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La dominación masculina
La dominación masculina es el mejor ejemplo de la sumisión paradójica de la doxa, en la que el orden establecido con sus
relaciones de dominación se perpetúa con facilidad apareciendo como aceptable y hasta natural. Un prolongado trabajo de
socialización de lo biológico y de biologización de lo social. Se invierte la relación entre causas y efectos, y aparece
naturalizada una construcción social como el fundamento natural de la división arbitraria que está en la realidad y en la
representación de la realidad.
Incorporamos como esquemas inconscientes de percepción y apreciación las estructuras históricas del orden masculino. La
cosmología androcéntrica está en nuestras estructuras cognitivas y sociales. Las diferencias sexuales aparecen inmersas en
el conjunto de oposiciones que organizan todo el cosmos. La división entre los sexos parece estar en el orden de las cosas,
como normal y natural; a pesar de ser una significación social y arbitraria de la división de las cosas. La inversión de la
relación entre causas y efectos genera la naturalización de esta construcción social de los géneros. El orden social funciona
como una máquina simbólica que ratifica esta dominación masculina en la que se apoya. Se introyecta la construcción
social de los géneros como natural, y por lo tanto, también las expectativas y posibilidades de realizar esas expectativas.
Esta concordancia entre las estructuras objetivas y las cognitivas, entre la conformación del ser y las formas de conocer,
olvida las condiciones sociales de posibilidad.
El cuerpo aparece como depositario de los principios de visión y división que generan las diferencias entre los sexos. Estas
diferencias se aplican principalmente al cuerpo en sí como realidad biológica. Entonces la diferencia biológica y anatómica
entre los sexos, los cuerpos y órganos sexuales, aparecen como la justificación y garante natural de esa visión del cosmos.
El principio arbitrario de división antropocéntrica se apoya en las diferencias biológicas para establecer como naturales y
con fundamento objetivo las diferencias socialmente construidas. Relación de causalidad circular. Se legitima una relación
de dominación inscribiéndola en una naturaleza biológica, que es en sí misma una construcción social naturalizada.
También se produce una división sexual de las legítimas utilizaciones del cuerpo y el acto sexual en sí mismo está pensado
en función del principio de primacía de la masculinidad, como una relación de dominación.
Cada sexo como producto de una construcción social del cuerpo, socialmente diferenciado del sexo opuesto, tiene sólo
existencia relacional. Operaciones de diferenciación que tienden a acentuar en cada agente los signos exteriores conformes
con la definición social de su diferenciación sexual. Los principios opuestos de identidad masculina e identidad femenina, se
codifican bajo la forma de maneras de mantener el cuerpo y de comportarse que contienen una cosmología. A las mujeres
se les enseña cierto confinamiento simbólico en sus posiciones, movimientos, vestimenta, costumbres; contrario al trabajo
de virilización del hombre. Las divisiones constitutivas del orden social y las relaciones sociales de dominación entre los
sexos, se inscriben en dos clases de hábitos diferentes, movimientos corporales opuestos y complementarios, y en
principios de visión y división que clasifican todas las cosas del mundo social según distinciones reductibles a lo masculino y
lo femenino. La visión androcéntrica está continuamente legitimada por las mismas prácticas que determina. La lógica
exige que la realidad social que produce la dominación, confirme las imágenes que defiende para realizarse y justificarse.
Las mujeres están condenadas a dar la apariencia de un fundamento natural a su identidad disminuida socialmente
atribuida.
Los dominados aplican a la realidad y a las relaciones de poder, esquemas que son producto de la asimilación de esas
mismas relaciones de dominación. Sus pensamientos y percepciones están estructurados de acuerdo a las estructuras de
dominación, por lo tanto sus actos de conocimiento son actos de reconocimiento práctico de sumisión, adhesión dóxica. La
violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador,
cuando sólo dispone para aplicar a la relación, instrumentos de conocimiento y categorías construidas desde el punto de
vista dominador. El principio de visión dominante es un sistema de estructuras establemente inscritas en los cuerpos y las
cosas. El efecto de la dominación simbólica se produce a través de los esquemas de percepción, apreciación y acción que
constituyen los hábitos. La fuerza simbólica es una forma de poder que se ejerce sobre los cuerpos al margen de cualquier
coacción física, creando inclinaciones espontaneas adaptadas al orden que se impone. Las condiciones del poder simbólico
están inscritas en los cuerpos socializados bajo la forma de disposiciones que son producto de estructuras objetivas. El
poder simbólico no puede ejercerse sin la contribución de los que lo soportan porque lo construyen como tal. Se realiza a
través de actos de conocimiento y reconocimiento práctico de la dominación, pero que no implica la toma de conciencia y
voluntad. Este habitus y dominación arraigados y naturalizados, no pueden vencerse con un mero esfuerzo de la voluntad y
la conciencia, porque su fundamento no reside en conciencias engañadas que bastaría iluminar. La ruptura de la relación
de complicidad que las víctimas de la dominación simbólica conceden a los dominadores, sólo puede darse por una
transformación radical de las condiciones sociales de producción de las inclinaciones y disposiciones que llevan a adoptar
estos puntos de vista dominantes. La lógica de la dominación masculina y la sumisión femenina, se entiende si se verifican
los efectos duraderos que el orden social ejerce sobre las mujeres. En la imagen que tienen de su relación con el hombre,
las mujeres tienen en cuenta la imagen que los demás tendrán al aplicar los esquemas de percepción y valoración
universalmente compartidos.
Las inclinaciones o habitus son inseparables de las estructuras que las producen y reproducen, que encuentran su
fundamento en la estructura del mercado de los bienes simbólicos en donde las mujeres son tratadas como objetos.
Asimetría fundamental entre el sujeto y el objeto que se establece entre el hombre y la mujer en los intercambios
simbólicos, en las relaciones de producción de capital simbólico. El dispositivo central es el mercado matrimonial. En la
lógica de la economía de los intercambios simbólicos, las mujeres aparecen como objetos de intercambio según los
intereses masculinos y destinados a la reproducción del capital simbólico masculino. Cuerpo femenino como objeto
intercambiable y evaluable. Al estar orientada a la acumulación del capital simbólico, esta economía transforma diferentes
materiales, y a la mujer, en signos de comunicación que son instrumentos de dominación. Existe una asimetría radical entre
el hombre sujeto y la mujer objeto; entre el hombre responsable y dueño de la producción, y la mujer como producto
transformado de ese trabajo. Esta economía de los bienes simbólicos que organiza toda la percepción del mundo social, se
impone incluso a la reproducción biológica, que se subordina a las necesidades de reproducción del capital simbólico.
Entonces la división sexual está también inscrita en las disposiciones o hábitos de los protagonistas de la economía de
bienes simbólicos.
Así como las mujeres practican el aprendizaje de las virtudes de abnegación, resignación y silencio; los hombres también
son prisioneros y víctimas de la representación dominante. Las tendencias que llevan a reivindicar y ejercer la dominación,
están constituidas por un prolongado proceso de socialización, de diferenciación en relación con el sexo opuesto. La
condición masculina supone un deber ser, gobierna al hombre al margen de cualquier presión externa, dirige ideas y
prácticas, conduce su acción. Es producto de un trabajo social de nominación e inculcación por los cuales una identidad
social se inscribe en la naturaleza biológica y se convierte en hábito. El privilegio masculino es una trampa que impone al
hombre el deber de afirmar en cualquier momento su virilidad, es fundamentalmente una carga. La exaltación de los
valores masculinos tiene su contrapartida en los miedos y angustias que suscita la feminidad. La virilidad tiene que ser
revalidada por los otros hombres y por el reconocimiento de pertenencia al grupo de los hombres auténticos. Temor viril
de excluirse del mundo de los hombres, miedo a perder la estima o reconocimiento del grupo. La virilidad es un concepto
relacional, construido para los restantes hombres y contra la feminidad.