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mariacorva@gmail.com

Estimada Dra. María Angélica Corva:

De acuerdo con su gentil sugerencia y, claro está presentada esta


inquietud fuera del plazo establecido por la Comisión Directiva, le hago llegar
una propuesta de exposición de carácter individual.
Respecto de las posibilidades para concretar esta exposición, dispongo
de los meses de julio y agosto.
Como es probable que ya se encuentren organizados los eventos,
entiendo perfectamente si no puede concretarse mi exposición.
A continuación transcribó el título de la misma y requisitos
metodológicos.

TÍTULO: “Mito y razón: El Inca y la Monarquía como proyecto de Estado en el


pensamiento de Manuel Belgrano”
MARCO TEÓRICO
El 6 de julio de 1816, en sesión secreta, Manuel Belgrano presenta ante
los congresales reunidos en Tucumán un proyecto que busca dar una solución
jurídico-política a la nueva realidad planteada por la crisis de la Monarquía
hispánica. La fuente que se nos ofrece es escueta y no es posible conocer si se
trataba de un texto más extenso. La propuesta de la coronación de un Inca
como monarca de un nuevo Estado americano atendía al carácter heterogéneo
de la realidad cultural y, entendía que, por su característica, resolvería el
problema cultural que la Monarquía había sabido ponderar.
La fuerza del mito se advertía en el prestigio que emanaba de la antigua
dinastía, fuerza que la Corona siempre había reconocido. Es esa realidad la
que se encontraba inscripta en la singular propuesta.
FUNDAMENTACIÓN: la propuesta se fundamenta en la significación que
encierra el pensamiento mítico dentro del proyecto de estado monárquico
concebido por Manuel Belgrano.
HIPÓTESIS: la fuerza mítica constituye una estructura de significación afectiva
que permite encauzar el nuevo orden jurídico-político surgido de la crisis de la
Monarquía hispánica.
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OBJETIVO ESPECÍFICO: demostrar el reconocimiento de la significación del


pensamiento mítico en el marco del paradigma racionalista del Clasicismo
ilustrado.
La saludo con mi más distinguida atención

MITO Y RAZÓN: EL INCA Y LA MONARQUÍA COMO PROYECTO DE


ESTADO EN EL PENSAMIENTO DE MANUEL BELGRANO

INTROITO

Hablar de una realidad empírica pretérita, de su dimensión, de la


significación de su discurso, supone una empresa subjetiva que (como tal)
tiene desde el inicio sus límites.
¿Puede capturarse su semiótica, su auténtica habla, el auténtico
escenario y la actuación de sus personajes? En fin, puede capturarse la cosa-
en-sí. Y la pregunta anticipa el no de la respuesta.
La sumatoria de todos los documentos que puedan encontrarse en
repositorios varios acerca de un determinado sujeto empírico, no permiten
nunca decir ¡eureka! Y no lo permiten porque lo hallado no es el retrato del
personaje,/ la cosa-en-sí. Se encuentran sí diversas expresiones que se
complementan, pero es inasible su carnadura, sus gestos, sus secretos, su
mirada cómplice, la fuerza de sus intencionalidades. Intencionalidades que
son fruto de nuestra construcción cognitiva, de nuestra re-presentación, aquella

que nos permite afirmar: / «entiendo que esa realidad que estudio se
caracterizó por ...».
Los estudios histórico-mundanos se conjugan siempre en potencial. El
historiógrafo no es más que aquel que hace un relato; /un relato histórico/; una
narrativa histórica. Por tanto, al decir de Hegel, no existe historia res gestae
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sino historia rerum gestarum, existe historia tal como se dice que las cosas son
y no como realmente fueron. Su existencia como ser-en-sí se ha disuelto.
Al decir de San Agustín conocemos el presente de las cosas pasadas, el
presente de las cosas presentes y el presente de las cosas futuras.
La historiografía es un relato de la preteridad, de lo que ha sido. Se
define como trama a veces irónica, a veces trágica, a veces como metonimia,
otras como metáfora, siempre como figura de retórica. Nada de pretensión de
objetividad, sino subjetividad hábilmente estructurada por el narrador.
¿Significa lo afirmado que la reconstrucción de la preteridad humana es
una boutade, una humorada?
Significa que debo aceptar que el discurso histórico es una aproximación
a algo que fue y que importa sí trazar el perfil del pensamiento crítico o a-
crítico, / aquel que emerge del fondo de las expresiones plásticas, de la

imagen, de esa expresión que luego será lenguaje; / imagen y lenguaje del que
somos hijos. En fin, que todo texto, toda palabra encierra entre sus paredes
materiales "una representación invisible y, por ello, imborrable" (FOUCAULT,
Palabras).
Si apuramos una hipótesis, nos basta copiar el título de una obra de
Juan Bautista Alberdi y aplicarla a la época trágica a la que aquí referimos: la
Monarquía es la mejor forma de gobierno para Sud-América.
¿Qué otra expresión sacral-política se puede encontrar si no es aquella
que responde al nombre de Monarquía? ¿Qué expresión fue más popular en
tanto argamasa de sentimientos y de solemnidad? Aquella que puesta en
movimiento sobre todo en las ceremonias de coronación o en funerales regios
supone la detención del tiempo cronométrico cuando e impera el éxtasis
temporal. La imaginación forjada en la niñez se activa, arquetipos primordiales
que se ignoran por ser tales producen un efecto de espejo. La imagen que
nuestra percepción visual construye evoca otra, más antigua, que potencia
nuestra conducta afectiva donde domina la fantasía y omnipotencia mágica
[BLEGER, 14 Y 276]. Vemos algo supremo, algo que no podría pueblo alguno
explicar, pues lo carismático es pathos, es emoción absoluta, conmoción de los
sentidos, es un vivir que se activa; se activan conductas dormidas,
abroqueladas por la positividad.
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Alguien, envuelto en pompa y circunstancia, es coronado, y entonces


todo es regocijo o, contrariamente, es muerto, entonces todo es luto. Pero, en
una u otra dimensión es por la Gracia de Dios; es Christus omnipotens. Es
guía, mando que nace desde tiempos que se confunden con el mito por una
necesidad imperiosa de las comunidades que proyectan hacia la esfera
celeste, aunque aún sin encontrar el nombre, como expresión geométrica,
perfecta, cerrada. Allí alojaran poderes vinculados con aquello que se les
impone: el Sol, la Luna, las estrellas, el agua y entonces el Cosmos quedará
constituido. Pero proyecta también su tensión anímica, esa constante puja
entre la rectitud y la pulsión rebelde, pero con la convicción de que ese poder
tremendo de las fuerzas que moran en el Cosmos siempre acaba por imponer
la prudencia, aquella que el humano intenta replicar, generalmente sin éxito. En
suma, todo mando desde tiempos remotos (todo mando primitivo) "tiene un
carácter «sacro» porque se funda en lo religioso, y lo religioso es la forma
primera, bajo la cual aparece siempre lo que luego va a ser espíritu, idea,
opinión"; vale decir, "lo inmaterial y ultrafísico" (ORTEGA, LA REBELIÓN, 129).
El avance firme del racionalismo de la alta burguesía occidental en el
siglo de la Ilustración llega a momentos álgidos y éstos no demoran en
encontrar la fuerte resistencia y las pulsiones triunfarán agitando
descontroladamente el orden mundano: la Revolución Francesa es esa fuerza
instintiva que dominará a esa misma burguesía y mostrará violentamente que
un ciclo ha acabado: la estructura social piramidal conformada en estados.
Ahora también la pequeña burguesía o sans culottes (comerciantes al
menudeo, sastres, artesanos y pocos asalariados) será arrastrada en la hora
revolucionaria. Europa entera (no Gran Bretaña) observará consternada una
situación que también existe en su realidad y pronto se implementarán medidas
para evitar la furia revolucionaria.
Se ha producido en Francia una descristianización pero no una des-
sacralización, pues no tardará en alzarse una nueva simbología; o sea, "lo
inmaterial y ultrafísico" bajo la forma de árboles, gorros frigios, culto a la diosa
Razón. Será el momento en que la voz res publica abandone su semántica
neutra para convertirse en expresión de choque; más aún una voz
desacreditada como democracia se confundirá en algún momento con ella.
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Esto es una República, dirá Madison refiriendo a la Constitución de los Estados


Unidos, y no una Democracia que expresa lo tumultuario.
Washington, Franklin y Hamilton, los padres fundadores y, de manera no
tan contundente, Madison, profesaban fe monárquica, y el empleo de la voz fe
no es caprichosa.
1815: Napoleón había sido derrotado en Waterloo y el poder quedaba en
manos de la Quíntuple Alianza integrada por Gran Bretaña, Francia, Austria,
Prusia y Rusia. Las tres últimas por sugerencia del zar Alejandro I Romanoff
constituirán además la Santa Alianza, una nueva Cruzada de la Fe que
intentaría reconstruir (sin éxito) el ideal cristiano-católico dentro de Europa y
neutralizar los efectos deletéreos de la orgía revolucionaria. Más allá de los
esfuerzos del príncipe Clemente de Metternich por restaurar los valores
tradicionales del Trono y el Altar, la batalla estaba perdida desde el inicio, pues
una nueva visión del mundo avanzaba, se imponía, y su estructura dependía
menos del nuevo ideario racionalista y revolucionario que de los efectos letales
de la «Revolución Industrial». Al decir de Michel Foucault, aunque en otro
contexto, del dominio de los cuerpos (propio de la esclavitud tradicional) se
pasaba al control de las almas, con el surgimiento de un nuevo esclavo (el
obrero industrial) y de nuevos instrumentos de suplicio, aquellos sutiles,
conocidos como «fábrica» y «producción».
En el nuevo paradigma, que ya se encontraba bastante afirmado para
1815, no tenía lugar el «principio de legitimidad» ni el misticismo de la Santa
Alianza, pues con diferente ritmo las distintas potencias debían hacer frente a
una realidad del todo diferente a la anterior a 1789. Ideología filosófico-política,
pero sobre todo, el avance silencioso pero firme de un materialismo
economicista, hacía imposible a largo plazo cualquier solución alternativa.
El canciller austriaco llevó a cabo un brillante juego político-estratégico,
pero su genio no podía enfrentar una nueva «visión del mundo». La Quíntuple
Alianza incluía entre sus miembros un socio nada fiable: Gran Bretaña. El
poder económico apenas lograba ser sofrenado por el espíritu legitimista de
Lord Castlereagh, el mismo que bloqueaba cualquier intento diplomático de los
insurrectos americanos. Luego de su suicidio en 1822, el representante de los
comerciantes británicos, George Canning, operaría un cambio en la política
internacional privilegiando la «política de los intereses» y el reconocimiento de
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la independencia de los insurrectos que garantizaba a la gran potencia mundial


cualquier ingerencia en un mercado que entendía de su exclusivo uso. Los
americanos, con una sociedad dividida en grupos discrepantes y, por tanto, sin
mando legítimo y, al carecer de él, volcada al brutalismo, vería con regocijo la
actitud británica, en tanto los monarcas de la Santa Alianza no ahorrarían
palabras condenatorias contra la política anti-monárquica y mercantilista de la
Gran Bretaña.
El accionar británico será el modelo del paradigma de la Modernidad.
Ahora bien ¿de qué Monarquía hablaban los monarcas defensores del
«principio de legitimidad»? Exactamente de la única que merecía el nombre de
tal, porque se nutría de las tradiciones y los valores espirituales que los
súbditos habían depositado en ella.
Monarquías que no requerían de libro constitucional alguno, porque las
Leyes Fundamentales del Reino constituían la expresión jurídica que regía al
Reino todo. No obstante, si por los efectos residuales de la Revolución
Francesa se requería del libro, éste tomaría la forma de Carta otorgada, porque
la soberanía reside en el monarca y no en los súbditos, como se desprende de
las mismas leyes constitutivas de la Monarquía, que es forma de Estado y no
de gobierno.
Es propio del pueblo, explica Jovellanos, la supremacía, pero nunca la
soberanía, pues esta voz habla de poder, de regir, y, todo acto rector jurídico-
político del Estado, corresponde al monarca.
En este sentido es ilustrativo el análisis que realiza el monarca Fernando
VII en el Real Decreto de mayo de 1814 cuando declara la Constitución de
Cádiz nula y "de ningún valor ni efecto" [COMISIÓN DE B. RIVADAVIA...p. 13].
Importa subrayar el valor de las palabras que nombran la cosa. Texto que,
siguiendo la estructura epistémica de la época asentada en la Gramática
filosófica, analiza con rigurosa lógica argumentativa los hechos acaecidos en
Cádiz. Apunta el monarca:
"A la verdad casi toda la forma de la antigua Constitución de la
Monarquía se innovó; y copiando los principios revolucionarios y
democráticos de la Constitución francesa de 1791, y faltando a lo mismo
que se anuncia al principio de la que se formó en Cádiz, se sancionaron,
no leyes fundamentales de una Monarquía moderada, sino las de un
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gobierno popular, con un Jefe o Magistrado, nuevo ejecutor delegado,


que no Rey, aunque allí se le de este nombre para alucinar y seducir a
los incautos y a la Nación [...]
Para preparar los ánimos a recibir tamañas novedades,
especialmente las respectivas a Mi Real Persona y prerrogativas del
Trono, se procuró [...] hacer odioso el poderío Real dando a todos los de
la Majestad el nombre de despotismo, haciendo sinónimos los de Rey y
Déspota, y llamando tiranos a los Reyes [...]; en todo se afectó de
democratismo [...]
Aborrezco y detesto el despotismo [...] ni en España fueron
déspotas jamás sus Reyes [...] aunque p or desgracia de tiempo en
tiempo se hayan visto como por todas partes, y en todo lo que es
humano, abusos del poder, que ninguna Constitución posible podrá
precaver del todo [...]

EL INCA: LA FUERZA DEL MITO


Como veremos enseguida a poco de declararse la Independencia
de las Provincias Unidas en Sud-América, Manuel Belgrano propondrá al
Congreso reunido a tal efecto el llamado «proyecto incaico».
El proyecto permitiría, al decir de Belgrano, volcar la voluntad de los
indígenas del lado de la reivindicación criolla. El proyecto buscaba dotar al
nuevo Estado por constituirse no sólo de una base legal, sino legítima.
El Inca era el hijo del Sol (Inti ) y la ceremonia de coronación constituía
un acto litúrgico como el que podía observarse en las monarquías inglesa y
francesa. El rito, más aún, se asemejaba al que podemos encontrar hoy vigente
en pueblos del Lejano Oriente, como Japón.
En suma, se trataba de fusionar dos culturas entre las que mediaba un
abismo, cuyo eje se encontraba precisamente en la figura del monarca.
Como en toda civilización compleja la cosmogonía era amplia y la cultura
conquistada enmascaraba sus creencias bajo la figura de la divinidad impuesta,
sin mediar sincretismo alguno. [GUILLERMO de la PEÑA, «Cultura de
conquista y resistencia cultural: apuntes sobre el Festival de los
Tastoanes en Guadalajara»]
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En suma, las creencias no mudan porque una cultura de conquista


prevalezca. Éstas continúan y pasan de una a otra generación. Más allá de
que el monarca haya sido despojado del Trono, su pueblo no deja de
reconocerlo como tal. Incluso nuestra Modernidad líquida no consiguió en todos
los casos producir un recambio simbólico, de manera específica en países de
Oriente y África.
Si la cabeza de Túpac Amaru II es exhibida en una pica, es porque re-
presentaba al rey que es muerto y todo el simbolismo que encarna se
concentra en ella, en su alma que allí reside. Túpac Amaru no es un indio del
común: se mató un cuerpo, pero es imposible destruir la divinidad que expresa.
De allí que ese acto concreto pone fin a una rebelión pero inmediatamente
comenzará una cadena de reacciones, importando poco el resultado histórico-
mundano. Los mitos y los símbolos nunca son derrotados por accidentes; entre
unos y otros no existe simetría jerárquica.
Sin duda la decapitación es una metáfora de desarticulación: “la cabeza
del Inca fue arrancada de su cuerpo, así como las estructuras sociales incaicas
fueron socavadas por la Conquista. El pueblo andino perdió su cabeza o líder
político y religioso” [López-Baralt, 1989: 40].
Túpac Amaru II representaba al sector noble de la población indígena.
La trascendencia del movimiento iniciado por él, se debe principalmente a que
funcionaba en Túpac Amaru una ideología mesiánica que apelaba al retorno
del “tiempo del Inca”, idea fundada en uno de los mitos más importantes de la
zona andina: el mito de Incarri. Además el mito fusiona la muerte de dos
importantes líderes de la cultura incaica: Atahualpa y Túpac Amaru I,
asesinados y descuartizados frente a la plaza pública en 1533 y 1572,
respectivamente. El mito cuenta que en medio de la muerte inminente de
Atahualpa, éste señala a sus seguidores que no morirá y volverá en forma de
serpiente a reinar otra vez el imperio que ha sido desbaratado. Luego de la
muerte del rey, la resistencia indígena se centra en la región de Vilcabamba
(Perú), teniendo como líder a Túpac Amaru II quien, al igual que su antecesor,
muere decapitado.
Así, el nombre de Túpac Amaru que adopta José Gabriel Condorcanqui
no es inocente, este cacique es conocedor de la cultura de sus ancestros y de
lo que este mito significa para el pueblo: una esperanza de salvación. El
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regreso al tiempo del Inca que propone el mito de Incarri, no puede confundirse
con un deseo de restaurar el tiempo histórico. En una sociedad en la que
predomina la transmisión oral de la cultura, el presente refunde constantemente
el pasado y por tanto no pueden separarse el uno del otro. Así, para los
hablantes del quechua, los cuales conciben el milenio en términos de una
inversión simétrica del caos presente, el Inca es una categoría mítica del orden
cósmico. En tanto héroe mesiánico, Incarri no es un dios del presente, sino de
un pasado que es futuro. De esta forma, el Mesías es Incarri y el milenio
(contado en edades o soles) es el Pachacuti, cataclismo que viene a restaurar
el orden. Así como en la cosmovisión judeo-cristiana, la concepción de milenio
también se encontraba en la incaica. La presencia de elementos de la tradición
judeo-cristiana introducida en el ritual incaico funcionaba como un disfraz para
ocultar el verdadero trasfondo de la utopía andina. La máscara, el disfraz, ha
servido para mantener en la memoria lo que les fue arrebatado.
La máscara disfraza, oculta y recrea otra identidad. Cuando se la está
usando, hay una pérdida de la personalidad previa y se adquiere una nueva.
Esta simulación e invención de la identidad y de la personalidad, se exteriorizan
en el cambio de apariencia, en la pretensión de una falsa condición. Un
ejemplo de ocultamiento (como estrategia) es el Taki Onqoy, danza o puesta
teatral de la zona andina que posee muchos personajes con nombres
cristianos, de vírgenes y santos, lo cual lo mantuvo a salvo de las censuras
religiosas, pero lo que el trasfondo de éste quería plantear, era que al Dios
cristiano se le estaba terminando su periodo de incumbencia y les tocaba a las
huacas (sacralidades fundamentales, santuarios, ídolos, templos, entre otros)
el turno para recrear el mundo. Algo similar ocurre con este movimiento, que en
la superficie toma la forma foránea del milenarismo, pero que en su trasfondo
oculta una tradición de salvación, llamando al Pachacuti “juicio final” a Incarri
“Mesías” y a las edades o soles “Milenios”. Tal como en el Taki Onqoy, este
movimiento mesiánico oculta su trasfondo más sagrado para poder vehiculizar
su ideología en medio de una cosmovisión extraña. La gran expansión del
movimiento se debe precisamente a su difusión, pero jamás hubiera sido
posible sin un disfraz que pudiera ocultar su verdadero trasfondo.
Si Túpac Amaru logró impactar a sus seguidores fue precisamente
porque manejó un lenguaje simbólico que les era común y que contaba con
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una larga tradición en el mundo andino. El uso de este lenguaje se revela en el


mismo seudónimo que escogió el líder: Túpac = cosa real; Amaru = Serpiente.
José Gabriel Condorcanqui demostraba su filiación con el último Inca Túpac
Amaru I y otorgaba legitimidad a su sucesión imperial incaica. El gran líder de
esta rebelión en el altiplano, que al parecer no descendía de ningún Inca,
Tomás Catari, ostentó el equivalente aymara del apodo de José Gabriel
Condorcanqui: Túpac Catari (Túpac = cosa real; Catari = serpiente en aymara).
La identificación con la serpiente se debe también a una tradición andina, ya
que la serpiente es una divinidad ctónica (subterránea). “Con la Conquista, el
orden del mundo se invierte y el Inca pasa a reinar en las sombras, en el
mundo subterráneo, en la morada de la serpiente. Identificándose pues con el
Amaru, estos personajes reafirmaban la nueva condición existencial del
hombre andino y de la cual ellos los liberarían” [Ossio, 1973: XXVI). Rev.
Sociedad & Equidad Nº 2, julio de 2011. Pp. 266-281 280]
Túpac Amaru promete a sus seguidores que aquellos que mueran bajo
sus órdenes en esa guerra, tendrán la seguridad que resucitarán después de
que haya finalizado, y que disfrutarán las felicidades, y las riquezas de que
fueron indebidamente despojados, es decir el mundo recobrará la posición que
antes tuvo [Ossio, 1973: XXVI].
En este discurso, podemos ver como funciona la máscara y la estrategia
de apropiación de un discurso oficial. Asumir como estructura aparente las
concepciones del “fin del mundo” cristiano, no sólo permite la tranquilidad para
hacer circular un sustrato ideológico de guerra, sino que al mismo tiempo se
intenta vengar con la misma cultura impuesta, las acciones de los funcionarios
de la Corona. El milenio, el “juicio final”, sería pagado o llevado a cabo en la
tierra, durante la estadía en ella. De esta manera, todos aquellos que creen
salvarse en “la otra vida” estarían condenados primero a pagar sus pecados en
la tierra; pecados como los que los corregidores cometían con los campesinos
andinos.
Así, la máscara se presenta como una doble posibilidad: encubrir un
discurso sobre la memoria oral y castigar al mismo tiempo –mediante los
mismos códigos religiosos y culturales impuestos–, a quienes por décadas los
han mantenido en el silencio.
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EL PROYECTO DE LA MONARQUÍA INCAICA

Año 1815: crucial también para la política rioplatense luego de la caída del
director Alvear y particularmente del fortalecimiento del ideario sostenido por
Artigas y la construcción de su anfictionía en el Litoral.
Manuel Belgrano, luego de fracasada la misión diplomática que
intentaba construir un Reino Unido de las provincias del Plata, Chile y Perú,
regresó a Buenos Aires en noviembre de 1815 y acudió al Congreso reunido en
Tucumán, que tenía por misión declarar la independencia, dictar una
Constitución y definir la forma de gobierno.
Belgrano, en sesión secreta del 6 de julio de 1816 en dicho Congreso,
propondrá la coronación de un Inca para dar forma a la Monarquía americana.
Reitera en esa hora incierta una fórmula ya empleada por el venezolano
Francisco de Miranda en el siglo XVIII y ofrecida como solución al tema indiano
al ministro inglés William Pitt.
Proponía un gobierno incaico constitucional, algunas de cuyas
cláusulas eran: “El Poder Ejecutivo sería delegado a un Inca hereditario, con el
título de Emperador…La Alta Cámara compuesta de senadores o caciques
vitalicios, nombrados por el Inca, y la Cámara de los Comunes escogida, por
todos los ciudadanos del Imperio, había de tener atribuciones semejantes a la
del Parlamento Inglés…El Inca nombra a los ministros del Poder Judicial,
cuyos cargos son vitalicios [Además] dos censores, elegidos por el pueblo,
confirmados por el Emperador, y encargados de velar por las costumbres de
los senadores y de la juventud”.
Belgrano ofrece una opción para la patria americana, que (como apunta)
se encontraba envuelta en una anarquía continuada. Por otra parte, advierte
que ya en Europa la idea de republicarlo todo había mudado por la de
monarquizarlo todo, y que la Nación inglesa, que se ha elevado por la
conformación de una Monarquía temperada, inspiró a otros Estados como
Francia y Prusia a seguir sus pasos. La Monarquía de los incas, sostiene, es la
más indicada para hacer frente a la dramática situación, pues además contaría
con la adhesión de los pueblos del Interior. [ASAMBLEAS, 481-482].
Belgrano colocaba frente a los congresales dos opuestos simétricos:
republicarlo y monarquizarlo, en virtud de la nueva realidad política post-
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napoleónica. Si lo primero había dominado en el pensamiento de los pueblos


de Europa, lo segundo se imponía en su hora. Claridad que surge
espontáneamente del suelo epistémico que lo envuelve.
El retrato pintado por Belgrano, fiel a la terminología revolucionaria, o
mejor, a aquellas voces que daban el tono al final del paradigma clasicista, se
ajustaba y hacía suyas voces que esa accidentalidad francesa había vaciado
de su sentido original. Para mejor decir, voces que antes del estallido
revolucionario, se encontraban en los labios de la misma Nobleza de sangre,
sin querer esto significar que ella participaría de las pulsiones letales de los
tiempos del «Terror».
El asesinato de los Reyes de Francia provocó una mudanza de 180º en
un tejido entramado con voces como Libertad, Igualdad, Despotismo,
Ciudadano, Revolución, Constitución.
El texto ofrecido por Belgrano en el Congreso de Tucumán era un
llamado de atención: ya se habían conocido los efectos de la «hidra
revolucionaria».
Sería forzar los argumentos sostener que la vivaz mirada de los
congresales ante la reivindicación de un Trono incaico fuera producto de una
ponderación adecuada de todas sus variables, seguramente sólo entendida
como el camino más apropiado para alcanzar la legitimidad política y social en
la hora trágica. Claro está que expresaba también una modalidad monárquica
que para nada se conciliaba con la europea.
Respecto de la figura del «Inca» claramente no se ignoraba que la voz
encerraba una fuerza mágica; no porque el inconciente hubiera roto las
paredes del yo y hubiera exhibido su cosmovisión, su panteón sagrado, no
porque estremeciera sus fibras afectivas hablar del Inca como hijo del Sol. Se
comprendía el alcance de la voz, pero el sentimiento y misticismo de quienes
participaban de dicha cultura, se ocultaba absolutamente. Vocar el nombre
«Inca», capturar su semiosis, su simbolismo, nada dice a una mirada
cartesiana.
En suma, la gravedad del momento hizo que su figura fuera evocada
como tabla de salvación; quizá también se habría entendido que el tiempo
transcurrido desde la llegada de los españoles había conseguido disolver los
principales pilares de esa cultura. Quizá se contaba con que ésta fuera un
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símbolo , a manera de un cuarto poder como quería Bejamín Constant, obra


(Curso de política constitucional) que aparece traducida en parte por Belgrano.
También que el estado de sumisión del indígena de una cultura civilizada
hubiera colaborado en la aculturación disolviendo la esencia de sus creencias.
También, tal vez, no fuera ajena a Belgrano y quienes reivindicaban sus
propuestas, que Túpac Amaru II, marqués de Oropesa, ostentaba un título
nobiliario otorgado al Emperador Inca por el rey Felipe III; título que perdió en
un juicio que debió enfrentar con otro miembro de una rama familiar
BETANCUR-AMARU que reivindicaba tal emblema nobiliario. Tal vez también
porque se conocía que no pocas mujeres emparentadas con él se convirtieron
en miembros de la Nobleza española, incluso alguna de sus parientes inserta
en la nobleza de sangre, muy cercana a la denominada Grandeza de España,
tal el caso de Beatriz Clara Coya, esposa del gobernador Martín García Oñez
de Loyola y Barbola Coya “legítima mujer” de Garci Diaz de Castro y “pariente
cercana de Rey Inca del Perú”, ambas vinculadas con algunos sujetos
destacados en la aventura revolucionaria.
Tal vez todos estos presupuestos, evocados en suelo racionalista
ilustrado, ocultaban en el pliegue discursivo el significado que encerraba el
nombre escogido por Condorcaqui de Túpac Amaru (o sea, serpiente brillante)
y el carácter mesiánico de su rebelión que sumaba innumerables adeptos a
medida que les prometía la resurrección. El Sol y la serpiente, expresión
uránica, la primera, animal ctónico, la segunda; aquella que hunde su cabeza
en la tierra y la encarna; a la vez expresión de la inmortalidad y vínculo entre la
Tierra y el Cielo .
¿Cómo vería esta realidad la Iglesia local?
Importa destacar que en una de las fiestas más significativas del
calendario litúrgico católico, CORPUS CHRISTI, desfilan dos alféreces con el
estandarte real: uno portado por un español peninsular y otro por un inca noble,
expresión esta última a la que se oponía la autoridad eclesiástica por el hecho
de que el inca iba ataviado con los paramentos de su investidura. Por un lado
el pendón Real de la procesión católica, por el otro, la fuerza del Sol y de la
vara o bastón de mando, auténtico cetro y la corona del hijo del Sol.
El obispo de Cuzco, Moscoso hizo oír su voz crítica, pues advirtió
claramente que en el momento de la celebración del Corpus no se trataba de
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un sincretismo: se imponía el mito incaico del Sol y del Trueno. El Niño Jesús
era vestido con los atributos del Inca, era el Sol mismo, y a través de él se
invocaba a los emperadores incas como dioses.
Seguramente estuviera en lo cierto, ya que las creencias animistas
tradicionales habían imbuido verdaderos poderes, por ejemplo, al arte religioso.
Basta una muestra para comprobarlo: durante el levantamiento de 1780-1783
los rebeldes indígenas sistemáticamente ataron las manos de las imágenes de
Santiago en las iglesias rurales, para prevenir la intervención militar del temido
santo guerrero a favor de las fuerzas reales. [p 19].
La andanada del Obispo se reflejó en el empeño del intendente del
Cuzco, Benito de la Mata Linares, quien en 1785 bregó por abolir el cargo de
alférez real de los incas así como la institución de los Veinticuatro Electores
que lo escogen y al hacerlo deciden quién es el auténtico Inca o emperador, a
quién corresponden los atributos de su Real Persona. De hecho deseaba
poner punto final a la nobleza inca.
La Corona española no pudo sino reivindicar el carácter de nobleza
incaica. No hacerlo suponía violentar la significatividad tanto de la realeza
como de la nobleza que de ella nace. Puede contabilizarse el reconocimiento
de casi 500 incas nobles dentro del Imperio hispánico como equivalentes a la
nobleza de la Metrópolis: eran hidalgos.
El Proyecto de Monarquía incaica propuesto por Belgrano y aceptado
por muchos Congresales, sobre todo por aquellos del Alto Perú, del Perú y de
los pueblos del Virreinato cercanos a la cultura andina, tenía presente el efecto
que había producido en su momento la sublevación del Emperador Inca Túpac
Amaru II, cuya fuerza de convocatoria se asentaba, como anticipamos, en el
carácter mesiánico de ésta. Igualmente, no se desconocía que en el inca
convergían dos fuentes de legitimidad: la auténtica incaica, pero no en menor
grado la que provenía por concesión del monarca hispano. Vale decir, que en el
momento en que el colonizado pudiera recuperar el Trono, dominaría sobre sus
súbditos en virtud de su doble legitimidad.
Si el haber sido despojado del Marquesado de Oropesa produjo una
mirada esquiva hacia la justicia de Lima por parte de Túpac Amaru II, el hecho
mostraba la relevancia que éste tenía para el autoproclamado monarca incaico:
poseer el marquesado era propio del Inca Emperador.
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Túpac Amaru, como la nobleza inca, se insertaban en los dos mundos:


aquel propio de la nobleza de sangre europea y aquel del cual habían nacido y
que se manifestaba en sus ceremonias y en sus símbolos. El haber pasado por
las aulas de las Escuelas de caciques les llevaba a sustentar la legitimidad de
sus aspiraciones y para ello argumentaban la validez de sus derechos en base
a fuentes griegas, latinas y cristianas. Todo lo cual apuntalaba el mundo mítico
del que se nutrían.
Si la situación de que gozaba la nobleza incaica sufrió un fuerte embate,
fue por la mirada anticlerical y fiscalista de la Casa de Borbón. Uno y otro
aspecto contribuyeron a reducir el número de nobles a los efectos de
garantizarse el pago de tributos del cual la nobleza estaba exenta. El Poder
Real advirtió sí la peligrosidad que podía derivarse de la efervescencia que
agitaba a los grupos indígenas y, en relación con la festividad de Corpus
Christi, limitó la exhibición pública de símbolos ajenos a la tradición católica.
Con mayor o menor fuerza el último tercio del siglo XVIII asistió, debido
a la voracidad fiscalista, a rebeliones en Nueva Granada, Nueva España y
Perú. 1780 y la rebelión de Túpac Amaru mostró la fuerza del mito, pues en las
filas indígenas no se dudaba del dios encarnado y la sublevación aumentaba
en número. La ferocidad del castigo infligido no sólo al monarca incaico sino
también a muchos miembros de la nobleza y que alcanzó también a españoles,
fue una demostración del temor que emanaba de fuerzas tan poderosas que
parecía que sólo la crueldad más feroz podía contener.
Túpac Amaru II proponía un futuro donde dominarían los conquistados a
diferencia de la nobleza inca que se concentraba en torno a la evocación del
culto al pasado.
Dentro del Congreso, mientras la mayoría de los diputados adhería a la
forma monárquica temperada, sosteniendo la candidatura del Inca, otros la
combatían, sin especificar la posible casa reinante.
Los representantes que sostenían la monarquía inca eran: Azevedo,
Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, Thames y Malabia.
El general Güemes en Proclama a sus compañeros de armas,
reproducida por “El Censor”, decía en 1816 que muy en breve veremos
"sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al legítimo sucesor de la
corona." Pelead; desplegad todo vuestro entusiasmo y virtuoso patriotismo,
16

que la provincia de Salta y su jefe vela incesantemente sobre vuestra


existencia y conservación”.
Dentro del grupo de congresales y, por razones vinculadas con las
disidencias que podían plantearse entre supuestos aspirantes al Trono y una
prolongada Regencia, otros veían sólo como aceptable la Monarquía
constitucional en manos de un príncipe europeo.
En tal sentido, a los linajes existentes y aspiraciones de la nobleza que
pudieran entender eran descendientes de algunos de los Emperadores incas,
es necesario sumar a aquellos que sostenían la causa americana, tales como:
José Miguel, Juan José y Luis Carrera –octavos nietos del Inca por su
antepasada Barbola Coya Inca esposa de Garci Díaz de Castro-; José de
Artigas –séptimo nieto del Inca, por línea de Beatriz Túpac Yupanqui.
Pazos Silva en un editorial del periódico La Crónica Argentina, se
oponía, particularmente, al proyecto incaico, basado en cuestiones vinculadas
a los enfrentamientos que seguramente se producirían impulsados por los
pretendientes al Trono, además por la complejidad y peligro de establecer una
Regencia y, fundamentalmente, porque se trataba seguramente de llevar a las
altas gradas del Trono a un individuo cubierto de harapos que mal hablaría de
las bondades de una solución monárquica; palabras que no diferían de
aquellas que, en carta a su primo Rosas, escribiera Tomás M. de Anchorena en
diciembre de 1846, al hacer un retrato de la propuesta de Belgrano.
Pueyrredón le escribía a San Martín en carta de marzo de 1817: “Ayer
he tenido comunicaciones de Rivadavia de 22 de febrero último en París. Dice
que ha sido recibida con extraordinario aprecio la noticia de que pensábamos
declarar por forma de gobierno la monarquía constitucional; pero que ha sido
en proporción ridiculizada la idea de fijarnos en la dinastía de los Incas [...]”.
De manera muy precisa y oponiéndose a la instauración de una
Monarquía incaica pero desde una mirada estrictamente monárquica, expresa
el diputado por Charcas, Serrano:"(1) los males que deberían temerse de la
regencia interina que necesariamente debería establecerse hasta tanto se
decidiera quién era el heredero incaico; (2) las crueles divisiones que surgirían
entre las diversas familias aspirantes al trono, que lejos de solucionar el
desorden reinante lo fomentarían; (3) por las dificultades que presentaba la
17

creación de la nobleza [...] que hubiese de formar el cuerpo intermedio entre el


pueblo y el trono" [PÉREZ GUILHOU, 18].

COROLARIO
Todos conocemos el final de la historia; una historia que tiene de valioso
el observar espejadamente, difuminado, el agitarse de un mito y también el
accidente histórico que las circunstancias proyectaron a un primer plano para
luego fracasar. Continuarían sí los intentos monárquicos hasta 1820 en Buenos
Aires y más allá de ese año en Perú, cuando García del Río y Paroissien,
enviados diplomáticos de San Martín, iniciaran un largo periplo por Europa en
busca de un príncipe que gobernara el Perú aunque sin respaldo alguno, pues
el gestor del plan había abandonado el Protectorado y partido rumbo a Europa.

_______________________________________________________________

Túpac Amaru no fue el único a quien se negó el reconocimiento público de su identidad


―producto esta de su muy individual construcción ―. Antes y después de la rebelión de 1780 la
nobleza inca del Cuzco colonial vio su propia identidad amenazada, sin quedar los electores
exentos de este proceso. Desde la década de 1760 la nobleza indígena fue testigo de su propio
desmoronamiento bajo el impacto de lo que se hizo pasar como una modernización del mundo
hispánico en el siglo XVIII: las reformas borbónicas. Todos ellos fueron acosados por el
robustecimiento de las demandas fiscales. Por primera vez desde la Conquista muchas familias
nobles se vieron incluidas en las listas de tributarios comunes. Esto constituyó un espantoso
asalto contra su honor y prestigio, ya que de tajo fueron sometidos no solo al pago del tributo,
como si fueran gente del común, sino también a prestar servicios forzados en haciendas,
caminos, domicilios privados, monasterios, iglesias y minas. Estas familias nobles ―cuyas
futuras generaciones se verían afectadas ― respondieron recopilando la documentación de sus
probanzas de nobleza, tal como siempre lo habían hecho los peninsulares nobles. Algunas
fueron aceptadas por los oficiales de la corona, permitiendo la exención del pago del tributo y de
la prestación de servicios personales, sin embargo, otras tantas fueron rechazadas, de tal
manera que el número de quienes pasaron de ser nobles a ser gente del común gradualmente
fue en aumento. La identidad de los nobles fue socavada en dos fases: la primera acompañó a la
revisión del sistema tributario en la región del Cuzco en las postrimerías de la década de 1760, y
fue consecuencia del escrutinio de la administración real que sucedió a la ignominiosa pérdida
por parte de España de la Guerra de los Siete Años (1756-1763); el segundo golpe fue asestado
tras la rebelión de Túpac Amaru, cuando la autenticidad de los “documentos genealógicos” de los
nobles fue cuestionada una vez más por los oficiales reales.
Sin embargo, a pesar de la seriedad de estos desmoralizadores acontecimientos, los
electores hubieron de enfrentarse a peores retos. Solo una parte de los esfuerzos del intendente
Mata Linares por abolir el oficio de alférez real ―y con él la institución de los Veinticuatro
Electores― puede ser atribuida a una reacción contra la dimensión incaica del gran
levantamiento.
18

En un plano más elevado, la cultura popular religiosa sufrió un concentrado ataque en todo el
mundo hispánico. Los ministros reformistas, cuyo interés primordial era la seguridad del estado,
en particular dirigieron su mira a las procesiones públicas, desde las prosaicas procesiones del
rosario hasta las festividades más espectaculares como el Corpus Christi y la Semana Santa. Su
propósito era trasladar los actos religiosos públicos de las calles a los confines de las iglesias y
claustros y, con ellos, el latente peligro de violencia política. Se preveía que las procesiones más
grandes ―como la del Corpus Christi en el Cuzco ― continuarían, pero como meras sombras de
su antiguo esplendor. Como lo ha expresado un historiador, la corona temía que el “carnaval
suave” se convirtiera en el “carnaval salvaje” (Pereira Pereira 1988: 248-249). A esta reforma
religiosa se añadió el prejuicio borbónico contra las corporaciones religiosas en general, ya
fueran cofradías, hermandades o colegios electorales. Por lo tanto, el intento de abolir los
Veinticuatros tenía un punto de referencia más amplio. El colegio electoral, sin embargo, estaba
acostumbrado a (p. 19)
defender sus privilegios y prerrogativas. Desde 1598 había repelido con vehemencia sucesivos
intentos de infiltración por “indios particulares”. La contaminación ritual y la decadencia de la
nobleza inca hubiera conducido inexorablemente a la disolución final de tan comprometida
institución, la cual ya enfrentaba la erosión de sus filas merced a los efectos de la revisión del
sistema tributario.
De tal manera, los Veinticuatros estaban acostumbrados a los periódicos ataques contra su
integridad institucional, aunque la coyuntura de reforma de la época colonial tardía constituyó
una amenaza sin precedentes contra su existencia. Sin embargo, aun esta palidecía ante la
impertinencia del poco distinguido cacique de tres pueblos del Altiplano. Las pretensiones del
parvenu Túpac Amaru podían tener enormes consecuencias para los electores, quienes eran
reconocidos como dirigentes de la nobleza inca colonial, aunque sus poderes no se asemejaran
a su supuesta autoridad. Para ganarse el reconocimiento de la Corona como primus inter pares
entre todos los incas, y de esta manera convertirse por decreto oficial en su dirigente indiscutible,
Túpac Amaru no solo trató de infiltrarse en la nobleza, sino que trató de pasar completamente
por alto al colegio electoral. Mientras que existen pocas dudas de que era descendiente de incas,
no hay pruebas de que perteneciera a ninguna panaca o “casa”; de haber sido así, lo más
seguro es que hubiera tratado de lograr preeminencia a través del colegio electoral. De hecho,
aun antes de la rebelión su propia identidad multifacética se convirtió en una amenaza contra la
identidad individual y colectiva de los electores y, por consiguiente, contra la de todos los nobles
incas sobrevivientes de la ciudad y cercado del Cuzco. Por este motivo los Veinticuatros se
opusieron a la rebelión de Túpac Amaru, que en parte constituyó una respuesta individual al
ostracismo social al que lo habían llevado las elites indígena y criolla, las cuales, por lo menos en
público, desdeñaron sus pretensiones y su identidad multivalente ―una identidad que se vio
agobiada al extremo―.
Indudablemente, la identidad que los nobles incas proclamaban en público era atávica y,
en el mejor de los casos, representaba una cristalización del statu quo social de las primeras
décadas de la conquista; era anacrónica no solo porque revertía al pasado incaico, sino también
en relación con otros eventos de la Colonia, entre ellos la creciente importancia de la clase
económica como determinante de la estratificación colonial. Este criterio, más patente durante el
siglo XVIII, era a su vez un amago contra los preceptos sociales hispánicos de honor y
estamento. Frente a esta tendencia, los criterios de linaje y memoria histórica en los cuales se
apoyaba el reclamo de la nobleza inca para ocupar un lugar especial en la esfera pública, no
podían menos que verse afectados. Hasta cierto punto, la trayectoria de Túpac Amaru reflejó
estos cambios, pero si la nobleza inca de las ocho parroquias del Cuzco se refugió en el pasado
para justificar su identidad colectiva y su posición privilegiada, Túpac Amaru imaginaba por
entero una nueva comunidad. Su
19

visión emanaba del mismo pasado dorado, pero se enfocaba hacia adelante, a un futuro
diferente controlado por los colonizados, quienes en lo sucesivo estarían en libertad de construir
un nuevo incario, más bien como los Nuevos Cuzcos que los otrora emperadores incas habían
comenzado a construir cuando los interrumpió la Conquista. La nobleza inca veía su futuro en
base al “futuro pasado”. Mientras Túpac Amaru buscaba una transformación, ellos se aferraban a
lo que quedaba de la gloria de sus antepasados. El intento de José Gabriel por traducir su
comunidad imaginada a la realidad socavó ―irónicamente, en vista de la aguerrida oposición de
los electores a su visión― la certeza de su posición social y de su acceso al ritual público y al
despliegue carnavalesco.

Juan Bautista Túpac Amaru medio hermano de Túpac Amaru

      Un problema para los partidarios de la monarquía inca fue que Juan Bautista 

Condorcanqui, el principal candidato a ocupar el trono, estaba preso en Ceuta 

desde 1782. Otros miembros de la familia real fueron masacrados como 

consecuencia de la derrota revolucionaria. Razón no les faltaba a los diputados 

monárquicos que no sostenían la candidatura incaica. A pesar de que había otros 

patriotas americanos que llevaban la sangre imperial: José Miguel, Juan José y 

Luis Carrera –octavos nietos del Inca por su antepasada Barbola Coya Inca 

esposa de Garci Díaz de Castro­; José de Artigas –séptimo nieto del Inca, por 

línea de Beatriz Túpac Yupanqui, mujer de Pedro Álvarez Holguín­.

       Otros descendientes de los emperadores del Perú eran: Valentín Gómez –

octavo nieto del Inca, por línea de Beatriz Túpac Yupanqui y Pedro Álvarez 

Holguín­. Sin embargo su condición de sacerdote le impedía tener descendencia. 

Lamentablemente la idea no alcanzó a concretarse y según Adolfo Saldías, 

únicamente el Sol –Inti­ de los antiguos soberanos quechuas quedó estampado en 

la bandera de Belgrano.

BARBOLA COYA: Por una información levantada en 1621 teniendo por testigo a
Rodrigo de Salinas se sabe que era “legitima mujer” de Garci Diaz de Castro y “pariente
cercana de Rey Inca del Perú”, que en su casa de La Serena “había muchos indios
orejones del Perú, que acudían a casa de la dicha doña Barbola y la respetaban con gran
veneración de esta por señora”. El mismo testigo puntualizó que habiendo ido a visitar
20

en Santiago a doña Beatriz Clara Coya, esposa del gobernador Martín Garcia Oñez de
Loyola esta le preguntó “si conocía a la dicha doña Barbola la Coya y si era viva”. El le
informó que había muerto, a los que la princesa dijo “que si fuera viva solo por verla
fuera a la dicha ciudad de La Serena porque la dicha doña Barbola Coya era de su
apellido y linaje”.

Otra testigo doña Isabel de Salazar dijo que doña Barbola era tenida en la ciudad de La
Serena por tia o prima de doña Beatriz, y otros afirmaron que era sobrina del rey Inca
del Peru, de real, alto y serenimo linaje lo cual era público y notorio en la dicha ciudad
así entre españoles como entre indios.

Linaje Túpac Amaru[editar]

Considerados descendientes de Felipe Túpac Amaru, último gobernante inca de


Vilcabamba:

Familia Betancur-Túpac Amaru (extinta en 1932)[editar]

Sostenían ser descendientes de Juan Tito quien contrajo matrimonio con Gabriela de
Arce y procrearon a Manuela Túpac Amaru y Arce. Esta dama se casó con el criollo
Bernardo de Betancur y Hurtado de Arbieto, cuyos hijas protagonizaron un sonado
litigio reclamando el derecho a poseer el Marquesado de Santiago de Oropesa. Sin
embargo, es probable que este linaje descienda en realidad de Alonso Tito Atauchi, otro
nieto del emperador Huayna Cápac, puesto que José Gabriel Condorcanqui denominado
Tupac Amaru, alegó en la Audiencia de Lima (en 1777) que falsificaron documentos e
inclusive que arrancaron páginas de un libro bautismal para socavar la legítima posición
de los Condorcanqui-Tupac Amaru. Tema confuso y rebatible. Dicho proceso judicial
fue lamentable y produjo difamaciones mutuas entre las dos familias, por eso también se
afirma que Condorcanqui era un impostor. Las opiniones son diversas, según José
Antonio Del Busto no se demostró parentesco lineal alguno de los Betancur con los
Túpac Amaru (Del Busto Duthurburu, 1981).2

__________________________________
El diputado por Catamarca, Azevedo, dio principio la controversia el 12 de julio, 
sosteniendo la forma “monárquica temperada en la dinastía de los Incas y sus 
legítimos sucesores, designándose desde que las circunstancias lo permitiesen para 
sede del gobierno la misma ciudad del Cuzco".

       Esta moción fue apoyada en principio, pero se propone se debata más 

explícitamente en sesiones futuras. Los días 15, 19, y 31 de julio y 5 y 6 de agosto 
21

discutieron los diputados Oro, Serrano, Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, 

Thames, Godoy Cruz, Malabia y Anchorena.

        Los representantes que sostenían la monarquía inca eran: Azevedo, Pacheco, 

Castro Barros, Rivera, Loria, Thames y Malabia. Afirma Pérez Guilhou que la 

mayoría de ellos se adhiere a la forma monárquica temperada, sosteniendo unos la 

candidatura del Inca y otros combatiéndola, sin especificar la posible casa 

reinante.
_____________________
        Respecto del diputado Anchorena sus opiniones sobre el proyecto incaico 

diferirán treinta años después. En carta a su hermano del 12/VII/1816 le 

manifiesta: “Recibo muchas expresiones de Belgrano que llegó a ésta hace días. 
Ayer ha marchado Pueyrredón que debe verse con San Martín en Córdoba…Ya 
sabrás que se acordó publicar nuestra independencia por medio de un manifiesto que
se ha encargado a Bustamante, Medrano y Serrano. Se trata de la forma de gobierno,
y está muy bien recibida en el Congreso y pueblo la monarquía constitucional, 
restituyendo la casa de los Incas. Las tres ideas han sido sugeridas y agitadas por 
Belgrano, y los que están impuestos de las relaciones exteriores las consideran muy 
importantes. Lo que no tiene duda es que, si se realiza el pensamiento, todo el Perú se
conmueve, y la grandeza de Lima tomará partido en nuestra causa, libre ya de los 
temotes que le infundía el atolondramiento democrático”.

_______________________________________
Los habitantes de Buenos Aires pudieron juzgar de lo apropiado del vocablo de 
Anchorena, por trivial que sea la observación, en presencia de Juan Bautista Túpac 
Amaru, descendiente del Inca, que llegó a Buenos Aires en el año de 1822, y quien 
como una gota de agua a otra, era igual a cualquier gaucho de las campañas de 
Santiago del Estero ribereños del Salado, donde se conservan todos los perfiles de esa
raza”.

     Hay que recordar que el general Güemes en su proclama a sus compañeros de 
22

armas, reproducida por “El Censor”, el 12/IX/1816 decía entre otras cosas: “En 
todos los ángulos de la tierra no se oye más voz que el grito unísono de la venganza y 
exterminio de nuestros liberticidas. ¿Si estos son los sentimientos generales que nos 
animan, con cuanta más razón lo serán cuando, restablecida muy en breve la 
dinastía de los Incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al 
legítimo sucesor de la corona? Pelead, pues, guerreros intrépidos, animados de tan 
santo principio; desplegad todo vuestro entusiasmo y virtuoso patriotismo, que la 
provincia de Salta y su jefe vela incesantemente sobre vuestra existencia y 
conservación”.

      Un problema para los partidarios de la monarquía inca fue que Juan Bautista 

Condorcanqui, el principal candidato a ocupar el trono, estaba preso en Ceuta 

desde 1782. Otros miembros de la familia real fueron masacrados como 

consecuencia de la derrota revolucionaria. Razón no les faltaba a los diputados 

monárquicos que no sostenían la candidatura incaica. A pesar de que había otros 

patriotas americanos que llevaban la sangre imperial: José Miguel, Juan José y 

Luis Carrera –octavos nietos del Inca por su antepasada Barbola Coya Inca esposa

de Garci Díaz de Castro­; José de Artigas –séptimo nieto del Inca, por línea de 

Beatriz Túpac Yupanqui, mujer de Pedro Álvarez Holguín­.

       Otros descendientes de los emperadores del Perú eran: Valentín Gómez –

octavo nieto del Inca, por línea de Beatriz Túpac Yupanqui y Pedro Álvarez 

Holguín­. Sin embargo su condición de sacerdote le impedía tener descendencia. 

Lamentablemente la idea no alcanzó a concretarse y según Adolfo Saldías, 

únicamente el Sol –Inti­ de los antiguos soberanos quechuas quedó estampado en 

la bandera de Belgrano.

18 AGOSTO 2015
23

Entre los diputados, la casi totalidad se inclinaba por establecer una Monarquía

temperada, sosteniendo unos la candidatura del Inca y otros combatiéndola, sin 

especificar la posible casa reinante; pero entendiendo sólo apropiada la coronación de un


príncipe europeo. Dado el contexto internacional, todo recaía en la instalación de varias
Monarquías con príncipes de la dinastía española de Borbón.
El diputado por Catamarca, Azevedo, dio principio la controversia el 12 de julio, 
sosteniendo la forma “monárquica temperada en la dinastía de los Incas y sus 
legítimos sucesores, designándose desde que las circunstancias lo permitiesen para 
sede del gobierno la misma ciudad del Cuzco".

       Esta moción fue apoyada en principio, pero se propone se debata más 

explícitamente en sesiones futuras. Los días 15, 19, y 31 de julio y 5 y 6 de agosto 

discutieron los diputados Oro, Serrano, Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, 

Thames, Godoy Cruz, Malabia y Anchorena.        Los representantes que sostenían

la monarquía inca eran: Azevedo, Pacheco, Castro Barros, Rivera, Loria, Thames 

y Malabia.

Desde la prensa periódica, sólo un editorial del periódico La Crónica Argentina, dirigido
por Pazos Silva, se oponía, particularmente, al proyecto incaico, basado en cuestiones
vinculadas a los enfrentamientos que seguramente se producirían impulsados por los
pretendientes al Trono, además por la complejidad y peligro de establecer una Regencia y,
fundamentalmente, porque se trataba seguramente de llevar a las altas gradas del Trono a un
individuo cubierto de harapos que mal hablaría de las bondades de una solución monárquica;
palabras que no diferían de aquellas que, en carta a su primo Juan Manuel de Rosas, escribiera
Tomás M. de Anchorena en diciembre de 1846, al hacer un retrato de la propuesta de Belgrano.
Bernardino Rivadavia, a raíz de las noticias que le remitió Belgrano sobre el 

proyecto monárquico, le escribió a Pueyrredón expresándole su punto de vista al 

respecto, y éste a su vez se lo retransmitió a San Martín en carta del 8/III/1817: “Ayer 

he tenido comunicaciones de Rivadavia de 22 de febrero último en París. Dice que ha 

sido recibida con extraordinario aprecio la noticia de que pensábamos declarar por 

forma de gobierno la monarquía constitucional; pero que ha sido en proporción 
24

ridiculizada la idea de fijarnos en la dinastía de los Incas [...]”.
El Censor, periódico contemporáneo de La Crónica, cuyo editor era un emigrado español
de cepa liberal, Valdéz, elogió el Proyecto de Belgrano y dio cuenta de las adhesiones que
recibía, por parte de Güemes en el Interior y, en general, en todas las ciudades del norte del
Virreinato del Río de la Plata.
     Hay que recordar que el general Güemes en su proclama a sus compañeros de 

armas, reproducida por “El Censor”, el 12/IX/1816 decía entre otras cosas: “En 
todos los ángulos de la tierra no se oye más voz que el grito unísono de la venganza y 
exterminio de nuestros liberticidas. ¿Si estos son los sentimientos generales que nos 
animan, con cuanta más razón lo serán cuando, restablecida muy en breve la 
dinastía de los Incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al 
legítimo sucesor de la corona? Pelead, pues, guerreros intrépidos, animados de tan 
santo principio; desplegad todo vuestro entusiasmo y virtuoso patriotismo, que la 
provincia de Salta y su jefe vela incesantemente sobre vuestra existencia y 
conservación”.

Las ventajas son geométricas, afirmaba San Martín y con esa voz que subrayó definió
de la manera más elocuente la propuesta de Manuel Belgrano. Señalaba, igualmente, que no se
echara manera de una Regencia de varias personas porque ello destruiría le grandeza del
proyecto, por otra parte, afirmaba, basta cambiar el nombre de "Director" y queda un monarca.

     A fines de 1816 la candidatura inca fue reemplazada por la entronización de un 

miembro de la familia portuguesa. Desde 1818 otros candidatos fueron el príncipe de 

Luca y el duque de Orleáns.

Bernardino Rivadavia, a raíz de las noticias que le remitió Belgrano sobre el proyecto 

monárquico, le escribió a Pueyrredón expresándole su punto de vista al respecto, y éste 

a su vez se lo retransmitió a San Martín en carta del 8/III/1817: “Ayer he tenido 

comunicaciones de Rivadavia de 22 de febrero último en París. Dice que ha sido 

recibida con extraordinario aprecio la noticia de que pensábamos declarar por forma 
25

de gobierno la monarquía constitucional; pero que ha sido en proporción ridiculizada 

la idea de fijarnos en la dinastía de los Incas. Discurre con juicio sobre esto, y me insta

para que apresure la declaración de la primera parte. Éste ha sido mi sentir, pero no 

sé si los doctores pensarán de un modo igual”.

Las Indias galantes (título original en francés, Les Indes galantes) es


una opéra-ballet con un prólogo y cuatro actos o entrées con música de Jean-
Philippe Rameau y libreto en francés de Louis Fuzelier. Narra historias de amor
«galante» en lugares remotos y exóticos, comprendidos bajo el nombre
genérico de «Las Indias». Estos lugares son Turquía, Perú, Persia y
Norteamérica.
El proyecto incásico se encuentra dentro de esa atmósfera, de la que da
cuenta también la versión completa de la Canción patria.
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ESTE PÁRRAFO DEBE UBICARSE EN EL ARTÍCULO SOBRE EL INCA

► En el orden de lo jurídico-
político, la Monarquía es ese
Grial, allí se encuentra el
monarca pues, al decir del
deán Funes tomando las
palabras de Isaías, el Príncipe
es como una roca en forma de
Texado., donde el Vasallo
está a cubierto de las
tempestades y huracanes
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Como debió haber sido en el Incanato, La corona que usó el Rey Monarca en las ceremonias
oficiales o cuando aparecía en las fiestas del Inti Raymi por ejemplo, era una prenda
íntegramente trabajada en oro puro, el grabado trenzado simboliza la fortaleza de su Imperio que
coronaba su frente en cuatro hileras que encarnan a los cuatro suyos, en la frente se ubica una
representación de su Padre el Dios Sol, que ha sido elaborada finamente con el oro de más alta
pureza, las orejeras son doblemente reforzadas y finalmente en su rostro se trata de encarnar
una lluvia del precioso metal como símbolo de divinidad, muy pocas personas en el Incario, eran
capaces de mirar fijamente a la cara del Inca.

La corona del Rumi Ñahui, es por jerarquía de plata pura, el Comandante en Jefe de las huestes
del Inca, era su brazo derecho y ejecutor de las órdenes directas del soberano. Sin embargo, en
esta oportunidad se ha diseñado similar a la del Inca, para efectos de la fiesta patronal en honor
de “Santa Rosa de Chiquian”

Efrain Vasquez

     La exposición del general abarcaba el siguiente temario:

   1º) Que toda la revolución de América había perdido prestigio y toda posibilidad de 

apoyo entre los poderes de Europa por “su declinación en el desorden y anarquía 

continuada por tan dilatado tiempo”. 

    2º) “Que había acaecido una mutación completa de ideas en Europa en los 

respectivo a forma de gobierno. Que como el espíritu general de las naciones, en años 

anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo”.

    3º) Que “en su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias

sería la de una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas por la justicia 

que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono” y el

entusiasmo general con que sería acogida por los habitantes del interior.

       Castro Barros dice que: “habiendo analizado las ventajas e inconvenientes de 
un gobierno federal que había deseado para estas provincias, creyéndole el más a 
propósito para su felicidad y progreso, en la actualidad, después de una seria 
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reflexión sobre las circunstancias del país, la necesidad del orden y la unión, la 
rápida ejecución de las providencias de la autoridad que preside la Nación, y otras 
consideraciones, creía conveniente la monarquía temperada, que conciliando la 
libertad de los ciudadanos y el goce de los derechos principales que se reclaman por 
los hombres en todo país libre con la salvación del territorio en lo lamentable de la 
presente crisis, traía envuelta en sí una medida convenientísima al mismo objeto”.

        Respecto del diputado Anchorena sus opiniones sobre el proyecto incaico 

diferirán treinta años después. En carta a su hermano del 12/VII/1816 le 

manifiesta: “Recibo muchas expresiones de Belgrano que llegó a ésta hace días. 
Ayer ha marchado Pueyrredón que debe verse con San Martín en Córdoba…Ya 
sabrás que se acordó publicar nuestra independencia por medio de un manifiesto que
se ha encargado a Bustamante, Medrano y Serrano. Se trata de la forma de gobierno,
y está muy bien recibida en el Congreso y pueblo la monarquía constitucional, 
restituyendo la casa de los Incas. Las tres ideas han sido sugeridas y agitadas por 
Belgrano, y los que están impuestos de las relaciones exteriores las consideran muy 
importantes. Lo que no tiene duda es que, si se realiza el pensamiento, todo el Perú se
conmueve, y la grandeza de Lima tomará partido en nuestra causa, libre ya de los 
temotes que le infundía el atolondramiento democrático”.

          Tres décadas más tarde, con un miraje distinto y despectivo respecto de la persona

del candidato nativo y de las provincias, el federal Anchorena en carta a Juan Manuel de

Rosas del año 1846, dirá: “Nadie se ocupaba del sistema republicano federal, porque 

todas las provincias estaban en tal estado de atraso, de pobreza, de ignorancia y de 

desunión entre sí, y todas juntas profesaban tal odio a Buenos Aires, que era como 

hablar de una quimera discurrir sobre el establecimiento de un sistema federal…Los 

diputados de Buenos Aires y algunos otros más nos quedamos atónitos, en lo ridículo y 

extravagante de la idea de proclamar por rey a un vástago del Inca; idea que 

entusiasmó a toda la cuicada, y una multitud considerable de provincianos congresales

y no congresales: monarca de la casta de los chocolotes, cuya persona, si existía, 

probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna 
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chichería”.

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El laberinto ancestral de la nobleza inca empezó hace unos 500 años, cuando los
conquistadores españoles introdujeron una serie de medidas que se acentuaron
durante la Independencia. Estas medidas debilitaron las antiguas estructuras
sociales y de continuidad. Una de aquellas medidas fue la incorporación de la
nobleza indígena al sistema social y de linaje europeo.

Matrimonio real

Un caso típico de esta incorporación fue el matrimonio de Beatriz Coya, hija de


Sayri Túpac, inca de Vilcabamba, con un sobrino de San Ignacio de Loyola. Beatriz
era considerada un trofeo político y social. Esto ocurrió en Cusco, en 1576. La hija
de la pareja, Ana María Lorenza de Loyola y Coya-Inca, se convirtió en 1614 en la
primera marquesa de Santiago de Oropesa. Sus descendientes fueron considerados
la línea principal de la panaca de Huayna Cápac. El último de los herederos murió
sin hijos en 1741. Poco tiempo después, la historia adquirió un giro dramático.

Reclamos de Túpac Amaru

En 1776 el cacique de Surimana, José Gabriel Condorcanqui Noguera, con el


argumento de ser el pariente más cercano de Beatriz Coya, inició un proceso
legal para reclamar el título de marqués de Santiago de Oropesa. Pero su
pedido fue rechazado. Hay quienes ven en este desenlace el inicio de su
rechazo a España y su rebelión como Túpac Amaru II, en 1780. Él, su familia y
allegados pagaron las consecuencias de su rebeldía y fueron cruelmente
ejecutados.

Sus actos tuvieron consecuencias desastrosas para lo que quedaba del


sistema social inca.

Pérdida de privilegios

Hasta entonces los descendientes de las panacas reales recibían una serie de
prerrogativas de la corona española. Tras la rebelión de Túpac Amaru fueron
castigados. De nada sirvió que apoyaran a la corona ni su certeza de que el
futuro de su posición residía con el rey en Europa y no con un movimiento
independentista criollo. La corona española arremetió y decidió que la posición
de cacique dejaba de ser hereditaria. Así, se redujo considerablemente las
principales fuentes de ingreso económico de las familias. También se reprimió
varias de sus manifestaciones culturales, como el uso de trajes tradicionales en
las procesiones.

Sin lugar en la República

El golpe de gracia para la nobleza inca llegó, irónicamente, con la


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Independencia. En 1824, Bolívar anuló el cargo de cacique y dictó nuevas


leyes de propiedad, lo que derivó en la pérdida del estatus social, económico y
político para lo que quedaba de las élites incas y en el siglo XIX empezaron a
ser olvidadas. Hoy, lejos de las atrocidades del pasado, generaciones jóvenes y
educadas se interesan en sus nobles orígenes. El laberinto ancestral de la
nobleza inca empezó hace unos 500 años, cuando los conquistadores
españoles introdujeron una serie de medidas que se acentuaron durante la
Independencia. Estas medidas debilitaron las antiguas estructuras sociales y
de continuidad. Una de aquellas medidas fue la incorporación de la nobleza
indígena al sistema social y de linaje europeo.

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El 4 de noviembre de 1780 se inicia la rebelión de José Gabriel Condorcanqui


contra la dominación española, adoptando el nombre de Túpac Amaru II, en
honor de su antepasado el último Inca de Vilcabamba. Túpac Amaru se
autodeclara "Inca, Señor de los Césares y Amazonas",5 y jura con el siguiente
bando su coronación: "...Don José Primero, por la gracia de Dios, Inca Rey del
Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur,
Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el
Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina, etc...".6 Al comienzo el
movimiento reconoció la autoridad de la Corona, ya que Túpac Amaru afirmó
que su intención no era ir en contra del rey sino en contra del «mal gobierno»
de los corregidores. Más tarde la rebelión se radicalizó llegando a convertirse
en un movimiento independentista.

Buscaba la creación de un reino independiente de España, gobernado por una


monarquía hereditaria incaica, a través de la creación de un ejército y una
administración propias, introduciendo una tributación única a todos los
súbditos, libertad de comercio y trabajo

Con las masas, el Inca iba a comunicarse usando un lenguaje simbólico, de raigambre
mesiánica. Ese lenguaje se manifestaba en el uso de instrumentos musicales
tradicionales, en el uso de banderas, insignias y vestimentas incaicas, así como del
apelativo Inca, que poseía implicancias mesiánicas (vinculadas al mito de Inkarrí), por
cuanto el Inca no se mostraba solamente como rey y soberano legítimo, sino también
como redentor, restaurador del mundo, salvador de los indios, esperándose de él un
comportamiento milagroso. Se le otorgaban rasgos divinos o prodigiosos.

Al respecto, las palabras de Túpac Amaru II a su compañero de lucha, Bernardo


Sucacagua, afirmando que las personas que murieran siéndole fieles tendrían su
recompensa, sugieren que aquél se veía a sí mismo, en principio, como redentor. El
obispo del Cuzco afirmó que Túpac Amaru II, había persuadido a los indios de que los
que muriesen en su servicio resucitarían al tercer día. Sahuaraura Tito Atauchi afirmó
que los indios se arrojaban a pelear en las batallas sin temor y ciegamente, pero aún
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estando mal heridos no querían invocar el nombre de Jesús, ni confesarse. Ello se


debería a que Túpac Amaru II les había dicho que el que no dijese Jesús resucitaría al
tercer día, y los que lo invocaban, no. Igualmente se presentaba el modelo peruano, que
preveía la resurrección al quinto día.

El sistema de creencias indígenas aceptaba a Túpac Amaru como dios, redentor y


liberador de los oprimidos, vale decir como una figura equivalente a la de Jesucristo. El
Inca reforzaba esta creencia, al afirmar que los españoles habían impedido a los
indígenas el acceso al dios verdadero, siendo él mismo quien designaría personas que
les enseñaran la verdad.

El mito de Inkarrí, al imaginar el regreso de un Inca para enderezar el mundo injusto,


era un símbolo unificador poderoso usado para unificar poblaciones indígenas divididas
por la geografía y las fronteras étnicas. Pero también era un símbolo divisionista,
cuando no se reunían todas las condiciones necesarias para gobernar; tal el caso de José
Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II, al que muchos nobles incaicos consideraron
un "advenedizo fraudulento", más que un verdadero redentor, aunque él se reivindicara
como descendiente del último inca, Felipe Túpac Amaru, o Túpac Amaru I.

Para la mayoría de los rebeldes peruanos, la fuente de sus creencias acerca del fin de la
dominación española estaba en la concepción que tenían del futuro, por la cual, el Inca
que regresa pone término a la dominación española y devuelve el orden al mundo.
Igualmente, la muerte del Inca implicaba una destrucción del orden, del principio
regente del mundo. La muerte de Túpac Amaru, al ser la muerte de un Inca, era la
muerte de un hombre que reunía la tierra, el cielo y los elementos; era la muerte del hijo
del sol.9

"Inkarri" es el Dios del mundo andino o una de sus manifestaciones


tardías, como tal se le atribuyen las cualidades de suprema deidad; es
creador de todo lo que existe y fundador del Cusco, su nombre es una
contracción de "Inka Rey".

Al llegar los españoles a Perú, Inkarri fue apresado con engaños por "Españarri" ( a
su vez contracción de "España Rey", es decir el Rey de España, pero no solo él sino que
simbólicamente con él, la civilización occidental cristiana).

Españarri martirizó y dio muerte a Inkarri, y dispersó sus miembros por los cuatro
lados que conformaron el Tahuantinsuyo y enterró su cabeza en el Cusco. Sin embargo,
esta cabeza está viva y se está regenerando en secreto el cuerpo de Inkarri y cuando se
reconstituya el cuerpo , éste volverá, derrotará a los españoles y restaurará el
Tahuantinsuyo y el orden del mundo quebrado por la invasión española. Otras versiones
del mito, con matices cristianos evidentes, dicen que cuando regrese Inkarri será el fin
del mundo y el juicio final
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El mito de Inkarri: Segun las versiones Puquio (Ayacucho) Inkarri fue martirizado y
decapitado por los españoles, quienes enterraron su cabeza en el Cusco. Pero la cabeza
de Inkarri esta viva y le esta creciendo de nuevo el cuerpo debajo de la tierra.
"Cuando el cuerpo de Inkarri este completo, él volvera". Este movimiento
se difundio por Ayacucho, Ancash, Junin, cusco y estuvo relacionado a un mito el de
Inkarri, el Cristo (Dios) inca que resucitara, los pobladores andinos pensaron que esta
Inca era Tupac Amaru I, decapitado por el gobierno del Virrey Franciso de Toledo
(1570), y que algun dia resucitaria, y vino aquel dia: 4 de noviembre de 1780 en el
Cusco, los pobladores vieron a Jose Gabriel de condorcanqui (descendiente de los
ultimos incas de vilcabamba, su linaje provenia de Juana Pilco Huaco, hija de Tupac
Amaru I ) el Inkarri resucitado, le denominaron Tupac Amaru II.
aunque tambien, esta version se difundio en la ceja de selva central.
Aqui los aborigenes campas y aguarunas, por la predicación de los
curas agustinos, lo relacionaron con el nombre de Kesha Inca (el Inca
mesias), el sería el mismisimo Juan Santos Atahualpa, jefe de la
rebelion amazónica del siglo XVIII.

HAROLDO BAPTISTA DE BRITO


Título: “USUCAPIÃO DE TERRAS DEVOLUTAS, EM ZONA RURAL, DE
QUALQUER MEDIDA, DIANTE DA CONSTITUIÇÃO DA REPÚBLICA
FEDERATIVA DO BRASIL DE 1988”

La Tesis se encuentra estructura en 12 capítulos. El Capítulo Primero incluye la Introducción. El


desarrollo se integra con 12 capítulos, incluyendo el último las conclusiones.

Los objetivos específicos plantean la hipótesis cero de la cuestión y luego la propuesta


superadora apunta hacia las posibles opciones para revertir aquello que la Constitución de 1988
contempla como avance hacia una reforma agraria, lo cual permitiría resolver el problema de las
tierras vacantes, eje de la tesis.

El método cumple con las etapas heurística y crítica.

Uso adecuado de las fuentes documentales y de una amplia bibliografía que responde
ampliamente al tema motivo de análisis.

Por todo lo cual, la Tesis resulta APTA para la defensa.

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