You are on page 1of 4

PROVISIÓN PARA EL FUTURO

Estas destacadas características de la neumatología del Antiguo Testamento revelan varios aspectos
de la obra del Espíritu que se presentan con un fuerte relieve en el Nuevo Testamento. Hay varios
puntos que son particularmente relevantes en esta serie.

1. En las narrativas del Antiguo Testamento, el Espíritu vino con frecuencia en forma poderosa y
empírica, a las que nos referimos como carismática. El término viene de la palabra que Pablo
usaba con más frecuencia para los dones espirituales (carismata) y que usualmente significa
en la discusión teológica la presencia y obra del Espíritu más obviamente sobrenatural y
empírica.

2. Las narrativas también proveen huellas de la obra soteriológica del Espíritu. Con la expresión
“soteriológica” nos referimos a la renovación espiritual y a la santificación, esto es la madurez
del pueblo de Dios. Recuerde el “nuevo corazón” de Saúl y la experiencia especial de David
con el Espíritu “desde aquel día en adelante”, como también a su preocupación de que el
Espíritu no le fuese quitado como resultado de su pecado.

3. Las promesas del Antiguo Testamento de la obra del Espíritu en los tiempos futuros incluyen
tanto la obra carismáticacomo la soteriológica del Espíritu. Ezequiel conecta directamente con
el Espíritu Santo la experiencia de salvación personal del nuevo pacto. Joel, por contraste,
delinea agudamente la obra carismática universal del Espíritu al derramar el don de profecía
sobre todo el pueblo de Dios.

4. Tanto en la narrativa histórica como en la promesa profética, la dotación carismática del


Espíritu aparecen como acontecimientos observables y empíricos, acompañados
frecuentemente de características expresiones proféticas.

SAÚL Y DAVID

Los fracasos espirituales de Saúl perjudicaron tanto su reputación que tendemos a pasar por alto, o tal
vez le restamos importancia, a la obra temprana del Espíritu en él. El Señor escogió a Saúl para que
fuese el primer rey de Israel; reveló su elección al profeta Samuel, y luego ordenó a Samuel que
ungiera a Saúl como rey (1 Samuel 9:16; 10:1). El acto de ungir era simbólico de la elección de Dios,
y administrado bajo la dirección de Dios era garantía de la venida del Espíritu en poder.

Después de ungir en privado a Saúl, Samuel le dio tres señales que habrían de cumplirse. La última de
ellas fue: “Encontrarás una compañía de profetas… el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y
profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre. Y cuando te hayan sucedido estas señales, haz
lo que te viniere a la mano, porque Dios está contigo” (1 Samuel 10:5-7). La naturaleza y el orden de
los acontecimientos que siguen son significativos. “Aconteció luego, que al volver él la espalda para
apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón” (10:9). Más tarde, cuando Saúl encontró la compañía
de profetas, “el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1 Samuel 10:10).
El historiador sagrado describió cuidadosamente la obra de Dios en Saúl en su cumplimiento en dos
etapas consecutivas. Primero ocurrió un cambio de corazón; segundo, el Espíritu vino con notable
poder y con evidencia profética que nos hace recordar a los setenta ancianos.

Ni Saúl ni los ancianos fueron llamados o reconocidos como profetas, pero en cada caso hubo una
experiencia temporal de profecía que fue una señal de la venida del Espíritu sobre ellos con poder para
sus tareas de liderazgo. Aun más, Saúl experimentó al Espíritu Santo en una manera bien definida en
dos etapas. Los pecados de Saúl y su apostasía durante un reinado de cuarenta años no invalidan el
hecho que Dios lo eligió para que fuese el primer rey de Israel y que le proveyó el cambio de corazón
necesario y el poder milagroso para que dirigiera y liberara a Israel.

Las Escrituras también dan testimonio de otra obra notable del Espíritu, en el llamamiento de David.
Samuel, bajo el mandato directo de Dios, “tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus
hermanos; y desde aquel día en adelante el espíritu de Jehová vino sobre David” (1 Samuel 16:13). A
diferencia de Saúl, las Escrituras no dicen que a David le fuera dado un corazón nuevo. También, a
diferencia de Saúl, el Espíritu vino sobre David “desde aquel día en adelante”. Así David, a diferencia
de otros sacerdotes, profetas, y reyes en el Antiguo Testamento, tuvo la presencia continua del
Espíritu en su vida.

Cuando aun era muchacho, David parece haber tenido una relación precoz y poco usual con Dios. Por
consiguiente, el Espíritu, que sin duda ya obraba en él, vino sobre él de un modo visible y poderoso,
sin necesidad de que hubiera un cambio de corazón. La derrota de Goliat, que vino poco después en la
narrativa, demostró públicamente la sabiduría, la pasión, y el poder del Espíritu en David (1 Samuel
17). Vemos la continuidad y la importancia del Espíritu en la vida diaria de David, en su oración
quebrantada después que Natán lo confrontó con su adulterio y homicidio: “No me eches de delante
de ti, y no quites de mi tu santo Espíritu” (Salmo 51:11).

Es evidente que el Espíritu dotó a David con un amplio espectro de habilidades: guerrero y líder
militar, administrador, músico y cantor, poeta y profeta, arquitecto y constructor (véanse 2 Samuel
23:2; 1 Crónicas 28:12,19). David es uno de los más grandes hombres del Antiguo Testamento, el
precursor del Señor Jesucristo, a quien se identifica como el “hijo de David”. Saúl y David, juntamente
con Moisés y una hueste de otros grandes hombres del Antiguo Testamento, se consideran entre los
más grandes líderes carismáticos de Israel, a los que se les designa así por la manera en que el
Espíritu vino sobre ellos en poder dinámico.

BEZALEEL Y AHOLIAB

La primera acción definitiva del Espíritu sobre los individuos registrada en el Antiguo Testamento se
encuentra en el libro de Éxodo. Está incluida en la narrativa previa al relato de Números 11 de la obra
del Espíritu en Moisés y en los ancianos. El trasfondo para este acontecimiento es la dirección de Dios
a Moisés para la construcción del tabernáculo y de su mobiliario según un plan exacto (Éxodo 25:8,9).
El Señor no sólo dio a Moisés un plan, también le proveyó gente llena del Espíritu en obras de
construcción y de arte: “Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel… y lo he llenado del Espíritu de
Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en
oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para
trabajar en toda clase de labor. Y he aquí que yo he puesto con él a Aholiab…” (Éxodo 31:2-6; véase
también 35:30-35).

Por primera vez vemos que el Espíritu creativo concede sabiduría y habilidad a personas particulares
para tareas de instrucción y labor física que faciliten el plan redentor de Dios. En este caso, los dones
espirituales tienen que ver con visión creativa, habilidad manual, y con las destrezas de enseñanza y
liderazgo para hacer que la visión se vuelva realidad. Hay bastante similitud entre este relato y la
mención que hace Pablo de los así llamados dones espirituales “de rutina diaria” de Romanos 12:6-8
(es decir, servicio, enseñanza, exhortación, contribuir para las necesidades de los demás, liderazgo,
hacer misericordia).

JEREMÍAS, EZEQUIEL, Y JOEL

Mirando hacia el futuro, el profeta Jeremías predijo: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los
cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá… este es el pacto que haré con la
casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová, Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su
corazón” (Jeremías 31:31,33). Jeremías vio anticipadamente una “conversión” más profunda que
había de acontecer al pueblo del Pacto. (Cuando el escritor a los Hebreos citó esta profecía, como
también otros escritores del Nuevo Testamento, dijo: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo”
[Hebreos 10:15].)

Ezequiel habló en términos similares, pero conectó con el Espíritu de Dios la anticipada obra
soteriológica de la que habló Jeremías: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré
dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los
pongáis por obra” (Ezequiel 36:26,27). Antes que dar énfasis al poder carismático del Espíritu, estas
dos profecías ponen su enfoque en el poder salvador del Espíritu.

En el caso del profeta Joel, hay una notable continuidad entre sus palabras y las de Moisés.
Conscientemente o no, Joel toma el motivo profético que se halla en el deseo expresado en oración
por Moisés cuando supo que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento: “Ojalá todo el
pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos” (Números 11:29).
Mirando hacia el tiempo del cumplimiento, Joel expresó estas palabras del Señor: “Y después de esto
derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros
ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28,29). Aun cuando indudablemente Joel
sentía inquietud por el cambio espiritual entre el pueblo del Pacto, vio anticipadamente una dotación
profética universal para ellos. El énfasis de este texto trascendental, en el que Pedro fundamentó su
discurso profético inicial para la era del nuevo pacto, es carismático: todo el pueblo de Dios llegará a
ser profeta.
PROMESA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Lo que Dios hizo en el Nuevo Testamento, lo inició en el Antiguo. El Antiguo Testamento fue la primera
Biblia de la iglesia primitiva. Ésta usó el Antiguo Testamento para apoyar su entendimiento del
nacimiento, el ministerio, la muerte, y la resurrección de Jesús. También el Antiguo Testamento
introduce la obra del Espíritu de Dios, cuya identidad y funciones emergen claramente a través de las
sucesivas edades y llegan a su pleno cumplimiento en el Nuevo Testamento. “La neumatología del
Antiguo Testamento presenta las siluetas de gran parte de lo que aparece en el Nuevo Testamento.
Sería difícil entender algunos de los pasajes del Nuevo Testamento si no fuera por la luz que el
Antiguo Testamento arroja sobre ellos.”1

El Nuevo Testamento identifica al Espíritu Santo como “el Espíritu Santo de la promesa”. Antes de su
ascensión, Jesús dijo: “Enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros” (Lucas 24:49).2 Pedro hizo
uso de este tema en su inspirado discurso de Pentecostés: “Exaltado por la diestra de Dios, y
habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”
(Hechos 2:33). Pablo habló de “la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:14) y del “Espíritu Santo de la
promesa” (Efesios 1:13). Aunque en los Evangelios Jesús habló acerca del Padre como dador del
Espíritu (véanse Lucas 11:13; Juan 14:16), el uso que Pedro hace de Joel indica que Dios primero dio
la promesa del Espíritu por medio de las grandes profecías del Antiguo Testamento (Joel 2:28,29;
véanse también Isaías 32:15; 44:3-5; Ezequiel 11:19,20; 36:26,27; 37:1-14; 39:29; Zacarías
12:10).3

Un conocimiento de la obra del Espíritu en los tiempos de la antigüedad ayuda a nuestra comprensión
de su obra en los Evangelios, en Hechos, y en las Epístolas. Este artículo tendrá su enfoque en varias
narrativas y profecías clave del Antiguo Testamento que proporcionan claves notables de la obra del
Espíritu4 en la era del Nuevo Testamento.

You might also like