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[Saudade]

Me explayo en estas palabras con la intensión de comprender aquellas partes de mí que niego tan
profundamente que espero mi subconsciente deje escaparlas en el descuido de teclearlas.
Básicamente deseo evaluarme, a fondo, a conciencia, y poder aceptar todas las partes que me
comprenden, indistintamente de lo oscuras que puedan parecer.

En otras palabras, si estoy tan loca como parece, o si es una exageración mía y de unos cuantos
conocidos, además de aportar una base, espero fundada, sobre mi negación a escribir a pesar de
sentir un cosquilleo profundo por esta actividad. Es como negarse a rascarse, o a reírse cuando te
cosquillean las costillas. Una reverenda boludes, así que esperemos encontrar la causa y
erradicarla, de forma harmoniosa o violenta. Todo vale en este punto.

También puede que haga de este texto un testimonio a mi última voluntad, por las dudas, o
redirija la atención a esta información en la forma de otro texto, porque la mera idea que estos
recónditos trocitos tenebrosos de mi ser puedan llegar a ojos ajenos me llena de terror. Aunque
todas las fuentes que recuerdo de estos últimos años me reiteraron que uno escribe para alguien,
entonces yo con este acto de volcar mis pensamientos más íntimos en palabras, en realidad estoy
buscando que alguien que no soy yo las lea.

¿Y si quiero que mi yo las lea? Es re fácil usar de confesionario el papel, enterrarlo en un rincón de
la mente y de alguna caja debajo de la cama, y que pasen años antes de volver a encontrarlas. La
persona que las re descubre es la misma, y sin embargo no lo es. No se puede admitir que uno se
encuentra incambiable a los duros obstáculos de la vida. Uno cambia todo el tiempo. Ni el rio ni la
persona es la misma. Entonces lees esas palabras, y es un vos del pasado, y aunque cambiaste,
probablemente lo que escribiste es suficientemente profundo para resonar con vos mismo hasta
el fin de tus días, y el tiempo te aporta la perspectiva para leer y comprender lo que está escrito.
Aceptarlo. Reconocer tus fallas y defectos, y hacer lo inmediato para enmendarte.

Básicamente como el paso del tiempo permite obtener otra perspectiva de todos los hechos, en el
modo de que nos acercamos lo más posible a olvidar que podemos, porque nada se desvanece
verdaderamente, voy a comenzar con el hecho de que posiblemente el sueño y mi cabeza me
hayan jugado una muy mala pasada. Aunque pueda ser que mi mente es de por si susceptible a
crear su propia realidad y fundirse con la que comparto con mis inmediatos, solo la debilidad
mental me permitiría caer en un estado donde debería preocuparme por mi sanidad mental.
Mientras no ceda, todo va a estar bien. Simplemente es que a veces desearía cesar de ser fuerte, y
dejarme ir. En serio.

Pero que débil, que cobarde, abrazarme a mis demonios más profundos e irme de jerga con ellos
mientras la realidad sigue su curso.
Claro que esto es inevitable cuando una de mis principales filosofías de vida es “abraza aquello
que a lo que le temes, porque no podrá ser usado en tu contra” y considerando mi pasado, creo
que puedo reconocer donde nació tal pensamiento primordial.

Para ello vamos a arrancar con lo básico.

Mi nombre es homenaje a la madre de mi madre, y es así como relativos lejanos encuentran entre
esta difunta mujer a la que nunca conocí un parecido conmigo en mi actitud. Algo sobre la manera
en cómo me tomo las cosas con calma parece traerles recuerdos.

Nací un jueves quince de octubre, en el año mil novecientos noventa y dos, aunque según mi
madre desde el doce ya la estaba torturando. Aparentemente con mis uñas poco desarrolladas
había decidido que era tiempo de salir, pero los médicos no se enteraban y mandaban a la pobre
mujer de vuelta a su casa. ¿O eso sucedió en el primer embarazo, cuando estaba por tener a mi
hermana? Creo que la vacilaban con mi hermana… especialmente porque era verano cuando ella
nació, y nadie quiere trabajar en vacaciones.

Finalmente a las cinco cincuenta y cinco de la tarde caí a este mundo, y hasta el corriente día que
me mantengo firmemente atada a su campo gravitacional. ¿Podría decirse que las personas no
caminamos, sino que orbitamos alrededor de dicho campo? Digo, lo único que nos mantiene
aferrados a la superficie terrestre es la gravedad… esa misma fuerza que también sujeta a la luna
en posición… ¿o eso es un campo magnético? Hm, afortunadamente esto es una autobiografía, y
quien quiera que termine por leer esto debería tomar todo lo aquí descripto con veinte vasos de
agua, no sea cosa de que mi realidad termine por contrastar con la más popular, y adoptes un
término incorrecto de entre mis letras. Sería una tragedia.

Claro que si fuera por mí, y mi paranoia, nadie leería esto jamás. Pero mi profesora de Producción
de Textos insistía que uno siempre escribe para alguien. Creo que nadie le enseño el valor del
tiempo, y aquella metáfora del rio, donde yo hoy puedo escribir algo, y leerlo en diez años, y no
solo probablemente no recuerde lo que escribí, pero no soy ni la misma que escribió, ni la que
pretendía hacerle llegar el mensaje. O tal vez, secretamente deseo que alguien lo lea, como esos
criminales seriales que se sabotean subconscientemente deseando ser atrapados. No se, es una
posibilidad. Hay que mantener una mente abierta. Colaborar con el torrente de palabras. ¿Hace
cuánto no escribimos? Exacto, dejémoslo fluir mientras pueda, para algo estamos escribiendo.
Analicemos las fuentes, encontremos el problema, y capaz podamos solucionarlo.

Bien, prosigamos. Mi primer recuerdo es, a) jugando con un cochecito de peluche sobre una cama,
suave, era todo muy suave – hay fotos de este evento, y el relato que lo acompaña es que al
caerse el peluche de la cama, yo me lance tras de el (en un habito que repetí a lo largo de toda mi
infancia – la de tirarme desde las alturas, quise decir); b)una señora mayor me paseaba en un
carrito (no se si era mi tocaya, o la otra abuela, también hay, casualmente, fotos de este evento. Y
no se si los recuerdo porque sacaron fotos de ellos, o si no hay correlación alguna). A parte de
estos eventos no hay mucho que mencionar sobre mis primeros años, más que vivíamos en Monte
Grande, y no me dejaban salir ni a la vereda sola, por temor a que me raptaron (ni que hubiera
salido con las pintas de mi madre, en cuyo caso si considero que podrían haberse preocupado un
poco más).

Estos años tienen un tinte blancuzco grisáceo, nostálgico. Era amiga de mis vecinas, creo, y alguna
de ellas poseía una tienda de juguetes… me regalaron una muñeca de trapo que me acompaño
inclusive hasta la casa de Belgrano en Trenque Lauquen, aunque a lo último perdió sus mechas de
lana rosa, y su gorrito de escoses a tono.

Recuerdo también estar castigada en el jardín, mirando la pared. Esto me trae una gran y áspera
tristeza. Por lo que tengo entendido tenía un conflicto con una de mis compañeritas, la cual
insistía en robarme mi merienda, lo cual acarreo una secuela hasta la adolescencia en la cual casi
le clavo un cuchillo a mi hermana en la mano tras intentar quitarme un cacho de pan. Claro, se
entiende entonces porque dicha hermana se enojo profundamente conmigo luego de dicho
incidente. Y bueno, con la comida no se jode.

También tengo los únicos recuerdos de mi padre plantados en este sector. Durmiendo la siesta en
nuestro cuarto, teñido de cálido amarillo anaranjado atardecer. Cuando me llevo en sus hombros y
casi lo dejo ciego cuando me agarre muy fuerte de su cabeza, vergüenza y arrepentimiento.
Cuando descubrí que eran las cucarachas al sentir algo en mi zapatito todo el día, y al sacármelo
encontrar con que ese algo estaba vivo, papá riéndose de mi asco.

El ultimo recuerdo en esa casa en Monte Grande, de el, es una mezcla extraña. El despidiéndose,
pidiendo disculpas, creo que quería que se lo hiciera saber a mamá y Vicky… pedirle que esperara,
pero que cuando me volvi a fijar, ya no estaba. ¿Sueño, realidad? ¿Acaso importa? Lo recuerdo.
Junto con este, preguntar porque nos mudábamos “termitas”, que no estoy del todo segura fuera
una respuesta del todo sincera, aunque los bichos si quisieron comerse gran porción de nuestros
muebles, porque la evidencia esta y vive en TL, miles de agujeritos en la madera.

Pero recuerdo cuando me dijeron que mi familia había quedado irremediablemente destruida. No
fue en monte grande, como para que el shock del cambio nos fuera dado entre aquello que
conocíamos. No. Estábamos de visita en casa de mi tía, en la costa. ¿Qué carajo estábamos
haciendo ahí sin el, porque se quedó trabajando solo, nos habíamos adelantado y nos iba a
alcanzar más tarde?

No importa. Lo que si importa es que hasta los diarios sabían antes que nosotros. Mi tía antes que
nosotros. No recuerdo como lo tomaron mamá y Vicky. Pero me acuerdo mi reacción, cataratas
como si me fuera a secar por dentro, y como me hicieron tragar sopa para hacerme sentir mejor. Y
funciono, supongo, porque durante mi infancia pedía sopa cuando me sentía emocionalmente
mal.

Creo recordar la reacción de mis primos, como me esquivaban… y eran ellos o yo la que lo hacía
desde debajo de alguna silla.

Supongo que la angustia y el dolor son sensaciones egoístas, y no te permiten socavar mucho
como reflejan la misma situación los otros a que los afecta.
O puede ser porque la muerte de mi padre fue el primer hecho que me moldeo a ser lo que soy,
como soy, hoy en día.

No me acuerdo mucho de cómo venía siendo la estadía donde lo de mi tía, ni mucho menos luego.
Pero las cosas cambiaron. No recuerdo cuando nos fuimos, ni cuando pasamos por monte grande,
pero si recuerdo viajar en el auto de mi tío hacia TL, y que nos permitió (considerando que era
mitad de papá, no debería siquiera ser “permitió” pero eso es otro tema) quedarnos en una casa
en calle Roca.

Tenemos una gata, Lola (mento), que sobrevivió la mudanza de MG a TL, y de Roca a Belgrano.
Pobre tipa como se la banca. Recuerdo que fue mi gran apoyo y compañía por la época. Solía
envolverla en mi bata de peluche rosa.

Recuerdo a mi hermana (y yo) tratando de cocinar hamburguesas, una (o dos) terminaron fuera de
la sartén. Mi hermana sentándose sobre los lentes de mama. Yo rompiendo una luz fluorescente
intentando arreglarla con el palo de escoba (brillante, en serio).

Pero no recuerdo mis emociones de esa época, hasta que nos mudamos a la casa de Belgrano.

Y mi primer recuerdo de la casa es bastante claro. Mamá nos había llevado con ella cuando fue a
verla, y recuerdo haberme quedado sola en una de las habitaciones. La sensación se coló en mí, y
supe que tenía que informarle que no quería vivir en esa casa. O por lo menos si lo hacíamos, que
el cuarto de atrás no fuera el nuestro, yo ahí no quería dormir.

Claro, no solo terminamos viviendo ahí, sino que ese cuarto termino siendo el las hermanas Vaio.
Los problemas no se presentarían hasta más tarde, pero las sensaciones volvieron bastante
abruptamente luego de mudarnos, y volvieron violentas.

Recuerdo llorar hasta quedarme dormida, pensando en que me iba a morir. Si papá se había
muerto, yo también lo iba a hacer. No había percepción de “ido”. Era muerte, claro y sencillo. Me
agobiaba y aterrorizaba saber lo que me esperaba. Era frágil y débil e iba a terminar. Había un
final, y no sabía cuándo iba a tocarme. Estaba tan fuera de control que no había más nada que
hacer que llorar.

Fue en este momento, imagino, que nació (sin tantas palabras) mi filosofía “ama aquello que te
lastima, a lo que le temes, para que no pueda ser usado en tu contra”. Mi única manera de luchar
contra lo que estaba fuera de mi control, era aceptarlo a pleno y con gusto.

Mi primer miedo, la muerte, fue superado, para dejarme dejes suicidas hasta hoy en día. Claro que
en aquella época no sabía como se refería la gente a ese tipo de pensamientos autodestructivos, y
tampoco sabía que el cuerpo, biológicamente, no te permite morir por aguantar la respiración, no
importa lo mucho que intentes cesar de existir, de solo desaparecer.

Recuerdo llorar mucho, mi madre preguntando mis razones. Como poner en palabras esa angustia
que me ahogaba el corazón. ¿Cómo? Mis ataques de enojo, tan profundos que se me cortaba la
respiración y la cara me quedaba roja. Como para sofocar mi dolor emocional recurrí, allá por la
primaria, al dolor físico. Lástima que lo intente en la escuela. Lástima que me enviaron a una
incompetente con supuesto título en psicología. Mentí y no lo notó, o al menos no creyó que fuera
importante. Y termine volviendo más tarde, cuando tuve 13/14(?), para recordar lo poco en que
podía confiar en su consejo profesional (“deberías salir a hacer mas amigos”, no, ¿en serio usted lo
cree doctora? Claramente ahora estoy curada. Su palabra me ha resuelto mis problemas. Eh sido
salvada, voy a regocijarme en mis nuevas habilidades sociales. HDP).

Creo que fue por esta época, la primaria, y luego de mi primer sesión (ventanas redondas, paredes
blancas, el jardín como un pulmón de vida entre la esterilidad) que desarrolle mi segundo miedo
sin querer, y sin notarlo hasta que estaba profundamente arraigado en mí y no había más nada
por hacer que aceptarlo, como al primero, porque era más parte de mi de lo que me hubiera
gustado admitir jamás.

Miedo a estar loca. A estar atrapada en una repetición mental de lo que yo creía era la realidad.
Miedo que mejor se expresaba a terminar en el loquero. Porque mientras hoy en día este miedo
me sigue sacudiendo (al fin y al cabo estoy escribiendo esto para poder encontrar las raíces, y ver
si florecieron o hay posibilidad de desarraigarlo), mientras no termine bajo medicación,
institucionalizada o sea yo un peligro para la sociedad, no me jode tanto. Las ocasionales
jugarretas de mi mente comienzan a amigarme con la idea de que la sanidad mental es un término
flojo y vago, porque todas las personas son distintas.

Y antes de abordar lo previamente mencionado aquí arriba, y luego buscar la raíz a mi problema
literario, quiero mencionar el miedo que completa la triada divina que me moldeo mi persona
actual.

Miedo a la soledad, que nació con mi primer miedo (a la muerte). Si yo podía morir, también podía
hacerlo Vicky y mamá. Otra de las razones por las que me dormía con la almohada empapada. A
este miedo lo mate relativamente rápido. Al final de todo, cuando uno cierra los ojos al final del
día (al final de la vida) uno esta verdaderamente solo, y si no podes estar solo con vos mismo, no
hay razón de ser.

Además, es preferible estar solo que mal acompañado. Aparentemente mi carácter nunca me
permitió doblegarme ante el rebaño y seguirlo mientras de tiraba por el precipicio, aunque cuando
note como resaltaba de la norma, quise zambullirme y ya era demasiado tarde. Como cuando de
peque no quise mamadera ni chupete, y en el jardín todos parecían aún precisarlos, y mi madre
insistió que no había hecho uso de ellos antes, no iba a iniciar entonces. Y esto me siguió a lo largo
de mi vida. No fui capaz de seguir las modas y tendencias, y muchos menos los chismes y caprichos
de aquellos más populares. Me resultaba poco práctico o entretenido, frívolo, superficial. Todavía
no le encuentro la gracia a hablar de otra gente, ni mucho menos de sacarle el cuero. Las charlas
negativas me repugnan, y la única vez que sentí la necesidad de iniciar una fue en veterinaria, en
mi vida “adulta” cuando una de estas supuestas adultas me regreso a la infancia cuando declaro
que o dejaba de juntarme con otra amiga, o dejaba ella de serlo. No era su única falla, ya que
cuando hacia un chiste, uno podía sentir que era para reírse de uno, no con uno, pero fue lo
anteriormente mencionado lo que llevo al quiebre. Abandone el lazo entonces. Y cuando pienso
en esta persona no puedo evitar centrarme en lo infantil que era.

Desde luego no soy perfecta, y por eso no me gusta señalar las fallas ajenas. Incluso tengo esta
ingenua intención de no faltar a este principio incluso en mi mente. Claro que fallo épicamente,
todos juzgamos, tenemos prejuicio. Y en mi mente cuando paso juicio, hago juicio de mis propios
errores para compensar, y luego me revuelco en vergüenza por algún tiempo.

Quisiera ser mejor persona.

Ser persona es cansador.

Tratar de censurar mi fuero interno, mi mente, mis reacciones involuntarias como si fuera una
santa y tuviera que mantenerme libre de todo pecado cansa. ¿es que acaso no soy un ser
humano? ¿acaso otras personas toman los mismo recaudos que yo para no ofender a otros incluso
en sus pensamientos?

Ridículo. Ridícula la sensibilidad que me ataca a cada vuelta de esta vida. Demasiada empatía,
muchos zapatos ajenos con los que intento caminar mi vida. Son muy grandes y pesados y termino
por tropezar con tobillos esguinzados y tirada en el medio del camino sin saber como avanzar.

No puedo avanzar porque entiendo que sienten los de la derecha, los de la izquierda, adelante y
atrás. Los que no pueden avanzar, los que crecieron alas. Los que se quedan escarbando posos.
Todo en mi cabeza. ¿y te pensas mejor que todos por la minúscula empatía presentada? No podes
saber el dolor ajeno, no podrías comparar la situación…

Saber esto, y no poder moverte por la sensación inmovilizante de haberte creído tan abierta, tan
comprendedora. ¿Quien me da derecho?

Me cansa. Como si la vida fuera un juego de ajedrez, pero cada ficha tiene un color y una posición.
Las estrategias son infinitas, pero crueles, como vas a jugar con otras personas…

Abrumada, incapacitada me deja. ¿Qué hago con esto entonces? Escapismo de la realidad. Me
ahogo en mil mundos ficticios para no tener que hacerle frente a la realidad. La gente necesita ser
egoísta y preocuparse por si mismos para no terminar sufriendo de empatía por cada pequeña
cosa.

Una estupidez sentir empatía hasta jugando al T.E.G, porque hay alguien ahí fuera que decide que
hacer con las vidas de soldados como si fueran fichas en un tablero. Y el soldado, y el soldado
enemigo… ridículo pensarlo sentada en una mesa, jugando. Tanto como cuando lees historia, esa
gente que murió siglos y continentes de distancia… y hoy en día no son mas que números en
papel, pero decile eso a sus familias, y a las familias del soldado que mataron.

La empatía es una enfermedad, te deja la piel cosquilleando como el alma intentara rasgarla y
salirse de tu cuerpo, y el dolor físico evitar que abrume el emocional. Por suerte idee acompañar al
escapismo mágico con desinterés crónico.
Casi segura que esos dos son síntomas de enfermedades mentales. Pero si le consulto a internet
hasta de cáncer bucal me estoy muriendo.

Y aunque en algún momento de mi vida decidí que era capaz de sobrevivir sin otros (mejor sola,
mejor sola), encontré un puñado de gente que vale oro. Gente que si bien tal vez no me conocen
ni me entienden en profundidad, son capaces de soportarme y apoyarme incondicionalmente
(como cuando les confesé que no sabía si cierta persona era o no real, ya que nunca había sido
vista por mis otros contactos).

Entonces respecto a mi triada de temores, me las arregle para impulsar actos que iban en su
contra, como para contrarrestarlos.

Tengo miedo de la soledad, y por eso prefiero estar sola. Sin embargo me empujo
conscientemente a salir con mis amigos aunque sea por un par de horas antes de volver a mi auto-
impuesto exilio ermitaño en mi departamento. Es fácil admitir esto, porque es el miedo más
inevitable. Depende de otras personas, y como cada persona es un mundo, realmente no se puede
depender de ellas. Preocuparme entonces por lo que no tengo control no amerita mi tiempo, así
que este temor se aferra muy levemente en mí. Poseo una idea muy concreta de quien soy, y de
con quien quiero compartir mi tiempo. Esto causa ciertos conflictos, algunos de ellos en mi mente,
otros con mi familia (Inés, mamá, Vicky), pero no hay nada que me haga cambiar mi actuar. Es
como soy, ¿Por qué tengo que doblegarme a normativas sociales que no comparto, a gente con
quien no concuerdo, porque a ciertas personas le choca como desempeño? No soy perfecta, y con
22 años deberían de tener una mínima idea de cómo soy. En serio, ahorrémonos los momentos
incomodos.

Mi miedo a la muerte, supongo, puede leerse como miedo a los finales… creo que es base de mi
problema para terminar mis historias en papel. Aunque de por sí no sé si sea el papel el medio
adecuado para transmitirlas, ya que las palabras suelen fallarme cuando lo intento y me hace creer
que mis historias preferirías la transmedia (multimedia, múltiples medios) para ser relatadas.
También debo recordar que mi primera historia terminada fue recibida con poco ánimo por parte
de mi familia, y fue una época en la que no me era posible despegar sus expectativas de mis
intereses. Creo que fue ver como mis intereses no despertaban el mismo amor en ellas lo que me
hirió, mi tan sensible alma. En esa época solía llorar no solo pensando en cómo dejar de respirar,
sino que en presencia de Lola y Dalila, confortada por su presencia sin juicio, declarando entre
sollozos que eran mis únicas amigas. Me sentía sola. Y aunque me hirió, me volqué en la fantasía.
Ya no escribía incansablemente mis ideas, pero leía, y me ahogaba en el mundo de fantasía de
otros. Por suerte, aunque no profundamente apoyado, leer nunca me fue prohibido, y ahí tome
refugio.

Recuerdo haber escribido esa historia en un libro que venía en la caja de cereales. Me gustaba la
banca grisea y de colores, surreal y misteriosa. Sentía que conectaba con mi historia. Recuerdo,
también, como al finalizar releía mi historia, y volvía entonces a comenzar de nuevo. Alrededor de
tres veces repetí este proceso antes de presentarlo.

No era una obra maestra, pero para mis 10 años era mi orgullo. Lo había terminado. Mi historia.

(Porque recuerdo la pasión con la que me volqué en escribir esa pequeña historia, y en
reescribirla, en mejorarla hasta el cansancio… y hoy en día todo proceso creativo me resulta un
hastío, un proceso largo y desagradable, casi un sufrimiento –¿como paso, porque paso?).

Lo único que alguna vez termine (que no fuera alguna asignatura de la escuela).

Luego del incidente me tome la costumbre de no terminar mis actividades recreacionales.


Abandone hockey, tennis, patin… entre tantos otros. Me arrepiento de ello. Me arrepiento de que
no me empujaran más, de que no me dejaran abandonar…

Para colmo ahora tratando de hacer paces con el pasado intento encontrar mis problemas raíz, y
arrancarlos de una vez por todas. Como mi jirafa de mostacillas. A ese lo encontré y se encuentra
por fin a mi lado. O mi pintura de Zorro. También a mi lado.

Pero mi historia se niega a aparecer. Como mi reloj desapareció durante meses, intentado que
aprendiera a tener mis propios tiempos, y dejara de depender de Los Tiempos. Sospecho entonces
que no lo voy a encontrar hasta que no pueda aceptar mi negación a terminar mis historias por
miedo a matarlas. Terminar aquella historia, que como decía mi profesora se hizo para que alguien
la leyera, la mato. Me mato. No quiero morir. No quiero terminar mis historias.

O puede ser que la haya tirado en un arrebato de insanidad. Recuerdo tenerla entre manos, las
letras con el grafito gastado, mis dibujos tintados con lapicera fucsia. Dibujar y escribir sobre gatos
alados que guardaban el secreto a un tesoro en una montaña, cuando no sabia lo que era una
esfinge (pero el libro de mitología griega estaba en casa… ¿lo lei, o no?) me hizo considerar con
algo de sinceridad el imaginario colectivo, ese mundo donde las ideas viven y que todos los seres
humanos en todo el mundo acceden.

Terminar mis historias y presentarlas para que las lean también me deja vulnerable en el aspecto
en que hay cosas peores que morir. Las historias son parte de mí, en ellas vivo. Y que una persona
ponga sus manos sobre ella y pueda decidir odiarlas, picotearlas y abusarlas a su antojo me lleno
de un terror nuevo y agónico cuando descubrí lo que eran los fandoms, pero más especialmente
cuando me abrieron los ojos a la realidad del canon (la historia como la cuenta la serie, según sus
creadores), y a como la abusan e interpretan sus fans. Creo que fue cuando me empecé a
sensibilizar con todo y todos, a no meterme tan profundo, a no rascar cicatrices ni heridas. A no
preguntar si no me cuentan.

Recientemente comencé a despegarme de mis historias. Si, son parte de mí. Vivo en ellas. Son mis
creaciones, pero son sus propios entes. Cuentan sus propias cosas. La gente, espero algún dia, las
va a leer y espero puedan trascender la barrera superficial y les toque el alma, y se queden con
ellos de por vida, que lo que rescaten sea beneficioso, les despierte la creatividad. Los inspire.
Tuve que considerar que podrían llegar a tener, en algún momento, fans, fandoms, y que esa
gente no respetara el canon. Y eso esta bien. La fantasia esta ahí para abrir puertas, no limitar la
mente. Para crear creatividad e imaginación, no para definirla. No quiero que como yo se
preocupen por todo, hasta de gente que no existe, o que pueda que existan, o que incluso existen,
y terminen por incapacitarse creativamente para no herir las sensibilidades de estos supuestos. La
vida es muy corta para preocuparse tanto.

Como hay cosas peores que la muerte, creo que parte de mi miedo a este es todo lo que le
acontece antes: dolor, vejez, el tiempo para arrepentirte de todo. Poder admitirme todo esto,
como influye a mi parte creativa, a mi escritura, me parece un gran paso.

Y luego, mi gran miedo, tan inconsistente que su agarre es tan sutil porque es como el tejido
intercostal. Es casi inherente a mi persona. Miedo a estar loca.

Miles de enfermedades mentales, miles de opiniones profesionales sobre si estas son o no


realmente enfermedades, miles de métodos de descripción, de tratamiento, de síntomas… Tantos
como personas en este planeta.

No todos vemos el mismo rojo.

Es todo muy relativo, y no estoy muy segura de su origen. Puedo rastrearlo a mi estado negativo
luego de la muerte de mi padre, mi actitud auto destructiva, depresión y agresividad. Supongo. Tal
vez. Aun así no creo que allá raíz que arrancar. Está ahí, y en lo posible no hay que echarle agua
para que crezca. Esperar a que la maldita enredadera no mate a todo el jardín.

Soledad, aprender a amarte, porque siempre uno se tiene a sí mismo, nunca se está
verdaderamente solo. La muerte, inevitable, a todos nos toca, aterrorizante, sí, pero justa.
Locura… ¿donde arranca el desequilibro de químicos en el cerebro, donde se funde el
pensamiento mágico en creencias espirituales, donde uno puede marcar con toda seguridad lo
que es normal y arranca lo “anormal”?

La locura es una ruleta rusa a mano de genes y ambiente, manejados por dioses caprichosos. Te
toca, te roza, se va y vuelve, se insinúa, te desea, te hace desearla, te consume y te da muerte en
vida.

La deseaba de pequeña tanto como la temía. Me resultaba el escape perfecto a la realidad. El loco
no estaba consciente de su propia locura, su mundo era inquebrantable e inalcanzable. Escapaba a
reglas sociales, a las personas tan hirientes… a todo. Era preso, a su vez, de su mente. No había
libertad en la sanidad tampoco, porque el alma estaba atrapada en la carne… pero estar por
encima de ello en tu propia cabeza. No poder decidir que leer, que ver, que escuchar. No ser capaz
de apreciarlo como tal aunque lo tengas en frente. ¿Valía la pena la locura?

Supongo fue este deseo el que me desgasto la mente y permitió su suave y sinuoso toque
infiltrarse a las sombras en mi mente, y le dio vida a mis demonios. Esos que si me descuido me
prometen el oro y la gloria, mis laureles, mi trono. Hoy en día reacciono más violentamente a la
posibilidad, porque la siento más cerca. No me tomo cuando me entregue, no quiero rendirme
ahora. Y creo firmemente en que mientras mantenga la mente fuerte, no deje que la debilidad
mental me gane, pueda que este bien.

Debilidad mental. Como quedarme en la cama todo el día. No salir con mis amigos. No escribir. No
dibujar, ni pintar, ni cantar o soñar…

La mitad de la batalla está perdida. Estoy cansada.

Siento que voy arrastrando miembros entumecidos por el barro. Como pesa.

Quiero ser, quiero hacer, quiero crear… quiero. Y por eso creo que no voy a perder la batalla.
Mientras haya espíritu, mientras pueda desear ser lo mejor que puedo ser, no hay manera en que
deje que mi mente se la juegue tan en contra.

Sin embargo me preocupa como la parte exhausta de mi afecta a mi mente. Como no escribir, y
sentir que las ideas que nacen en mi mente en vez de ser canalizadas, creciendo, desarrollándose,
se atascan en mi mente y comienzan a pudrírseme dentro, infectándome, necrotizandome el
cerebro. ¿Cómo voy a salvar el tejido muerto? ¿Cortar la piel para que rebalse el pus, para que
pueda sanar correctamente la herida? Porque es casi eso, una herida en el alma.

Casualmente siento que escribir sobre estos problemas me está ayudando. ¡Yay terapia casera!
Afortunadamente todavía no tuve uno de mis ataques de paranoia como cuando de pequeña
eliminaba todas las hojas de mis diarios íntimos. Encima ahora sería re fácil, clic supr, o clic
[eliminar]. Pero como me siento sincera conmigo misma, y acepto lo que describí en este
documento, no siento que me perjudicaría que alguien lo leyera. Si esta hipotética persona lo
hiciera, y esto afectara como me ve, o trata, que se joda por metido. Fácil. Estoy cansada de estar
pendiente de todos, y de armonizar mi manera de ser para con todos.

Me podría a dedicar a hablar particularmente de cada miedo por hojas y hojas, y no estaría más
cerca de resolverlos. Aunque me sorprende que hablarlos realmente ayude.

Así que pasemos a proponer soluciones.

Y empecemos con lo sencillo. La soledad se mata con compañía. Excepto cuando es mucha, que
cuando regreso a casa me pega la depresión con un martillo de plomo. Afortunadamente tengo un
grupo de gente excelente que me mantiene viva y contenta, y no permiten que me encierre por 2
meses consecutivos.

Miedo a morir lo vengo piloteando con chistes de mal gusto y los brazos bien abiertos. Que
cuando venga me encuentre esperándolo con una sonrisa. El problema es aquí como manifestar
una solución para los problemas que nacieron a partir de este. Como mi temor a terminar mis
historias.
Siento, muy ingenuamente (seguro), que el primer paso está en su raíz. Mi primer historia en ese
cuadernito que me gane en una caja de cereales. Creo que tengo que buscarlo, encontrarlo y
leerlo. Aceptarlo. Aceptar esa parte de mí que negué por tanto tiempo. El gran problema con este
inicio de tratamiento/solución, es la posibilidad de que ese libro hace años se está pudriendo en el
basurero municipal en TL. En cuyo caso me jodo por pelotuda.

Mientras espero la oportunidad de volver a TL a buscar el libro (y considerando que en enero, que
estuve un mes ahí, no lo busque, y tal vez fue porque no estaba lista… hay que ver si ahora lo
estoy para encontrarlo), propongo otro método.

Empezar a crear mundos como lo hacía antes. En papel, a mano, hasta que me acalambraba, y
como me detenía cada dos o tres hojas a ilustrar escenas, personajes, ese mundo donde se
transcurría… Lo hacía con tanto amor… Amaba mis palabras, mis personajes con sus historias, y
como plasmaba todo eso en papel. Capaz que tengo que abandonar la simpleza del Word, para
reventarme las manos en papel de nuevo. Equivocarme, pero tener el amor para volver a leer mil
veces una frase, y ofrecer en el margen las optativas. Propongo volver a amar mis mundos. A
abandonar la sensación de hastío y cansancio que me provocan. Abandonar el NaNoWriMo,
porque en ese mes escribo 50k de palabras que no vuelvo a tocar ni bien termina el mes. No amo
hacerlo, no solo no termino la historia, sino que no vuelvo a leerla, ni para editarla. Tengo una
historia a la que le faltan 3 capítulos, 3, y sin embargo no tengo ni un solo deseo de rastrear su doc
y ponérmelo a editar. Ni se me cruza por la cabeza terminar esos 3 capítulos. Es más, hay una
parte de mi que dice que si lo cruzamos en la compu, [eliminar] y a la mierda.

Necesito recuperar el amor por mis creaciones, esa que mate cuando era más chica. No forzarlo,
sino nutrirlos con cada paso, palabras, dibujos, canciones y poesía.

Para lograr esto voy a tener que abandonar mis escapismos a internet, soltarme de mis
inseguridades. Escribir por escribir sin el miedo de pensar si está bien, mal, derecho o siniestro.
Hay tiempo para corregirlo luego, pero amar el proceso, y que tome lo que tenga que tomar. No
empujar, no forzar. Vivirlo, y adorarlo, crecer a su lado.

Extraño la sensación que me hizo enamorarme de las palabras. De mis mundos. Y se que no todo
está perdido porque siguen naciendo nuevas historias, y por encima de todo, nunca deje de amar
a mis personajes. Siempre conmigo, y a mi lado. Tan inherentes a mi persona que no podría vivir
sin ellos.

[Hasta el acto más pequeño vale más que la intensión más grande] leí hace poco. Y voy a hacerlo.
Voy a poner en práctica este método hasta que pueda recuperar mi primera historia finalizada,
porque puedo proponerme a cumplirlo, pero solo realmente actuar va a contar para algo.

La única que se perjudica acá, soy yo.


Casualmente hoy me di cuenta que sigo temiendo. Temo escribir. No pude levantar la libreta, y
crear el perfil de una personaje, porque no creo tener la combinación exacta de palabras que la
describen en mi cabeza.

Una locura. ¿Por qué carajo me da tanto miedo equivocarme? ¿A no deletrear perfectamente? Soy
humana, ¿no? Tengo derecho a equivocarme. A volver a intentar. A reescribir una frase mil veces.

Solo me detiene mi cabeza.

Que cagada.

No quiero equivocarme, no quiero no hacerle justicia. No quiero tener que reventarme las
neuronas pensando términos y analogías y sinónimos y antónimos.

No quiero pensar que alguien ahí afuera lo haría mejor, y que seguramente lo va a hacer.

Quiero poder destrabar la inhibición mental que dice que la voy a cagar, que no soy suficiente.

Quiero ser lo mejor que puedo ser, y siento que no alcanza.

Como empezar, como planear, como buscar entre las infinitas posibilidades verbales para
encontrar aquello que se ajuste a la sombra como recorte en mi cabeza que forma la perfecta
figura de mis historias.

Nombre, personalidad, esos hábitos estúpidos que les separan de otros. Es como una persona. Es
como si una vez alguien me conto su historia, y el tiempo opaco todos los detalles pero me dejo
con la idea general de lo que paso. Siento que les traicione, y ahora no tengo el coraje para hacerle
frente a su altura.

Cobarde. Tengo dos perfectas manos funcionantes, un cerebro relativamente normal capaz de
realizar la tarea de describir con palabras una historia, incluso de dibujar (aunque no sea perfecto).

Mira si no habrá cosas a las que verdaderamente temerle. Y yo aca, sintiendo que soy la peor
basura en este planeta, porque no me atrevo a tomar la lapicera y anotar en mi libreta algo de
significancia.

Está todo en mi cabeza. Claramente. Me aterroriza una hoja en blanco y la tinta negra que siempre
use.

Es ridículo, este miedo a algo que alguna vez me hizo tan feliz.

A lo mejor también le temo a la felicidad, como sé que le temo al amor. Terrible.

No me imagino una yo que sea capaz de amar, ¿así que como hago para solucionar algo que es tan
parte de mi?
¿Sera mi conformismo el que me está traicionando? A lo mejor me resulta mas sencillo reconocer
mis miedos, mis fallos, mis faltas, mis pecados, que arreglarlos.

Bueno, eso es obvio. ¿Pero cómo los arreglo?

Mi impulso de dejarme estar y pudrirme en vida, queriendo dejar de existir es como la fuerza de
gravedad. Me presiona contra el suelo, me incapacita y mata mis acciones.

Quiero hacer mucho, pero hago poco. Lo suficiente para pasar el día a día y cumplir mi cuota de
responsabilidades.

Por ahí lei que para ser un buen escritor había que escribir cuatro horas por día, y leer otras
cuatro. Es una vocación, un trabajo de tiempo completo.

En mi cabeza todo lo que no sea “estudio” y sus derivados, además de las clásicas tareas
domésticas junto con las cuentas, están calificados como pérdida de tiempo.

Escribir, dibujar, pintar, actividades recreacionales, todas una pérdida de tiempo.

Sin embargo tampoco quiero cumplir con mis obligaciones. Entonces me abrazo a internet, en una
infinita búsqueda de cosas que me consumen el tiempo, pero no me hacen sentir completamente
desaprovechada.

Excepto que sí, me desaprovecho. Desaprovecho mi potencial, mis ganas de ser mas, hacer más.

Que hacer. Como hacer…

Que maricona, en serio. Hay que agarrar una lapicera, papel. Y escribir. Tanto miedo a
equivocarnos… es ridículo. Basta de titubear, ¡nos comportamos como unas mocosas miedosas!
¿Cómo vamos a hacerle justicia a todas nuestras historias?

¡Mejor todas, y mal escritas, que ninguna!

Claro que hay historias que hubieran sido mejor no haberlos escrito (te miro a vos, Twilight, 50
shades of grey). Pero son para mí, por mí, para ellas, por ellas, mis historias, mis personajes y sus
vidas.

Uff, haría falta alcohol. Siempre me revienta los inhibidores creativos (entre otros). Pero no puedo
volverme alcohólica para cumplir mi misión. Seria patético, y triste.

Siempre nos resultó triste que la gente dependiera de otras sustancias para alcanzar ciertos
niveles de comprensión creativa… sin embargo, la hipocresía brilla fuerte en nosotras, ¿no? Para
variar, la vida nos deja al descubierto. Es innegable mi apego poco saludable a internet, no tengo
derecho a quejarme.

No puedo equivocarme si hago lo que esperan de mi. Mamá siempre insiste, primero gradúate,
después haces lo que querés.
Diciembre de 2015 termino, indistintamente de todo, martillero. Más me vale conseguir un laburo.

No será mi verdadero llamado en la vida (tampoco creo que sea escribir, sospecho, ligeramente,
que es ayudar a las personas… aunque desarrolle un disgusto profundo por la humanidad), pero el
conformismo me juega en favor. Trabajar, conseguir mi medio económico para sostenerme, crear
mis propias reglas.

Independencia.

Pero si no tengo el coraje para hacer lo que deseo hoy en día, y prefiero entumecer mi mente para
que los días se hagan un borrón y se me vayan los años rápido, nunca voy a tener independencia.
Mi cabeza me juega en contra.

El que dijo que el más grande enemigo siempre es uno, tenía demasiada experiencia propia.
Garca.

Esta el método de la rutina = “de 3 a 4 hago tal actividad”

Podríamos arrancar levantándonos todos los días a las 7, disfrutar de la fresca, y dormir siesta.
Escribir después de la siesta. O pintar, o dibujar.

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