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Gabriela Gresores ¿Las independencias fueron una revolución?

o bien primaron las


continuidades. Y En el caso de que fueran una revolución de qué tipo y por qué?

I. Introducción: algunas explicitaciones sobre el punto de partida (o siempre se reflexiona


desde un lugar concreto)

1. Esta pregunta trata de una pregunta clásica, que mereció -y sigue convocando- diversas
aproximaciones y con la cual me fui encontrando en distintos capítulos de mi vida de eterna
aspirante a historiadora, rol que como sabemos, no es simplemente una profesión, sino un
camino de vida siempre en construcción (“pensar históricamente”, decía Pierre Vilar). Es por
eso que no me propongo hacer un “estado de la cuestión”, ni un trabajo erudito, sino más bien
desplegar algunas aristas problemáticas sobre la base de lecturas -viejas y nuevas- y reflexiones
propias -aunque siempre lo que uno piensa o escribe ya lo pensó o escribió alguien y mejor que
uno -.
2. Como siempre escribimos desde coordenadas muy personales, quiero iniciar este trabajo
explicitando las propias. En la última década, además, la explosión bicentenaria se articuló de
manera curiosa con mi propia biografía. Mi mudanza de Buenos Aires a Jujuy me obligó y
permitió al mismo tiempo a realizar un brusco viraje temático. Tuve que replantear mi
prolongado trajinar por la Historia Agraria en general 1, y por la Historia Colonial porteña, en
particular, para buscar un tema vacante entre la pequeña comunidad de historiadores de la
Universidad Nacional de Jujuy; somos muy pocos, en una provincia con grandes necesidades y
poca producción historiográfica. Mi propia crisis vital me dio al mismo tiempo la libertad de
encontrarme con un tema que siempre me había apasionado, pero que sólo podía seguir en
tiempos de “ocio”.
Por otra parte, no era de desechar lo propicio del momento, así como la oportunidad para
adentrarme en el tema de la Independencia en Jujuy, tanto por la coyuntura bicentenaria, pero
sobre todo, por el lugar que ocupa el tema en la cultura popular de mi provincia de acogida.
Jujuy es el lugar en donde yo advertí por primera vez un fervor popular auténtico. Se realizan
grandes desfiles conmemorativos donde todos se movilizan, a caballo, a pie, disfrazados o no,
sin distinciones de clase, género, edad. En etapas más recientes, con los procesos de re-
indianización, las comunidades comenzaron a revisar su actitud frente a estas fiestas, pero en
todos los pueblos se las festeja con un gran compromiso. En todas las fechas nacionales y
provinciales se realizan desfiles y bailes populares. Es cierto que en Jujuy se festeja todo y que
toda ocasión es buena para festejos y bailes (el día de muertos, las fiestas religiosas, por

1
Fui cofundadora e integrante durante décadas del Centro Interdisciplinario de Historia Agraria de la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, que dirije desde sus inicios Eduardo Azcuy Ameghino.
supuesto el carnaval) pero es notoria la movilización popular, sobre todo teniendo en cuenta que
en Jujuy no tenemos un héroe notorio, como Güemes en Salta, ni batallas famosas como la de la
propia Salta o Tucumán. Tal es así, que la conmemoración más destacada (nuestro bicentenario)
es el Éxodo Jujeño, es decir, una derrota. La Independencia es el único hito que la provincia
registra sobre su propia historia y tiene una notoria vitalidad. Podría parecer paradójico que a
pesar del lugar destacado en la cultura provincial no haya tenido el correlato de investigaciones
sistemáticas sobre el tema, pero quizá no lo sea tanto. También en este plano Jujuy se ha
convertido a lo largo del siglo XX en la periferia de la periferia. Mi esperanza ahora es poder
realizar una modesta colaboración en la tarea de tirar del hilo que permita desentrañar las
explicaciones sobre esta situación, más allá del espíritu fatalista que impregna los más diversos
discursos locales sobre las situaciones más diversas.

II) ¿En qué momento historiográfico estamos?

1. Los que estudiamos estos temas podemos constatar que el pesado lastre que
implicó para la historiografía la unción de la independencia, como origen mítico de las
historias “nacionales”, y su consecuente centralidad en los relatos oficiales, no parece
haber sido conmovido más que superficialmente, a pesar de que las críticas al respecto
ya ocupan capítulos enteros. Los casi omnipresentes señalamientos sobre dicho lastre en
las producciones de la última década, como una de las principales trabas para el avance
historiográfico, me recuerda a los comentarios en el mismo sentido, efectuados en el
último tercio del siglo pasado. En aquel momento, al calor de los movimientos políticos
transformadores a escala mundial, y también en Latinoamérica –esta “primavera de los
pueblos del siglo XX”, como la designó Hobsbawm- , se verificó un cierto auge de las
interrogaciones sobre la Independencia, bastante más legítimo, me parece, ya que estaba
sostenido por una verdadera sed de respuestas de cara al futuro. La actual coyuntura
conmemorativa –ya agonizante- parece haber auspiciado tanto esfuerzos superadores,
como el reforzamiento del propio lastre mediante el uso oficial de la Historia: avances
en dos sentidos contradictorios si los hay.
2. Otro comentario que me suscita la lectura concentrada de la bibliografía
actualizada es la vuelta a las preocupaciones teóricas y de generalización científica en el
ámbito de la Historia y entiendo que la propia pregunta de este ejercicio es buena
muestra de ello. Mi opinión es que esta “vuelta” es un avance en un escalón superior a
la etapa anterior, clausurada fundamentalmente por cuestiones políticas –la restauración
conservadora y su progenie de “Fin de la Historia”-; pero también por el agotamiento de
la impronta estructuralista que signó las ciencias sociales en general y la historia en
particular, y que mereció extensas críticas justas e injustas.
Estas críticas abrieron un período más o menos interesante, pero en todo caso
aprovechable, de investigaciones particulares, nuevas preguntas, nuevas líneas de
indagación, nuevas orientaciones; aún cuando, es necesario decirlo, dicho ademán fue
bastante destructivo -en el sentido de “tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera”-
.
Pero –como también lo traduce la bibliografía que estamos leyendo- la alternativa de “lo
particular” se agota rápidamente; tanto sus logros como sus frustraciones nos impulsan
hoy a volver a la articulación de lo particular con lo general como lo más propio de la
ciencia histórica y a superar sobre todo la “enfermedad infantil” del “documentalismo”
que invadió el ámbito académico, por lo menos en la Argentina, y que entiendo llevó a
nuestra disciplina a parecerse a aquella “Historia” de archiveros tan criticada por la
primera generación de Annals y que hace que los más añosos lamentemos la ignorancia
de la teoría social por gran parte de las nuevas generaciones.
También el registro de la necesidad de avanzar en la articulación de los casos
latinoamericanos entre sí, con los procesos peninsulares, con los generales, etc., -
referencias que también poblaban la historiografía setentista-; la búsqueda de una
dialéctica procesual, que permita desentrañar toda una dinámica contradictoria y fluida
de los elementos socioeconómicos, políticos, culturales, -omnipresente en la
historiografía reciente- parece reabrir un camino esperanzador para las nuevas
producciones.

III) ¿Y…? ¿Fue una revolución o no?

Comparto con Juan Andreo, 2 que en la actualidad hay unanimidad en la


conceptualización del proceso independentista americano como una revolución.
Entiendo que así lo conceptualizan los autores que leemos en esta Maestría y
seguramente muchos otros. Por el contrario, creo que no es tan acertada su afirmación
de que esta caracterización sea compartida “desde la historiografía tradicional del siglo
XIX hasta la más reciente, desde opciones ideológicas y políticas contrapuestas, de las
más conservadoras hasta las más progresistas…”.
A pesar que el uso del concepto de “revolución” acompañó el proceso insurreccional
desde sus principios, para el proceso que nos ocupa no es tan unánime y menos en la
Argentina ni en Bartolomé Mitre –nuestro primer historiador y fundador de la historia
nacional, ni en el vocabulario oficial, que se cuidó -y se sigue cuidando- de escamotear

2
Andreo, J. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto. Controversias, cuestiones,
interpretaciones. Universitat de Valencia, 2010. p. 43
una asociación directa entre el momento fundacional de la nación –también mítico- con
un proceso revolucionario. 3
Pero tampoco aparece esta denominación dentro de la corriente marxista -tan
preocupada por la precisión conceptual- hasta los escritos de Kossok y Vilar.4
Entiendo que justamente es esta “no unanimidad” en la conceptualización como
“revolución” la que habilita y hace pertinente la pregunta que guía el presente trabajo.
Historiográfica y políticamente habilitada la pregunta, si revisamos el diccionario, como
lo hace Juan Andreo, claramente la Independencia latinoamericana –así, en singular, y
ésta es también una posición que ampliaré más adelante- puede y debe ser así
conceptualizada.
Llegado a este punto podría pasar sin más a la segunda parte de la pregunta, pero
entiendo que si fue formulada, merece avanzar hasta donde me es posible, en su
problematización.
En principio quiero abordar el tema de rupturas y continuidades en el mismo sentido
que entiendo lo hacen la gran mayoría de los autores consultados en el texto que vengo
citando: Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto.
Aún cuando todos ellos plantean la persistencia de continuidades que caracterizan una
“herencia colonial”, resulta relevante repasar sus matices ya que serán útiles a la hora de
evaluar el “tipo de revolución”.
Desechando explicar los por qué de los discursos oficiales y de la historia “nacional”
para negar el concepto de “revolución”, por obvios, me voy a circunscribir a lo que
comúnmente se denomina “corriente marxista”. Mi hipótesis es que en la negativa de la
corriente marxista a utilizar el concepto de “revolución” se combinaron
fundamentalmente dos elementos de confusión: en primer lugar, y fundamentalmente,
una lectura posible –pero no necesaria- del Prólogo a la Introducción de la Economía
Política y en segundo lugar, una interpretación que excede a las posturas marxistas,
pero que incluyó a muchas de ellas, acerca de los aspectos estructurales del período
post-revolucionario.
1. En cuanto a la lectura del Prólogo me refiero a la definición de “época de
revolución social”: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes…De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas

3
Chiaramonte, J. C. El mito de los orígenes en la historiografía latinoamericana. Cuadernos del Instituto Ravignani.
Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. UBA. 1991.
4
Esta impresión que yo ya tenía me fue corroborada por el trabajo de Chust. Chust, Manuel. El laberinto de las
independencias. En: Chust, Manuel. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto. op. cit. p. 18. En
realidad no creo que exista ningún colectivo historiográfico que pueda ser así denominado, como no creo que lo haya
en ningún otro ámbito. Sólo lo utilizaré por economía de palabras y porque no tiene mayor relevancia en el presente
trabajo adentrarse en esta problemática, tan espinosa por cierto.
relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución
social… Al cambiar la base económica, se conmociona, más o menos rápidamente,
toda la inmensa superestructura erigida sobre ella...”. 5 La lectura a la que me
refiero asimila esta definición de “época de revolución social” con la de
“revolución social” y ésta al cambio de Modo de Producción dominante. Esto
implicaría que para denominar a un proceso “revolución” o “revolución social”
debería instaurarse un nuevo tipo de sociedad. De más está decir que en esta
formulación se sobreimprime el ejemplo de las revoluciones burguesas y la
instauración de la sociedad capitalista.6
2. En cuanto al elemento de análisis histórico, las interpretaciones de algunos
marxistas latinoamericanos -por ejemplo las efectuadas por la mayor parte de los
partidos comunistas tradicionales-, es que la Independencia no había disuelto las
relaciones feudales de producción y por lo tanto, al no haber cambio de Modo de
Producción dominante, no habría una revolución y por consiguiente, se establecía
la necesidad de una revolución del tipo democrático-burguesa para dichas naciones.
Creo entrever elementos de estas interpretaciones en las precauciones de la respuesta de
Josep Fontana, por ejemplo.7
En tal sentido concuerdo con las apreciaciones de Chust acerca del importante aporte
de Kossok en la elaboración de una nueva perspectiva dentro de la propia “corriente”,
abriendo así la posibilidad de enmarcar la Independencia como aspecto particular de un
proceso universal. También concuerdo con la relevancia de los aportes de Pierre Vilar,
los cuales evidencian lo interesante de una mirada profundamente conocedora de los
procesos generales y relativamente exógena a la problemática particular.
En ambos casos destaco el uso de la teoría social como instrumento y urdimbre de
reflexiones históricas, como punto de partida y elemento universal apto para el
contraste de generalidades y particularidades y no como cajón para verificar qué
objetos entran o no en él y sacar a partir de allí conclusiones particulares, orientaciones
de acción política etc. uso tan frecuente y que tanto contribuyó al desprestigio de un
sustento teórico que sigue marcando profundamente la producción de las ciencias
sociales.

Pero para avanzar más en estos aspectos voy a pasar a lo que entiendo es el nudo
principal de la pregunta planteada.

5
Marx, Carlos. Introducción a la crítica de la Economía Política. Anteo, Buenos Aires, 1986 p. 7 y 8.
6
Dobb, M. Estudios sobre el desarrollo del capitalismo
7
Fontana, J. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p. 145.
IV) ¿Qué tipo de revolución?
Nuevamente me congratulo de la formulación de esta pregunta porque exige de por sí
un punto de partido teórico, como lo es la aceptación de que es posible hacer una
tipología de revoluciones. Kossok planteaba que esto era posible a partir del estudio de
sus “fuerzas sociales motrices y hegemónicas, en una estrecha relación dialéctica con el
carácter de la época, es decir, la determinación de las potencias económico-sociales,
político-institucionales y cultural-espirituales que determinan todo movimiento
histórico”. Y toma la precaución de aclarar –teniendo en cuenta que en el pensamiento
dialéctico, lo determinante del cambio son las condiciones “internas”- que más allá de
los debates sobre la “exportación” de la revolución o la contrarrevolución, “en
determinados momentos las condiciones internas y externas quedan indisolublemente
ligadas”. Cuánto más acertada esta afirmación cuando se trata de una ruptura en un
vínculo colonial, en donde la cuestión de dilucidar condiciones internas y externas
parecería tan complejo como irrelevante.
En este punto partiré de mi propia formulación y a partir de la misma efectuaré una
comparación con otras distintas y hoy hegemónicas en mi país, al menos.
1. Independencia y no Independencias
En primer lugar planteo mi idea de la pertinencia de la denominación en singular,
Independencia. Entiendo la comodidad de utilizar el plural, dada la diversidad de
procesos particulares que adoptó el proceso más general, sin embargo este plural ¿no
nos enlazaría nuevamente al resultado ex –post de los estados nacionales?; por otra
parte, el mismo problema de fragmentación se nos plantearía a partir de la complejidad
de cada etapa del proceso en sí misma, de las particularidades regionales dentro de los
espacios que después conformarían los nuevos países, o regiones más extensas, etc.
Entiendo que esta posición está habilitada por planteos como los de Chust y Marchena.
Me interesó la advertencia de éste último acerca de que “…una mirada más atenta al
proceso en su conjunto nos mostraría esta serie de conflictos que constituyeron las
´guerras de independencia´…como un continuo…”. Me resulta sumamente útil su idea
de que los conflictos conforman “un haz de vectores de fuerza cuya resultante fue
modificándose a lo largo de varias décadas…”8 Uno de los rasgos que llama
poderosamente mi atención es que apuntaran hacia donde apuntaran dichos vectores, el
resultado de esta interacción de fuerzas empujaba más hacia una ruptura, que –una vez
puesta en marcha, de forma más conciente o inconciente a partir de la crisis
monárquica- no estuvo seriamente en cuestión. Por supuesto, no quiero decir con esto
que la historia estaba escrita de antemano, sino que la crisis era tan profunda, las

8
Marchena, J. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p.260.
fuerzas sociales desatadas eran tan poderosas y el proceso a escala del mundo
occidental tan propicio, que el arco de los “diversos futuros posibles”9 se situaba
claramente en el plano de la revolución.
La revolución sería un proceso prolongado, con etapas diversas, complejas y
eventualmente contradictorias, que abarcó en su conjunto la formación económico-
social feudal-colonial dependiente de la Corona hispana.10 Dejo la pluralidad, entonces,
para independencias de las otras formaciones americanas, como la de Haití, Brasil y
Estados Unidos.

2. Tipo de revolución
La independencia por lo tanto, fue una revolución anticolonial11 “en una época
revolucionaria de dimensión histórica universal”; la época de las revoluciones
burguesas.12 Hasta allí llega Kossok y agrega una serie de preguntas que debería
responder la investigación histórica para definir o no a la Independencia como una
“revolución burguesa no consumada”. Mi opinión es que los estudios posteriores nos
alejan más de lo que nos acercan de esta última definición y permiten dejar sentada la
verosimilitud de la definición a la cual adherimos: revolución anticolonial en la época
de las revoluciones burguesas.

3. Discusión con otras caracterizaciones


Por lo menos en la Argentina, esta definición no predomina en el campo académico,
sino por el contrario, hoy parecería haber un “consenso inusitado por aquello que antes

9
Comparto esta frase tan hermosa de Tristan Platt, quien nos planteó en un seminario que las crisis sociopolíticas
abrían un arco de “diversos futuros posibles”, donde uno terminaba cristalizando y cuando lo hacía, ya no era posible
de transformar realmente hasta la próxima crisis. Me parece una idea cabal de lo sucedido con el proceso Americano
y por esto lo retomaré más adelante.
10
Es preciso aclarar aquí el uso del concepto de formación económico-social, que a pesar de su significativa
instrumentalidad ha permanecido en cierta nebulosa conceptual La poca precisión en el uso del concepto de
formación económico-social se tradujo eventualmente en discusiones menos fructíferas de lo que podrían haber sido.
Tómese como ejemplo el importante volumen compilado por Juan Carlos Garavaglia, El Modo de Producción
Dominante en América Latina. En mi trabajo como historiadora y docente, por no hallar otra mejor, tuve que elaborar
una definición propia sobre la base de mis lecturas de Marx y mi propia práctica. “La Formación económico social
expresa una realidad histórica, en un espacio y un tiempo determinados, da cuenta del conjunto de la vida social y sus
dinámicas impulsadas por las diferentes relaciones en permanente interacción: 1) las formas por las cuales obtienen
los productos de la naturaleza y los distribuyen (los modos de producción); 2) las formas en las cuales los hombres se
organizan para llevar adelante esa vida social (política) y 3) las formas en que los hombres conocen y sistematizan el
conocimiento de la realidad y también la desconocen; la manera en que los hombres justifican su forma de vida;
luchan por imponerla a otros grupos subordinados, quienes a su vez generan sus propias explicaciones para resistir a
esas imposiciones (ideología, mentalidades)”. Gresores, G. El arco de la diferencia. En: Gresores, G.; Spiguel, C. y
Mateu, C. Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Cienflores, Buenos Aires, 2014. p. 63 En
síntesis, si lo que articula la los diversos modos de producción, es la superestructura jurídico-política e ideológica, el
marco de la Formación es el del Estado como expresión concentrada de sus clases dominantes.
11
Azcuy Ameghino, E. Historia de Artigas y la Independencia Argentina. Imago Mundi-CICCUS, Buenos Aires,
2015. p. 36.
12
Kossok, M. El contenido burgués de las revoluciones de Independencia. En: Secuencia. Revista Americana de
Ciencias Sociales. Mexico. 1989. Hobsbawm, E. La era de la revolución. Crítica. 2003. p. 117.
generaba posiciones encontradas”.13 Sin embargo, el alineamiento político académico,
producto de la construcción de una nueva hegemonía historiográfica erigida hacia fines
de los ´80, luego de la dispersión producida por el estallido del historicismo
nacionalista a mediados del siglo XX, oculta mal las diferentes concepciones que
alberga este consenso, más político, entonces, que teórico.
La impronta de Francois-Xavier Guerra, articuladora del consenso, en el tema que nos
ocupa, se traduce en definiciones tales como “…la estela de revoluciones políticas que
transformaron las formas prevalecientes de relación entre gobernantes y gobernados en
el mundo atlántico…” 14 Este sería un extremo, diríamos, de una interpretación de base
fundamentalmente político/cultural, que adquiere matices importantes en tanto distintos
autores reconocen la presencia de transformaciones sociales más o menos
significativas.15
En esta problemática, por supuesto, entiendo que la revolución política es un aspecto nodal, ya
que como revolución anticolonial, la ruptura del Estado colonial es el corazón de la definición. 16
Sin embargo, mi propia concepción de la ciencia histórica me aleja de toda separación de los
diferentes ámbitos de la praxis, y así como no acuerdo con una explicación basada únicamente
en aspectos socio-económicos, lo mismo ocurre con una exclusivamente político-institucional o
cultural. Estos ámbitos deben ser tratados de conjunto, y es por esto que interpretaciones como
las de Kossok y varios de los autores que leímos en esta Maestría, me parecen mucho más
interesantes y abarcadoras.
Entiendo la función que cumplió la llamada “Nueva Historia Política” en el contexto de su
desarrollo, 17 pero no puedo dejar de señalar algunas debilidades de una explicación que por
recortada se torna más bien lineal y monocausal. El postulado axiomático de que “las
independencias, si bien comportan varios aspectos e implican transformaciones de todo
tipo…son, sobre todo, acontecimientos políticos, y por lo tanto conviene privilegiar un análisis
en términos de historia política”18 encierra en mi opinión, un error científico de base. En primer
lugar, porque en el caso de la Independencia no es necesario partir de un axioma. En segundo
lugar, porque la delimitación de un problema no obliga a ninguna metodología específica. 19
A partir de este axioma, la explicación sigue una línea lógica, tal como la sintetizan los
discípulos de Guerra: “…el cambio del marco constitucional, la irrupción de nuevas prácticas

13
Bragoni, B. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p. 83.
14
Bragoni, B. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p.84.
15
Mata, S. E. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p. 273.
16
Azcuy Ameghino, E. Historia de Artigas…op.cit. p. 36.
17
Chust, M. El laberinto de las Independencias. .En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su
Laberinto…op.cit. p.19
18
Hébrard, V.,Thibaud, C. y Verdo, G. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su
Laberinto…op.cit. p.205.
19
Podríamos argumentar que el problema del “desarrollo” en América Latina es un problema económico y por lo
tanto debería ser abordado desde la historia económica, cuando bien sabemos que es imposible explicarlo sin apelar
de manera sistemática a la historia política y social.
políticas y la propia independencia provocaron trastornos sociales…”20 Estas afirmaciones
implican un recorte en mi opinión arbitrario en la complejísima crisis que envolvió la formación
colonial desde fines del siglo XVIII. No quiero abundar en críticas ya conocidas a esta
corriente,21 pero no puedo dejar de advertir las contradicciones del discurso. Sólo a modo de
ejemplo marcaré una síntesis teórica que me llamó la atención:
En una corriente tan preocupada por “una aproximación más fina de los actores, de sus
lógicas,…” asombra una síntesis que generaliza conductas: “…frente a la irrupción de la
novedad los actores se esfuerzan por amortiguar la violencia del cambio, pero a la vez están
arrastrados por algo que les supera, y que les lleva a innovar, a inventar día tras día nuevas
soluciones…”. ¿Qué actores? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué sería ese “algo” que los supera? ¿Cómo
puede generalizarse a partir de una explicación psicológica? ¿Por qué cualquier reduccionismo
no es reduccionismo y siempre lo es las interpretaciones con base socio-económica?

4. Si la definimos como revolución anticolonial, la “colonialidad” tiene algo


que decirnos
Más allá de la espectacularidad de los cambios políticos –en cuanto a su profundidad y
velocidad- resulta problemática la afirmación de que la Independencia es un problema
fundamental o exclusivamente político, principalmente porque la colonialidad no lo es, La
colonialidad es un fenómeno total.22
En este sentido acuerdo con la advertencia de la profunda articulación e interdependencia entre
la revolución americana y la peninsular, “antiseñorial y anticolonial” en ambos casos. Pero no
acuerdo en que fuera la misma revolución: una revolución hispánica. Como bien señala Chust,
la unidad de ambos planteos debilitó a los sectores revolucionarios peninsulares –los cuales no
tenían particularmente interés en perder los beneficios coloniales- y agregaría que dicha unidad
de principios también se desgastó en América, pero a la inversa. Unificados los frentes políticos
en contra de la situación colonial, la hegemonía de los sectores terratenientes y mercantiles,
lejos de interesarse en la revolución social, la sofrenaron, reencauzaron e incluso reprimieron.
Que las colonias eran colonias y no reinos está suficientemente demostrado y su estatus no
puede leerse sólo en clave jurídica, la cual, por otra parte, fue cambiando en función de los
avatares peninsulares. En el plano político y económico, la colonialidad implicaba, como
sintetiza Azcuy Ameghino, que “…quien legisla, gobierna y juzga, en definitiva, es la corona
española, principal beneficiaria del plusproducto americano”. 23

20
Hébrard, V.,Thibaud, C. y Verdo, G. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su
Laberinto…op.cit. p.209.
21
Medina Pineda, M. En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de Francois-Xavier Guerra sobre las
“revoluciones hispánicas”. Anuario colombiano de Historia Social y de la Cultura. Vo. 37 No. 1. Bogotá. 2010.
22
En este sentido entiendo que las críticas a la Historia Total deberían radicar más bien en cómo fue muchas veces
abordada y no a su aspiración de comprender el “concreto real” como totalidad compleja en movimiento.
23
Azcuy Ameghino, E. Historia de Artigas…op.cit. p.4.
En el plano social, la colonialidad se caracterizaba por el irreductible carácter étnico de las
clases sociales y por la subordinación de las clases explotadoras coloniales que no podían
erigirse en clases dominantes y que deben realizar su aporte al tributo colonial y al tiempo que
disfrutaban del lugar destacado en la extracción de plusproducto –lugar económico, pero a la
vez político y social- debían aceptar los límites que la subordinación colonial les imponía, es
decir, no disponer de resortes más que limitados para imponer sus intereses.24
En el plano cultural, no creemos necesario argumentar que, a pesar de las características
comunes de Antiguo Régimen, la estructura colonial fue una creación original e irreductible,
sobre la cual no vamos a abundar por constituir en la actualidad uno de los campos más
fructíferos de las investigaciones históricas.25
En el momento de la crisis política, la colonialidad se expresa abiertamente cuando se prohíbe y
reprime –donde le fue posible a las fuerzas realistas- la constitución de Juntas que en la
Península invadida representaban la política “oficial” o en las formas discriminadas en las que
se proponía la incorporación de las colonias a los gobiernos hispánicos.26
Por otra parte, la espectacularidad de las transformaciones político/culturales, no deberían
ocultarnos cuánto nos dicen de los conflictos socio-económicos que en mi opinión tienen que
ser necesariamente reevaluados. En este sentido acuerdo con Óscar Almario de que un estudio
descentrado de la Independencia es una oportunidad “de interpretación contrahistórica frente al
historicismo y el eurocentrismo”. 27
Y aquí plantearé una hipótesis bastante arriesgada, dada la solidez de los consensos actuales, la
cual no podría demostrar en este momento, pero sí dar algunos argumentos en su favor.
Resulta efectivamente impactante la velocidad y profundidad de los cambios políticos. ¿Pero
serán estos los factores principales del cambio? ¿Hasta qué punto son motor, resultado posible y
hasta qué punto no se enraízan en conflictos también sociales, económicos y culturales?
Los cambios en la organización, el lenguaje, las prácticas y las expectativas son espectaculares.
Mis propias indagaciones iniciales en la documentación jujeña así lo indican: la adopción de un
lenguaje liberal, la participación política de las mujeres, las formas de reclamos, etc. 28 Por
supuesto que la guerra imprime una dinámica vertiginosa, en función de sus requerimientos y
exigencias e introduce alteraciones fundamentales en los sistema de valores, y una profunda
alteración de la vida cotidiana. Pero entiendo que habría que prestar atención a una serie de
problemas:

24
Azcuy Ameghino, E. Historia de Artigas…op.cit. p.5-6.
25
Presta, A.M. “La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género. Siglos XVI y XVII”, en Tandeter, E. (comp.)
Nueva Historia Argentina. La sociedad colonial. Bs.As. Sudamericana, 2000.
26
Chust, M. (ed) La Eclosión Juntera. (la fotocopia no tiene datos); Azcuy Ameghino, E. Nuestra gloriosa
insurrección. Imago Mundi, Buenos Aires, 2010.
27
Almario, O. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto…op.cit. p.30.
28
Gresores, G. y Bruce, B. Las mujeres en la guerra revolucionaria en el territorio de Jujuy. En: Guardia, S. B. (ed.)
Las mujeres en los procesos de Independencia de América Latina. CEMHAL-UNESCO-USMP, Lima, 2014.
a) ¿Hasta qué punto se trata de una “modernidad importada, de nuevo, como todo
lo anterior, desde Europa”?29
La indudable adopción de un lenguaje liberal no debería ocultar la originalidad de su
formulación americana. La inclusión en el discurso de la igualdad étnica, en un lugar
preponderante, –ya sea por principios o por mero pragmatismo de los dirigentes
revolucionarios- no sólo lo lleva mucho más allá de las formulaciones más radicales del
liberalismo europeo –baste el caso de la actitud del gobierno revolucionario francés en el
caso de Haití- sino que puede conducirnos a pensar que más que una traslación fue una
adopción pragmática de instrumentos que estaban a mano, para expresar conflictos propios
de la sociedad colonial. Su presencia ya en los discursos de las insurrecciones del siglo
XVIII podría estar dándonos indicios en este sentido. 30
b) Los muy diversos ensayos de organización político-jurídica que se desarrollan
en el período revolucionario constituyeron un inmenso laboratorio de experimentación
política, en donde lo más interesante es que desde las ideas más radicales, hasta las más
conservadoras fueron efectivamente llevadas a la práctica, en el cambiante contexto de
la guerra revolucionaria y el período inmediatamente posterior. Pero sus avatares no
parecen tan condicionados por la propia esfera político-ideológica sino por el ritmo
impuesto por sociedades que se descosen. Quiero advertir en este punto, lo que yo
entiendo que es la expresión de la profunda conmoción social que envolvió a los
territorios coloniales durante la revolución: la afirmación de los más diversos actores de
que “ya nadie hace caso”, cada grupo llevado por sus propios móviles pero también por
la propia situación, se ven emplazados en tomar por primera vez sus propias decisiones.
Desde las comunidades altoperuanas erigiendo sus propios caudillos, hasta los
campesinos arrendatarios salteños, los paisanos orientales, los esclavos, las mujeres,
etc.
Por supuesto que este desarticularse de la sociedad colonial se expresó entre los aspirantes a
clases dominantes como lucha facciosa, y fue utilizado en la misma. Pero las
transformaciones socioeconómicas –que, como plantea Kossok, fueron más profundas de lo
que habitualmente se postula- son hijas también de dicha desarticulación.
c) Un tercer problema es el de los obstáculos socioeconómicos y culturales a la
hora de constituir estados nacionales. Estoy pensando fundamentalmente desde el
ejemplo rioplatense, que es el que mejor conozco, pero la lectura sobre otras regiones
parecería ir en el mismo sentido. Las transformaciones que intentaron forzar la

29
Andreo, J. En: Chust, M. (ed) Las Independencias Iberoamericanas en su Laberinto. Controversias, cuestiones,
interpretaciones. Universitat de Valencia, 2010. p.44
30
Resulta un ejercicio más que interesante la comparación de los conceptos de “igualdad” en los discursos de Tupac-
Amaru con los de Kant y los de Artigas con los de Hegel que realiza Argumedo. Argumedo, A. Los silencios y las
voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1993.
configuración social mediante medidas en el plano político-jurídico, no pudieron
afianzarse. Las constituciones de1819 y 24, la ley de voto universal en Buenos Aires en
1820, el conjunto monumental de medidas liberales del gobierno rivadaviano, se
desplomaron frente a la evidencia de que la mera legislación no transforma de por sí
una estructura social.

5. El problema del tipo de revolución por sus resultados


Y aquí lamentablemente, debo introducir una pregunta que me lleva a polemizar con la mayor
parte de los autores que estamos leyendo. Digo lamentablemente porque probablemente su
propio planteamiento sea un esfuerzo excesivo para alguien que se está iniciando en la temática.
Pero no puedo eludirla, ya que atañe directamente a mi idea sobre el tipo de revolución, sus
alcances y sus límites.
¿Hasta qué punto los principios liberales-burgueses a partir de las revoluciones lo eran? ¿Hasta
qué punto no eran más que un discurso que no encontraba un sujeto social que lo sostuviera y lo
llevara a una situación de hegemonía? Los complejos avatares políticos del proceso post-
revolucionario dan cuenta de las dificultades prácticamente insalvables para lograr esa
hegemonía en gran parte de los antiguos territorios coloniales y por lo tanto para crear estados
nacionales.
No he estudiado el problema para el conjunto colonial, pero al menos para el antiguo Virreinato
del Río de la Plata y el de Peru, la creación de estados naciones no fue mucho más allá de
apariencias por demás inestables.
Para sostener este argumento seguiré a Kaplan en la caracterización de este tipo de Estado:
a) Un distanciamiento creciente entre la sociedad civil y el Estado. b) Una escisión entre lo
público y lo privado. c) En la sociedad civil misma, una liberación de los hombres de las
jerarquías tradicionales esctrictas. d) Establecimiento de relaciones sociales a través del cambio
y de la competencia, entre individuos libres, iguales y autónomos. e) Clases dominantes
divididas por la competencia entre sus facciones. f) En lo político, los individuos son separados
de sus determinaciones socioeconómicas concretas y convertidos en entes abstractos a los que
se otorga libertad de igualdad formales. 31
Como podemos advertir, de todas estas características, sólo la que se señala como punto “e” es
claramente observable para el período post-revolucionario. Las demás deberán esperar, según lo
entiendo yo, hasta una nueva etapa que no casualmente coincide con la expansión imperialista,
para concretarse.
En cuanto a la verificable profusión de legislación “moderna” quizá no sería aconsejable
tomarla como tal sin más. En este punto podríamos hacer extensivas a toda la legislación liberal,

31
Kaplan, M. Formación del Estado Nacional en América Latina. Amorrortu, Buenos Aires, 1983.
las reflexiones de Congost en cuanto a la legislación sobre la propiedad de la tierra: “…las
decisiones legislativas emprendidas por un Estado no siempre tienen el mismo efecto, y aunque
lo tengan, no siempre actúan en un mismo sentido…las leyes dictadas por los primeros
gobiernos liberales de distintos países, a pesar de su lenguaje abstracto y aparentemente
neutro…respondieron casi siempre a los intereses particulares y concretos de algunos grupos
sociales…”32 Si acordamos con la tesis de Kossok del carácter de “burguesía feudal” y además
de su debilidad en muchos casos ¿qué clase hubiera sostenido un contenido liberal significativo
en la nueva legislación? En este punto rescato la caracterización de Mariátegui de “Repúblicas
Oligárquicas” “Se formó en el Perú una burguesía, confundida y enlazada en su origen y
estructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de los encomenderos y
terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios fundamentales
de la economía y la política liberales”.33
La Independencia removió los principales impedimentos para el desarrollo de una sociedad
capitalista (el carácter colonial y feudal), y en ese sentido entiendo que se la puede
conceptualizar como revolución en un sentido completo, no sólo política, ya que removió el
poder de la corona y al mismo tiempo de sus clases dominantes. Pero siguiendo nuevamente a
Kossok, no fue una “revolución burguesa” en el sentido de que no impuso a esta clase como
dominante. Sintetizando: la Independencia no cierra –como lo hicieron las revoluciones
burguesas- el proceso de transición al capitalismo, sino que al remover sus principales
obstáculos en todo caso crea condiciones necesarias, pero en mi opinión, no suficientes para
abrir dicho proceso.

6. El problema de los cambios y continuidades en la estructura social


El hecho de que el proceso independentista en vez de abolir el latifundio colonial lo consolidara
y extendiera generó una situación paradojal ya que los procesos de expropiación y monopolio de
la propiedad plena del suelo no se combinaron necesariamente con la formación de un
proletariado y la generalización de relaciones capitalistas. Ya había señalado Marx en el capítulo
XXIV de El Capital, que la mera expropiación y privatización del suelo –corazón de la
acumulación originaria, elemento histórico universal en la constitución del capitalismo- no
deriva automáticamente en producción capitalista sino solamente en latifundio. La abolición de
las formas coloniales de coacción extra-económica no se tradujeron en la imposición de un
mercado de mano de obra libre, el cual por supuesto creció, una vez finalizadas las guerras y
recompuestas las economías, pero no adquirió una posición predominante hasta muchas décadas
después.

32
Congost, R. Tierras, leyes, Historia. Crítica, Barcelona, 2007. p. 21. Incluso, dada la escasa separación entre
sociedad civil y Estado en las nuevas Repúblicas Americanas, muchas de estas leyes tenían nombre y apellido y no
fue poco frecuente que estos apellidos coincidieran con los de quienes las habían promulgado.
33
Mariátegui, J.C. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Amauta, Lima, 1981, p.22.
Sin embargo, la propia ruptura del Estado colonial obligó a los diferentes sujetos sociales a
reacomodarse y replantear el conjunto de relaciones, “mediocre metamorfosis de la burguesía”
en palabras de Mariátegui, pero metamorfosis al fin. Es de notar que en casi todos los espacios
regionales se llevaron a cabo gigantescos procesos de expulsión de campesinado indígena y no
indígena, expropiación de tierras comunales y también otras propiedades feudales, como las de
la iglesia, avance de los ejércitos republicanos sobre territorios que no habían sido conquistados,
etc. Estos cambios de relevancia nos reafirman en la tesis de Kossok de que la Independencia sí
implicó también una revolución social. La revolución, y en particular la guerra de Independencia
y las del período post-revolucionario, hicieron trizas el sistema de explotación colonial.
Acabaron con mitas, encomiendas e incluso, aunque más tardíamente, con la esclavitud –que
había sido uno de los rasgos más notorios de la Formación colonial-feudal-. En el plano social,
se hizo trizas el sistema de “castas”, principio ordenador fundamental de la sociedad colonial.
Entiendo que este aporte de Kossok es fundamental para comprender cabalmente el tipo de
revolución y plantear una cronología propiamente americana. Podríamos decir que, tanto el
latifundio, como la construcción de las clases sociales sobre la base de la “raza” y por lo tanto
sobre la compulsión extra-económica son el componente principal de la “herencia colonial”,
pero su estatus de “continuidad” o “pervivencia” debería ser revisado. Todo el andamiaje social
estuvo en cuestión durante las primeras décadas post-revolucionarias; las clases dominantes
americanas tuvieron que afrontar la contestación de diversos grupos que se mantuvieron
armados y que de formas muy particulares –el caudillismo, por ejemplo-34 mantuvieron abierta
la cuestión social hasta el último tercio del siglo XIX. Sólo en este momento –con cronologías
variables según las regiones- se consolidó un nuevo sistema de explotación que reconoce la
herencia colonial, como afirmé antes, pero que, en mi opinión, no expresa una continuidad
directa. Plantearlo como continuidad implicaría, por ejemplo, desconocer el monumental ataque
a los derechos que las comunidades indígenas habían obtenido en el seno de la opresión colonial
y que las repúblicas arrasan.35
Junto con el mantenimiento de relaciones feudales en algunas regiones que se van a ir
convirtiendo en marginales, una vez terminadas las guerras, y a influjo de la creciente
incorporación al mercado mundial, comenzaron a desplegarse un conjunto de producciones
nuevas o que hasta ese momento no habían tenido el mismo sentido masivo. La característica de
este nuevo tipo de inserción internacional, es que en todos los casos se trataba de

34
En este sentido no acuerdo con quienes asimilan directamente al caudillismo como una forma de
feudalismo, ya que entiendo que si bien fue una forma heterónoma, vehiculizaron también la lucha de
clases durante todo el período post-revolucionario.
35
Mariátegui, J.C. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Amauta, Lima, 1981, p.47 y ss. Esta
puntualización me parece importante para ajustar los aportes tan interesantes, en la actualidad, de los teóricos de la
“colonialidad”, que a decir verdad, han influido poco en el campo historiográfico americano aún y que tienen mucho
para decirnos. Pero un problema de base de esta teoría es que al tomar la segregación por “raza” como principio de
una colonialidad genérica, le restan historicidad, al unificar todas las sociedades construidas sobre este principio.
monoproducciones primarias, agrarias o extractivas y que en su gran mayoría, desplegaron
formas compulsivas tan o aún más brutales que las del período anterior. Esta compulsión se
construyó una vez más sobre el concepto de “raza”, pero no en el mismo sentido que lo había
sido en la colonia, tuvo que echar mano a todo un instrumental científico y tecnológico para
sustentarse.
La característica diferencial del nuevo sistema de explotación y que resulta bastante paradójica,
es que en muchos casos, estos circuitos de mano de obra se nutren de una masa de trabajadores
que ya está expropiada o al menos pauperizada por debajo de la subsistencia, por esta razón –y
por el tipo y grado de desarrollo de las fuerzas productivas- me resulta difícil conceptualizarlas
como feudales o semi-feudales, a pesar de contener el componente compulsivo fundamental que
haría que Dobb sí las denominara como tales. La pregunta sobre esta tan particular relación
social de producción es por qué, si se trataba de una mano de obra desposeída, debía aplicarse la
compulsión, no era atraída por el mercado de trabajo y no adquiría formas contractuales. Hasta
hoy, la bibliografía constata este fenómeno, lo conceptualiza como formas transicionales, pero
las interrogaciones no han llegado hasta sus causas.36 Entiendo que desde el punto de vista
económico, este sistema de explotación tan generalizado en América, pero también en otros
puntos del planeta, está vinculado con el compromiso de las oligarquías de proveer al mercado
mundial de materias primas por debajo de su costo de producción. Pero no creo que esta
explicación sea suficiente y que requiere de una sistematización y una generalización más
completa de los aspectos sociales, culturales y demográficos, que queda como tarea a futuro.

36
Cueva, A. El desarrollo del capitalismo en América Latina. Siglo XXI, México, 1990.

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