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La relación entre educación y crimen en América Latina y el Caribe

En teoría, la mayoría de los gobiernos de América Latina y el Caribe reconocen que


hoy por hoy, hay que implementar medidas de prevención junto con las medidas “más
duras” para suprimir y disuadir el crimen. ¿Por qué entonces, es que las medidas
preventivas reciben tan poca atención y recursos?

Es común (y falso) pensar que la lucha en contra el crimen requiere soluciones


urgentes e inmediatas y que las medidas preventivas pueden ser demasiado largas y
complejas. Aunque implementar medidas preventivas no es fácil, es más sencillo de lo
que muchos se imaginan.

De hecho, ha sido comprobado que es mejor concentrarse en jóvenes vulnerables


más propensos a reaccionar negativamente ante ciertos factores de riesgo. También
es positivo intervenir con anticipación para mejorar factores de protección, como la
buena educación de los hijos. Esto puede ser más eficiente y barato que arrestos o
encarcelamientos.

Factores de riesgo y de protección

Diversos estudios longitudinales internacionales han encontrado, de manera


consistente, que ciertas concurrencias de factores de riesgo están asociadas con la
futura comisión de crímenes o la adopción de comportamientos violentos. Si bien la
presencia de cualquiera de estos factores por sí mismos no predicen la existencia de
delincuencia, la combinación de varios de ellos sí incrementa la tendencia de un
individuo de delinquir en el futuro.

Entre los factores están los individuales (niveles bajos de inteligencia, poca empatía,
ser impulsivo), que muchas veces están relacionados con factores familiares o
comunitarios (familias con escasa capacidad de educar a sus hijos o que son
abusivas y viven en zonas socialmente deprimidas), así como con factores sociales
(la asociación con delincuentes). Existen cada vez más estudios en Latinoamérica y el
Caribe con este tipo de resultados.

Un nuevo documento de trabajo del BID –Sexo, Violencia y Drogas entre


Adolescentes: de Latinoamérica y el Caribe: ¿Acaso los padres comprometidos hacen
una diferencia? (en inglés) — examina conductas de riesgo relacionadas con futura
delincuencia entre adolescentes de 15 países Latinoamericanos y del Caribe.

Los países del caribe fueron Antigua y Barbuda, Barbados, Grenada, Guyana,
Jamaíca, St. Lucía, Suriname, Trinidad y Tobago, y St. Vincent y las Grenadines. Los
factores de riego seleccionados son, en general, más comunes en el Caribe que en
Latinoamérica, aunque en ambos el tener padres comprometidos con la educación
de sus hijos está íntimamente relacionado con una reducción significante de
conductas problemáticas en adolescentes. En nuestras encuestas, un adolescente
con padres involucrados reporta 12 puntos porcentuales menos de consumo de
alcohol, 12 puntos porcentuales menos instancias de haber peleado, y 8 puntos menos
de consumo de drogas.

Esto concurre con la bibliografía internacional que demuestra que tener poca
supervisión parental es un precursor fuerte y fidedigno de conductas problemáticas y
de futuro comportamiento delincuencial (para una resúmen general ver Farrington y
Welsh, 2007). Desafortunadamente, la investigación del BID también encontró que en
el Caribe hay menos dedicación de los padres hacía sus hijos que en América Latina.
¿Qué deben de hacer los gobiernos?

Un abanico de programas (similares a campos de entrenamiento militar y asesorías


en contra de drogas por parte de la policía) ha ganado mucha popularidad. Sin
embargo, la evidencia demuestra que no hacen una gran diferencia. Al contrario, son
efectivos programas como aquellos que ayudan a los padres a aprender a educar a
sus hijos, visitas domiciliarias de enfermeras, e iniciativas en escuelas que enseñan a
los estudiantes a tener auto-control y saber lidiar con conductas agresivas (ver WHO,
Violence Prevention: the evidence).

Lo que ha funcionado en otros contextos debe ser probado, examinado y adaptado al


contexto en América Latina y el Caribe. Posteriormente, aquellos programas que
funcionen tienen que pasar a formar parte de una estrategia nacional en cada país,
asegurando que la juventud en riesgo tenga acceso a dichos programas. Sin embargo,
es fundamental que la estrategia se diseñe con conocimientos fundamentados sobre
qué funciona, a través de robustas evaluaciones, y no sólo a través de especulaciones
o intuiciones sobre lo que podría funcionar.

¿Cómo disuadir el crimen? Algunas reflexiones para América Latina y el Caribe

El crimen y el miedo al crimen afectan el bienestar de los ciudadanos, la asignación de


recursos de los gobiernos, las firmas y los hogares. En Latinoamérica y el Caribe (LAC)
la inseguridad es la principal preocupación de la población. La región es la más violenta
con una tasa regional de homicidios que triplica el promedio mundial, alberga menos
del 10% de la población mundial y en ella ocurren un tercio de los homicidios.

En este contexto, los gobiernos de la región están ensayando diferentes alternativas para
reducir el crimen, algunos con reformas policiales, o con políticas más punitivas,
encarcelamiento masivo, programas de prevención, incorporación de tecnologías y
mejora de la infraestructura de seguridad, entre otras. Sin embargo, lamentablemente en
muy pocos casos se está estudiando estas políticas para poder generar un cuerpo de
conocimiento sobre cómo disuadir el crimen.

Un poco de historia

La idea de que castigos más severos podrían disuadir el crimen no es nueva, y data del
famoso tratado “sobre los delitos y las penas” de Beccaria (1764) y los escritos del
filósofo Bentham como “introducción a los principios de la moral y la
legislación”(1789). Según Beccaria “las penas deben ser tan leves y humanas como sea
posible mientras sirvan a su propósito, que no es causar daño, sino impedir al
delincuente la comisión de nuevos delitos y disuadir a los demás ciudadanos de
hacerlo.” Bentham por su parte tenía la convicción de que las personas hacen cálculos
de la utilidad (placer) y castigo (dolor) de sus acciones y deciden cómo actuar para
maximizan su bienestar. Bentham postuló una teoría de las penas en las que éstas deben
ser proporcionales al delito cometido, y deben ser muy cercanas al delito en el tiempo.
Pero fue Becker en su trabajo seminal sobre economía del crimen (1968) quien retomó
estas teorías y las sistematizó en el marco teórico que utilizamos hasta hoy (y que
introdujimos tiempo atrás en este post).
Según la perspectiva de la teoría económica del crimen, los potenciales criminales
miden los beneficios y los costos esperados de cometer delitos y los comparan con los
beneficios y costos esperados de realizar actividades legales. El costo esperado de
cometer delitos se compone de la probabilidad de ser aprehendido y la sentencia, y se ve
afectado por la certeza, severidad y celeridad del castigo. De acuerdo a la
configuración de estos parámetros en cada sociedad habrá un nivel de crimen.

El rol de la Policía

Naturalmente la policía tiene un rol muy importante en esta ecuación. La presencia


policial puede disuadir el crimen: desde afectar la probabilidad de arresto de los
delincuentes, llegar rápido a los llamados de emergencia, hasta contribuir al éxito de las
investigaciones criminales tras la ocurrencia del delito. Todo esto aumenta el costo de
delinquir porque afecta la certeza y celeridad del castigo.

¿Hay que aumentar el tamaño de las fuerzas policiales? Algunos estudios que resuelven
el problema de identificación que hay al estudiar la relación causal entre policía y
crimen encuentran que un aumento en el número de policías reduce ciertos tipos de
delitos en contextos muy específicos y áreas muy reducidas (ver por ejemplo aquí para
Argentina y aquí para Londres). Sin embargo, dejando de lado las cuestiones de validez
externa de estos diseños, aumentar el tamaño de la fuerza policial no siempre es posible
ni es costo-efectivo tener en el extremo, un policía en cada cuadra. De hecho, LAC es
una de las regiones con mayor cantidad de policías por habitantes: con cerca de 300
policías por 100,000 habitantes en promedio tiene tasas 50% superiores a las tasas de
EE.UU. (222 por 100,000 habitantes) y cercanas a las de Medio Oriente. En el gráfico 1
se observa que también en el tamaño de la fuerza policial, la región muestra una
anomalía (así como en sus niveles de crimen y su baja confianza en la policía como
comentamos antes). La mayoría de los países de la región para sus tasas de homicidios,
tienen muchos más policías por 100,000 habitantes que el promedio de los países del
mundo (están por encima de la línea de valores ajustados). Expandir el número de
policías como respuesta a la creciente inseguridad ha sido una gestión corriente en
varios países como Argentina, pero esas fuerzas adicionales muchas veces carecían del
reclutamiento, equipamiento y capacitación adecuados.

Policía más eficiente. En especial en las últimas dos décadas, los departamento de
policía en el mundo desarrollado han sufrido importantes recortes presupuestarios, y
concentraron los esfuerzos en utilizar mejor los recursos existentes para prevenir el
crimen de forma efectiva y eficiente. Varios estudios muestran que el patrullaje
aleatorio tradicional, no planificado ni enfocado, no es efectivo. En efecto, el crimen no
se distribuye uniformemente: hay una regularidad empírica en la distribución crimen
que se cumple independientemente de los niveles y tendencias de crimen. Weisburd
(2015) la llamó “la ley de concentración del crimen en el espacio”. En ciudades de
países desarrollados y también en la región, aproximadamente el 50% del crimen ocurre
en tan solo el 5% de las cuadras (ver Weisburd (2015) para países desarrollados, y
Jaitman y Ajzenman (próximamente) para ALC).

Evaluaciones, en su mayoría de EE.UU. y el Reino Unido, muestran que patrullaje con


un gran énfasis en el espacio (place based strategies) tiene un gran poder de disuadir el
crimen. Por ejemplo, el patrullaje enfocado en los lugares de máxima concentración del
delito, que se denominan puntos calientes (hotspots) o estrategias que se basan en
detectar y solucionar problemas específicos de la comunidad (POP-problem oriented
policing), han mostrado reducciones estadísticamente significativas en determinados
delitos. Estas estrategias tienen en común el uso intensivo de la información estadística
y el análisis del crimen (Santos, 2014). El desafío aún no estudiado en profundidad en el
mundo, es que estas reducciones sean permanentes y no solo produzcan desplazamiento
del delito a otras zonas (ver por ejemplo el caso que comentamos de Montevideo,
Uruguay).

En la región existen varios retos para aplicar estas estrategias. En primer lugar es
importante conocer cuál es la composición de policías que tenemos, cuáles son sus
capacidades técnicas para reducir el crimen y sus habilidades. Además la región tienen
una gran crisis de confianza en la policía (ver post). En este sentido varios
departamentos de policía están cambiando el currículo, las políticas de reclutamiento,
los planes de capacitación, rendición de cuentas, así como también los esquemas de
incentivos monetarios y beneficios para atraer mejores policías. Algunos ejemplos
recientes son Ecuador, Honduras y Uruguay.

Otro tema es la mejora de la información. Para el estudio del crimen en micro-espacios


geográficos es necesario mejorar los sistemas de información y las capacidades de
análisis criminal, como por ejemplo lo han hecho en los últimos años Ecuador y
Uruguay, y Colombia y Chile antes. A veces para la recolección, uso y análisis de la
información se incorporan nuevas tecnologías por su gran poder en hacer procesos más
rápidos y eficientes y en expandir la frontera de posibilidades también en este campo.
Sin embargo, es muy complejo incorporar tecnología en estos procesos y modernizar
instituciones como la policía. La tecnología no siempre soluciona los problemas de
fondo (Koper et al., (2015) para EE.UU.; y Galiani y Jaitman (próximamente) para
ALC).

El efecto disuasivo de las penas

Las penas más severas, y en el extremo el encarcelamiento actúan por dos caminos
concretos en la ecuación afectando el costo de delinquir: pueden disuadir el crimen
haciéndolo menos atractivo por las sanciones más duras, y pueden reducir el crimen a
través del efecto “incapacitación” en el caso del encarcelamiento ya que (en teoría)
durante la condena los criminales están en aislamiento y fuera del mercado laboral
ilegal. El efecto de incapacitación depende también de la seguridad dentro de la cárcel y
de qué ofensores son los que terminan en la cárcel y por cuánto tiempo.

A su vez, el canal de disuasión puede funcionar por dos vías. Por un lado, existe la
disuasión por la amenaza del potencial de penas severas: en una sociedad en donde
las penas son más duras y la probabilidad de ir a la prisión es mayor, los potenciales
criminales pueden verse disuadidos de cometer delitos por miedo a estas penas.
Estudios que analizan cambios en la probabilidad marginal de ir a la cárcel o de
sentencias más duras en EE.UU. revelan un bajo efecto del encarcelamiento en la
reducción del crimen agregado. Otros estudios encuentran efectos mayores (ver por
ejemplo mi estudio sobre GB o Nagin (2013)). No hay consenso sobre la magnitud del
efecto ni literatura para la región, pero la evidencia internacional parece indicar que lo
que afecta la disuasión son aumentos en la probabilidad de aprehensión (en esto
juega un rol fundamental la policía) y condena posterior más que el aumento en la
severidad de sentencias largas. Cuando aumentan las sentencias cortas o cambia la
probabilidad marginal de encarcelamiento, sin embargo, parece haber un efecto
disuasivo, revelando no-linealidades muy interesantes que habría que estudiar en
profundidad para informar el debate de las reformas judiciales y el esquema óptimo de
penas.

Por otro lado también existe la disuasión por la experiencia individual de


encarcelamiento: aquellas personas que ya cometieron delitos y estuvieron en la cárcel,
van a internalizar esta posibilidad de encarcelamiento la próxima vez que consideren
delinquir. Sin embargo, hay poca evidencia a favor de la reducción en la reincidencia
por el encarcelamiento, y existe evidencia que las estadías en la cárcel pueden tener
efectos criminológicos que intensifican las actividades delictivas de los ex convictos
(Cullen et al. (2011)).

¿Qué dicen los datos? EE.UU. tiene una tasa de encarcelamiento muy alta, más del
triple que la de LAC. En EE.UU. se gasta 0.5% del PBI en el sistema penitenciario y
está en cuestionamiento el sistema judicial (ver último informe de la Casa Blanca y para
más información este post). En EE.UU. el encarcelamiento ha aumentado 19% entre
1995 y 2012, pasando de 595.5 a 709.4 reclusos por 100,000 habitantes. En el mismo
período el crimen se ha reducido notablemente. La tasa de homicidios bajó de 8 por
100,000 habitantes a 5 por 100,000 habitantes. En LAC, por su parte, la población
privada de libertad ha aumentado en forma exponencial en las últimas décadas. Entre
1995 y 2012, la tasa de reclusos por 100,000 habitantes creció de 101.2 a 218.5,
representando un incremento del 116%. Sin embargo, el crimen aumentó más aún en
ese período, con tasas de homicidios regionales que se duplicaron de 13 a 26 homicidios
por 100,000 habitantes.

Prisión, pena y disuasión.


El problema de la seguridad ciudadana constituye uno de los grandes retos a los que
se enfrentan las sociedades, sobre todo cuando existe un considerable incremento de
la tasa de delincuencia. Dos herramientas básicas para el control de la delincuencia
son la actividad policial y el encarcelamiento. De hecho, tanto la posibilidad de ser
atrapado como la perspectiva de pasar tiempo en prisión, se utilizan como mecanismo
para disuadir a futuros delincuentes en su actividad criminal racional.

La pena privativa de libertad viene a cumplir de esta manera una función disuasoria,
cuestionada en las últimas décadas por un grupo de teóricos empíricos. Los enfoques
sociológicos y psicológicos sobre la delincuencia no incorporan en sus análisis las
variables relacionadas con la seguridad y la justicia, al considerar que no tenían
ninguna influencia sobre la evolución del crimen. Si bien, los defensores de la
disuasión creen que, en general, las personas eligen obedecer o violar la ley después
de calcular los beneficios y consecuencias de sus acciones.
Los sistemas penales-penitenciarios tienen tradicionalmente una variedad de objetivos
que cumplir, tales como la incapacitación, la retribución, la disuasión y la rehabilitación.
Actualmente muchas de las políticas legislativas contra el crimen se centran en
mejorar el efecto disuasorio del sistema de justicia. Bajo la rubrica de “mano dura
contra el crimen” se amenaza a la población en general con imponer largas penas de
prisión por delitos graves. La cárcel se utiliza como instrumento para prevenir la
actividad delictiva, a través de la elaboración y aplicación de sanciones efectivas y
eficientes.

En este sentido, la disuasión consiste en demostrar a los ciudadanos como al


delincuente, que los dolores y perdidas asociados a la detención y al castigo impiden
la posibilidad de obtener beneficio alguno de la actividad delictiva. Filosofía que ha
sido abordada también desde el punto de vista económico, al señalar que la gente
actúa de tal manera que pretende aumentar los beneficios y reducir sus pérdidas. Todo
esto, se relaciona estrechamente con la criminología clásica y, más concretamente,
con las teorías utilitarias o de la elección racional, donde las personas buscan
aumentar su placer y reducir su dolor. Si los beneficios de la delincuencia –
recompensas- son altos y los costos –castigos- bajos, la delincuencia se va a producir.
Por el contrario, si los beneficios de la delincuencia son menores que los costos, el
crimen no se producirá.

Lo anterior concuerda con la idea del refuerzo negativo del conductismo: la conducta
que inmediatamente después de su realización es reforzada negativamente, castigada
de manera adecuada, termina por extinguirse. Lo que nos lleva a poner el acento en el
estudio de la eficacia de las sanciones penales, es decir, hasta qué punto la sanción
penal cumple satisfactoriamente con su función disuasoria.

Los precursores de las ideas de la disuasión fueron Hobbes (1588-1678), Beccaria


(1738-1794) y Bentham (1761-1835). Thomas Hobbes, en Leviatán, argumento que “el
castigo para el crimen debe ser mayor que el beneficio obtenido de cometer el delito”.
Cesare Beccaria, en su tratado Dei delitti e delle Pene, vino a señalar que “los castigos
son injustos cuando su gravedad excede de lo necesario para lograr la disuasión”.
Jeremy Bentham, en su introducción a los principios de la moral y la legislación,
proclamo su famoso principio de la utilidad, “la naturaleza ha colocado a la humanidad
bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer”. Se supone que los
seres humanos son naturalmente egoístas y capaces de actuar sobre el libre albedrio
basado en el principio hedonista de la búsqueda del placer y evitar el dolor. En
consecuencia, el comportamiento delictivo se explica por la elección racional, es decir,
el proceso cognitivo de sopesar los costos y beneficios de la conducta y actuar de
manera que maximicen el placer y minimicen el dolor.
El efecto de la disuasión penal incluye tres indicadores fundamentales en la prevención
del delito: la gravedad, la certeza y la celeridad. La celeridad se refiere a la rapidez con
que un individuo es castigado después de haber cometido un delito. La certeza se
refiere a la probabilidad en que un individuo será capturado y castigado por el crimen
que ha cometido. Y la severidad significa que el castigo debe ser mayor que los
beneficios potenciales del acto delictivo. En definitiva, los teóricos de la disuasión
creían que si el castigo era severo, seguro y rápido, el individuo de manera racional
mediría las pérdidas y ganancias de su actividad delictiva, siendo disuadidos de violar
la ley si la pérdida era mayor que la ganancia. Es importante recordar que la pena
debe ser proporcional al delito. Si la pena no es lo suficientemente grave, no va a
disuadir al delincuente. Si es demasiado severa, será injusta y puede conducir a una
mayor delincuencia.

La teoría de la disuasión adopta dos grandes formas: una función preventiva general,
diseñada para prevenir la delincuencia en la población general, a través de la amenaza
y el temor de las sanciones punitivas -el castigo de los delincuentes por el Estado
sirve de ejemplo para otros miembros de la sociedad que aun no han participado en
hechos delictivos-; y la función preventiva específica, que tiene por objeto desalentar al
sancionado de incurrir en una conducta delictiva futura. Por tanto, el sistema de
sanciones es necesario a fin de disuadir a las personas de cometer actos delictivos. La
actividad delictiva trae una cierta cantidad de placer para el delincuente, para
contrarrestar ese placer, los castigos deben llevar consigo el dolor suficiente como
para compensar el placer recibido por el acto desviado realizado.

Gary Becker (1968) economista, en “Crime and Punishment: An Economic Approach”,


considera el crimen como una actividad económica más y al criminal como un individuo
racional. Su análisis lo basa en la teoría del bienestar, una persona comete un delito
sólo si la utilidad esperada de la actividad ilegal excede a la utilidad que obtendría si
empleara esos recursos en una actividad legal. La utilidad esperada de cometer un
crimen va a depender de los beneficios y los costos esperados de delinquir. Entre
estos últimos se encuentra la probabilidad de ser atrapado, la probabilidad de ser
condenado y la severidad de las penas a cumplir. Por tanto, las mejoras
socioeconómicas como el efecto disuasión determinan la tasa de delitos. Esta línea de
argumentación dio lugar a un enfoque analítico de la problemática de la inseguridad
ciudadana, incorporando en sus análisis los criterios de seguridad y justicia como
instrumentos determinantes de la delincuencia.

Por otra parte, los críticos de la disuasión han argumentado que es necesario elaborar
una teoría de la conducta humana más sofisticada, que explore las resistencias
externas e internas por las que los individuos se involucran o no en actividades
delictivas, y se reconozca la existencia de una inmensa variedad de estados
motivacionales racionales e irracionales. Es poco probable que los presos que estaban
bajo la influencia de drogas o el alcohol, en el momento de cometer el crimen tengan
en cuenta las consecuencias de su comportamiento o sean disuadidos por la gravedad
del castigo; lo mismo cabria decir respecto de determinados homicidios pasionales.

También se argumenta, que si hubiera un 100% de certeza de ser detenidos por la


comisión de un acto delictivo, pocas personas lo cometerían. Sin embargo, la mayoría
de los delitos no dan lugar a una detención; luego el efecto disuasorio general de la
certeza del castigo es sustancialmente reducido. Además, el mero incremento de la
severidad de los castigos asociados al delito, es decir, el aumento formal de las penas
en la ley pero sin tomar en consideración los elementos de inmediatez y certeza, no
garantizan la reducción de la tendencia individual a cometer delitos.

La afirmación de encarcelar durante más tiempo a los delincuentes supone que estos
no reincidan por incapacitación o se les disuada de cometer nuevos delitos, es
contraria a la ideología de la disuasión. La mayor parte de las investigaciones no
apoyan esta máxima. Las penas de prisión más largas se asocian con un aumento de
un 3% en la reincidencia. Por el contrario, los infractores de bajo riesgo que pasaron
menos tiempo en prisión, presentaron un 4% menos de probabilidad de reincidir que
los delincuentes que sufrieron sentencias más largas. De esta manera, cuando las
penas de prisión son relativamente cortas, los presos tienen más probabilidades de
mantener sus lazos con la familia, amigos, comunidad…, lo cual promueve la
reinserción social. En cambio, cuando a los delincuentes se les impone condenas más
largas, son más propensos a institucionalizarse, sufren el proceso de etiquetamiento, y
se clausura cualquier posibilidad de reforma. Una evidencia empírica demostrada, que
más dureza penal no significa necesariamente menos delitos, sino que tiene efectos
criminógenos.

Algunos expertos están reclamando una vuelta al retribucionismo del siglo XVIII a la
vista del fracaso del castigo como disuasión y de la rehabilitación (Jan Jefferey 1997).
La cárcel lejos de intimidar o rehabilitar al delincuente, se tornan en general como una
“escuela o universidad” del crimen. Declaración que choca con nuestro sistema
penitenciario que persigue los fines de tratamiento, reinserción y rehabilitación. El
encarcelamiento es una sanción costosa que endure los costes del delito para el
infractor. Estudios empíricos ha demostrado que los costos asociados al tratamiento -
por ejemplo la drogadicción- tienden a ser mucho menores que los costes asociados
con largas penas de cárcel.

En muchas investigaciones, no se tiene en cuenta en que medida los delincuentes son


susceptibles a la influencia de los cambios producidos en las amenazas legales.
También se asume como un hecho cierto, que la pena disuade; cuando en realidad no
se ha comprobado si eso es así, si no que se ha deducido de lo que la pena debe ser.
A idéntica conclusión se llega, al analizar el efecto disuador de la pena capital; si la
pena es disuasoria, la pena máxima debe ser la máxima disuasión (Sellin 1964). Si
bien, los abolicionistas argumentaban la falta de influencia disuasoria de la pena
capital sobre los delincuentes potenciales, teniendo como resultado que la pena de
muerte no disuade asesinato. Por otra parte, también se debería tener en cuenta en
los estudios, el efecto disuador de las sanciones informales, impuestas y aplicadas por
amigos, vecinos, familia, etc. En aquellos casos en los que se aplican sanciones
formales pero con poco apoyo informal, el efecto disuador será menor o no existir.

No obstante, las teorías utilitaristas entienden la pena como un medio para la


consecución de la convivencia social. Desde esa perspectiva, sostienen que el castigo
puede afectar a la disuasión mediante el aumento de su certeza, a través por ejemplo
de un incremento del numero de policías que patrullen las ciudades; y/o aumentando
la gravedad de la pena, para influir en el comportamiento de los delincuentes
potenciales al sopesar las consecuencias de sus acciones y concluir que los riesgos
del castigo son excesivos. Políticas como la “verdad de las sentencias” seria un
ejemplo, ya que tienen por objeto eliminar o reducir la libertad condicional, teniendo los
condenados que cumplir el período al que han sido condenados.

Algunas investigaciones criminológicas concluyen que, en general, un aumento de la


certeza del castigo produce mayor efecto de disuasión que un aumento de la
severidad del castigo. Varios estudios, al examinar las tasas de delitos en una
determinada población específica, concluyeron que un aumento de la probabilidad de
detención y el castigo, se asoció con una disminución de la delincuencia (Daniel Nagin
y Pogarsky Greg 1999). Desde este punto de vista, poner a la gente en la cárcel
durante años o incluso décadas debería impedir que los delincuentes reincidieran por
incapacitación o disuadir a los posibles delincuentes de cometer delitos.

Muchas de las políticas en Estados Unidos contra el crimen parten sobre la base de
los fundamentos de la teoría de la disuasión. Ejemplo de ello son los programas
"Scared Straight", que utiliza el miedo y la disuasión para inducir a los jóvenes
delincuentes de abstenerse de cometer futuros delitos. Se basa en la creencia de que
sometiendo a los jóvenes infractores a un ambiente carcelario, conociendo la vida en
prisión, podría resultar beneficioso en la reducción de la delincuencia. Otro programa
es el denominado “Boot Camps”, que utilizan el miedo, la disciplina y el
encarcelamiento breve para abstener a los delincuentes de cometer delitos
adicionales. Ambos programas son controvertidos y no producen a largo plazo
reducciones efectivas de la reincidencia. No obstante, por su bajo coste y por servir de
ayuda a algunos individuos, pueden justifican su continuación. Otro enfoque, es el
“Choque encarcelamiento” que utiliza una combinación de una pena de prisión breve
seguido de la libertad condicional. La esperanza es que una breve exposición a las
realidades del encarcelamiento disuadirá el autor de delinquir. También las leyes como
las “Tres Strikes” o “mínimos obligatorios” aumentan considerablemente las penas de
prisión de los condenados por un delito grave que han sido previamente condenados
por dos o más delitos violentos.
J. Toby (1981), ha presentado una perspectiva sociológica sobre la disuasión que
contempla tanto la disuasión general como la especifica, la formal y la informal,
realizando los siguientes planteamientos:

- El efecto disuador de las sanciones formales –encarcelamiento- solo es posible


cuando existe una alta tasa de arrestos y además estos tiene lugar rápidamente,
inmediatamente después de la comisión del delito. La experiencia demuestra que si
estas dos condiciones -certeza y rapidez- no se dan, el efecto disuador de las penas
formales es escaso.

- Otra manera de disuadir más eficazmente, es la redefinición del rol del delincuente,
de manera que no se convierta en un modelo para la gente.

- Antiguamente el castigo formal iba acompañado de sanciones negativas morales-


religiosas. El delincuente estaba “condenado” asimismo a nivel moral/religioso, pues
el delito era una transgresión de orden establecido. En las sociedades modernas la
unión entre sanción moral/religiosa y la sanción general formal ha desaparecido.

- No existe consenso sobre el mejor remedio formal para combatir la delincuencia,


encarcelamiento, tratamiento, rehabilitación, etc…

Todos estos argumentos expuestos han implicado una mayor complejidad en las
investigaciones sobre la disuasión, tanto desde el punto de vista metodológico como
sustantivo. Además deberá suponer en el futuro la integración de modelos teóricos más
complejos explicativos de la conducta delictiva. Los criminólogos están aunando
esfuerzos en como ampliar los conceptos de disuasión sobre certeza, severidad y
celeridad, así como incluir controles informales sociales de recompensa y creencias
morales. El apoyo a la teoría de la disuasión es mucho mayor de lo que ha sido
durante las dos últimas décadas.

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Publicado por Isabel Varillas en 13:48

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Etiquetas: Disuasión, Función derecho penal, Función preventiva específica, Función


preventiva general, Teoría elección racional

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