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LECCIÓN XXII

Entrada en la Ontología

[Teoría del ser y del ente. Punto de partida en la vida. Estar en el mundo. Esfera de las cosas reales.
Esfera de los objetos ideales. Esfera de los valores. Nuestra vida. Ni realismo, ni idealismo. Capítulos
de la Ontología.]

Nos propusimos verificar una excursión por el campo de la metafísica. Arrancamos del problema
esencias metafísico, que es el problema de: ¿Qué existe? Perseguimos en nuestra excursión, a lo
largo de la historia de la filosofía. Las dos grandes respuestas contradictorias que se han dado a esa
pregunta. Encontramos, primero, el realismo y luego con el idealismo; y sintetizamos la forma más
perfecta del realismo en Aristóteles, así como la forma más completa y perfecta del idealismo la
hallamos en Kant.

Al perseguir a lo largo de la historia estas dos soluciones fundamentales del problema metafísico,
hubimos de prescindir por completo de otros problemas filosóficos, que están más o menos en
relación con este problema metafísico, con el objeto de que la contraposición del idealismo y del
realismo resultase clara y netamente dibujada ante nuestros ojos. Llegando al final de esa primera
excursión por el campo de la filosofía. Vamos a iniciar, otro tipo de excursión filosófica, por aquella
otra parte de la selva filosófica que lleva como nombre extraño de Ontología. Esto quiere decir, que
la Ontología y la metafísica no son conceptos que se superpongan exactamente; hay intercambios
problemáticos entre una y otra esfera, como veremos en el curso de nuestra excursión por la
ontología; pero no es lo mismo, ni se supone lo mismo las reflexiones ontológicas y las metafísicas.

Así, salimos de aquella intrincada parte de la metafísica para entrar en esta no menos intrincada
pero muy interesante parte también de la ontología.

Ingenuidad y rigor

Es evidentemente, la dificultad de la empresa. No es fácil lo que vamos a hacer; no es fácil que en


pocas lecciones lleguemos a un conocimiento profundo de los problemas variados que la ontología
plantea, y menos todavía podemos tener la pretensión de dar, aquí, de ellos, una solución. Pero eso
no importa; porque la filosofía no apetece tanto de soluciones como apetece del dulce placer del
camino. Lo que pretendemos es simplemente agudizar en ustedes –en mí mismo- la percepción, la
intuición de los problemas filosóficos. Debo hacer resaltar dos requisitos fundamentales, que son
necesarios para que nuestra excursión por el campo de la ontología tenga frutos gratos y
provechosos. Estos dos requisitos son dos disposiciones del ánimo, que es preciso desenvolver
dentro de ustedes mismos, para que estas lecciones, sean fructíferas; y de estas dos disposiciones
o actitudes son: la primera, lo que yo llamaría ingenuidad. Es menester que nos pongamos ante los
problemas de la ontología con un ánimo ingenuo, desprovisto de perjuicios; es menester que lo que
sabemos, lo que hemos estudiado en libros y teorías, no venga a superponerse sobre la intuición
clara, que logremos producir en nosotros mismos, de conceptos aprendidos o estudiados antes. Eso
es lo que yo llamo ingenuidad; y en esa disposición ingenua del ánimo es conveniente que se pongan
ustedes para poder abordar los problemas de la Ontología.
Al mismo tiempo, otra disposición del ánimo, que parece contradictoria de ésta, es también exigible:
me refiero a la rigurosidad en la marcha reflexiva del pensamiento. Es indispensable que nuestras
intuiciones, nuestras visiones en esta excusión por el campo de la ontología, sean rigurosas,
precisas, todo lo más claras que sea posible; de manera que hagamos este trabajo con un poquito
de exactitud comparable con el de las mismas matemáticas. Por eso digo que las dos condiciones,
la de ingenuidad y el rigor, en cierto modo se contradicen. La ingenuidad es algo así como la
puerilidad, como la inocencia; y, por otra parte, el rigor es una virtud que solamente los hombres
experimentados en el trabajo intelectual, en la meditación reflexiva, pueden desenvolver: estas dos
virtudes opuestas, al parecer, son las que les pido a ustedes que desenvuelvan.

Por último, les pido una tercera disposición del ánimo de carácter puramente formal, que es
paciencia. Oigamos la palabra de Descartes, cuando nos aconseja que evitemos la precipitación.
Evitar la precipitación consiste en contentarse, en cada una de las etapas del viaje filosófico, con los
resultados que se han obtenido, sin pretender, en modo alguno, anticipar soluciones, ni plantear
problemas que no estén ellos mismos planteados espontáneamente por la constelación de los
resultados a que se haya llegado.

Y con este viático, con esta preparación para el viaje, vamos a salir, como Don Quijote salió a los
campos de Castilla; vamos a salir al campo intrincado de la ontología, y lo primero que nos
encontramos al llegar a esta parte del bosque, es con el letrero que dice: Ontología.

Teoría del ser y del ente

¿Qué significa la palabra ontología? La palabra ontología significa “teoría del ser”. Pero esta
significación no es absolutamente exacta, en rigor. Ontología, en rigor, no significa “teoría del ser”,
porque está formada no por el verbo “ser” griego, en el infinitivo, sino por el participio de presente
de ese verbo. Está formado por el genitivo “tou ontos” no significa ser, sino que significa el ente, en
el participio presente. En rigor, ontología significa teoría del ente, y no teoría del ente y teoría del
ser. La palabra ser, el verbo ser, tiene una cantidad muy grande de significaciones. Es enormemente
multívoco; tiene una gran variedad de sentidos; y Aristóteles decía que el ser se predica de muchas
maneras. Entre otras, acabamos de encontrar esa distinción entre el ser en general y el ente. El ser
en general será lo que todos los entes tienen de común; mientras que el ente es aquel que es, aquel
que tiene el ser. Por otra parte el ser será lo que el ente tiene y que lo hace ser ente. Habrá, que
estar predispuestos a encontrar significaciones muy variadas dentro del concepto ser; no sólo estas
dos que el mero examen filosófico de la palabra nos ha hecho descubrir, sino otras muchas y muy
distintas. Ontología será todo eso. Será teoría del ente, intento de clasificar los entes, intento de
definir la estructura de cada ente, de cada tipo de entes, intento de definir la estructura de cada
ente, de cada tipo de ente; y será también teoría del ser en general, de lo que todos los entes tienen
de común, de lo que los cualifica como entes.

Para llegar lentamente al corazón mismo de la ontología, ¿Qué métodos vamos a seguir? Podemos
usar dos. En primer lugar, el método del análisis dialéctico de la noción de ser, dirigir a ella nuestra
atención e ir separando, por análisis dialéctico, las distintas significaciones de la noción, para
compararlas intuitivamente con el conjunto de la realidad y ver hasta qué punto, cómo y en qué
sentido cada una de las distintas significaciones de la noción de ser tiene derecho legítimo y está
llena de algún sentido y no es simplemente una palabra.

Podremos, seguir ese método del análisis dialéctico; pero podríamos también seguir otro método.
Ese del análisis dialéctico, por ejemplo, lo siguió divinamente y con una perfección y maestra
extraordinaria Aristóteles, en su Metafísica, el libro justamente que empieza diciendo “el ser dice
de muchas maneras”, Aristóteles señala con una pulcritud y perfección extraordinarias los distintos
sentidos en que puede tomarse el ser.

Punto de partida en la vida

Podemos seguir un segundo método, una segunda vía, que consistiría en colocarnos ante la realidad,
ante el ser pleno, ante el conjunto total de los seres, en la situación en que la vida misma nos coloca.
Consistirá este método en arrancar y partir de nuestra vida actual; de nuestra realidad como seres
vivientes; de nosotros mismos tal como estamos rodeados de cosas, viviendo en el mundo.

Este segundo camino parece el más adecuado para seguirlo en estas lecciones, por circunstancias
muy especiales. El primer camino tiene ventajas didácticas; tiene ventajas de exposición, pero son
ventajas de abstracción escolástica. En cambio, este otro camino que consiste en tomar el punto de
vista de nuestra existencia real, tiene ventajas precisamente existenciales; tiene la ventaja de que
acaso nos ponga de un modo más dramático y más viviente en contacto directo con los problemas,
conforme ellos mismos vayan surgiendo a nuestro paso.

Estar en el mundo

Vamos a seguir este segundo método y a partir de nuestra vida. Nosotros vivimos, estamos viviendo.
Y ¿En qué consiste nuestro vivir? Consiste en que estamos en el mundo; estar en el mundo eso es
vivir. Estar en el mundo, consiste en tener más o menos –diré- a la mano, una porción de cosas, una
porción de objetos, una porción de objetos materiales, de animales, de objetos de toda clase, que
constituyen el +ámbito donde nos movemos y donde actuamos. Nuestra vida, consiste en tratar con
las cosas que hay, las hay en nuestra vida y para nuestra vida. Y este trato con las cosas es
enormemente variado. Nosotros hacemos con la cosas –para vivir y viviendo- una multitud de actos:
comemos frutas, plantamos árboles, cortamos madera, fabricamos objetos, trasponemos los mares,
es decir, estamos constantemente actuando con y sobre todo lo que hay en nuestro derredor. Y una
de las cosas que hacemos con las cosas, es pensarlas. Además de encender el fuego, podemos
preguntarnos: ¿Qué es el fuego? Y pensamos acerca del fuego. Nuestra actitud primera y
fundamental no es pensar, sino que pensar es algo que en el curso de nuestra vida se nos impone.
Las cosas son para nosotros amables y odiables; nos dan facilidades o no oponen resistencia a
nuestra vida, en seguida buscamos rodeos, como los animales de Kohler, para vencer esas
resistencias; y uno de esos rodeos para vencer las resistencias; y uno de esos rodeos para vencer las
resistencias de una cosa, consiste en ponernos un momento a pensar: ¿Qué es esto?
Si tomamos esa actitud, reflexiva del pensamiento (que repito no es la primaria, sino una actitud
derivada o secundaria) entonces empieza el conjunto de las cosas a adquirir para nosotros, un matiz,
un aspecto completamente distinto.

Esfera de las cosas reales

Por ejemplo: estamos en el bosque y estamos tratando, viviendo, con el bosque. Estamos junto a
un árbol y con ese árbol hacemos algo; nos ponemos, por ejemplo, debajo de su ramaje, de su
follaje, para evitar la lluvia; nos decidimos a cortar una rama para encender fuego, o bien para hacer
con ella un asiento; o nos decidimos a tomar un fruto para comerlo; pero también puede llegar un
momento en que nos detengamos y digamos: ¿Qué es este árbol? Entonces nuestra actitud varía
por completo, Ya este árbol no es un término inmediato de nuestra acción, de nuestro hacer, sino
que esta acción y este hacer se han convertido ahora en meditación y en pregunta acerca del ser
del árbol. Preguntamos Cuál es el ser del árbol; ¿Qué es el árbol?, y podemos contestar: que ese
árbol es un roble.

Podemos seguir preguntando en nuestra actitud de pensamiento: ¿Qué es roble? Y podemos


contestar: es una especie vegetal: Podemos seguir preguntando: ¿Qué es una especie vegetal? Y
contestar que: es un modo de ser cosa; una especie vegetal es un conjunto de cosas, árboles, estas
cosas, clases de plantas, todas las especies vegetales.

Así hemos llegado a determinar que en nuestra vida hay cosas, como árboles, piedras, plantas,
animales, un cierto número de cosas.

Esfera de los objetos ideales

También podemos en un momento determinado fijarnos en que, en este bosque donde estamos,
este árbol, que tenemos delante, es igual a otros árboles. Entonces se nos viene a las manos la
igualdad y decimos: ¿Qué es igualdad? Y nos encontramos con que la igualdad no es cosa; no hay
ninguna cosa que sea la igualdad. Las cosas, que hay, son árboles, animales, plantas, piedras, el sol,
pero la igualdad no es una cosa; no hay ninguna cosa, no hay nada de eso que llamo cosa, que sea
la igualdad.

Podemos haber caído en la cuenta de que el tronco de este árbol es circular; y podemos entonces
preguntarnos: ¿Qué es el círculo? También vemos que el círculo no es una cosa; que no hay ninguna
cosa que sea el círculo. Y entonces, recapitulando un momento, encontramos aquí que, con lo que
“hay” en “mi vida” puedo hacer dos grupos: un grupo, donde pondré los árboles, piedras, plantas,
animales, casas, el sol, la luna, y a ese grupo, lo llamaré cosas. Otro grupo en que lo que hay son:
igualdad, la diferencia, el triángulo, el círculo, los números; y a todo esto no lo podemos llamar
cosas, puesto que el nombre de cosas lo he reservado para aquellas otras. Estos nuevos objetos
ideales. Y encontramos con que en el repertorio de lo que hay en mi vida, he hallado, primero, cosas;
segundo, objetos ideales. Y encontramos con que en el repertorio de lo que hay en mi vida, he
hallado primero, cosas; segundo, objetos ideales.
Esfera de los valores

Mientras hago estas reflexiones, vuelvo a posar la mirada sobre el árbol y de digo a mí mismo: ¡Qué
hermoso es este árbol! Y ahora me encuentro con otra novedad que hay en mi mundo. Además de
las cosas y de los objetos ideales, hay la hermosura del árbol. Y me digo: ¿Dónde colocaré la
hermosura? ¿La colocaré entre las cosas? No, ciertamente. La hermosura no es una cosa. ¿La
colocaré entre los objetos ideales? Tampoco la puedo colocar entre los objetos ideales, porque, ¡ved
qué cosa más curiosa! La hermosura “no es”, los objetos ideales son, pero la hermosura no es.

Si el árbol es hermoso, esta hermosura que el árbol tiene no agrega ni un ápice a su ser árbol. Si el
árbol no fuera hermoso, no dejaría por esto de ser tan árbol como siendo hermoso. La hermosura
no le ha agregado al árbol, ni un ápice de ser. No puedo decir que la hermosura sea un objeto ideal,
porque los objetos ideales son y la hermosura no es nada. No puedo tener la hermosura como tengo
el círculo ante la vista del pensamiento, ante la visión intelectual. Ante mi visión intelectual tengo el
círculo; y de ese círculo que tengo, que está en mi vida, puedo decir esto, lo otro, lo de más allá.
Ante mi visión intelectual tengo el número siete de él puedo decir que es primo y que es impar.
Estos son objetos ideales. Pero ante mi visión intelectual no tengo la hermosura. La hermosura es
siempre algo que tengo que pensar de una cosa. Pero cuando digo de una cosa que es hermosa, no
he agregado ni tanto así de ser a esa cosa. La cosa que tiene hermosura no por eso tiene más que
ser que la cosa que no tiene hermosura. ¿Qué es lo que tiene entonces la cosa que tiene hermosura
y que la distingue de las otras cosas? La cosa que tiene hermosura y que no por eso tiene más ser,
tiene más valor. El árbol hermoso no es más que el árbol no hermoso, pero vale más; que el cuadro
bello, bien pintado, no es ontológicamente más que el cuadro mal pintado o feo, pero tiene más
valor. ¡Ah! Me encuentro ahora con un grupo de objetos ideales, y que ni siquiera tiene ser, sino
valor; que ni siquiera son, sino que valen.

A estos objetos los voy a llamar valores; y así pues tengo ya descubiertos, en el ámbito de mi vida,
estos tres conjuntos de objetos que hay. En mi vida hay cosas, en mi vida hay objetos ideales, en mi
vida hay valores.

Nuestra vida

¿Es que hemos terminado con esto? ¿Es que con esto está dicho todo lo que hay en mi vida? No,
por cierto. Si sentado al pie de este árbol fecundo y fructífero (para la ontología) me dedico a hacer
ahora algunas reflexiones más desinteresadas todavía, porque comprenden la totalidad de lo que
hay en mi vida, reflexiones de carácter competo y total, me encuentro con que además de esas tres
esferas de objetos, hay mi propia vida, hay el conjunto de todas ellas en mi vida, hay mi vida misma.
Y mi vida misma, diré pronto, ¿No será uno de esos tres objetos? Y encuentro que no. Porque mi
vida no es una cosa. ¿Cómo podría ser mi vida una cosa, cuando las cosas están en mi vida? ¿Cómo
podría ser mi vida una cosa, cuando mi vida es la que contiene las cosas? No puede, mi vida ser al
mismo tiempo la que contiene y la contenida. No es, mi vida una cosa, ¿Será mi vida entonces un
objeto ideal? Pero tampoco es posible que mi vida sea un objeto ideal, porque los objetos ideales
son lo que son-, el número siete, la raíz cuadrada de tres, la igualdad, el círculo, el triángulo, son lo
que son, en todo tiempo, fuera del tiempo y del espacio; no cambian. En cambio, mi vida fluye en el
tiempo, cambia en el tiempo, en unos días esto, otros días lo otro; y sobre todo, mi vida es
propiamente, es lo que va a ser; mi vida, propiamente, está por ser. En cambio, todos estos objetos
ideales son eternamente y fuera del tiempo y del espacio, lo que son, de una vez, para siempre.

¿Diré, entonces, que mi vida es un valor? Pero tampoco puedo decirlo; porque los valores no son,
sino que imprimen a las cosas su valor, y mi vida, en cambio, es una realidad. De mi vida puedo
predicar el ser, que no puedo predicar de los valores. Por consiguiente, mi vida, no es ni cosa, ni
objeto ideal, ni valor. Entonces ¿Qué es mi vida?

Ni realismo ni idealismo

Podríamos, en este momento, distinguir entre yo que vivo y el mundo o conjunto de lo que hay para
mí; podríamos, en este instante, distinguir entre yo y lo otro; y entonces podríamos preguntarnos:
¿Qué relación de ser, qué relación ontológica hay entre yo y lo otro? Esta distinción entre yo y lo
otro, es una distinción válida, aceptable en la vida misma, dentro de la vida misma, dentro de la
vida. Psicológicamente el yo, viviendo su vida consiste, precisamente, en estar entre cosas. Pero
Ontológicamente esta distinción es inválida. ¿Qué? ¿No hemos perseguido durante los siglos que
vienen desde Parménides hasta Kant, precisamente, los esfuerzos de la metafísica para verificar esta
distinción? Los realistas dicen. “Si yo me elimino, quedan las cosas.” Los idealistas dicen: “Si yo me
elimino, elimino también las cosas”. Hemos visto que, esta contraposición de las dos doctrinas, e lo
irremediablemente falso en ellas. Porque, no me puedo eliminar manteniendo las cosas. Si me
elimino, no hay cosas; en eso tiene razón el idealismo. Por otra parte, si elimino las cosas, no me
queda el yo y en esto tiene razón el realismo. El yo y las coas no pueden, distinguirse y separarse
radicalmente; sino que ambos, el yo y las cosas, unidos en síntesis inquebrantable constituyen mi
vida. Y yo no vivo como independiente de las cosas, ni las cosas son como independientes de mí;
sino que vivir es –como dice Heidegger (el más grande filósofo que tiene hoy Alemania) y aunque
empleando otra terminología vivir es estar en el mundo; y tan necesarias son para mi existencia y
en mi existencia las cosas con que vivo, como yo viviendo con las cosas. El refugio que consistiría en
cortar la vida en dos –el yo y las cosas- y plantear el problema ontológico alternativamente sobre el
yo y eso es porque se ha cortado arbitrariamente la auténtica realidad que es la vida; y la vida no
permite ese corte en dos: yo y las cosas. Sino que la vida es estar en el mundo; y tan necesaria y
esencial es para el ser de la vida la existencia de las cosas, como la existencia del yo.

Por consiguiente, ni realismo, ni idealismo, la vida no tolera división y por lo tanto ejemplifica en sí
misma un cuarto tipo de objeto, que no puede reducirse ni a cosas ni a objetos ideales, ni a valores;
y que es lo que llamaríamos, por lo menos provisionalmente , objeto metafísico.

Capítulos de la ontología

Si ahora hacemos una pequeña recapitulación, o balance, de lo que hemos logrado en estas
elucidaciones previas, nos encontramos con que hemos obtenido un cierto número de resultados
apreciables y que son:

1°- Llamamos ontología a la teoría de los objetos, como objetos, o sea a la teoría de las estructuras
ónticas, de lo que hay en mi vida.
2°- No todo lo que hay en mi vida tiene igual estructura óntica. Las cosas no tienen igual estructura
óntica que los objetos ideales, ni que los valores, ni que la vida misma en su totalidad.

3°- Entre las cosas que hay en mi vida, puedo distinguir objetos que son y objetos que vales. Tengo
aquí dos grandes provincias ontológicas, porque he descubierto dos estructuras ónticas diferentes:
la estructura óntica del ser que es y la estructura óntica del valor. Pero aun dentro de la estructura
óntica del valor. Pero aun dentro de la estructura óntica de los objetos que son, he descubierto
también:

4°- Objetos que son reales (las cosas), objetos que son ideales (la igualdad, el círculo, la diferencia,
etcétera) y la vida, que no es ninguno de esos tres.

Tenemos, adquiridos aquí los cuatro capítulos fundamentales de la ontología. La ontología tendrá
como primera incumbencia la de descubrir y definir lo mejor posible, las estructuras ónticas de cada
uno de esos cuatro grupos de objetos; tendrá que decirnos en qué consiste ser cosa; tendrá que
decirnos en qué consiste ser objeto ideal; tendrá que decirnos en qué consiste valor; y por último,
tendrá que decirnos que es la vida. Y aquí las problematicidades, en los problematismos de la vida,
de la estructura misma de la vida, y de sus condiciones ónticas, estará la solución que podemos dar
a los eternos problemas de la metafísica; ahí es donde encontraremos la respuesta al gran problema
¿Qué es lo que de verdad existe? Y al mismo tiempo, ahí también se nos planteará el último gran
problema de la ontología, que es el de la unidad, que se cierne sobre esas cuatro formas de
objetividad: la de las cosas, la de los objetos ideales, la de los valores y la de la vida misma.

Nuestra futura marcha a través del campo de la ontología viene perfectamente clara, tendremos
que esforzarnos por definir lo mejor que podamos, sucesivamente, la estructura de cada una de
estas esferas de lo que “hay” en la vida y tendremos que terminar por el problematismo de la vida
misma, tocando con él a los más hondos y más profundos problemas de la metafísica.

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