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El compromiso de la iglesia de valorar a los perdidos

(Luc. 15:4–7; Mat. 18:12–14)

Por Fabiola Forero

En el capítulo 15 de Lucas, Jesús expresa de una forma bien hermosa los sentimientos de
Dios en lo tocante a la salvación y restauración. Mediante tres parábolas con un argumento
similar —la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido— defiende
Su relación con los pecadores y reprueba la actitud de quienes lo criticaban y censuraban.
En este trabajo de investigación presentaré la primera: la parábola de la oveja perdida, en
Mateo 18:12-14 encontramos el pasaje paralelo a este que ahora estamos estudiando.

El relato comienza de esta manera:

Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírlo, y los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos».

La asociación de Jesús con miembros de la sociedad considerados generalmente pecadores


no arrepentidos producía una continua crítica por parte de los fariseos. Un dicho rabínico
posterior resumía esa actitud: “Que nadie se asocie con el malvado, ni siquiera para
entregarlo al tribunal de justicia”.

En respuesta a las críticas de los fariseos y escribas, Jesús se defiende y explica Sus
acciones mediante tres parábolas, la primera de las cuales constituye una de las imágenes
verbales más conocidas de la Biblia:

¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la
encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y
vecinos, y les dice: «Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había
perdido». Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente,
que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

La defensa de Jesús comienza con la pregunta: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien
ovejas…?» Como las parábolas no suelen contener muchos detalles, no se nos cuenta lo
que pasa con las otras noventa y nueve ovejas mientras el pastor sale a buscar la perdida.
Teniendo en cuenta que cien ovejas eran más de lo que podía pastorear un solo hombre,
cabe suponer que otro pastor se queda con el rebaño o lo lleva al redil. Es probable que
únicamente algunas ovejas fueran propiedad del pastor y que las demás fueran de parientes
o de vecinos de su aldea, pues por lo general una familia campesina judía de la época tenía
entre cinco y quince ovejas.

Las ovejas son animales gregarios; viven en rebaño, y cuando una se separa de él, se
desconcierta. Se acuesta, se niega a moverse y espera a que llegue el pastor. Al encontrar la
oveja, el pastor la recoge, se la echa a los hombros y la lleva a casa. Eso cuesta más de lo
que uno se imagina. Una oveja de tamaño medio pesa unos 34 kilos, y caminar una gran
distancia llevándola sobre los hombros sería difícil y pesado.

El pastor considera importante la oveja perdida, a pesar de no ser más que una entre cien.
Se perdió y había que encontrarla; y cuando la encuentra, el pastor se regocija. Lo siguiente
es cargarla laboriosamente hasta la casa y dejarla con el rebaño. Pero la parábola no termina
ahí. Parece que aquí la oveja encontrada se refiere a los publicanos arrepentidos; en cambio,
“los noventa y nueve justos” son una alusión irónica a los fariseos, que se consideraban
justos por la exactitud con que observaban los aspectos externos de la Ley. “Un pecador
arrepentido que comprende la gracia y misericordia de Dios le es siempre más agradable
que el fariseo orgulloso, criticón y despiadado, por muy correcta que sea su conducta
moral.” 1

Y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: «Gozaos conmigo, porque he
encontrado mi oveja que se había perdido».

El pueblo entero se alegra de que el pastor que buscaba solito la oveja regrese sano y salvo,
habiéndola encontrado ilesa. La expresión que se emplea en el texto griego para decir
«reúne a sus amigos y vecinos» se usa a veces para referirse a una invitación a un banquete.
Es posible que parte del regocijo de la gente consistiera en celebrar juntos la ocasión con
una comida. ¡El hallazgo y la recuperación de lo que estaba perdido es causa de alegría!

1
Hoff, P. (1990). Se Hizo Hombre: La fascinante historia del Dios Hombre como se relata en los
Evangelios Sinópticos (p. 196). Miami, FL: Editorial Vida.
Jesús termina la parábola con estas palabras:

Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Jesús declara enfáticamente que Dios se alegra sobremanera cada vez que una persona
accede a la salvación. «Más gozo en el cielo» puede entenderse en el sentido de que «Dios
se alegra enormemente» cuando un pecador se arrepiente.

Probablemente esta parábola hizo pensar a los oyentes en el capítulo 34 de Ezequiel, que
habla de las ovejas que andan errantes por los montes sin nadie que las busque o pregunte
por ellas, y en el cual Dios asegura que las buscará y las reconocerá, las cuidará y pondrá
sobre ellas a un pastor del linaje del rey David. También debieron de acordarse de las
advertencias que lanzó Ezequiel contra los pastores que no cuidaban de las ovejas.

En respuesta a las críticas por el amoroso trato que dispensaba a los pecadores, Jesús contó
una parábola sobre el deseo de Dios de buscar a los perdidos y comprar su salvación o
recuperación, y sobre la alegría que siente Él cada vez que uno de ellos es hallado. Jesús
presentó una imagen verbal que muestra la manera de ser de Su Padre y el amor que siente
por todos los que necesitan salvación, sin importar quiénes sean ni la clase social a la que
pertenezcan. Queda de manifiesto que la actitud de los fariseos, que se quejaban de que Él
se relacionara con pecadores, es contraria a la naturaleza y personalidad de Dios. En vez de
ir a buscar las ovejas perdidas, los fariseos propugnaban separarse de los pecadores
perdidos.

En la parábola de la oveja perdida Nadie es indiferente al Señor. En esta parábola se


ejemplifica lo importante y trascendental que es para Dios cada uno de nosotros, que,
siendo una oveja, a él no le importaría nada más que rescatarnos mediante su Palabra y su
Verdad. Esta parábola, como muchas otras, sigue el esquema de ir de lo menor a lo mayor:
Si el humilde pastor busca y recupera la oveja perdida, ¡cuánto más Dios buscará y
rescatará a Sus hijos perdidos!

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