de las horas.
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De esta manera suave,
reservados los modos y dispendiosa el alma,
dejó correr el tiempo la clara gente mía.
Para sus corazones verídicos y serios
las palabras decían tanto como los hechos,
y, leales, concertaban el futuro
las manos ofrecidas y las bocas prudentes.
Así, aquellas jornadas hacendosas
fueron el fiel espejo de honorables acciones,
y los sueños memorias de los días.
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Tal vez no queda nadie que recuerde
al patriarca de plata que andaba por los montes,
al isleño de barbas severas, de ojos fuertes
y de claros metales revestido
que entraba majestuoso en las mañanas,
y dejando el caballo a nuestra puerta,
en la voz de mi padre se placía.
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