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Ginés de Sepúlveda seguía los argumentos tautológicos que reinaban (incluso hasta la
actualidad) el pensamiento de la época en relación a la conquista de las nuevas tierras. En
relación a la visión de Montaigne – quién consideraba a los indígenas caníbales de la barbarie
–, Ginés entiende la guerra de dominación como un pasaje de beneficios del más fuerte al
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(…) En suma: es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones
probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no
tienen estas cualidades (…)1
Así Gines de Sepúlveda presenta una justificación a la guerra de la conquista, dando por
hecho que la cultura propia es, simplemente por ser propia, superior a la ajena. La violencia
queda entonces caracterizada como necesaria para un proceso de civilización que será
positivo tanto para la cultura dominante – que ganará más adeptos – como también para la
dominada, que recibirá los beneficios de esta cultura superior. Según si mirada, los beneficios
de la civilización y la cultura eran mucho más valiosos que el oro y la plata.
Para Gines, lo único que podría evitar una justificación de la guerra, sería encontrar entre los
indígenas hombres que cumplan con las mismas creencias sociales y religiosas que los
europeos, lo cual es para Dussel (y claramente para cualquier persona sensata que se lo
cuestione hoy en día) una condición totalmente absurda: en el mundo indígena no existía el
Dios cristiano. Estas civilizaciones tenían sus propios sistemas de creencia, así también como
sistemas sociales y políticos.
1 Dussel, Enrique (2010): Meditaciones anticartesianas… Revista Tabula Rasa, nro. 9, Colombia.
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¿No son hombres [los indios]? ¿No tienen animas racionales? ¿No sois
obligados a amarlos como a vosotros mismos? […] ¿Cómo estáis en tanta
profundidad de sueño tan letárgico dormidos?2
Obliga de este modo a preguntarse a los cristianos que con sus actos están siendo poco
cristianos (asesinan a los hombres y esclavizan a las mujeres y a los niños), si no es más
cristiano el comportamiento de estos indígenas bárbaros. Los argumentos que le siguen son
aún más poderosos.
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Dussel, Enrique (2010): Meditaciones anticartesianas… Revista Tabula Rasa, nro. 9, Colombia.
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también una idea propia de verdad que respeta, una fe por parte del Otro para ser convencido
de que la nueva religión es la verdadera. Aquí yace la filosofía revolucionaria de De las
Casas: la idea de que el Otro se cree poseedor de una verdad tan verdadera como la que uno
reconoce como verdad propia. Además, explica que para que ésta dialéctica de persuasión
exista, es necesaria la libertad del Otro: sin la libertad no podría existir el acto de fe que lo
convertirá en creedor de la religión verdadera.
Bajo esta mirada todos los comportamientos distintos entre las culturas pueden ser
comprendidos de manera similar: las deidades de los indígenas son para ellos tan reales como
para los europeos el Dios cristiano. Mientras no se puede convencer a los indígenas de
cambiar sus creencias por falta de argumentos lo suficientemente efectivos, habrá que tomar
sus actos religiosos como verdaderos y “correctos” en pos de la religión que ellos consideran
verdadera. En este sentido, es entendible que los indígenas quieran defender sus creencias en
contra de la dominación cultural: ellos están defendiendo su verdad.
Con el mismo argumento puede Bartolomé de las Casas explicar que el sacrificio humano no
es una práctica bárbara que tenga que ser aliviada por la guerra colonizadora: desde la verdad
de las civilizaciones indígenas, el ritual de sacrificio es la ofrenda más digna que puede
dársele al Dios verdadero. En este sentido, los indígenas estarían siendo “buenos religiosos”,
aun cuando para los europeos lo estén siendo para un Dios falso.
En este punto me resulta interesante retomar los pensamientos de Sor Juana Inés de la Cruz
incluidos como indicios en su Loa para El Divino Narciso, en la cual el personaje de la
Religión intenta buscar un suelo común entre el Dios de las Semillas y el Dios verdadero,
cristiano, para poder entonces proseguir con la suavidad persuasiva hacia una conversión
pacífica.
De las Casas lleva incluso este paradigma hasta las decisiones políticas de los indígenas,
expresando que, dado que ya existía una estructura política en las civilizaciones de las
Américas, y que esas organizaciones y distribuciones eran percibidas como las verdaderas y
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las elegidas por los pueblos, entonces tendría que ser tan legítima y verdadera como la
europea, y sólo podría Europa tener un poder político real sobre los indígenas cuando estos
estuvieran convencidos de que así sea.
El autor presenta su hipótesis desplazando la idea del neoliberalismo como teoría económica,
y empatándolo con un discurso civilizatorio hegemónico. En la colonización de América, es
fundamental el término conquista frente al de descubrimiento: no sólo por las razones
ampliamente discutidas de que una tierra que ya estaba ampliamente poblada no puede ser
descubierta, sino porque un descubrimiento hubiese conllevado a una ampliación o
incorporación de nuevos paradigmas, estructuras sociales, maneras de vivir. Sin embargo,
esta conquista no hizo más que imponer los valores, medidas, y dogmas de la región
dominadora por sobre la dominada.
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llegar a América, el choque cultural es claramente visible. Allí la naturaleza cumplía un rol
protagónico en las organizaciones sociales, religiosas, y en general en las concepciones de la
vida. Según la mirada de Locke, por ejemplo, la dominación de la naturaleza es una cualidad
necesaria para la conformación de un individuo: el individuo jurídico es aquél que ejercer
algún trabajo o poder sobre su propiedad privada. Los indígenas en su relación contraria con
su naturaleza no tenían el concepto de propiedad privada, y, por lo tanto, en lo que a Locke
respecta, no existía en América un individuo real jurídico con derecho alguno. “(…) América,
aunque esté poblado, puede todavía considerarse vacante, a disposición del primer colono
que llegue y se establezca” establece Lander sobre la mirada de Locke. De esta manera, los
indígenas no sólo serán asesinados, subordinados y esclavizados por los conquistadores, sino
que, además, deberán abandonar completamente sus costumbres y comunidades si quieren
pertenecer a la parte de la sociedad mundial que puede acceder a los derechos. Es decir,
entonces, que los derechos universales del hombre (hasta los que se sostienen hasta hoy en
día), sólo son accesibles para un modelo de hombre que cumpla con las pretensiones sociales
del discurso hegemónico noreuropeo.
todos lados no quiere decir que ese algo sea natural ni propio del ser humano (de hecho, la
mayoría de las cosas que pasan en todos lados nada que ver tienen con la naturaleza humana).
Por último, el cuarto punto se relaciona con la superioridad de conocimiento científico sobre
cualquier otro tipo posible de conocimiento.
Así, las formas de desarrollo del conocimiento que se ven globalizadas parten en realidad de
un modelo particular que nacen en el seno de una sociedad específica, la europea de
posguerra. Nos plantea Lander:
Al establecer el progreso como vara para medir el desarrollo de los países del mundo, de por
si existe una clasificación y jerarquización de todos los pueblos entre superiores e inferiores.
Pero, además, la definición de inferior, así como la de pobreza – una definición por su puesto
arbitraria que no tiene en ese momento sentido fuera de las estructuras socioeconómicas
europeas –, todos los territorios colonizados, es decir, dos terceras partes de la humanidad
son inmediatamente categorizadas como pobres. De pronto son todos ellos “seres carentes
y necesitados de intervención”. Y bajo esta carencia, la única solución disponible parecería
ser el desarrollo económico. Así es como en poco tiempo histórico se expanden de pronto en
carácter normativo los objetivos de una modernidad con sus propias concepciones de
conocimiento, y con la ciencia y la tecnología como únicas vías posibles del desarrollo.
Es interesante ver cómo este movimiento surge de una construcción que piensa y organiza a
todo el mundo bajo una concepción temporal y espacial, y, ante todo, histórica, que nace de
una particularidad geopolítica y se sitúa como patrón y norma. Crear la norma es, entonces,
dictaminar las leyes que categorizarán a uno mismo y a todos los demás como superiores e
inferiores – ¡qué manera sencilla de automáticamente imponerse como superior! Poniendo
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Lander, Edgardo. Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntrico en La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. CLACSO, Buenos Aires (2000)
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Frente a esta revelación de lo ajena que nos es realmente la organización del mundo social
en el que vivimos, Lander nos deja alguna esperanza. En el siglo XXI, dice, hay un
resurgimiento de un pensamiento más propio Latinoamericano. Cita a Maritza Montero
diciendo que
El término Suma Qamaña comenzó a ganar popularidad luego de que Evo Morales lo
propusiera como una de las filosofías a tener en cuenta en el armado del Plan Nacional de
Desarrollo de Bolivia en 2006. En el texto de Uzeda Vásquez, podemos ver algunas de las
opiniones alrededor de este intento de inclusión de un término indígena que se relaciona al
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Lander, Edgardo. Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntrico en La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. CLACSO, Buenos Aires (2000)
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buen vivir en un contexto de desarrollo económico, político, y social que difiere por completo
de la vida indígena que acuño el mismo término.
Como venimos tratando hasta ahora en varios de los textos, el paradigma global impuesto
por la cosmovisión Eurocentrista y civilizatoria, no es en realidad única ni común a la historia
de los pueblos. En particular, el paradigma indígena presenta varias diferencias sustanciales.
Para empezar, su sistema lógico le permite incluir otro paradigma como complementario –
mientras el Eurocentrista requiere ser hegemónico e impuesto para su consumación como
paradigma. Pero, además, la cosmovisión europea regida por la filosofía judeocristiana
responde a una mirada puramente temporal de la vida de la humanidad que deja la dimensión
espacial en un segundo plano. El tiempo es lo que comienza con la creación y termina con el
juicio final. El desarrollo es un movimiento lineal en ese tiempo que, al ser positivo,
implicaría la salvación de las almas. Además, todo concepto del buen vivir occidental tiende
a alejarse al mundo natural. El buen vivir es el acceso a la vida de la ciudad, a la tecnología.
Incluso en la religión existe el jardín del edén, algo que está por fuera de la Tierra naturaleza
y a lo que accederemos cuando podamos escapar de ella.
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Según esta mirada, un desarrollo lineal en el tiempo no tendría ningún sentido. De hecho, el
autor nos plantea que las pretensiones del desarrollo como modelo evolutivo social
evidentemente no fueron alcanzadas: los humanos de hoy en día no somos ni más inteligentes
ni vivimos mejor que Aristóteles hace 2000 años. Para el Suma Qamaña, un mejoramiento
individual temporal no tiene sentido, porque el bienestar surge de un equilibrio del entorno y
de la comunidad entera.
De hecho, las lenguas indígenas no tienen un término que pueda traducirse como desarrollo.
Los más cercanos responden a crecimiento, al camino, al movimiento hacia una tierra sin
mal. Pero el movimiento del paradigma indígena requiere equilibrio. El autor nos presenta la
metáfora del movimiento del colibrí: en constante aleteo, pero a la vez, en un equilibrio
pacífico que lo hace ver inmóvil en armonía con el aire que lo sostiene.
Yampara plantea algunas dudas en cuanto a la inclusión de esta filosofía indígena en el PDN.
Expresa que a su parecer no existe un real conocimiento y aceptación de lo que este
paradigma contempla. Un ejemplo interesante tiene que ver con la mirada contemporánea
del rol del hombre y de la mujer. Nuestra sociedad posmoderna parece lugar por la equidad
de los géneros, pero en el paradigma indígena, es la diferencia y la no equidad entre ellos lo
que permitiría armonía complementaria. Asimismo, Yampara se pregunta por la intención
intercultural del PDN; su preocupación es que esta aparente interculturalidad sea en realidad
un proceso de homogenización de las pluriculturas en lugar de una recuperación de las
mismas. Plantea que, por ejemplo, un entendimiento de estas culturas tendría como primer
punto la prohibición de la privatización de los cuatro elementos de derecho universal: el
territorio, el agua, el aire, y la energía. Sin esa base sería imposible pensar un modelo de
bienestar comunal.
El problema, claro está, es que inmersos en un mundo en el que la educación repite los valores
obsoletos del desarrollo y del progreso, las ideas que van en contra de dicho desarrollo
económicos son muy criticada. Además, los profesionales que la educación produce son
también individuos competitivos y domesticados en el sistema del paradigma capitalista, y
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en este sentido analfabetos en las ideas de la economía recíproca y el equilibrio del hombre
en su tiempo y en su espacio.
Para empeorar las cosas, varios de los pocos que entienden lo obsoleto – o al menos los
perjuicios – de la cultura hegemónica del desarrollo, aún tienen fe en el Socialismo, sin
entender que éste es también un síntoma de dicha cultura civilizacional.
Creo entonces que la diferenciación se da principalmente entre un paradigma lineal que sólo
puede marcar puntos en el hilo del tiempo, y en relación a la cosmovisión monoteísta y
desarrollista, y otro paradigma que incluye la dimensión espacial en la manera de pensar y
de vivir, y que requiere entonces un esquema organizacional social que presente superficie.
Sería interesante preguntarse entonces cómo ha avanzado el PDN hasta ahora en relación a
la inclusión de la filosofía de vida indígena, y si existe realmente una posible conciliación
entre un plan que desde su nombre implica un desarrollo lineal económico con el estado como
garante y a la vez como objetivo, o si simplemente es necesario romper por completo con
todas las ideas Eurocentrista del paradigma civilizatorio para poder entonces comenzar a
comprender la armonía natural del Suma Qamaña.
Bibliografía
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