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Trabajando con la ira y el enojo

Thubten Chodron
Editorial Albricias
Capítulo 9. Cuando nuestros botones son oprimidos. Pp. 91-93

CONOCER CUALES SON NUESTROS BOTONES

Cada uno de nosotros tiene “botones”, áreas en las que somos sensibles. Cuando
nuestros botones son oprimidos perdemos los estribos y culpamos a la otra
persona por habernos hecho enojar. Pero estar enojados es un proceso de
surgimiento dependiente. Nosotros contribuimos con nuestros botones y la otra
persona contribuye presionándolos. Si no los tuviéramos los demás no podrían
activarlos.

Nuestros botones son responsabilidad nuestra. Mientras los tengamos, alguien los
presionará, sobre todo por que son grandes, rojos y parpadean. Nuestros botones
son tan sensibles que, aun cuando la persona simplemente pase por ahí, la brisa
de su paso disparará el detector de nuestro botón y la alarma sonará “¡Esa
persona me está ofendiendo (dañando, criticando, decepcionando, manipulando,
engañando etc)!” Aunque muchas veces la personas no tienen la intención de
dañarnos, nuestros botones se activan simplemente por que son muy sensibles.

(…)

Debemos buscar en nuestro interior y preguntarnos cuáles son nuestros botones y


por qué somos tan sensibles en esas áreas en particular. Por lo general, nuestra
sensibilidad tiene que ver con el apego. Si somos capaces de identificar nuestros
apegos y luego reducirlos, nuestros botones se encogen. Entonces aunque
alguien quiera presionarlos, les costará más trabajo. Los seres espiritualmente
realizados no tienen botones que podamos oprimir, por lo que, sin importar como
los traten los demás, ellos no se enojan.

Podemos pensar que si alguien nos insulta deliberadamente es correcto


enojarnos. Sin embargo, este pensamiento es ilógico; estaríamos entregando
nuestro poder a la otra persona, y entonces su intención, la cual no podemos
controlar, estaría controlando nuestra felicidad y nuestro sufrimiento. Ya sea que la
otra persona nos desee mal o no, siempre podemos elegir si nos ofendemos.
Entre menos apegados estemos, por ejemplo, a la alabanza o la reputación,
menos ofendidos nos sentiremos, porque nuestra mente no interpretará las
situaciones como ataques personales.

CERRAR EL TRIBUNAL INTERNO

Cuando sentimos que alguien nos ha perjudicado, podemos rumiar ese asunto
durante horas, días, semanas y hasta años, regresando a la situación en nuestra
mente una y otra vez. Dentro de nosotros hay un fiscal, un juez y un jurado, y
todos ellos están de acuerdo en que la otra persona está equivocada y nosotros
tenemos la razón. Este tribunal interno es feliz de trabajar tiempo extra. Lo hace
hora tras hora, persiguiendo y enjuiciando a la persona. Este diálogo interno solo
se detiene cuando dormimos y se reanuda la mañana siguiente. Además de este
tribunal interno de justicia, todos nuestros amigos pueden estar de acuerdo en que
la otra persona ha excedido limites. Pero a pesar de todas estas muestras de
simpatía, seguimos siendo infelices.

¿Por qué? Porque tener la razón no tiene nada que ver con ser feliz. Podemos
tener la razón por los cuatro costados, pero mientras estemos enojados no
tendremos paz interna.

Algunas veces la otra persona se disculpa con nosotros y de todos modos


seguimos sintiéndonos infelices. Para ser felices tenemos que renunciar a querer
probar nuestro caso, renunciar a decir la última palabra, renunciar al ansia de ser
reivindicados. Los ocho versos para la transformación del pensamiento dicen:

Cuando otros, por envidia


Me maltraten con abusos, calumnias y demás,
Practicaré aceptando la derrota
Y ofreciéndoles la victoria.

Este verso no significa capitular inocentemente en cada conflicto. Más bien, viendo
que la necesidad de tener la razón es solo un botón, elegimos cerrar el tribunal
interno y mandar a casa al juez, al jurado y al fiscal. Renunciamos a nuestro enojo
porque vemos que sólo nos daña. “Ofreciéndoles la victoria” significa simplemente
que contraemos nuestros botones hipersensibles y dejamos de obsesionarnos por
el incidente.

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