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“Violencia contra las mujeres” (antes “violencia sexista”, “Violencia machista” o “violencia
patriarcal”) es una expresión que designa un concepto político o, por decirlo de otra manera,
un concepto hecho político por el movimiento feminista (Bodelon, 2006:17). Con él se quiere
afirmar que las mujeres son en la sociedad objeto de una violencia específica, con un
significado especifico, y ese significado se le otorga- como se dice ahora- un marco
interpretativo (policyframe) concreto que, hasta no hace mucho, era designado pacíficamente
por el termino patriarcado.
Merece la pena recordar, con Amelia Valcárcel (1991:137 y ss.), la re significación conceptual
del termino patriarcado llevada a cabo por el feminismo de hace medio siglo, cuando Kate
Millet inscribe lo sexual en la política. Si, señala Valcárcel, para Millet, política “es el conjunto
de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales
un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo”, el patriarcado será interpretado
como política sexual ejercida fundamentalmente por el colectivo de los valores sobre el
colectivo de las mujeres. En la teoría de Millet- continua Valcárcel- el rigen del patriarcado así
entendido tendrá dos tipos de explicaciones. Biológicas o económicas, si bien lo fundamental
del patriarcado será venir dado “en clave de sistema”: “El patriarcado es el sistema de
dominación genérico en el cual las mujeres permanecen genéricamente bajo la autoridad a su
vez genérica de los varones; sistema que dispone de sus propios elementos políticos,
económicos, ideológicos y simbólicos de legitimización y cuya permeabilidad escapa a
cualquier frontera cultural o de desarrollo económico. El patriarcado es universal y es, sin
embargo, una política que tiene entonces solución política” (Valcárcel. 1991:142).
Ahora bien, a mediados de los años noventa, y especialmente coincidiendo con la cuarta
conferencia Mundial de las mujeres celebrada en Beijing en 1995, lo que hasta entonces era
“violencia contra la mujer” entendida como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al
sexo femenino….” (Art. 1, declaración de la UNU sobre la eliminación de la violencia contra
las mujeres, aprobada en 1993) pasa a ser entendida como “todo acto de violencia basad en
el género” (parr. 113, plataforma de acción de Beijing), obteniendo de este modo carta de
naturaleza la expresión “violencia de género” (Fernández, 2006: 150).
Con ocasión de la propia conferencia de Beijing ya se hizo notar, no solo el empleo ambiguo
del término“genero” sino la situación, atreves del empleo de este término, de las referencias al
poder (Izquierdo, 1998: 28-29).
Dicho de otro modo, la utilización del término genero suscito una sospecha de largo alcance,
que un concepto neutro pudiera sustituir al patriarcado como marco interpretativo de la
violencia contra las mujeres o, mejor dicho, que utilizado una categoría neutra como la de
género, la violencia contra las mujeres termina pudiendo ser una violencia que recayera en
hombres. En un epígrafe posterior se verá hasta qué punto la utilización de esta categoría
puede salvar esa sospecha. Antes me gustaría justificar la preocupación de que algo así
ocurriera, particularmente en un contexto en el que, como se intentara revelar a continuación,
la presión de las mujeres había hecho saltar a nivel internacional un enorme muro de
contención introduciendo en la cultura jurídica dominante la palabra discriminación para
designar precisamente la violencia contra las mujeres.
Pero no es esta la cuestión que más interesa destacar. Por el contrario, mayor atención
requiere la necesidad de identificar, particularizadamente o en cada caso, un trato al que
aplicar la regla aristotélica o, si quiere, el tertiumcomparationis. Por poner un ejemplo, si a una
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mujer embarazada despiden por su embarazo podrá fundar su discriminación (trato injusto por
resultar comparativamente peor) identificando el trato recibido y comparando este trato con el
recibido por sus compañeros (hombres) que no se pueden embarazar y , por tanto, no pueden
ser despedidos. Así, con suerte, podrá ser amparada por el derecho. Pero en el tema que nos
ocupa (el de la violencia contra las mujeres) el problema se presenta porque no existe el
tiumcomparationis o, dicho de otro modo, porque no hay trato que comparar, al menos
individualizada mente, que es como opera el derecho en estos casos. En el derecho
sancionador (y muy especialmente en el penal) no caben las comparaciones; solo se permite
la denuncia de un hecho ilícito individualizado. La consecuencia no se deja esperar; la
violencia contra las mujeres no entra en los esquemas conceptuales del derecho
antidiscriminatorio o, lo que es igual, la violencia contra las mujeres no puede ser calificada
jurídicamente de discriminación.
Lo anterior explica en parte porque cuando en 1979 se aprueba el texto internacional más
importante en la historia de la lucha de las mujeres por el derecho (además de por sus
derechos), como es la convención para la Eliminación de todas las formas de discriminación
contra las mujeres, la famosa CEDAW, la violencia no figure en ella como forma de
discriminación. según señala el artículo 1 de la convención: “ A efectos de la presente
convención, la expresión ‘discriminación contra la mujer’ denotara toda distinción, exclusión o
restricción basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el
reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la
base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades
fundamentales en las esferas políticas, económicas, social, cultural y civil o en cualquier otra
esfera”.
Sin embargo, tras años de presión del movimiento y de las organizaciones de mujeres, y tras
el impulso de la tercera conferencia Mundial de la Mujer celebrada en Nairobi en 1985, el
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comité encargado de velar por el cumplimiento de la convención, en 1992, a través de la
Recomendación General n° 19 (11° periodo de sesiones). Dice “laviolencia contra la mujer es
una forma de discriminación que impide gravemente que goce de derechos y libertades en pie
de igualdad con el hombre” (parr.1).
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queda en agua de borrajas si las estructuras sociales de poder no permiten ejercerlos en
igualdad. El punto de mira se desplaza, entonces, de los derechos al poder y /o a las
relaciones y estructuras de dominio- subordinación.
Entonces- retomando la cuestión del inicio- ¿Qué supone en este camino la introducción del
(discurso del) género?
Teniendo en cuenta la pluralidad de definiciones de “género” que se han ido dando a lo largo
de las últimas décadas, difícilmente se puede hablar de un solo concepto de género, esta
proliferación de definiciones, y la dificultad de abarcar todas ellas, desplaza el interés al
origen. Las referencias se harán a través de dos autoras, MaríaJesúsizquierda atribuye el
origen del concepto a los psiquiatras Money y Stoller.
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Este contexto de reacción ideológica al concepto originario de patriarcado generaría a su vez
otra tarea para el feminismo: mostrar que el patriarcado no es natural o, dicho de otro modo,
que el que haya existido o exista, no quiere decir que no pueda dejar de existir. Y es
precisamente al hilo de este objeto (la necesidad de oponerse a una opinión dominante que
vincula la situación de subordinación de las mujeres a sus características sexo biológicas)
cuando, debido sobre todo a la obra de GayleRubín, se redefine el concepto como “lo social”
diferenciándolo del sexo como “lo biológico”. No se trata, pues, de un contexto- por así decir –
heurístico, sin justificación: “mostrar que la sociedad patriarcal, y no la biología, es la
responsable de la subordinación de las mujeres”(Turbert, 2003b:361). La cuestión estará en
averiguar hasta qué punto está utilización, por un lado, propicia una separación falsa
(elgénero frente al sexo) y, por otro, es desvirtuada por el discurso no feminista hasta eclipsar
el problema del poder (la subordinación de las mujeres).
Sobre lo primero parece que, al margen de cuál haya podido ser el énfasis puesto por el
feminismo en la separación sexo-género o en la idea de la inmutabilidad del sexo, los
planteamientos binarios o determinantes ha sido objeto de rectificación o de revisión. Sobre lo
segundo tendremos ocasión de detenernos en el siguiente apartado que, a su vez, encuentra
apoyatura o claves de lectura en la reflexión feminista que se detalla a continuación.
Así, por parte feminista se ha criticado- y con razón- el uso abusivo, perverso y enmascarado
del término “genero”. Sobre el uso abusivo menciona por ejemplo Silvia Turbet (2003ª:7) la
paradoja de que “ a pesar de que genero se define fundamentalmente por su oposición a
sexo, es frecuente encontrar en textos científicos y periodísticos una simple sustitución del
segundo por el primero, incluso cuando se trata de connotaciones biológicas, por ejemplo, al
hablar del ‘progenitor del genero opuesto’”. De “perversión generalizada” habla MaríaJesús
Izquierdo para referirse también al hecho de “usarlo para sustituir mecánicamente el termino
sexo” (1998:19).Es conocida también la sustitución del término “ mujeres” por “ genero” en
títulos de libros y artículos que tratan de historias de las mujeres puesta de relieve por la
historiadora feminista Joan Scott (1990:27), en cuyo caso además, el uso seria no solo
impropio, sino también despolitizador, ya que la palabra “genero” dejaría de nombrar a las
mujeres en tanto que bando invisible y oprimido.
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El “género” en el proceso de la Ley Orgánica 1/2004, del 28 de diciembre
Como banco de prueba de esta propuesta de gestión me voy a servir del análisis del proceso
de tramitación legislativa de la vigente (y cuestionada constitucionalmente) Ley Orgánica 1 /
2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género(en
adelante, Ley).
Nada más lejos de mis pretensiones que contar para este análisis con la literatura jurídica que
ha generado este proceso. Baste decir que ha sido mucha, y muy diversificada en cuanto a
los puntos de interés suscitados. Por lo demás, tampoco resulta necesario tenerla en cuenta
para el tipo de reflexión que interesa aquí. Como he indicado con anterioridad, mi interés se
centra en analizar las referencia al “género” en el texto de la Ley con el fin de valorar su
virtualidad a efectos de la (des) politización del tema de la violencia contra las mujeres, y, para
ello, más que la literatura jurídica- digamos- teórica o doctrinal, interesa la estricta normativa,
es decir, la constituida por los textos de la tramitación legislativa y por los pronunciamientos
“de autoridad” que contribuyen a la versión definitiva. Concretamente, en cuanto a los
primeros, me serviré del anteproyecto de Ley Orgánica Integral de medidas contra la
violencia sobre la Mujer(en adelante, anteproyecto) y el proyecto de Ley Orgánica de medidas
de protección Integral contra la violencia de género(en adelante, proyecto). En cuanto a los
segundos, tendré en cuenta el informe al anteproyecto de ley orgánica integral de medidas
contra la violencia ejercida sobre la mujer emitido por el consejo General del Poder Judicial
(en adelante, Informe del CGPJ), el voto particular presentado a este (en adelante, VP) y el
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dictamen del consejo de estado, también sobre el anteproyecto (enadelante, Dictamen del
CE).
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( señalando que la violencia ejercida sobre la mujer es debida a los condicionamientos
socioculturales que actúan sobre hombres y mujeres, es decir, al género), no solo se
desmarca la violencia del sexo biológico ( de lo tradicionalmente- aunque sea
equivocadamente- se ha considerado inmodificable), sino que se evita, junto al personalismo (
la violencia procede de los hombres por ser hombres), el determinismo a una afirmación del
texto- una especie de coletilla-, por lo demás muy común, que puede resultar equivoca ( por
esencialista). Me refiero a la que me dice que la violencia se dirige sobre las mujeres “ por el
hecho mismo de serlo” ( y que se recoge también en los siguientes textos normativos). Así, la
referencia al género podría servir en este caso para interpretar esta afirmación de tal modo
que la violencia no se atribuya a “ser mujer”, sino a lo que ser mujer “significa en la cultura
imperante socialmente”.
La violencia contra las mujeres es un tema político, no tanto porque en los últimos años haya
entrado en la agenda político- legislativa, sino porque en la teorización previa a esa entrada, el
feminismo le ha otorgado un significado político (de puesta del poder establecido) en el cual
las mujeres han adquirido visibilidad y protagonismo.
En el interregno de esta estrategia se cruza el discurso del género. El origen tiene que ver con
cuestiones identitarias que, entre otras cosas, ponen de relieve la importancia del medio social
en la determinación del sexo. El feminismo de los años setenta lo utiliza políticamente en un
contexto pragmático o favorecedor del cambio de estatus de las mujeres pero, en cierto
sentido, también acríticamente (estoes, sin preocuparse de las implicaciones epistemológicas
de la separación sexo- género y sin cuestionar la identificación de lo biológico con lo
inalterable). Luego “género” se convierte en una especie de termino de moda que, a veces por
la traducción directa del inglés(idioma en el que se utiliza como sinónimo de “sexo”), se utiliza
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abusivamente, dando lugar a confusión y – lo que es más importante- a despolitización (esto
es, a prescindir del papel asignado por el feminismo a las relaciones y estructuras de poder en
la explicación de la masculinidad y la feminidad).
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