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y no me he jugado como me he jugado en La Comedia

del Arte. No se puede ser dos cosas, es muy difícil porque


son distintas actitudes. La pintura me ayudó a escribir y la
literatura me ayudó a pintar. Yo pinto mis carboncillos mis
cosas, las guardo pero no las muestro, están bien hechas,
son esenciales, me dan gusto a mí, pero con lo que yo salgo
afuera a pelear es con estos libros. Con la pintura me iría
bastante mejor, estaría contento y saldría a hacer paisaje...”

M u e r t e

Adolfo Couve vivió acosado por una depresión que a fines

Alami
de los ‘90 no le dejó salida. Lentamente, se aisló del mundo.
En sus últimos días, su única compañía era su perro Moro, su
loro Valentino y Carlos Ormeño. El año 1998, Couve no quiso
volver a dar clases. Tras décadas como profesor de pintura en
ro
la Universidad de Chile, dijo al teléfono que no regresaría a
la escuela. No podía. Había sido un verano duro. El peor de
todos. La depresión que siempre lo acechó, en esas vacaciones
lo arrinconó como nunca. Después de muchas reescrituras,
había terminado la novela “Cuando pienso en mi Falta de
Cabeza” y estaba seguro que era su réquiem. También estaba
seguro que sería olvidado. La madrugada del 11 de marzo
de 1998, Couve se suicidó. “Yo muero por el arte”, había
dicho poco antes. Tenía 57 años cuando se quitó la vida.

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ral, un expresionismo sensorial que se nutrió de la relación
absolutamente directa con el objeto o tema de la obra”.
El Portal de Arte, por su parte, señala que “Couve se apropió
de pequeños instantes, de simples momentos e intentó hacer de
ellos temas universales. El mismo Couve aclara que el pintor
realista no copia la realidad, sino que la traduce, absolutamente
consciente de la muerte y con una necesidad de aferrarse a lo
que ve. Esta concepción más bien filosófica de la pintura reflejó
la actitud y sentimiento del artista frente al mundo, al arte y la
vida. De este modo, en sus telas el tema se mostró como un
pretexto para volcar, a través de la propia carga emotiva del
creador, la visión sensorial e intuitiva del modelo escogido”.

L i t e r a t u r a

A pesar de su sólida formación e indiscutible talento, a


principios de la década del setenta decidió dejar la pintura y
dedicarse por completo a su vocación literaria. Fue un artista
formal en extremo que rehuyó lo anecdótico y privilegió el
purismo tanto en el lenguaje plástico como el literario. A partir
de 1984 volvió a tomar los pinceles en forma intermitente
respondiendo a lo que calificó como una necesidad natural.

Debutó en la narrativa en 1965 con Alamiro y en 1971


llegó incluso a abandonar la pintura para consagrarse a
la literatura. A partir de 1983 regresó a la primera, pero ya
sin abandonar la segunda. “La crítica lo define como un
escritor de realismo descriptivo, y lo considera miembro de
la Generación Literaria de 1960, a la que también pertenecen
Antonio Skármeta, Mauricio Wacquez y Carlos Cerda”.

De la coexistencia entre el pintor y el escritor, Couve dijo en


su última entrevista: “Yo como pintor he sido bastante flojo,
irregular, tengo facilidades, pero no me he dedicado mucho

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me había regalado mi mamá y volví al Bellas Artes. Los puse
en hilera en el hall y me senté a esperar. Llegó don Augusto
Eguiluz y preguntó: ‘¿Quién es este pintorazo? Tráiganlo para
acá’. Eguiluz me interpeló: ‘¿Cómo te llamas?’. ‘Couve’. ‘¿Qué
apellido es ese?’, preguntó. ‘Francés’, le dije yo. ‘¡Ah! En Francia
pintan hasta los patos: matriculen a este niño en segundo año’ ”.

Inició sus estudios artísticos en la Escuela de Bellas Artes de


Santiago, donde fue alumno y ayudante de la Cátedra de Pin-
tura del profesor Augusto Eguiluz. Estuvo becado en París en
1962-1963, estudiando en la Escuela de Bellas Artes. También Adolfo
Couve
realizó estudios en el Art’s Student League de Nueva York,
ciudad donde radicó un tiempo y donde expuso sus pinturas.

Fue profesor titular de Historia del Arte, Teoría del Arte y

Alamir
Pintura de la Universidad de Chile, Facultad de Arte, des-
de 1964 hasta 1998, el año de su muerte. Además se de-
sempeñó como profesor de Renacimiento y Barroco en la
Escuela de Arte de la Católica entre los años 1974 y 1981. o
Su pintura corresponde a lo que él definió como “un realismo
nostálgico” y “la realización de un talento”. En ella, señaló,
“realizó un ejercicio de traducción que necesito hacer”. Se
caracterizó por visiones intimistas de pequeños retratos,
paisajes, bodegones muy simples, figuras en interiores y al
aire libre además de objetos de su vida cotidiana. Son crea-
ciones donde evitaba la carga emotiva, de pincelada suelta,
tonalidades sombrías y otras veces luminosas que reflejan
su aguda percepción visual y una admirable capacidad para
manejar la luz, las sombras y atmósferas. Las aguadas con las
cuales construyó sus telas, son una característica inconfundible.

Sobre su pintura, Memoria Chilena dice en su esbozo de


Couve: “A través de paisajes, retratos, naturalezas muertas
y figuras humanas, el artista buscó captar el momento fu-
gaz, el instante, utilizando un lenguaje plástico muy natu-

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Adolfo Couve

Adolfo Couve Rioseco (Valparaíso, 28 de marzo de 1940 -


Cartagena, 11 de marzo de 1998) fue un pintor y escritor chileno.

B i o g r a f í a

Hijo de Adolfo Couve Braga y Clemencia Rioseco Fernández,


fue el mayor de tres hermanos. Nace en Valparaíso en 1940,
pasando su primera infancia en Llay Llay, donde vivió hasta
los ocho años, edad en la que la familia se trasladó a Santiago.
Estudió en el colegio San Ignacio, ubicado en la calle Alonso
Couve, Adolfo Ovalle, del que egresó en 1958. Realizó sus primeros estudios en
Alamiro
Edición Casera
la Escuela de bellas Artes de la Universidad de Chile, para luego
Fanzine Pirata ser becado en l’Ecole des Beaux Arts de París (1962-1963) y en
44 pág The Arts Student League en Nueva York. Los últimos 12 años
14x20 de su vida los pasó en Cartagena, en la provincia de San Antonio
No isbn

P i n t u r a

Adolfo Couve siempre pintó. “A los 15 años, mi papá me


pilló pintando un retrato con pasta de dientes y de zapatos.
Entonces me regaló una caja de óleos, con la condición
de que la pintura sólo fuera mi hobby. O sea, esa caja me
la regaló para que yo no fuera pintor”, relató alguna vez.

En otra ocasión contó que cuando fue a matricularse al Bellas


Artes se encontró con que habían cerrado las inscripciones:
“Agarré de un brazo a la secretaria y la conminé a que me
ayudara. Me preguntó: «¿Y tú pintas?, ¿tienes cuadros?». Yo
tenía cualquier cantidad. ‘Tráelos’, me dijo. Tomé un taxi, llegué
a mi casa, amarré los cuadros con el cinturón de una bata que

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Dibujan calaveras con tiza.

El sapo es mío, tengo miedo. Nací en uno de los cerros de Valparaíso. No sé bien
en cuál. En todo caso, todos miran al mar.
Mermelada para el invierno.
¿Es luz, corredor o lugar?
Copetín.

Vibran los cristales de las portezuelas.

«Y si nadie da más».

El sapo..., el sapo; es mío..., mío.

Una mezcla de Dios y bestia.

«No se olvide de mandarme unos dulces como

ser chocolates. Amén».

Santiago, 1960 1965.

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2 LOS EPíLOGOS

Salí tras de ti, clamando, y eras ido.


Llueve contra la ventana de la pieza. Tu jardín y tu
calle están mojados. Es el primer plano el que hiere mi cora- Se sucederán inviernos. ¿Qué puede aquel que navega en el
zón; el vidrio golpeado por el agua. alba y sueña con la noche? Aquí vengo a liquidar imágenes:

Una voz a mis espaldas; alguien me ofrece una 5 de febrero:


mermelada muy oscura y azucarada. La mermelada me
sugiere una larga distancia. Es mi abuela quien la ha enviado «Se están muriendo todas las aves».
desde el sur: Mermelada para el invierno.
La luz se cuela dorada a través de las celosías.
Siempre el sur será un día de lluvia y mi abuela, un
personaje lejano de invierno. El ceibo no deja ver el cielo.

«Ven acá, compadre».

«M. teme un desenlace».

Bésame como artista de cine.

¿Dónde lo pongo, fuera o dentro?

Mi voz la trituran los émbolos.

«El demonio hila fino».

¿Cuánto tiempo que no te confiesas?

«Señor mío y Dios mío».

Yo niño, niño, que pedalea una bicicleta grande de mujer.

«¡Florido... Clavel!».

Hay desorden en la playa.

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A alguien he amarrado al poste del parrón. No estoy


La casa está frente al mar. La playa vacía. Desde un solo, somos varios. Su madre ha venido por él, se lo lleva y
extremo, en donde hay un camión, viene una muchedumbre. nos dice algo duro.
Son puntos negros que traen carpas, perros y canastos. Se
instalan frente a mis ojos. Sorpresivamente aparece un policía No puedo volver sobre el asunto; lo olvido en este
que galopa a lo largo de la arena. El caballo caracolea entre instante al recordarlo con tanta intensidad.
las gentes. Hay desorden en la playa. Los empujan. Levanto
la vista y descubro el mar. Es infinitamente más poderoso que
el jinete. Sonrío. Lo veo protestar en el roncar de las olas.

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Mi padre me lleva a pasear en bicicleta. El teatro es una caverna sin fondo y que respira aten-
ta. La directora me da las últimas recomendaciones. Mi papel
«Abre bien las piernas». es de oso.

Olvidé el consejo y estoy accidentado, llorando. Tengo un disfraz todo de piel. Zapateo y doy
Todo transcurre bajo un portal. Mi padre telefonea. He volteretas por mi cuenta. Esto hace reír al público.
puesto el pie en los rayos de la rueda. Mi madre nos recibe Envalentonado vuelvo a repetir estas variaciones fuera de
gritando desde un balcón y lanza una zapatilla al herido. texto. Al finalizar la representación, el público me llama y
aplaude. La directora calcula a través de la cortina en donde
Esta imagen se conserva perfectamente nítida, todo se encuentra mi cabeza y me asesta un fuerte golpe con una
está inmóvil, es sólo la zapatilla que dibuja un arco al caer y inmensa llave de fierro.
muestra el jardín.
Amor y desamor.

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«El demonio hila fino», nos advierte el jesuita. ¡Pasará la noche a mi lado! Es un sapo. Está en un
frasco y salta sin cesar. Alguien le ha puesto pasto. Mancha
Por ese tiempo, durante la misa, comienzo a diferen- verde a través de un vidrio empañado. Han apagado la luz y
ciar a Beethoven de Mozart. alternativamente veo manchas verdes en todos los rincones.
¡Tengo asco!, ¡el sapo es mío!, ¡tengo miedo!
«¿Cuánto hace que no te confiesas?».

«Una semana».

«¿Y de qué te acusas?».

«De leer libros prohibidos».

«¿Cuáles?».

«Los tres mosqueteros».

«Quémalo».

«No puedo».

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Mi padre almuerza. Lo observo atentamente. Soy En la caseta de un medidor de gas, dejé mi primera
muy pequeño, no alcanzo a sobrepasar la mesa. carta de amor. Al día siguiente en el mío encontré la respues-
ta.
El diálogo que mis padres sostienen parece ser una
acusación en mi contra. «Bésame como artista de cine», me explicó.

La mano de mi padre amasa una bola de miga de Apreté mis labios contra los suyos con fuerza.
pan que sorpresivamente me lanza en un ojo.
«Si me mandan a un colegio fuera de la ciudad,
¿vendrás a verme los domingos?».

Sentí pavor.

«Ven, vamos al baño».

«No quiero».

«Ven, por favor».

«¿Y para qué?».

«Quiero saber si...».

La llegada de mi madre impidió toda investigación.

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Al caer la tarde del domingo, mis padres y Yo niño, niño, que pedalea una bicicleta grande
hermanos iban a dejarme al internado. Me compraban de mujer por una calle oscura sobre el puente. Pongo los
siempre un cartucho de calugas. Llorando las comía en el pedales a nivel en la pendiente y contra el viento voy tocando
silencio de ese extenso dormitorio. Pasada la medianoche un la campanilla. Entro en la quinta con gran velocidad, una
sereno revisaba las camas enfocándonos con una linterna. ampolleta en el parrón, otra ampolleta en el parrón, uvas en
Ahí se encontraba con mi mirada desolada. Me cargaba en el suelo. Con un palito me saco las suelas de barro y paja de
sus hombros y me conducía a su cuarto en donde había unos mis zapatos.
grandes acuarios iluminados. Los peces me dormían.

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Llay Llay en araucano significa «viento viento». Cae «Irás interno, te portas demasiado mal».
sobre el valle, arremolina las palmas de la calle y se remonta
al cielo para dispersar la Vía Láctea. Mientras mi madre marca mis sábanas con números
rojos, yo escribo en el marco de la ventana una larga protesta.
Nadie le opone resistencia. Sólo un arrogante padre
de la patria que hay en medio de la plaza desenvaina su sable Mi padre, un día al abrirla, encontró las frases y
y apunta al cielo en un ademán de bronce. éstas fueron material de anécdotas.

Pero estoy seguro de que la lluvia cariñosa lavó mi


voz con persistencia durante la noche.

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No pude leer la novela. Comienza así: La hilera de coches de arriendo que dormita al sol.
Mi madre los llama «azotados».
Es una mezcla de Dios y de bestia había dicho la
princesa Valeria. Manchas de moscas oscurecen sus ancas, pero el
viento las toma y lanza contra un parlante que canta sin cesar.
«¿Papá, qué significa esto?»

«Que es una mezcla de Dios y de bestia».

«No entiendo».

«¿Qué es lo que no entiendes?»

«Lo que decía la princesa Valeria».

«¿Valeria? ¿Qué Valeria? Pregúntaselo a tu madre,


yo no te lo puedo explicar».

Volvía a abrir el libro con la esperanza de


comprenderlo.

Era una mezcla de Dios y de bestia.

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Ahí está la estación, el lugar del adiós. Alguien me Le daban muchas vueltas a la manivela del teléfono
aprisiona fuertemente la mano. Mi hermano se sienta en una para hacerlo sonar con estridencia.
maleta; sus calcetines los tiene pegados con jabón.
«¿Aló, me comunica con el pueblo?».
Escucho venir la campana sonora y tranquila. Todo
es cuestión de un segundo. Adentro es oscuro y mucha gente Momentos después aparecía un coche cerrado que
alterada parece pensar en lo mismo. venía envuelto en polvo.

Mi padre es un impermeable blanco en el andén. «¡Al dentista!».

Subíamos todos.

El cochero fustigaba a los cuatro vientos para derrib-


ar a los niños que se colgaban de los pescantes. Partía.

Vibran fuerte los cristales de las portezuelas.

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¡El amigo de mi madre! Como de costumbre el domingo es un día increíble.


Tiene un sol impertinente, tan distinto al de nuestros lunes
Su cabellera era un casco engominado. Tenía una soñolientos.
lapicera que escribía verde. Verde como la hoja del repol-
lo. Fui su amigo y también su enemigo. Amigo aprendí a Palpitan mis oídos, me los han lavado con pasión.
pegarme el pelo y escribí verde. Enemigo esperé bajo el
puente y le lancé un durazno deshecho en el cuello. Me Estoy atento a un grito de combate que pronto se de-
golpeó. Caí al agua. La tarde nos cubrió a todos. jará oír en toda la casa. Grito que subirá escalas y escarbará
cajones:
«A misa, a misa, a misa».

Me encojo y veo desfilar cabelleras peinadas, vesti-


dos, perfumes, velos y libros negros.

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La iglesia es de color rosa. Afuera está la luz. Dentro La fábrica trabaja como un corazón joven. Mi padre
un claros curo asfixiante. Una vieja toda de negro, incluso se pasea entre poleas y motores. Atravieso calderos y ácidos
con anteojos negros, introduce una bolsa de terciopelo car- hediondos.
mín por entre los feligreses.
Hay que gritar fuerte:
Distraído me siento sobre las monedas y me cubro el
rostro con las manos. Observo. Entre nosotros hay un diálogo «Papááá...».
horrible que se repite cada domingo.
Pero mi voz la trituran los émbolos. Múltiples carri-
El armonio se desinfla por todos lados. Me arrimo a tos corren por sus rieles. Hay bolsas grandes que se inflan y
mi padre que de rodillas exclama en voz alta: «Señor mío y cuelgan de los techos.
Dios mío». ¿Por qué no lo dirá más despacio?
Del overol de mi padre asoma una regla de cálculo
que no cae jamás.

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«¡Florido... Clavel!»; el grito canto se oyó en la ar- «Mamá, esta chaqueta me queda muy grande».
boleda. Así se llaman los bueyes. Cruje el puente y la carreta
se silencia en el polvo. La siesta. Las nubes. Se desgarran los «Verás que todos tus compañeros tendrán uniformes
cielos narrando historias. «¡Florido... Clavel!». crece dores».

Primer día de eso que llaman colegio.

Muy temprano me han llevado al fotógrafo; así la


enorme chaqueta siempre será «crecedora».

Lo que sigue es una reja que se cierra y un grito de


dolor.

Penetrante olor a gomas, lápices y cuero. Carreras


interminables al baño y accidentes de este tipo en plena clase.
Veo venir a la señorita profesora, que me toma por el cuello
y mostrándome al curso, pregunta:

«¿Dónde lo pongo, fuera o dentro?».

«¡Fuera, fuera!», exclaman mis compañeros y con


justa razón.

Alguien se compadece y me lava en una artesa.


Telefonean a mi madre, quien viene a buscarme:

«¿Y por qué no avisas? ¿Acaso la señorita no te da


permiso para ir al baño?».

«Mamá, hay que pedirlo en inglés».

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Mi vejiga mojó mi cama de niño noche a noche. Me des-


Tenía siete años cuando fui depositado en casa de pertaba sobresaltado, cerraba los ojos como para volver al
mis abuelos. sueño en que íbamos. Pero ya mi conciencia estaba enterada
de los hechos y mi cuerpo mojado desde la cintura a los pies
«Yo ya he criado a los míos», decía mi abuela. se enfriaba lentamente.

Entumecido de miedo en una enorme cama, es- «Voy a encender la lámpara».


cucho las voces lejanas que suben del comedor. Mi hermana
en camisón atraviesa la noche y me trae el viento que hacía Restregábamos la lámpara del velador contra la poza
temblar los paltos. hasta que ésta se secaba. Un vapor tenue subía a las alturas, a
través del cual recuerdo los ojos negros de mi hermana que
observan el proceso.

Al amanecer, la mano de mi padre que se introduce


en nuestras camas y revisa.

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Las montañas circundantes se vuelven púrpura y lila. La luna


luminosa está anclada a merced del viento. Los perros estiran La luz se cuela dorada a través de las celosías.
sus patas y rozan el suelo con sus vientres. Los paltos entonan
canciones. Se prenden las luces de los hogares. Danzan las «N. teme un desenlace»; el telegrama está en la pieza
mariposas y polillas alrededor de la ampolleta. Es la noche. de vestir. De noche suena el teléfono.
Surgirá de las acequias el hombre perro. No vayas al puente.
Alguien dibuja calaveras con tiza en los muros. «¿Está en su cabeza? Ah... entonces ha muerto.
Gracias».

Toda la familia está reunida, todos enlutados. Uno


de los mayores sufre una fatiga en el baño. Vuelvo a mi cuar-
to; el ceibo no deja ver el cielo.

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5 de febrero. ¡Matabas conejos, comías gallinas!

Querida mamá: Por esto lo lanzaron a la línea del tren.

Le voy a escribir esta carta para decirle que mañana ¡Copetín!, ahí te encontré y bauticé. No quiere quedarse con-
le van a ir un cajoncito con huevos empaquetados por mis migo. Hay que amarrarlo al naranjo y darle de comer.
manos y también le irán un cajón con un pavo y pollos. Aquí
se están muriendo todas las aves. «¿Vamos a buscar leña, Copetín?».

Dele muchas memorias a todos mis parientes y no se Es lanudo, pequeño, incoloro y su cola una pluma al viento.
olvide de mandarme unos dulces como ser chocolates. Amén.
Lo aplastó un camión.

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Los sauces terminan en columpios sobre el río. «Ven acá compadre».

También sé algo de la fatiga del mediodía, que Es mi abuelo que me llama para enseñarme una
enciende el estómago, cierra los ojos y ríe en balanceos del camelia.
cuerpo.
Nos rodean los queltehues y un perro negro escocés.
Coros de risas van y vienen sobre el río. Somos dos puntos mínimos bajo un gran cono de luz.

«Que enganchen el auto».

Hoy correrá su yegua Aurora; blanco y cereza en


rueda, sus colores.

Un cable eléctrico le cae en una pata; corre mi


abuelo por la cancha junto al animal. La lluvia tenue mojaba
el pasto. Su mano enguantada acaricia al caballo.

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La muchacha del cuadro que zurcía y me miraba. Los elásticos de las hondas se estiran y lanzan puña-
Te acordarás de mis llegadas del colegio arrastrando el dos de piedras contra el cielo. Vuelan los pájaros. El potrero.
bolsón. ¿Mantenías los ojos abiertos en la noche? Rodeamos un sauce. Doy en el blanco. ¡Tengo la obligación
de encontrarlo!
Rematan.
Aparto las ramas. No lo quiero ver. De espaldas,
Tú tienes un número en tu brazo. las alas abiertas, el tordo sangra. Vivas y gritos, pero el tordo
muere.
«Y si nadie da más lo adjudico en...». «Y si nadie da
más lo adjudico en...».

Adiós a tu sol, tu jardín, tu día, inmóviles.

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