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“ VASQUEZ ”
La mujer, mal cubierta con harapos, morena, flaca y envejecida antes de tiempo,
hizo un gesto de resignación y se acercó a su vez para empujar la barca hacia las
olas que reventaban con fuerza en la playa.
Soplaba el viento produciendo silbidos agudos entre las rocas y un más grave
zumbar en el recodo de los cerros.
Al impulso común la chata sobrenadó de pronto, al mismo tiempo que una ola
empapaba las vestiduras de la mujer, indiferente a la traidora dentellada del mar.
Vásquez y Clemente saltaron dentro. El muchacho, de ancho rostro en que lucían
los ojos negros muy vivos, hundió al punto la de un remo por la parte de popa,
mientras el padre cogía el bichero.
Era preciso evadir con energía y destreza las rocas que orillaban la angosta
caleta. Una ola reventó en la proa, produciendo borbotones de espuma. La chata
se enderezó violenta, pero volvió a caer sobre su quilla; embarcó agua y los
pescadores recibieron la primera rociada.
-¿Está ya?
-Listos, mamita.
-Acuéstate, mujer, y oído a la señal.
- Cuando alumbre el lucero.
Los pescadores ocuparon sus asientos en sus bancos y hundieron los remos a
compás.
Poco a poco disminuía el ruido de la resaca y el bote concluyó por hundirse en las
tinieblas.
Soplaba el viento y hacía frío. La ropa de los pescadores era muy ligera y sus pies
desnudos permanecían en el agua que ocupaba el fondo.
Ambos iban silenciosos: nada tenían que decir ni era menester orientarse; el viejo
lobo conocía a palmos la dilatada bahía y el lobezno se educaba en buena escala.
Mientras tanto, se amontonaban las nubes del cielo y parecían bajar hacia las
aguas. El viento arreció; la marejada se hizo más gruesa y muy marcado el vaivén
de la chata.
No se veía nada. Todo estaba oscuro y desde el fondo de la noche, repleta con
los rugidos de la tormenta, desde la alta mar, la tempestad se precipitaba rugiendo
en la bahía.
-¡Aoh!
Al resplandor de un relámpago, distinguió entre la confusión tremenda de las olas,
al barquichuelo que pugnaba por evitar los escollos.
-¡Aho!
Otro relámpago prendió en el aire y Martina pudo columbrar a los dos pescadores:
Vásquez permanecía de pie, con el bichero en la mano, mientras Clemente se
encorvaba sobre los remos. Ora lo veía zarandearse en el filo de una ola, ora otra
cima lo velaba a sus ojos angustiados.
A despecho de todo, el falucho avanzaba poco a poco sorteando los escollos y las
rompientes espumosas. Ya estaba próximo a la playa...
-¡Vásquez! ¡Vásquez! -gritó la doliente criatura.
Otra ola los arrojó a ambos contra la playa. El muchacho quedó tirado en la arena
como un pingajo; Martina se levantó y quiso de nuevo arrojarse al agua, pero
estaba agotada, ya no tenía fuerzas. Entonces gritó con una voz extraña, ronca,
extrahumana:
-!Vásquez¡ !Vásquez¡
-!Vásquez¡ !Vásquez¡
Como una letanía doliente y salvaje, el nombre repercutía rebotando a cada
instante entre las grietas de las rocas.
Gimiente, desesperada, medio loca, vagó toda la noche por la orilla del mar, con
un jirón de esperanza prendido en el alma, acechando, esperando el milagro que
no venía, que no vino nunca...
FIN