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Vivimos en una época caracterizada por la rebelión y la lucha. El divorcio se hace cada día
más común, aun entre los evangélicos. Los pleitos legales se multiplican como nunca.
Cada uno quiere hacer valer sus propios derechos.
Aun en la iglesia de Jesucristo se ven antagonismos. Conservadoramente se ha calculado
que las iglesias evangélicas se dividen a razón de cinco por ciento anual. La mayoría de los
cristianos sólo aguantan cierto número de divisiones antes de abandonar por completo a
sus congregaciones. Algunos soportan una de estas crisis pero muy pocos sobreviven a
dos. Sólo un puñado de personas, las más fuertes, siguen siendo fieles después de pasar
por tres, pero casi nadie resiste más.
En nuestro siglo existen gran número de iglesias, lo que ha producido que muchas
personas emigren de una a otra, buscando a un gran maestro al que puedan seguir. Este
problema es muy similar al que enfrentaban los corintios.
CAPÍTULO 2
A partir de 1:10, el apóstol entra de lleno a tratar los temas que le preocupan de la vida
en la iglesia de Corinto. Decimos que entra de lleno, pues lo hace en una forma abrupta
que sorprende, por no ser la que usa en forma habitual.
Estos problemas son muchos y variados (más o menos una docena, según cómo se los
clasifique). No hay en el N.T. otra iglesia que presentara tantas características negativas a
la vez, lo que valoriza el aprecio demostrado por Pablo en los saludos iniciales. Al mismo
tiempo, debe servir para que midamos la seriedad de las dificultades que pueda enfrentar
nuestra propia congregación. Ni una vez el autor insinúa que se debe dejar la
congregación o producir una división.
La redacción de este apasionado trozo bíblico comienza con un cuadro de la situación,
una apelación apostólica, y una descripción de los motivos que han llevado a ella. Luego
profundiza el tema en aspectos más doctrinales, como ser la relación entre el Espíritu y la
carta, o entre el ministerio de la iglesia y el del apóstol.
10Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis
todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis
perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. 11Porque he sido
informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros
contiendas. 12Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. 13¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo
por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? 14Doy gracias a Dios de que
a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo, 15para que ninguno diga que
fuisteis bautizados en mi nombre. 16También bauticé a la familia de Estéfanas; de los
demás, no sé si he bautizado a algún otro. 17Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a
predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de
Cristo.
Podemos decir que en la primera parte (vv. 1–3), la palabra clave para describir a los
cristianos es santos (v. 2), en la segunda es enriquecidos (vv. 4–9), y en esta tercera es
unidos (v. 10). Son las características básicas que convierten a un grupo en iglesia.
Desde el punto de vista humano, notamos varias cosas. Lo primero es el afán de Pablo:
dice que les ruega, y se dirige a ellos como “hermanos míos”. Es importante usar una
palabra afectuosa antes de hacer una reprimenda o una exhortación.
La exhortación paulina debe ponerse en contexto: debemos hablar de tal manera que no
haya divisiones. No se refiere a que todos los cristianos han de pensar lo mismo en cuanto
a la política, el arte, la ciencia, etc. Tampoco hemos de considerar que todos deben pensar
siempre igual en todo lo referido a la misma vida de la iglesia. Hay aspectos en los que es
natural que haya diferencias, especialmente en aspectos prácticos. Algunos hoy se
horrorizarían de un culto tan espontáneo como parece que era el de Corinto, y a otros les
entusiasmaría. Pero la pregunta es si estamos unidos espiritualmente como para que
nada de eso produzca divisiones. Pablo promueve la unidad y no la uniformidad.
“Hablar la misma cosa” probablemente haga referencia a que los corintios tuvieron varios
maestros que enseñaban diferentes cosas sobre las cuestiones que Pablo trata en esta
carta. Pablo entonces exhorta a la unidad doctrinal. Debían estar unidos interna (“en una
misma mente”) y externamente (“en un mismo parecer”) (v. 10). La unidad que no incluye
la misma mente y el mismo parecer no es verdadera unidad. No que los creyentes
tuvieran que ser calcos idénticos sino que debían tener la misma opinión en cuanto a
doctrina cristiana, estándar y básico estilo de vida.
Luego notamos la mención de una familia, “los de Cloé” (v. 11), que habían viajado a Efeso
para que el apóstol estuviera informado de to que ocurría en Corinto. No se trataba de
chismosos o correveidiles, pues si no Pablo no los hubiera escuchado o los habría
condenado.
La forma en que Pablo se refiere a las informaciones que le llevó la familia de Cloé pone
sobre el tapete un delicado tema práctico: ¿cuándo una información deja de ser tal para
transformarse en chisme? No es fácil dar una respuesta definida. Lo crucial radica en la
intención con que se transmite o comenta algo, y en el resultado que se busca o se prevé.
Si este resultado es la corrección de algo que se presume malo, y hay una intención
positiva, no hay chisme. Si lo único que puede esperarse es una perturbación en el
prójimo o una afirmación del propio criterio, tal mezquindad no puede ser la voluntad de
Dios. Tiene mucho que ver la persona a la cual se transmite algo. Sin duda, los de Cloé
pensaban que Pablo sólo podía influir para bien en las cosas que ellos le querían no sólo
informar, sino también aclarar. No llevaron las noticias a cualquiera sino al fundador de
la iglesia, que pensaba it allá y debía saber en qué condiciones llegaría. En la actualidad,
hay mucho que se puede (y quizá debe) decirse a un pastor, pero no a otros.
También tiene que ver la actitud de los que transmiten la información. Tal vez Pablo aclaró
a los de Cloé que mencionaría su nombre. Además ellos sabían bien todas las facetas de
los temas sobre los que hablaban y no se basaron en simples rumores.
Conscientes de que posiblemente sólo él podía ayudar a solucionar tan compleja
situación, hicieron un esfuerzo doloroso por buscar apoyo. No les habrá sido fácil hablar
de esas cosas, pero era necesario.
Lo personal se tornó dramático cuando los nombres sirvieron para dividir la iglesia. Los
distintos grupos tenían su razór de ser. Los que decían ser “de Pablo” eran los antiguos
miembros de la iglesia, los de la primera hora más difícil. Los “de Apolos” (Hch. 18:24)
eran el fruto de la predicación de aquel fogoso joven; quizá tenían algo distinto de
aquéllos y representaban un momento de mayor impulso juvenil y cambios en la
congregación. Pero estaban también los “de Cefas”, Pedro, que quizá habían llegado de
Palestina o insistían en atenerse a las fuentes apostólicas. Finalmente los “de Cristo”, que
según los intérpretes posiblemente asumían un aire de falsa piedad, como los que hoy
dicen pertenecer a él y no a una iglesia o denominación.
Aparecen otros nombres cuando Pablo recuerda a quienes bautizó durante su ministerio
en aquella ciudad. Menciona a Crispo y Gayo (Hch. 18:8; 19:29), así como a la familia de
Estéfanas, “primicias de Acaya” (16:15), que fueron los primeros convertidos. El apóstol
parece dar al bautismo un lugar secundario, pero sólo lo hace en relación con la
predicación (v. 17), que siempre es previa y más trascendente que el bautismo. Notamos
que ya no se efectuaba la práctica de la iglesia de Jerusalén de bautizar a los creyentes
apenas convertidos. Pablo había conseguido superar la psicología de los predicadores
cristianos inmaduros que hoy podrían decir cosas como: “Yo bauticé a tantos” o “A mí me
bautizó Fulano”, como si ello fuese la clave de su importancia.
Lo que más sobresale es que la iglesia debe ser, ante todo, un cuerpo unido.
Canclini, A. (1995). Comentario bı ́blico del continente nuevo: 1 Corintios (pp. 30–34).
Miami, FL: Editorial Unilit.