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M u e r t e
Alami
de los ‘90 no le dejó salida. Lentamente, se aisló del mundo.
En sus últimos días, su única compañía era su perro Moro, su
loro Valentino y Carlos Ormeño. El año 1998, Couve no quiso
volver a dar clases. Tras décadas como profesor de pintura en
ro
la Universidad de Chile, dijo al teléfono que no regresaría a
la escuela. No podía. Había sido un verano duro. El peor de
todos. La depresión que siempre lo acechó, en esas vacaciones
lo arrinconó como nunca. Después de muchas reescrituras,
había terminado la novela “Cuando pienso en mi Falta de
Cabeza” y estaba seguro que era su réquiem. También estaba
seguro que sería olvidado. La madrugada del 11 de marzo
de 1998, Couve se suicidó. “Yo muero por el arte”, había
dicho poco antes. Tenía 57 años cuando se quitó la vida.
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ral, un expresionismo sensorial que se nutrió de la relación
absolutamente directa con el objeto o tema de la obra”.
El Portal de Arte, por su parte, señala que “Couve se apropió
de pequeños instantes, de simples momentos e intentó hacer de
ellos temas universales. El mismo Couve aclara que el pintor
realista no copia la realidad, sino que la traduce, absolutamente
consciente de la muerte y con una necesidad de aferrarse a lo
que ve. Esta concepción más bien filosófica de la pintura reflejó
la actitud y sentimiento del artista frente al mundo, al arte y la
vida. De este modo, en sus telas el tema se mostró como un
pretexto para volcar, a través de la propia carga emotiva del
creador, la visión sensorial e intuitiva del modelo escogido”.
L i t e r a t u r a
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me había regalado mi mamá y volví al Bellas Artes. Los puse
en hilera en el hall y me senté a esperar. Llegó don Augusto
Eguiluz y preguntó: ‘¿Quién es este pintorazo? Tráiganlo para
acá’. Eguiluz me interpeló: ‘¿Cómo te llamas?’. ‘Couve’. ‘¿Qué
apellido es ese?’, preguntó. ‘Francés’, le dije yo. ‘¡Ah! En Francia
pintan hasta los patos: matriculen a este niño en segundo año’ ”.
Alamir
Pintura de la Universidad de Chile, Facultad de Arte, des-
de 1964 hasta 1998, el año de su muerte. Además se de-
sempeñó como profesor de Renacimiento y Barroco en la
Escuela de Arte de la Católica entre los años 1974 y 1981. o
Su pintura corresponde a lo que él definió como “un realismo
nostálgico” y “la realización de un talento”. En ella, señaló,
“realizó un ejercicio de traducción que necesito hacer”. Se
caracterizó por visiones intimistas de pequeños retratos,
paisajes, bodegones muy simples, figuras en interiores y al
aire libre además de objetos de su vida cotidiana. Son crea-
ciones donde evitaba la carga emotiva, de pincelada suelta,
tonalidades sombrías y otras veces luminosas que reflejan
su aguda percepción visual y una admirable capacidad para
manejar la luz, las sombras y atmósferas. Las aguadas con las
cuales construyó sus telas, son una característica inconfundible.
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Adolfo Couve
B i o g r a f í a
P i n t u r a
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Dibujan calaveras con tiza.
El sapo es mío, tengo miedo. Nací en uno de los cerros de Valparaíso. No sé bien
en cuál. En todo caso, todos miran al mar.
Mermelada para el invierno.
¿Es luz, corredor o lugar?
Copetín.
«Y si nadie da más».
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2 LOS EPíLOGOS
«¡Florido... Clavel!».
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Mi padre me lleva a pasear en bicicleta. El teatro es una caverna sin fondo y que respira aten-
ta. La directora me da las últimas recomendaciones. Mi papel
«Abre bien las piernas». es de oso.
Olvidé el consejo y estoy accidentado, llorando. Tengo un disfraz todo de piel. Zapateo y doy
Todo transcurre bajo un portal. Mi padre telefonea. He volteretas por mi cuenta. Esto hace reír al público.
puesto el pie en los rayos de la rueda. Mi madre nos recibe Envalentonado vuelvo a repetir estas variaciones fuera de
gritando desde un balcón y lanza una zapatilla al herido. texto. Al finalizar la representación, el público me llama y
aplaude. La directora calcula a través de la cortina en donde
Esta imagen se conserva perfectamente nítida, todo se encuentra mi cabeza y me asesta un fuerte golpe con una
está inmóvil, es sólo la zapatilla que dibuja un arco al caer y inmensa llave de fierro.
muestra el jardín.
Amor y desamor.
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«El demonio hila fino», nos advierte el jesuita. ¡Pasará la noche a mi lado! Es un sapo. Está en un
frasco y salta sin cesar. Alguien le ha puesto pasto. Mancha
Por ese tiempo, durante la misa, comienzo a diferen- verde a través de un vidrio empañado. Han apagado la luz y
ciar a Beethoven de Mozart. alternativamente veo manchas verdes en todos los rincones.
¡Tengo asco!, ¡el sapo es mío!, ¡tengo miedo!
«¿Cuánto hace que no te confiesas?».
«Una semana».
«¿Cuáles?».
«Quémalo».
«No puedo».
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Mi padre almuerza. Lo observo atentamente. Soy En la caseta de un medidor de gas, dejé mi primera
muy pequeño, no alcanzo a sobrepasar la mesa. carta de amor. Al día siguiente en el mío encontré la respues-
ta.
El diálogo que mis padres sostienen parece ser una
acusación en mi contra. «Bésame como artista de cine», me explicó.
La mano de mi padre amasa una bola de miga de Apreté mis labios contra los suyos con fuerza.
pan que sorpresivamente me lanza en un ojo.
«Si me mandan a un colegio fuera de la ciudad,
¿vendrás a verme los domingos?».
Sentí pavor.
«No quiero».
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Al caer la tarde del domingo, mis padres y Yo niño, niño, que pedalea una bicicleta grande
hermanos iban a dejarme al internado. Me compraban de mujer por una calle oscura sobre el puente. Pongo los
siempre un cartucho de calugas. Llorando las comía en el pedales a nivel en la pendiente y contra el viento voy tocando
silencio de ese extenso dormitorio. Pasada la medianoche un la campanilla. Entro en la quinta con gran velocidad, una
sereno revisaba las camas enfocándonos con una linterna. ampolleta en el parrón, otra ampolleta en el parrón, uvas en
Ahí se encontraba con mi mirada desolada. Me cargaba en el suelo. Con un palito me saco las suelas de barro y paja de
sus hombros y me conducía a su cuarto en donde había unos mis zapatos.
grandes acuarios iluminados. Los peces me dormían.
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Llay Llay en araucano significa «viento viento». Cae «Irás interno, te portas demasiado mal».
sobre el valle, arremolina las palmas de la calle y se remonta
al cielo para dispersar la Vía Láctea. Mientras mi madre marca mis sábanas con números
rojos, yo escribo en el marco de la ventana una larga protesta.
Nadie le opone resistencia. Sólo un arrogante padre
de la patria que hay en medio de la plaza desenvaina su sable Mi padre, un día al abrirla, encontró las frases y
y apunta al cielo en un ademán de bronce. éstas fueron material de anécdotas.
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No pude leer la novela. Comienza así: La hilera de coches de arriendo que dormita al sol.
Mi madre los llama «azotados».
Es una mezcla de Dios y de bestia había dicho la
princesa Valeria. Manchas de moscas oscurecen sus ancas, pero el
viento las toma y lanza contra un parlante que canta sin cesar.
«¿Papá, qué significa esto?»
«No entiendo».
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Ahí está la estación, el lugar del adiós. Alguien me Le daban muchas vueltas a la manivela del teléfono
aprisiona fuertemente la mano. Mi hermano se sienta en una para hacerlo sonar con estridencia.
maleta; sus calcetines los tiene pegados con jabón.
«¿Aló, me comunica con el pueblo?».
Escucho venir la campana sonora y tranquila. Todo
es cuestión de un segundo. Adentro es oscuro y mucha gente Momentos después aparecía un coche cerrado que
alterada parece pensar en lo mismo. venía envuelto en polvo.
Subíamos todos.
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La iglesia es de color rosa. Afuera está la luz. Dentro La fábrica trabaja como un corazón joven. Mi padre
un claros curo asfixiante. Una vieja toda de negro, incluso se pasea entre poleas y motores. Atravieso calderos y ácidos
con anteojos negros, introduce una bolsa de terciopelo car- hediondos.
mín por entre los feligreses.
Hay que gritar fuerte:
Distraído me siento sobre las monedas y me cubro el
rostro con las manos. Observo. Entre nosotros hay un diálogo «Papááá...».
horrible que se repite cada domingo.
Pero mi voz la trituran los émbolos. Múltiples carri-
El armonio se desinfla por todos lados. Me arrimo a tos corren por sus rieles. Hay bolsas grandes que se inflan y
mi padre que de rodillas exclama en voz alta: «Señor mío y cuelgan de los techos.
Dios mío». ¿Por qué no lo dirá más despacio?
Del overol de mi padre asoma una regla de cálculo
que no cae jamás.
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«¡Florido... Clavel!»; el grito canto se oyó en la ar- «Mamá, esta chaqueta me queda muy grande».
boleda. Así se llaman los bueyes. Cruje el puente y la carreta
se silencia en el polvo. La siesta. Las nubes. Se desgarran los «Verás que todos tus compañeros tendrán uniformes
cielos narrando historias. «¡Florido... Clavel!». crece dores».
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Le voy a escribir esta carta para decirle que mañana ¡Copetín!, ahí te encontré y bauticé. No quiere quedarse con-
le van a ir un cajoncito con huevos empaquetados por mis migo. Hay que amarrarlo al naranjo y darle de comer.
manos y también le irán un cajón con un pavo y pollos. Aquí
se están muriendo todas las aves. «¿Vamos a buscar leña, Copetín?».
Dele muchas memorias a todos mis parientes y no se Es lanudo, pequeño, incoloro y su cola una pluma al viento.
olvide de mandarme unos dulces como ser chocolates. Amén.
Lo aplastó un camión.
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También sé algo de la fatiga del mediodía, que Es mi abuelo que me llama para enseñarme una
enciende el estómago, cierra los ojos y ríe en balanceos del camelia.
cuerpo.
Nos rodean los queltehues y un perro negro escocés.
Coros de risas van y vienen sobre el río. Somos dos puntos mínimos bajo un gran cono de luz.
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La muchacha del cuadro que zurcía y me miraba. Los elásticos de las hondas se estiran y lanzan puña-
Te acordarás de mis llegadas del colegio arrastrando el dos de piedras contra el cielo. Vuelan los pájaros. El potrero.
bolsón. ¿Mantenías los ojos abiertos en la noche? Rodeamos un sauce. Doy en el blanco. ¡Tengo la obligación
de encontrarlo!
Rematan.
Aparto las ramas. No lo quiero ver. De espaldas,
Tú tienes un número en tu brazo. las alas abiertas, el tordo sangra. Vivas y gritos, pero el tordo
muere.
«Y si nadie da más lo adjudico en...». «Y si nadie da
más lo adjudico en...».
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