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Un paso por Freud y nuestras fracturas

“Todo aquel que ha vivido largo tiempo dentro de una determinada cultura y se
ha planteado repetidamente el problema de cuáles fueron los orígenes y la
trayectoria evolutiva de la misma, acaba por ceder también alguna vez a la
tentación de orientar su mirada en sentido opuesto y preguntarse cuáles serán los
destinos futuros de tal cultura y por qué avatares habrá aún de pasar.”

Narrar comenzando por los principios ha de volverse una tarea tediosa y agobiante,
más aún cuando nos sumergimos en la obra de un autor cuya escritura ha sido extensa y
ha provocado rupturas en las placas del conocimiento moderno y sus instituciones.
Hablamos desde luego de Freud. Psicoanalista y anteriormente neurólogo en toda la
extensión científica que podemos darle a tal termino.
El film “Freud, pasión secreta” vendría a cumplir -de manera ineficiente- la tarea de
introducirnos al autor; Su vago abandono por la ciencia dura, su cercanía con la filosofía
de Kant, su distanciamiento con otros doctores de la época y los primeros atisbos de una
institución del saber donde la sexualidad, o más bien, esta entendida desde un
movimiento occidental y completamente adulto, se convertirla en el pilar fundamental e
inamovible de un psicoanálisis que más tarde sería revestido por escuelas francesas al son
de no dejar morir un saber que no tiene lugar, o que por lo menos, ese topos es un no
lugar.
Hemos sido testigos de lo que no ha acontecido en la historia. Sin duda hemos estado
presentes, obligatoriamente separados, divididos y unidos por esa separación constante
que se ha vuelto norma existencial. Han sucedido muchas cosas; ningún ser arrojado al
mundo podría negarlo, sin embargo, nos toca acontecer en el ocaso de una
contemporaneidad deshecha en su centro, que merece necesariamente ser abandonada y
por sobre todo, un mundo completamente fracturado.
Las fracturas a las ficciones que conforman algo así como lo real, son cosas serías,
infantiles si se quiere. No obstante, esa infancia incalculable puede resquebrajar los
despliegues humanos, nuestras disposiciones y las estructuras. Si hemos de seducir con el
film, diremos que el psicoanálisis -como saber medico y su inseparabilidad con el campo
social- irrumpió en el saber medico de la época y en la concepción misma de psiquis.
Siguiendo la película vemos el transcurso de las ideas de Freud, sus complicaciones y
sus métodos, a quién podríamos llamar su mentor y que eventualmente abandona,
algunos casos clínicos, y la exacerbación visual de la hipnosis como recurso de dirección
del film. Pero más que entrar en una discusión con algunos guiones que escribió Sartre, o
admirar el juego de las cámaras y los planos yuxtaponiendose unos a los otros haciendo
olvidar las caras solidificadas de algunos actores, queremos poner en cuestión -en un
primer momento- la histeria. Condición que tiene relación intima con la tradición
femenina; nos dirán que etimologicamente responde a útero en griego. Sin olvidar
también que tal enfermedad fue vinculada por mucho tiempo unidamente a las mujeres.
No podemos sino recordar el uso de esta patología para deslegitimar y menospreciar
tantos cuerpos femeninos.
Debemos al mismo tiempo ser escépticos con los parlamentos y sus efectos de
verdad; nos referimos especificamente a la idea de la sugestión como motor de despliegue
en el mundo. Sin duda, es innegable que nuestros cuerpos actúan como como un ente -no
solamente- receptor, el cual se ve influenciado y afectado por fuerzas; ya sean externas o
internas -no ´pondremos en discusión la veracidad de esas fuerzas internas- sin embargo,
otorgarle dicho poder (como se ve en el films) a la sugestión parece muy poco creíble y
no hace más que agudizar la sospecha por el psicoanálisis.
No debemos pues, asombrarnos cuando hombres de ciencia cuestionen los
fundamentos y experiencias de métodos como la hipnosis, el poder de la sugestión,
suponer que existe algo así como otras consciencias 1 que batallan entre sí, cuando las
primeras dos enunciaciones atentan y rompen el método científico, aunque traten de
apegarse a él. Quizá valdría más la pena decir que no atentan en la idea de corroborar,
pero sin embargo, no es verificable por todos, ya que depende de una relación intima
entre paciente y doctor.

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Idea extraída del texto escrito por Sigmund Freud “Lo inconsciente”
Con respecto a la idea de diversas consciencias, tenemos que admitir que se hace
difícil cuestionar dicha ficción en la actualidad, ya sea por su prueba empírica invisible y
por los efectos de verdad innegables que ha tenido esta disciplina en el orden de un
mundo cada vez más patológizado y que incesantemente busca -no sanarse- sino convivir
con los traumas de su historia y hacer de la producción el orden por excelencia de la vida.
Sin embargo, a finales del siglo XIX otra era la cuestión. Los principios inamovibles de
un demostración física de la enfermedad era estandarte y más aún, el reconocer el
síntoma en un lugar especifico del organismo para intervenir sobre ese territorio. Ahora
bien, sucede que a pesar que los casos de histeria u otras manifestaciones del inconsciente
peleando por acceder al pre-consciente y tener una fuga eran muchas veces “visibles” sin
embargo, podemos entrar en la duda de los hombres de la época por saber si dichas
manifestaciones eran reales o no, o incluso, admitir ahora, que hay traumas y cargas
inconscientes que no siempre salen o se muestran, o incluso, podríamos darle la vuelta
para decir que somos puro inconsciente y que cada vez que caminamos o actuamos en
actos mecánicos no es otra cosa que esa parte de la consciencia obscura y sumergida.
Puede verse entonces que más allá de creer en él un siglo más tarde, se trata de que
en ambos casos la fiabilidad de un lugar es irrisorio. El inconsciente existe pero no es
visible, se manifiesta pero no tiene lugar, es un plano inmanente del cual proceden
diversos traumas y fracturas, pero no se puede tratar con pinzas ni operaciones, incluso, la
racionalización y operaciones lógicas sobre él, dependen necesariamente del consciente;
es entonces que, a finales de mil ochocientos la cuestión se planteaba algo así: un
territorio que no tiene lugar físico, que provoca quiebres y que la única manera de llegar a
él, es a través de una operación consciente (Esta última afirmación tiene más énfasis
cuando se deja la hipnosis de lado)
La histeria como falta de algo, la referencia a la alegoría de la caverna, la sexualidad
como fuerza primaria en los actos de las personas y la insistencia de llamarle inconsciente
y no subconsciente son temas que podríamos abordar y extender innecesariamente un
ensayo de una película que no se inmiscuye tanto en la teoría sino desde un aspecto
biográfico. No hace falta entrar en discusión con la idea de esa falta, o con el “sub” como
algo que estuviese debajo, cuando podemos admitir que es pura presencia.
Lo que no podemos obviar es el foco en la sexualidad, en un momento Freud dirá
que Las causas de la histeria provienen de traumas anteriores que se entrelazan como un
árbol, pero que conducen a su vez, a una raíz, o así lo presupone sexual, entonces podría
(por ahora) suponer que si mediante traumas vividos anteriormente causan histeria, y
manifestaciones notorias, así podría ocurrir también con el cuerpo(fisiológico) es decir,
que los daños producidos en la psiquis del sujeto, tenga manifestaciones corporales
correspondientes a la fisiología y su “buen” funcionamiento.
No sorprende a nadie la norma sexual que ha llevado occidente en la modernidad, la
patologización de fuerzas que se le escapan y que al mismo tiempo lo constituye, la
represión hacía la carne y sus manifestaciones, la conducción de lo libidinal y la
modelización de la persona.
Nadie podría siquiera negar lo anterior, ni que la represión a la sexualidad trae
consigo problemas al sujeto en cuestión con un entorno hiper-sexualizado, o con normas
sexuales que pueden no encajar en cada singularidad, como al mismo tiempo, la sobre
exposición sexual -adulta- puede traer consigo problemas físicos y psicológicos en un
infante cualsea.
Para concluir -por ahora- lo que dejó la película es la puerta abierta para los casos
que más adelante escribirá Freud, alguno de ellos por ejemplo, es el trastorno de un niño
que en sus ratos de ocio obligaba a la “nana” a que adopte una postura parecida a un
caballo para que él pudiese montarla y de no ser el caso, el niño recurría a obligarla a que
se quite parte de la ropa con la idea de que la trabajadora sentiría vergüenza por su
cuerpo, más se especifica en el caso, por dejar al descubierto sus “órganos sexuales”.
Obviamente puede haber una multiplicidad de lecturas, pero queremos hacer hincapié en
la muchas veces ridícula teoría del psicoanálisis clásico. Este niño, le teme a los caballos,
su madre a los cuatro años le advirtió que tocarse el pene era malo y que sufriría castigo
por ello si seguía incurriendo en tales prácticas (que el cuerpo es un altar no es nada
nuevo) que lo castraría y que hacerlo es una vergüenza. Ahora bien, ¿Qué tiene que ver
los caballos? Freud logra saber que el niño fue expuesto a ver el pene de su padre y ese
gesto generó tener miedo por lo caballos y que le corten sus dedos. Obviamente, como
entendimos más arriba, todas esas manifestaciones conscientes son ramificaciones de un
trauma anterior y que no se explican como algo cerrado y concreto; es decir, que los
traumas estarían escapandose y mostrándose con otros códigos, de aquí suponer que el
psicoanalisis y su entendimiento requieren una cercanía con la metáfora y con la re-
codificación de unos signos muchas veces inexistentes, que a su vez como personas
occidentales pareciese ser que existe una necesidad para narrar y hacer del lenguaje una
técnica nada más que descriptiva, ahogando así todo un campo de posibilidades.
Aplíquese esto al film antes expuesto.

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