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UNIVERSIDAD DE SEVILLA

Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología

LA INDUCCIÓN

TRABAJO DE INVESTIGACIÓN PARA OPTAR AL TÍTULO DE


MÁSTER EN DERECHO PENAL DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA

COORDINADOR:
Dr. José Luis Serrano González de Murillo

GLENDA CECILIA LAGOS CHANDÍA

Concepción - Chile

2012
ÍNDICE

Pág.

Índice…………………………………………………………………………………….. 2
Introducción……………………………………………………………………................ 5

CAPÍTULO I
FORMAS DE PARTICIPACIÓN CRIMINAL EN ESPAÑA Y EN CHILE.

I) Concepto de autor………………………………………………………………… 7
1) Concepto unitario de autor…………………………………………………………. 7
2) Concepto extensivo de autor……………………………………………………...... 9
a) Teoría del dolo……………………………………………………………... 10
b) Teoría del interés…………………………………………………………… 10
c) Teoría del acuerdo previo…………………………………………………... 10
3) Concepto restrictivo de autor………………………………………………………. 12
a) Teoría objetivo-formal……………………………………………………… 12
b) Teoría objetivo-material……………………………………………………. 14
c) Teoría del dominio del hecho………………………………………………. 15
d) Teoría de la pertenencia del hecho…………………………………………. 17
e) Teoría funcionalista de la autoría…………………………………………... 18

II) Tratamiento legal de las distintas formas de autoría y de participación criminal en


España y en Chile……………………………………………………………………….. 20
1) Legislación española……………………………………………………………….. 20
A) Tipos de autoría…………………………………………………………….. 21
a) Autoría inmediata o directa…………………………………………….. 21
b) Coautoría……………………………………………………………….. . 21
c) Autoría mediata………………………………………………………..... 22
B) Tipos de participación………………………………………………………. 23
a) Inducción………………………………………………………………... 23
b) Cooperación necesaria…………………………………………………... 23
c) Complicidad…………………………………………………………….. 24

2
2) Legislación chilena…………………………………………………………………. 25
a) Autoría ejecutiva…………………………………………………………..... 26
b) Coautoría……………………………………………………………………. 28
c) Autoría mediata…………………………………………………………….. 31
d) Inducción……………………………………………………………………. 32
e) Complicidad………………………………………………………………… 33
f) Encubrimiento………………………………………………………………. 34

CAPÍTULO II
LA INDUCCIÓN.

I) Concepto……………………………………………………………………………. 36
II) Elemento subjetivo en la inducción………………………………………………… 38
III) Fundamento de la punición de la inducción………………………………………... 41
1) El inductor como primer eslabón causal del hecho que ejecuta el autor……….. 41
2) La especial peligrosidad de la resolución nacida a consecuencia de la
actividad del inductor……………………………………………………........... 42
3) La inducción como subordinación del inducido a lo acordado con el inductor... 42
4) La inducción como dominio del plan delictivo………………………………… 43
5) El inductor como desencadenante de un comportamiento asocial……………... 43
6) Posición de Contreras y Mapelli, en España…………………………………… 44
7) Posición de Gómez Rivero, en España…………………………………………. 44
IV) Carácter accesorio de la inducción…………………………………………………. 46
V) Comunicabilidad en la inducción…………………………………………………... 50
VI) Responsabilidad del inductor ante los desvíos, excesos y errores del inducido…… 62
VII) El agente provocador………………………………………………………………. 65

CAPÍTULO III
UN RECIENTE CASO DE INDUCCIÓN EN LA JURISPRUDENCIA CHILENA.

I) Antecedentes del caso………………………………………………………………. 69


II) Fallo del Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Santiago………………….. 71
1) Hecho N° 2 de la causa…………………………………………………………. 71
2) Hecho N° 3 de la causa…………………………………………………………. 76

3
III) Fallo de la Excelentísima Corte Suprema………………………………………….. 81

Conclusiones………………………………………………………………………............ 84
Bibliografía……………………………………………………………………………….. 86

4
INTRODUCCIÓN

El estudio de la autoría en Derecho Penal, en especial cuando en la perpetración de un


hecho punible interviene más de un sujeto, es uno de los temas más complejos para la
dogmática, pues en estos casos es necesario determinar los alcances de la responsabilidad que
cada uno de dichos intervinientes tendrá por su contribución en el injusto penal.
En esta materia, en España y en Chile hay consenso en que se debe distinguir entre
quienes realizan el hecho como propio, teniendo en el mismo un papel principal, esto es,
quienes son autores propiamente tales; y entre quienes intervienen de manera indirecta en el
hecho, el que les es ajeno, esto es, aquellos que tienen la calidad de partícipes. De esta
distinción se derivan importantes consecuencias para el tratamiento de unos y otros.
La inducción es una forma de participación criminal en el hecho del autor.
Como tal, el análisis de los distintos aspectos de la inducción es de gran interés para la
doctrina, dando lugar a múltiples y profundas discusiones, atendida su peculiar forma de
configuración, toda vez que el inductor contribuye al hecho no de una manera directa, sino a
través del autor, incentivando la realización por parte de éste del tipo penal.
Conocer las distintas posiciones de la doctrina ante las abundantes y atractivas
problemáticas que se plantean en torno a la inducción ha sido la motivación que ha dirigido
este trabajo.
Para tales efectos, esta exposición se divide en tres capítulos.

En el Capítulo I, a fin de contextualizar el tema, nos ocuparemos de las distintas


formas de participación criminal que se reconocen en España y en Chile. Para ello, nos
referiremos, en primer término, al concepto de autor, exponiendo distintas teorías que existen
sobre el particular; y, en seguida, examinaremos el tratamiento que las legislaciones española
y chilena dan a las diversas formas de autoría y de participación criminal.

En el Capítulo II abordaremos derechamente el tema de este estudio, la inducción.


Procurando seguir un orden lógico, en primer lugar, nos detendremos en su concepto y
describiremos los requisitos que la componen, según la doctrina y la jurisprudencia. Luego,
nos referiremos al elemento subjetivo en la inducción; al fundamento de su punición; a su
carácter accesorio; a la comunicabilidad en la inducción; a la responsabilidad del inductor
ante los desvíos, excesos y errores del inducido; facetas todas de esta forma de participación
criminal que son objeto de mucho debate en la doctrina, tanto es España, como en Chile.

5
Finalmente, en este capítulo, estudiaremos las implicancias del denominado agente
provocador, las que, por cierto, no se encuentran exentas de controversia.

En el último capítulo, esto es, en el Capítulo III, trataremos de un reciente caso de


inducción en la jurisprudencia chilena, que nos permitirá apreciar la aplicación de algunos de
los debates doctrinarios estudiados en el capítulo precedente a un caso práctico. En el primer
acápite de este capítulo expondremos los antecedentes de la causa, la que versó sobre la
existencia de tres hechos, en dos de los cuales a una de las acusadas se le atribuyó
participación en calidad de inductora y al otro acusado en calidad de autor ejecutor, por lo
que, seguidamente, nos ocuparemos del fallo del tribunal que conoció del juicio oral
respectivo en lo que dice relación con estos dos hechos, y, para terminar, nos referiremos a la
sentencia pronunciada por la Excelentísima Corte Suprema al conocer de un recurso de
nulidad interpuesto en contra del mencionado fallo, en lo pertinente a la materia de este
trabajo.

Si esta exposición contribuye de alguna manera al estudio de la inducción como forma


de participación criminal, ello será motivo de gran satisfacción para quien la realiza.

6
CAPÍTULO I

FORMAS DE PARTICIPACIÓN CRIMINAL EN ESPAÑA Y EN CHILE.

I) CONCEPTO DE AUTOR.
Cuando en la comisión de un delito interviene más de una persona es preciso
determinar si a cada una de ellas se le sancionará por igual o si, por el contrario, la
penalización de los intervinientes será distinta y, en ese caso, habrá de decidirse con qué
intensidad se sancionará a cada uno de ellos y en atención a qué criterios se efectuará esa
diferenciación.
Para estos efectos, entonces, es indispensable definir qué se entiende por autor.
Históricamente, han surgido distintas teorías relativas al concepto de autor, las que
pasamos a exponer:

1) Concepto unitario de autor:


De acuerdo a este concepto, todos los que intervienen en un hecho punible tienen la
calidad de autores, independientemente de la relevancia de la colaboración de cada uno de
ellos en el mismo.
En su versión clásica, esta concepción encuentra su fundamento último en la teoría de
la equivalencia de las condiciones, según la cual todas las condiciones que concurren a la
producción de un delito son causa del mismo y tienen idéntico valor, por lo que todas las
contribuciones personales para la realización de éste son igualmente importantes, de manera
que no corresponde atribuir a unas más relevancia que a otras, ni, en consecuencia, sancionar
mayormente a unos que a otros.
Naturalmente, en esta teoría no tiene cabida el principio de accesoriedad de los
partícipes (quienes intervienen de manera indirecta en el hecho) respecto de los autores
(quienes tienen un rol protagónico en la comisión del delito), desde que no admite la
distinción entre unos y otros.
Ello no obsta, sin embargo, a que la legislación contemple circunstancias atenuantes o
agravantes de la responsabilidad penal que digan relación con la forma de intervención en el
hecho y que permitan, por esa vía, aumentar o aminorar la pena de algunos intervinientes en
el delito, de acuerdo a su contribución al mismo.
Esta tesis tuvo sus mayores defensores en la doctrina alemana del positivismo
naturalista que se desarrolló a fines del siglo XIX.

7
Modernamente, este concepto unitario de autor se ha fundado no tanto en la
causalidad, sino en la idea de que en la codelincuencia el hecho es obra de todos los que
intervienen en el mismo, estimando conveniente, en principio, castigar por igual a todos ellos
y sin que el castigo de unos (los partícipes) dependa de lo que haga el otro (autor). El
principio del que parte esta concepción es el de la responsabilidad autónoma e individual de
todos los intervinientes: todos los colaboradores en el hecho son autores y, en cuanto tales,
responden exclusivamente por su propio injusto y por su propia culpabilidad, de manera que,
ni la calificación del hecho, ni su responsabilidad dependen de la de otros. Una consecuencia
de ello es, por ejemplo, que la tentativa comienza para cada interviniente en el hecho punible
de manera individual, sin esperar a la del hecho en conjunto.
Esta tesis ha sido defendida por quienes basan el fundamento de la pena en la
peligrosidad del delincuente y en su actitud interna, por lo que ésta no se debe adecuar a la
gravedad de los hechos o del resultado, sino al significado antisocial del autor, estimando,
además, especialmente peligrosa la intervención de varios delincuentes. Asimismo, esta
doctrina ha sido seguida por la corriente nacionalsocialista de la Escuela de Kiel, defensora de
un “derecho penal de la voluntad” y por las posturas totalitarias alemana e italiana.
Legislativamente, este planteamiento ha encontrado cabida en el Código Penal italiano
(artículo 110) y en otros países, como Austria.
Esta teoría ha sido objeto de diversas críticas, entre ellas:
- La existencia de una relación de causa a efecto entre un comportamiento y un
resultado no es suficiente para decidir el sí, el cómo y el cuánto de la responsabilidad penal.
En otras palabras, la mera constatación fáctica de que varias personas han aportado a la
realización de un hecho ilícito no basta para determinar quiénes deben responder por éste y en
qué grado y, en su caso, quién más y quién menos. El que cada aportación haya contribuido a
la comisión del delito no significa que todas deban ser sancionadas por igual porque no
necesariamente todas van a tener la misma relevancia.
- La concepción unitaria de autor es contraria al Estado de Derecho y, en particular, a la
exigencia de taxatividad de los tipos penales derivada del principio de legalidad. Ello, porque
al considerar autores a todos los que intervienen en la producción causal de un delito, sin
describir las distintas formas de intervención, no se estarían delimitando suficientemente las
conductas típicas.
- Esta concepción conduce a una ampliación inadmisible de la tentativa, pues, al
considerar autores -por igual- a quienes tienen un rol protagónico en la realización del hecho
delictivo y a quienes sólo tienen una intervención secundaria o indirecta en éste, la tentativa

8
de cada uno de ellos comenzará cuando cada uno comience la realización de su propio hecho,
de manera que la tentativa de los sujetos que en los sistemas diferenciadores se conciben
como partícipes o como cómplices sería punible aun antes de que el ejecutor del hecho
comience a darle principio, en contraste con lo que ocurre en dichas concepciones
diferenciadoras, en las que las tentativas de estos sujetos es generalmente impune. De esta
manera, el concepto unitario admite la punición de conductas muy alejadas de la lesión o del
peligro para el bien jurídico, lo que no se justifica.
- En los delitos especiales, en los que la ley exige una cualificación especial en el sujeto
activo (como hombre, funcionario público, etc.), la concepción unitaria conduce a sancionar
al extraneus como autor del ilícito, aun cuando éste no reúne los requisitos contemplados por
el tipo penal para tener la calidad de autor, lo que resulta contrario al principio de tipicidad.
- Asimismo, en los llamados delitos de propia mano, esto es, en los que sólo puede ser
autor quien realiza por sí la acción típica, el concepto unitario de autor implica considerar
como tal al sujeto que tan solo colabore de algún modo con el hecho.

2) Concepto extensivo de autor:


Este concepto también parte de la teoría de la equivalencia de las condiciones,
entendiendo que todos los sujetos que intervienen de alguna manera en la comisión de un
delito son igualmente causa del mismo, cualquiera sea la entidad de su intervención, pero
reconoce que la ley (el derecho positivo) obliga a distinguir grados de responsabilidad, por lo
que es necesario diferenciar entre autores y partícipes, aunque conceptualmente no exista tal
diferencia. Los tipos de participación se conciben, entonces, como causas de restricción de la
pena, por cuanto limitan la extensión originaria del concepto de autor, disponiendo que
quienes deben ser considerados partícipes sean sancionados con menor pena aunque, en
realidad, también son autores.
Según esta teoría, desde el punto de vista objetivo no es posible establecer ningún tipo
de diferencia entre los distintos sujetos que intervienen en la realización de un hecho punible
porque todos son causa del mismo. Así, por ejemplo, el acto de facilitarle el arma al homicida
y el acto de disparar produciendo la muerte son idénticos.
Por ello, como criterio de distinción entre autores y partícipes, esta doctrina atiende al
plano subjetivo. Esto es lo que se conoce como “teoría subjetiva de la participación”, según la
cual es autor quien, cualquiera sea su aportación causal, actúa con voluntad de autor (animus
auctoris); y es partícipe quien, igualmente con independencia de la entidad de su aportación
objetiva, actúa con voluntad de partícipe (animus socii).

9
Ahora, para determinar concretamente quien actúa con uno y otro ánimo existen
distintas corrientes:
a) Teoría del dolo: De acuerdo a esta teoría, lo que distingue al autor del partícipe es
que en el primero concurre una voluntad independiente, mientras que la voluntad del segundo
es dependiente. Esto es, el partícipe sólo quiere el resultado si el autor también lo quiere, en
tanto, si el autor no quiere el resultado, el partícipe tampoco lo quiere. En consecuencia, el
partícipe deja la decisión de producir o no el resultado a criterio del autor; en cambio este
último no reconoce otra voluntad superior a la suya.
El defensor más destacado de esta teoría fue von Buri.
b) Teoría del interés: Para esta teoría, defendida entre otros por Feuerbach y Henke, el
autor es quien tiene o persigue un interés propio en el hecho, en tanto el partícipe es quien
actúa en interés ajeno. De esta manera, la ejecución formal de la conducta típica no es
esencial para determinar la calidad de autor, toda vez que puede ocurrir que quien realiza la
acción típica no actúe en su propio interés, sino por encargo o interés de otro, razón por la
cual sólo será considerado cómplice. Es de acuerdo a este concepto, por ejemplo, que un
famoso fallo del Reichgericht (19-2-1940, RGSt 74, ,84-86)1, condenó como cómplice a una
mujer que dio muerte al hijo recién nacido de su hermana a petición de esta última, para que
el padre de ambas no se enterara que ella había sido madre, ya que, por ser soltera, él le había
advertido que, si quedaba embarazada, la expulsaría de su casa.
c) Teoría del acuerdo previo: Se trata de una doctrina jurisprudencial del Tribunal
Supremo español, según la cual tienen la calidad de autor en un hecho ilícito quienes han
acordado su ejecución, en forma previa o simultánea a su perpetración, sea tácita o
expresamente, teniendo consciencia de que actúan en colaboración con otros,
independientemente de cuál sea la entidad material de su aporte al hecho.
Según esta doctrina, podría ser autor alguien cuya acción se encuentre muy alejada del
resultado, incluso alguien que haya realizado un acto preparatorio, con tal que haya sido parte
del acuerdo para la comisión del delito.

El concepto extensivo de autor, que en sus distintas variantes atiende al plano


subjetivo para distinguir entre autores y partícipes, también ha sido objeto de diversas críticas,
entre las cuales la más fundamental es que, al utilizar como criterio de distinción la
disposición subjetiva del sujeto de que se trate, vulnera el principio de legalidad, de acuerdo

1
Citado por DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, Miguel. La autoría en derecho penal. Barcelona. PPU, 1991,
página 322.

10
al cual los tipos penales describen las conductas prohibidas y, al hacerlo, señalan claramente
quién debe ser considerado autor, limitando así esta categoría, de manera que considerar a
alguien autor, no en atención a si su conducta es o no la descrita por el legislador en el
respectivo tipo penal, sino en atención a su ánimo o sentimiento frente al hecho, implica
transgredir la función de garantía de los tipos penales, retrocediendo respecto de la moderna
concepción del derecho penal, que se funda en tipos delimitados en forma objetiva. Lo
anterior, sin considerar aún las dificultades que en materia de prueba tendría atender al ánimo
del sujeto para determinar en qué calidad participó en el delito.
Además, la doctrina critica al concepto extensivo de autor que su aplicación llevaría a
paradojas como considerar autor a quien no ha intervenido materialmente en el hecho, si se
estima que en él concurre “animus auctoris”, y como cómplice a quien ejecuta la conducta
típica, si se considera que éste sólo tenía “animus socii”2.
Específicamente, en cuanto a la teoría del dolo, autores como Díaz y García Conlledo3
observan que ésta podría conducir a absurdos como estimar que en un determinado hecho no
ha intervenido ningún sujeto en calidad de autor, sino que todos lo han hecho sólo a título de
partícipes, lo que ocurriría si cada uno de ellos “interiormente” hubiese dejado a criterio de
los demás la realización del mismo.
Por su parte, respecto de la teoría del interés, la doctrina critica, entre otros aspectos,
que permite la calificación de cómplice a quien realiza todos los elementos objetivos y
subjetivos del tipo, con tal que actúe en interés de otro o que deje al criterio de un tercero el
que el hecho se realice o no, lo que a juicio de Gimbernat, por ejemplo, “es una aberración, es
incompatible con la más elemental sensibilidad jurídica y tiene que ser, por ello, técnicamente
incorrecta”4.
Finalmente, en relación a la teoría del acuerdo previo, se ha criticado que la sola
existencia de un acuerdo para la ejecución de un hecho punible entre quienes han de intervenir
en éste sea suficiente para considerarlos a todos autores porque ello significa reducir al
mínimo la categoría de los partícipes. Gimbernat5 observa, asimismo, que esta teoría puede
llevar a extremos para fundamentar la calificación de autor de alguien que no ha ejecutado
materialmente ningún elemento del tipo, pero que sí ha estado de acuerdo en su realización,
como estimar que el acuerdo de voluntades constituye una “inducción recíproca”. Así, por

2
GONZÁLEZ RUS, Juan José. Autoría única inmediata, autoría mediata y coautoría. En: PROBLEMAS DE
AUTORÍA. Consejo General del Poder Judicial. Madrid. Solana e Hijos, A.G., S.A., 1994, pp. 67 y 68.
3
Ob. cit, página 317.
4
GIMBERNAT ORDEIG, Enrique. Autor y cómplice en Derecho Penal. Montevideo-Buenos Aires. Editorial B
de F, 2006, página 37.
5
Ob. cit, páginas 47 y 48.

11
ejemplo, si A convence a B para que asesine a otro y le entrega una pistola para tales efectos,
en el momento en que B dice "de acuerdo", se convierte, a su vez, en inductor de A para
cometer un asesinato, consiguiendo de esta manera esta doctrina convertir a todo inducido en
inductor.

3) Concepto restrictivo de autor:


Según este concepto, la distinción entre autores y partícipes es insoslayable, siendo la
responsabilidad penal de los partícipes accesoria a la de los autores.
En efecto, en contraposición a los conceptos antes referidos, para esta doctrina no
todos los que toman parte en el hecho punible son autores del mismo porque causación no es
lo mismo que realización del tipo penal, de manera que no todo el que contribuye a la
causación del hecho o interpone una condición causal es autor de éste.
De acuerdo a esta concepción, sólo son autores quienes ejecutan la conducta descrita
en los tipos penales. Por su parte, los tipos de participación son causas de extensión de la
pena, por cuanto permiten exigir responsabilidad penal a sujetos no incluidos en los
respectivos tipos penales y que, de no ser por tal extensión, quedarían impunes.
Para determinar el criterio que permita distinguir entre autores y partícipes existen
distintas corrientes:
a) Teoría objetivo-formal: Para esta teoría es autor quien ejecuta toda o parte de la
acción descrita en los tipos de la parte especial. De esta forma, para determinar la calidad de
autor, esta teoría acude a la gramática, a la sintaxis y a la interpretación literal del tipo. En
consecuencia, en los delitos pluriactivos será autor el que realice aunque sea alguno de los
actos ejecutivos del tipo y será cómplice el que lleve a cabo una acción preparatoria o
colabore durante la ejecución del delito, pero con una actividad meramente auxiliadora, no
realizando el verbo rector.
Esta teoría fue la predominante en Alemania hasta al menos el primer tercio del Siglo
XX, siendo Beling uno de sus más eminentes defensores, luego de lo cual se impuso la teoría
del Dominio del Hecho. Por su parte, en España la Teoría objetivo-formal ha sido el
planteamiento predominante, no obstante lo cual en los últimos años también la teoría del
Dominio del Hecho es seguida por muchos autores, de manera que en la actualidad ambas son
las posiciones dominantes.
La doctrina formula diversas críticas a esta teoría. Entre ellas:
- En los delitos de resultado, de medios abiertos, no típicamente determinados, en los
que el tipo no describe una acción o conducta, sino que exige la causación de un resultado,

12
esta teoría no permite responder a quién se debe considerar autor y a quién partícipe, porque
el mero uso del lenguaje no es suficiente para ello. Por ejemplo, de acuerdo al tipo penal del
homicidio autor es el que mata. Aplicando esta teoría, quién es el que mata: ¿el que dispara?,
¿el que le proporciona la pistola?, ¿o ambos, si se considera que ambos contribuyen a la
causación de la muerte?; o, en otro caso, ¿el que instala la bomba o el que sin saberlo aprieta
el botón?. De esta forma, esta teoría podría significar ampliar tanto el concepto de autor como
el concepto extensivo del mismo antes estudiado, en circunstancias en que sostiene
precisamente que dicho concepto es limitado, y que se diferencia del de partícipe.
- Estrictamente, aplicando esta teoría no existiría la autoría mediata porque “el hombre
de atrás”, esto es, el autor mediato no ejecuta la acción descrita en el tipo penal. Sin embargo,
quienes sostienen esta teoría no renuncian a la existencia del autor mediato y tratan de
explicarla señalando que el autor mediato también ejecuta la acción típica o que, si bien no la
ejecuta, es la causa del resultado contrario a la norma, lo que naturalmente no se condice con
el enunciado de esta teoría. Otros pretenden explicar la punibilidad del autor mediato
tratándolo como un supuesto de inducción. No obstante, autores como Roxin o Gimbernat
plantean casos en los que no es posible sostener que corresponda tratar la conducta del
“hombre de atrás” como autoría por inducción, lo que significaría, en definitiva, dejar
impunes tales conductas cuyo reproche penal parece indudable. Roxin6 se refiere al caso en
que un médico queriendo matar a un paciente le entrega a la enfermera, que no lo sabe, una
inyección letal para que se la suministre al enfermo. Gimbernat7 expone varios ejemplos en
los que se presenta el mismo inconveniente, es decir, en que no es posible sancionar la acción
del “hombre de atrás” como inductor, por lo que, de no haber autoría mediata propiamente tal
no habría nada. Entre estos ejemplos, Gimbernat señala el caso en que A conecta el timbre de
la puerta de su vecino B a un explosivo (de forma tal que, cuando alguien llame a la puerta,
salte por los aires la sala de estar de B, para así causar su muerte), y espera a que el primer
visitante -el que sea- oprima el timbre; concluyendo que es completamente insostenible decir
que A ha inducido al visitante a cometer un delito y preguntándose si, en consecuencia, habrá
de quedar impune el comportamiento de A.
- La teoría objetivo-formal no resolvería adecuadamente casos de coautoría cuando
alguno de los intervinientes principales no realiza ningún acto típico en sentido estricto, toda
vez que, siguiendo el planteamiento de esta teoría, al no cumplir estrictamente con el verbo

6
ROXIN, Claus. Autoría y Dominio del Hecho en Derecho Penal. 7ª edición, Madrid-Barcelona. Editorial
Marcial Pons, 2000, página 56.
7
Ob. cit, páginas 23 y siguientes.

13
rector, éste no sería autor, sino partícipe. Por ejemplo, expone Mir Puig8, si, para alcanzar la
fruta de un árbol ajeno, A sube encima de B, no tomando B en ningún momento la fruta
sustraída. Lo mismo ocurriría respecto del que sujeta a la víctima para que otro le aplique la
puñalada mortal. Al respecto, Roxin9 sostiene que esta solución no convence por cuanto, en
casos como éstos, todos los intervinientes en el hecho cooperan en plano de igualdad a la
producción del resultado, el que sólo logran producir por el complemento de sus aportaciones
conjuntas, existiendo entre sus comportamientos unidad de sentido, por lo que sería arbitrario
considerarlos en distintas categorías jurídicas. Por su parte, Mir Puig10 concluye que esta
teoría resulta excesivamente limitada en los delitos de medios determinados.
b) Teoría objetivo-material: Esta teoría parte de la base de las doctrinas
individualizantes de la causalidad, esto es, aquellas que -en oposición a la teoría de la
equivalencia de las condiciones- estiman que, entre las distintas fuerzas que han contribuido
al resultado, es posible distinguir entre causa y condiciones.
De esta forma, para esta teoría el autor es la causa y el cómplice es la condición del
resultado típico o, dicho de otra manera, una causa “necesaria” del resultado típico
correspondería a una conducta de autoría y una condición o causa “favorecedora” de dicho
resultado correspondería a una conducta de complicidad.
En Alemania esta doctrina fue sostenida por autores como Feuerbach y Finger.
Esta teoría es criticada por autores como Gimbernat11, quien observa que, si esta teoría
pretende aplicar criterios tomados de las ciencias naturales para efectuar la distinción entre
autor y partícipe es inadmisible, por cuanto, citando a Roxin, la causalidad, a la que están
sometidos los fenómenos del mundo exterior, no puede contribuir a establecer distinción
alguna, sino sólo permite comprender la concatenación de los acontecimientos exteriores,
porque ésta carece de sentido y de valor, el que es atribuido por las normas jurídicas que
establecen la diferenciación, de manera que sin ellas y únicamente en atención a la causalidad
no es posible hacer distinción alguna.
Gimbernat agrega que, cuando esta teoría afirma que la distinción entre autor y
cómplice coincide con la existente entre causa y condición lo que hace es, pura y
simplemente, eludir el problema, hablando de "causa" sin detallar qué sea lo que este
concepto quiere decir, y, por ello, ni tiene sentido ni es posible enfrentarse críticamente con

8
MIR PUIG, Santiago. Derecho Penal. Parte General. 9ª edición, Barcelona. Editorial Reppertor, 2011, página
379.
9
Ob. cit, página 57.
10
Ob. cit, páginas 379.
11
Ob. cit., páginas 96 y siguientes.

14
una postura que pretende resolver el problema de la distinción entre autor y cómplice con el
uso de palabras espectaculares, de las que no se nos dice cuál es su verdadero sentido.
Por su parte, Mir Puig12 sostiene que una distinción precisa entre “causa” y
“condición” o entre causas más o menos importantes no puede obtenerse en el mero terreno
objetivo de la causalidad y que en la actualidad se admite generalmente que todas las
condiciones (necesarias) de un hecho son igualmente causales (teoría de la equivalencia).
Además, Mir Puig critica a esta teoría que desconoce la importancia de lo subjetivo
para determinar el valor de cada contribución al hecho, lo que es fundamental, por ejemplo,
para establecer la concurrencia de la autoría mediata, ya que en es necesario saber si el autor
material conoce o no la situación.
c) Teoría del dominio del hecho: Esta teoría encuentra su origen en el ámbito de la
teoría finalista de Welsel.
Para esta teoría es autor quien tiene el dominio final del hecho, como señala Welzel,
quien es “el señor del hecho”, es decir, aquel que lo realiza en forma final, en razón de su
decisión volitiva, dirigiéndolo en forma planificada.
Continuando con esta doctrina, Maurach y Gössel sostienen que autor es quien
mantiene en sus manos, abarcado por el dolo, el curso causal del hecho típico; de manera que
el dominio del hecho lo tiene aquel que puede impedir o hacer avanzar, a su albedrío, el hecho
hasta su resultado final, bastando un dominio intelectual sobre el hecho en cuestión. En
cambio, los partícipes carecen de dichos dominios.
Para precisar qué debe entenderse por dominio del hecho es necesario tener presente
que la autoría, al igual que la acción típica y contraria a la norma, se compone de elementos
objetivos y subjetivos.
Desde el punto de vista objetivo, tiene el dominio quien mantiene el hecho en sus
manos, aquel que con su voluntad puede hacer que avance la realización típica o detenerla,
esto es, desistir del delito antes de su consumación. En otras palabras, autor es quien maneja
la causalidad.
Subjetivamente, es necesario, además, que el autor tenga dolo de autor, esto es, la
voluntad del dominio fáctico del hecho. De esta manera, quien actúa y no sabe que tiene el
dominio del hecho no es autor en este sentido.
Por su parte, para Roxin “el autor es la figura central del acontecer en forma de
acción”13.

12
Ob. cit., página 380.
13
Ob. cit., página 44.

15
El dominio del hecho exige que el suceso aparezca como obra de la voluntad final del
autor. No basta, para determinar la autoría, cualquier aporte causal al hecho, ni tampoco la
mera voluntad de ser autor, sino que es necesario que el autor domine el hecho, lo que implica
que se encuentre en una posición que le permita orientar los factores causales conforme a la
dirección final de su voluntad. Es decir, el dominio final del hecho exige tanto el dominio del
hecho como la voluntad de dominarlo.
Así, de hablar de ejecución de la acción descrita en la norma (concepción objetivo-
formal) se pasa a hablar de la realización del tipo, lo que se produce cuando el sujeto domina
el hecho. Por tanto, es posible realizar el tipo dominando el hecho sin que el sujeto ejecute la
acción descrita. Ello implica que la ejecución de la acción y el dominio del hecho pueden
corresponder a personas distintas.
Roxin, al estudiar las distintas formas de autoría, considera una división dentro del
dominio del hecho, distinguiendo entre:
- El dominio de la acción: sin duda es autor quien realiza los elementos del tipo, sin
depender de otro.
- El dominio de la voluntad: éste es el supuesto de la autoría mediata, en la cual el
autor de atrás tiene su esencia en el poder de la voluntad conductora.
- El dominio funcional: se da en casos en que varios autores dirigen el hecho y que
cada uno depende del otro, es un dominio condicionado al actuar del plan global.
De esta forma, el autor, el coautor y el autor mediato se encuentran en el centro del
hecho punible; en tanto, el inductor y el cómplice están al margen.

La teoría del dominio del hecho constituye la opinión dominante en la doctrina


alemana actual y en España ha tenido cada vez más aceptación en la doctrina y en la
jurisprudencia del Tribunal Supremo.
No obstante, esta doctrina no está exenta de críticas. El mayor cuestionamiento que se
le hace dice relación con qué debe entenderse exactamente por dominio del hecho y, al
respecto, se le acusa de carecer de un contenido preciso que permita delimitar nítidamente la
autoría y la participación. Sus críticos señalan que no es suficiente para distinguir entre autor
y partícipe sostener que el primero es quien tiene el poder de interrumpir la realización del
tipo porque también el inductor, el cómplice y hasta un tercero tienen dicha posibilidad. Por
otro lado, en sentido estricto puede afirmarse que ningún hombre domina completamente los
acontecimientos.

16
d) Teoría de la pertenencia del hecho: Esta teoría es sostenida por Santiago Mir Puig14.
Este autor parte de la base de que el control material del hecho es sólo uno de los
criterios a considerar para imputar el hecho a título de autor a alguien.
En efecto, si bien es cierto que en los delitos de acción es necesario, como mínimo,
que el sujeto haya (co-)causado el hecho típico de manera que se pueda afirmar la imputación
objetiva y subjetiva del resultado, lo que presupone la relación de causalidad y la relación de
riesgo entre la conducta del sujeto y el hecho típico, además del dolo o la imprudencia; ello no
basta, por cuanto puede afirmarse lo mismo de quienes intervienen como partícipes,
induciendo al autor o cooperando con él.
En consecuencia, para el referido catedrático sólo son autores aquellos causantes del
hecho imputable a quienes puede atribuirse la pertenencia, exclusiva o compartida, del delito.
El delito pertenecerá como autor a aquél o aquéllos que, reuniendo las condiciones personales
requeridas por el tipo (lo que es relevante en los delitos especiales), aparezcan como
protagonistas del mismo, como sujetos principales de su realización.
Así, la autoría supone que el delito es imputable al sujeto como suyo, supone una
relación de pertenencia, pertenencia que corresponde:
- al ejecutor material individual, al que puede imputarse el delito cuando es el único
causante al que es imputable el tipo (si no hay inductores ni ningún otro causante
del hecho), porque no existe la posibilidad de atribuirle a otro aquella pertenencia;
y cuando concurren otros causantes no ejecutores que desempeñan un papel previo
menos próximo y decisivo (como un inductor), porque dependen de que el primero
ejecute o no un delito que queda en sus manos a título propio.
- al autor mediato que utiliza a un instrumento bajo su total control. La “persona de
atrás” es la única causante del delito a la que puede imputársele como propio,
puesto que el instrumento, a pesar de que se encuentra más próximo a la
consumación, no puede disputarle la pertenencia del mismo.
- a quienes se distribuyen partes esenciales del plan global de ejecución del delito
(coautoría).

Díaz y García Conlledo15 efectúa varios reparos a esta teoría, siendo el principal de
ellos que es formal o formularia, en el sentido de que no explica el criterio material por el que
se determina que un hecho pertenece a un sujeto.

14
Ob. cit., páginas 382 y 383.
15
Ob. cit., páginas 616 y siguientes.

17
En efecto, él repara que en el caso del “ejecutor material individual” esta teoría
sostiene que si no hay inductores ni ningún otro causante del hecho, éste debe imputársele a él
porque “es el único causante al que es imputable el tipo”, “porque no existe posibilidad de
atribuirle a otro aquella pertenencia”. Es decir, la razón de la imputación es un criterio
negativo, en el que importa menos la forma de actuación del sujeto al que se le imputa el
hecho que los caracteres que reúne el otro (u otros) posible interviniente.
Lo mismo -prosigue él- ocurre en el caso de la autoría mediata por utilización de un
instrumento doloso no cualificado, en el que, de acuerdo a esta teoría, el cualificado que se
limita a inducir (a ser causante), sin ejecutar inmediatamente la acción típica ni dominar el
hecho por otro modo, será autor mediato sólo porque el que realiza la acción inmediatamente,
el que la domina fácticamente, carece de la cualificación personal necesaria para ser autor
típico y, por tanto, no puede disputarle la pertenencia del hecho. Díaz y García Conlledo
estima al respecto que lo único que explica este planteamiento es que el sujeto no cualificado
no puede ser autor, lo que es verdad, pero no explica por qué necesariamente ha de ser autor
el sujeto cualificado, preguntándose si acaso ¿no podría ocurrir también que él tampoco lo
sea?, concluyendo que la postura de Mir es dogmáticamente insostenible desde un concepto
auténticamente restrictivo de autoría porque la ley penal, en los tipos de la parte especial
describe el injusto más directo, el del autor, y lo hace de una forma determinada que el
intérprete no puede ignorar, aunque ignorándola consiga una punición más justa, por lo que en
estos casos, en su opinión, es imposible castigar al intraneus y, si se considera que es de
justicia material sancionar su conducta, se debe fundamentar dicha punición dogmáticamente
y en la propia ley. Ahora, si lo que hay es una laguna de punición en la ley lo que corresponde
es proponer la reforma legislativa de modo que, de una u otra forma y sin que sufran con ello
otros principios penales esenciales, se comprendan en el campo de lo punible esas conductas;
no siendo conveniente crear autorías que no responden al concepto restrictivo de autor si es
que éste es el que se considera preferible.
e) Teoría funcionalista de la autoría: El principal exponente de esta teoría es Jakobs.
Esta doctrina vincula a la autoría con la esfera de responsabilidad del sujeto, esto es,
cada uno ha de responder de las consecuencias de su comportamiento y para ello es
determinante el rol que cada persona ocupa. En otras palabras, cada uno responde dentro del
contexto de su acción.
Para Jakobs el elemento que permite distinguir entre autoría y participación es la
competencia. Autor es quien tiene competencia decisiva y de esa competencia plena deriva el

18
dominio. En consecuencia, el dominio del hecho no es relevante por sí solo, aunque sí es una
manifestación de que se tiene la competencia.
Para él, la coautoría o la autoría mediata no son formas heterogéneas que se engloban
en el concepto de autoría, sino que son todos elementos homogéneos en cuanto que todos son
actos de organización que fundamentan la plena competencia. En realidad, la autoría mediata
y la coautoría no son formas de dominio que se asimilan a la forma de dominio de la “autoría
de propia mano”, que constituiría una forma de autoría standard; sino, por el contrario, en
estos casos también se da la característica determinante de la autoría, que es la competencia
decisiva y de la que se deriva el dominio del hecho.
Así, para Jakobs existe el dominio del hecho formal que se presenta cuando en el
hecho sólo interviene una persona; existe el dominio de la decisión, con el que se expresa la
competencia predominante del autor mediato; y el dominio de la configuración, con cuyo
criterio se está refiriendo a la competencia de la organización en común que se presenta en los
supuestos de coautoría.
Dicho de otra forma, el dominio de la decisión sería el control sobre el “sí” de la
realización del hecho y el dominio de la configuración implica tanto el control sobre el “sí”,
como el control sobre el “cómo” se realiza el hecho.

Díaz y García Conlledo16 critica a esta teoría señalando que el criterio del dominio
funcional no es apto para caracterizar la coautoría. Las razones fundamentales son que el
dominio funcional supone sólo un dominio negativo y, con ello, una ampliación del tipo que
no se corresponde con un verdadero concepto restrictivo de autor que conserve todas sus
ventajas.

Síntesis:
Como puede apreciarse, cada una de las doctrinas expuestas que pretenden precisar el
concepto de autor estableciendo, en su caso, criterios que permitan distinguirlo de los
partícipes es objeto de más o menos críticas.
En general, las que son mayormente aceptadas por la doctrina actualmente son las que
sostienen un concepto restrictivo de autor por cuanto es el que mayor respeto ofrece al
principio de legalidad, siendo criticadas precisamente en la medida en que signifiquen una
extensión de dicho concepto.

16
Op. cit., páginas 675 y siguientes.

19
II) TRATAMIENTO LEGAL DE LAS DISTINTAS FORMAS DE AUTORÍA Y DE
PARTICIPACIÓN CRIMINAL EN ESPAÑA Y EN CHILE.

Es preciso advertir aquí que, dado el objeto de este trabajo, sólo nos referiremos
someramente a esta materia, en la medida en que nos permita contextualizar el tema central de
nuestro estudio para lograr una mejor comprensión del mismo.

1) Legislación Española:
El Título II del Libro I del Código Penal español trata “De las personas criminalmente
responsables de los delitos y faltas”.
Dentro de éste, encontramos el artículo 27, que dispone: “Son responsables
criminalmente de los delitos y faltas los autores y los cómplices”.
En seguida, el artículo 28 prescribe: “Son autores quienes realizan el hecho por sí
solos, conjuntamente o por medio de otro del que se sirven como instrumento.
También serán considerados autores:
a) Los que inducen directamente a otro u otros a ejecutarlo.
b) Los que cooperan a su ejecución con un acto sin el cual no se habría efectuado”.
Finalmente, en lo pertinente, el artículo 29 reza: “Son cómplices los que, no
hallándose comprendidos en el artículo anterior, cooperan a la ejecución del hecho con actos
anteriores o simultáneos”.
Como se puede apreciar, estas normas, coincidiendo con las doctrinas del concepto
restrictivo de autor, distinguen los tipos de autoría de los tipos de participación, contemplando
como tipos de autoría la autoría inmediata o directa, la coautoría y la autoría mediata; y como
tipos de participación la inducción, la cooperación necesaria y la complicidad. Esta última se
encuentra prevista como un tipo de participación menos importante, según se dirá.
Si bien el legislador decidió sancionar a ciertos partícipes (aquellos que se consideran
autores) con la misma pena asignada a quienes son autores, los tipos de autoría se diferencian
de los tipos de participación en que sólo el autor realiza un tipo autónomo cuya concurrencia
no depende de la presencia de un hecho principal; en cambio los partícipes están sometidos al
“principio de la accesoriedad de la participación” respecto del hecho del autor. Esto significa
que, a diferencia del autor, que realiza el tipo en sentido estricto y que es punible
autónomamente, el “partícipe” sólo puede ser castigado si existe un hecho antijurídico por
parte del autor, pues la participación es una intervención en un hecho ajeno, el del autor.

20
Procederemos, en seguida, a aproximarnos a cada una de estas formas de autoría y de
participación reconocidas en la legislación española.

A) TIPOS DE AUTORÍA.
a) Autoría inmediata o directa: Corresponde al autor ejecutor, al que realiza por sí mismo
la acción descrita en el tipo penal de que se trate.
El citado artículo 28 del Código Penal español prescribe que el autor inmediato o
directo es quien realiza el hecho por sí solo.
López Barja17, reconociendo que es discutible, señala que esta acepción hace
perfectamente defendible sostener que, de todas las doctrinas referentes al concepto de autor,
el Código Penal español optó por la teoría del dominio del hecho, más aún teniendo en cuenta
que, de acuerdo al artículo 14.1 del anterior Código Penal de 1973, se consideraban autores “a
los que toman parte en la ejecución directa del hecho”, lo que evidentemente no es lo mismo
que “realizar el hecho”, como lo concibe el texto punitivo actual, expresión esta última
utilizada por la teoría del dominio del hecho, como se ha indicado en su oportunidad, para
explicar el contenido del concepto de autor.
Otros autores como Gorriz Royo18, en cambio, sostienen que el artículo 28 del Código
Penal español consagra el concepto restrictivo de autor de la teoría objetivo-formal,
entendiendo que los verbos ejecutar y realizar son simples referentes carentes de contenido
material y que sólo se limitan a indicar “que se lleve a cabo determinada conducta que se
corresponde con el sentido derivado de determinado tipo de acción”.
En todo caso, en lo que la doctrina está de acuerdo es en que el referido artículo 28
descarta los conceptos unitario y extensivo de autor.

b) Coautoría: Este tipo de autoría se encuentra contemplado en el inciso 1° del artículo 28


del Código Penal español.
La doctrina, en general, señala que son coautores los que realizan conjuntamente y de
mutuo acuerdo los actos ejecutivos de los tipos de la parte especial.
Los coautores se reparten la realización del tipo de autoría de modo tal que la
ejecución del delito no resulta de la suma de las colaboraciones hecha por cada interviniente a
título de autor, sino que la conducta que realiza el tipo es la del colectivo que interviene en su

17
LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Jacobo. Autoría y participación. Madrid. Ediciones Akal S. A., 1996, páginas
38 y 39.
18
GORRIZ ROYO, Elena María. El concepto de autor en Derecho Penal. Valencia. Editorial Tirant Lo Blanch,
2008, páginas 205 y siguientes.

21
ejecución. Por ejemplo: A apunta con la pistola a C, cajero de un supermercado, mientras B
toma el dinero de la caja; A sujeta por la fuerza a C, en tanto B la accede carnalmente.
El coautor es verdadero autor porque realiza, con otros, un hecho propio y no ajeno.
Por tanto, entre los coautores no rige el “principio de accesoriedad de la
participación”, sino el “principio de imputación recíproca” de las distintas contribuciones, de
acuerdo al cual todo lo que haga cada uno de los autores es imputable a todos los demás. Se
considera a cada autor como autor de la totalidad.
Los elementos estructurales de la coautoría son:
- La resolución común de ejecutar el delito o mutuo acuerdo, esto es, los coautores
convienen en la ejecución del delito, sabiendo que la intervención de cada uno de ellos
constituye una parte esencial del mismo. La exigencia de este acuerdo mutuo tiene su
razón de ser en el principio de culpabilidad, toda vez que al sujeto no se le puede
responsabilizar (al menos a título de dolo) por lo que no conoce o no quiere, por lo que
es necesario que intervenga en el hecho habiendo consentido en la comisión de éste.
- La realización conjunta del hecho, conforme a un acuerdo de división del trabajo,
existiendo una interdependencia funcional entre cada uno de los sujetos que
intervienen en la realización del tipo penal.

c) Autoría mediata: De conformidad al tantas veces citado artículo 28 del Código Penal
español, es autor mediato quien realiza el hecho por medio de otro del que se sirve como
instrumento.
El autor mediato es un verdadero autor, toda vez que realiza el tipo penal, aunque no
ejecute físicamente la conducta, sino que mediante otra persona -el instrumento-, a la que
utiliza para dichos efectos.
La razón de esta imputación es que, tal como tiene la calidad de autor la persona que
para realizar el delito utiliza un instrumento mecánico o un animal, también tiene dicha
calidad el sujeto que para los mismos fines se sirve de otros hombres que actúan como meros
instrumentos o herramientas.
Así, lo que caracteriza a la autoría mediata es que el papel fundamental, el que permite
imputar el hecho a alguien como autor, no lo tiene el realizador material de la acción descrita
en el respectivo tipo penal, sino que lo tiene el llamado “hombre de atrás”.
En términos simples, podemos decir que ésto ocurre cuando el ejecutor material carece
de libertad o de conocimiento de la situación, lo que puede haber sido provocado por el sujeto
que actúa de atrás, mediante coacción o engaño, o puede ser aprovechado por éste, valiéndose

22
de la falta de libertad o de la ignorancia de la situación por parte del instrumento. Por
ejemplo: A, que es chef de un restaurante, vierte veneno en la taza de café que B, garzón del
mismo restaurante, debe servir al cliente C; desconociendo B que A vertió veneno en dicha
taza de café.
En estos casos, no se puede atribuir responsabilidad a título de autor a quien realiza el
verbo rector, sino a quien, desde atrás, utiliza a este sujeto para tal realización.

B) TIPOS DE PARTICIPACIÓN.
a) Inducción: La inducción se encuentra prevista en el artículo 28 letra a) del Código
Penal español, antes transcrito, que contempla a quien induce directamente a otro u otros a
ejecutar el hecho dentro de quienes son considerados autores y no dentro de quienes son
autores; es decir, para la legislación española la inducción es un tipo de participación.
Atendido que éste el tema central de este trabajo, por ahora sólo adelantaremos que la
inducción es entendida como la causación objetiva y subjetivamente imputable, mediante un
influjo psíquico directo en otro, de la resolución y realización por parte de éste de un tipo de
autoría.
Sobre el concepto de inductor, la doctrina destaca que el inductor hace que otra
persona adopte la resolución de voluntad de llevar a cabo una acción típica y antijurídica,
mediante una influencia psíquica concreta y directa, es decir, hace nacer en otro la decisión de
cometer un delito determinado.
Así, la inducción se diferencia de la autoría mediata en que en la inducción el sujeto
que ejecuta la acción típica -“el inducido”-, si bien comete el hecho habiendo sido influido
psíquicamente por el inductor, tiene libertad para decidir su comisión o su no comisión, lo que
elimina la posibilidad de otro autor detrás de él; en cambio, en la autoría mediata el ejecutor
carece de libertad para decidir su intervención en el hecho ilícito ya que, como hemos visto,
actúa coaccionado o en desconocimiento de la situación, por lo que sólo tiene un rol de
instrumento o de herramienta utilizada por la persona de atrás, que se vale de él para la
comisión del delito, por lo que es a esta última a quien le cabe responsabilidad a título de
autor.

b) Cooperación necesaria: Esta forma de participación se encuentra contemplada en la


letra b) del antes referido artículo 28, que la asimila a los tipos de autoría, aunque no lo sea.
Se dice que la relevancia de la aportación del cooperador necesario al hecho no es tan
alta como la del coautor, pero es más significativa que la del cómplice.

23
El cooperador necesario se diferencia del coautor porque no participa directamente en
la ejecución del delito, sino que participa en el hecho de otro, facilitándolo.
Además, se sostiene que la cooperación necesaria, por regla general, tiene lugar en la
fase preparatoria del delito, esto es, antes de la fase ejecutiva y si, excepcionalmente, llega a
tener lugar en forma simultánea a la ejecución del hecho, no debe consistir en una parte
esencial del plan global de realización de éste, pues si así fuera se trataría, en realidad, de una
verdadera conducta de autoría19.
Para determinar cuándo una conducta constituye una cooperación necesaria en los
términos exigidos por el legislador, esto es, cuándo puede afirmarse que el delito no se habría
ejecutado sin el acto de cooperación de que se trate, autores como Gimbernat20 atienden a si la
aportación constituye un bien escaso o no, una cosa o una actividad difíciles de conseguir para
el autor en su situación concreta; concluyendo que, de ser así, la colaboración será
constitutiva de cooperación necesaria. De lo contrario, nos encontraremos ante una conducta
de complicidad.

c) Complicidad: Como se ha indicado, esta forma de participación se encuentra


contemplada en el antes transcrito artículo 29 del Código Penal español.
A diferencia de la inducción y de la cooperación necesaria, la complicidad no es
asimilada o equiparada por el legislador a los tipos de autoría, de manera que su sanción no es
la misma que la de éstos, sino que, de conformidad al artículo 63 del texto punitivo, a los
cómplices se les impone la pena inferior en grado a la fijada por la ley para los autores del
delito de que se trate.
La complicidad, como se lee de la norma que la define, es cooperación a la ejecución
del hecho, la que, a diferencia de la cooperación necesaria que, por regla general, como hemos
dicho, es anterior a la comisión del delito, puede suministrarse con actos anteriores o
simultáneos a ésta.
Para explicar la diferencia entre la cooperación necesaria y la complicidad, los autores
señalan que el cooperador necesario colabora al sí del hecho, haciéndolo posible, y el
cómplice colabora al cómo del hecho.

19
En este sentido, MIR PUIG, Ob. cit., página 422. En sentido semejante, LÓPEZ BARJA, Ob. cit., páginas 80
y 81.
20
Ob. cit., páginas 177 y 178. En este mismo sentido, LÓPEZ BARJA, Ob. cit., página 81.

24
En palabras de López Barja21, cuando el aporte no es esencial ni difícil de remplazar se
está en presencia de un cómplice, tanto realice su aporte antes de la fase ejecutiva como si lo
realiza durante la misma.

2) Legislación Chilena:
El Título II del Libro I del Código Penal chileno se denomina “De las personas
responsables de los delitos”.
Dentro de éste, el artículo 14 establece: “Son responsables criminalmente de los
delitos:
1. Los autores.
2. Los cómplices.
3. Los encubridores”.
En seguida, el artículo 15 prescribe: “Se consideran autores:
1. Los que toman parte en la ejecución del hecho, sea de una manera inmediata o
directa, sea impidiendo o procurando impedir que se evite.
2. Los que fuerzan o inducen directamente a otro a ejecutarlo.
3. Los que, concertados para su ejecución, facilitan los medios con que se lleva a efecto
el hecho o lo presencian sin tomar parte inmediata en él”.
Luego, el artículo 16 dispone: “Son cómplices los que, no hallándose comprendidos
en el artículo anterior, cooperan a la ejecución del hecho por actos anteriores o
simultáneos”.
Finalmente, el artículo 17 reza: “Son encubridores los que con conocimiento de la
perpetración de un crimen o de un simple delito o de los actos ejecutados para llevarlo a
cabo, sin haber tenido participación en él como autores ni cómplices, intervienen, con
posterioridad a su ejecución, de alguno de los modos siguientes:
1. Aprovechándose por sí mismos o facilitando a los delincuentes medios para que se
aprovechen de los efectos del crimen o simple delito.
2. Ocultando o inutilizando el cuerpo, los efectos o instrumentos del crimen o simple
delito para impedir su descubrimiento.
3. Albergando, ocultando o proporcionando la fuga del culpable.
4. Acogiendo, receptando o protegiendo habitualmente a los malhechores, sabiendo que
lo son, aun sin conocimiento de los crímenes o simples delitos determinados que hayan

21
Ob. cit., página 81.

25
cometido, o facilitándoles los medios de reunirse u ocultar sus armas o efectos, o
suministrándoles auxilios o noticias para que se guarden, precavan o salven.
Están exentos de las penas impuestas a los encubridores los que lo sean de su cónyuge
o de sus parientes legítimos por consanguinidad o afinidad en toda la línea recta y en la
colateral hasta el segundo grado inclusive, de sus padres o hijos naturales o ilegítimos
reconocidos, con sólo la excepción de los que se hallaren comprendidos en el número 1 de
este artículo”.
Como se aprecia, de acuerdo al artículo 14 del Código Penal chileno, vigente desde
1875, al que en gran medida sirvió de modelo el Código Penal español de 1850, son
responsables criminalmente de los delitos no sólo los autores y los cómplices, sino también
los encubridores, quienes se diferencian de los primeros y de los segundos en cuanto sólo
intervienen con posterioridad a la comisión del delito. En cambio, el actual Código Penal
español, de 1995, no considera a los encubridores dentro de los sujetos responsables
criminalmente de los delitos y faltas, sino que prevé al encubrimiento como un tipo penal de
la parte especial, contemplándolo dentro de los Delitos contra la Administración de Justicia,
regulándolo, específicamente, entre los artículos 451 y 454.
Por su parte, el artículo 15 del Código Penal chileno no define ni señala quiénes son
autores, sino que sólo indica quiénes “se consideran autores”, sin distinguir entre éstos, al
menos expresamente, tipos de autoría y tipos de participación; razón por lo que la doctrina
discute si todos los casos que regula esta norma son genuina autoría o si, por el contrario,
regula también (y en qué medida) casos de participación equiparados sólo penológicamente a
la autoría por razones de política criminal.
En tanto, el citado artículo 16 contempla a los cómplices claramente como una forma
de participación en un hecho ajeno, describiéndola de una manera subsidiaria a las conductas
de autoría, ya que sólo puede tener la calidad de cómplice quien no es autor.

A continuación nos referiremos brevemente a cada una de las formas de autoría y de


participación consagradas en el Código Penal chileno.

a) Autoría ejecutiva: En general, se entiende que el artículo 15 N° 1 del Código Penal


contempla la autoría ejecutiva, en cuanto se refiere a “los que toman parte en la ejecución del
hecho”.

26
De esta forma, la norma concebiría como autor ejecutor a quien realiza por sí mismo
todos y cada uno o parte de los presupuestos del tipo penal, siéndole objetiva y
subjetivamente imputable el hecho punible.
En opinión de Garrido Montt22, este precepto, sin excluir la posibilidad de
intervención de varios sujetos, hace referencia especialmente a la autoría individual, tanto
directa como indirecta.
Para él, la primera forma de tomar parte en la ejecución del hecho contemplada en el
N° 1 del artículo 15, esto es, “de una manera inmediata y directa”, corresponde a la autoría
individual directa consistente en que el sujeto provoca -pone en movimiento- un proceso
causal tendiente a concretar su finalidad, o dirige uno ya en desarrollo hacia ese objetivo. La
expresión “directa” exigiría que el proceso causal haya sido provocado o dirigido por el sujeto
en el sentido del injusto típico, para alcanzar el objetivo delictivo. Por ejemplo, quien
persigue provocar un incendio deberá encender una fogata que, a su vez, hará arder el
inmueble; iniciando así un proceso. Pero también puede aprovechar la fogata encendida por
unos niños que jugaban, y desviar el fuego hacia el inmueble cuyo siniestro pretende. Por su
parte, la expresión “inmediata” implicaría no interposición, entre el autor y su hecho, de una
persona con conciencia de la naturaleza injusta de ese hecho, pues de lo contrario la situación
estaría regida por el N° 2 del mismo artículo 15, al que ya nos referiremos.
En tanto, según el mencionado autor, la segunda parte del N° 1 del artículo 15, que
alude a los que toman parte en la ejecución del hecho “impidiendo o procurando impedir que
se evite”, se ocupa de la autoría individual indirecta, en la que el sujeto para lograr la
concreción de su designio delictivo recurre a un proceso causal que él no ha provocado ni ha
dirigido en un sentido determinado, sino que simplemente el proceso se le ha presentado
como propicio y su actividad consiste en evitar que terceros lo interfieran impidiendo que se
concrete la lesión del bien jurídico protegido. Por ejemplo, Juan ve que el enemigo mortal de
Pedro penetra a la casa de éste con el fin de ultimarlo; escucha los gritos de Pedro, que hacen
al policía cercano acudir en su defensa, pero como Juan desea la muerte de Pedro, impide que
el policía se acerque y lo desvía a otra dirección. Al impedir Juan que se evite el homicidio de
Pedro, hace suya la acción del homicida y pasa a ser "autor" (no coautor) de dicha muerte, en
la misma forma como lo es el homicida.

22
GARRIDO MONTT, Mario. Derecho Penal, Parte General, Tomo II. 3ª edición actualizada. Santiago, Chile.
Editorial Jurídica de Chile, 2003, páginas 303 y siguientes.

27
En todo caso, debemos consignar que, contrariamente a lo sostenido por Garrido
Montt, parte importante de la doctrina23 en Chile entiende que la noción de autoría individual
se desprende de cada tipo penal de la Parte Especial, los que, al describir el comportamiento
constitutivo del delito, de manera implícita dispondrían que quien realiza dicho
comportamiento tiene la calidad de autor.
Así, estiman que el artículo 15 del Código Penal no tiene por objeto determinar
quiénes son autores, sino extender los alcances de dicha calidad a quienes, en realidad, no la
tienen, lo que explica que su enunciado indique “se consideran autores”, ya que las conductas
allí enumeradas no son de autoría propiamente tal, sino sólo asimiladas a la autoría para
efectos punitivos.
En ese contexto, sostienen que el artículo 15 N° 1 del texto punitivo se refiere a la
coautoría, en la que diversos intervinientes efectúan aportaciones a la realización de la
conducta descrita en el respectivo tipo, contemplando dos formas de ésta:
- Tomar parte en la ejecución del hecho “de una manera inmediata y directa”,
consistente en la realización de la conducta descrita en el tipo penal, lo que no dista en su
esencia de lo concebido por quienes sostienen que esta parte del numerando en cuestión se
refiere a la autoría ejecutiva individual inmediata o directa, con la salvedad de que esta
conducta sería realizada conjuntamente por dos o más sujetos.
- Tomar parte en la ejecución del hecho “impidiendo o procurando impedir que se
evite”, hipótesis que sería comprensiva de conductas que sin realizar el núcleo de la acción
típica, en todo caso se encuentran incorporadas al tipo respectivo, por lo que cumplen con la
exigencia de que el sujeto tome parte en su ejecución. Por ejemplo, el que ejerce la violencia
en la violación para que otro acceda carnalmente a la víctima; o el que intimida a la víctima
para que otro se apropie de sus pertenencias.

b) Coautoría: No hay duda en la doctrina chilena en cuanto a la cabida de esta forma de


autoría en nuestro ordenamiento jurídico, considerando que la misma consiste en la ejecución
del hecho delictivo en conjunto por varias personas, existiendo entre ellas un acuerdo previo
para tales efectos y un aporte funcional de cada una al hecho en común.

23
YÁÑEZ PÉREZ, Sergio. Problemas básicos de la autoría y de la participación en el Código Penal Chileno. En:
Revista de Ciencias Penales. Santiago, Chile. Tomo XXXIV, N° 1, 1975, páginas 56 y siguientes. CURY
URZÚA, Enrique con la colaboración de MATUS ACUÑA, Jean Pierre. En: Texto y Comentario del Código
Penal Chileno. Tomo I. Santiago, Chile. Editorial Jurídica de Chile, 2002, páginas 237 y siguientes. POLITOFF
LIFSCHITZ, Sergio; MATUS ACUÑA, Jean Pierre y RAMÍREZ GUZMÁN, María Cecilia. Lecciones de
Derecho Penal Chileno, Parte General. 2ª edición. Santiago, Chile. Editorial Jurídica de Chile, 2011, página 400.

28
Respecto de lo que sí existe bastante discrepancia es en lo relativo a cuáles son las
normas del Código Penal que la contemplan.
Como se indicó precedentemente, al tratar la autoría ejecutiva, buena parte de la
doctrina, partiendo de la base de que la autoría individual se encuentra subsumida en cada tipo
penal, estima que la coautoría se encuentra regulada en el artículo 15 N° 1 del texto punitivo,
en las dos modalidades allí expuestas.
Así lo sostienen Politoff, Matus, Ramírez24; quienes precisan que tomar parte en la
ejecución del hecho no significa realizar parte de un tipo penal, sino contribuir a la ejecución
de un hecho de una manera tal que ni el coautor ni los restantes intervinientes puedan ejecutar
por sí solos el delito, colaboración que, según ellos, el Código Penal limita no a una
correspondencia con las formas típicas, sino a las dos formas de coautoría que contempla el
N° 1 del citado artículo 15.
Por su parte, Cury25, al analizar el N° 1 del artículo 15 del Código Penal, indica que
éste trata de la coautoría, distinguiendo dos formas de ésta, que son las ya señaladas. En todo
caso, más adelante, al referirse al N° 3 del mismo artículo 15, considera que si bien de
acuerdo a éste se castiga como autores ciertos casos que en realidad corresponden a
complicidad, también contempla ciertos casos de coautoría, cuales son aquellos en que existe
concierto previo y dominio del hecho, en el sentido de poder disponer de consumación de
éste, en los que la facilitación para llevarlo a cabo constituye una forma de autoría y no de
complicidad. En relación a los casos de complicidad que según él prevé este numerando nos
referiremos al tratar dicha forma de participación criminal.
En tanto, Yáñez26 también sostiene que, para penar a quien realiza totalmente y por sí
mismo el tipo penal, no se requiere recurrir al artículo 15 N° 1 del Código Penal, ya que para
ello son suficientes las disposiciones de la Parte Especial que describen los tipos delictivos;
por lo que entiende que el artículo 15, en general, se refiere a situaciones en que interviene en
el hecho delictivo más de una persona, lo que resulta claro en el N° 1 con la expresión “tomar
parte”, la que supone una contribución a la realización de un todo, interviniendo, entonces,
diversas personas en esta realización. En consecuencia, para él este N° 1 regula casos de
coautoría. Sin embargo, al referirse al N° 3 del mismo artículo 15, él afirma que esta norma
también regula casos de coautoría, toda vez que en este número lo esencial es el concierto
previo, que une las diversas acciones parciales de un todo. De esta forma, a diferencia de

24
Ob. cit., páginas 416 y siguientes.
25
Ob. cit., páginas 237 y siguientes.
26
Ob. cit., páginas 56 y siguientes.

29
Politoff, Matus, Ramírez y de Cury, Yáñez niega que los casos del N° 3 del artículo 15 en
cuestión sean casos de complicidad, estimando que son casos de coautores que ejecutan
conjuntamente un hecho, teniendo cada uno de ellos diferentes funciones, de modo tal que
cada aporte completa los aportes de los demás, configurando un hecho unitario. En cuanto a
las modalidades de coautoría contempladas en este numerando, Yáñez indica que la primera
de ellas, esto es, facilitar los medios con que se lleva a efecto el delito, no sólo incluye la
entrega de los instrumentos materiales, sino también la manera o modo de comisión y, en
general, los medios intelectuales; por ejemplo, el caso del jefe de la banda que maneja los
hilos del hecho de manera meramente intelectual. Respecto de la segunda forma de coautoría
inserta en esto numerando, esto es, presenciar el hecho sin tomar parte inmediata en él, Yáñez
apunta que la Comisión Redactora del Código Penal, en esta línea, estimaba que se aumenta
la fuerza y poder de los ejecutores con la sola concurrencia, aunque no se tome parte directa
en la acción.
Sobre la base de lo desarrollado por Yáñez, Hernández27 concluye que la coautoría se
encuentra recogida tanto en el N° 1 como en el N° 3 del artículo 15 del Código Penal. En
relación al N° 1, señala que habrá coautoría cuando el aporte del coautor al hecho común
consista en la realización de conductas ejecutivas, típicas o no típicas. Casos de conductas
ejecutivas típicas serían, por ejemplo, cuando entre varios golpean o hieren a la víctima o en
que unos acceden carnalmente a la víctima mientras otros la sujetan. Casos de conductas
ejecutivas no típicas serían, por su parte, cuando unos sostienen a la víctima para que otro la
mate o uno ayuda a otro a que ingrese mediante escalamiento al lugar del robo con fuerza o
cuando uno ahuyenta al perro de la víctima para que no pueda socorrerla mientras otro la
mata. Respecto de los casos de coautoría contemplados en el N° 3, Hernández indica que
éstos suponen la existencia de concierto previo y un tipo de aporte (facilitación de medios o
presenciarlo) no constitutivo de conducta ejecutiva, debiendo tener este aporte el carácter de
esencial, esto es, facilitación de medios indispensables o presencia considerada indispensable
por el resto, aunque la jurisprudencia no siempre lo ha exigido así.
Finalmente, hemos de consignar que Garrido Montt28, admitiendo, como se ha dicho,
que el N° 1 del tantas veces citado artículo 15 puede contemplar casos de autoría, afirma que
ésta, como tal, se encuentra tratada en el N° 3 de dicho precepto, señalando que la esencia de
la misma radica en que cada uno de los que intervienen en el delito debe estar previamente

27
HERNÁNDEZ BASUALTO, Héctor. En: Código Penal Comentado. Santiago, Chile. Editorial Legal
Publishing Chile, 2011, páginas 402 y siguientes.
28
Ob. cit., páginas 312 y siguientes.

30
concertado y participar fácticamente en el hecho común a todos, cualquiera sea la actividad
material que desarrolla para concretarlo. Esto, en su concepto, diferencia la coautoría de la
simple autoría -en ésta el autor realiza un hecho propio-, como también la diferencia de la
complicidad, donde el sujeto se limita a colaborar en el hecho ajeno.

c) Autoría mediata: En general, hay consenso en la doctrina en cuanto a reconocer la


existencia de la autoría mediata en la legislación chilena, aunque existe divergencia en cuánto
a cuáles son las normas de las que ésta se desprende.
Al igual que en la doctrina española y alemana, en la doctrina chilena se entiende que
autor mediato es aquel que, utilizando como instrumento a otra persona, realiza el hecho
delictivo, por lo cual, aunque no realice acción ejecutiva alguna, es a él a quien se le atribuye
penalmente la responsabilidad, por razones valorativas, normativas y no descriptivas.
Así, el autor mediato es verdadero autor y, por consiguiente, su punibilidad es
principal y no accesoria a la de quien actúa como instrumento suyo ejecutando materialmente
el acto típico.
Autores como Politoff, Matus, Ramírez29 sostienen que la posibilidad de cometer un
hecho ilícito por una persona mediante la intervención de otro se debe desprender siempre
desde el respectivo tipo legal, de manera que, al igual que la autoría inmediata, los límites
dentro de los cuales resulta admisible la autoría mediata es una cuestión que debe resolverse
de acuerdo a la Parte Especial, por exigirlo así el Principio de Legalidad.
En un sentido similar, Jaime Ríos30 considera que la autoría mediata, como institución,
no se encuentra expresada legalmente en el ordenamiento jurídico penal chileno, con la
salvedad del artículo 15 N° 2 del Código Penal, en cuanto éste dispone que se consideran
autores a los que fuerzan directamente a otro a ejecutar el hecho, norma que sólo contemplaría
los casos de autoría mediata por coacción, esto es, los casos en que se ejerce sobre el ejecutor
material una violencia física que no alcanza nivel de irresistible o se le amenaza, o sea, se
trata aquí de violencia moral o vis compulsiva. Sin embargo, estima que esta falta de
expresividad legal para los casos no comprendidos en el señalado N° 2 del artículo 15 no
significa que se pueda reclamar a su respecto una laguna de punibilidad, por cuanto la sanción
del autor mediato se puede concretar en todo evento, toda vez que su existencia se determina
por el sentido natural y obvio del término, conforme al uso general del mismo (“persona que

29
Ob. cit., páginas 403 y 404.
30
RÍOS ARENALDI, Jaime. De la autoría mediata en general y de si en Chile su inexpresividad legal constituye
una laguna de punibilidad”. En: Política Criminal. Santiago, Chile. N° 2, A4, 2006, páginas 20 y siguientes.

31
causa algo” y “que en tiempo, lugar o grado está próximo a una cosa mediando otra entre
las dos”), y en relación o función del tipo penal correspondiente, ya que éste pone de
manifiesto que para efectuar la descripción típica no es indispensable una ejecución directa,
pudiéndose satisfacer su cometido con una actuación mediata.
Asimismo, Yánez31 y Cury32, con distintos matices, sostienen que el artículo 15 N° 2
del Código Penal, al referirse a los que fuerzan directamente a otro a ejecutar el hecho,
contempla diversos casos de autoría mediata.
Por su parte, Garrido33 considera que el autor mediato se encuentra comprendido
dentro del artículo 15 N° 1 del Código Penal, porque éste toma parte directa e inmediata en la
ejecución del hecho, empleando al efecto a otro sujeto como un verdadero instrumento
humano, de igual modo que si empleara un artefacto o un animal, aunque, en palabras de él
mismo, el símil sea antipático.

d) Inducción: La mayor parte de la doctrina chilena34 estima que el artículo 15 N° 2 del


Código Penal, en tanto dispone que se consideran autores los que inducen directamente a otro
a ejecutar el hecho, sanciona la inducción, entendiendo que ésta consiste en formar en otro, de
manera directa, la resolución de cometer un delito.
Asimismo, se está de acuerdo en que la inducción no es una forma de autoría, sino de
participación, toda vez que el inductor interviene en un hecho ajeno, por lo que está sujeto al
principio de accesoriedad de la participación. No obstante ello, se entiende que por razones de
política criminal el legislador en esta norma ha equiparado penológicamente la inducción a la
autoría. De ahí, como subraya Yáñez35, la importancia del enunciado del artículo 15, que no
prescribe “son autores”, sino “se consideran autores”.
La inducción se distingue de la autoría mediata en que la primera de éstas recae sobre
un sujeto (el instigado) que goza de plena libertad para determinar cometer o no el delito al
que el inductor lo instiga; en tanto, en la segunda, esto es, en la autoría mediata, el ejecutor no
dispone de esa libertad, por lo que sólo cumple el rol de instrumento utilizado por el sujeto de
atrás.

31
Ob. cit., página 62.
32
Ob. cit., páginas 239 y siguientes.
33
Ob. cit., página 308.
34
POLITOFF, MATUS, RAMÍREZ, ob. cit., páginas 427 y siguientes; CURY, ob. cit., páginas 243 y siguientes;
YÁÑEZ, ob. cit., página 62; HERNÁNDEZ, ob. cit., páginas 408 y siguientes.
35
Ob. cit., página 62.

32
Aún cuando coincide con el concepto y los alcances de la inducción expuestos,
Garrido Montt36, a diferencia de la doctrina referida, estima que esta forma de participación
reviste dos modalidades, ambas consagradas en el N° 2 del artículo 15 del Código Penal, esto
es, recurriendo a medios intelectuales (a los que alude el término “inducen”) o empleando la
fuerza (lo que se deduce de la expresión “fuerzan”); tratándose esta última, específicamente
de vis compulsiva, que puede ser fuerza física (sobre el cuerpo) o moral (sobre la mente). De
este modo, en su parecer, someter a tortura a un sujeto con el objetivo de obligarlo a realizar
una acción determinada -como inculpar de un delito a un inocente-, es fuerza física; y
amenazarlo con maltratar a su hija para obligarlo a realizar esa misma acción, es fuerza moral,
constituyendo ambos casos inducción.

e) Complicidad: El antes transcrito artículo 16 del Código Penal chileno proporciona una
noción de cómplice, norma cuya aplicación se contempla como subsidiaria en relación a las
formas de intervención en un delito previstas en el precedente artículo 15.
Se entiende que la complicidad es la colaboración dolosa que un sujeto presta a otro,
por actos anteriores o simultáneos, para que éste cometa un delito.
En consecuencia, no hay duda de que la complicidad constituye un tipo de
participación criminal y no de autoría, por cuanto consiste en la intervención en un hecho
ajeno (el del autor), razón por la cual está regida por el principio de accesoriedad.
Se acepta que para que exista complicidad no es necesario que la colaboración sea
esencial, es decir, que constituya el medio preciso por el que se ejecute el hecho, sino que
basta un auxilio que lo facilite o lo haga más expedito.
En cuanto a cuáles normas del Código Penal contemplan la complicidad, hay autores
que sostienen que, además del referido artículo 16, las conductas señaladas en el artículo 15
N° 3 del Código Penal corresponden a modalidades de ésta.
Como se ha indicado al tratar la coautoría, Cury37 se pronuncia en este sentido,
siempre y cuando quien incurra en dichas conductas carezca del dominio del hecho propio de
la autoría.
Por su parte, Politoff, Matus, Ramírez38 consideran que los casos del artículo 15 N° 3
del Código Penal son verdaderos casos de complicidad a los que el legislador, sólo por
razones de política criminal les asigna la misma pena que a los autores del delito.

36
Ob. cit., páginas 309 y siguientes.
37
Ob. cit., páginas 245 y siguientes.
38
Ob. cit., páginas 430 y siguientes.

33
Ellos observan que, dada la amplia extensión de los casos regulados en este
numerando, la regulación del artículo 16 queda prácticamente vacía de contenido, destacando
por su carácter ilustrativo, entre los escasos casos en que esta disposición se ha aplicado: el de
la mujer que indica a su amante el camino que toma su marido diariamente, dato que aquél
utiliza para planificar y, en definitiva, matar al infortunado cónyuge, caso en el que existiendo
concierto previo, la mujer de que se trata facilita un medio para la ejecución del homicidio,
pero no el medio con el que éste se comete; y el caso de quien, en el transcurso de una disputa
espontánea, entrega a uno de los combatientes el cuchillo con que éste ultima a su contendor,
es decir, el cómplice facilitó el medio con que se cometió el homicidio, pero sin que haya
mediado concierto previo.
Tanto Cury, como Politoff, Matus, Ramírez coinciden en que en los casos previstos en
el N° 3 del artículo 15, de faltar concierto previo, el sujeto responde en calidad de cómplice
de acuerdo al artículo 16, es decir, se le sancionará con la pena inferior en un grado a la del
autor del delito consumado, frustrado o en grado de tentativa, respectivamente (ello, de
conformidad a los artículos 51, 52 y 53 del Código Penal).

f) Encubrimiento: El artículo 17 del Código Penal chileno define quienes son


encubridores y señala las modalidades del encubrimiento, las cuales son conocidas por la
doctrina bajo los nombres de aprovechamiento (artículo 17 N° 1), favorecimiento real
(artículo 17 N° 2), favorecimiento personal ocasional (artículo 17 N° 3) y favorecimiento
personal habitual (artículo 17 N° 4).
Si bien el Código Penal califica el encubrimiento como una forma de participación en
el hecho ajeno, dogmáticamente existe un relativo consenso en cuanto a que, en realidad, con
el encubrimiento se afectan bienes jurídicos distintos de los que lesiona el delito encubierto,
especialmente en los casos de los números 2; 3 y 4 del citado artículo 17; toda vez que, en
realidad, el encubrimiento lesionaría una recta y expedita administración de justicia (tal como
lo contempla la actual legislación española, como se ha referido).
Parcialmente, el legislador reconoce este hecho al sancionar la modalidad de
encubrimiento del N° 4 del artículo 17 con una pena independiente de los hechos encubiertos
(de acuerdo al inciso final del artículo 52); a diferencia del resto de las modalidades de
encubrimiento, que se sancionan con la pena correspondiente a la del autor del crimen o
simple delito consumado, frustrado o en grado de tentativa de que se trate, rebajada
respectivamente en dos grados (según los artículos 52; 53 y 54 del Código Penal).

34
Además, en este entendido se han creado delitos especiales que, de no existir, podrían
ser punibles sólo a título de encubrimiento. Dentro de éstos encontramos la receptación
(artículo 456 bis), que sería una modalidad de aprovechamiento, y el delito de obstrucción a
la investigación (artículo 269 bis), que podría corresponder a conductas de favorecimiento
real y personal.
Asimismo, se estima que por técnica legislativa no es correcto contemplar al
encubridor como partícipe del respectivo delito, por cuanto el hecho punible se inicia con la
tentativa y termina con la consumación; de manera que al tener lugar el encubrimiento con
posterioridad a ésta no corresponde concebirlo como una forma de intervención en el hecho.
En todo caso, al encontrarse considerado el encubrimiento, al menos en los supuestos
de los números 1 a 3 del artículo 17 del Código Penal, como una forma de participación en el
hecho ajeno, rige a su respecto el principio de accesoriedad en relación al hecho principal,
dependiendo su punibilidad de la de éste, como se ha indicado.
Finalmente, hacemos presente que el legislador chileno sólo contempla el
encubrimiento respecto de los crímenes y simples delitos, y no respecto de las faltas.

Síntesis:
Las legislaciones española y chilena otorgan distintos tratamientos a la autoría y a las
formas de participación criminal.
Mientras la actual normativa española distingue claramente los tipos de autoría y los
tipos de participación, en la normativa chilena no se hace esta separación, lo que da lugar a un
amplio debate en la doctrina respecto de qué conductas constituyen formas de autoría
propiamente tal y cuáles constituyen formas participación en el hecho ajeno, respecto de en
qué consisten cada una de éstas y respecto de cuáles son las normas en las que se encuentran
consagradas.

35
CAPÍTULO II:

LA INDUCCIÓN

I) CONCEPTO.
Como hemos señalado en el capítulo precedente, al referirnos a las formas de autoría y
de participación criminal, de conformidad a las teorías del concepto restrictivo de autor, que
son las mayoritariamente aceptadas por la doctrina y por la jurisprudencia contemporánea en
países como Alemania, España y Chile; la inducción es un tipo de participación criminal, en
contraposición a los tipos de autoría; distinguiéndose los tipos de participación criminal de los
tipos de autoría, principalmente, porque el autor es quien realiza el respectivo tipo penal, por
lo que la conducta de éste es punible autónomamente; en cambio, el partícipe aporta al hecho
del autor, incentivándolo (en el caso de la inducción) o favoreciéndolo (en el caso de la
complicidad); pero no realiza el tipo principal, sino un tipo cuya punición depende de la de
aquél. En otras palabras, la participación es una intervención en un hecho ajeno, el del autor.
Como lo mencionáramos anteriormente, también; la inducción, en particular, es
concebida como la causación objetiva y subjetivamente imputable, mediante un influjo
psíquico directo en otro, de la resolución y realización por parte de éste de un tipo de autoría.
En efecto, la doctrina y la jurisprudencia destacan que la inducción consiste en causar,
motivar, formar, hacer nacer en otro; mediante influjo psíquico; la resolución criminal.
Así, se dice que para que exista inducción es necesario que el influjo psíquico ejercido
por el inductor sobre el autor material sea la causa de la decisión de éste de ejecutar el hecho y
de la realización por parte de éste del mismo; de manera que dicha influencia debe ser
decisiva, pues, sin ella, el autor no cometería el hecho39.
En cuanto a los medios que se pueden utilizar para lograr la inducción, se acepta que
el influjo psíquico sobre el autor se ejerza de cualquier manera capaz de producir en él la
resolución delictual, tales como un mandato, un consejo, una solicitud, la persuasión, la
promesa de una recompensa, etc; es decir, son ilimitados; aunque hay algunos que pueden
resultar más eficaces, como un precio o recompensa o la autoridad moral.

39
En este sentido: STS 1.064/1985, de 25 de junio; MIR, ob. cit., página 414; CUELLO CONTRERAS, Joaquín
y MAPELLI CAFFARENA, Borja. Curso de Derecho Penal, Parte General. Madrid, España. Editorial Tecnos,
2011, página 152.

36
En relación a la forma, en Chile autores como Cury40; Politoff, Matus, Ramírez41; y
Hernández42 sostienen que no es necesario que la inducción sea expresis verbis, sino que ésta
puede realizarse tanto explícita como implícita o tácitamente, siempre y cuando consista en
actos positivamente dirigidos a formar en el inducido la resolución delictual. En España se
pronuncian en este mismo sentido Cuello y Mapelli43.
Asimismo, se considera que es posible la coinducción, esto es, que varios sujetos
ejerzan sobre otro un influjo psíquico que cause en éste la decisión de cometer el hecho.
También es posible que se induzca a alguien para que éste, a su vez, cometa el delito en
autoría mediata.

Respecto de los requisitos de la inducción, la doctrina y la jurisprudencia señalan los


siguientes44:

1) Debe recaer sobre un sujeto con libertad y con raciocinio suficiente como para decidir
si ejecutará o no el hecho, con plena conciencia de los alcances de su decisión. De lo
contrario, se estaría en presencia de una autoría mediata, tal como se ha explicado en
el Capítulo precedente, al tratar de las formas de autoría y de participación
contempladas en las legislaciones española y chilena.
2) Debe ser directa, pues ha de recaer en una persona determinada, para cometer un
delito también determinado y, en muchos casos, especialmente en los delitos contra las
personas, ha de recaer en un sujeto pasivo asimismo determinado. Este requisito de ser
directa existe tanto en la legislación española, como en la legislación chilena. Así se
lee, respectivamente, en el artículo 28 letra a) y en el artículo 15 N° 2 (“los que
inducen directamente a otro…”) de los Códigos Penales español y chileno. La
exigencia de que sea directa, en cuanto a que debe recaer en una persona determinada
impide aceptar la denominada “inducción en cadena”, esto es, la inducción a la

40
Ob. cit., página 244.
41
Ob. cit., página 428.
42
Ob. cit., página 409.
43
Ob. cit., página 153.
44
SSTS español 1.064/1985, de 25 de junio; 161/1994, de 10 de noviembre. HERNÁNDEZ, ob. cit., páginas 409
y siguientes; CURY, ob. cit., página 244; POLITOFF, MATUS, RAMÍREZ, ob. cit., página 428; GARRIDO,
ob. cit., página 310; MIR, ob. cit., páginas 414 y siguientes. DONNA, Edgardo Alberto. La autoría y la
participación criminal. Granada, España. Editorial Comares, 2008, páginas 126 y siguientes. DEL ROSAL
BLASCO, Bernardo. La inducción y la complicidad como formas de participación criminal punibles en el
Código Penal. En: PROBLEMAS DE AUTORÍA. Consejo General del Poder Judicial. Madrid. Solana e Hijos,
A.G., S.A., 1994, pp. 185 y siguientes.

37
inducción, aunque debe advertirse que la jurisprudencia del Tribunal Supremo español
la ha admitido45. En cambio, según la doctrina, quien induce a otro para que éste, a su
vez, induzca a un tercero debe ser sancionado como cooperador necesario46. Por su
parte, la exigencia de que sea directa en cuanto a un delito determinado implica que no
basta la sola invitación o consejo genérico a delinquir.
3) Debe ser eficaz o suficiente, es decir, causante de la determinación del inducido o
autor material para cometer el delito, de manera que exista una relación de causalidad,
un nexo causal entre la inducción y la decisión y realización criminal. Ésto significa
que no debe recaer sobre un sujeto que con anterioridad a que la inducción tuviera
lugar hubiese ya resuelto cometer el hecho. En consecuencia, no se considera
inducción el mero reforzamiento de la decisión delictiva tomada precedentemente, ni
la inducción no aceptada por el inducido.
4) Es necesario que la inducción sea seguida de la comisión del delito correspondiente o,
al menos, de cualquiera de sus formas imperfectas de ejecución. Desde que el delito se
encuentra en grado de tentativa el inductor es responsable del trecho recorrido del “iter
criminis”. Volveremos sobre ésto al tratar el carácter accesorio de la inducción.

II) ELEMENTO SUBJETIVO EN LA INDUCCIÓN.


Es preciso que el inductor actúe con dolo, el que debe consistir tanto en hacer nacer en
el inducido la resolución criminal, como en que éste efectivamente realice el hecho al que se
le induce. Es por éso que la doctrina y la jurisprudencia hablan de la necesidad de un doble
dolo.

Parte de la doctrina, tanto en España47 como en Chile48, admite como suficiente la


existencia de dolo eventual en el inductor, el que concurriría, por ejemplo, según Mir, si A le
cuenta a B que la cónyuge de éste, C, le es continuamente infiel, sin pretender directamente
que por ello B la agreda, pero sabiendo y aceptando que es altamente probable que ésto
suceda, habida consideración del carácter y del comportamiento habitual de B. Luego,
efectivamente, B le causa lesiones graves a C.
En cambio, otra parte de la doctrina sostiene que no es admisible que en el inductor
concurra sólo dolo eventual, al menos, en lo que respecta a la influencia sobre el autor. En

45
STS 212/2007, de 22 de febrero y STS 393/2007, de 27 de abril.
46
En este sentido, por ejemplo, MIR, ob. cit., página 416.
47
MIR, ob. cit., página 418.
48
CURY, ob. cit., página 233; POLITOFF, MATUS, RAMÍREZ, ob. cit., página 426.

38
este sentido se pronuncian, en España, Cuello y Mapelli49, quienes argumentan que el ataque
al bien jurídico que supone la conducta de inducción puede ser un ataque aún más alejado de
su fundamento de punición si no se tiende a exigir una voluntad directa de influir en el autor,
por lo que, al menos a ese respecto, la inducción se debe limitar a los casos de dolo directo.
En todo caso, ellos aceptan que sí puede ser relevante y suficiente el dolo eventual en lo que
dice relación a consecuencias sólo indirectas de la voluntad directa de influir. Por ejemplo,
algunos casos de desvío entre lo que el inductor se representó que realizaría el autor y lo que
éste realmente hizo.
En términos semejantes, Gómez50 plantea que es propio de la configuración típica de
la inducción la producción en el inducido de la decisión de cometer un determinado delito y
de que éste, además, efectivamente lo realice, ése es precisamente el móvil de la actuación del
inductor; por lo que al respecto se requiere necesariamente de dolo directo; lo que no obsta a
admitir la existencia de dolo eventual en relación al hecho que en definitiva ejecute el autor, el
que se puede desviar respecto de la conducta a la que fue inducido, cometiendo en
consecuencia un tipo penal distinto o produciendo un resultado más grave del querido por el
inductor. Para ilustrar su posición, Gómez proporciona el siguiente ejemplo: A induce a B a
que sustraiga la cartera de C sin que éste se de cuenta. Sin embargo, durante la ejecución, C
advierte la maniobra de B e intenta defenderse, por lo que éste tiene que sacar una navaja e
intimidarle para que le dé la cartera. Así, ella concluye que, en la medida en que la
producción de un tipo más grave (robo con intimidación, en vez de hurto) pueda entenderse
comprendida eventualmente por el dolo del instigador, podrá hacérsele responder como
inductor al robo con dolo eventual.

También es controvertida en la doctrina la punibilidad de una inducción dolosa a la


comisión de un hecho imprudente. Por ejemplo: A induce a B, que apenas sabe conducir, a
que lleve en el coche de A a C por una carretera extremadamente peligrosa a gran velocidad,
confiando A en que el coche pueda tener algún accidente grave para C, lo que efectivamente
sucede.

49
Ob. cit., páginas 153 y 154.
50
GOMEZ RIVERO, María del Carmen. La inducción a cometer el delito. Valencia, España. Editorial Tirant Lo
Blanch, 1995, páginas 377 y siguientes.

39
Mir51 se refiere a esta posibilidad al tratar la participación, señalando que la
participación dolosa a un hecho imprudente no es punible como tal participación dolosa, pero
sí corresponde su castigo como participación en un delito imprudente.
Gómez52, por su parte, sostiene que no es posible aceptar que la inducción destinada a
hacer nacer en el inducido la resolución de realizar un comportamiento imprudente que
finalmente desemboque en la producción de un resultado delictivo sea punible. Ello, porque la
inducción implica el nacimiento de una resolución delictiva en el inducido, esto es, la
realización de un injusto típico, dentro del cual se comprende el resultado, y en aquellos casos
en que el inductor incita al autor a realizar un comportamiento imprudente, lo que le hará
surgir será la resolución de realizar una determinada actividad, pero en ningún caso su
resolución comprenderá la producción de un injusto típico, porque el inducido, al decidir
actuar imprudentemente y al ejecutar la conducta de esa manera, no quiere el resultado, el que
es parte integrante del tipo.
En Chile; Politoff, Matus, Ramírez53 niegan la posibilidad de inducción a hechos
culposos (imprudentes), atendido el concepto mismo de inducción, esto es, “formar en otro,
de manera directa, la resolución de ejecutar una conducta dolosa, típica y antijurídica”.

Asimismo, en España se discute si cabe la inducción imprudente a un hecho también


imprudente. Por ejemplo, el acompañante induce al conductor a conducir a una velocidad
temeraria, lo que produce un accidente.
Mir54 acepta esta posibilidad, aseverando que, en todo caso, es necesario que el
inductor tenga la voluntad de inducir a la conducta imprudente, lo que ocurriría en el ejemplo
señalado que él mismo proporciona y, en cambio, no sucedería en el siguiente: A no advierte
que, al contarle a B las infidelidades de su esposa C, le hace surgir la idea de matar a ésta, lo
que B acaba haciendo. En este caso, según él, no habría inducción por cuanto A no tenía
voluntad de inducir a B a matar a C.
En sentido contrario, Gómez55 afirma que la inducción imprudente a un hecho
imprudente no es admisible, explicando su postura a través del siguiente ejemplo: el
acompañante de un conductor lo induce a conducir imprudentemente, producto de lo cual un
tercero resulta atropellado, concluyendo que, si bien es posible distinguir entre las conductas

51
Ob. cit., páginas 409 y siguientes.
52
Ob. cit., páginas 368 y siguientes.
53
Ob. cit., páginas 427 y 428.
54
Ob. cit., páginas 418 y 419.
55
Ob. cit., páginas 346 y siguientes.

40
de ambos el distinto papel que han tenido en la realización de la actividad imprudente, siendo
el conductor quien ejecuta la conducta imprudente, en tanto su acompañante quien lo induce a
ésta, no es posible trasladar la distinta valoración que en un plano ontológico tienen las
acciones de cada uno a la calificación normativa de participación penal que les corresponde;
por cuanto, el acompañante incitó al conductor sólo a una parte del tipo imprudente, que es la
conducta imprudente (la conducción), pero no al injusto típico, porque su requerimiento no
abarcó la otra parte de éste, cual es la producción del resultado.
Por su parte, López Barja56, en España, refiriéndose a la participación en general,
señala que ésta no cabe en los delitos imprudentes.
En Chile, Cury57 y Politoff, Matus, Ramírez58 sostienen que, al exigir el artículo 15 N°
2 del Código Penal que la inducción sea directa, excluye la instigación culposa (imprudente).

III) FUNDAMENTO DE LA PUNICIÓN DE LA INDUCCIÓN.


En general, las teorías que pretenden explicar las razones por las cuales se sanciona la
inducción y, en especial, el fundamento por el cual el legislador la equipara punitivamente a la
autoría; parten de la base, dentro de las teorías relativas al fundamento del castigo de la
participación, de las denominadas teorías de la causación, que, en términos sencillos, fundan
la punibilidad de ésta en que la participación causa o favorece la lesión no justificada de un
bien jurídico por parte del autor, por cuanto el partícipe colabora a que el autor infrinja la
norma del tipo (de la parte especial); en contraposición a las anteriores doctrinas de la
corrupción o de la culpabilidad, de acuerdo a las cuales el partícipe es castigado por convertir
a otra persona -el autor- en delincuente o contribuir a hacerlo.

Dentro de estas teorías relativas a la inducción encontramos las siguientes:


1) El inductor como primer eslabón causal del hecho que ejecuta el autor:
Uno de los principales exponentes de esta teoría es Roxin.
Esta teoría parte de la base de que es el inductor quien, mediante su incitación, actúa
desencadenando por primera vez el hecho que ejecuta el autor, constituyendo, en
consecuencia, el primer factor determinante de la comisión del hecho. De este modo, la
gravedad y repercusión que tiene la actuación del inductor compensa su falta de dominio y
proximidad al hecho principal, justificándose así su igual tratamiento punitivo con el autor.

56
LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Jacobo. La Participación y los delitos especiales. En: PROBLEMAS DE
AUTORÍA. Consejo General del Poder Judicial. Madrid. Solana e Hijos, A.G., S.A., 1994, página 147.
57
Ob. cit., página 244.
58
Ob. cit., página 428.

41
2) La especial peligrosidad de la resolución nacida a consecuencia de la actividad del
inductor:
Esta teoría es sostenida por Letzgus.
Él destaca que la puesta en común de un propósito criminal otorga mayor peligrosidad
a la intención delictiva adoptada que a la que toma el autor individual, lo que, por cierto,
ocurre en la inducción, en la que el nacimiento en el autor de la resolución de delinquir es
obra de la influencia sugestiva que sobre él ejerce el inductor.
Como consecuencia de esta mayor peligrosidad, razona Letzgus, la dificultad para que
el autor desista autónomamente de su resolución delictiva, como asimismo, la posibilidad de
que el propio inductor o un tercero lo convenzan de desistirse son más elevadas, en
comparación a lo que ocurriría si el autor hubiese adoptado su decisión por sí solo; porque es
más fácil motivar al autor que hacerle desistir.
Así, según Letzgus, el hecho de que la resolución adoptada por el inducido sea
consecuencia de la influencia ejercida sobre él por el inductor fundamenta la especial
peligrosidad de la acción instigadora para la lesión del bien jurídico y, pese a la falta de
dominio del hecho y a la escasa proximidad con la realización de éste por parte del inductor,
justifica que él tenga la misma penalidad que el autor.

3) La inducción como subordinación del inducido a lo acordado con el inductor:


En Alemania, Puppe considera que para que se justifique la equiparación punitiva del
inductor al autor no basta con que el inductor proporcione al autor los motivos de su
resolución criminal, sino que es necesario, además, que la voluntad del inducido se subordine
libremente a la del inductor mediante su compromiso de cumplir lo que él denomina el “pacto
del injusto”, relativo al plan global del hecho.
Esta tesis ha sido criticada por cuanto, si bien los casos prototipo de la inducción son
aquéllos en los que el autor actúa motivado por el cumplimiento de lo acordado con el autor,
es perfectamente posible que no sea el pacto de injusto el motivo de la actuación del autor e,
incluso, puede ocurrir que éste ni siquiera llegue a existir; de manera que esta tesis no guarda
correspondencia con la realidad.
Además, se critica esta teoría de Puppe porque, de acuerdo a ésta, en definitiva, la
responsabilidad del inductor, más que emanar de su propio comportamiento, dependería de
que el autor ejecute el hecho motivado por el cumplimiento de un pacto de injusto con él y no
por motivos personales, es decir, la responsabilidad del inductor dependería de las
motivaciones subjetivas del autor; lo que no es aceptable.

42
Por su parte, Roxin repara a esta tesis que sea la subordinación del autor al inductor lo
que justifique la equiparación punitiva de la inducción a la autoría, en circunstancias en que la
forma más intensiva y peligrosa de la inducción es la inversa, esto es, aquélla en que el
inductor no controla el curso causal puesto en marcha por él, ya que no puede hacer desistir al
autor cuando así lo quiera.
De un modo cercano a Puppe, Jakobs afirma que no cualquier influencia psíquica
basta para que exista inducción, sino que se requiere que sea precisamente ésta la razón por la
que el hecho se produzca. En otras palabras, no es suficiente la simple comprobación de la
existencia de un influjo psíquico por parte del inductor sobre el autor, sino que es necesario
que éste adopte su resolución en dependencia de la voluntad del inductor, de tal suerte que la
realización del hecho por aquél se conecte con que el inductor lo tenga por oportuno
convirtiéndose así en la causa de su actuar.
Roxin objeta a este planteamiento que conduciría a una concepción demasiado
restrictiva de la inducción ya que, por ejemplo, forzaría a considerar como inducción
intentada los casos en que el inductor le comunica al autor que ha perdido su interés en la
ejecución y, no obstante, el autor ejecuta el hecho.

4) La inducción como dominio del plan delictivo:


En Alemania, Ingelfinger desarrolla esta teoría, de acuerdo a la cual la razón que
justifica que el inductor sea sancionado con la misma pena del autor es que el inductor somete
al autor a un determinado plan y, en definitiva, adopta un papel directivo en la determinación
del hecho que éste ejecuta.
En todo caso, Ingelfinger admite que existan situaciones que excepcionalmente se
pueden valorar como inducción, aunque no exista dirección del plan por parte del inductor.
Éstos serían los supuestos en que el inductor ocupa un especial papel en el ámbito volitivo,
compensando esa especial incidencia la carencia de dominio intelectivo.

5) El inductor como desencadenante de un comportamiento asocial:


Neidlinger es quien sustenta esta teoría.
Él sostiene que la inducción es un comportamiento menos grave que la autoría, pues el
autor inmediato es quien crea el injusto y, también, lo ejecuta, por lo que él despliega una
mayor energía criminal.
Sin embargo, lo que explica que el legislador penal le atribuya a la inducción la misma
valoración que a la autoría es que el inductor, además de causar el hecho, se comporta de un

43
doble modo asocialmente: por un lado, tiene una actitud contraria al orden jurídico y, por otro
lado, provoca que el autor se comporte de un modo contrario a la sociedad, lo que, a su vez,
tiene una doble repercusión: en primer término, la lesión del bien jurídico se remonta
causalmente al inductor, porque él ha dado el impulso decisivo para la actuación del autor; y,
en segundo lugar, será el inductor quien deba responder por el comportamiento punible del
autor.
Dicho lo anterior, Neidlinger afirma que el Derecho Penal desaprueba no sólo la lesión
del bien jurídico, sino también el propio hecho de que tenga lugar la lesión, es decir,
independientemente de la lesión, el legislador desaprueba en sí el empleo de energía criminal.
En consecuencia, según Neidlinger, la equiparación penal de la inducción a la autoría se
justifica porque, aun cuando el comportamiento del inductor es menos grave frente al del
autor, es el inductor quien da el impulso decisivo para la producción del comportamiento
asocial. Por el contrario, el autor sólo debe responder por su propio hecho punible y por su
propio comportamiento asocial.
Esta doctrina es criticada en cuanto a que no sería admisible hacer responsable al
inductor por el comportamiento asocial del inducido porque es el propio autor el que decide si
se va a comportar asocialmente o no y, por tanto, el único responsable directo de su actuación.

6) Posición de Contreras y Mapelli, en España:


En España, Contreras y Mapelli59 señalan que la punición del inductor, hasta el punto
de su equiparación con la autoría, se debe a la influencia decisiva que ejerce el inductor sobre
el autor material del delito, llegando a determinar su decisión, aunque no su comisión, la que
es obra exclusiva del autor.

7) Posición de Gómez Rivero, en España:


También en España, Gómez Rivero60 entiende que la base de la equiparación punitiva
de la inducción con la autoría es el especial papel que el inductor desempeña en la formación
de la voluntad (delictiva) del inducido, estimulando sus tendencias delictivas y venciendo sus
inhibiciones para la ejecución y, en definitiva, determinando que en la ponderación de pros y
contras -tanto de índole moral o de otro tipo, como pueda ser la apreciación de las
posibilidades de éxito-, el autor valore como superiores las ventajas de la ejecución frente a
sus inconvenientes.

59
Ob. cit., página 151.
60
Ob. cit., páginas 65 y siguientes.

44
Ahora bien, ella reconoce que hasta aquí su planteamiento daría la razón a autores que,
como Roxin, fundan la inducción en que el inductor se convierte en el primer eslabón causal
del hecho que ejecuta el autor. Sin embargo, considera que ello no es suficiente para justificar
el injusto de la inducción.
En efecto, para ella el ámbito típico de la inducción se encuentra limitado a los casos
en que la conducta del inductor, debido a la intensidad o circunstancias en que se produce la
incitación, alcance un determinado grado de peligrosidad que sea penalmente relevante y que
se materialice en el resultado.
De este modo, lo central será determinar los criterios de acuerdo a los cuales deba
estimarse en el caso concreto la existencia de un grado de peligrosidad en la incitación que
-de seguirse de un principio de ejecución por el inducido que pueda considerarse realización
del riesgo contenido en la incitación- justifique la equiparación de la penalidad de la
inducción a las formas de autoría.
En definitiva, según Gómez, la inducción supera los límites tolerados de peligrosidad
para vencer las inhibiciones del autor y determinar su formación de voluntad para la comisión
del delito en los siguientes casos:

A) Cuando contiene elementos objetivos de viabilidad del plan que hacen especialmente
sugestiva su realización.
Dentro de este grupo, se encontrarían, a su vez:
a) Los casos en que el inductor presenta al inducido un plan concretado en sus
particularidades. Por ejemplo: En una conversación, A le comenta a B su desesperada
situación económica, ante lo que B le propone que robe la vivienda X que contiene
valiosas pertenencias, informándole además de que dicha vivienda no tiene sistema de
seguridad y es fácilmente accesible por la escalera de incendios, así como de que el
propietario no vuelve del trabajo hasta las tres de la tarde. B así lo hace unos días
después. En cambio, este criterio de peligrosidad no concurriría si, dada la misma
conversación del ejemplo, B le propone a A que se procure su sustento mediante robos
y, transcurridos unos días sin que ellos hayan vuelto a ponerse en contacto, B atraca
un supermercado.
b) Los casos en que, a pesar de que el inductor no presente un plan lo suficientemente
concretado para fundamentar la peligrosidad o, incluso, se remita por completo a un
plan previamente concebido por el autor que, sin embargo, no se decidía a ejecutar; su
incitación represente un factor de peligrosidad para la adopción de la resolución del

45
autor, bien sea, por ejemplo, por facilitar una información especialmente importante
de cara a la comisión del delito, o por proporcionar instrumentos que posibilitan o
incluso garantizan su comisión, siendo esta especial colaboración del hombre de atrás
la que determina que el autor adopte la resolución delictiva.

B) Cuando la incitación, bien refiriéndose a un plan preconcebido por el inducido y que,


sin embargo, no se decide a ejecutar; bien proponiendo un plan que no contiene los requisitos
de concreción necesarios para fundamentar su peligrosidad; se limita a incidir en la
ponderación de pros y contras del autor, ya sea presentando como ventajosos datos del plan
previamente existente, o introduciendo elementos que determinan que el autor valore como
superiores las ventajas de la ejecución frente a sus representaciones inhibitorias, como cuando
se ofrece una recompensa.

Además de los criterios expuestos, Gómez señala que para determinar la peligrosidad
de la incitación se deben tener en consideración los especiales conocimientos del inductor, los
que pueden ser especialmente relevantes cuando la incitación no se manifiesta de un modo
expreso o abierto, sino que implícitamente sugiere o puede sugerir la posibilidad de delinquir.
Por ejemplo, A quiere que B se decida a robar un establecimiento. A sabe que B lleva
barajando hace tiempo esa posibilidad, pero no acaba de decidirse. También conoce su
personalidad, caracterizada, por un lado, por su rebeldía para seguir consejos de nadie y,
por otra, por su afán de aparentar su valentía. Precisamente por éso, A sabe que si le
propone abiertamente delinquir, rechazará la propuesta por ser una idea proveniente de otra
persona. Por ello, decide esperar a que B le comente sus dificultades económicas y la idea
que maneja de atracar un establecimiento, para decirle frases como “sería una buena idea,
pero eso es algo peligroso que sólo lo podría hacer alguien valiente y arriesgado, los demás
nunca se atreverían…”.

IV) CARÁCTER ACCESORIO DE LA INDUCCIÓN.


Siendo la inducción una forma de participación criminal, se encuentra afecta al
Principio de Accesoriedad de éstas, de acuerdo al cual, tratándose la participación criminal de
un modo de extender la punibilidad de un hecho ajeno a quienes sólo colaboran con su autor,
el castigo del partícipe depende del castigo penal del autor, pues el hecho de éste es el
principal y, como tal, marca la ilicitud, lo injusto.

46
La cuestión, entonces, será determinar qué cualidades mínimas debe tener el hecho del
autor para que pueda ser sancionado el hecho del partícipe. Específicamente, se trata de
decidir si para que sean punibles los partícipes basta con que el hecho del autor sea típico o si,
además, es necesario que sea antijurídico y culpable. La doctrina denomina a esta cuestión
“Accesoriedad cualitativa de la participación”61.

Para responder a esta interrogante han surgido las siguientes posiciones:


1) Teoría de la acccesoriedad mínima: Según esta teoría, para sancionar a los partícipes
es suficiente que el hecho del autor calce en el respectivo tipo de la Parte Especial, o sea, que
tenga la calidad de típico; aunque no sea antijurídico, ni culpable.

2) Teoría de la accesoriedad limitada o media: De acuerdo a esta teoría, para que pueda
sancionarse a los partícipes, es necesario que el hecho del autor tenga la calidad de típico y de
antijurídico, aunque carezca de culpabilidad, ya que la culpabilidad o imputabilidad de cada
interviniente en el hecho es individual e independiente.
En consecuencia, siguiendo esta doctrina, si el autor obra amparado por una causal de
justificación como la Legítima Defensa, quien lo haya inducido, por mucho que su
motivación haya sido la obtención del resultado de lesión al bien jurídico del sujeto de quien
se defiende el autor, no será sancionado porque el hecho del autor, si bien es típico y culpable,
no es antijurídico. En cambio, si el autor es un enajenado mental o un menor de edad, la
acción de quien lo induce será punible porque el hecho del autor, aunque no sea culpable, es
típico y antijurídico.

3) Teoría de la accesoriedad máxima: Para esta teoría, los partícipes sólo deben ser
sancionados su el hecho del autor es típico, antijurídico y culpable; de manera que si falta la
culpabilidad no hay delito, por cuanto los comportamientos de los partícipes son accesorios,
por lo que deben seguir la suerte del actuar principal, y si el hecho principal no es culpable no
es punible.

En Alemania, Bockelmann62 partiendo de la base de que el dolo y la culpa pertenecen


a la culpabilidad, pero que sin embargo, por sí solos, no constituyen la culpabilidad, la que

61
En este sentido: DONNA, op. cit., páginas 96 y siguientes; PEÑARANDA RAMOS, Enrique. La participación
en el delito y el principio de accesoriedad. Madrid, España. Editorial Tecnos, 1990, página 327.
62
BOCKELMANN, Paul. Relaciones entre autoría y participación. Buenos Aires, Argentina. Editorial Abeledo-
Perrot, 1960, páginas 29 y siguientes.

47
también se compone de la capacidad de culpa del autor y de la posibilidad de una conducta
adecuada a derecho; y teniendo presente, además, que no es admisible la participación y, en
consecuencia, la inducción respecto de un hecho principal no doloso; no ve obstáculo en
admitir que la participación se encuentra regida por la accesoriedad limitada, toda vez que aun
cuando el autor ejecute el hecho con dolo, puede carecer de culpabilidad, lo que no es óbice a
que la conducta de quien lo indujo sea punible. Para una mayor precisión, en esta parte lo
citaremos textualmente: “El principio según el cual la participación debe ser independiente
de la culpabilidad del autor, no tiene por qué entrar en conflicto con el otro por el que debe
ser dependiente del dolo del hecho principal, pues un hecho doloso no es necesariamente
culpable. Por tanto, quien exige un hecho principal doloso, no está por ese motivo en
contradicción con el principio de accesoriedad limitada”63.
Por su parte, López Barja64 también sostiene que la doctrina correcta es la de la
accesoriedad limitada, sin que sea inconveniente para ello que la participación exija dolo en el
autor, toda vez que el dolo no es parte de la culpabilidad, sino que pertenece al tipo, por lo
que basta que el autor realice un hecho típico (doloso) y antijurídico.

En España, Mir65 estima que el Código Penal opta por la teoría de la accesoriedad
limitada y, en especial, por la no dependencia del partícipe respecto de la posibilidad de
imputación personal al autor. Al efecto, Mir alude al significado de la palabra “hecho”
utilizada en los artículos 28 y 29 del Código Penal, empleada como presupuesto de las
diferentes formas de participación, la que, según se desprendería de su uso en el artículo 19 y
en los números 1° y 2° del artículo 20 del mismo cuerpo legal, no requiere la imputación
personal del autor. Por otra parte, según él, los artículos 300 y 453 del Código Penal, relativos
a la receptación y al encubrimiento, respectivamente; que preceptúan que las disposiciones del
capítulo en que están insertos se aplicarán aun cuando el autor del hecho de que provengan los
efectos aprovechados o del hecho encubierto, en su caso, sea irresponsable o esté
personalmente exento de pena; no sólo consagran el principio de la accesoriedad limitada para
la receptación y el encubrimiento, sino que confirman que el “autor del hecho” puede ser
personalmente inimputable o hallarse exento de pena.
La jurisprudencia del Tribunal Supremo español también se ha pronunciado en el
sentido de que la inducción, como cualquier otra forma de participación, está regida por el

63
Ibidem cita anterior, página 66.
64
En: Autoría y participación, ob. cit., páginas. 117 y 118.
65
Ob. cit., páginas 408 y 409.

48
principio de la accesoriedad media o limitada. Así, en STS 439/2003, de abril de 2003,
declarando ésto, señala que, conforme a este principio, “es suficiente, para que el tipo de
inducción quede integrado, que el hecho principal sea típicamente antijurídico, aunque su
autor no sea culpable por falta de dolo o concurra en él una causa de impunidad como el
error de prohibición. La acción del partícipe es punible porque contribuye decisivamente a la
producción de un injusto típico y su culpabilidad completa los elementos constitutivos del
delito que eventualmente faltaren, por ejemplo, el dolo del autor material o la punibilidad si
ésta quedare excluida por el error en que el mismo se encontrare”.

En Chile, la doctrina igualmente se inclina por considerar que la participación se


encuentra afecta al Principio de Accesoriedad limitada o media66. Legalmente, a favor de esta
posición se citan los artículos 15 y 16 del Código Penal, que no se refieren a la participación
en un delito, sino a la participación en un “hecho”, por lo que no se exigiría para que exista
participación que la acción del autor sea típica, antijurídica y culpable.

Cualquiera sea la posición que se adopte respecto de los requisitos que debe tener el
hecho del autor para que pueda ser punible el hecho del partícipe, es consecuencia del carácter
accesorio de la participación y, por ende, de la inducción, lo que algunos denominan la
Accesoriedad Cuantitativa y otros Principio de Exterioridad, de acuerdo al cual sólo es
punible la actividad desarrollada por los "partícipes" cuando el autor ha dado comienzo a la
ejecución del delito, lo que sucederá cuando, por lo menos, su actuar haya alcanzado el grado
de tentativa.
Según algunos autores, tanto en España67, como en Chile68, si el hecho principal no
alcanza el grado de tentativa el hecho del inductor se debe castigar como proposición para
delinquir, siempre que se trate de delitos en que ésta sea punible69. Sin embargo, esta solución
en España no es pacífica. Por ejemplo, Contreras y Mapelli70 estiman que la tentativa de
inducción siempre es impune, lo que implica, señalan ellos, una grave laguna. Asimismo,

66
En este sentido: CURY, ob. cit., páginas 233 y 234; GARRIDO, ob. cit., página 330.
67
MIR, ob. cit., página 417.
68
CURY, ob. cit., página 244; POLITOFF, MATUS, RAMÍREZ, ob. cit., página387, 423 y 428.
69
El artículo 17.2 del Código Penal español dispone que “La proposición existe cuando el que ha resuelto
cometer un delito invita a otra u otras personas a ejecutarlo” y, a renglón seguido, en el punto 3 de la misma
norma, establece que la proposición para delinquir sólo se castigará en los casos especialmente previstos en la
ley. De una manera muy semejante, el Código Penal chileno, en su artículo 8°, establece que “La proposición se
verifica cuando el que ha resuelto cometer un crimen o un simple delito, propone su ejecución a otra u otras
personas” y que la proposición para cometer un crimen o un simple delito sólo es punible en los casos en que la
ley la pena especialmente.
70
Ob. cit., páginas 157 y 160.

49
Gómez Rivero71 funda claramente su posición, que compartimos, en cuanto a que la tentativa
de inducción en ningún caso puede considerarse proposición para delinquir, por cuanto esta
última supone la realización por parte del proponente de actos ejecutivos, lo que no se condice
con el inductor que sólo interviene como partícipe, agregando que la proposición regula la
fase preejecutiva de la coautoría.

V) COMUNICABILIDAD EN LA INDUCCIÓN.
Dada la naturaleza de la inducción, esto es, participación en el hecho de otro, puede
ocurrir que respecto de alguno de los intervinientes en este hecho concurran determinadas
circunstancias que no concurran en los demás, circunstancias que, consideradas aisladamente,
significarían una penalidad distinta para aquellos en quienes se den, en relación a aquellos en
quienes no se den.
El problema, entonces, será decidir si, por tratarse de un solo hecho, tanto en lo
objetivo como en lo subjetivo; y atendido el principio de accesoriedad que rige a la inducción;
estas circunstancias afectarán, esto es, se comunicarán a la totalidad de los intervinientes en el
hecho o no.
A continuación, nos referiremos a los preceptos legales que regulan la materia en
España y en Chile, y a las interpretaciones que de ellos hace la doctrina:

* En España, el artículo 65 del Código Penal, en su actual redacción (cuyo punto 3 fue
incorporado por la Ley Orgánica 15/2003) dispone lo siguiente:
“1. Las circunstancias agravantes o atenuantes que consistan en cualquier causa de
naturaleza personal agravarán o atenuarán la responsabilidad sólo de aquéllos en quienes
concurran.
2. Las que consistan en la ejecución material del hecho o en los medios empleados
para realizarla, servirán únicamente para agravar o atenuar la responsabilidad de los que
hayan tenido conocimiento de ellas en el momento de la acción o de su cooperación para el
delito.
3. Cuando en el inductor o en el cooperador necesario no concurran las condiciones,
cualidades o relaciones personales que fundamentan la culpabilidad del autor, los jueces o
tribunales podrán imponer la pena inferior en grado a la señalada por la Ley para la
infracción de que se trate”.

71
Ob. cit., páginas 295 y siguientes.

50
Respecto del punto 2 de esta norma, se señala que está previsto para las circunstancias
materiales o vinculadas al hecho, estableciendo que afectan a todos los que hayan tenido
conocimiento de ellas en el momento de la acción o de su cooperación para el delito.
Por su parte, el punto 1, antes de que existiera el punto 3, fue objeto de mucha
controversia en la doctrina y en la jurisprudencia, en cuanto a si se refería sólo a las
circunstancias personales atenuantes y agravantes contempladas en la parte general del
Código Penal, es decir, a las contenidas en los artículos 21, 22 y 23; o, si, por el contrario,
comprendía también las circunstancias personales que integran algunos tipos penales de la
Parte Especial y, en tal caso, si era aplicable a todas éstas o si había que hacer algunas
distinciones entre las mismas y, de ser así, cuáles eran esas distinciones.
En la actualidad, no existe duda de que el punto 1 se refiere sólo a las circunstancias
personales modificatorias de responsabilidad penal establecidas en los artículos 21, 22 y 23
del Código Penal.
Sin embargo, la discusión no ha cesado respecto de los otros cuestionamientos
mencionados, ahora, en relación al punto 3 del artículo citado, según se verá.

Mir72 plantea que para discernir a qué elementos personales previstos en la Parte
Especial se refiere la norma aludida y, en consecuencia, cuándo corresponde su aplicación,
hay que distinguir:

A) Si dichos elementos personales dan lugar a un tipo específico de delito, este delito será
un delito especial (aquél del que sólo pueden ser sujetos activos quienes posean ciertas
condiciones especiales que requiere la ley). Dentro de los delitos especiales es necesario
diferenciar, a su vez, entre:

a) Delitos especiales propios (aquéllos que describen una conducta que sólo es punible a
título de autor si es realizada por ciertos sujetos -intraneus-, de modo que los demás
-extraneus- que la ejecuten no pueden ser autores ni de éste ni de ningún otro delito común
que castigue para ellos la misma conducta; por ejemplo, el delito de prevaricación): En estos
delitos, razona Mir, los sujetos que no tengan la condición personal requerida -los extraneus-
no podrán ser autores de los mismos por carecer de tal condición, pero sí podrán ser
partícipes. Por ejemplo, si un juez instigara a alguien que no lo es para que dicte una sentencia

72
Ob. cit., páginas 237 a 238 y 411 y siguientes.

51
injusta el instigado no podrá cometer el ilícito en calidad de autor porque quien no es juez no
puede dictar una sentencia, ni justa, ni injusta; de manera que la conducta será impune, sin
que tenga cabida la norma de que se trata. En cambio, afirma Mir, un extraneus sí puede
inducir a un intraneus a que cometa un delito especial propio, supuesto en el que, en principio,
al extraneus le correspondería la misma pena que al autor, toda vez que el artículo 28
considera al inductor como si fuera autor. Sin embargo, se debe tener presente, indica, que en
virtud del nuevo punto 3 del artículo 65 es posible imponer a este inductor la pena inferior en
grado al delito correspondiente.
En consecuencia, de este planteamiento de Mir se puede desprender que él considera
que en los delitos especiales propios la situación dependerá de si el sujeto en quien concurre
la circunstancia personal que cualifica el tipo incurre en conducta de autor o de partícipe. En
el primer caso, podrá tener aplicación la disposición en estudio y, en el segundo caso, no
existirá delito.

b) Delitos especiales impropios (aquéllos que describen una conducta que ha de ser
realizada por un sujeto que tenga cierta condición personal, pero que también se halla
tipificada en otro delito común paralelo para el extraneus; por ejemplo, algunas modalidades
del delito de falsedad en documento público por parte de un funcionario que también
constituyen otro tipo penal si son cometidas por un particular): Según Mir, estos delitos abren
la posibilidad de concursos de leyes entre los preceptos en juego, que deberá resolverse
dándole aplicación preferente a la calificación jurídica que comprenda el total desvalor del
hecho. Por ejemplo, si un funcionario induce a un particular a falsificar un documento
público, el funcionario podría ser considerado como inductor en el delito del particular, pero
también podrá ser tenido como autor mediato con instrumento doloso no cualificado del delito
de falsedad de funcionario. Ante estas dos posibilidades, Mir, admitiendo como forma de
autoría mediata la realizada con instrumento doloso no cualificado (lo que es discutido por la
doctrina), sostiene que debe considerarse preferente tal calificación de autoría, por ser
comprensiva del total desvalor del hecho. Por el contrario, señala Mir, si un particular induce
a un funcionario a falsificar el documento, deberá considerársele inductor en el delito del
funcionario y no autor de un delito de falsedad de un particular porque, de acuerdo a la lógica
material del concurso de leyes, esa calificación supone una pena más grave, aun si se le
aplicara la atenuación contemplada en el nuevo punto 3 del artículo 65.
De este modo, para Mir, en los delitos especiales impropios, cuando algún sujeto tenga
la calidad personal respectiva, se deberá aplicar la lógica del concurso de leyes, debiendo

52
optarse por la calificación jurídica de los intervinientes que comprenda el mayor desvalor del
hecho y, en su caso, podrá tener lugar lo dispuesto en el punto 3 agregado al artículo 65.

B) Si la condición personal que modifica la pena no da lugar a un delito específico, sino


sólo a un elemento típico accidental, Mir estima que tal modificación de pena sólo afectará al
sujeto que tiene dicha condición, con independencia de si su intervención es a título de autor
en sentido estricto o de partícipe. Él menciona que ésto sucedería, por ejemplo, con la
agravación prevista en el delito de tráfico de drogas para la autoridad, facultativo, funcionario
público, trabajador social, docente o educador; pues si un sujeto que no tiene ninguna de estas
calidades induce a uno que sí la tiene no verá agravada su pena porque aquí la condición
personal del autor no da lugar a un delito distinto.
Como se comprenderá, si en estos casos la calidad especial no se comunica al
inductor, por lo que la pena de éste no se agrava en virtud de la misma, no procederá tampoco
aplicarle la atenuante de la norma en estudio, la que está concebida para los casos en que la
calidad especial sí se comunica.

Sobre cómo decidir cuándo se está frente a una agravación puramente personal, es
decir, cuándo la condición personal da lugar sólo a un elemento típico accidental y cuándo se
está ante un delito impropio, Mir expone que para tal distinción es necesario determinar si hay
razones suficientes para extender a todos los partícipes la agravación prevista para ciertos
sujetos o no, lo que sucederá cuando la calidad personal afecta a la propia esencia del injusto,
esto es, cuando condiciona el ataque al bien jurídico central del tipo, de manera que si ello no
ocurre el hecho se transforma en un delito distinto; y, a la inversa, si la calidad personal no
afecta a la esencia del delito la ausencia de ésta no significará un cambio del tipo penal, sino
sólo que se castigue más al sujeto en quien concurre, el que, en todo caso, cometerá el mismo
delito.
Finalmente en relación a esta materia, Mir apunta que esta distinción es válida, tanto
para los hechos en que el sujeto cualificado tiene una conducta de autor propiamente tal,
como para aquéllos en que sólo incurra en la conducta de partícipe, sea como inductor o como
cooperador necesario, pues, en este último caso, atendido lo prescrito en el artículo 28 del
Código Penal, serán considerados autores, aunque en realidad no lo sean, por lo que también
puede considerarse que cometen el delito, aunque en sentido estricto no lo cometan.

53
Por otro lado, Ricardo Robles Planas y Eduardo Javier Riggi73, en un diálogo
científico con las tesis interpretativas y los presupuestos dogmáticos ofrecidos por Enrique
Peñaranda Ramos en un trabajo titulado “Sobre el alcance del artículo 65.3 del Código Penal.
Al mismo tiempo: una contribución a la crítica de la teoría de los delitos de infracción de
deber”, señalan que el principal objetivo de Peñaranda es la delimitación del ámbito de
aplicación del artículo en cuestión.
Al respecto, ellos parten señalando que coinciden con Peñaranda en cuanto a que no
todos los delitos especiales están incluidos en esta norma, toda vez que no todos aquéllos
ilícitos en los que se requieren ciertas cualidades especiales en el sujeto activo y que, además,
carecen de figuras delictivas comunes subyacentes, constituyen delitos especiales en el
significado habitualmente atribuido. En efecto, continúan, se deben distinguir de los delitos
especiales de deber (en la terminología por ellos utilizada), que son aquéllos en los que la
infracción de un deber constituye el eje de la conducta típica; los delitos que ellos denominan
delitos de posición, que son aquéllos otros en los que la delimitación del círculo de sujetos
activos deriva de que éstos se encuentran en la posición idónea para lesionar el bien jurídico,
posición que se utiliza como requisito típico para otorgar relevancia jurídico-penal
(eventualmente cualificada) al comportamiento, dentro de los cuales Robles Planas encuadra,
entre otros, el delito fiscal (artículo 319 del Código Penal) y el delito publicitario (artículo 282
del Código Penal). Pues bien, indican, los “delitos de posición”, que no son delitos especiales,
se encuentran excluidos del precepto en cuestión, por cuanto en éstos, a diferencia de lo que
ocurre en los delitos especiales de deber, sí cabe hablar de intervención, ya que no existe
ningún elemento que bloquee tal posibilidad (como lo hace el deber especial en los delitos
especiales de deber), de manera que, aun cuando en los delitos de posición la posición
especial normalmente es ostentada por el autor, nada obsta a que quien tenga dicha posición
actúe sólo como partícipe. Por este motivo, sostienen, a estos ilícitos se les deben aplicar las
reglas generales de la intervención, siendo innecesario, además de dogmáticamente incorrecto
por carecer de una razón material suficiente, recurrir al artículo 65.3 del Código Penal.
Peñaranda, en extracto citado textualmente por Robles y Riggi, aunque utilizando otra
terminología, expone que en los delitos que ellos denominan de posición, lo cuestionable es
precisamente la restricción legal de su círculo de autores, por lo que una atenuación de pena
para quien se encuentra fuera del mismo resulta ya de antemano completamente injustificada,
quedando esta especie de delitos, en consecuencia, al margen de la norma en estudio.

73
ROBLES PLANAS, Ricardo y RIGGI, Eduardo Javier. El extraño artículo 65.3 del Código Penal. En: InDret,
Revista para el análisis del Derecho. Barcelona, España. N° 4/2008, páginas 11 y siguientes.

54
Por otra parte, en lo que dice relación con los llamados delitos especiales de deber,
Robles y Riggi comentan que Peñaranda reconoce que en estos delitos la pena no sólo debería
atenuarse, sino excluirse por completo respecto de aquellos partícipes a los que no pudiera
comunicarse en absoluto el elemento que fundamenta la responsabilidad del sujeto
cualificado, por tener dicho elemento un sentido exclusivamente personal, con lo que ellos
concuerdan, pues en esta clase de delitos la intervención del extranei es imposible. En
seguida, señalan ellos, Peñaranda afirma que ésto explicaría que el artículo 65.3 del Código
Penal no se refiera, en realidad, a esta hipótesis. De esto modo, indican, Peñaranda podría
sostener coherentemente que en este tipo de delitos no procede la atenuación, sino la
impunidad de los partícipes debido a la incomunicabilidad de los elementos que fundamentan
la responsabilidad del sujeto cualificado, como por ejemplo, en el delito de prevaricación, en
el que el extraneus no tendría ninguna participación en el desvalor de acción intensificado que
respecto del juez radica en la deslealtad a la responsabilidad especial que le corresponde de
hacer justicia, un deber altamente personal, que no puede transferirse o comunicarse. Sobre el
particular, Robles y Riggi se manifiestan de acuerdo con Peñaranda en que en los delitos
especiales de deber no cabría castigar al extraneus que participa.
En cuanto propiamente a cuál sería el ámbito de aplicación del artículo 65.3 del
Código Penal, Robles y Riggi exponen que Peñaranda señala que este artículo viene a crear,
por debajo de los delitos especiales propios una especie de “tipos básicos”, a los que se
puede referir plenamente la participación de terceros. En efecto, la solución que en este
precepto se establece, según Peñaranda, es en gran medida equivalente a la que se daría si
esos tipos se pudiesen redactar de un modo neutral respecto de las condiciones, cualidades o
relaciones de los distintos intervinientes y se previera, a continuación, un marco penal más
elevado para quien muestre el elemento personal de que se trate. Por su parte, en el caso de
los denominados delitos especiales impropios, enuncia Peñaranda, este precepto viene a
definir, por así decirlo, una especie de “tipo intermedio” al que referir la punición del
extraño. La tesis de Peñaranda se apoya en el planteamiento de Puppe, el que es descrito por
él indicando que en los delitos especiales de deber (cuyo prototipo son los delitos contra la
Administración Pública y otros delitos de funcionarios) el abuso de las funciones públicas
encomendadas que los caracterizan incluye dos aspectos que, aunque están indisolublemente
unidos, podrían ser diferenciados para estos fines. Por un lado, se hallaría la dimensión del
abuso de un poder especial, que facilita el acceso (a una mayor posibilidad de ataque) al bien
jurídico, dimensión especial del injusto del hecho que no habría de imputarse sólo al autor que
dispone personalmente de ese poder, sino también al extraño que aprovecha su presencia en

55
aquél para su propio ataque al bien jurídico. Por otro lado, no obstante, habría una diferencia
entre ellos, toda vez que el intraneus, a causa de su especial posición de deber, tiene un
motivo más que el extraneus para respetar la norma correspondiente: esta segunda dimensión
contendría un componente altamente personal, encuadrable en el plano de la culpabilidad
(como una causa de elevación de la misma), y no sería, por tanto, transmisible de forma
accesoria al partícipe no cualificado.
Este planteamiento de Peñaranda es objetado por Robles y por Riggi, por varios
motivos, de los cuales entre los principales se encuentran los siguientes:
- Con esta postura se da por sentado que el injusto del extraneus es materialmente
idéntico al del intraneus, aun cuando se reconoce que la conducta de este último es un injusto
intensificado (cuantitativamente). Sin embargo, la conducta del extraneus es cualitativamente
distinta de la del intraneus, motivo por el cual para hacerla punible no basta con tipificarla en
un hipotético ilícito común, como sería el artículo 65.3, sino que es necesaria su tipificación
expresa en la Parte Especial. Así, si la conducta del particular que induce a un juez a
prevaricar mereciera ser castigada, no podría serlo por lo la misma razón por la que éste es
sancionado, esto es, por infringir su deber de actuar con lealtad a las reglas de justicia, sino
que el particular sólo podría ser penado por perturbar o intentar perturbar, desde fuera, el
funcionamiento de la Administración de Justicia. Además, no debiera sorprender que no
siempre que se está ante un delito de funcionarios públicos el extraneus merece sanción, toda
vez que debe reconocerse la singularidad de ciertos delitos, llamados por estos autores delitos
especiales de deber, en los que se tipifican conductas que no tienen que ver con las formas de
relacionarse con los bienes jurídicos de los demás, sino con el vínculo específico que se
establece entre el funcionario y la Administración.
- Si se aceptara que el artículo 65.3 crea un tipo básico al que referir la participación de
extranei en los delitos especiales propios, se podría deducir que sin esta norma el extraneus
jamás podría ser castigado, porque faltaría el injusto básico en el que él pudiera intervenir. De
esta manera, Peñaranda podría estar utilizando el artículo en cuestión “como una cláusula
extraordinaria de merecimiento de pena de naturaleza general (esto es, en vez de exigir su
previsión específica en la Parte Especial)”. Si Peñaranda admitiera este aserto, habría de
cuestionársele si es legítimo que el legislador introduzca cláusulas extraordinarias de
merecimiento de pena en la Parte General o, en su terminología, que creara en ésta tipos
subyacentes. Para estos autores, ello chocaría con el principio de legalidad, pues significaría
aceptar un macrotipo que no contiene elemento indicativo alguno de la lesividad de las
conductas en él incluidas, ni referencia a bienes protegidos, ni se conecta con principios

56
axiológicos o interpretativos de los que derivar una mínima contención material. En
definitiva, el artículo 65.3 constituiría un delito autónomo previsto en la Parte General: el
delito de participar en delitos de obligados especiales (los intraneus). Lo correcto, según
estos autores es que, cuando el legislador considere que la conducta de los extraenei que
intervengan en un delito especial de deber de la Parte Especial deba ser punible, deberá
tipificarla expresamente, como ocurre, a vía de ejemplo, con el delito de cohecho (artículo
423 del Código Penal), en el que se sanciona la inducción por parte de un extraneus en la
medida que corrompa o intente corromper al funcionario público.
- Con todo, si Peñaranda no admitiera el carácter de “cláusula constitutiva de
merecimiento de pena” del artículo 65.3 del Código Penal, y su propuesta de los tipos
subyacentes se refiriera a que en ciertos tipos de la Parte Especial no se contempla un solo
injusto, sino dos, uno para el intraneus y el otro para el extraneus, sería necesario justificar
tales tipos. Al efecto, no es suficiente la explicación de que, por principio, cuando un obligado
especial actúa cumpliendo los requisitos de un tipo, actúa, a la vez, creando de la nada los
presupuestos para que el que no los cumple sea castigado. Así, el juez prevaricador delinque
porque está sujeto a ciertas normas de conducta con relevancia institucional en el ejercicio de
su profesión, en tanto el extraneus delinquirá en la medida en que se contemple a la
Administración de Justicia como un bien jurídico en sí mismo, merecedor de protección
penal. En consecuencia, para castigar al extraneus es preferible, una vez más, una tipificación
expresa de su conducta, en cuanto lesiona los bienes jurídicos desde fuera, no constituyendo
un quebrantamiento de las normas de funcionamiento propias de la institución, sino una
instrumentalización de ese funcionamiento con relevancia lesiva para terceros.
Lo expuesto también es válido para los denominados delitos especiales impropios, en
los que subyacerían tipos intermedios, ubicados entre el común-común y el especial-especial,
que corresponderían a la participación del extraneus. Ese tipo intermedio -en el planteamiento
de Peñaranda- sería más grave que el tipo común-común (no aplicable a ninguno de los
intervinientes), pero menos grave que el especial-especial (aplicable sólo al intraneus). Pues
bien, para Robles y Riggi, la configuración de un tipo intermedio subyacente en estos ilícitos,
donde el legislador ha previsto un tipo común para sujetos no obligados, implica una
agravación de la responsabilidad de éstos que no se corresponde con las razones que llevan a
considerar más grave el injusto del intraneus. Además, constituye un privilegio altamente
cuestionable si se quiere otorgar relevancia al hecho de que al extraneus le afecta
objetivamente el desvalor de lo que realiza el intraneus.

57
Por todo lo anterior, Robles y Riggi sostienen que es preferible la tesis de que si existe
algo así como un tipo penal subyacente al que referir la intervención, aquél afecta tanto al
extraneus como al intraneus, sólo que, para la constitución de la tipicidad, es necesario que se
aporte la posición especial requerida en el tipo que otorga relevancia penal al hecho (delito de
posición). Luego agregan que, si bien puede tenerse en cuenta respecto a la graduación de la
responsabilidad, en igual medida, la configuración del hecho como de autoría o de
participación aporta a la constitución de la tipicidad y si, además, tuviera que considerarse
algún otro factor atenuante o agravante, debería hacerse dentro del correspondiente marco de
cada interviniente.

Sobre cómo debe ser interpretado el artículo 65.3 en forma armónica con la teoría de
la intervención en el delito, en definitiva, Robles y Riggi estiman que éste debe entenderse
como inocuo o superfluo.
En efecto, ellos exponen para que esta disposición pueda resultar aplicable es
necesario, en primer lugar, afirmar la posibilidad de intervención en el delito y, en segundo
lugar, que la conducta de los distintos intervinientes se encuentra comprendida en las normas
de conducta que el tipo de la Parte Especial sanciona. En los únicos delitos en los que es
posible una relación de intervención entre los distintos sujetos que aportan a su comisión es
en los delitos de posición, pues, como se ha argumentado, ello no es posible en los delitos
especiales de deber. En los delitos de posición, las circunstancias personales que agravan el
injusto pueden recaer sobre el autor o sobre los partícipes. La concurrencia de estas
circunstancias personales en algunos de los intervinientes en el hecho siempre ha podido ser
considerada en el ámbito de la determinación de la pena, contando el juez con un marco que
va desde la sanción prevista para la complicidad, de acuerdo al artículo 63, hasta el tope
máximo previsto en la Parte Especial. Al momento de valorar la aportación de cada
interviniente al hecho (esto es, de calificar la conducta como de autoría o de participación en
sentido legal), el juez deberá tener en cuenta todas las circunstancias de la conducta,
especialmente, el que a un interviniente le afecte una cualificación que la convierta en más
grave. En consecuencia, puede interpretarse que con esta nueva norma el legislador sólo ha
querido llamar la atención sobre la posibilidad de otorgar relevancia, en los delitos en que
cabe la intervención, al hecho de que existen circunstancias personales que fundamentan un
mayor reproche exclusivamente respecto de los sujetos en quienes concurren éstas. Por
ejemplo, en el delito fiscal la conducta del obligado tributario se valorará más gravemente que
la de otro sujeto, por lo que al extraneus le corresponderá la pena inferior en un grado. Para

58
llegar a esta conclusión, indican estos autores, no es necesaria la existencia del artículo 65.3,
máxime, si se adopta un punto de vista como el sostenido por ellos sobre la calificación de
autoría y participación como formas de graduación -no constitutivas- de la intervención de
cada sujeto en un mismo hecho.
De esta manera, según ellos, la referencia del artículo 65.3 a los inductores y a los
cooperadores necesarios debe entenderse como un mero recordatorio de la necesidad de
graduar la responsabilidad en las formas de intervención que sean de menor entidad también
en los delitos especiales (denominados por ellos delitos de posición). Aquellas conductas que
correspondan a autoría legal (inducción o cooperación necesaria) deben ser calificadas como
de complicidad si, tras la valoración de todas las circunstancias que determinan la relevancia
de las aportaciones, debe llegarse a la conclusión de que aquéllas presentan una menor
intensidad.

Como se puede observar, la comunicabilidad en las formas de participación, dentro de


las cuales se encuentra nuestro objeto de estudio -la inducción-, continúa siendo materia de un
arduo debate en la doctrina española, aun después de la incorporación del punto 3 al artículo
65 del Código Penal.

* En Chile, por su parte, el artículo 64 del Código Penal establece lo siguiente:


“Las circunstancias atenuantes o agravantes que consistan en la disposición moral
del delincuente, en sus relaciones particulares con el ofendido o en otra causa personal,
servirán para atenuar o agravar la responsabilidad de sólo aquellos autores, cómplices o
encubridores en quienes concurran.
Las que consistan en la ejecución material del hecho o en los medios empleados para
realizarlo, servirán para atenuar o agravar la responsabilidad únicamente de los que
tuvieren conocimiento de ellas antes o en el momento de la acción o de la cooperación para
el delito”.

La redacción de este artículo es casi idéntica a la que contenía el artículo 69 del


Código Penal español de 1850, por lo que su interpretación, al igual que como lo fue respecto
de éste, ha dado lugar a una gran controversia en la doctrina y en la jurisprudencia, de la que
enseguida nos ocupamos.

59
En primer término, hemos de consignar que hay consenso en que las circunstancias
atenuantes y agravantes en sentido estricto, esto es, las contempladas en la Parte General, en
tanto sean de carácter personal, quedan comprendidas en el primer inciso de esta norma, por
lo que cuando éstas concurren en uno de los intervinientes en un hecho ilícito no se
comunican a los demás.
La discusión versa sobre si en cuanto a las circunstancias personales comprendidas en
las descripciones típicas de la parte especial rige la comunicabilidad, la incomunicabilidad o
una (in)comunicabilidad limitada.

Así, un sector de la doctrina plantea la comunicabilidad plena a los demás


intervinientes de las calidades personales que concurran en algunos de ellos y que se
encuentren contenidas en los tipos penales especiales, cualquiera que sea la clase de éstos,
esto es, sean delitos especiales propios o impropios. Los fundamentos doctrinales de esta tesis
son la unidad del título de imputación y el principio de accesoriedad al que se encuentran
afectas las formas de participación criminal. La razón de texto de esta teoría es que el referido
artículo 64 establece la incomunicabilidad para las circunstancias modificatorias de la parte
general, de manera que si el legislador prescribió tal norma expresamente para éstas,
consecuentemente debe entenderse que en cuanto a las demás circunstancias personales la
regla es la comunicabilidad.
En este sentido se pronuncia Novoa74.
Por su parte, Garrido75 afirma que no corresponde aplicar el artículo 64 cuando se trata
de circunstancias personales que el tipo penal contiene para describir la acción que castiga
(como el parentesco en el parricidio, artículo 390; la calidad de empelado público en la
malversación, artículo 233; y en el fraude, artículo 239). Respecto de éstas, indica, se debe
aplicar el principio de acuerdo al cual cada uno responde de su propio “injusto”, principio que
rige en particular sobre la fase subjetiva del tipo penal. Así, el “injusto” de cada uno es
personal, lo que permite la división del hecho único para imputarlo a los autores y partícipes a
títulos diversos. Por consiguiente, el instigador responderá del tipo penal en el que haya
intervenido, tanto objetiva como subjetivamente, de modo que se debe considerar el dolo de
su particular acción de inducción. Por ejemplo, si el inductor sabía que el inducido era hijo de

74
NOVOA MONREAL, Eduardo. Curso de Derecho Penal Chileno. Parte General. Tomo II. Santiago, Chile.
Editorial Jurídica de Chile, 3ª edición, 2005, páginas 210 y siguientes.
75
Ob. cit., páginas 331 y siguientes.

60
la víctima se le considerará partícipe del delito de parricidio; en cambio, si ignoraba dicha
situación sólo responderá por su hecho a título de homicidio.
Por tanto, para Garrido las circunstancias personales establecidas en los tipos de la
parte especial se comunicarán a los demás intervinientes del hecho siempre que hayan tenido
conocimiento de éstas, atendido el principio de que cada uno responde de su propio dolo.

Otra parte de la doctrina postula la incomunicabilidad extrema de las calidades


personales que integran el tipo delictivo, cualquiera que sea la figura delictiva de que se trate,
basándose en que si el Código Penal establece la imposibilidad de comunicar las
circunstancias modificatorias de la parte general, cuyo efecto sólo incide en el quantum de la
pena, con mayor razón se debe concluir que no se puede comunicar un elemento del tipo,
cuyo efecto se proyecta sobre la existencia misma de la pena.
Cury76 se inclina por la incomunicabilidad extrema, teniendo en cuenta que éste es el
criterio adoptado en general por el legislador en el citado artículo 64 y porque la accesoriedad
de la participación respecto de la autoría no puede llegar tan lejos que implique extender al
partícipe las consecuencias, gravosas o beneficiosas, de circunstancias personales que
concurren sólo en el autor. Si así fuera, por ejemplo, el extraneus que sea partícipe en un
delito de parricidio sería sancionado con una pena mayor a la que le correspondería si hubiese
intervenido como autor directo, lo que a su parecer no resulta justo.

Finalmente, existe la teoría de la comunicabilidad limitada o de la incomunicabilidad


limitada, que es la mayoritaria en la doctrina y en la jurisprudencia chilena. Esta tesis
distingue entre aquellos delitos en que la calidad especial exigida por el tipo es determinante
de la ilicitud (estos son los denominados delitos especiales propios, cuyo ejemplo más
característico es la prevaricación del artículo 223 N° 1 del Código Penal) y aquellos delitos en
que la calidad especial exigida por el tipo sólo es determinante de un trato más severo o más
benigno (estos son los denominados delitos especiales impropios, uno de cuyos ejemplos es la
malversación por apropiación del artículo 233). Como en los delitos especiales impropios
siempre existe un tipo paralelo -más benigno- para aplicar al extraneus, la calidad especial, en
el fondo, opera como agravante, por lo que a estos ilícitos se les debe aplicar la regla de la
incomunicabilidad prevista en el artículo 64 del Código Penal, el que rige para las
circunstancias modificatorias de responsabilidad, sean éstas genéricas o sea que se encuentren

76
Ob. cit., página 234 y CURY URZÚA, Enrique. Derecho Penal. Parte General. Santiago, Chile. Ediciones
Universidad Católica de Chile, 7ª edición ampliada, 2005, páginas 643 y siguientes.

61
incorporadas al tipo penal. En tanto, en los delitos especiales propios no resulta aplicable la
regla de la incomunicabilidad contemplada en la norma en análisis porque en éstos la calidad
personal no cumple la función de atenuar o de agravar la pena, sino que es el fundamento del
injusto, de manera que en estos ilícitos el principio rector es la comunicabilidad de las
calidades personales.
Dentro de este postulado encontramos a Etcheberry77, quien precisa que es el autor el
que determina el título del delito con respecto a los partícipes, por lo que el pronunciamiento
respecto de la comunicabilidad o de la incomunicabilidad se debe efectuar desde esa óptica.
Además, hace presente que las circunstancias que integran la esencia del tipo delictivo se
comunican a los copartícipes (que jamás podrán ser autores ejecutores), siempre y cuando su
dolo, aunque sea eventual, cubra tales circunstancias típicas; en tanto, si no las conocen, no
tienen el dolo propio del tipo respectivo. Como consecuencias de esta teoría, Etcheberry
menciona, por ejemplo, que el parentesco no se comunicará a los extraños en el delito de
parricidio, los que responderán por homicidio, simple o calificado; y, en cambio, se
comunicará en el delito de incesto, aunque un extraño no puede ser coautor ejecutor de este
ilícito, pero sí inductor. Asimismo, la calidad de juez en el delito de prevaricación se
comunicará al extraño que no la tenga, el que, en todo caso, tampoco puede ser coautor
material de éste, pero sí inductor.
También sostienen esta doctrina Politoff, Matus, Ramírez78; apuntando que en los
delitos especiales impropios la regla de la incomunicabilidad es válida, tanto si la calidad
personal del sujeto es fundamento de la agravación de la pena, como si lo es de la atenuación
de ésta, aunque aquí razones de política criminal podrían llevar a un resultado diverso, como
en el caso del infanticidio, en que resulta difícil de aceptar que haya una mayor carga de
injusto en la empleada doméstica que colabora con la madre que da muerte con sus propias
manos a la criatura recién nacida.

VI) RESPONSABILIDAD DEL INDUCTOR ANTE LOS DESVÍOS, EXCESOS Y


ERRORES DEL INDUCIDO.
Atendido el carácter accesorio de la inducción, en principio, se podría afirmar que la
responsabilidad penal del inductor se extiende tanto como sea el alcance de la conducta típica
ejecutada por el autor principal.

77
ETCHEBERRY, Alfredo. Derecho Penal. Parte General. Tomo II. Santiago, Chile. Editorial Jurídica de Chile,
3ª edición, revisada y actualizada, 1998, páginas 81 y siguientes.
78
Ob. cit., páginas 424 y 425.

62
Sin embargo, cabe preguntarse si tal premisa es aplicable siempre, incluso cuando el
hecho ejecutado por el inducido discrepa del contenido de la inducción; en especial, cuando
dicho hecho excede de este último.
Desde ya, podemos afirmar que, de acuerdo al principio de culpabilidad, el límite de la
responsabilidad del inductor se encuentra en el límite de su dolo, el que en todo caso, como
hemos visto, es aceptado por la doctrina que sea eventual, al menos, en lo concerniente a las
consecuencias indirectas del hecho inducido. Dado esto último, el problema se presenta para
determinar el alcance real del hecho instigado y si respecto de las consecuencias, tanto
directas como indirectas, de éste se puede considerar la existencia o no de desviación, excesos
o error por parte del inducido y, en tales eventos, cómo han de tratarse los mismos.
Para tratar esta materia, la doctrina suele distinguir las siguientes hipótesis:

- El autor principal realiza menos de lo inducido: Se dice que en estos casos no existe
exceso, sino defecto por parte del autor principal. Por ejemplo: se induce a un robo con fuerza
y el autor ejecutor hurta o se induce a la consumación y el inducido sólo ejecuta el hecho en
grado de tentativa. La doctrina, en general, está conteste en que en estos casos el inductor
sólo responde por lo ejecutado efectivamente por el autor principal, no correspondiendo
sancionársele por lo que éste no realizó, beneficiándose así el inductor. Esta solución es
congruente con lo que se denomina, como hemos mencionado, Accesoriedad Cuantitativa o
Principio de Exterioridad, conforme al cual la inducción sólo es punible en tanto el inducido
haya dado principio de ejecución al hecho, por cuanto el carácter accesorio de la inducción
implica la impunidad para el inductor respecto de aquéllo que el inducido no haya llevado a
cabo.

- El autor principal realiza más de lo inducido: Se señala que en estos casos existe un
“exceso cuantitativo” por parte del autor principal. Por ejemplo: se induce a un hurto y el
inducido comete un robo con fuerza o se induce a lesionar y el inducido mata. En estos casos
la doctrina está de acuerdo en que el inductor no es responsable de los excesos cometidos por
el inducido, pero se hace la salvedad de que sí sería responsable de aquellos excesos del hecho
del instigado que pudieron ser previsibles como consecuencias indirectas de su inducción, a
título de dolo eventual, esto es, de aquellos excesos que pudo haberse representado y que, no
obstante, aceptó que llegaran a ocurrir.
Esta solución también sería válida si el autor principal ejecuta el tipo penal al que fue
inducido, pero, dadas las circunstancias del momento, lesiona a un objeto distinto, lo que

63
puede resultar más gráfico si se trata de un delito contra la vida. Por ejemplo: A induce a B a
matar a C, pero, para cumplir su cometido, B mata a D, que se encuentra en el lugar de los
hechos y que se interpone a su acción.
Determinar si estos excesos se le pueden atribuir al inductor, al menos, a título de dolo
eventual será una cuestión probatoria.

- El autor principal realiza un hecho distinto del hecho al que fue inducido: Se habla en
estos casos de “exceso cualitativo” o de “desviación” por parte del autor principal. Por
ejemplo: se induce a un robo y se comete una violación o se induce a una detención ilegal y
se comete un homicidio. En estos casos, también se estima que el inductor sólo responde en
relación con su dolo, no siendo responsable de los excesos del inducido, porque éstos no se
encontraban comprendidos en su dolo. Por lo tanto, si el delito materia de la inducción no
tuvo ni siquiera principio de ejecución, el inductor no debería ser sancionado, salvo que se
estime que la inducción debe ser punible como provocación, según se expuso en su
oportunidad.
Esta solución también sería válida si el autor principal ejecuta el tipo penal al que fue
inducido, pero deliberadamente lo comete respecto de un objeto distinto, habiendo tenido el
objeto respecto al cual versó la instigación un carácter fundamental en el dolo del inductor, lo
que sabido por el inducido. Por ejemplo: A induce a B a estafar a C, pero B deliberadamente
no estafa a C, sino a D, porque le resulta más fácil engañar y, por ende, obtener un beneficio
económico a su costa. Sin embargo, lo que A pretendía era causar un perjuicio en el
patrimonio de C y beneficiarse de él, lo que A le manifestó a B al momento de la instigación.

Por cierto, en los dos últimos supuestos (“exceso cuantitativo” y “exceso cualitativo”),
lo señalado es válido cuando se trata de excesos o de desviaciones esenciales, pues si éstas
son no son esenciales (como por ejemplo, se induce a matar con arsénico y se realiza con
cianuro; se instiga a realizar el hecho en un lugar determinado y el autor principal lo realiza
en otro lugar; etc.) carecen de relevancia alguna, por lo que el inductor y el autor responderán
por el mismo hecho.

- Error in persona, error in objeto y aberratio ictus en el autor ejecutor: La doctrina


dominante estima que tanto el error in persona como el error in objeto por parte del autor
principal, si han de considerarse irrelevantes para éste, lo serán también respecto del inductor.
En otras palabras, si la desviación se considera inesencial en relación con el autor ejecutor, de

64
igual manera se debe considerar inesencial en relación al inductor. Lo anterior sucederá si el
error en el inducido no da lugar a un título de imputación distinto a aquél a que se le indujo.
Por ejemplo: A induce a B a matar a C; B, al intentarlo, debido a la oscuridad de la noche,
confundió a C con D, razón por la cual mató a este último.
En cambio, si el error en el inducido origina un título de imputación distinto el
inductor debiera ser sancionado, al menos, por inducción a la tentativa. Por ejemplo: A indujo
a B a matar a C y B, en la oscuridad de la noche, mató a un perro que confundió con C.
Según parte de la doctrina79, en este caso el inductor debiera ser sancionado por tentativa del
delito inducido en concurso ideal con un delito imprudente, cuando la posibilidad de error del
autor principal era previsible. Para otro sector de la doctrina80, en cambio, parece injusto
castigar al inductor también por delito imprudente.
Estas soluciones propuestas por la doctrina para los casos de error in persona y de
error in objeto se replican para los casos de aberratio ictus, esto es, cuando el autor se
representa que aunque su acción pretende alcanzar a un objeto determinado, puede alcanzar a
otro situado en sus proximidades, lo que en definitiva ocurre. Por ejemplo, A quiere matar de
un disparo a B, a cuyo homicidio le indujo C, pero mata a D, que está junto a B o, en el
mismo caso, mata al perro que acompañaba a B. En efecto, la doctrina, de igual modo,
distingue los casos en que el error en el golpe da lugar al mismo título de imputación al que
fue inducido el autor principal o a un título distinto, llegando a las mismas conclusiones, con
la salvedad de que, en el caso en que el error dé origen a un mismo título de imputación, un
sector estima que se debe sancionar, tanto al autor como al inductor, como autores de delito
en grado de tentativa, respecto del hecho punible instigado, en concurso ideal con delito
imprudente, respecto del ilícito efectivamente cometido.

VII) EL AGENTE PROVOCADOR.


Estrechamente relacionada con la inducción se encuentra la situación del denominado
Agente Provocador, construcción conceptual elaborada por la doctrina y la jurisprudencia.
En términos sencillos, se puede afirmar que se entiende por Agente Provocador aquel
individuo que, fingiendo pretender la comisión de un determinado delito por otras personas,
las incita a cometerlo, procurando impedir la consumación de éste una vez comenzada su
ejecución, todo lo cual efectúa con el propósito de poner a los hechores a disposición de la
justicia, habiendo de este modo logrado obtener pruebas en contra de los mismos.

79
En este sentido: LÓPEZ BARJA, En: Autoría y participación, ob. cit., página 145.
80
En este sentido: CUELLO y MAPELLI, ob. cit., página 154.

65
Para ilustrar este concepto, el ejemplo clásico de esta figura que cita la doctrina es el
del funcionario policial que se infiltra en una banda de traficantes de drogas, fingiendo ser
consumidor, proponiéndoles la compra de una determinada cantidad, a fin de poder proceder a
su detención en el momento en el que ellos le hagan entrega de ésta, pues así contara con la
evidencia necesaria de la existencia del delito y de la participación de los sujetos en éste.
Así, se presenta la disyuntiva de si la participación del Agente Provocador en los
ilícitos en que interviene debe ser punible o no y, de serlo, en qué supuestos lo sería. En
definitiva, lo que se discute es si la acción del Agente Provocador reúne o no todos los
presupuestos de la inducción punible.
La mayor parte de la doctrina se inclina por considerar que la acción del Agente
Provocador no es punible, por cuanto, si bien él incita a la comisión de un delito, lo hace sin
dolo de que éste llegue a consumarse, sino que confía en que impedirá a tiempo su
consumación o, al menos, si se trata de un delito cuya consumación es meramente formal
(como en varios tipos penales de tráfico de droga, en los que basta el solo porte de la
sustancia prohibida), confía en evitar que se materialice la lesión o la puesta en peligro del
respectivo bien jurídico. De esta manera, para este sector de la doctrina, en el Agente
Provocador no concurriría el doble dolo exigido en el inductor, esto es, dolo de hacer nacer en
el inducido la resolución criminal y dolo de que el inducido cometa efectivamente el delito al
que se le induce; por lo que a su respecto correspondería la impunidad81.
Hay quienes, ahondando más aún, precisan que, en el caso de que el inducido o
“provocado” logre, contra la voluntad del Agente Provocador, consumar el delito,
naturalmente no correspondería sancionar al Agente Provocador como inductor doloso a un
delito consumado, porque él carece de dolo de consumación, sino que lo acertado sería
castigarlo como autor accesorio82 de un delito imprudente, si de antemano era objetivamente
previsible que la consumación no iba a poder evitarse o si, pudiendo evitarse ésta, no se
aseguró de que las medidas adoptadas por él para tales efectos fueran suficientes83.

81
En este sentido: MIR, ob. cit., páginas 417 y 418; CUELLO y MAPELLI, ob. cit., página 150; MUÑOZ
SÁNCHEZ, Juan. El agente provocador. Valencia, España. Editorial Tirant Lo Blanch, 1995, página 67.
82
La autoría accesoria tiene lugar cuando varias personas, independientemente unas de otras, producen el
resultado típico. La autoría accesoria permite que uno de los intervinientes responda a título de dolo (lo que
ocurría, según esta doctrina, respecto del provocado) y que otro interviniente responda a título de culpa (de
acuerdo a esta doctrina, sería el caso del agente provocador).
83
Así: MIR, ob. cit., página 418; MUÑOZ SÁNCHEZ, ob. cit., página 69; GÓMEZ, ob. cit., páginas 469 y 470;
RUIZ ANTÓN, Luis Felipe. Del agente provocador y del delito provocado. En: PROBLEMAS DE AUTORÍA.
Consejo General del Poder Judicial. Madrid. Solana e Hijos, A.G., S.A., 1994, páginas 390 y siguientes.

66
Otra parte de la doctrina84, en cambio, estima que el Agente Provocador debe ser
sancionado, aunque no pretenda que el delito al que instigó se llegue a consumar, por cuanto
los fines perseguidos por el inductor son irrelevantes. Además, algunos sostienen que aun
cuando el Agente Provocador sólo pretenda que el hecho punible alcance el grado de
tentativa, se debe tener en cuenta que la tentativa siempre implica un riesgo para el bien
jurídico, y no sería justo que el creador de dicha situación quede impune. En todo caso, dentro
de esta corriente que postula la punibilidad del Agente Provocador, hay quienes consideran
que ésta no procede en el caso en que el Agente Provocador haya eliminado de antemano
cualquier posibilidad de que el delito en cuestión se consume.
Mir85 critica estas doctrinas señalando que sólo serían admisibles si se considerara
suficiente para la punición del Agente Provocador que éste haya tenido la voluntad de que el
provocado intentara la consumación, siempre que la tentativa sea punible. No obstante, indica,
si el fundamento de la participación (y, dentro de ésta, de la inducción) es el favorecimiento
de la lesión del bien jurídico por parte del autor, lo consecuente es exigir en el inductor el
dolo de favorecer efectivamente esa lesión. La cuestión sería distinta, expone, si se sostuviera
que el fundamento de la punibilidad de la participación es la “corrupción” del autor, lo que él
no comparte.

En Chile, Cury86 y Politoff, Matus, Ramírez87 afirman que, para determinar si la


acción del Agente Provocador debe ser punible o no, se deben distinguir dos situaciones:
A) Si la conducta consiste en la reafirmación de un propósito delictual ya existente: En
este caso, según ellos, no hay instigación punible y el instigado responde penalmente.
Agregan que ésto es lo que sucedería en los casos de tráfico ilícito de estupefacientes, donde
lo que se persigue es obtener de parte de un dealer (comerciante) una pseudoventa que será
abortada por la intervención policial, situación en la cual el inducido es, en verdad, omnio
modo factorus, ya resuelto a la comisión de un delito semejante, al que no se le puede instigar
más de lo que ya está.
B) Si el Agente Provocador forma en una persona la determinación a cometer un delito
que no habría cometido sin esa instigación: En este caso, sostienen, la conducta del Agente
Provocador es simple “corrupción” y, por tanto, punible de acuerdo a las reglas generales.

84
Entre ellos: LÓPEZ BARJA, En: Autoría y participación, ob. cit., páginas 138 y siguientes.
85
Ob. cit., página 418.
86
En: Texto y comentario del Código Penal Chileno, ob. cit., páginas 244 y 245.
87
Ob. cit., página 429.

67
Por su parte, Hernández88 destaca que en Chile, en materia de tráfico de drogas, el
asunto del llamado Agente Provocador está legalmente resuelto respecto de los funcionarios
policiales -o particulares que actúan con conocimiento de aquéllos (informantes)- que se
infiltran en organizaciones criminales (agentes encubiertos) o simulan ser adquirentes de
drogas (agentes reveladores), los que, conforme al artículo 25 de la Ley N° 20.000, que
sanciona el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, “estarán exentos de
responsabilidad criminal por aquellos delitos en que deban incurrir o que no hayan podido
impedir, siempre que sean consecuencia necesaria del desarrollo de la investigación y guarden
la debida proporcionalidad con la finalidad de la misma”.
Él mismo estima que, sin embargo, más allá del ámbito referido, la cuestión sigue
siendo muy dudosa y, a su parecer, la posible solución no se debe buscar en la dogmática de
la inducción, sino en otro plano, en una ponderación de intereses que remite a la lógica de las
causas de justificación, que es precisamente lo que parece hacer la norma citada.
Además, Hernández plantea que, en el mismo contexto, debería discutirse seriamente
qué efectos debe tener la actividad del Agente Provocador en el status del inducido, tanto
desde un punto de vista procesal, como sustantivo; porque, por ejemplo, señala (y en ésto se
aprecia una discrepancia de él respecto de lo que se ha expuesto sostienen Cury y Politoff,
Matus, Ramírez) el argumento de que los delincuentes habituales ya estarían resueltos a
cometer delitos semejantes, de modo que la actuación del provocador no puede considerarse
eficaz a título de inducción, haría bastar una mera inclinación genérica al delito para liberar de
responsabilidad por la inducción a un delito determinado, con lo cual, por ejemplo, no debiera
considerarse inductor al que contrata al sicario que espera deseoso un encargo, conclusión
que, indica, ciertamente nadie suscribiría. Por otra parte, manifiesta que considerar que el
Agente Provocador no debe ser sancionado por su falta de dolo no se condice con el hecho de
que éste asume instrumentalmente la consumación del delito.

Como se puede observar, la figura del Agente Provocador aún es materia de una rica
discusión en la doctrina, tanto en España, como en Chile.

88
Ob. cit., páginas 412 y 413.

68
CAPÍTULO III

UN RECIENTE CASO DE INDUCCIÓN EN LA JURISPRUDENCIA CHILENA.

I) ANTECEDENTES DEL CASO.


A fin de apreciar la aplicación de las diversas discusiones doctrinarias que existen en
torno a los distintos aspectos de la inducción a hechos concretos, en este Capítulo trataremos
de un caso de inducción que fue conocido por el Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de
Santiago, Chile, cuyo juicio oral se desarrolló entre los días 23 de septiembre de 2010 y 19 de
enero de 2011, en el que tuvieron la calidad de acusados:

1) Doña MARÍA DEL PILAR PÉREZ LÓPEZ, a quien en la acusación fiscal se le


atribuyó responsabilidad criminal en tres hechos, en las calidades que en cada uno de ellos se
señala a continuación, los que serían constitutivos de los ilícitos que en cada caso se indican:

a) HECHO N° 1: Delito de Homicidio Simple, en los términos del artículo 391 N° 2 del
Código Penal, en grado de frustrado, de conformidad al artículo 7 del mismo texto legal, en
perjuicio de Monserrat Hernando Berríos; en el que le habría cabido participación en calidad
de autor directo, de acuerdo a lo establecido en el artículo 15 N° 1 del Código Penal.
b) HECHO N° 2: Delito de Parricidio del artículo 390 del Código Penal, en grado de
consumado, en la persona de su cónyuge Francisco Zamorano Marfull; y delito de Homicidio
Calificado del artículo 391 del Código Penal, también en grado de consumado, en la persona
de Héctor Arévalo Olivero, con las calificantes primera, alevosía; segunda, por premio o
promesa remuneratoria; y quinta, premeditación conocida; delitos en los que habría tenido
participación en calidad de autor inductor, según lo prescrito en el artículo 15 N° 2 del Código
Penal.
c) HECHO N° 3: Delito de Robo con Homicidio del artículo 433 N° 1 del Código Penal,
en grado de consumado, en la persona de Diego Schmidt-Hebbel Niehaus; y, en grado de
frustrado, respecto de María Aurelia López Castaño, Gloria Pérez López, Agustín Molina
Mirabel y María Belén Molina Pérez; ilícitos en los que habría intervenido en calidad de autor
inductor, de conformidad al artículo 15 N° 2 del Código Penal.

2) Don JOSÉ MARIO RUZ RODRÍGUEZ, a quien en la acusación fiscal se le atribuyó


responsabilidad criminal en los Hechos N° 2 y N° 3, antes referidos, en calidad de autor

69
directo, de acuerdo a lo establecido en el artículo 15 N° 1 del Código Penal, los que a su
respecto fueron calificados jurídicamente de la siguiente manera:

a) HECHO N° 2: Delitos de Homicidio Calificado del artículo 391 del Código Penal, en
grado de consumado, en las personas de Francisco Zamorano Marfull y de Héctor Arévalo
Olivero, con las calificantes primera, alevosía; segunda, por premio o promesa remuneratoria;
y quinta, premeditación conocida.
b) HECHO N° 3: Delito de Robo con Homicidio del artículo 433 N° 1 del Código Penal,
en grado de consumado, en la persona de Diego Schmidt-Hebbel Niehaus; y, en grado de
frustrado, respecto de María Aurelia López Castaño, Gloria Pérez López, Agustín Molina
Mirabel y María Belén Molina Pérez.

Con fecha 26 de febrero de 2011, el Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de


Santiago dictó la respectiva sentencia definitiva.
En cuanto a su contenido, haremos alusión a lo resuelto en relación a los Hechos N° 2
y N° 3 imputados a los acusados, por cuanto, como se ha visto, en éstos habría tenido lugar la
inducción, forma de participación criminal objeto de nuestro estudio.
Hemos de advertir que, si bien este fallo no fue acordado por la unanimidad de los
integrantes del tribunal, sino que con el voto en contra de una de sus miembros, no haremos
referencia a este voto de minoría por fundarse en una distinta valoración de la prueba rendida
para acreditar los hechos materia de la causa, y no en una distinta apreciación de la
correspondiente aplicación del derecho a la calidad de inductora atribuida a una de las
acusadas.

Respecto de este fallo del Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Santiago, las
defensas de ambos acusados dedujeron recursos de nulidad, fundados en diversas causales,
recursos que fueron conocidos por la Excelentísima Corte Suprema, dictando el máximo
tribunal la sentencia correspondiente con fecha 2 de mayo de 2011.
En cuanto a esta última, dados los fines de esta investigación, también haremos
alusión sólo a lo relativo a la inducción.

Para una mayor claridad en la exposición, nos referiremos en primer término a lo


resuelto por el Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Santiago en lo que dice relación
con el segundo hecho de la causa. En seguida, nos ocuparemos de lo resuelto por el mismo

70
tribunal respecto del tercer hecho de la causa. Finalmente, trataremos el fallo de la
Excelentísima Corte Suprema, en cuanto resuelve el recurso de nulidad interpuesto por la
defensa de la acusada María del Pilar Pérez López en lo que guarda relación con la aplicación
del derecho a la calidad de autora inductora en el Hecho N° 3 del caso en cuestión, por la que
fue condenada en la sentencia recurrida.

II) FALLO DEL TERCER TRIBUNAL DE JUICIO ORAL EN LO PENAL DE


SANTIAGO.

1) HECHO N° 2 DE LA CAUSA:
Los hechos que al respecto el tribunal tuvo por acreditados fueron los siguientes:

“Con fecha 3 de marzo de 1976 María del Pilar Pérez López y Francisco Zamorano
Marfull contrajeron matrimonio. Posteriormente, los cónyuges se separaron de hecho.
A fines del año 2007 la imputada María del Pilar Pérez López contactó a José Mario
Ruz Rodríguez, a quien había conocido anteriormente por motivos laborales, con el fin de
solicitarle que le buscara a una persona para matar a Francisco Zamorano Marfull y a su
pareja hombre. Le señaló que el precio o recompensa por dar muerte a cada uno sería de $
1.000.000. En el mes de diciembre de 2007, para cumplir el encargo, el imputado Ruz
contactó a Miguel Carvajal Sepúlveda, a quien conocía en el rubro de los cafés, y le
encomendó la labor de matar a Zamorano Marfull, indicándole que era un bisexual, que
tenía sida y que ésto lo solicitaba una mujer, al que este sujeto le había contagiado el VIH.
Para ello le ofreció $ 500.000 por el hecho, y le transmitió toda la información que había
recibido de Pilar Pérez. Miguel Caravjal Sepúlveda, finalmente, no cumplió el encargo, ni
contactó a nadie para ello.
Durante los primeros meses del año 2008, María del Pilar Pérez López insistió con
Ruz Rodríguez con el encargo de matar a Zamorano Marfull y a su pareja, por lo cual
decidió matarlos él mismo.
Para lo anterior, Ruz Rodríguez contactó al armero Juan Francisco González Muñoz,
a quien conocía, pues le había arreglado las armas que el imputado Ruz Rodríguez tiene
inscritas legalmente. En el domicilio de González Muñoz, ubicado en La Florida, Ruz
Rodríguez le solicitó que le vendiera una pistola con silenciador, que no tuviera problemas
relacionados con delitos de manera previa, para lo cual pagó $ 400.000. De este modo,
González Muñoz fabricó una pistola que armó con piezas de una Browning 7.65 que él tenía

71
disponibles en su taller, subcontratando a Aladino Pereira Olivera para que le instalara un
silenciador, lo que esta persona realizó por la suma de $ 80.000. Finalmente, en el mes de
abril de 2008, la pistola con silenciador estuvo lista y fue probada en el taller de González
Muñoz, funcionando a la perfección, tras lo cual le fue entregada a Ruz Rodríguez.
El día 23 de abril de 2008 el imputado Ruz Rodríguez, armado con una pistola con
silenciador, concurrió alrededor de las 18:40 horas, en su automóvil marca Kia, dos puertas,
año 1996, color rojo, placa patente única PP.2187, a la calle José Manuel Infante 1.020,
Providencia, domicilio de las víctimas, estacionando el vehículo en las inmediaciones del
lugar por calle Infante. Luego, esperó que llegara el automóvil de las víctimas. Alrededor de
las 19:15 horas llegó el vehículo marca Renault Scenic, placa patente única WF.3423,
conducido por Arévalo Olivero. Ruz Rodríguez lo abordó preguntándole por el arquitecto
Zamorano, señalándole que venía a buscar unos planos, tras lo cual Arévalo Olivero lo
condujo hasta el segundo piso, donde se encontraba Zamorano Marfull. Una vez en el
segundo piso, Ruz Rodríguez sacó la pistola con silenciador e intimidó a las víctimas,
indicándoles que ésto era un asalto y les ordenó que se arrojaran al suelo. Mientras las
víctimas estaban en el suelo, Ruz Rodríguez procedió a efectuar un certero disparo a cada
una de ellas en la nuca, las que fallecieron en el lugar. Zamorano Marfull, producto de
traumatismo cervical raquimedular por bala, y Arévalo Olivero, producto de traumatismo
cráneo encefálico por bala. Una vez cometidos estos hechos, el imputado se retiró del lugar,
abordando su automóvil alrededor de las 19:40 horas.
Al día siguiente, el imputado Ruz Rodríguez se reunió con María del Pilar Pérez
López obteniendo el pago de dinero por el encargo efectuado”. (Considerando décimo sexto).

En el considerando décimo séptimo, el tribunal calificó jurídicamente estos hechos


como constitutivos de los siguientes ilícitos:

1.- Los de homicidio, calificados por la circunstancia de haberse obrado por premio o
promesa remuneratoria, en las personas de Francisco Zamorano Marfull y Héctor Arévalo
Olivero, previstos y sancionados en el artículo 391 N° 1 circunstancia segunda del Código
Penal.
2.- El de parricidio en la persona de Francisco Zamorano Marfull, previsto y sancionado
en el artículo 390 del Código Punitivo, y el de homicidio calificado por la circunstancia de
haberse ejecutado por premio o promesa remuneratoria, en la persona de Héctor Arévalo

72
Olivero, previsto y sancionado en el artículo 391 N° 1 circunstancia segunda del antes citado
Estatuto.

Respecto al delito de parricidio, el tribunal consideró que resultó acreditado que uno
de los partícipes se encontraba vinculada con una de las víctimas por una relación de
matrimonio, esto es, se trataba de su cónyuge.
En cuanto a los delitos de homicidio calificado, el fallo precisa que concurrió la
circunstancia de haberse actuado inmediata y mediatamente en razón de un premio o promesa
remuneratoria, a saber, por una parte con un fin de lucro y por otra suministrando o
configurando tal objetivo de beneficio económico, produciéndose por tanto un desvalor mayor
en las conductas, que configura el tipo referido.
En seguida, agrega que, en el entendido anterior, y atenta la configuración fáctica que
se tuvo por probada, se desestima la concurrencia de las otras circunstancias calificantes
alegadas como concurrentes por los acusadores, la de la alevosía y la de premeditación
conocida. Ello por cuanto, en apreciación de los sentenciadores, las mismas se encuentran
contenidas en la que se tuvo por estructurada, esto es, el decidir la acción por un incentivo
económico necesariamente implicó, en el caso, una adecuada y previa planificación de la
acción, una recepción de información, la obtención del arma y del silenciador; siendo además
inherente, también en este caso, el haber urdido un relato a fin de obtener el adecuado acceso
a los propósitos lesivos.

El tribunal determinó que, en estos delitos, el acusado Ruz Rodríguez tuvo


participación como autor directo del doble homicidio calificado cometido en la persona de los
señores Zamorano y Arévalo (considerando décimo octavo).
En tanto, en relación a la acusada María del Pilar Pérez López, el tribunal le atribuyó
en el considerando décimo noveno, participación en estos ilícitos en los términos del N° 2 del
artículo 15 del Código Penal, específicamente, en calidad de inductora, siendo los hechos a su
respecto constitutivos del delito de parricidio en la persona de su cónyuge Francisco Pelayo
Zamorano Marfull y de homicidio calificado en la persona de Héctor Rodrigo Arévalo
Olivero.
En lo que se refiere a la calidad de inductora de la condenada Pérez López, la
sentencia en cuestión entiende que la inducción estuvo referida a la concreción de un hecho
determinado, cual fue, “matar a Zamorano y a su pareja, no importa si sólo al primero, o a los
dos”, citando sobre el particular a Cury, en su libro de Derecho Penal, Parte General, según el

73
cual, al carecer el inductor de dominio del hecho, su posibilidad para hacer precisiones es
limitada, por lo que el autor directo es quien decide los detalles del plan y cómo lo ejecuta. En
este caso -indica el fallo- efectivamente, la conducta de la acusada María del Pilar Pérez
consistió en que hizo nacer en el acusado Ruz Rodríguez la resolución de ejecutar el hecho
que ella le encargó, matar a Zamorano y a su pareja; cumpliendo él con tal encargo,
planificando el hecho, preocupándose del arma a usar, de sus detalles y características;
precisando la hora, las circunstancias, y, enfrentado, solo, al momento de los disparos, fue
quien determinó de qué forma, cuántos tiros, a quién primero, qué se hacía después, y
cumplido todo, dio cuenta, en lo esencial, precisamente del encargo, a quien lo indujo, le hizo
nacer la idea de ejecutarlo.
Añade el fallo que la inducción guarda relación con la circunstancia de inculcar a otra
persona una idea y que de la misma nazca una decisión, una resolución delictiva de ejecutar el
hecho ideado. Así, el inductor provoca dolosamente al autor para la ejecución del hecho y,
debido a ello el inductor es tan autor como el autor directo del hecho. Por lo demás, concluye,
nuestro propio Código Penal discurre en este mismo sentido, al disponer en su artículo 15, “se
consideran autores … N° 2 los que fuerzan o inducen directamente a otro a ejecutarlo”.

En la parte resolutiva de la sentencia, el tribunal pronunció su decisión condenatoria


de los acusados acorde a los considerandos expuestos.

En relación a lo que hemos referido que resolvió el tribunal respecto de este hecho,
podemos observar lo siguiente:

- En cuanto a la muerte provocada a la persona de Francisco Zamorano Marfull, que fue


calificada jurídicamente como delito de parricidio, en el que se le atribuyó a la acusada María
del Pilar Pérez López participación en calidad de inductora, habida consideración de ser
cónyuge de la víctima; hecho que a la vez fue calificado jurídicamente como constitutivo del
delito de homicidio calificado respecto del acusado Rodríguez Ruz, a quien se le condenó en
calidad de autor ejecutor en el mismo: Podemos apreciar que el tribunal estimó que la
circunstancia personal de ser cónyuge del ofendido concurrente en quien fue sancionada por
su participación en el ilícito a título de inductora no era comunicable al autor ejecutor, quien,
naturalmente, carecía de dicho vínculo con la víctima. Hemos de entender que, en la especie,
el tribunal optó por prescindir del principio de accesoriedad y por romper el título de
imputación, en tanto valoró jurídicamente el hecho en forma independiente para cada uno de

74
los intervinientes en el mismo; pues, si hubiese partido del mencionado principio y de la
unidad del título de imputación habría calificado el hecho para ambos intervinientes en
función del autor principal, lo que habría significado que de éste se derivara la calificación de
homicidio, también, para la inductora.

- En relación a la segunda circunstancia calificante del delito de homicidio contemplada


en el artículo 391 N° 1 del Código Penal, esto es, ejecutar el homicidio “por premio o
promesa remuneratoria”, que el tribunal estimó concurrió calificando el homicidio de la
víctima Arévalo Olivero respecto de ambos condenados, se ha de tener presente que; siendo
necesaria para la configuración de esta calificante la existencia de, al menos, dos personas:
una que da el premio o promete la remuneración para que otra realice el hecho (inductor) y
otra que lo ejecuta movido precisamente por dicho ofrecimiento o dádiva (autor ejecutor); se
discute en la doctrina si es procedente aplicar esta circunstancia a ambos sujetos o sólo al
autor ejecutor.
Sobre el particular, hay autores que sostienen que la calificante es aplicable a ambos
sujetos. En cambio, otros afirman que la característica nuclear de esta circunstancia es el
móvil económico, de ahí la preposición “por” utilizada por el legislador, móvil que sólo
concurre en quien actúa porque recibe o espera recibir el premio o recompensa, de manera
que sólo en éste existe la calificante89. Además, algunos autores consideran que apreciar la
concurrencia de esta calificante en el sujeto que da o promete el premio o remuneración
implicaría vulnerar el principio de non bis in idem, dado que se estaría valorando su reproche
en dos momentos, esto es, para integrar la inducción y para calificar el homicidio90. No
obstante, para una parte de la doctrina no habría inconveniente en aplicar respecto del
inductor la agravante genérica de responsabilidad criminal de cometer el delito “mediante”
precio, recompensa o promesa91.
Como lo explica el sentenciador, en el caso que nos ocupa, resolvió que era procedente
sancionar tanto al autor ejecutor como a la inductora por el delito de homicidio calificado en
la persona de Héctor Arévalo Olivero, por la circunstancia de haberse ejecutado el hecho por
premio o promesa remuneratoria, toda vez que en el primero de ellos dicha circunstancia

89
Así, en España: ROMEO CASABONA, Carlos María. LOS DELITOS CONTRA LA VIDA Y LA
INTEGRIDAD PERSONAL Y LOS RELATIVOS A LA MANIPULACIÓN GENÉTICA. Granada. Editorial
Comares, S. L., 2004, páginas 74 y 75.
90
En sentido, también en España: GÓMEZ, ob. cit., página 84, en pie de página 173.
91
En este sentido: ROMEO CASABONA, ob. cit., página 75. En sentido contrario, GÓMEZ, ob. cit., página 84,
en pie de página 173.

75
concurrió inmediatamente, con un fin de lucro; y que en la segunda concurrió mediatamente,
por haber suministrado o configurado tal objetivo de beneficio económico.

- Al referirse el fallo a la calidad de inductora en los hechos de doña María del Pilar
Pérez López, concuerda con la doctrina y la jurisprudencia, según se ha estudiado en el
capítulo precedente de este trabajo, en cuanto al concepto y requisitos de esta forma de
participación criminal.

2) HECHO N° 3 DE LA CAUSA:
Los hechos que al respecto el tribunal tuvo por acreditados fueron los siguientes:

“A principios del año 2008, la imputada María del Pilar Pérez López contactó a un
sujeto de nombre Emilio Pérez Guíñez, al que le contó de las desavenencias que tenía con su
familia por temas de herencia y le solicitó la búsqueda de una persona con el fin que entrara
a robar al domicilio de Seminario N° 97, Providencia, y que matara en su interior a Agustín
Molina Mirabel. Con este sujeto mantuvo contacto personal y telefónico durante los meses de
Febrero a Mayo del año 2008, ambos inclusive, con el fin de coordinar la contratación de un
sicario para materializar el crimen señalado, sin obtener resultados concretos.
En vista de lo anterior, y en ese mismo periodo, la imputada le propuso a Ruz
Rodríguez otros dos encargos. El primero fue que ingresara al inmueble de su hermana
Gloria Pérez López, ubicado en calle Seminario N° 97, de la comuna de Providencia, con el
objeto de robar especies y joyas que habrían en el interior y que, además, matara a los
integrantes de esa familia. Le propuso además a Ruz Rodríguez que si realizaba este último
hecho, además de quedarse con el botín consistente en dinero efectivo y joyas, ella le pagaría
la suma de $ 10.000.000 por cada una de las muertes, suministrándole toda la información
tendiente a hacer efectivo el encargo.
El imputado Ruz Rodríguez aceptó la proposición y encargo de la imputada Pérez
López y para poder cumplirlos concurrió nuevamente a la armería de Juan Francisco
González Muñoz, en el mes de octubre de 2008, y le solicitó que modificara su propia arma
Taurus calibre 6.35, serie DNG06055, inscrita a su nombre, para que le cambiara el cañón
del arma, encargo que Juan Francisco González Muñoz cumplió, instalándole un nuevo
cañón al arma señalada, lo que permitiría efectuar disparos sin que quedaran en las
municiones las huellas de haber sido disparadas por el arma de Ruz Rodríguez.

76
El imputado merodeó el lugar en varias ocasiones, siendo la última el día lunes 3 de
noviembre de 2008, en que concurrió al lugar en la mañana, alrededor de las 07:30 horas,
sin cumplir en ese momento el encargo.
Al día siguiente, el día 4 de noviembre de 2008, el imputado Ruz Rodríguez, y
cumpliendo el encargo que le efectuara la imputada Pérez López, concurrió a calle
Seminario, a la altura del número 97, en su automóvil Kia, dos puertas, color rojo, año 1996,
placa patente única PP.2187, el que estacionó en las inmediaciones del sector, con el objeto
de sustraer especies y matar a los integrantes del grupo familiar. Llegó al lugar alrededor de
las 07:30 horas, premunido de su pistola Taurus con el cañón cambiado, la que transportaba
en un banano, de un cuchillo y con un bolso para transportar las especies a sustraer. En el
lugar estuvo esperando atentamente algún movimiento y advirtió que diez minutos antes de
las 08:00 horas llegó Diego Schmidt-Hebbel Niehaus, quien pasaba a buscar a su novia,
María Belén Molina Pérez, como era su costumbre en las mañanas. Al momento en que
María Belén Molina Pérez abrió la puerta de ingreso al inmueble de calle Seminario N° 97,
Ruz Rodríguez se puso detrás de Diego Schmidt-Hebbel Niehaus, sacó la pistola del banano,
empujó a Diego y a María Belén hacia el interior del inmueble y cerró la puerta de ingreso a
éste. En el interior del inmueble Diego Schmidt-Hebbel Niehaus se dio vuelta y opuso tenaz
resistencia al imputado. Ambos forcejaron uno (el imputado) trató de empujarlo hacia dentro
de la vivienda y el otro (Diego) lo trató de empujar hacia fuera. En ese forcejeo el imputado
utilizó la pistola que llevaba en la mano y le disparó dos veces. Un disparo impactó a la
altura de la zona tóraco-cervical de la víctima y el otro dio en la muralla interior de la
vivienda. Posteriormente, el imputado Ruz Rodríguez lo apuñaló, con un arma blanca que
portaba, en la región cervical, provocándole una gran herida cortante cervical izquierda, en
el reborde mandibular de aproximadamente cinco centímetros. Mientras ésto ocurría, y a raíz
de los disparos y gritos, apareció el padre de María Belén, Agustín Molina Mirabel, tras lo
cual el imputado se dio a la fuga del lugar, corriendo por calle Seminario hacia el norte,
luego dobló en la calle Ricardo Matte Pérez hacia el oriente, lugar donde abordó su
automóvil patente PP.2187, en el cual se movilizaba.
La víctima quedó herida en el suelo, hasta que llegó una ambulancia que lo trasladó
hasta la Posta Central, ingresando alrededor de las 08:00 horas a ese establecimiento
asistencial, donde finalmente falleció producto de un shock hipovolémico causado por una
herida penetrante a bala tóraco cervical derecha y una herida cortante cervical izquierda,
alrededor de las 10:50 horas”. (Considerando vigésimo primero).

77
En el considerando vigésimo segundo, el tribunal estimó que estos hechos son
constitutivos del delito de robo con homicidio, en grado de consumado, en la persona de
Diego Schmidt-Hebbel Niehaus, previsto y sancionado en el artículo 433 N° 1 del Código
Penal y de los ilícitos de robo con homicidio, en grado de frustrado, en las personas de María
Aurelia López Castaño, Gloria Pérez López, Agustín Molina Mirabel y María Belén Molina
Pérez, previstos y sancionados en la norma precedentemente referida.
Para estos efectos, el fallo consigna, en lo fundamental, que entiende que el deceso de
Diego Schmidt-Hebbel Niehaus se produjo por la acción dolosa de un tercero que, con un
ánimo apropiatorio, accedió al inmueble señalado y lo acometió de la manera descrita, por lo
que dicha acción se enmarca en el tipo contemplado en el artículo 433 N° 1 del Código Penal,
en cuanto “con motivo” del robo se produjo homicidio. Por otra parte, en cuanto al delito de
robo con homicidio en grado de frustrado en las personas indicadas, los sentenciadores
consideraron que el hechor actuó por habérsele efectuado, por parte de un tercero, un
ofrecimiento monetario a fin de que concretara tales cometidos, los que no pudo materializar
en razón de la actividad desplegada por la que fuera su víctima fatal, que lo repelió en su
intento de continuar con su actuar lesivo de apropiación y muerte.

El tribunal determinó que, en ambos ilícitos referidos, el acusado Ruz Rodríguez


intervino de manera inmediata y directa, conforme a lo previsto en el artículo 15 N° 1 del
Código Penal (considerando vigésimo tercero); mientras que la acusada Pérez López tuvo en
los mismos participación punible en los términos del artículo 15 N° 2 de dicho cuerpo legal,
esto es, los que fuerzan o inducen directamente a otro a ejecutarlo (considerando vigésimo
cuarto).
A propósito de la participación en calidad de inductora de la condenada Pérez López,
el tribunal, citando doctrina chilena y española hace presente que los autores inductores son
también autores para el artículo 15 N° 2 del Código Penal; que inducir -en un sentido amplio-
significa hacer nacer en otro la resolución de ejecutar el hecho; que la inducción debe referirse
a un hecho determinado; que el inductor carece del dominio del hecho, por lo que su
posibilidad de hacer precisiones es limitada, quedando los detalles del plan y su ejecución
abandonados al autor; que ni las desviaciones esenciales, ni el exceso de dolo gravan al
instigador; y que el inductor sólo responde por los resultados que se corresponden con su dolo
(directo o eventual), respondiendo del exceso sólo el autor.
En el mismo orden de ideas, el fallo estimó que -a lo menos- la condenada Pérez
López actuó con dolo eventual en el delito de robo con homicidio consumado de Diego

78
Schmidt-Hebbel, ya que sabiendo que era altamente probable que se produjera el resultado
típico, no dejó de actuar y/o hacer el encargo criminoso, pese a ello. Para estos efectos, el
fallo tuvo en consideración que la acusada Pérez López sabía con lujo de detalles de las
rutinas diarias, horarios y dependencias habitacionales de la familia de Seminario 97, como
también que la víctima Diego Schmitd-Hebbel concurría todos los días en las mañanas a
buscar a su novia María Belén Molina Pérez.
Acto seguido, el fallo indica que, sin perjuicio de lo anterior, cabe citar textualmente al
doctor Isidoro Blanco Cordero, quien trata el tema “El error in persona del inducido y su
relevancia para la responsabilidad del inductor”, concluyendo en las páginas 826 y 827 de su
libro (lo que reproducimos para ilustrar el razonamiento del tribunal) que “un numeroso
sector de autores alemanes y españoles, así como la jurisprudencia alemana (y al parecer
también la española), consideran que es irrelevante para el inductor el error en la persona del
autor. Por lo tanto, el inductor ha de ser sancionado por una inducción consumada a un hecho
principal doloso (homicidio o asesinato) consumado. Para argumentar esta solución recurren
algunos autores al fundamento de la punibilidad de la participación. A su juicio, conforme a la
moderna formulación de la teoría de la causación o del favorecimiento, la sanción del
partícipe se fundamenta en que su comportamiento supone una contribución o un
favorecimiento a la realización del hecho principal por el autor. El partícipe no lesiona con su
acción el bien jurídico, sino que contribuye al ataque que realiza el autor. Pues bien, ésto es lo
que sucede en los casos aquí analizados: el autor ha lesionado dolosamente el bien jurídico
vida protegido en los delitos contra la vida, y a esa lesión ha contribuido el inductor. Éste
deseaba que el inducido menoscabara la vida de otro y ésto es lo que finalmente ha ocurrido.
Pese al error del autor, se lesiona realmente un bien jurídico de la misma categoría valorativa
típica que el que se pretendía menoscabar. Desde una perspectiva normativa no existe ninguna
razón para una disminución de la responsabilidad penal a favor del inductor. Por ello, carece
de relevancia para el inductor el error in persona (irrelevante) en el que incurre el autor; es
irrelevante la identidad de la persona que finalmente resulta ser la víctima del delito, siempre
y cuando el autor se dirija a cumplir con lo ordenado por el inductor. En definitiva, el error
del inductor ha de tratarse conforme a los mismos principios que el error del autor. …”.

El tribunal, en la parte resolutiva del fallo, condenó a los acusados de manera


concordante con los considerandos referidos.

79
En lo referente a la fundamentación de la condena por participación en calidad de
inductora de la acusada Pérez López en estos hechos que efectúa el fallo y que hemos
reseñado, podemos apuntar lo siguiente:

- No nos detendremos en la calificación jurídica de los hechos, por considerar que ésta
no tiene relación con la calidad de inductora por la que ella fue sancionada, en definitiva. En
todo caso, tenemos presente que, de haber sido otra la calificación jurídica efectuada por el
tribunal, tanto en lo relativo a la especie del ilícito, como en su iter criminis, ésta podría haber
tenido relevancia para valorar los alcances de su participación a título de inducción.

- Al aludir al concepto y características de la inducción, como forma de participación


criminal, citando doctrina chilena y española, la sentencia coincide con lo que lo que en la
presente investigación se ha expuesto al respecto.

- En cuanto al delito de que fue víctima Diego Schmitd-Hebbel, el tribunal estimó que
en este ilícito la inductora actuó -al menos- con dolo eventual. Como vimos en el segundo
capítulo de este trabajo, parte de la doctrina, tanto en España como en Chile, admite como
suficiente la existencia de dolo eventual en el inductor. En tanto, otro sector estima necesario
que el inductor obre con dolo directo, al menos en lo relativo al hecho al que induce. Sin
embargo, como allí lo indicamos, autores que adscriben a esta última doctrina aceptan que en
el inductor exista sólo dolo eventual respecto de las consecuencias indirectas de tal hecho,
toda vez que el ejecutor, a partir de éste, puede desviar su acción o cometer excesos que el
inductor pudo representarse previamente, aceptando que éstos se produjeran, en su caso, no
inhibiéndose de actuar aun bajo dicho supuesto. En consecuencia, puede considerarse que este
fundamento del tribunal se encuentra acorde a la doctrina que hemos estudiado sobre el
particular porque, si bien el homicidio y robo a Diego Schmidt-Hebbel no fue objeto del
encargo efectuado por la inductora, ella se lo pudo representar como una consecuencia posible
del mismo y, no obstante, no se abstuvo de actuar.

- Sin perjuicio de lo anterior, el fallo cita al doctor Blanco Cordero que, en lo sustancial,
sostiene que es irrelevante para el inductor el error en la persona en que incurre el autor,
siempre y cuando éste se haya dirigido a cumplir con lo ordenado por el inductor, caso en el
cual tal error se debe tratar conforme a los mismos principios que el error del autor. Como lo
señalamos en su oportunidad, ésta es la posición de la doctrina dominante sobre la materia.

80
III) FALLO DE LA EXCELENTÍSIMA CORTE SUPREMA.
En lo relativo al tema materia de nuestro estudio, la defensa de doña María del Pilar
Pérez López dedujo recurso de nulidad en contra del fallo del Tercer Tribunal de Juicio Oral
en lo Penal de Santiago, fundado en la causal del artículo 373 letra b) del Código Procesal
Penal, esto es, cuando en el pronunciamiento de la sentencia se hubiere hecho una errónea
aplicación del derecho que hubiere influido sustancialmente en lo dispositivo del fallo,
citando como infringido el artículo 15 N° 2 del Código Penal, por adjudicarle el carácter de
autora inductora respecto del delito de robo con homicidio consumado en la persona de Diego
Schmidt-Hebbel Niehaus.
De acuerdo al recurso, el error se produce, en primer lugar, porque la acusación y la
sentencia no describen hecho alguno que revele algún encargo en torno a dar muerte o robar a
Diego Schmidt-Hebbel Niehaus, de manera que suponer dicha intencionalidad implica
establecer la responsabilidad penal sin hecho alguno.
En segundo lugar, sostiene el recurso, constituye una equivocación determinar que la
acusada Pérez López actuó con dolo eventual como autora inductora de tal ilícito, por cuanto
la calidad de coparticipación supone o exige dolo directo, ya que de otra forma se infringe el
principio de culpabilidad, citando al efecto a autores como Cury, Donna, Jescheck y Roxin.
Agrega que para apreciar la inducción como forma de participación es necesario determinar
qué comprendía el plan del inductor y hasta dónde éste responde por lo efectivamente
realizado por el inducido, siendo evidente en el caso sub-lite que existieron divergencias entre
lo planeado (robar y matar a la familia Molina) y lo realizado (no se alcanzó a robar y se mató
a otra persona). Por lo mismo, añade, es impertinente e inaplicable al caso analizar una
eventual concurrencia de un error en la persona por parte de Ruz Rodríguez.
En este contexto, según el recurso, los errores que atribuye al fallo influyeron
sustancialmente en su parte dispositiva, por cuanto al no tener la defendida de que se trata
participación en los hechos debió ser absuelta por este delito.

Al examinar este motivo de nulidad impetrado por la defensa de doña María del Pilar
Pérez López, el máximo tribunal, en el considerando vigésimo séptimo de su sentencia, cita a
autores como Politoff, Matus, Ramírez; Enrique Cury; Mario Garrido Montt; Santiago Mir
Puig; Eugenio Raúl Zaffaroni y Jescheck, quienes, en el entendido de que la inducción es una
forma de participación punible en un hecho ajeno y de que es necesario que el partícipe actúe
dolosamente, estiman que basta con que en éste concurra dolo eventual para imputarle
subjetivamente el hecho del autor. Al citar a Mir Puig, la Corte Suprema hace presente que,

81
según este autor, “en cualquier caso, el dolo del inductor constituye el límite de su
responsabilidad en concepto de tal, en caso de exceso del inducido (cuando éste realiza un
delito más grave o distinto a aquel a que se pretendía inducir)”; y, al citar a Zaffaroni, señala
que, en un sentido concordante, para este autor “el dolo del instigador casi siempre deja
librado al autor los detalles de la ejecución, de manera tal que resulta común que en la
inducción exista dolo eventual, al menos en parte, pues raramente existirá coincidencia entre
el encargo que conformó el plan trazado por el inductor y el hecho final ejecutado por el
autor material”.
En seguida, el fallo de la Corte Suprema concluye que la doctrina se encuentra
conteste en que la inducción, como forma de participación culpable en un hecho punible,
admite el dolo eventual, que opera respecto de quien, habiéndose representado la producción
del hecho típico como una consecuencia posible de su acción, en este caso del inducido,
acepta en su voluntad esa alternativa para el caso que se realice, conforme con lo cual los
sentenciadores del máximo tribunal no divisan error alguno en el fallo impugnado al
determinar que la calidad de autora inductora de Pérez López en el delito de robo con
homicidio consumado de Diego Schmidt-Hebbel se configuró “al menos” con dicha clase de
voluntad delictiva.
A mayor abundamiento, en el considerando vigésimo octavo, la sentencia de la Corte
Suprema consigna que los hechos probados justifican sobradamente la aplicación, por parte
de los jueces de la instancia, de la norma prevista en el artículo 15 N° 2 del Código Penal,
teniendo en consideración que, si bien Diego Schmidt-Hebbel no era parte de las personas
contra las cuales iba expresamente dirigido el encargo criminoso formulado por Pérez López,
su presencia en el lugar fijado para la comisión del delito formó parte de la información que la
inductora proporcionó al inducido para llevar a cabo el cometido delictual. De esta manera,
prosigue el razonamiento del máximo tribunal, si bien no se demostró que Pérez López
tuviera la intención manifiesta de causar algún menoscabo a la propiedad, a la integridad
física o a la vida de Diego Schmidt-Hebbel, dado que su presencia en el lugar del crimen no
fue casual, sino que formaba parte de los detalles del plan, el resultado dañoso en su persona
no sólo resultaba posible para la acusada, sino altamente probable -como lo expresa la
sentencia refutada-, desde que la simple aceptación de la comisión del hecho al que se
concurre parece suficiente para la imputación subjetiva del partícipe, conforme con lo cual,
para la Corte Suprema aparece de manifiesto que el fallo recurrido no incurrió en la errónea
aplicación del derecho que se le atribuye, motivo por el cual rechaza la causal de nulidad en
análisis invocada por la defensa de doña María del Pilar Pérez López.

82
Al respecto, el máximo tribunal también precisa que no resulta errónea la referencia
que hace la sentencia impugnada, en su motivo vigésimo cuarto, al error en la persona por
parte del inducido, por cuanto la cita de doctrina formulada al respecto, en definitiva, sólo
tiende a justificar la procedencia del dolo eventual, en cuanto se expresa que resulta
fundamental en la argumentación para condenar al inductor “el criterio de la previsibilidad. Y
es que el tribunal considera que la desviación del curso causal y la consecuente muerte de M.
debe imputarse a F. dolosamente, porque ambos acontecimientos se encuentran abarcados
por su dolo, en la medida en que se mueve(n) en los límites de la previsibilidad de la
experiencia general de la vida”.

Consecuente con lo expuesto en los considerandos señalados, la Corte Suprema


rechazó el recurso de nulidad impetrado por la defensa de doña María del Pilar Pérez López
por la causal aludida.

De este modo, el fallo de la Excelentísima Corte Suprema refrenda lo resuelto por el


Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Santiago en cuanto consideró que la condenada
Pérez López actuó con dolo eventual respecto del ilícito cometido en perjuicio de Diego
Schmidt-Hebbel y en lo referente a la doctrina a la que aludió en relación al error in persona y
a los excesos en el inducido; razón por la cual sobre el particular damos por reproducido lo
apuntado al tratar estos aspectos de la sentencia impugnada.

83
CONCLUSIONES

Habiendo finalizado este trabajo de investigación, podemos enunciar las siguientes


conclusiones a las que hemos arribado, teniendo presente ante todo que, como lo adelantamos
en la introducción y como lo hemos podido constatar durante el desarrollo del mismo, los
distintos aspectos de la inducción son objeto de muchas y profundas controversias
doctrinarias:

1. La inducción es una forma de participación criminal en un hecho ajeno, el del


autor, y como tal, tiene un carácter accesorio en relación a éste, lo que debe tenerse
especialmente en consideración al analizar sus alcances.

2. Si bien existe discrepancia en la doctrina en cuanto a si es necesario que el


inductor obre con dolo directo o basta que lo haga con dolo eventual; hay bastante
consenso en que, al menos, respecto de las consecuencias indirectas del hecho
inducido, las que se pueden producir por excesos o desvíos del autor, es admisible
la existencia sólo de dolo eventual en el inductor, en cuanto éste se haya podido
representar esas consecuencias y, no obstante ello, actúe.

3. Existen distintas teorías para explicar el fundamento de la punibilidad de la


inducción y, en particular, los motivos por los cuáles ésta se equipara a la autoría.
En todo caso, la base de estas teorías son las llamadas doctrinas de la causación o
del favorecimiento, relativas a la justificación de la sanción penal de la
participación en general, según las cuales el partícipe es castigado por contribuir o
favorecer a la lesión del bien jurídico por parte del autor; en contraste con las
antiguas doctrinas de la corrupción, para las cuales el partícipe debía ser penado
por contribuir a hacer delincuente a otra persona. Este aspecto es muy importante
al momento de examinar los demás aspectos de la inducción.

4. Dependiendo el castigo del inductor de la punibilidad del hecho del autor, dado su
carácter accesorio respecto de éste, es necesario determinar los requisitos mínimos
que el hecho principal debe reunir para hacer extensible su sanción al hecho del
inductor. Sobre esta materia, la doctrina mayoritaria en España y en Chile es la que
sostiene la accesoriedad limitada o media, de acuerdo a la cual, para que pueda

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sancionarse a los partícipes, es indispensable que el hecho del autor tenga la
calidad de típico y de antijurídico, aunque carezca de culpabilidad.

5. Consecuencia de la accesoriedad de la inducción es que ésta sólo puede ser


sancionada como tal cuando el autor ha dado comienzo a la ejecución del delito, lo
que sucederá cuando, por lo menos, su actuar haya alcanzado el grado de tentativa.

6. La cuestión relativa a si las circunstancias personales que signifiquen la aplicación


de una pena distinta para aquellos intervinientes en un delito en quienes concurran
se deben comunicar a los demás o no, en especial, tratándose de la inducción, que
es, como se ha dicho, una forma de participación en un hecho ajeno, es objeto de
un arduo debate para la dogmática española y chilena, existiendo diversas teorías
sobre la materia, las que efectúan múltiples distinciones atendiendo a variados
criterios. Las implicancias de la posición que se adopte sobre el particular son
cuantiosas. De allí su trascendencia. Atribuimos gran parte de esta problemática a
las deficientes regulaciones de nuestros Códigos Penales al respecto, que lejos de
clarificar su tratamiento, lo confunden. En España, ello ocurre aun a pesar de que
la Ley Orgánica 15/2003 modificó el artículo pertinente, esto es, el artículo 65,
agregándole un tercer punto, pues para la doctrina dicha norma no zanjó la
controversia.

7. En lo concerniente a la responsabilidad del inductor ante los excesos, desvíos o


errores en el hecho del autor, en términos generales, la doctrina entiende que éstos
no gravan al inductor, salvo que hayan sido comprendidos por su dolo si éste tenía
el carácter, al menos, de eventual sobre los mismos y siempre se trate de
divergencias esenciales en relación al hecho inducido, pues si no lo son, el inductor
responderá por el mismo hecho del autor.

8. En relación a la inducción, la doctrina se plantea si la acción del denominado


Agente Provocador debe ser sancionada o no, en cuanto instiga a otro a la
comisión de un delito, pero con la particularidad de que lo hace para obtener
pruebas en su contra y, así, ponerlo a disposición de la justicia, procurando, una
vez que éste da principio de ejecución al hecho, impedir su consumación. Tanto es
España como en Chile las opiniones se encuentran divididas.

85
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