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Entre los factores están los individuales (niveles bajos de inteligencia, poca empatía,
ser impulsivo), que muchas veces están relacionados con factores familiares o
comunitarios (familias con escasa capacidad de educar a sus hijos o que son
abusivas y viven en zonas socialmente deprimidas), así como con factores sociales
(la asociación con delincuentes). Existen cada vez más estudios en Latinoamérica y el
Caribe con este tipo de resultados.
Los países del caribe fueron Antigua y Barbuda, Barbados, Grenada, Guyana,
Jamaíca, St. Lucía, Suriname, Trinidad y Tobago, y St. Vincent y las Grenadines. Los
factores de riego seleccionados son, en general, más comunes en el Caribe que en
Latinoamérica, aunque en ambos el tener padres comprometidos con la educación
de sus hijos está íntimamente relacionado con una reducción significante de
conductas problemáticas en adolescentes. En nuestras encuestas, un adolescente
con padres involucrados reporta 12 puntos porcentuales menos de consumo de
alcohol, 12 puntos porcentuales menos instancias de haber peleado, y 8 puntos menos
de consumo de drogas.
Esto concurre con la bibliografía internacional que demuestra que tener poca
supervisión parental es un precursor fuerte y fidedigno de conductas problemáticas y
de futuro comportamiento delincuencial (para una resúmen general ver Farrington y
Welsh, 2007). Desafortunadamente, la investigación del BID también encontró que en
el Caribe hay menos dedicación de los padres hacía sus hijos que en América Latina.
¿Qué deben de hacer los gobiernos?
En este contexto, los gobiernos de la región están ensayando diferentes alternativas para
reducir el crimen, algunos con reformas policiales, o con políticas más punitivas,
encarcelamiento masivo, programas de prevención, incorporación de tecnologías y
mejora de la infraestructura de seguridad, entre otras. Sin embargo, lamentablemente en
muy pocos casos se está estudiando estas políticas para poder generar un cuerpo de
conocimiento sobre cómo disuadir el crimen.
Un poco de historia
La idea de que castigos más severos podrían disuadir el crimen no es nueva, y data del
famoso tratado “sobre los delitos y las penas” de Beccaria (1764) y los escritos del
filósofo Bentham como “introducción a los principios de la moral y la
legislación”(1789). Según Beccaria “las penas deben ser tan leves y humanas como sea
posible mientras sirvan a su propósito, que no es causar daño, sino impedir al
delincuente la comisión de nuevos delitos y disuadir a los demás ciudadanos de
hacerlo.” Bentham por su parte tenía la convicción de que las personas hacen cálculos
de la utilidad (placer) y castigo (dolor) de sus acciones y deciden cómo actuar para
maximizan su bienestar. Bentham postuló una teoría de las penas en las que éstas deben
ser proporcionales al delito cometido, y deben ser muy cercanas al delito en el tiempo.
Pero fue Becker en su trabajo seminal sobre economía del crimen (1968) quien retomó
estas teorías y las sistematizó en el marco teórico que utilizamos hasta hoy (y que
introdujimos tiempo atrás en este post).
Según la perspectiva de la teoría económica del crimen, los potenciales criminales
miden los beneficios y los costos esperados de cometer delitos y los comparan con los
beneficios y costos esperados de realizar actividades legales. El costo esperado de
cometer delitos se compone de la probabilidad de ser aprehendido y la sentencia, y se ve
afectado por la certeza, severidad y celeridad del castigo. De acuerdo a la
configuración de estos parámetros en cada sociedad habrá un nivel de crimen.
El rol de la Policía
¿Hay que aumentar el tamaño de las fuerzas policiales? Algunos estudios que resuelven
el problema de identificación que hay al estudiar la relación causal entre policía y
crimen encuentran que un aumento en el número de policías reduce ciertos tipos de
delitos en contextos muy específicos y áreas muy reducidas (ver por ejemplo aquí para
Argentina y aquí para Londres). Sin embargo, dejando de lado las cuestiones de validez
externa de estos diseños, aumentar el tamaño de la fuerza policial no siempre es posible
ni es costo-efectivo tener en el extremo, un policía en cada cuadra. De hecho, LAC es
una de las regiones con mayor cantidad de policías por habitantes: con cerca de 300
policías por 100,000 habitantes en promedio tiene tasas 50% superiores a las tasas de
EE.UU. (222 por 100,000 habitantes) y cercanas a las de Medio Oriente. En el gráfico 1
se observa que también en el tamaño de la fuerza policial, la región muestra una
anomalía (así como en sus niveles de crimen y su baja confianza en la policía como
comentamos antes). La mayoría de los países de la región para sus tasas de homicidios,
tienen muchos más policías por 100,000 habitantes que el promedio de los países del
mundo (están por encima de la línea de valores ajustados). Expandir el número de
policías como respuesta a la creciente inseguridad ha sido una gestión corriente en
varios países como Argentina, pero esas fuerzas adicionales muchas veces carecían del
reclutamiento, equipamiento y capacitación adecuados.
Policía más eficiente. En especial en las últimas dos décadas, los departamento de
policía en el mundo desarrollado han sufrido importantes recortes presupuestarios, y
concentraron los esfuerzos en utilizar mejor los recursos existentes para prevenir el
crimen de forma efectiva y eficiente. Varios estudios muestran que el patrullaje
aleatorio tradicional, no planificado ni enfocado, no es efectivo. En efecto, el crimen no
se distribuye uniformemente: hay una regularidad empírica en la distribución crimen
que se cumple independientemente de los niveles y tendencias de crimen. Weisburd
(2015) la llamó “la ley de concentración del crimen en el espacio”. En ciudades de
países desarrollados y también en la región, aproximadamente el 50% del crimen ocurre
en tan solo el 5% de las cuadras (ver Weisburd (2015) para países desarrollados, y
Jaitman y Ajzenman (próximamente) para ALC).
En la región existen varios retos para aplicar estas estrategias. En primer lugar es
importante conocer cuál es la composición de policías que tenemos, cuáles son sus
capacidades técnicas para reducir el crimen y sus habilidades. Además la región tienen
una gran crisis de confianza en la policía (ver post). En este sentido varios
departamentos de policía están cambiando el currículo, las políticas de reclutamiento,
los planes de capacitación, rendición de cuentas, así como también los esquemas de
incentivos monetarios y beneficios para atraer mejores policías. Algunos ejemplos
recientes son Ecuador, Honduras y Uruguay.
Las penas más severas, y en el extremo el encarcelamiento actúan por dos caminos
concretos en la ecuación afectando el costo de delinquir: pueden disuadir el crimen
haciéndolo menos atractivo por las sanciones más duras, y pueden reducir el crimen a
través del efecto “incapacitación” en el caso del encarcelamiento ya que (en teoría)
durante la condena los criminales están en aislamiento y fuera del mercado laboral
ilegal. El efecto de incapacitación depende también de la seguridad dentro de la cárcel y
de qué ofensores son los que terminan en la cárcel y por cuánto tiempo.
A su vez, el canal de disuasión puede funcionar por dos vías. Por un lado, existe la
disuasión por la amenaza del potencial de penas severas: en una sociedad en donde
las penas son más duras y la probabilidad de ir a la prisión es mayor, los potenciales
criminales pueden verse disuadidos de cometer delitos por miedo a estas penas.
Estudios que analizan cambios en la probabilidad marginal de ir a la cárcel o de
sentencias más duras en EE.UU. revelan un bajo efecto del encarcelamiento en la
reducción del crimen agregado. Otros estudios encuentran efectos mayores (ver por
ejemplo mi estudio sobre GB o Nagin (2013)). No hay consenso sobre la magnitud del
efecto ni literatura para la región, pero la evidencia internacional parece indicar que lo
que afecta la disuasión son aumentos en la probabilidad de aprehensión (en esto
juega un rol fundamental la policía) y condena posterior más que el aumento en la
severidad de sentencias largas. Cuando aumentan las sentencias cortas o cambia la
probabilidad marginal de encarcelamiento, sin embargo, parece haber un efecto
disuasivo, revelando no-linealidades muy interesantes que habría que estudiar en
profundidad para informar el debate de las reformas judiciales y el esquema óptimo de
penas.
¿Qué dicen los datos? EE.UU. tiene una tasa de encarcelamiento muy alta, más del
triple que la de LAC. En EE.UU. se gasta 0.5% del PBI en el sistema penitenciario y
está en cuestionamiento el sistema judicial (ver último informe de la Casa Blanca y para
más información este post). En EE.UU. el encarcelamiento ha aumentado 19% entre
1995 y 2012, pasando de 595.5 a 709.4 reclusos por 100,000 habitantes. En el mismo
período el crimen se ha reducido notablemente. La tasa de homicidios bajó de 8 por
100,000 habitantes a 5 por 100,000 habitantes. En LAC, por su parte, la población
privada de libertad ha aumentado en forma exponencial en las últimas décadas. Entre
1995 y 2012, la tasa de reclusos por 100,000 habitantes creció de 101.2 a 218.5,
representando un incremento del 116%. Sin embargo, el crimen aumentó más aún en
ese período, con tasas de homicidios regionales que se duplicaron de 13 a 26 homicidios
por 100,000 habitantes.
La pena privativa de libertad viene a cumplir de esta manera una función disuasoria,
cuestionada en las últimas décadas por un grupo de teóricos empíricos. Los enfoques
sociológicos y psicológicos sobre la delincuencia no incorporan en sus análisis las
variables relacionadas con la seguridad y la justicia, al considerar que no tenían
ninguna influencia sobre la evolución del crimen. Si bien, los defensores de la
disuasión creen que, en general, las personas eligen obedecer o violar la ley después
de calcular los beneficios y consecuencias de sus acciones.
Los sistemas penales-penitenciarios tienen tradicionalmente una variedad de objetivos
que cumplir, tales como la incapacitación, la retribución, la disuasión y la rehabilitación.
Actualmente muchas de las políticas legislativas contra el crimen se centran en
mejorar el efecto disuasorio del sistema de justicia. Bajo la rubrica de “mano dura
contra el crimen” se amenaza a la población en general con imponer largas penas de
prisión por delitos graves. La cárcel se utiliza como instrumento para prevenir la
actividad delictiva, a través de la elaboración y aplicación de sanciones efectivas y
eficientes.
Lo anterior concuerda con la idea del refuerzo negativo del conductismo: la conducta
que inmediatamente después de su realización es reforzada negativamente, castigada
de manera adecuada, termina por extinguirse. Lo que nos lleva a poner el acento en el
estudio de la eficacia de las sanciones penales, es decir, hasta qué punto la sanción
penal cumple satisfactoriamente con su función disuasoria.
La teoría de la disuasión adopta dos grandes formas: una función preventiva general,
diseñada para prevenir la delincuencia en la población general, a través de la amenaza
y el temor de las sanciones punitivas -el castigo de los delincuentes por el Estado
sirve de ejemplo para otros miembros de la sociedad que aun no han participado en
hechos delictivos-; y la función preventiva específica, que tiene por objeto desalentar al
sancionado de incurrir en una conducta delictiva futura. Por tanto, el sistema de
sanciones es necesario a fin de disuadir a las personas de cometer actos delictivos. La
actividad delictiva trae una cierta cantidad de placer para el delincuente, para
contrarrestar ese placer, los castigos deben llevar consigo el dolor suficiente como
para compensar el placer recibido por el acto desviado realizado.
Por otra parte, los críticos de la disuasión han argumentado que es necesario elaborar
una teoría de la conducta humana más sofisticada, que explore las resistencias
externas e internas por las que los individuos se involucran o no en actividades
delictivas, y se reconozca la existencia de una inmensa variedad de estados
motivacionales racionales e irracionales. Es poco probable que los presos que estaban
bajo la influencia de drogas o el alcohol, en el momento de cometer el crimen tengan
en cuenta las consecuencias de su comportamiento o sean disuadidos por la gravedad
del castigo; lo mismo cabria decir respecto de determinados homicidios pasionales.
La afirmación de encarcelar durante más tiempo a los delincuentes supone que estos
no reincidan por incapacitación o se les disuada de cometer nuevos delitos, es
contraria a la ideología de la disuasión. La mayor parte de las investigaciones no
apoyan esta máxima. Las penas de prisión más largas se asocian con un aumento de
un 3% en la reincidencia. Por el contrario, los infractores de bajo riesgo que pasaron
menos tiempo en prisión, presentaron un 4% menos de probabilidad de reincidir que
los delincuentes que sufrieron sentencias más largas. De esta manera, cuando las
penas de prisión son relativamente cortas, los presos tienen más probabilidades de
mantener sus lazos con la familia, amigos, comunidad…, lo cual promueve la
reinserción social. En cambio, cuando a los delincuentes se les impone condenas más
largas, son más propensos a institucionalizarse, sufren el proceso de etiquetamiento, y
se clausura cualquier posibilidad de reforma. Una evidencia empírica demostrada, que
más dureza penal no significa necesariamente menos delitos, sino que tiene efectos
criminógenos.
Algunos expertos están reclamando una vuelta al retribucionismo del siglo XVIII a la
vista del fracaso del castigo como disuasión y de la rehabilitación (Jan Jefferey 1997).
La cárcel lejos de intimidar o rehabilitar al delincuente, se tornan en general como una
“escuela o universidad” del crimen. Declaración que choca con nuestro sistema
penitenciario que persigue los fines de tratamiento, reinserción y rehabilitación. El
encarcelamiento es una sanción costosa que endure los costes del delito para el
infractor. Estudios empíricos ha demostrado que los costos asociados al tratamiento -
por ejemplo la drogadicción- tienden a ser mucho menores que los costes asociados
con largas penas de cárcel.
Muchas de las políticas en Estados Unidos contra el crimen parten sobre la base de
los fundamentos de la teoría de la disuasión. Ejemplo de ello son los programas
"Scared Straight", que utiliza el miedo y la disuasión para inducir a los jóvenes
delincuentes de abstenerse de cometer futuros delitos. Se basa en la creencia de que
sometiendo a los jóvenes infractores a un ambiente carcelario, conociendo la vida en
prisión, podría resultar beneficioso en la reducción de la delincuencia. Otro programa
es el denominado “Boot Camps”, que utilizan el miedo, la disciplina y el
encarcelamiento breve para abstener a los delincuentes de cometer delitos
adicionales. Ambos programas son controvertidos y no producen a largo plazo
reducciones efectivas de la reincidencia. No obstante, por su bajo coste y por servir de
ayuda a algunos individuos, pueden justifican su continuación. Otro enfoque, es el
“Choque encarcelamiento” que utiliza una combinación de una pena de prisión breve
seguido de la libertad condicional. La esperanza es que una breve exposición a las
realidades del encarcelamiento disuadirá el autor de delinquir. También las leyes como
las “Tres Strikes” o “mínimos obligatorios” aumentan considerablemente las penas de
prisión de los condenados por un delito grave que han sido previamente condenados
por dos o más delitos violentos.
J. Toby (1981), ha presentado una perspectiva sociológica sobre la disuasión que
contempla tanto la disuasión general como la especifica, la formal y la informal,
realizando los siguientes planteamientos:
- Otra manera de disuadir más eficazmente, es la redefinición del rol del delincuente,
de manera que no se convierta en un modelo para la gente.
Todos estos argumentos expuestos han implicado una mayor complejidad en las
investigaciones sobre la disuasión, tanto desde el punto de vista metodológico como
sustantivo. Además deberá suponer en el futuro la integración de modelos teóricos más
complejos explicativos de la conducta delictiva. Los criminólogos están aunando
esfuerzos en como ampliar los conceptos de disuasión sobre certeza, severidad y
celeridad, así como incluir controles informales sociales de recompensa y creencias
morales. El apoyo a la teoría de la disuasión es mucho mayor de lo que ha sido
durante las dos últimas décadas.
Bibliografía:
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