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En 1959, una pequeña isla abandonada del Caribe se enfrentaba

directamente, y en plena Guerra Fría, a los Estados Unidos. Pasada la


sorpresa y las reservas iniciales, muchos intelectuales no tardaron en
apoyar tremenda muestra de romanticismo poético. Jean Paul Sartre, Ítalo
Calvino, Simone de Beauvior, Marguertite Duras, Pier Paolo Pasolini,
fueron algunos de los que vitoreaban desde lejos la revolución que
construía Fidel Castro.

En Europa no sólo vivían europeos. Alejados de sus países por gobiernos


dictatoriales, tiránicos o simplemente malos, una buena porción del
intelectualismo de esta parte del mundo deambulaba alternativamente
por París, Londres y Barcelona. Desde allí, a la distancia de un continente
que no olvidaban, se reconocieron por primera vez latinoamericanos.
Desde el exilio comenzó el acercamiento a Cuba. Liderados por el
incansable Cortázar, los escritores exiliados se acercaron, se agruparon, y
participaron activamente en la Revolución.

Cuba, el compromiso político y el exilio fueron los disparadores del Boom.


Una excelente organización del mercado que le dio empuje, sobre todo
desde España, donde grandes y pequeñas editoriales se transformaron en
verdaderos generadores de éxitos. Pero más allá de las cuestiones
históricas y fortuitas, no caben dudas de que durante la década del
sesenta vieron la luz una docena de novelas magistrales que echan por
tierra cualquier acusación contra el Boom .A estas nuevas novelas no
tardaron en agregarse viejas obras que hasta el momento habían tenido
escasa repercusión.

Uno de los factores que mayor impresión causó en la presentación en


sociedad de la nueva narrativa fue el descubrimiento del realismo mágico.
Término caribeño por adopción, la realidad cotidiana conviviendo con
hechos míticos, leyendas y sucesos extraordinarios, fue una vedette que
se coronó con Cien Años de Soledad (1967). En la obra cumbre de García
Márquez, enmarcada en los límites del pueblo de Macondo, la esclavitud y
la pobreza se mezclan con una explicación irracional, o por lo menos
hiperbólica, de lo real. Una metáfora de América Latina, allí donde la
magia parece ser la única alternativa a la opresión.
El compromiso político desde el exilio fue, sin dudas, el eje que nucleó a
los principales representantes del Boom. Fueron ellos, junto a los
intelectuales locales, quienes dieron el puntapié inicial a la Casa de las
Américas, el reducto cubano que se encargó de erigir a la cultura en uno
de los bastiones de la Revolución. Desde su departamento parisino o en su
rancho de Saignon, Cortázar dirigía el juego y recolectaba colaboraciones
para enviar a la revista de la Casa. Viajaba a la isla con frecuencia y no
perdía oportunidad para aprovechar su fama a favor de la causa
revolucionaria. García Márquez era otro ferviente defensor de Cuba. Los
dos corrían tras Vargas Llosa, que ya entonces empezaba a delinear una
posición que terminaría por enfrentarlo directamente a Fidel Castro. Fue
cuando el gobierno se mostró muy poco tolerante con una novela del
cubano Heberto Padilla, quien esbozó una crítica que terminó en conflicto
internacional y la expulsión de todos los intelectuales extranjeros por
tiempo “indefinido e infinito” (Fidel dixit).

Pero esa es otra historia. Podría ser, por qué no, una de las causas del fin
del Boom; aunque, como todo fenómeno comercial, debía terminar algún
día. No hay una fecha exacta que determine ese final, y sin dudas la
producción literaria posterior, por lo menos en la década siguiente, siguió
arrojando excelentes obras que bien podrían haber merecido el mismo
reconocimiento. Diferencias entre los miembros del grupo, tirantez en las
relaciones con Cuba, muerte de la utopía, una historia que abandonó la
esperanza e ingresó en la pesadilla de las dictaduras...muchas pueden ser
las razones que terminaron con el Boom. Pero más allá de las cuestiones
políticas, ideológicas e incluso literarias, la selección campeona de
América Latina colgó los botines el 15 de Agosto de 1970. Así lo intuía
Cortázar en una de sus cartas, ese día “hubo una gran rejunta
latinoamericana que terminó con una pachanga espasmódica en mi casa.
Tuve a Carlos, a Mario Vargas, a García Márquez, a Pepe donoso, a
Goitysolo, todos ellos rodeados de amiguitas, admiradoras (y ores), lo que
elevaba su número a más de cuarenta; ya te imaginás el clima, las botellas
de pastis, las charlas, las músicas, la estupefacción de los aldeanos de
Saignon ante la llegada de un ómnibus especialmente alquilado por los
monstruos para descolgarse en mi casa...Fue muy extraño y muy
agradable a la vez; algo fuera del tiempo, irrepetible, por supuesto, y con
un sentido profundo que se me escapa pero al que soy, sin embargo,
sensible”

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